martes, 18 de agosto de 2015

YO CON YOGA



YOGUEANDO


Cómo llega uno a una clase de yoga?


  1. Algún dolor recurrente que no cede con calmantes.
  2. Anquilosamiento generalizado del esqueleto, músculos, articulaciones y afines.
  3. Aversión desmesurada a los gimnasios tradicionales y lo que allí se ofrece: música estridente, ruidos insoportables, coreografías irreproducibles, clases de step, espejos hasta en los techos, pesas, mancuernas, escaladores, bicibletas fijas y todo tipo de elementos de tortura aeróbica.
  4. Consejo del traumatólogo.
  5. Búsqueda de paz y avistaje de las plantas de los pies.
En mi caso particular, llegué con una lumbalgia monumental y por sugerencia del médico. Después de dar vueltas un año seguido dí con el lugar indicado y me tiré de cabeza antes de que el koala obeso que vive en mí arrugara cobardemente.

Llegué con una remera hasta las rodillas y un jogging que uso exclusivamente para deambular en casa y/o salir exclusivamente para sacar la basura.  Escondida detrás de esos trapos me presenté en la clase quince minutos antes, ansiosa por recibir mi cuota de paz (y llegar al momento de la relajación cuanto antes).  El tramo entre el inicio y la relajación iba a ser un poco más difícil de lo que pintaba.
Sentada en la colchoneta, munida de un par de ladrillos de madera, dos parches de goma eva, una correa para sacar al perro San Bernardo que vive en mí y una frazada; miraba a mis compañeros acomodarse en sus lugares mientras flexionaban los pies o intentaban ciertos estiramientos que en ese momento parecían impensados para mí. Sentarse tipo indio, parecía una proeza imposible,  mi carcaza oxidada no iba a doblegarse tan fácilmente.
La Profesora comenzó con ejercicios que involucraban exclusivamente el cuello y a lo sumo un brazo -esto es pan comido- pensé.  Contenta, escuchando los sonidos internos de máquina desvencijada que proferían mis vértebras cervicales, me percaté que todo el salón miraba para el lado derecho con la mano izquierda cruzada sobre el pecho.  Estaba exactamente al vesre.  Sonrojada por mi primer yogui-papelón, descrucé inmediatamente la mano y corregí la postura.  Al pedo, para cuando tuve todo bajo control, el salón estaba exactamente como yo había estado un minuto atrás.  Esa sería mi consigna del mes: estar siempre un minuto atrás del resto.  Comprendí que era el delay propio del principiante y decidí no hacerme problema por nimiedades, si lograba poner la máquina en funcionamiento la prueba sería superada con honores.  Lo bien que hice, debería haberme preocupado por mis caderas.  Y mis isquiones.  Y mis dorsales.  Y mi mula bandha.  Y mi eje.  Y mis costillas. Obviamente mi osamenta se negaba a expandirse mucho menos a alinearse cual fichitas de dominó.  
El pan comido se convirtió en un nudo indigerible cuando me pidieron enterrar la cabeza entre las piernas, incrustar el mentón en el esternón y agarrarme los pies tratando de sobrevivir al intento inspirando y exhalando (sin espacio para quedarme con dos gramos de oxígeno necesarios para seguir con vida).
Con una bocanada de aire fresco, logré enderezarme agarrándome de unas sogas que colgaban en la pared detrás mío.  Le supliqué a mis rodillas que me obedecieran porque quería pararme con clase, cosa que no pudo ser.  Me levanté clavando las garras en cuanto elemento estuvo a diez centímetros de mi persona salvándole la vida a mi compañera de la izquierda ya que mi derrape sacro coccígeo evitó de pura casualidad su rostro.  Desparramada como una babosa en el piso, me levanté en un segundo aparatoso intento.  Demás está decir que todas las partes duras de mi persona emitían sonidos a huesos rotos, piedra y arena.  Hubiera llevado el WB 40 para aceitar las articulaciones, aunque todavía estoy pensando si debería haberlo ingerido o untado en todo mi baqueteado cuerpo.
Como cereza del postre, se me solicitó partir mi cuerpo a la mitad para realizar las famosas torsiones. Para traducir esto a una forma gráfica debería explicar que se le pide a una parte del cuerpo que se quede en un lugar y a la otra que se tome el palo bien lejos.  Los tironeos de los músculos, la caminata con manos y pies metiendo el ombligo para adentro y contrayendo los glúteos es de las cosas más difíciles que me han tocado hacer además de sacar un pibe de 4.350 kgs. por uno de mis orificios vitales.  Que conste que nunca lo logré y debieron abrirme como al Tiburón de la peli para hurgar entre las vísceras para encontrar al muñeco en cuestión.
Luego de estos ejercicios vi con horror como varios compañeros se colgaban cabeza abajo suspendidos con sogas.  De repente tuve una epifanía y soñé con participar en mi propio momento "Cirque du Soleil", agarré las sogas con decisión e intenté infructuosamente levantar el armatoste caminando por las paredes.  No lo logré, quedé suspendida culo mirando al Tibet, estrangulada con las sogas y el mondongo colgando en una figura poética de Buda decapitado.
Llegó la hora de la relajación, tarde pero seguro, lo mejor de la clase estaba por venir.  Me tapé con la frazada hasta la mandíbula, los ojos con la almohadilla y luego de la frase "relajo todo el cuerpo de una sola vez" me quedé profundamente dormida.  Un ruido ensordecedor me sacó de una patada en el culo del viaje de amor y paz que había emprendido mentalmente a la India: el sonido de mis propios ronquidos.  Roja de vergüenza me esforcé por no volver a caer rendida en los brazos de Morfeo, tuve que pelearme varias veces conmigo misma para no volver a producir sonidos de foca y babearme como bebé en plena dentición.

Después vinieron el balanceo final, un par de estiramientos y el tecito con la Profe y compañeros.

Al día siguiente me dolían hasta las pestañas.  Todo menos las lumbares, motivo por el cual había asistido a la clase.  Misteriosamente pude atarme las zapatillas sin dolor, dormí como los Dioses y al día siguiente me sentí mucho mejor.  

Aún no he claudicado, es un avance si tomamos en cuenta mi prontuario gimnástico.

Shanti.

Y ahora un breve clip de la clase de yoga de Sex & the City (está en inglés pero se entiende perfectamente qué es lo que buscaba Samantha en esa clase).