domingo, 22 de agosto de 2010

FABRICANDO BEBES


Cuando concebir es un trabajo tortuoso



Cuando una pareja fantasea con formar una familia, todavía a años luz de tan siquiera consignar una fecha para casarse/juntarse/acoplarse; la conversación sobre la prole se filtra como el sol por las rendijas de la persiana del dormitorio donde pasaron la noche juntos. Como ninguno de los dos se ha puesto a pensar seriamente en los miles de vericuetos que trae aparejada la paternidad y lo más serio que han hecho al respecto fue comprar el mejor anticonceptivo del mercado, la inocente cháchara comienza a dar forma al modelo de familia ideal que se desea. Entonces surgen las típicas expresiones de deseo pelotudas tales como “quiero una familia numerosa como la de los Von Trapp, y mudarme a Salzburgo” (con la total ignorancia de quien después del sufrimiento del primer parto va a ser obligada a abrir las piernas con una palanca), “quiero una familia numerosa como la de mi Abu Conce” (desconociendo que la Abu Conce era más fértil que una coneja y rechazaba los embates del Abu Gregorio muñida de un palo de amasar para asegurarse un sueño sin interrupciones y evitar el noveno embarazo), “quiero que seamos muchos como en las pelis americanas, así compramos una VAN para salir de vacaciones” (¿VAN? Vas a tener que ganarte el LOTO para mantener a semejante ejército de infantes), “quiero dos nenes seguiditos, luego un descanso de tres añitos, y luego dos nenitas” (como si uno pudiera encargar por catálogo, con la asistencia del staff completo de genetistas de la Universidad de Columbia y al mismísimo Dr. Mendel haciendo cócteles de X e Y para hacer un delivery perfecto del bebé con pitito que continúe el apellido paterno), “quiero la parejita, primero el varoncito para que cuide de su hermanita…ah y que los dos sean rubiecitos de ojitos verdes…y que nazcan en primavera así no paso calor y ellos no pasan frío” (la puntería de Dios, necesitás LOOOOCAAAA!).


Pasa el tiempo y la idea toma forma y color. Seguramente, luego de ver lo mal que lo pasan las parejas amigas con dos bebés caminándoles por la cabeza, el número de prole deseado descenderá en forma abrupta a menos de cuatro.
Viene la unión, la mudanza, la convivencia y por un tiempo la idea queda en stand-by porque “la verdad es que así estamos fenómeno, vamos adonde queremos, hacemos el amor arriba de todos los muebles del minúsculo departamento de dos ambientes y no tenemos lugar para poner pañales ni juguetes”.
Pero el llamado de la naturaleza está en camino…y conforme van pasando los tiempos y los embarazos de amigos, familiares y vecinos, el llamado se convierte en un aullido y luego en una marcha de Wagner. Entonces, el peor error que se puede cometer en la historia de los errores familiares, es comunicar a la familia en medio de suculento asado dominical “estamos buscando un bebé” (como si fuera la búsqueda del tesoro, pero sin pistas ni papelitos). Comentándoles a las mujeres de la familia en la cocina, los detalles sobre el revoleo del diafragma al inodoro, brindando con ojos acuosos; la futura madre ignora la magnitud del boomerang que ha lanzado al Cyber espacio. Los hombres, esperando el postre en la mesa, hacen toda clase de bromas de índole sexual aconsejando al semental sobre posturas en la cama, dietas, piruetas y afines.
Pasan los dos primeros meses y nada, para sorpresa de los futuros padres que pensaron que fabricar bebés era soplar y hacer botellas. La intranquilidad comienza a acrecentarse al tercer mes, cuando la futura madre siente el líquido caliente entre las piernas, señal de que ha menstruado con la precisión de un relojito suizo. Entonces, lo primero que hace la parejita es acceder a la madre de todas las cosas buenas: Internet. Allí aprenderán que concebir puede llevar hasta un año de intentos infructuosos y que la desesperación juega para el equipo contrario. Pero como uno es humano y está acostumbrado a que 2+2 sea 4, vuelve a la carga cebado como un tiburón después de haber probado carne humana. Pasan tres meses más y nada, pasan seis y se embaraza la parejita que conocieron en la luna de miel (si si, esos dos con cara de no saber el domicilio de la vagina), pasan dos meses más y se embaraza la cuñada, y la portera y la casera de la quinta y la esposa del archifamoso futbolista, y la prima de la compañera de oficina, y la recepcionista de la empresa donde trabaja él, y…más de medio planeta tiene panza, un bebé en el cochecito o un nene con un globito rojo en la plaza.


Entonces los asaltará ese pensamiento recurrente, de quien no puede procrear “¿lo estaremos haciendo mal?”. Acrecentando la ansiedad y ese pensamiento recurrente, en cuanta reunión familiar se presente, la parejita será asaltada por un escuadrón de la mala leche que los radiografiará con minuciosidad alemana (con especial énfasis en el vientre de ella) mientras los ametrallan a preguntas “¿y, para cuándo?”, “¿podemos festejar?”, “¿voy o no voy a ser tío?”, “tenés las tetas más grandes y un poco de panza, estás segura que no estás (la única seguridad que tiene la portadora de tetas es que no ha parado de comer de pura ansiedad). Entonces el boomerang del anuncio del proyecto les pega en la frente y los deja boquiabiertos y mudos “¿están cogiendo seguido?”. El tío guanaco de él se descuelga con una barbaridad que termina de ganar el desprecio de la pareja de por vida.
Como un par de muñecos desvencijados, defectuosos y sin pilas; ambos regresan al hogar con menos ganas de ensamblarse que la Abu Conce luego de su octavo parto.
Esa noche deciden buscar ayuda médica.
La ayuda viene de manos de un émulo del Dr. Mengele, que augura un largo y sinuoso camino de rutinas médicas que según él no tienen nada de invasivas y cruentas. Eso porque nadie le hizo a él, en su adorado miembro, las cosas que él está a punto de hacerle a la paciente. “Tosé nena”. Con una pierna al norte y otra al sur, y el otrora centro del placer expuesto como un pollo a la parrilla bajo una luz fría que encandila, el Dr. Mengele introduce una pinza en el útero y se lleva un souvenir para analizar. Con el dolor de una cebra cuyo vientre está siendo devorado por una leona, la señora se incorporará intentando encontrar su ropa interior pixelada por las lágrimas. Luego se vendrá la infame “histerosalpingofrafía”, nombre que mete miedo con causa justificada. Indoloro completamente, según el médico (otra vez, sería lindo introducirle la cánula en el recto para ver si no cambia de opinión el muy hijo deputa), la ignorante aspirante a madre no se percata del estado en que salen las pacientes anteriores (rengas, cojeando y con ambas manos abrazándose el vientre).
Por duodécima vez, la señora se encontrará abierta de gambas ante el escrutinio de dos señores que, espéculo en mano, le abrirán el paso a la cánula con la cual inundarán sus cañerías de un líquido de contraste. Cuando ese sucede, la sensación es la misma que estar haciendo la vertical debajo de la Garganta del Diablo en las Cataratas del Iguazú. Un litro de líquido empujado a la fuerza, que la hace retorcer de dolor mientras intenta cumplir con las órdenes del médico “rotá para la derecha, rotá para la izquierda, contené la respiración…”.
A la semana, con ambos brazos como coladores, de tanta extracción de sangre, es el turno de que él haga su parte. Su parte es un paseo, una masturbación simple, depositar la producción en un frasquito y voilá.


Los primeros resultados son promisorios. No hay nada para preocuparse. Falta el análisis de los espermatozoides en hábitat natural. Exámenes incómodos si los hay, la pareja es invitada a mantener relaciones, la señora a hacer la vertical post-coital para luego salir corriendo (sin ningún tipo de higiene) a la consulta. Vigésimo cuarta vez de su humanidad expuesta y embadurnada del fruto de sus encuentros sexuales, se le retira una muestra para poner debajo del microscopio. La conclusión más rápida y elocuente que saca la señora es que sus futuros hijos nadan de putamadre.
Con la batería de estudios en mano, la pareja vuelve a ver al Dr. Mengele, quien diagnostica el “Síndrome de U.N.C.A.”. El Dr. aclara, con sonrisa morbosa “un carajo”. No tienen nada. Así que resta afinar la puntería. Les acerca un gráfico, le pide a ella que se tome la temperatura todos los días del ciclo y cuando suba unas milésimas viole al marido. La pareja no comprende en ese momento, que le acaban de sentenciar a muerte la libido y como panacea le han recetado el peor afrodisíaco de la historia o el mejor anticonceptivo, si se quiere. No hay nada más intimidatorio para un pene vago, que un trabajo con día y hora de entrega. Y eso lo comprobarán los tortolitos, cuando intenten aparearse a las cuatro y media de la tarde, en el baño de un café del Microcentro porteño. Ni siquiera por el sabor de lo prohibido, el otrora cumplidor miembro del marido, logrará asomar la cabeza y escupir un “Presente”.


Entonces se vendrán los viajes para relajar, a los que ella irá muñida de un bibliorato cargado de gráficos, coordenadas y estadísticas (no olvidemos al termómetro).
La vuelta al consultorio, con la cabeza gacha, pone el Dr. Mengele a diseñar la siguiente estrategia. Una sencilla operación para mirar las tripas de la futura madre por dentro que da como resultado un pequeño desorden hormonal. Un par de recetas después, la pareja encarga los medicamentos con asombro mientras planea romper el chanchito, pedir un préstamo en el Banco, asaltar un Supermercado y robarle el collar de perlas a la madre de ella.
Con las cajas de las doscientas cincuenta y tres inyecciones listas para ser usadas, la pareja se embarca nuevamente en el sexo con fixture bajo los efectos de las drogas para la fertilidad. Comenzando a inflarse como un globo, con el humor de una paciente psiquiátrica que pernocta en un cuarto acolchonado, y un pene amedrentado por el costo de las drogas que su dueño acaba de pagar; el sexo es un chiste de mal gusto.


Pasan los meses, y la gente se sigue embarazando en el barrio, en la cuadra, en la familia y en el 3ºC del edificio donde reside la pareja. Los cochecitos con bebés berreando en los supermercados superan la cantidad de changos con mercadería. Hasta la gata está embarazada, castrada y todo.
Lo que en un principio fue un proyecto, luego un sueño, luego una titánica tarea, ahora es una obsesión enfermiza que lleva a la señora a planear el robo de un neo nato del hospital más cercano.
Mostrando las partes pudendas “once again” ante un ejército de médicos centroamericanos (que vinieron al país para capacitarse) presenciando la enésima ecografía transvaginal con sumo interés, el Dr. Mengele ofrece una Fecundación in Vitro. La mente de la paciente se posa irremediablemente en el recuerdo de la archifamosa oveja Dolly, que fuera clonada en el año 1997. La mente, que juega sucio, imagina a su esposo en la cama con una oveja (como Gene Wilder en “Todo lo que Ud. quiso saber sobre el sexo y nunca se animó a preguntar”) y a ella misma acunando a una bola de pelos que hace bee-bee.
Para afrontar semejante procedimiento no queda otra que acudir a la beneficencia de familiares y amigos. Y al delito, porque los tratamientos son costosos y no los cubren las obras sociales, como si la infertilidad fuera un deseo antojadizo de una pareja caprichosa. Dos meses después, habiendo pagado una fortuna, y con la señora auto-inyectándose hormonas en las piernas cual rockero adicto en Holanda; llega el momento de la captación de óvulos. Otra vez en un quirófano, despatarrada y en bolas, alguien le dice “hasta la vista”. Unas horas después la pareja vuelve a casa con la disyuntiva de elegir freezar el excedente de proyectos de hijos para futuras inseminaciones y/o donarlos a aquellas parejas que no pueden procrear. La idea de que un hijo de ellos ande dando vueltas por el mundo, en el peor de los casos en manos de un tailandés que va a ponerlo a trabajar como mercancía para pedófilos en Phuket los hace perder el poco juicio que les quedaba. Deciden de común acuerdo firmar un consentimiento para abonar el gasto de un lugar en el freezer para sus futuros bebés, como quien paga una cochera en el edificio.
Llegado el día de la inseminación la pareja es expuesta, como un niño de primaria a la germinación del poroto, a una foto de cuatro hermosos blastocitos que serán insertados en la cavidad uterina de la señora que aprieta la foto contra su vientre (como si eso pudiera hacer la transferencia más exitosa “¡miren chicos, qué lindo lugar para vivir por nueve meses!”).
El procedimiento molesta pero la alegría es tan grande que supera al dolor de la arremetida de los instrumentos y al frío del quirófano. Llega el momento de volver a casa, reposo patas para arriba y cruzar los dedos para un resultado positivo una semana después.


El resultado es devastador. No va a haber retoño, ni viaje consuelo porque el dinero se gastó todo ahí…solo quedan las fotos de los blastocitos.
Entonces la pareja decide, en un rapto de altruismo, anotarse en una lista de espera para adoptar un crío. No se sabe cómo ni porqué, comienza a aparecer gente de todas partes que les ofrece bebés de mujeres que están por abortar, lugares perdidos en la frontera en los cuales por unos billetes uno elige un chico y se lo lleva puesto y otras tantísimas opciones ilegales que la pareja no está dispuesta a aceptar. Después de entrevistas con asistentes sociales, abogados, y trámites de todo tipo, la señora se va a trabajar sintiéndose un tanto extraña…pesada y con ataque al hígado. El Chop Suey de “Chinese Palace” tiene gato fileteado, los vecinos del barrio tenían razón. Pero cuando el pantalón no abrocha y el corpiño no contiene, hay dos opciones. Gorda o preñada. En el caso de la susodicha, fue lo segundo, según pudo comprobar mediante un test casero una mañana antes de ir a trabajar. Después de tanto intento frustrado, no pudiendo dar crédito a sus ojos, llamó a Mengele para preguntarle “¿puede ser?”. Media hora después, piernas abiertas una vez más, la imagen de un glóbulo que parpadea y un sonido símil latido confirman la noticia.
Siete meses después, en un quirófano lleno de gente, una cabeza ensangrentada es tironeada de un lado al otro para desenterrar del fondo de las entrañas de su madre a un bebé obeso que llora porque lo están importunando con todo tipo de maniobras.


Los flamantes padres no pueden creer el milagro que acaba de suceder. Después de seis años, cuatro meses y tres días de desesperada búsqueda, después de miles de dólares gastados, consultas, salas de esperas, complicadas maniobras sexuales, lágrimas, peleas, trámites y blastocitos freezados; el retoño había llegado solo y sin ayuda.
El otrora nadador, devenido en blastocito, devenido en globulito latiendo, luego embrión y después bebé obeso; ignora hoy que sus padres tuvieron que recorrer un largo camino para darle vida. El tipo pide dinero para ir a bailar, maldice porque no le prestan el auto y sale de la casa haciendo tanto ruido como el día en el que llegó a este mundo.


domingo, 8 de agosto de 2010

MEDIÁTICOS ARGENTOS

Un desfile de culos, descerebrados, frikkies y herederos millonarios

Si en mi vida existe una constante, esa constante es la televisión. En mi casa se enciende a la mañana y se apaga antes de ir a dormir. No es que alguien la esté mirando atentamente, salvo que haya algo rescatable para ver; en general se prende para que esté ahí…haciendo ruido y compañía.

Últimamente, y para mi total relajo, he visto un desmesurado incremento de la programación basura poblando y multiplicándose en todos los canales de origen nacional. Basta con ponerse a hacer zapping cinco minutos para percatarse de que no solamente no existe absolutamente nada potable para ver, también caemos en la cuenta de que la mierda que se produce en un canal se reproduce en progresión geométrica en los canales restantes.


Con una falta total de ideas y un excedente de mal gusto, este programa madre de todas las miserias que hay para mostrar; muestra lo más bajo de la sociedad envasado en Concurso de Baile con fines benéficos.


¿De qué se compone el cóctel vomitivo?


En primer lugar de un conductor “exitoso” que hace del mal gusto un culto. Desde la forma en que destrata a participantes y personajes secundarios hasta la manera en que se embute dos alfajores en la boca, todo lo que es y muestra es de un patetismo subterráneo. Busca la contienda, alienta el caos, ensalza la burrada y trata a las mujeres como pedazos de carne. Mujeres que elige rigurosamente por su total falta de educación, neuronas y un culo prominente. Grita, saca la lengua, se revuelca por el piso y manosea a quien se le ponga enfrente. Mujer u hombre, mientras facture le da todo lo mismo.


En segundo lugar contrata un excéntrico heredero de una fábrica de chocolates, aspirante a showman que más que un hombre parece un chiste ambulante. Una especie de versión carne y hueso de los muñecos “Action man” con los que jugaba mi hijo. Portador de ciento cincuenta cirugías estéticas para estirarle la cara, inflarle los labios, marcarle los abdominales y contornear los pómulos; este muñeco plástico con neuronas de caucho se las ingenia para multiplicarse en cuanto programa pedorro existe en la televisión argentina. Estrafalario, homosexual reprimido que se hace pasar por latin lover llevando de la mano a cuanta estúpida se deje comprar por un autito y un anillo; el aparato se da el lujo de contar dinero delante de los pobres proclamando a los cuatro vientos cuánto le salieron las botas o el auto que lo trajo hasta el canal. Con un séquito de infradotados que lo cuidan para que alguien no se lo cargue por el puro placer de verlo desaparecer del tubo, el monstruo deambula haciéndose el macho alfa y parafraseando poetas en un inglés venezolano al más puro estilo Chávez. Llora, se pelea, insulta, canta, llora otra vez, se emociona, propone matrimonio en cámara, llora por tercera vez pero no puede comprar con todo su dinero el silencio de otro mediático que cuenta con pelos y señales cómo se enfiestaban entre ellos disfrazados de gladiadores romanos.


La modelito devenida en actriz seria, devenida en señora que no soporta el paso del tiempo, devenida en miren como me cojo un pendejo porque todavía estoy buena, devenida en escracho mediático lastimoso de lengua viperina y cerebro de pájaro.

Esta señora supo ser linda. Es todo lo que supo ser. Puso todas sus fichas en eso. Apostó hasta las joyas de la abuela, con eso nunca le iba a escasear el dinero ni el macho que le caliente la cama en invierno. Lástima, le erró fiero. Después de hacer una media docena de películas berretas e inundar las revistas con las fotos de su culo su estrella comenzó a apagarse. La guita del ex marido se le terminó y necesitó de un nuevo escándalo para posicionarse en las primeras planas “again”. Entonces se fagocitó un ignoto pendejo que supo manosearla en cámara mientras la señora se contoneaba en bolas, sonriendo con la cara llena de botox y la cabellera impregnada de extensiones. Así compró sus últimos ocho años de fama. Trabajando de vedette o actriz de dudosa reputación, llegaba al teatro de la mano del mocoso (ambos a bordo de una motocicleta para que quede bien claro que ella todavía estaba en la década en que las tetas se quedan donde las pusieron y el culo se banca un cola less).


La tonta tontísima con un par de tetas monumentales y un culo para el infarto. De estas suelen pulular unas doce por noche. Nadie sabe de dónde salen, pero son famosas. Supongo que deben figurar en algún catálogo de putas aparte de bailar y decir pelotudeces. Son una vergüenza para el género. Y hablando de género, poco generosos han de ser los vestuaristas que les proveen de un minúsculo trapo que cubre la nada más absoluta. Cosa que la cámara capte cada poro de la entrepierna y cada pezón que se escapa en una rebuscada pirueta que tiene como único objeto que la cría en cuestión quede posicionada abierta como un lechón a la parrilla delante de una cámara que no para de hacer zoom ahí adentro…donde solamente el espéculo del médico ginecólogo puede llegar. Más allá de bailecito, la función de la señorita será trabar un diálogo con el conductor, que no dejará dudas en cuanto a la total ausencia de axones nerviosos debajo de esa brillante cabellera femenina. Balbuceando frases inconexas, la tonta con voz de nena y luces…apagadas, hará mutis por el foro mientras el camarógrafo le encaja la cámara en el medio del orto por última vez en la noche.


El bailarín del miembro generoso y cara de afasia cerebral. Este espécimen fue pescado en un club de strippers. De ahí fue llevado a bailar en paños menores ante la mirada libidinosa de un ejército de mujeres del público que aúllan como si hubieran visto al mismísimo Adonis. Adonis no es más que un señor con la mitad de la cara fruncida y paralizada, músculos de laboratorio, una zunga y un pene largo que es revoleado por su dueño para delirio de los miembros del jurado (valga la redundancia). Y por miembros no solo me refiero a las mujeres, ya que los hombres que “adornan” este jurado se lo llevarían puesto a “pijilargo” por un par de dieses en la puntuación del certamen.


La Lolita. Esta concursante se hace la tontita pero de boluda no tiene un pelo. Tiene el apetito de un Pac Man voraz y sabe que el tiempo es corto. La gravedad juega un rol importantísimo, sabe que tiene que aprovechar ese cuerpazo antes de que pase el tiempo; así que se dedicará a facturar a lo pavote, llevándose todo lo que se le cruce por el camino. Cualquier escándalo es bueno, y si en los cortes comerciales tiene que hacerle una mamada al conductor, lo hará sin un atisbo de duda. Peleará con el Jurado, se arrancará las mechas con las demás participantes y pregonará a quienes quieran escucharla que ella es virgen…de la oreja.


Si esto quedara restringido a las ocho horas semanales que tiene pautado el programa, casi les diría que estamos a salvo. Pero lamentablemente esta porquería vende, y como vende todos los programas se disputan a estos engendros que se pasean de canal en canal llorando sus miserias e inaugurando un nuevo subsuelo en la mediocridad televisiva argentina.


Menos mal que hay cable, que hay libros, que hay cine y que existe el control remoto…