martes, 23 de septiembre de 2008

Mis experiencias en la Farmacia




MIS EXPERIENCIAS EN LA FARMACIA (uno de mis tantos curros en los que aprendí los secretos del maravilloso mundo de las drogas...legales).

Aterrizar en una Farmacia es como poner un pie en Marte. Se abre un mundo que hasta ese día era desconocido. ¿Qué hay, y qué sucede detrás del vidrio, pecera, pared, durlock, estantería…etc.?. Esas son las preguntas que me hacía cuando el empleado desaparecía backstage con la receta de mi médico en la mano. ¿Por qué tarda tanto?. ¿Está pidiendo autorización al Cartel de Medellín para venderme un mísero Rivotril?. ¿Cuánta gente hay escondida detrás de la pared?. ¿Me ven por algún vidrio espejado?. ¿Están pidiendo mis antecedentes penales?. ¿O un Veraz por si pido fiado?. Todos esos misterios fueron develados cuando puse mi pie (izquierdo) en Marte, o sea en la Farmacia.
Atrás hay, básicamente, remedios. Y también cosas extrañísimas. Polvos, líquidos y ungüentos de fétidos aromas. Mangueras, aparatos y artículos de látex/ caucho para extrañísimos usos. Frascos y frasquitos. Goteros, goteritos, baja lenguas, y demás artefactos para importunar a cualquier cristiano. Los nombres de los remedios son básicamente impronunciables porque algún trastornado decidió bautizarlos con una mezcla de latín y ruso ucraniano. Las consonantes se juntan y es muy probable que el cliente, en un intento de proferir el sonido que lo conduzca a conseguir la droga deseada, te lance un escupitajo en el medio del ojo. ¿Cómo encontrar lo buscado en cuatro paredes atiborradas del techo al piso con cajitas de 8X8?. Cuando uno desconoce este mundo piensa que sólo existen los medicamentos que uno ha tomado…o sea Amoxidal, Buscapina y un par de aspirinas. Por eso nunca comprende el delay del empleado. ¿Por qué tarda tanto?. ¿Estará cosechando el ácido acetilsalicílico de la corteza de un árbol del Amazonas?. ¿O es simplemente un subnormal con un problema de motricidad?. Pero el pobre infeliz, lejos de poner la mano y hacer tuc; debe lidiar con la decodificación de la letra del desgraciado del médico (que necesitaría un par de tegretoles porque parece escribir en plena crisis de epilepsia), el nombre indescifrable de la droga en cuestión y la búsqueda por orden alfabético de la cajita solicitada. Esto no es una tarea sencilla ya que los medicamentos están ordenados de acuerdo a lo que son (pomadas, líquidos, inyectables, polvos y la famosa lista IV…por favor señor musicalizador, acá va música reggae). De la lista IV, me ocuparé más tarde.
Una vez que hemos descifrado el nombre, debemos descifrar a qué grupo pertenece y luego poner el sonar cerebral apuntando a la estantería correcta. Seguramente, y de acuerdo a las leyes de Murphy, terminarás adquiriendo un moretón en la frente al chocar estrepitosamente con la cabeza de algún compañero que OH casualidad buscaba en el mismo estante. Roces de por medio y tratando de pasar hacia el interior del colectivo sin ninguna maniobra de connotación sexual, le pasarás por encima cual caballo de salto a tu compañerita/o para llegar lo más rápido posible a la letra L. Cuando llegues al final del estante te retorcerás de bronca al darte cuenta que lo que buscabas comienza con “LO” pero después de “LE” viene la pared. Y “LO” sigue en el zócalo de la pared del kilómetro 3 de la ruta 2. O sea allá. Allá donde está tu compañerita agachada y agazapada esperando devolverte el pisotón de cortesía que le propinaras buscando el enalapril para el viejito que te espera con rictus cadavérico hace media hora en el salón. Que a estas alturas se murió sentado en una silla esperando el remedio y que le tomen la presión…que ahora es cero. Porque el Lotrial nunca llegó a sus manos. Cuando crees tener la situación bajo control te das cuenta que la pifiaste en los miligramos o sencillamente en la cantidad…y le estás dando como para bajarle la presión a un elefante de mil doscientos kilos.
Ahora sí, lista para salir al ruedo al son de Caballería Rusticana, te das cuenta que cometiste el peor de los pecados farmacéuticos…si los hay. Te olvidaste de anotar. O anotaste cuando había cuatrocientas cincuenta cajas de lo mismo porque alguien se dejó tentar por alguna oferta y aceptó un volquete de esa droga a mitad de precio. Que vence dentro de dos horas…el medicamento, no así la oferta…que sigue en pie hasta agotar stock. Una vez anotada la maldita porquería, deberás lidiar con los tamaños de los envases y la consabida cobertura de la obra social. Que de social no tiene un pito.
Estas maquiavélicas corporaciones “médicas” se dedican a torturarle la vida a pacientes y farmacias por igual. Básicamente quieren lucrar, obvio, pero con todo el sadismo posible y por pura diversión. La palabra “burocracia” brilla con todo su esplendor en lo que a medicamentos se refiere. Los pacientes dejan surcos del tamaño de las acequias mendocinas de tanto ir y venir al médico para corregir, rectificar, enmendar y aclarar el nombre/fecha/número de carnet y cualquier otro dato que sirva de filtro para no cubrir el medicamento en cuestión. Si de paso se mueren en el intento, mucho mejor. Blancos fáciles cual patitos de lata de kermesse de pueblo, son los ancianos que pasan más de tres cuartos de los últimos días de sus vidas yendo de la farmacia al médico (música de Charly García, Sr. musicalizador!). La receta, en el 90% de estos casos estará mal confeccionada y muy probablemente, una vez corregida, no le cubra el remedio porque el que diseñó el vademécum está convencido que los viejos vienen sin ojos (los colirios raramente son cubiertos por PAMI)…o no tiene abuela como para ver un viejito in situ. Pero por esas cosas de la vida, el muy ignorante no se dará cuenta hasta años más tarde, que el tiempo lo convertirá en un ejemplar de esos que no tuvo la misericordia de mirar de cerca.
Una vez embocado el tamaño, los miligramos, la cobertura y la anotación posterior viene el corte del troquel. Que alguien me explique porqué diablos el cutter corta hasta los rabanitos en fetas pero en la farmacia no corta ni por casualidad. ¿Acaso es una maldición gitana?. Te dispondrás entonces a encontrar la manera de rebanarle ese cuadradito de miércoles a la cajita sin destrozarle los blisters al medicamento y caer en la tentación de pasarle la lengua al polvito (en el caso de haber acuchillado un par de clonazepanes de 2). Si caíste en la tentación, con mano temblorosa enmendarás el daño para que el auténtico propietario descubra el daño en su casa y te pasarás el resto del día tarareando “Don’t worryyyy, beeee happyyyy”. Si le chingás al maldito cartoncito y te rebanas una feta de dedo siempre podrás poner el pedacito en formol como recuerdo e intentaras parar la hemorragia con el dedo para arriba en la posición indicada y de paso tendrás la excusa perfecta para mandar al infierno a quien te haya hecho la vida imposible ese día.
Reparado el dedo, buscarás a tu cliente entre la horda de especimenes desesperados que te busca con la mirada y con cara de “después de él me toca a MI”. Entregada la cajita preguntarás ¿algo más?, con el dedito sobre la tecla de la impresora. A la voz de “aura” y ante la negativa del cliente terminarás de oprimir la tecla que emite el ticket sólo para descubrir que ahora el susodicho en su día de “hoy le voy a romper la paciencia a alguien”, te va a agregar (con cuentagotas y en fascículos para coleccionar); dos comprimidos de migral, dos comprimidos de esa pastillita rosa que me hace tan bien para los dolores de acá (y te muestra algo que nunca hubieras querido ver), un jaboncito de allí (envueltito para regalito) y dos o tres cositas más. Para cuando retires el ticket, estarás en condiciones de empapelar el obelisco dos veces con el papel impreso. Y ahí viene la consabida “lo anoto en mi cuenta”. Dicho esto, tragarás la espuma del ataque de rabia que te provoca saber que deberás anular cada uno de los tickets y emitir dos millones de notas de débito ante la mirada estufada del gordo bienudo que cree que tiene derecho a resoplarte su furia en la cara mostrador de por medio.
Despachado el cliente descubrirás con horror que el gordo furioso te ha tocado en suerte porque el resto del elenco hizo mutis por el foro sabiendo que alguien va a salir malherido…y no precisamente el gordo. American Express Platino en mano, y Rolex paraguayo en la muñeca, el gordo ha aparcado su 4x4 plateada (para que le haga juego con la tarjeta) en la puerta del local. La esposa rebusca con cara de estar oliendo K-K, la crema con filtro solar que le proteja sus más recientes cicatrices de su vigésimo sexta cirugía plástica facial. Enfundada en un jogging blanco que transparenta su ropa interior de quiceañera de cincuenta y cinco que no asume su lugar en la cadena alimenticia, estira su dedito de uña acrílica intentando que el peso de sus seis cadenas de oro le habilite la maniobra que le permita señalarte lo que quiere. Si el botox se lo permite, pronunciará en correctísimo francés la pomada deseada y agregará a su pedido unas tres o cuatro cajas del antidepresivo de moda. Y Melatol porque está como la lechuza de Harry Potter. Posibles hipótesis de su falta de sueño: A- Jet-lag (la diferencia horaria entre su habitat porteño y el Country la mató). B- Los párpados no cierran (no puede juntar los párpados porque el cirujano plástico se fue de mambo con la piel que estiró y ató detrás de las orejas). C- Cero Cansancio (Se pasó el día impartiendo instrucciones al personal de limpieza y no le alcanzó para cansarse lo suficiente como para dormir). D- Stress (no consigue turno con el service de las uñas postizas hasta el martes…como para no dormir!!!). Tomando valor y tragando saliva, sonrisa de plástico en mano, digo en boca, proferís un “buenas tardes”, para recibir tan sólo un “Dame tal cosa” (con suerte) o simplemente una mano regordeta que te transfiere una receta de prepaga top para comprar una cajita de buscapina de 20 mangos que con descuento pagará 10…pero con American. Que se ocupó de frotar frente a las narices de todo aquel que quisiera verla. Encandilada ante tanto brillo express la pasarás por el posnet y temblando las rodillas caerás en la cuenta de que por las benditas leyes de Murphy la maldita maquinita no la lee. El ahora, Rottweiler que tenés enfrente, balbucea epítetos en lunfardo antiguo mientras echa humo por las orejas. La limpiarás con tu propia camisa hasta lograr el esperado milagro. El milagro se llama “ingrese los cuatro últimos dígitos”. Bingo!. Luego de completar la información requerida descubrirás con horror que en ese mismo instante algún salame de milán pasa la lista de la droguería más larga por teléfono, con la pasmosa parsimonia de quien se ha fumado algún yuyo en Nochebuena. Teléfono ocupado = posnet en pausa = gordo sátrapa “once” en la escala Richter. Se viene un Tsunami. Y vos estás parada frente a la ola de 15 metros. Sin tabla de surf. Si tenés muñeca pilotearás la situación huyendo al backstage (soldado que huye sirve para otra guerra) o bien entretendrás a la émula de Graciela Alfano (alias esposa del gordo), elogiando la estrechez de su frente y vendiéndole cremas para la celulitis. Cuando por fin se emite el ticket y procedes a la firma el gordo te llama a un rincón y te pide el viagra de 36 horas. A juzgar por el espécimen que tiene al lado le van a hacer falta tres cajas, o bien está saliendo con la secretaria que tiene veinte años menos y lo tiene un tanto agotado. Con cara de enfermera de ER le entregarás con discreción la cajita elixir y el gordo se regocijará pensando que por fin, y después de diez años, logrará obtener una vista área de sus más queridas partes. Lo despacharás con prontitud (si sale en los fúnebres del domingo es porque las cuatro cajas fueron too-much). Infarto y a la lona. Pero murió contento el susodicho.
No quiero despedirme sin tocar el tema de la lista IV. Reggae jamaiquino por favor. Bob Marley a full. La receta rosa y te la doy…y sino arrastrate llorando por los rincones. La lista IV, para los ignorantes, es el pasaporte a la felicidad; o sea los psicotrópicos. Lo importante en estos casos es dar la concentración adecuada. Si entregas más de la cuenta podrás ver al viejito que hasta hace un rato le pedía permiso a las piernas para moverse, girando descontrolado cual Speedy González alrededor del monumento de la plaza más cercana con la cara desorbitada y portando sonrisa de dientes apretados. También vendrán los que no tienen receta dispuestos a venderle el alma al diablo por una tirita de Foxetin, con la mirada perdida y chocando los dientes en pleno ataque de pánico. O los que deben intoxicar al padre o a la madre porque sino los matan. Y los que no duermen. Y los que se obsesionan. Y los que están agresivos. Hay para todos y de todos los colores. Una pastilla para cada demonio. Para tranquilizar, para levantar, para dormir, para dejar de hablar con el amigo invisible, para gritar menos y sonreír más, para dejar de ver fantasmas, para relajar y para gozar. Lástima que tenga que ser a fuerza de pastillas...

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