domingo, 22 de noviembre de 2009

TELEVISIÓN PASTELONA


CULEBRONES, TIRAS Y NOVELAS

¿Quién es el mentiroso que jurará por la Biblia y los Santos Evangelios que jamás en su intelectual existencia ha mirado un culebrón? Por favor lo invito a retirarse porque no le creo nada. Ni un ápice. Porque aunque usted sea un varón bien machito con los huevos bien puestos, fue criado por una madre o una niñera que pegaba la nariz al tubo a las cinco de la tarde en punto, para enterarse si Romualdo Renato Rogelio Domínguez Ibáñez Larreta por fin le iba a comer la boca a la mucamita de la mansión (que finalmente terminaría siendo la verdadera y única heredera de los millones del galán en cuestión). Nadie fue, es ni será inmune a estas novelas tortuosas donde la pobre e incauta doncella se la pasa sufriendo hasta bien entrada la mitad de la última entrega de la serie. Final donde la protagonista se casa, se embaraza, hereda millones, ve sucumbir a su peor enemiga y es reivindicada como la heroína que salvó a su familia política de la ruina y el oprobio.

Crecí intentando ver “Los Autos Locos” o “Bonanza”…digo intentando porque la señora que nos cuidaba a mi hermana y a mí se plantificaba frente al televisor religiosamente, para ver su novelita de la tarde y guay de que alguien intentara cambiarle el canal. No había Cristo que la removiera de su silla, quedaba hipnotizada como una cobra con su flautista. La mandíbula entreabierta, la mirada torva…de pupilas dilatadas y las orejas levemente alineadas hacia el parlante del televisor. No se quería perder detalle de esos parlamentos tan rebuscados y floripondios, pronunciados por aquellas bocotas pintadas de rojo furibundo en primer plano (mientras el galán escuchaba atentamente, estratégicamente instalado a escasos dos centímetros de ella con el mentón encastrado en el hombro de su amada porque jamás se hablaban entre ellos, se hablaban mirando a cámara). Fue tanta la cantidad de horas de exposición a esos productos diseñados para arrancar la lágrima fácil y autogestionarse una alegría a la hora de la siesta estival; que finalmente y pisando la adolescencia fue imposible no caer en sus melosas redes.

Fue así como me tragué sin digerir, los culebrones de Verónica Castro, de Andrea del Boca, Grecia Colmenares y toda aquella cosa escrita por Migré o Nené Cascallar. En esa burbuja rosa de corazones flotantes y aroma a rosas rojas, la mente de una adolescente se desarrolla con errores conceptuales que se irán acumulando cual gases en el intestino delgado; los mismos será evacuados de manera salvaje cuando el confronte entre el culebrón y la vida misma le muestre el abismo existente entre realidad y ficción.


FICCIÓN VERSUS REALIDAD


En el culebrón la protagonista (ya sea en su rol de personal doméstico/secretaria/madre soltera/prostituta/hija adoptiva/esclava/niñera/monja de clausura/vendedora ambulante) siempre se levanta maquillada y luce divinamente maquillada e impolutamente peinada.

La fea se vuelve linda. Y la linda se vuelve preciosa.


En la realidad, las mujeres nos levantamos con cara de boxeador apaleado, pelos parados, pálidos como Marilyn Manson y rictus de orto MAL. La fea se muere fea; la linda tiene suerte, es envidiada por la fea (y no al revés como dice el refrán).


En el culebrón el galán es: precioso, educado, culto, millonario, tiene un físico privilegiado diseñado para el pecado, empilcha como los Dioses, es dueño de una nave descapotable que es la envidia del barrio, resuelve problemas, arregla las canillas que gotean, es bueno con sus padres, reconoce a sus hijos (productos de un desliz), escucha, tiene paciencia, se acuerda de los aniversarios, hizo el curso de resucitación (o es médico), es bueno con sus empleados, los domingos cocina en un comedor comunitario, se plancha las camisas, encuentra las medias sin ayuda del mayordomo, vuela aviones, hace bunjee jumping, siempre gana en la Bolsa de Valores, toca el violoncello, habla cinco idiomas y taiwanés, tiene guardaespaldas pero se las arregla solito, sabe usar armas, es un eximio karateca, cocina sushi, baila como Fred Astaire, usa hilo dental, adora los animales, le fascina ir de Shopping y venera a la prota femenina con absoluta e incondicional adoración.


En la vida real… ¿hace falta que lo escriba?


En la novelita el final es siempre redondo, feliz y perfecto. Los que tenían que terminar juntos, terminan juntos. La que los quería separar va a parar a la morgue judicial, a un convento o al Neuropsiquiátrico más lejano. La fortuna es heredada por alguno de los protagonistas, las deudas desaparecen mágicamente. El que estaba preso injustamente es liberado, el que estaba suelto es apresado. El abogado coimero es desenmascarado. El político corrupto es enviado a hacer trabajos forzosos a Siberia. La suegra desalmada termina deportada a su país de origen ya que se descubre que obtuvo su permiso de permanencia gracias a su matrimonio por conveniencia con el valet parking del Casino donde termina perdiendo el resto de su fortuna.


En la vida real las deudas no solo no desaparecen, se incrementan en sincronía con la inflación. El abogado desaparece con la guita del juicio de la abuelita. La suegra desalmada vive hasta los cien años gracias a sus clases de yoga. El preso sigue esperando sentencia, el ladrón te sigue asaltando y le das gracias porque te perdona la vida. El político corrupto se presenta a las elecciones siguientes y gana por afano (literal y figurativamente). La heroína termina en la calle con una docena de hijos no reconocidos, dedicándose a la prostitución para poder mantenerlos y cada dos por tres cae presa. La que los quería separar se lleva el “Jackpot”, aunque años más tarde descubre que se ha llevado un problema de dimensiones inusitadas (labura doce horas para mantener al susodicho que toma cerveza mientras hace zapping y eructa el alfabeto sin respirar).



En la vida real la tensión sexual llega hasta el estacionamiento del auto (o la consagración del matrimonio). Luego va en franco descenso hasta llegar al punto en que la sola mención de un revolcón provoca una nube de polvo (no del “polvo” en su acepción metafórica), el polvo que dejan los integrantes de la pareja corriendo uno para el norte y otro para el sur.



Es por esto que aconsejo ver estos programas con lentes oscuros, tanto brillo…tanto corazón con purpurina, tanto encaje y tanta miel pueden llegar a obstaculizar el pensamiento racional que será reemplazado indiscutiblemente por una nube de pedo COLOR ROSA.






domingo, 15 de noviembre de 2009

HIJOS DE LA LUZ




Cuando no te queda otra que volver al pasado
Justificar a ambos lados

Vivimos rodeados de objetos y servicios a los que nos acostumbramos tan rápidamente que ya no podemos precisar el momento en que aparecieron en nuestras vidas. Otros, estaban aquí mucho antes de que nosotros fuéramos concebidos. Y algunos, bueno, algunos ni se nos ocurre pensar qué sería de la vida sin ellos. ¿A alguien se le ocurre pensar en un día sin mandar un mensaje de texto por celular? ¿Alguno podría subsistir sin abrir un correo electrónico o mirar los titulares de los diarios desde su PC antes de salir a trabajar? ¿Alguno se imagina haciendo un fueguito en el medio del living para calentar el hogar en lugar de encender el piloto de la estufa?
Nos hemos ido atiborrando, sin darnos cuenta, de toda una maraña intrincada de aparatos que nos hacen la vida facilísima pero que dependen del gas de red, energía eléctrica y agua corriente (bueno, algunos, porque los que vivimos lejos de las grandes ciudades todavía usamos agua de pozo).
Así es como en forma autómata, con los ojos todavía pegados por lagañas y la costura de la almohada impresa en la sien, enchufamos en una sola maniobra la cafetera y la tostadora. Con el dedito índice de la mano le damos vida mágicamente a la televisión y de paso hacia la ducha encendemos la computadora con el dedo gordo del pie en una pirueta de yoga que yo llamo “saludo al ordenador”. Nos duchamos gracias al motor que impulsa agua al tanque, cantando al unísono con el mp3 del celular (previamente cargado durante toda la noche), nos secamos el pelo, nos lo planchamos, nos preparamos un licuado, descongelamos el pollo de la vianda en el microondas y nos planchamos la camisa para el trabajo. Hasta ahí todo muy bonito, la paz y armonía del hogar son impecables. El aparato para ahuyentar a los mosquitos funcionó de maravillas, el café se hizo, el encargado del tránsito del noticiero de la mañana nos dice qué atajo tomar para llegar al trabajo.

¿Pero qué pasa cuando una tormenta atroz derriba ochenta postes de luz? Pasa lo que les pasaba a nuestras abuelas en el año cuarenta. Pasa lo que les pasaba a los Ingalls en el 1800. Pasa lo que hemos visto en infinidad de películas de época…de cualquier época más precisamente, menos de esta. De esta que es la de la tecnología, los celulares, las notebooks, los archivos pdf, los ppt, los correos de voz, el skype, las Webcams, los hornos de microonda, los aires acondicionados, el Messenger, las jarras eléctricas, las bombas hidroeléctricas, los modems inalámbricos, el Wi-fi, la X-box, el I-phone, el Counter Strike, el Facebook, el Google, el GPS, los cybers, las ediciones digitales de los diarios, los implantes dentales, la cirugía translaparoscópica, los satélites, el transbordador espacial y el DVD. Pasa que ya no nos acordamos de cómo hervir agua o desearle feliz cumpleaños a un amigo sin energía eléctrica.
Es por esto que, ante un reciente corte de energía que duró unas dieciocho horitas, elaboré una listita de los problemas que surgen cuando somos enviados de una patada en el culo al siglo pasado.


LOS CUATRO PROBLEMAS MÁS FRECUENTES ANTE LA FALTA DE ENERGÍA ELÉCTRICA

La dinámica familiar se ve completamente distorsionada, cuando no destruida (o reparada), con un súbito corte de luz. Lo primero a tomar en cuenta es que todos los miembros de la familia se aglutinaran en la cocina a mirarse las caras sin pronunciar otra palabra que no sean epítetos de grueso calibre. Una vez saciada la necesidad de insultar, nos miraremos fijo a las caras sin encontrar motivo para pelear por un lugar frente a la computadora o por el dominio del control remoto de la TV. Erradicados esos motivos, no nos quedará opción que reparar en las caras del otro. De repente nos daremos cuenta que el primogénito se ha perforado por enésima vez la oreja (de la cual pende una flecha metálica que vuelve a incrustarse en el lóbulo superior de la misma). El crío, por su parte, se dará cuenta (a la luz de una vela) que su madre es una señora mayor y entrada en carnes que se parece mucho a su abuela (sobretodo cuando tiene cara de ojete). Pasada la etapa de contemplación estética, llegará de a poco la conversación. Nos pondremos al día con las novedades de las criaturas y así nos enteraremos de que el hijo mayor planea poner un puesto de hot-dogs en la playa sin nuestra autorización pero con nuestra financiación, que el del medio está de novio con una mujer tailandesa que le lleva quince años y el menor le peluqueó el flequillo a su compañerita de primer grado en el baño (la madre de la pendeja hace juicio al colegio y a los padres del ignoto coiffeur pigmeo).


La recreación y el entretenimiento se ven sensiblemente afectados. Algunos no lo soportan, hacen una mochila, agarran el auto y toman la autopista con rumbo indefinido atraídos por el primer resplandor luminoso que augure comida chatarra/pelotero/cine y Wi-fi. Pero aquellos que elijan el hogar deberán desempolvar los juegos de mesa: el ajedrez del abuelo, el mazo de cartas españolas, el cubilete y los dados comprados en las últimas vacaciones, el ludo, las damas y el favorito de la abuela (el bingo). Los más chiquitos apelarán a los crayones y las pizarras magnéticas…y si hubo suerte alguno encontrará el Tetris a pilas (lo más cercano a la tecnología sin enchufe). Cuando se agoten los recursos, la imaginación será una gran fuente de entretenimiento. Buscarle formas a las manchas de humedad, los trabalenguas, el “ni si, ni no, ni blanco, ni negro” y el concurso de chistes machistas/negros/verdes serán los grandes salvadores de una velada que se torna de goma. Visto y considerando que la luz no vuelve, cada integrante se buscará linterna o vela para meterse en la cama con algún libro olvidado en una biblioteca que sólo sirve como recuerdo de un pasado inmediato que amenaza con desaparecer del todo. Si hay suerte, la mañana siguiente nos encontrará a todos enchufando los celulares con desesperación mientras nos matamos a codazos por la silla frente al monitor.


La higiene propia y del hogar se ve ostensiblemente dañada. A la mayoría, el agua les dura lo que exista de reserva en el tanque. A otros como yo, la falta de energía nos deja automáticamente sin agua. Y en las ciudades, aunque los encargados de los edificios se maten explicando que hay reservas suficientes como para pasar dos días sin luz y con un buen suministro de agua (usándola razonablemente); lo más probable es que te quedes sin una gota de H2O a la media hora, ya que todos llenarán sus bañeras, tachos y fuentones agotando las reservas de pura desesperación y avaricia. Entonces tendremos que aplicar nuestra astucia y apelar a nuestra memoria para recordar cómo se bañaba la gente en los westerns más conocidos. Dicho esto nos encontraremos parados en un fuentón lavándonos a trapo y jabón, enjuagándonos con agua turbia, reservando un poco para mojar el cepillo de dientes y otro poco para la pava. Limpiar la casa será una utopía. Conclusión: Los Ingalls eran unos roñosos. Y los Highlanders también.


Las comunicaciones desaparecen y con ellas la aldea global, las redes sociales… la vida social en general. Hasta el trabajo queda reducido a tareas de archivo. Ya nadie escribe nada a mano, nadie manda cartas por correo. Todos nos enteramos del nacimiento de los hijos de nuestros amigos a través del Facebook. O el Twitter. Nos invitan al cine y a una fiesta a través de ellos. Arreglamos nuestros planes de fin de semana y hasta contactamos al dentista por una red social porque el muy turro desconectó el celular el fin de semana. Hacemos las compras por Internet, encargamos discos y libros con la computadora, pagamos las cuentas con los home-bankings y pirateamos desde una peli, hasta un libro. Ni cocinar podemos sin bajar una receta o verificar el resultado de un análisis de sangre sin consultar a una Web médica que nos dejará más aterrorizados de lo que estábamos antes de meter la nariz ahí dentro. El resultado de un corte de luz es que básicamente no somos nada sin un cable USB, un CPU, un MODEM y un monitor. Y las consecuencias son gravísimas. He visto gente darse la cabeza contra la mesada de la cocina por puro síndrome de abstinencia a la tecnología (mi sobrino de seis años, sin ir más lejos).


¿Si tengo alguna sugerencia para sobrevivir a estos cortes de energía que amenazan con ser más frecuentes por culpa del cambio climático, las reservas de agua existentes y las fuentes de energía que amenazan con agotarse a corto plazo?.

Si, tengo. Alquílense películas de época. Renacimiento. Edad Media. Pre-historia. Edad Antigua. Revolución industrial…la época que quieran menos la actual. Aprendan a pelar pollos. A cargar agua desde el manantial hasta la casa. A usar la rueca, el telar. A prender fuego con un palito y una piedra. A sentarse frente al fuego a cantar y recitar. A escribir cartas y esperar tres meses por la respuesta. A vender y comprar con el trueque. Y a matar mosquitos a trapazo limpio…

domingo, 1 de noviembre de 2009

LO QUE MATA ES “LA CALORRR”

Las no-bondades del verano


Casi todo el mundo adora el verano. Claro, lo asocian con las vacaciones. Pero la maldita estación del calor agobiante, que solía durar unos tres meses, ahora y gracias al calentamiento global dura unos insoportables ocho larguísimos meses de ardorosa agonía estival. Pero para el proletariado, ese segmento infame de gente que cubre el 90 % de la población mundial, acostumbrada a correr todo el día detrás de un puñado de billetes que lo ayude a llegar a fin de mes, la duración de las vacaciones se extiende a una mísera quincena.

Entonces, ¿qué es lo genial del verano?, visto y considerando que fuera de esa quincena estarás destinado a freírte como un churro en aceite hirviendo. Francamente no le veo la gracia, al menos fuera de alguna playa con aire marino y el ruido de las olas. Porque en la ciudad, el verano es un flagelo maquiavélico diseñado para exterminar al excedente de la población mundial.

Todo se complica con el calor. Viajar en transporte público, los cuerpos pegados como sardinas apiladas en una lata al sol, emanando todos los olores y todos los fluídos corporales posibles; trabajar cuando los equipos de aire acondicionado no dan abasto; dormir cuando la temperatura mínima no baja de los veintiocho grados…la vida se convierte en un suplicio.


Por eso, en honor a una amiguita amante del orden y las listas, he aquí un TOP TEN de las peores cosas que el calor te depara cuando no estás de vacaciones:


La transpiración y la higiene. Imposible estar limpio sin ducharse cada media hora. Salís del baño, te secás y a los cinco minutos estás empapado nuevamente, pero esta vez en tu propio sudor. Tirarte talco solo logra que te conviertas en un gnocchi humano ya que la mezcla de la transpiración y el polvo logran una pasta asquerosa que se almacena en cada rollo y cada hueco de tu curvilínea anatomía. El desodorante es un placebo para tu mente, de eso te darás cuenta cuando te agarres del pasamanos del colectivo y se haga un vacío de dos metros a la redonda (al fin y al cabo Rexona NO FUNCIONA). Demás está decir que asistir a recitales de rock en el campo, apiñándote con otras treinta mil personas sudadas es una experiencia única que no volverás a repetir si frotaste durante media hora tu cara en la barriga de un señor peludo de dos metros que transpira como un beduino en el Sahara.


Quemarte el trasero y las manos. ¿Quién no se ha subido a un auto que estuvo varias horas al sol para incinerarse el culo con la cuerina del asiento y las manos con el volante en llamas? Lo peor del caso es que lo repetimos una y otra vez porque siempre estamos apurados, así que hacemos malabarismos para controlar la nave clavando las uñas en el manubrio o los dientes, en el mejor de los casos.


Dormir es un suplicio. Para el que no tiene aire acondicionado, o lo tiene y puede pagar la factura de la luz (quedan pocos), dormir es una tarea insoportable. El ventilador de techo no hace más que bajar el aire caliente acumulado en el cielorraso, para hundirte más y más en el colchón empapado. Ni la televisión aparta tu mente de esa nube de vapor que te envuelve y no te deja pegar un ojo. Ya te sacaste toda la ropa, ahora te gustaría sacarte la piel a jirones y ventilar tus arterias mientras relojeás la ventana en busca de un relámpago que anuncie una inminente tormenta.


Cocinar es una maldición gitana. Ya te las pensaste todas, pero no queda otra que prender el horno, o encender la hornalla. Porque si seguís pidiendo comida al delivery vas a terminar gastando el dinero que tenés ahorrado para pasarte una semanita haciendo la plancha en el mar de la playa más próxima. Entonces te parapetás frente a la cocina revolviedo la cacerola humeante mientras te llueve la frente y los pelos se te pegan en el cuello. Cuando la cena está lista has perdido todo rastro del apetito que tenías cuando comenzaste, la cena termina en el freezer junto con tu cabeza que busca alivio desesperadamente.


Vestirse es una tarea titánica. No solo porque el jean no se despega de las piernas impidiendo que lo subas más allá de las rodillas. La hinchazón provocada por las altas temperaturas hacen que abrochar el botón se convierta en un chiste, pasarte un anillo por los dedos una masacre y abrocharte el corpiño un acto quirúrgico. Esto sin contar los cinco kilos de más que te acompañan porque le diste a la cerveza más que un irlandés el día de San Patricio. A la media hora de salir de tu casa querrás arrancarte la ropa con los dientes, rifando la tanga que se te incrusta en la raya del culo al mejor postor. Desvestirte es un capítulo aparte. Sacarte esos trapos empapados en sudor te llevará más tiempo, ya que las telas tuvieron todo un día de sofocantes cuarenta y dos grados para incrustarse en cada recoveco de tu geografía corporal. Para despegar las sandalias del empeine de tus pies vas a necesitar un destornillador para hacer palanca. Y una tijera para operarte la musculosita cuyos breteles se fundieron con tus huesos.


Asolearse y refrescarse es más difícil que encontrar petróleo en el patio de tu casa. Los adoradores del sol querrán lucir bronceados tomando sol aún en la azotea de su departamento, el patio, el balcón o el fondo de sus casas. Entonces se tirarán cual lagartos en el piso, a sufrir como condenados hasta que se pueda fritar un huevo sobre sus estómagos. Entonces llegará el momento de armar la pileta de lona. Esa condenada a la que siempre le falta un caño, o un esquinero o el croquis con la explicación para unir los caños en un perfecto rectángulo. Para el momento que la tengan llena y armada se levantará el temporal de la década. El agua se llenará de hojas y se pudrirá. Entonces llegará el día de cuarenta y tres grados a la sombra otra vez. El agua será un caldo maloliente color caca que ningún integrante de la familia se dignará a limpiar. Y ahí quedará hasta la llegada del otoño…


Practicar deportes es un castigo divino. Es necesario, el médico te lo recomendó, los kilos de más lo ameritan; pero ni saliendo a caminar a las cinco de la mañana te librará de caer desplomado y mojado sobre la cama plantando bandera blanca hasta el primer día de temperatura decente (que llegará en aproximadamente cinco meses). Ni bicicleta, ni aparatos, ni siquiera Pilates; no vas a mover un músculo más que los dos necesarios para mirar televisión y hacer zapping.


Ir de compras al supermercado es insalubre. Lo mejor de ir de compras es el aire acondicionado de los shoppings y supermercados. Lo peor del caso es que el aire termina donde empieza la calle. Esa calle donde está tu auto o el autobús que te lleva a tu casa. Ahí reparás en el error grave que cometiste al llenar un carro con boludeces que pesan mil kilos, boludeces que vas a perder en el camino porque vas arrastrando las bolsas hasta que se agujerean vomitando su contenido (el que no te molestarás en recoger porque tu inexistente presión arterial te impide agacharte sin darte la cabeza contra el pavimento).


Asistir a un evento y participar activamente del mismo es una broma de mal gusto. Ya sea la reunioncita de fin de año del colegio de tus hijos, un casamiento o un cumpleaños; mantenerte de pie sobre un par de tacos aguja, embutida en un vestido dos talles más chico (subiste esos dos talles de tu casa al evento por pura retención de líquido) y encima embarcarte en un frenético baile carnavalesco es un acto de escaso amor propio. Tendrías que haberle hecho caso a tus instintos. Tendrías que haberte quedado despatarrada en bombacha, debajo del ventilador, mirando “Happy Feet” por vigésima octava vez (y deseando ser el pingüino protagonista).


El sexo es un “BIG NO-NO” como dicen los americanos. Está restringido a lugares con aire acondicionado, bañaderas con agua helada, piletas de lona (exclusivamente de noche), vacaciones en la Costa y/o hoteles alojamiento. Porque convengamos que para aquellas personas que no gozan de los beneficios de un ambiente correctamente climatizado, ensamblarse y gozar del proceso es una broma de mal gusto. Todo patina, las cosas se salen de lugar, los pelos se pegan y el olor rancio que despide quien se te aproxima con lujuria es directamente proporcional al que sale de tu cuerpo; logrando un efecto repelente similar al del “Off” en los mosquitos. El cachondeo será pospuesto hasta que las marcas térmicas no superen los veinticinco grados.


En síntesis, el verano es una reverenda porquería. Para el que trabaja en una oficina, para el que patea las calles entrando y saliendo de Bancos y oficinas municipales, para el que transpira al pie del horno de una Panadería, para el que coloca techos al rayo del sol, o hace pozos, o reparte correspondencia…a mí que no me jodan…el verano es el infierno en la tierra.