domingo, 28 de febrero de 2010

MOMENTOS GERIÁTRICO-GROTESCOS



MI ABUELA SE CAGÓ (Y NO PRECISAMENTE DE RISA)

Si alguien hubiera conocido a mi abuela, la réplica femenina del Mariscal Rommel, entender esto le resultaría mucho menos gracioso y un tantito más dramático. Pero como soy una partidaria de encontrarle el lado bueno hasta al “Lado oscuro de la fuerza” (con Darth Vader y su ejército de cyborgs incluidos), voy a centrarme en las partes “cómicas” de una historia que en definitiva no lo es tanto.

Como ya la describiera en otra entrada de este blog, mi abuela se fue perdiendo por el bosque, de la mano del Sr. Alzheimer. Como el conejito de Duracel que a medida que se queda sin pilas va enlenteciendo la marcha; mi abuela fue perdiendo la cordura, la conciencia y la paciencia (bue, esa ya la había perdido a los cuarenta cuando su cerebro todavía estaba afinado como un Stradivarius). La pila se fue gastando y los sistemas se fueron bloqueando al compás de un conejito que cada vez toca los platillos con menos ganas. Como una computadora que tiene el disco rígido fragmentado y lleno al 99%, un ejército de troyanos reproduciéndose en todas las aplicaciones y el antivirus sin actualizar; el cerebro de mi abuela entró en un cortocircuito digno de un juguete cuya pila sulfatada termina siendo un peligro para todos los que la rodean.
Entonces nuestro conejito quedó con la vista perdida y los platillos a medio camino del último “CLANK”.

Lejos quedaron aquellos días (de hace tan solo dos años), donde confundía el valor de los billetes adjudicándole un color al precio de cada producto “Este pollo me costó dos marrones” léase $20. “El farmacéutico me cobró un verde, las aspirinas” léase $5. También quedaron atrás los tiempos en los que nos enojábamos porque confundía los nombres de sus bisnietos o intentaba condimentar la ensalada con detergente aroma limón. Momentos preciosos en los que se tildaba preguntando cien veces por el mismo tema tabú y espinoso que no debía tocarse en la mesa dominical porque todos terminábamos a las patadas mientras ella sonreía, satisfecha, como La Gioconda. Confundía la hora en su reloj, pero tenía claro que era de día según la posición del sol o que era momento de almorzar por el rugido de su estómago teflonado y un apetito voraz. Tratábamos infructuosamente de corregirla con la secreta esperanza de que volviera a aflorar esa mujer insoportable que nos tenía a todos zumbando. Pero el descenso ocurrió indefectiblemente sin nuestra anuencia. Entonces nos enteramos que prolijamente producida con un camisón rosado, una cartera Chanel, medias tres cuartos negras y sandalias beige sin talón; la habían encontrado en la puerta del edificio intentando embocar la llave en la cerradura para tomar un taxi que la llevara al dentista(a las cuatro de la madrugada). Como un personaje salido de una peli de Almodóvar (perdón Maite), esta caricatura grotesca de lo que alguna vez fue mi abuela, se levanta a desayunar cuando el resto de la población se acuesta…haciendo carne la canción de María Elena Walsh “En el Reino del revés”. En ese Reino vive y gobierna esta señora con la vista perdida entre el año 41 y el 68, que destronó a mi abuela y anidó en su cabecita. Cual Comandante de un país sin timón, esta Reina va sembrando el caos y la anarquía a su paso. La llave del gas abierta intoxicando a los vecinos; los remedios para la presión triturados en un frasquito con resabios de aspirinas, dos grageas de laxantes, una docena de cuartitos de tranquilizantes y dos granos de balanceado para gatos que levantó del piso de mi cocina convencida de haber recuperado el somnífero que se le cayó ahí mismo la Navidad del 2004; sus paseos nocturnos por el edificio manteniendo conversaciones con un hermano del Che (al que siempre le recuerda que ella padecía de asma igual que Ernestito); y un sinnúmero más de situaciones nos convencieron de que el barco estaba a la deriva.

Ya no la dejamos más sola. En la semana está acompañada y los fines de semana la traemos a casa. Entonces el problema se nos hace cada vez más evidente. Su brújula desmagnetizada, su norte perdido, su nave sin control. Ya nada es como antes. Deambula sin paz y sin rumbo. Se sienta, se acuesta, se para, se le antoja un té, busca una bombacha en el bolso…todo en un lapso de 7 minutos. Nos descuidamos un segundo y está martillando milanesas…de GATO VIVO. Nos damos vuelta y se está enjabonando la cara con destapacañerías. Se lava las axilas a las dos de la mañana usando crema antiarrugas como desodorante, le pone sal al té, edulcorante a la pomarola, se escapa a tomar baños de luna (siempre con pantalla solar como es su costumbre desde que se hizo su primera cirugía estética hace cuarenta años).
La noche es un guión digno de una zarzuela loca. Desorientada más de lo necesario por el cambio de geografía, y un tanto apurada porque en un descuido se nos atiborró de laxantes, va por la casa chocando con los muebles en busca del baño…lugar que rara vez encuentra, con el resultado que no pienso ponerme a describir.

El desenlace se resume en una palabra: Geriátrico.
Entramos al lugar, mi vieja y yo, tragando saliva y pescando lágrimas con la punta de la lengua. Caminamos como dos intrusas bien por el medio del salón, más por respetar la privacidad de los ancianos que por miedo a quedar encerradas (o acuchilladas por algún abuelo, que en un rapto de ira, nos pudiera confundir con la hija que lo archivó ahí dentro). Aunque el lugar es impecable, y para nosotras no existe alternativa posible se nos dio vuelta el estómago. No es Hogwarts, Harry Potter no va a ser el compañero de nuestra Hermione, no hay clases de magia ni hechicería…y sabemos perfectamente bien adónde conduce el andén 9 y ¾…
Quizás las únicas similitudes con la archifamosa escuela de magia sean un par de anteojos rotos pegados con cinta y que mi abuela, cuando estaba en sus cabales, supo ser una bruja…que aunque bruja muy bruja no se merece este pasaporte a Hogwarts de la mano del Profesor Alzheimer!





sábado, 20 de febrero de 2010

PURCUA (esta en francaise argento, sabed comprender)



Las incógnitas más insondables del mundo mundial (según mi subjetiva subjetividad, después de todo es mi blog y en este pedacito de mundo virtual nos gobierna una insana monarquía. Firmado: Moi)



¿Por qué hago un esfuerzo sobrehumano para no despegar los párpados evitando que asome un atisbo de luz que pudiera desvelarme una hora antes de que suene el despertador, para descubrir con horror (sentada en el inodoro haciendo pis), que en el tubito de cartón solo queda un centímetro cuadrado de papel higiénico?


¿Por qué todavía la ciencia no me ha sabido explicar en qué gen de mi cadena de ADN habita la instrucción “QUEMARÁS LAS TOSTADAS”?. ¿Mi hijo no las quema, será que ese gen no se lo he transmitido a la descendencia, o el pibe es adoptado por lo tanto ese exceso de gordura del año 94 fue un embarazo psicológico y/o una sobredosis de hidratos de carbono en la dieta?


¿Por qué cuando quiero dormir no puedo y cuando no puedo quiero? ¿Es insomnio, histeria soporífera o gataflorismo onírico?


¿Por qué cuando entro a casa todas mis mascotas me miran fijo como si fuera el Dr. Doolittle? ¿Cómo saben que yo sé lo que ellos me están diciendo? ¿Tengo un don, soy la reencarnación de Noé o me faltan un par de jugadores?


¿Por qué siempre me quemo la mano cuando agarro la pava? ¿Soy pavota? ¿Soy “a mentally challenged lady with learning disabilities”, o una pajera a la que le da fiaca estirar la mano para descolgar la agarradera?


¿Por qué siempre me pongo en la fila del peaje que avanza más lento? ¿Tengo un detector de boludos, máquinas descompuestas y empleados inoperantes?


¿Por qué siempre que tomo helado termino enchastrada como a los cuatro años, cuando la abuela Vicenta me llevaba a tomar el “sanguchito” helado que hacía agua por todos los costados?


¿Por qué siempre que me pongo pantalones blancos llueve? ¿El color blanco es parte de algún rito ancestral indígena para invocar la lluvia sobre las cosechas? Y digo lluvia…ni siquiera menciono diluvios (que es lo que sucede cada vez que tengo los pantalones blancos puestos y el paraguas bien guardadito en casita).


¿Por qué cuando me engripo y padezco trances febriles sueño que tengo dieciséis añitos y mi Pediatra es Doug Ross (a.k.a. George Clooney)?


¿Por qué siempre que tengo un antojo musical, el maldito CD se esconde de mi vista obligándome a repasar los doce malditos estantes unas quince veces? ¿Será porque la última vez que lo escuché no respeté el orden alfabético al guardarlo o sencillamente debería ponerme los anteojos antes de comenzar la cacería?


¿Por qué casi todo lo bueno de la vida engorda, hace mal, cae pesado, es ilegal, está mal visto, hiere la susceptibilidad de los sensibles, hace doler la cabeza, te revienta el hígado, es caro, vive en el otro hemisferio, es políticamente incorrecto, es moralmente reprochable, te hincha, te pica, es pecado, sabe a poco, no dura, no abunda, se acaba y te acaba?


¿Eh?



viernes, 12 de febrero de 2010

MMMM NO SE…



El indeciso

Si estás a punto de estallar por combustión espontánea, si súbitamente te ves apoderado por un rapto de energía homicida, si se te nubla la vista y te acordás de los diez asesinos seriales más letales del mundo, si los globos oculares se te salen de las cuencas, si destilás espuma por la boca, vapor caliente por las fosas nasales y humo por las orejas; probablemente te hayas topado con un indeciso.
Estas criaturitas blancuzcas y endebles se debaten en un puzzle intercraneal para tomar la más mínima e insignificante decisión. La simple compra de un shampoo los puede dejar exhaustos. Que si llevan paraguas, que si va a hacer calor, que si este colectivo los deja mejor que el otro, que si toman por la ruta tal o cual; los indecisos viven en una nube plomiza donde los grises no existen, todo se reduce a ceros y unos como un código binario…un damero de blancos y negros. Si o no. Compro o no compro. Subo o bajo. Freno o acelero. Pizza o empanadas. El dilema los vuelve locos todos los días de sus gelatinosas existencias. El tema radica en que no se joden la vida solitos. No, no. Le joden la vida al resto de las personas que tienen una decisión tomada y tuvieron la mala leche de estar dos lugares detrás en la fila del banco, el cine o en el mostrador de la pizzería. Hablando mal y pronto “no hay poronga que les venga bien”. Y esto tiene una influencia directa sobre la gente que los rodea.
Cinco situaciones clásicas donde el indeciso te deja en un estado de espasmo muscular o en la puerta de la Comisaría más cercana:

La fila de la boletería del cine o el teatro

Comprar dos entradas les puede llevar una vida. Si entran a la primera función, como está empezada se pierden la publicidad y los avances. Pero si entran a la siguiente no les queda tiempo suficiente para comer. ¿Y si van a un Fast food?. No, mejor a la parrillita de enfrente. Pero tardan en atender, entonces no llegarán a la segunda función. El tema es que para la primera solamente quedan entradas de la fila A a la E. Entonces elegirán la E (para todo esto ya hace veinte minutos que están en el mostrador y la empleada tiene cara de estufadita MAL). La E tiene asientos laterales, por lo tanto pedirán el planito de la sala para saber a cuántos metros de la pantalla están. En el momento que deciden tomar las ubicaciones, las mismas fueron vendidas por otro puesto. Vuelta a empezar. Vuelta a pelar el mapita de la sala. Y así hasta que deciden cambiar de película. Si fuera el juego de la Oca, estamos otra vez en el punto de partida y con la Oca expirando de aburrimiento.

Alquilando un toldo en un balneario

Esto lo comprobé con mis propios ojos. El indeciso pide el mapa del balneario. El encargado señala con el dedo las ubicaciones disponibles. La hija del indeciso repite como un lorito degenerado “quiero ir a la pileta, quiero ir a la pileta, quiero ir a la pileta”. El padre preguntará por enésima vez si el toldo tiene el sol de mañana o de tarde. Y si las banderas miran para el Sur, el viento viene del Norte por lo tanto quiere asegurarse de que la ubicación lo proteja del viento. ¿Es esa ubicación segura? ¿Mira hacia Mar del Plata o hacia Miramar? ¿Si llueve de costado nos mojamos? El ferrocarril de inquisiciones terminará con un dubitativo “bueno, la 96 está bien”. El encargado, a estas alturas ojeroso y con los huevos al plato, festejará la decisión y extenderá la factura como bandera de triunfo. No nene, no cantes victoria, el indeciso pedirá salir al balcón de la oficina para ver con sus propios ojos los dos metros cuadrados de arena que está a punto de alquilar por ocho horitas (tampoco es que te compraste un loft en la Capital, man!). Mientras la gente se apiña en la entrada de la oficina con cara de horror y sin entender el motivo de la demora (salvo una señora y yo que fuimos testigos de la conversación), el indeciso se debate entre pagar con tarjeta de débito o crédito. Una vez hechas sus cuentas, se decide por la de crédito. Ahora le falta decidir si American o Visa. Todo esto transcurre al mismo tiempo que la infanta Carolina del Huevo inflamado repite cual androide tildado “quiero ir a la pileta, quiero ir a la pileta, quiero ir a la pileta”. Inmutable, la madre bosteza y pregunta si la ubicación es buena o mejor cambiamos de pasillo para estar más cerca de la pileta. Y ahí me cerraron todos los crímenes aberrantes que ví en True TV. Me cerró el “homicidio atenuado por emoción violenta” y si hubiera tenido un arma estaría escribiendo esto desde el Penal de mujeres de Ezeiza. El tipo todavía debe estar ahí debatiéndose entre el pasillo A o F…

Encargando pizza para llevar

La pregunta del millón: ¿Puedo pedir un tercio de queso, otro de cebolla y otro con tomates? No pedazo de infeliz, no se puede. Luego de releer el menú con las veinte variedades diferentes, preguntará cosas insólitas: ¿La de palmitos puede llevar anchoas, huevo, choclo y ananá y seguir llamándose napolitana de tomates con ajo, porque la quiero completita, eh? Imaginen esta situación en un verano agobiante, una fila de doce personas que quieren llevarse su pizza e irse a la cama, con un personaje de estos que hasta pregunta si puede cambiar el combo 2 por el 3 pero agregarle media docena de empanadas y seguir pagando el precio del 2 (y una Coca gratis). Seguramente manotee el celular para consultar en casa, donde vive un ejemplar de idénticas características y que probablemente agregue nuevas dudas en lugar de disiparlas. “Preguntale si con una grande comemos 11 personas”. “A ver si la pueden hacer sin sal porque mamá se queda a cenar y tiene la presión alta”. “Preguntale si la de cebolla tiene mucho gusto a cebolla”. Para salvarles la vida, lo más cauteloso es correrlos de un codazo en las costillas y hacer nuestros pedidos (la horda hambrienta que espera detrás estaría más que satisfecha en convertirse al canibalismo si el indeciso fuera el plato principal).


La fila del cajero automático del Banco

Nunca entendí porqué hay gente que demora tanto frente al cajero. Y no estoy hablando de gente mayor a la cual le resulta más complicado entenderse con una pantalla touch o una computadora. Hablo de indecisos de veinte o de treinta añitos que se pueden llegar a pasar unos buenos veinte minutos jodiendo con la maquinita mientras uno transpira como un lechón. Dan ganas de cazarlos del cogote y meterles las cabezas en el buzón de los depósitos. ¿Cuántas operaciones se pueden hacer en un cajero? ¿Se puede chatear o encargar zapatos por Internet? ¿Le ponés un vaso y te da 7UP con cubitos? Francamente no entiendo la demora. Imprimen papelitos, vuelven a meter la tarjetita, están diez minutitos mordiéndose las uñas mirando la pantallita y oops…al fin se dan cuenta que están en el cajero de extracciones y ellos vinieron a hacer un depósito. La fila en el cubículo es una espiral de gente enardecida que no puede creer como alguien puede ser taaaan pelotudo. Que si saco todo, que si lo dejo, que si me roban, que me olvidé la clave, que si la pongo mal y me traga la tarjeta. Todos estos son devaneos de una psiquis averiada que pide a gritos un terapeuta y/o algún psicotrópico que lo libere del trance dubitativo del cual somos todos esclavos.

En la ruta

Son los que no saben si quedarse en el carril de la izquierda o el de la derecha. Entonces van zigzagueando su locura bien por el medio de los dos carriles. Cosa de cagarles la salida a todos los que vienen detrás. Son los que te ponen el guiño para la próxima salida pero no bajan. Hasta que en la salida posterior, se te cruzan en forma abrupta sin ninguna señal que indique que se quieren bajar de la autopista. Son los que en los peajes van haciendo eses de una casilla a otra porque no están seguros de cuál les conviene más. Y también son los que se van probando todos los lugares para estacionar, en la hora pico en una calle angosta, metiendo el auto de culata y arrepintiéndose para volver a probar tres metros más adelante y así sucesivamente. El concierto de bocinas es perjudicial para la salud (pero el indeciso no se entera porque la vocecita de la duda que lo asalta repiqueteando en el cerebro es mucho más poderosa que el ruido de la calle).


¿Porqué tantas dudas? ¿Porqué les cuesta tanto decidir? ¿Alfajor blanco o negro? ¿Avión o tren? ¿Mate o café? ¿Efectivo o tarjeta? ¿Nafta común o super? ¿Coca Light o Zero?
¿To be or not to be? Parece que Hamlet también tenía sus dudas…