domingo, 28 de septiembre de 2008

Delicias de la vida conyugal, concubinato y/o largos noviazgos







EMULANDO A CARRIE BRADSHAW


Cuando una es todavía una niña que vive feliz en el “cocoon” de su hermoso hogar, esperando convertirse en mariposa, libre y hermosa; las mujeres adultas de la familia se encargan de formatear el diskette cerebral introduciendo información desconocida hasta ese momento. Es así como madres, abuelas y tías se sientan en nuestros dormitorios a leernos cuentos de princesas y príncipes enamorados, mientras cepillan nuestros cabellos y barren nuestras propias e innatas ideas. Se nos convence de que algún día encontraremos nuestro glorioso caballero ecuestre (cuestre lo que cuestre…Les luthiers dixit), que nos vendrá a buscar al agujero donde vivimos o trabajamos para rescatarnos de la aplastante soledad y monotonía a la que hemos sido condenadas. Visualizar a Debra Winger y Richard Gere en el final de “An officer and a gentleman”. Así es como poco a poco, se nos inculca la idea de que la soltería es un karma horroroso que debe ser evadido so pena de contraer cáncer de mamas, vivir en la histeria más absoluta, ser señalada con el dedo cual mercadería defectuosa y terminar nuestros días conversando con un canario o dejándonos lamer por un perro pekinés como único método para verle la cara a Dios (verle la cara a Dios=orgasmo de proporciones inusitadas).
De esa manera es como nuestra vida se convierte poco a poco, en una carrera contra el reloj donde el premio es nada más y nada menos que un marido deluxe con pintura bicapa y suspensión trasera independiente (si es que un marido puede compararse con un auto). A medida que pasa el tiempo, lo que al principio es una lista de doscientas cualidades que el susodicho debería reunir para robar nuestros corazones, termina siendo una plegaria a San Pantaleón orando por alguien que aparezca calzando un pantalón.


Estos eran los standards para conseguir pareja, vigentes cuando la que suscribe era una mamerta de veinte con ganas de rajarse de casa:

La lista de los quince años

- Que tenga pelo rubio, ojos celestes, abdominales marcados, mida 1.82, pese 80 kilos, naríz respingada, pies lindos, manos fuertes, boca carnosa, sin acné y se afeite bien porque pincha.
- Que sea sensible y me entienda.
- Que me escuche.
- Que le guste trabajar y tenga lindo auto (de papi obvio).
- Que me lleve al shopping y se aguante mientras me pruebo ropa.
- Que adore mis poemas, mis canciones y a mi perra.
- Que bese con poca lengua porque me da cosita.
- Que se aguante porque todavía no estoy lista para acostarme.
- Que sea bueno con mi familia, mi hermana, mi perra, mis amigas y mi madrina.
- Que me compre regalitos, me regale fotos, poemas y chocolate.
- Que me traiga flores todos los mesarios (aniversario de mes).
- Que quiera casarse algún día y tener muchos hijitos.
- Que su familia me adore.

La lista de los veinticinco

- Que no tenga feo aliento ni caspa.
- Que levante la tabla del inodoro para hacer pis.
- Que me llame de vez en cuando.
- Que me meta lengua a todo vapor cuando besa.
- Que me deje salir con mis amigas.
- Que ni se le ocurra salir con sus amigos en nuestro mesario.
- Que haga el amor con voluntad y dedicación, o ganas de aprender.
- Que tenga dinero como para llevarme a comer y un buen auto.
- Que de vez en cuando me traiga una flor robada o un chocolatín.

La lista de los treinta y pico

- Que sepa qué hacer en la cama o siga su ruta (que no tengo tiempo que perder ni ganas de jugar a la maestra).
- Que tenga la dentadura completa, un poco de barriga no molesta. Pelados con onda no problem.
- Que tenga sentido del humor.
- Que tenga dinero para llevarme a comer y un auto limpio (no importa el modelo y el año, siempre que funcione decentemente).
- Que conteste el teléfono y aparezca sin necesidad de hacer una denuncia de paradero.

La lista de los cuarenta

- Limpito, dentadura postiza fija, no estoy para encontrarme con la removible en un vaso en el baño. Panza y rollos, siempre que no superen los míos. Pelo, es lo de menos, siempre que funcione la cañería…
- Que no esté medicado.
- Que no viva con la madre.
- Que tenga un trabajo y sea independiente.
- Que me pague el bus cuando salimos.

La lista de los cincuenta en adelante

- Que sea.
- Que sea sanito.
- Que no arrastre los pies cuando camina.
- Que le funcione la cañería.


El tema es que la desenfrenada carrera por conseguir la media naranja casi siempre termina con la esperada recompensa. Las mujeres somos cazadoras natas y gracias al entrenamiento de las féminas de la familia conseguimos la presa con la misma pasión que las leonas se devoran las cebras en un documental de “Animal Planet”.
Pero la realidad, y lo que nadie nos enseña, es que el ejemplar conseguido dista mucho de ser el príncipe/highlander/caballero/guerrero/gladiador/latin lover que nos habían prometido las abuelas. Y unos años después una se encuentra sudando la gota gorda en la cocina revolviendo los fideos, con dos o tres críos cubiertos de mocos que demandan nuestra atención; mientras el sujeto se toma con parsimonia la vida y la cerveza, control remoto en mano relamiéndose mientras mira a la Sharapova corriendo detrás de una pelotita.
Por supuesto, los matrimonios duran cada vez menos y las tasas de divorcio suben mientras los índices de casamientos bajan estrepitosamente. Pero, las nuevas generaciones vienen con un chip “antiembauque” que les hace sonar todas las alarmas en el bulbo raquídeo. Thank God!. Ya no buscan cambiar la dependencia de los padres por la de un marido, anhelan realizarse como personas, no ansían atiborrar el monoambiente hipotecado de pendejos insoportables, coleccionan imanes del delivery en lugar de recetas culinarias recortadas del suplemento del diario del domingo y ni se les cruza por la cabeza comprarse una plancha que no sea para el pelo.
Pero mirando a las hembras más añosas del género humano, yo me hago las siguientes preguntas:

¿Los matrimonios de antes duraban más que los de ahora?
¿Nuestras abuelas se aguantaban todo o realmente querían a sus maridos?
¿Los hombres de antes eran mejores que los actuales?
¿Es más fácil y mejor visto divorciarse ahora que hace cincuenta años?
¿Las mujeres de ahora son más complicadas y tienen menos paciencia?
¿Los hombres actuales son más superficiales y menos comprometidos?
¿Las mujeres actuales son más inteligentes?

Sea lo que fuere, lo que nadie te dice ni te va a decir es que el hombre que solía provocarte taquicardia ahora te trae hipertensión. Que los hijos son muy lindos pero ambos terminarán en una batalla campal intentando ubicar al responsable del aporte de ADN, que convirtió a ese crío en un ejemplar igual a la abuela. Que el sexo oral es para aniversarios solamente y el juego previo una actividad practicada en la prehistoria de la relación dentro del auto y con bastante incomodidad. Que las velas se encienden únicamente cuando se corta la luz y la cama es para roncar y cagar a codazos al otro por medio metro de sábana. Que los domingos en familia son un dolor de huevos y “porqué tratás mal a mi mamá si yo no hago más que deshacerme por atender a la tuya!”. Que cualquier cosa es motivo de discusión: el alquiler de una peli de amor versus una de submarinos, la cuenta del supermercado, el crío y su mala conducta en el colegio (todo culpa tuya que sos muy permisiva), lo que tardaste en secarte el pelo y maquillarte, el ritual de la cena que no fue servida a horario (Dios, qué pecado inexpugnable!), los problemas del auto, la factura de la luz, la camisa celeste que no está planchada (la horca lo menos, para esa falta gravísima), la memoria restringida de la pc por culpa de las fotos de ese actor tuneadito que te vuelve loca y tantas otras cosas que pueden terminar con la paz de la vida en común en fracción de segundos.
Así que la entonces niñita vestidita de rosa, tiara de brillantes de plástico en la cabeza, taquitos de acrílico Barbie en los diminutos piecitos; que era dulcemente aleccionada por la abuelita que la peinaba despacito y soñaba con el príncipe encantado debería haber conocido la verdad a tiempo: Del “cocoon” saldrá un gusano que se arrastrará la vida entera soñando con ser una soberana, libre e independiente mariposa. Y el príncipe highlander vive sólo en las novelas, me cacho en diez!.






3 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial este blog , como todo lo que vos hacés .
Paso el link a mis amigas ;-)

Ana

Unknown dijo...

JAJAJA! Me encanto la lista y todo lo que decis!.
Ahora, yo, no tengo a quien echarle la culpa. A mi nadie me leyo cuentos, vi los infelices matrimonios de mis padres y abuelos. Me jure nunca cometer el mismo error y si alguna vez lo hacia y me daba cuenta de que no era lo que esperaba: me divorciaba! Que no le iba a hacer pasar por lo mismo a mis hijos...24 años me llevo el cumplir mi promesa a mi misma! y toy feliz d'estar libre!!! como tu mariposa!!! Gracias por tus historias y por todo lo que decis y nos haces refleccionar...estoy ansiosa esperando la proxima entrega!

Anónimo dijo...

Yo creo que los hombres de antes eran mejores. Expongo:

No daban un palo al agua y no ayudaban en nada, pero sabían cual era su sitio y no menospreciaban el trabajo de la mujer en el hogar. Los de ahora destrozan más que ayudan, no te aligeran el peso de las tareas del hogar, pero se la pasan presumiendo de lo modernos que son y lo que "ayudan en el hogar" y de lo inútil que tú eres si no eres la madre perfecta, esposa perfecta, amante perfecta, profesional perfecta. Mi papi siempre se comió todo lo que le pusieron en la mesa, nunca protestó si llegó tarde o quemado, nunca se metió en la cocina a tocar los cojones y a trastear si ´mi mami estaba cocinando, nunca comentó sobre la cantidad o no de polvo que reside en las estanterías o si de los azulejos del baño estaban churreteados. Por supuesto que tampoco ayudó, pero hizo siempre todos los recados que le mandaron y no protestó ni le dijo a mi mami que, aparte de ser ama de casa, tenía que ser ingeniera nuclear de proyección mundial. No se, es mi experiencia.

Besos Paulota!!!!!!!!