domingo, 28 de noviembre de 2010

RUIDOS MOLESTOS


Cinco situaciones sobre los peores momentos para tímpanos sensibles

A la gente le importa una mierda otra gente.  Y con esto me refiero a que la persona que está haciendo tu vida miserable haciendo interferencia en la comunicación entre tu oído y tu cerebro, profiriendo aullidos de 500 decibeles o serruchando un árbol a las dos de la tarde de un sábado, le resbala si te estalla el cerebro o no podés dormir la siesta.
Porque es imposible que no se planteen el hecho de que están desbalanceado el medio ambiente, espantando aves y especies autóctonas, despertando gente y mutilando tímpanos sin piedad.  No admito que no tengan registro de esto, a las pruebas me remito: ayer a las dos de la tarde (sábado) un infeliz con tapones de cera en los oídos y una máquina de cortar pasto descalibrada, estuvo dos horas sostenidas torturando los cerebros del barrio a pesar de que los vecinos de cinco cuadras a la redonda lo puteaban sin asco.  No solamente escuchaba las puteadas, el muy hijo de puta las contestaba.

Es por esto que me permito hacer un Top Five de los ruidos más molestos que he escuchado (todos adrede y producidos por gente que debería ser colgada de los genitales en las Plazas Públicas como escarmiento y ejemplo)

NIÑOS SUFRIENDO EN RESTAURANTES FINOS A LAS DOCE DE LA NOCHE

Escena de lo más común: Niño de dos años destruido de cansancio deambula sonámbulo entre las mesas de un restaurante de lujo.  Los padres y abuelos cenan felices a la luz de las velas mientras el mozo descorcha un burbujeante champagne.  El párvulo se menea de aquí para allá intentando embocarse el chupete en el ojo y la mamadera en el culo.  Como ninguna de las dos actividades lo satisface (más bien lo frustran), el pichón de Tarzán llena de aire sus mini pulmones y ejecuta un alarido digno de Mick Jagger sobre el escenario.  Sin el talento para el canto y la habilidad para estallar copas de cristal de María Callas, el pendejo aúlla ante la mirada condescendiente de unos padres que nacieron sin oídos o se los amputaron al parir el demonio de Tasmania que sigue berreando como un lobo estepario.  Sin levantar medio milímetro el culo de la silla, los padres chocan las copas y dejan que el mocoso busque asilo político en cualquier falda femenina en la cual decide dejar una gruesa capa de mucosidad verdusca.  Conforme va gritando, dos burbujas de moco salen de los orificios nasales; la abuela: bien gracias.  Ni siquiera se para para limpiar el desastre con una servilleta.

MUJERES QUE NO SE ESCUCHAN Y GRITAN COMO UN DEMONIO

Mismo restaurante (juro que es verdad).  Mujer de unos treinta y tantos le explica a sus amigas todo su periplo matutino.  En un tono de voz similar al que utilizó Master Chief John para convertir a Demi Moore en un Marine de los Navy Seals, la señora nos hace saber cuánto le costó la depilación definitiva de sus partes, que arrasó con el bosque que alguna vez forestara sus genitales, que pagó en tres cuotas con tarjeta y que su hija menor vomitó la chocolatada y los cereales del desayuno en el asiento trasero.  Todo esto mientras intentás llevarte unas costillas de cerdo con salsa barbacoa a la boca.  Como si esto fuera poco, tu pareja te habla pero solamente ves una boca que se abre y cierra en un vano intento de comunicación.  Porque el vozarrón de la señora ocupa todos los canales y te deja fuera de combate.  El resto de la velada te comunicarás por señas.

EL BOLUDO DE LA MAQUINITA DE CORTAR PASTO

Este imbécil descerebrado vive en la Ciudad, y tiene casa de fin de semana donde vos vivís.  Viene buscando la paz del campo.  Para destruirla, obviamente.  Con un vaso de vino encima en el almuerzo y la pastillita “todomechupaunhuevo” que te clavaste a la mañana (por prescripción médica), la siesta no debería ser un problema.  Te equivocaste.  En bolas, babeando y abrazado a la almohada bajo el tenue vientito del ventilador de techo caerás en la cuenta de que esa dulce modorra va a ser interrumpida por el ruido de un motor fuera de punto de una máquina de cortar pasto que parece un helicóptero desmadrado.  Cruzando los dedos desearás que la faena termine pronto, pero la muy puta no regula y se le apaga cada dos por tres, con lo cual la tarea terminará cuado tu siesta haya llegado a su fin.  Lo peor del caso es que lo puteaste cincuenta y ocho veces pero jamás te escuchó.

EL DISC JOCKEY DEL BARRIO

Tarado como pocos, este engendro del Mal, hijo bastardo de Darth Vader y Ursula de los Mares está convencido de que su gusto musical es compartido por el resto de los vecinos.  Como a él le gusta, seguro que a los demás les encanta.  O bien, no lo conocen, es hora de que desasne musicalmente a mis congéneres.  Muñido de dos gigantescas torres de parlantes, el bobo enganchará un hitazo (así los llama él) detrás del otro.  A las dos de la tarde de un sábado o domingo.  Cumbia, reggaeton, merengue, hip-hop, rap o cualquier otro ritmo ideal para conciliar el sueño serán los elegidos en este espiral musical random diseñado para provocar epilepsia y sordera.

LA BOCINITA DEL ORTO

El adicto a la bocinita no tiene paz.  Porque con la misma asiduidad que se prende de la bocina del auto o el cuatriciclo, bien podría masajearse las partes para descargar un poco de esa ansiedad que lo corroe por dentro.  Ni se plantea que la gente de la cuadra pueda estar durmiendo luego de una semana de arduo trabajo.  El quiere que su amiguito salga de la casa.  Entonces tocará y tocará la bocina.  Primero pequeños toquecitos.  Luego apoyará la mano con alma y vida sobre el volante hasta que el ruido ensordecedor haga bajar al marrano que tiene por cómplice.  Una vez en el auto, el boludo saludará a la madre del amigo.  No con un beso, no con un agitar de manos o un guiño del ojo.  No, con la puta y condenada bocina del auto.  Y si llegara a ver más conocidos en su periplo hacia vaya a saber dónde, seguirá demostrando su afecto a puro bocinazo.  Un imbécil, con todas las letras.


Remedio:  Tapones de siliconas.  Un rifle de aire comprimido.  Una catapulta de agua caliente.  Un perro asesino.  Un planeta deshabitado…



domingo, 19 de septiembre de 2010

MIS QUINCE DÍAS KAFKIANOS

Dedicado a Ana, quien tradujo mi alegoría cinematográfica “almodovariana” a una mucho más gráfica y literaria: “kafkiana”


No sé ni por dónde comenzar, así que lo haré por el final. 
Estoy sentada en mi bunker escribiendo, sintiéndome un insecto; acabo de despedir a mi madre y a mi abuela que vinieron de visita el fin de semana.
Para quienes no hayan leído entradas anteriores, mi abuela tiene Alzheimer;  mi madre es lisa y llanamente un dolor de huevos número quince en una escala de uno a cinco.
He juntado material para escribir quince tomos de una novela de terror, pero esa sucesión de hechos está tan mezclada en mis neuronas que voy a tratar de escribir los episodios en el orden en que los vaya encontrando debajo de la duramadre.

Capítulo 1

Mi madre me llama por teléfono.  Le explico que estoy trabajando, me suena el interno y unas tres personas me miran esperando una respuesta que, se supone, yo debería darles si no estuviera hablando con ella.  Como mi interlocutora es el tren bala a la hora de escupir palabras a pesar de su apnea post sesenta años ininterrumpidos de cigarritos (tres paquetes por día para ser más exactos), no me queda otra que cortarle.
La culpa me asalta, la imagino con los ojos vidriosos y el tubo en la oreja escuchando el “tu-tu-tu-tu”.  Me hago un rato libre y salgo a llamarla a la calle.
-Hola, qué pasa? (yo)
-Nada, nada, “snif” (ella)
-Estás llorando? (yo)
-Nooo, qué va “snif” y un sonido similar a succionar mocos de un vaso con un sorbete de colores (ella)
-Bueno, algo te pasa… (yo, con es estómago hecho una pelota de basquet)
-Si.  Es que quiero saber cómo puedo matar a tu abuela y que parezca un accidente (ella, con vocecita de Lobo de Caperucita)
-Podrías hacer la “gran almohada”, lo ví en varias pelis, el asesino siempre queda libre (yo, hablando seriamente)
-O también puedo pegarle con algo en la cabeza (ella)
-Buscate un abogado aunque no creo que puedas pagarlo (yo)
-La odio (ella)
-Te odio (yo a ella)
-Yo también (ella a mí)
-Me voy a trabajar, me quedo mucho más tranquila, gracias! (yo)
-Chau, snif, ah ah ah, buahhh (ella trabajando mi culpa a dos manos)

Capítulo 2

Entro al baño.  Creo que estoy en los albores de mi metamorfosis.  Quince millones de mosquitas negras sobrevuelan una montaña de caca que sale de la rejilla.  Vivo en el campo por elección, cambié cloacas y tecnología por pájaros, insectos y mierda.  Un negocio redondo.  Comienzo a sentir mis alas.  Me miro al espejo y veo una cucaracha gigante que quiere volar a la civilización.  Me preocupo.  Debe ser la mezcla de alcohol con las cuatro noches durmiendo tan solo tres horas que llevo.  Me descubro parada frente al espejo manteniendo una conversación muy real con el Cristo del rosario que llevo atado a la tira del corpiño cual adolescente que lleva ristra de ajos al cuello en peli de vampiros.  Tengo que dormir, debo dormir.  Así que me siento en la computadora y me cago en mi autodeterminación.  Es más, me ocupo del comienzo de mi autodestrucción.  Decido postergar el tema del pozo ciego y la caca.  Volaré con mi alas de cucaracha a un lugar mucho más alegre e higiénico.  Ese lugar es youtube, estoy paseando por Escocia, escondida en mi universo paralelo.  ¿Quién dijo que la evasión es mala?  Si fueron Freud o Lacan, pues se pueden ir los dos a la mismísima mierda: Bienvenidos a mi baño beneméritos doctores.

Capítulo 3

Día viernes en el trabajo.  Pandemonio frenético.  Teléfonos que suenan, gente que pregunta, gente que protesta, gente que busca gente, casillas de mail inundadas y un ruido que molesta.
Mi celular que no para de sonar.  Por cada llamada perdida, un texto avisando.  Un texto avisando que mi padre me está buscando desesperadamente.  Como conozco la letra de ese tango al dedillo, decido posdatar la devolución del llamado. 
Al rato lo llamo, soy la hija, debo llamarlo.

-Hola, papá?
-Hija, por finnnnn, te he llamado infinidad de veces! (con voz resquebrajada cual lamento etrusco)
-Pasó algo? (vayamos al grano que se me escapa la cucaracha)
-No…snif…es que quería escuchar tu voz antes de…(no sé si musicalizar con bandoneón o canzonetta italiana dadas las raíces étnicas de mi progenitor)
-Antes?  Antes de qué? (lo imagino limpiando el caño de su pistola Luger 9mm.)
-El final está cerca…(ahora la cucaracha escucha Wagner a todo volumen)
-Qué final? (la cucaracha es corta de entendimiento o no puede dar crédito a lo que escucha)
-Mi final…(pausa de las que en el cine sirven para acojonar)
-Estás enfermo? (y bueno, es el padre de la cucaracha, hay un cariño completamente infundado)
-No, pero estoy cerca…(visualizar a Al Pacino senil, con la gorra puesta, recorriendo la parra en Sicilia)
-Bueno, eso no lo sabemos, hay gente jóven que muere todos los días (la cucaracha se peina las antenas raya al medio mientras rema una conversación que está a punto de entrar en un loop macabro)
-Pero yo ya tengo pasaje…a mi edad…(silencio para insertar una dosis de culpa en el centro del cuore)
-Bueno, no pienses en eso, pensá en la cucaracha que cuando la pisas le sale la cremita de adentro (yo, otra vez conversando mi amigo invisible y mi papá disfrazado de Vito Corleone masacrado)
-Nos vemos, dale? (mutis por el foro para el insecto que huele el Raid a distancia prudencial)
-Bueno hija…

Capítulo 4

Martes.  Voy a sacar dinero al cajero.  Tengo dos personas delante y una impaciencia monumental.  Trago saliva y repito para adentro “tranquila, solo dos personas”.  Como si fuera una máquina tragamonedas del Casino flotante, el señor que hace uso del cajero, toca botones mientras la máquina le escupe papelitos como balas de metralla.  Bip-bip, el aparato le vomita la tarjeta.  El corazón me da un vuelco (poética forma de hablar de una taquicardia grossa).  Con un pie a punto de avanzar dos pasos, se me borra la sonrisa mirando como el tío pela billetera con tarjetas de todos los colores.  Como era de esperar, las prueba TODASSSSS.  Después de quince minutos de rutilantes  “game over”, el imbécil se da media vuelta.  Listo, la señora que tengo delante se ve más avispada.  La avispa y la cucaracha en la fila del cajero.  Toda una metáfora.  La avispa construye el panal con papelitos y boletitas; toca todos los botones, hace sonar todos los sonidos disponibles.  Luego le propina un golpe a la pantalla.  Estoy a un tris de hacer justicia por mano propia en nombre de mi adorada maquinita expendedora de billetes.  Me contengo porque tengo sueño, llevo ocho días durmiendo tres horas, se de lo que soy capaz cuando estoy con abstinencia de sueño.  La avispa se retira ignorando el peligro que corrió.  Saco dinero en dos segundos (todavía no entiendo a los que ese sencillo trámite les lleva más de un minuto).  Me hago un favor, no miro el saldo del papelito, lo hago un bollo y lo tiro al fondo de la cartera.  Me voy volando.
El vuelo no dura mucho.  Quiero llegar al nido pero necesito combustible.  La fila de la estación llega hasta la ruta.  Estaciono y me miro en el retrovisor.  Las antenas me llegan a la cintura.  En el asiento de atrás, las plañideras del velorio de mi progenitor susurran plegarias en latín.  Necesito un café o un chaleco de fuerza.
Media hora después llega mi turno.  Me informan que el surtidor no tiene el tipo de combustible que necesito.  Pues yo no estaría taaaan de acuerdo.  Voy a comprar una caja de fósforos, arranco la manguera y le prendo fuego a toda la manzana.
Golpeando la cabeza contra el volante intento una maniobra marcha atrás para enfilar hacia otro surtidor.  Un apuradito casi me parte el auto.  Bajo la ventanilla y le reproduzco el repertorio completo de las barrabasadas más grandes que conozco.  Una señora se muerde el labio inferior mientras ríe, me señala y habla con el empleado de la gasolinera.  La cucaracha, en un desorden genético sin precedentes, ha generado un aguijón digno de una mantarraya.  Le pongo el auto en las rótulas, bajo la ventanilla y la trato de “mal follada”.  Le saco fotos con el celular y le informo que abriré un grupo en Facebook para comentar el tamaño inusitado de sus caderas, el peso de su culo celulítico y la tristeza de sus magras tetas caídas.  Huye despavorida.  La cucaracha vuela con el combustible recién adquirido, previendo una denuncia por parte de la agredida.  Necesito un Psicólogo, un Abogado, un Plomero y un Spa (no necesariamente en ese orden).

Capítulo 5

Llego al nido.  El hijo de la cucaracha dice que estamos sin teléfono.  Décimo sexta vez en tres meses de línea nueva super guay del proveedor de Internet.  Con demanda iniciada “ha lugar” y arreglo firmado dos días antes, compruebo efectivamente que me han debitado la cuota otra vez por un servicio inexistente.  Si llamo desde el celular al servicio técnico, con un menú telefónico de esos que son para entrenar la paciencia del Saltamontes de Kung Fu, corro el riesgo de quedarme incomunicada sin saldo en el móvil.  Decido dejar escapar a la cucaracha y le presto mi casilla de mail.  Arde el teclado, el insecto poseso no para de producir veneno e improperios.

Capítulo 6

Sábado a la mañana.  Me invade una sensación de inexplicable felicidad.  Despatarrada en la cama hago planes para aprender chino en el Supermercado, lavarme la cabeza y estrenar una crema para peinar nueva, sacar fotos, encontrarme con amigos…
Abro la canilla.  Un sonido del fondo de las entrañas de la casa augura un negro futuro.  Glu-glu-tac.  Una gota se estrella contra el piso de la bañera.  Es evidente, no hay agua.  Hay pelo sucio.  Hay olor a pata.  Hay ropa sudada.  Hay conversaciones con una imagen de la Vírgen de Schöenstatt (la orden de monjas alemanas que dirigían el colegio donde cursé el Secundario) que me habla desde la mancha de humedad del techo del baño.  La señora me reta porque incurrí en blasfemias, deshonré a mis padres, utilicé el nombre de Dios en vano y pequé de gula.  Le discuto pero ella entabla una conversación con el Abogado del Diablo, quien extrañamente patrocina al clero iniciándome acciones por calumnias e injurias.

Esperando a que el agua brote en forma milagrosa, en pelotas y pantuflas de toalla color rosa adivino mi cara reflejada en la canilla.  En ese preciso instante sale del desagüe una espantosa criatura color marrón, brillosa y con dos largas antenas.  Me mira.  La miro.  Me saco la pantufla y la aplasto hasta que estalla.  Con asco junto las partes, la mano envuelta en un bollo inmenso de papel higiénico.  Igual la siento moverse.  La tiro al inodoro.  La desgraciada se ríe y me dice:

-Te olvidaste de pagar la moratoria del impuesto inmobiliarioooooooooooooooo! 








domingo, 22 de agosto de 2010

FABRICANDO BEBES


Cuando concebir es un trabajo tortuoso



Cuando una pareja fantasea con formar una familia, todavía a años luz de tan siquiera consignar una fecha para casarse/juntarse/acoplarse; la conversación sobre la prole se filtra como el sol por las rendijas de la persiana del dormitorio donde pasaron la noche juntos. Como ninguno de los dos se ha puesto a pensar seriamente en los miles de vericuetos que trae aparejada la paternidad y lo más serio que han hecho al respecto fue comprar el mejor anticonceptivo del mercado, la inocente cháchara comienza a dar forma al modelo de familia ideal que se desea. Entonces surgen las típicas expresiones de deseo pelotudas tales como “quiero una familia numerosa como la de los Von Trapp, y mudarme a Salzburgo” (con la total ignorancia de quien después del sufrimiento del primer parto va a ser obligada a abrir las piernas con una palanca), “quiero una familia numerosa como la de mi Abu Conce” (desconociendo que la Abu Conce era más fértil que una coneja y rechazaba los embates del Abu Gregorio muñida de un palo de amasar para asegurarse un sueño sin interrupciones y evitar el noveno embarazo), “quiero que seamos muchos como en las pelis americanas, así compramos una VAN para salir de vacaciones” (¿VAN? Vas a tener que ganarte el LOTO para mantener a semejante ejército de infantes), “quiero dos nenes seguiditos, luego un descanso de tres añitos, y luego dos nenitas” (como si uno pudiera encargar por catálogo, con la asistencia del staff completo de genetistas de la Universidad de Columbia y al mismísimo Dr. Mendel haciendo cócteles de X e Y para hacer un delivery perfecto del bebé con pitito que continúe el apellido paterno), “quiero la parejita, primero el varoncito para que cuide de su hermanita…ah y que los dos sean rubiecitos de ojitos verdes…y que nazcan en primavera así no paso calor y ellos no pasan frío” (la puntería de Dios, necesitás LOOOOCAAAA!).


Pasa el tiempo y la idea toma forma y color. Seguramente, luego de ver lo mal que lo pasan las parejas amigas con dos bebés caminándoles por la cabeza, el número de prole deseado descenderá en forma abrupta a menos de cuatro.
Viene la unión, la mudanza, la convivencia y por un tiempo la idea queda en stand-by porque “la verdad es que así estamos fenómeno, vamos adonde queremos, hacemos el amor arriba de todos los muebles del minúsculo departamento de dos ambientes y no tenemos lugar para poner pañales ni juguetes”.
Pero el llamado de la naturaleza está en camino…y conforme van pasando los tiempos y los embarazos de amigos, familiares y vecinos, el llamado se convierte en un aullido y luego en una marcha de Wagner. Entonces, el peor error que se puede cometer en la historia de los errores familiares, es comunicar a la familia en medio de suculento asado dominical “estamos buscando un bebé” (como si fuera la búsqueda del tesoro, pero sin pistas ni papelitos). Comentándoles a las mujeres de la familia en la cocina, los detalles sobre el revoleo del diafragma al inodoro, brindando con ojos acuosos; la futura madre ignora la magnitud del boomerang que ha lanzado al Cyber espacio. Los hombres, esperando el postre en la mesa, hacen toda clase de bromas de índole sexual aconsejando al semental sobre posturas en la cama, dietas, piruetas y afines.
Pasan los dos primeros meses y nada, para sorpresa de los futuros padres que pensaron que fabricar bebés era soplar y hacer botellas. La intranquilidad comienza a acrecentarse al tercer mes, cuando la futura madre siente el líquido caliente entre las piernas, señal de que ha menstruado con la precisión de un relojito suizo. Entonces, lo primero que hace la parejita es acceder a la madre de todas las cosas buenas: Internet. Allí aprenderán que concebir puede llevar hasta un año de intentos infructuosos y que la desesperación juega para el equipo contrario. Pero como uno es humano y está acostumbrado a que 2+2 sea 4, vuelve a la carga cebado como un tiburón después de haber probado carne humana. Pasan tres meses más y nada, pasan seis y se embaraza la parejita que conocieron en la luna de miel (si si, esos dos con cara de no saber el domicilio de la vagina), pasan dos meses más y se embaraza la cuñada, y la portera y la casera de la quinta y la esposa del archifamoso futbolista, y la prima de la compañera de oficina, y la recepcionista de la empresa donde trabaja él, y…más de medio planeta tiene panza, un bebé en el cochecito o un nene con un globito rojo en la plaza.


Entonces los asaltará ese pensamiento recurrente, de quien no puede procrear “¿lo estaremos haciendo mal?”. Acrecentando la ansiedad y ese pensamiento recurrente, en cuanta reunión familiar se presente, la parejita será asaltada por un escuadrón de la mala leche que los radiografiará con minuciosidad alemana (con especial énfasis en el vientre de ella) mientras los ametrallan a preguntas “¿y, para cuándo?”, “¿podemos festejar?”, “¿voy o no voy a ser tío?”, “tenés las tetas más grandes y un poco de panza, estás segura que no estás (la única seguridad que tiene la portadora de tetas es que no ha parado de comer de pura ansiedad). Entonces el boomerang del anuncio del proyecto les pega en la frente y los deja boquiabiertos y mudos “¿están cogiendo seguido?”. El tío guanaco de él se descuelga con una barbaridad que termina de ganar el desprecio de la pareja de por vida.
Como un par de muñecos desvencijados, defectuosos y sin pilas; ambos regresan al hogar con menos ganas de ensamblarse que la Abu Conce luego de su octavo parto.
Esa noche deciden buscar ayuda médica.
La ayuda viene de manos de un émulo del Dr. Mengele, que augura un largo y sinuoso camino de rutinas médicas que según él no tienen nada de invasivas y cruentas. Eso porque nadie le hizo a él, en su adorado miembro, las cosas que él está a punto de hacerle a la paciente. “Tosé nena”. Con una pierna al norte y otra al sur, y el otrora centro del placer expuesto como un pollo a la parrilla bajo una luz fría que encandila, el Dr. Mengele introduce una pinza en el útero y se lleva un souvenir para analizar. Con el dolor de una cebra cuyo vientre está siendo devorado por una leona, la señora se incorporará intentando encontrar su ropa interior pixelada por las lágrimas. Luego se vendrá la infame “histerosalpingofrafía”, nombre que mete miedo con causa justificada. Indoloro completamente, según el médico (otra vez, sería lindo introducirle la cánula en el recto para ver si no cambia de opinión el muy hijo deputa), la ignorante aspirante a madre no se percata del estado en que salen las pacientes anteriores (rengas, cojeando y con ambas manos abrazándose el vientre).
Por duodécima vez, la señora se encontrará abierta de gambas ante el escrutinio de dos señores que, espéculo en mano, le abrirán el paso a la cánula con la cual inundarán sus cañerías de un líquido de contraste. Cuando ese sucede, la sensación es la misma que estar haciendo la vertical debajo de la Garganta del Diablo en las Cataratas del Iguazú. Un litro de líquido empujado a la fuerza, que la hace retorcer de dolor mientras intenta cumplir con las órdenes del médico “rotá para la derecha, rotá para la izquierda, contené la respiración…”.
A la semana, con ambos brazos como coladores, de tanta extracción de sangre, es el turno de que él haga su parte. Su parte es un paseo, una masturbación simple, depositar la producción en un frasquito y voilá.


Los primeros resultados son promisorios. No hay nada para preocuparse. Falta el análisis de los espermatozoides en hábitat natural. Exámenes incómodos si los hay, la pareja es invitada a mantener relaciones, la señora a hacer la vertical post-coital para luego salir corriendo (sin ningún tipo de higiene) a la consulta. Vigésimo cuarta vez de su humanidad expuesta y embadurnada del fruto de sus encuentros sexuales, se le retira una muestra para poner debajo del microscopio. La conclusión más rápida y elocuente que saca la señora es que sus futuros hijos nadan de putamadre.
Con la batería de estudios en mano, la pareja vuelve a ver al Dr. Mengele, quien diagnostica el “Síndrome de U.N.C.A.”. El Dr. aclara, con sonrisa morbosa “un carajo”. No tienen nada. Así que resta afinar la puntería. Les acerca un gráfico, le pide a ella que se tome la temperatura todos los días del ciclo y cuando suba unas milésimas viole al marido. La pareja no comprende en ese momento, que le acaban de sentenciar a muerte la libido y como panacea le han recetado el peor afrodisíaco de la historia o el mejor anticonceptivo, si se quiere. No hay nada más intimidatorio para un pene vago, que un trabajo con día y hora de entrega. Y eso lo comprobarán los tortolitos, cuando intenten aparearse a las cuatro y media de la tarde, en el baño de un café del Microcentro porteño. Ni siquiera por el sabor de lo prohibido, el otrora cumplidor miembro del marido, logrará asomar la cabeza y escupir un “Presente”.


Entonces se vendrán los viajes para relajar, a los que ella irá muñida de un bibliorato cargado de gráficos, coordenadas y estadísticas (no olvidemos al termómetro).
La vuelta al consultorio, con la cabeza gacha, pone el Dr. Mengele a diseñar la siguiente estrategia. Una sencilla operación para mirar las tripas de la futura madre por dentro que da como resultado un pequeño desorden hormonal. Un par de recetas después, la pareja encarga los medicamentos con asombro mientras planea romper el chanchito, pedir un préstamo en el Banco, asaltar un Supermercado y robarle el collar de perlas a la madre de ella.
Con las cajas de las doscientas cincuenta y tres inyecciones listas para ser usadas, la pareja se embarca nuevamente en el sexo con fixture bajo los efectos de las drogas para la fertilidad. Comenzando a inflarse como un globo, con el humor de una paciente psiquiátrica que pernocta en un cuarto acolchonado, y un pene amedrentado por el costo de las drogas que su dueño acaba de pagar; el sexo es un chiste de mal gusto.


Pasan los meses, y la gente se sigue embarazando en el barrio, en la cuadra, en la familia y en el 3ºC del edificio donde reside la pareja. Los cochecitos con bebés berreando en los supermercados superan la cantidad de changos con mercadería. Hasta la gata está embarazada, castrada y todo.
Lo que en un principio fue un proyecto, luego un sueño, luego una titánica tarea, ahora es una obsesión enfermiza que lleva a la señora a planear el robo de un neo nato del hospital más cercano.
Mostrando las partes pudendas “once again” ante un ejército de médicos centroamericanos (que vinieron al país para capacitarse) presenciando la enésima ecografía transvaginal con sumo interés, el Dr. Mengele ofrece una Fecundación in Vitro. La mente de la paciente se posa irremediablemente en el recuerdo de la archifamosa oveja Dolly, que fuera clonada en el año 1997. La mente, que juega sucio, imagina a su esposo en la cama con una oveja (como Gene Wilder en “Todo lo que Ud. quiso saber sobre el sexo y nunca se animó a preguntar”) y a ella misma acunando a una bola de pelos que hace bee-bee.
Para afrontar semejante procedimiento no queda otra que acudir a la beneficencia de familiares y amigos. Y al delito, porque los tratamientos son costosos y no los cubren las obras sociales, como si la infertilidad fuera un deseo antojadizo de una pareja caprichosa. Dos meses después, habiendo pagado una fortuna, y con la señora auto-inyectándose hormonas en las piernas cual rockero adicto en Holanda; llega el momento de la captación de óvulos. Otra vez en un quirófano, despatarrada y en bolas, alguien le dice “hasta la vista”. Unas horas después la pareja vuelve a casa con la disyuntiva de elegir freezar el excedente de proyectos de hijos para futuras inseminaciones y/o donarlos a aquellas parejas que no pueden procrear. La idea de que un hijo de ellos ande dando vueltas por el mundo, en el peor de los casos en manos de un tailandés que va a ponerlo a trabajar como mercancía para pedófilos en Phuket los hace perder el poco juicio que les quedaba. Deciden de común acuerdo firmar un consentimiento para abonar el gasto de un lugar en el freezer para sus futuros bebés, como quien paga una cochera en el edificio.
Llegado el día de la inseminación la pareja es expuesta, como un niño de primaria a la germinación del poroto, a una foto de cuatro hermosos blastocitos que serán insertados en la cavidad uterina de la señora que aprieta la foto contra su vientre (como si eso pudiera hacer la transferencia más exitosa “¡miren chicos, qué lindo lugar para vivir por nueve meses!”).
El procedimiento molesta pero la alegría es tan grande que supera al dolor de la arremetida de los instrumentos y al frío del quirófano. Llega el momento de volver a casa, reposo patas para arriba y cruzar los dedos para un resultado positivo una semana después.


El resultado es devastador. No va a haber retoño, ni viaje consuelo porque el dinero se gastó todo ahí…solo quedan las fotos de los blastocitos.
Entonces la pareja decide, en un rapto de altruismo, anotarse en una lista de espera para adoptar un crío. No se sabe cómo ni porqué, comienza a aparecer gente de todas partes que les ofrece bebés de mujeres que están por abortar, lugares perdidos en la frontera en los cuales por unos billetes uno elige un chico y se lo lleva puesto y otras tantísimas opciones ilegales que la pareja no está dispuesta a aceptar. Después de entrevistas con asistentes sociales, abogados, y trámites de todo tipo, la señora se va a trabajar sintiéndose un tanto extraña…pesada y con ataque al hígado. El Chop Suey de “Chinese Palace” tiene gato fileteado, los vecinos del barrio tenían razón. Pero cuando el pantalón no abrocha y el corpiño no contiene, hay dos opciones. Gorda o preñada. En el caso de la susodicha, fue lo segundo, según pudo comprobar mediante un test casero una mañana antes de ir a trabajar. Después de tanto intento frustrado, no pudiendo dar crédito a sus ojos, llamó a Mengele para preguntarle “¿puede ser?”. Media hora después, piernas abiertas una vez más, la imagen de un glóbulo que parpadea y un sonido símil latido confirman la noticia.
Siete meses después, en un quirófano lleno de gente, una cabeza ensangrentada es tironeada de un lado al otro para desenterrar del fondo de las entrañas de su madre a un bebé obeso que llora porque lo están importunando con todo tipo de maniobras.


Los flamantes padres no pueden creer el milagro que acaba de suceder. Después de seis años, cuatro meses y tres días de desesperada búsqueda, después de miles de dólares gastados, consultas, salas de esperas, complicadas maniobras sexuales, lágrimas, peleas, trámites y blastocitos freezados; el retoño había llegado solo y sin ayuda.
El otrora nadador, devenido en blastocito, devenido en globulito latiendo, luego embrión y después bebé obeso; ignora hoy que sus padres tuvieron que recorrer un largo camino para darle vida. El tipo pide dinero para ir a bailar, maldice porque no le prestan el auto y sale de la casa haciendo tanto ruido como el día en el que llegó a este mundo.


domingo, 8 de agosto de 2010

MEDIÁTICOS ARGENTOS

Un desfile de culos, descerebrados, frikkies y herederos millonarios

Si en mi vida existe una constante, esa constante es la televisión. En mi casa se enciende a la mañana y se apaga antes de ir a dormir. No es que alguien la esté mirando atentamente, salvo que haya algo rescatable para ver; en general se prende para que esté ahí…haciendo ruido y compañía.

Últimamente, y para mi total relajo, he visto un desmesurado incremento de la programación basura poblando y multiplicándose en todos los canales de origen nacional. Basta con ponerse a hacer zapping cinco minutos para percatarse de que no solamente no existe absolutamente nada potable para ver, también caemos en la cuenta de que la mierda que se produce en un canal se reproduce en progresión geométrica en los canales restantes.


Con una falta total de ideas y un excedente de mal gusto, este programa madre de todas las miserias que hay para mostrar; muestra lo más bajo de la sociedad envasado en Concurso de Baile con fines benéficos.


¿De qué se compone el cóctel vomitivo?


En primer lugar de un conductor “exitoso” que hace del mal gusto un culto. Desde la forma en que destrata a participantes y personajes secundarios hasta la manera en que se embute dos alfajores en la boca, todo lo que es y muestra es de un patetismo subterráneo. Busca la contienda, alienta el caos, ensalza la burrada y trata a las mujeres como pedazos de carne. Mujeres que elige rigurosamente por su total falta de educación, neuronas y un culo prominente. Grita, saca la lengua, se revuelca por el piso y manosea a quien se le ponga enfrente. Mujer u hombre, mientras facture le da todo lo mismo.


En segundo lugar contrata un excéntrico heredero de una fábrica de chocolates, aspirante a showman que más que un hombre parece un chiste ambulante. Una especie de versión carne y hueso de los muñecos “Action man” con los que jugaba mi hijo. Portador de ciento cincuenta cirugías estéticas para estirarle la cara, inflarle los labios, marcarle los abdominales y contornear los pómulos; este muñeco plástico con neuronas de caucho se las ingenia para multiplicarse en cuanto programa pedorro existe en la televisión argentina. Estrafalario, homosexual reprimido que se hace pasar por latin lover llevando de la mano a cuanta estúpida se deje comprar por un autito y un anillo; el aparato se da el lujo de contar dinero delante de los pobres proclamando a los cuatro vientos cuánto le salieron las botas o el auto que lo trajo hasta el canal. Con un séquito de infradotados que lo cuidan para que alguien no se lo cargue por el puro placer de verlo desaparecer del tubo, el monstruo deambula haciéndose el macho alfa y parafraseando poetas en un inglés venezolano al más puro estilo Chávez. Llora, se pelea, insulta, canta, llora otra vez, se emociona, propone matrimonio en cámara, llora por tercera vez pero no puede comprar con todo su dinero el silencio de otro mediático que cuenta con pelos y señales cómo se enfiestaban entre ellos disfrazados de gladiadores romanos.


La modelito devenida en actriz seria, devenida en señora que no soporta el paso del tiempo, devenida en miren como me cojo un pendejo porque todavía estoy buena, devenida en escracho mediático lastimoso de lengua viperina y cerebro de pájaro.

Esta señora supo ser linda. Es todo lo que supo ser. Puso todas sus fichas en eso. Apostó hasta las joyas de la abuela, con eso nunca le iba a escasear el dinero ni el macho que le caliente la cama en invierno. Lástima, le erró fiero. Después de hacer una media docena de películas berretas e inundar las revistas con las fotos de su culo su estrella comenzó a apagarse. La guita del ex marido se le terminó y necesitó de un nuevo escándalo para posicionarse en las primeras planas “again”. Entonces se fagocitó un ignoto pendejo que supo manosearla en cámara mientras la señora se contoneaba en bolas, sonriendo con la cara llena de botox y la cabellera impregnada de extensiones. Así compró sus últimos ocho años de fama. Trabajando de vedette o actriz de dudosa reputación, llegaba al teatro de la mano del mocoso (ambos a bordo de una motocicleta para que quede bien claro que ella todavía estaba en la década en que las tetas se quedan donde las pusieron y el culo se banca un cola less).


La tonta tontísima con un par de tetas monumentales y un culo para el infarto. De estas suelen pulular unas doce por noche. Nadie sabe de dónde salen, pero son famosas. Supongo que deben figurar en algún catálogo de putas aparte de bailar y decir pelotudeces. Son una vergüenza para el género. Y hablando de género, poco generosos han de ser los vestuaristas que les proveen de un minúsculo trapo que cubre la nada más absoluta. Cosa que la cámara capte cada poro de la entrepierna y cada pezón que se escapa en una rebuscada pirueta que tiene como único objeto que la cría en cuestión quede posicionada abierta como un lechón a la parrilla delante de una cámara que no para de hacer zoom ahí adentro…donde solamente el espéculo del médico ginecólogo puede llegar. Más allá de bailecito, la función de la señorita será trabar un diálogo con el conductor, que no dejará dudas en cuanto a la total ausencia de axones nerviosos debajo de esa brillante cabellera femenina. Balbuceando frases inconexas, la tonta con voz de nena y luces…apagadas, hará mutis por el foro mientras el camarógrafo le encaja la cámara en el medio del orto por última vez en la noche.


El bailarín del miembro generoso y cara de afasia cerebral. Este espécimen fue pescado en un club de strippers. De ahí fue llevado a bailar en paños menores ante la mirada libidinosa de un ejército de mujeres del público que aúllan como si hubieran visto al mismísimo Adonis. Adonis no es más que un señor con la mitad de la cara fruncida y paralizada, músculos de laboratorio, una zunga y un pene largo que es revoleado por su dueño para delirio de los miembros del jurado (valga la redundancia). Y por miembros no solo me refiero a las mujeres, ya que los hombres que “adornan” este jurado se lo llevarían puesto a “pijilargo” por un par de dieses en la puntuación del certamen.


La Lolita. Esta concursante se hace la tontita pero de boluda no tiene un pelo. Tiene el apetito de un Pac Man voraz y sabe que el tiempo es corto. La gravedad juega un rol importantísimo, sabe que tiene que aprovechar ese cuerpazo antes de que pase el tiempo; así que se dedicará a facturar a lo pavote, llevándose todo lo que se le cruce por el camino. Cualquier escándalo es bueno, y si en los cortes comerciales tiene que hacerle una mamada al conductor, lo hará sin un atisbo de duda. Peleará con el Jurado, se arrancará las mechas con las demás participantes y pregonará a quienes quieran escucharla que ella es virgen…de la oreja.


Si esto quedara restringido a las ocho horas semanales que tiene pautado el programa, casi les diría que estamos a salvo. Pero lamentablemente esta porquería vende, y como vende todos los programas se disputan a estos engendros que se pasean de canal en canal llorando sus miserias e inaugurando un nuevo subsuelo en la mediocridad televisiva argentina.


Menos mal que hay cable, que hay libros, que hay cine y que existe el control remoto…

domingo, 25 de julio de 2010

HOMBRES CON MOCHILA

Cuando ellos tienen más rollos que nosotras



Cualquier mujer de más de treinta, soltera o divorciada, sabrá entender. Cuando una está embarcada en la titánica tarea de agenciarse un señor que la acompañe al cine, la lleve a comer a la luz de las velas, le de una alegría de vez en cuando…y si da, se convierta en su pareja; la misma ha de toparse con algunos especímenes francamente aterradores.

La sabiduría popular pregona que somos nosotras las complicadas, retorcidas, resentidas y desesperadas damiselas en busca de un señor de cuenta bancaria abultada que nos mantenga; pero en mi derrotero amoroso he podido comprobar que ellos están más desesperados y locos que nosotras.


Analicemos paso por paso.

Lo primero que hace una mujer cuando se separa es correr lejos de cualquier cosa que se asemeje un poco a lo que ha sabido sacarse de encima. Es por esto que en los primeros seis meses de soltería, la sola idea de tener que compartir una mesa con un señor que no sea su padre o su tío puede llegar a ser un flagelo.

Luego llega el período de sanación, en el cual uno llega a la conclusión de que no son todos iguales y quizás haya uno escondido, a la altura de las necesidades de una, detrás de algún arbusto, barra de bar o perfil de Internet.

Entonces comienza el “casting de chongos”. En este particular período, mujeres que ya no tienen ganas de jugar a la quinceañera y emborracharse en los bares esperando a “Prince Charming”, se entregan al juego del chat por todas las redes sociales habidas y por haber. Alentadas y enredadas por las historias de amor en la Web, nos dedicamos a hacer citas con ignotos señores cuyas pretensiones merecen un capítulo aparte.


Las pretensiones de ellos:

Físico esbelto

Entre 1.60 y 1.70 mts. de altura

Ojos azules o verdes (verdaderos, las de lentes de contacto abstenerse)

Universitaria, doctorada y con mucho tiempo libre para dedicarme

Responderé a perfiles con foto únicamente

Que sea femenina, sensual, conversadora, alegre, dócil (y que sepa lavar y cocinar)

Que no traiga mochilas ni rollos (si es posible que no traiga pasado ni historia y que sea virgen)

Y aquí es donde voy a detenerme. Se supone que una no debe demostrar atisbo de una vida anterior a la que estamos a punto de comenzar (eso si no te avivás de que tengo el pelo teñido, las lentes de color, extensiones capilares, tetas de plástico, una faja aplana vientres y tacos de 20 cms.). El señor en cuestión pretende una muñeca inflable con pulso, independiente, que labure pero tenga mucho tiempo libre, que no pida plata y se deje fornicar sin pedir nada más que una cena a cambio.


Bueno, el trato no está nada mal. Un polvo por una cena y todos contentos. Pero hete aquí que nada es tan fácil como parece. Con el corazón en la mano, latiendo a un ritmo ensordecedor, nos preparamos para el fiasco de la década. Caminando despacito, metiendo panza y alerta a todos los posibles peligros que amigas y familiares nos han explicitado; nos encontramos con el susodicho. El susodicho, dista mucho de un George Clooney o un Brad Pitt, pretende una Angelina Jolie pero se parece a Pavarotti sin talento y sin tintura. Primera pista de que todo anda mal. El Señor tiene muuuchos más que 45. Pesa dos tercios más de lo que me imaginaba, pero me comenta fascinado que está contento de no llevarse el chasco de la última vez que invitó a salir a alguien por Chat. Entonces me cuenta la historia de una elefanta que se baja de una rural en una estación de servicio y él mismo importunando a dicha criatura porque había puesto una foto de ella de cuando pesaba la mitad. El que habla, un señor entrado en carnes y con un voluminoso abdomen está convencido de que tiene derecho a pedir algo diferente de lo que él ostenta ser. O no tiene espejos en la casa. Una de dos.


Luego, asisto a un extenso monólogo de un egocentrismo sin límites en la historia del ego. El es el personaje principal de todas sus historias. Un winner, un gentleman, un experto en lo que hace, un “womanizer”, el mejor padre del universo, excelente cocinero, conductor avezado, excelente bailarín y bla bla bla.

Como si esto fuera poco, no me deja meter bocado en lo que dice; me aclara que no le interesan las minas que arrastran pesadas mochilas de su pasado. Bueno, parece que nos vamos a salvar de escuchar la historia de tu ex. Ni a palos. Ni en mis mejores sueños.


Ahí arremete con la ex. Que es esquizofrénica entonces él, que es tan bueno y generoso, le pone el dinero en una cuenta para que ella no se lo gaste. Pero ella decide irse en un crucero por las Bahamas con las amigas con la guita (el sudor de su frente). Mi mente imagina rápidamente a una mujer con chaleco de fuerza en un cuarto acolchonado pidiendo permiso para tramitar el pasaporte. Logro colar una preguntita “pero…ella no está internada, no es una patología peligrosa la esquizofrenia?”

No contesta, solo me comenta que cuando convivían no paraba de gritar y pegarles a los chicos. Eso mientras se auto succiona el resto de lechuga de entre los dientes haciendo un ruidito “shrrrrri-shrrrrik” Al borde del horror y el vómito ideo una estrategia para escapar. Comprobando que los baños no tienen salida al exterior, vuelvo a la mesa preparada para escuchar el resto del relato. Dos horas ininterrumpidas de resentimiento y odio hacia la madre de sus hijos. Con la cabeza en la mano y la materia gris color morado, le bostezo en la cara en franca actitud de ME QUIERO IR A LA MIERDA.


No hay registro de mi pudrición, el tipo sigue quejándose. Esta vez arremete con la suegra, la cuñada, los hermanos, el socio, la mascota, la madre y el novio de la hija. Como un personaje salido de una peli de Tim Burton, lo imagino cual hiedra venenosa color negro que intenta subir desde mis tobillos hacia mi cabeza. Por fin pide la cuenta, se lo nota cansado; se ve que tanta mala leche tiene correlato corporal…a Dios gracias!


Así nos dirigimos al estacionamiento. Agradecida de tener mi propia nave esperándome a unos metros, le agradezco la gentileza de la cena y su amena compañía.

Me subo al auto, prendo la radio y el primer tema que engancho…a modo de alegoría es: SUICIDE BLONDE!


Consejos para el chat-dating

Incluír en las pretensiones:

No contestaré a perfiles sin fotos ACTUALES

Se busca señor sin rollos corporales ni familiares

Mochileros: ni lo intenten

Si me vas a hablar de tu ex, ni te molestes

Constipados, melodramáticos, histéricos, afligidos, compungidos, amargados, resentidos, rencorosos, alérgicos, llorones, abúlicos, gruñones, caracúlicos…abstenerse.



domingo, 18 de julio de 2010

TEORÍAS CONDUCTISTAS

O, de cómo conducen algunos



Manejar es un placer, o un verdadero fastidio. ¿La clave de la diferencia? Pues eso depende, las más de las veces, del hijo de su mala madre que se te cruce en el camino. Conduzco unos 70 kilómetros por día para ir y volver del trabajo y saqué la licencia el día que cumplí la edad reglamentaria; creo que estoy más que habilitada para escribir sobre habitantes de rutas, calles y autopistas.


A groso modo, y según mi experiencia callejera, el 70% de la gente maneja mal, un 10% no sabe manejar y el 20% restante no supone ningún peligro.

De ese 70% es del que me voy a ocupar hoy. Porque el 10% que no sabe manejar incluye a la gente de la tercera edad y a los que acaban de obtener la licencia (nunca hay que olvidar que uno perteneció a este grupo): todos inimputables.


En esa franja del 70% que maneja mal encontramos los siguientes subgrupos:


El émulo de piloto de fórmula 1. Este engendro del demonio suele tener entre 25 y 35 años. Ahorró y ahorró hasta llegar al autito segmento medio con motor 1.6 o 2.0 al que por supuesto le puso luces de neón, un estereo ultramoderno, GPS, cristales polarizados y un calco con la siguiente inscripción “Born to run”. El enfermito consume unas 36 horas semanales de automovilismo televisivo y está convencido de que es el hijo bastardo de Amelia Earhart y Juan Manuel Fangio. Es por eso que se siente una autoridad en la materia de desplazarse enajenado, corriendo a 150 kms. por hora de un carril a otro obligando a los prudentes a efectuar maniobras bruscas para despejarle el camino. Porque el infelíz suele venir prendiendo luces y tocando bocina con unos largos 2 kilómetros de anticipación. Como el boludo se cree que anda sobre un vehículo alemán de más de cincuenta mil dólares, porque le incrustó el logo de los cuatro anillitos de Audi en la cola; somete a su modesto autito a velocidades y piruetas que no son recomendables para hacer con un modelo que no está preparado para responder a las contingencias que se el presenten. Es así como uno mira con horror, auténticas latas de sardinas que alguna vez fueran un Peugeot 207, un Volkswagen Gol o un Renault Clío, en las puertas de las comisarías. Estos loquitos del vértigo y la velocidad creen que son los Reyes del carril izquierdo, lo han comprado y nada es tan urgente como su impaciente frenética ansiedad por llegar a destino. Pero en las autopistas rige la Ley de la Selva, y generalmente son corridos a un costado por alguno que la tiene más grande (generalmente un señor entrado en años a bordo de un BMW, Merdedes o Audi). Si logran pasar los cuarenta años de edad estarán a salvo. O si procrean, en cuyo caso se tranquilizan cambiando el calco por un amoroso “Baby on board”.


Las mujeres que hacen cinco cosas a la vez. En este segmento encontramos a la madre trabajadora que va a 130 kms. por hora hablando por celular mientras se pinta los labios y le da la teta al bebé. Esta freak de las autopistas cree que puede salirse con la suya porque anoche le rezó a su ángel de la guarda, entonces aprieta el acelerador porque se le hace tardísimo mientras busca la frecuencia Disney en la radio con una mano y reparte tortazos entre los tres mocosos que se matan en el asiento trasero por un lugar cerca de la ventana. Llegan a destino porque tienen un Dios aparte. Y porque la gente se corre cuando las ve venir en un derrotero zigzagueante.


El empleadito a bordo de utilitario de la empresa. A este señor el autito le importa un bledo. Porque no lo ha pagado, no le pertenece ni tiene a su cargo el seguro del mismo. Entonces no solo se dedica a correr como un desaforado. También se dedica a espantar mujeres haciéndoles el famoso “fino” por el puro placer de ver cómo pegan el volantazo para esquivarlos. No manejan con una velocidad constante, suelen rebasar a un par de autos a 140 kms. por hora y luego estacionarse en el carril central a unos 80 kms. por hora porque si tildaron con algún programa radial de deportes o un set de chistes…vaya uno a saber.


El camionero “acá mando yo”. Este ejemplar de gorila callejero sabe que la tiene más larga que nadie. Es temido y respetado. Porque en un abrir y cerrar de ojos puede reducir tu amado autito a chatarra. Jamás frena. Jamás retrocede. Jamás utiliza el carril lento que le corresponde obligándote a pasarlo en cuarta o tercera forzando el motor, para poder llegar desde la cola del acoplado hasta la trompa. Es muy frecuente que te miren por el espejo retrovisor y te hagan todo tipo de señas groseras mientras les pasás por al lado. Si te toca pasarlos por la izquierda, asegurate de que estén despiertos y no tiren el camión encima obligándote a peinar el guardarrail.


El señor entrado en años con vehículo polenta de orígen alemán. Este señor maneja bien, pero no quiere o no puede entender que el común de la gente no la tenga tan clara con el volante. Suelen poner sus naves a la velocidad del viento y pegarte la insignia de sus autos en la cola del tuyo en franca maniobra intimidatoria para que les des paso. Tentada a clavar los frenos para ver como reacciona la nave alemana, más de una vez tuve que autocensurarme para no terminar tocando el arpa a la derecha de Dios Padre BMW. Son gente de cuidado, teniendo en cuenta que están en el grupo de riesgo de padecer un ACV o un ataque cardíaco, lo ideal es correrse y tenerlos lejos cuando pasan cual bólido en forma de mancha color gris.


La / El eterno perdido, asombrado, colgado. En este grupo encontramos a esa figura hijaputesca, heredera directa de Mister Maggoo, que se acuerda que debía bajar en el puente de la autopista que acaba de pasar. Es muy probable que se pase de izquierda a derecha sin hacer una mísera señal y termine bajando donde le correspondía sometiendo al autito a una funesta marcha atrás mientras una lluvia de bocinazos le recrimina la peligrosa acción. Son los típicos que sueltan el volante para señalar, maravillados, las luces de aquel Shopping o los brotes de ese arbolito que crece desolado al borde del carril rápido de la autopista. Consejo: Téngalos siempre lejos. Suelen poblar las páginas policiales y los noticieros con la misma carita de asombro después de volcar tres veces y derrapar debajo de un acoplado.


Se multiplica la cantidad de autos en la calle, la cantidad de accidentes, la cantidad de taponamientos en rutas y autopistas…y la cantidad de animales sueltos que han sabido conseguirse una licencia sin saber siquiera cómo poner en funcionamiento la tostadora eléctrica…OMG!