martes, 27 de enero de 2009

MUSIC FREAK


Cómo determinar los diferentes estadíos de un enfermo de la música

Si uno le pregunta a cualquier persona con pulso y pabellón auricular medianamente sano: ¿Te gusta la música?, lo más probable es que jamás reciba una negativa. ¿A quién en su sano juicio podría no gustarle la música?. Probablemente a nadie, sin embargo, hay una diferencia abismal entre el sano juicio a la hora de disfrutar de un puñado de notas musicales y perder el juicio con solo escuchar un racimo de acordes bien escritos.
Existe gente que manifiesta su gusto por tal o cual melodía pero se conforma con escuchar los hits del momento, que alguna radio bombardea cíclicamente, sin molestarse en girar un par de grados el dial por miedo a perder la señal (o darse la antena en el ojo en el intento). No se preguntan qué estará pasando en la radio vecina, no se plantean dejar que se queme el guiso para anotar el nombre del tipo que está cantando esa canción tan linda. Porque lo más probable es que jamás consideren entre sus prioridades, el comprarse o piratearse el CD que los ha maravillado. Obviamente, esta clase de personas no califica para el título “music freak”, porque su nivel de adicción es demasiado bajo como para considerarlo una patología sana (si es que existe esa contradicción).
Existen también los fanáticos de la música, que aunque se esfuerzan, nunca llegan a obtener el título porque carecen de algo que a todo “music freak” le sobra: eclecticismo.
Los fanáticos suelen encasillarse en un género, un estilo o simplemente hacerse fans de cuatro o cinco bandas conocidas en su adolescencia, a las que seguirán al punto de descartar cualquier cosa que no se parezca a eso. Por principio, sin siquiera haber escuchado un tema de otra banda o algún otro tipo de música, los fanáticos suelen denostar lo que no conocen o es distinto a aquello a lo que fervientemente idolatran. El metalero vomitará a chorros si es expuesto a la bossa nova y el rapero se brotará si lo obligan a escuchar música celta. Un tanguero de ley se revolcará por los rincones si le pasan acid jazz y un fana del jazz necesitará un decadrón para soportar un tema de “Motorhead”. Lo mismo ocurre con los seguidores de determinada banda, llámense “ricoteros”, “rollingas” o “intoxicados”; pueden sufrir un ataque de caspa si se les ofrece la obertura de “Nabuco” o un tema de “Laura Pausini”. Pareciera que esta gente está más interesada en la postura filosófica que implica ser religioso seguidor de “Los Ramones” que en la música en sí. Rechazan sistemáticamente cualquier otra cosa con la seriedad de quien está optando por una ideología política. Acompañan su fervor con atuendos y modismos que le son propios a todos los seguidores de determinada banda; es así como encontramos rastas, porros y remeras con la cara de Marley entre los fans del reggae o caras pálidas, ojeras y ropa oscura entre los seguidores del rock gótico. Lo que siempre me llama la atención sobre estas personas, es que su fanatismo se sostiene en el tiempo y su intransigencia musical se agrava con la edad (es así como vemos padres cincuentones discutiendo con hijos adolescentes porque “después de Sumo nadie hizo música en Argentina”, todo esto mientras el pendejo aburrido le da OK en el Ipod al último hit de “Greenday" a todo volumen para ahorrarse la filípica musical por enésima vez en el mes).
El “music freak” es un espécimen de otra índole completamente diferente. Estos seres, entre los que me incluyo, piensan que los fanáticos se pierden todo aquello que descartan sin escuchar. Que optar por algo es privarse del abanico de posibilidades que está ahí afuera, sonando en alguna radio transgresora o esperando ser descubierta entre los vinilos heredados del progenitor o la suegra. El “music freak” es adicto, insaciable, ecléctico y abierto a todo lo que un cacho de pentagrama bien dibujado le pueda ofrecer. Considera que aquel que se conforma con un hit pisado por el locutor, en la radio de moda, es una especie de zombie musical que necesita ayuda para salir del ostracismo auto impuesto que no le permite asomar el cogote fuera de la frontera del 100 del dial. El “music freak” jamás descarta sin haber hecho el intento y se enamora perdidamente de un tema de folklore con la misma vehemencia que desmaya ante los tres primeros acordes de un tema de “Radiohead”. No existen los estilos, ni los ritmos, ni las bandas, ni los atuendos. Sólo música. Es lo único que le interesa. No etiqueta, no rotula, no discrimina. Todo aquello que logre hacerle palpitar el corazón o agitar la patita izquierda mientras mira una peli (cuya banda sonora va a comprar compulsivamente apenas salga del cine), le va.
Creo que los “music freaks” provenimos de hogares donde alguno de los padres padecía la misma adicción y supo pasársela a su descendencia exponiéndola a todo aquello que disfrutaba. En mi caso, fue mi papá quien alimentaba mi locura llevándome a las disquerías en lugar de a las boutiques, para salir diez minutos después con bolsas llenas de vinilos de todo lo que me fascinaba. Me compraba “Queen” o “Seru Girán”, pero se encargaba de hacerme escuchar a “Paco de Lucía”, “Oscar Peterson”, “Benny Goodman”, “Tom Jobim” o “Pink Floyd”. Entonces y con los años me convertí en una esponja que podía consumir el concierto de “Elgar” por “Jacqueline DuPré” y a la media hora enloquecer con “Ela e danzarina” de Chico Buarque. Sin embargo, debo reconocer que con el tiempo se convirtió en una patología, que aunque no es peligrosa suele acarrear algunos inconvenientes para quienes la padecemos.

TEST PARA DETERMINAR EL GRADO DE ENFERMEDAD MUSICAL QUE USTED TIENE
Músico-inmunizado (si contesta SI a más de cinco preguntas, es usted uno de ellos, no se preocupe porque lo suyo no es de cuidado)

¿Pone Ud. la radio a las siete de la mañana y no cambia el dial hasta que la apaga?
¿Es usted de los que no se brotan y revolean la radio por la ventana si le pisan un tema que le gusta con la tanda?
¿Pasa de largo por un local de venta de música, aún cuando estén pasando un tema que le agrada, perdiéndose la maravillosa oportunidad de preguntarle al vendedor quién es el cantante?
¿Puede sobrevivir fuera de casa sin Mp3, Ipod o cualquier dispositivo que cumpla las veces de tanque de oxígeno musical, toda vez que se aleja de su colección de CDS?
¿Puede cambiar de canal aún cuando estén pasando su videoclip favorito?
¿Sobrevive a la ignorancia de no tener puta idea del título de esa estupenda canción que acaba de escuchar en la peli que termina de ver en el cable?
¿Presta sus CDS?
¿No se mosquea si no le devuelven la banda sonora “Star Wars” que prestó hace un siglo?
¿Puede estar más de ocho horas sin escuchar música sin presentar síntomas de abstinencia?
¿No se le escapa un sollozo cuando no encuentra el CD de “Bob Marley” que se le antoja escuchar YA?
¿Padeció Ud. de otitis a repetición cuando pequeño, que le haya dejado alguna secuela?


Fanático Mal (Si contesta SI a más de cinco, Ud. es uno de ellos, no es grave pero a la larga se va a arrepentir de todo lo que se perdió de escuchar)

¿Tiene en su poder las colecciones completas de sus cuatro bandas favoritas en todos los formatos conocidos por el hombre junto con todos los DVD’s de los conciertos, las versiones en vivo de todos los temas, temas inéditos, entrevistas publicadas en papel y en Internet así como autógrafos de todos los miembros de esas bandas?
¿Es su guardarropa una sucursal de “Locuras” siendo sus prendas de vestir dos pares de jeans gastados y unas cuarenta remeras con leyendas y fotos de sus músicos predilectos?
¿Es capaz de sufrir una crisis de asma si no consigue el último CD de su banda favorita el día del lanzamiento (a pesar de que se comió una fila de treinta y tres horas para conseguirlo)?
¿Se deprime y llora cuando se entera de que su banda favorita se separa, aún cuando está convencido de que volverán a juntarse cuando se les acabe la fortuna que hicieron vendiéndole discos a Ud.?
¿Tortura a sus vecinos escuchando el mismo CD desde el año 1991?
¿Cuándo sueña mantiene conversaciones con Luca Prodan, Jim Morrison, Miguel Abuelo y John Lennon?
¿Se violenta cuando escucha a un ofuscadísimo Pappo discutir con ignoto DJ que sostiene que hace música mezclando sonidos, queriendo entrar en la pantalla a matar al DJ y resucitar a Pappo para decirle que tenía razón?
¿Recuerda con exactitud las formaciones completas, a través de los años, de sus bandas favoritas (y la bebida alcohólica predilecta de cada uno de ellos)?
¿Siente que, musicalmente hablando, todo tiempo pasado fue mejor?
¿Le pegaría un botellazo en la cabeza al imbécil del 4°A que puso cumbia a todo lo que da mientras Ud. intenta ingresar a su momento Zen de la mano de “Angie” de los “Stones”?

Music freak (Si contesta SI a más de cinco preguntas, Ud. está en serios problemas y necesita ayuda terapéutica…o que el día dure 56 horas para poder escuchar todo lo que compra y piratea)

¿Le cabe la música en cualquier idioma, proveniente de cualquier país, de cualquier género; siempre y cuando le haga cosquillas en alguna parte del cráneo?
¿Cuándo no esta durmiendo o internado en terapia intensiva, está Ud. escuchando música?
¿Cuándo era un niño, lo reprendían por quedarse despierto hasta altas horas de la madrugada enchufado al equipo de música con los auriculares puestos?
¿Es de los que piensan que la música se escucha FUERTE y llevan el mp3 a todo trapo?
¿Es de los que no se sacan el Ipod ni para bañarse?
¿Pertenece Ud. al grupo de los que hace falta operar para sacarles un CD prestado?
¿Es incapaz de tirar su colección de vinilos, aún cuando ya no le quede una sola bandeja giradiscos funcionando?
¿Tiene UD una planilla Excel del inventario de toda su discografía, con el fin de controlar las posibles bajas (por afano/extravío/roturas) y para poder encontrar con más eficiencia ese CD que anda buscando?
¿Sufre permanentemente de antojos musicales?
¿La música lo transporta a un universo paralelo en el cual Ud. es el Rey soberano, comandante de todas sus fantasías?
¿Es la música para Ud. una droga imposible de dejar?
¿Es Ud. de los que se levantan a hacer pis a las tres de la mañana y se va compulsivamente a escuchar un temita con los auriculares, cual transgresión, como el obeso que termina manducándose las albóndigas frías de la cena parado en la puerta de la heladera?
¿Mira las pelis en DVD con el control remoto en la mano para poder hacer pausa en los títulos y enterarse quien cantaba la canción que lo puso de la peluca?
¿Es de los que miran los canales musicales con lápiz y papel en la mano para anotar aquello que dos minutos después pondrá a bajar en la PC?
¿Odia que le regalen una reposera para su cumpleaños pudiendo haber gastado esa suma en 10 CDS de música?
¿Es de los que se hipnotizan y entran en trance a los locales de venta de música, a preguntar por la cantante que está sonando?
¿Es UD de los que se han endeudado para comprar música?
¿En su colección de CDS pueden encontrarse al menos ocho géneros musicales diferentes?
¿Es de los que bailan, agitan los piecitos, repiquetean los dedos, sacuden la cabeza o tararean al son de una canción sin pudor y sin control en cualquier ámbito o lugar (encontrándole la gracia hasta a una canción de Misa)?
¿Su biblioteca musical ocupa toda la medianera de su casa?
¿Es UD un melómano rabioso al punto de ser disputado por sus amigos toda vez que juegan algún juego que involucre adivinar tal o cual canción, el autor o las letras de alguna melodía?
¿Es capaz de cometer filicidio si su hijo le arrugó el booklet del CD de “Pink Floyd The Wall”?
¿Prorrumpe en llanto si no encuentra el CD que tiene el tema que engancha justo con lo que está escuchando?
¿Está convencido de que existe música para manejar?
¿Conserva UD sus cassettes empolvados y enmohecidos porque le da cosita tirarlos, aún cuando posee todo en mp3?
¿Su adicción le preocupa o le chupa soberanamente un huevo?


Me voy cantando bajito, no vaya a ser que me escuche mi vecino y me quiera convencer de que Mollo es mejor que Toquinho. Que conste en actas, a mí los dos me parecen geniales!!!.

sábado, 10 de enero de 2009

LOS HIPER, LAS GRANDES CADENAS Y LOS FRANCHISINGS

¿EVOLUCION O INVOLUCION?

La globalización de las comunicaciones, la era digital, Internet, las redes sociales, la tecnología de cacharros y aparatos; son todos avances innegables que han modificado nuestra vida haciéndola más fácil y práctica (además de entregarnos placeres infinitos como el home theatre, el cine IMAX, el formato mp3/4, el viagra, la bancarización on-line y los celulares que convierten el maíz en pochocho mientras reproducen el último episodio de “Héroes”). Pero, con el devenir de estas mágicas respuestas a nuestros sueños, también aparecieron soluciones a problemas cotidianos como la preparación de la cena o el remedio para las hemorroides. Y temo decir que ahí fue donde la solución fue peor que la enfermedad.
Este mundo moderno, digital, interconectado, wi-firizado, nos trajo además las grandes cadenas de hiper y supermercados, las monstruosas ferreterías donde se supone que todo es “fácil” y las franquicias de farmacias, heladerías, confiterías, pizzerías y disquerías. Estos grandes conglomerados se fueron devorando, cual Pac Man, a aquellos negocios chiquitos que pululaban en los barrios. Ahora, sólo nos queda comprar en hangares kilométricos donde la leche queda a cinco cuadras de las medialunas de manteca y un tarugo Fisher puede ser chino básico para el adolescente que te atiende con cara de “ET phone home” (estirando el dedito índice en alguna dirección buscando que el tarugo le emita una onda de radiofrecuencia que le diga dónde vive).

Todo se complica en estos gigantescos comercios donde deberían entregar rollers o scooters para recorrer el perímetro en su totalidad.
El piso suele ser la primera trampa que el iluminado arquitecto que los parió nos pone en el camino. Más interesado en la estética y el ahorro del costo de mantenimiento, que en la salud física de los posibles clientes, la eminencia del diseño se chorea los planos de una cadena de supermercados de Houston y le encaja el piso de “Patinando por un porrazo”. Quizás pensó que sería más fácil deslizar el carro metálico que pesa lo mismo que un Fiat 600, vacío y que un container con rueditas si está cargado hasta la manija; tapizando los pisos con baldosones lustrosos como un espejismo (algunos hasta llegamos a ver el manantial y la palmera, que no es más que el reflejo de una planta de plástico que le agrega “calidez” a la atmósfera marciana del lugar). Lejos de la verdad estaba el subnormal que tomó la decisión del porcellanato por sobre un piso menos resbaloso, nos salva de un par de bacilos que puedan filtrarse en los poros de algún otro material pero nos deja al borde de la silla de ruedas, una colosal lumbalgia de tanto luchar con el descontrol del carro y dientes nuevos de tanto apretar las mandíbulas haciendo fuerza para imprimirle un rumbo a nuestro derrotero, saltando de una bombacha en otra como Tarzán desplazándose de liana en liana. De por sí el carro suele tener vida propia, evidentemente responde a voces de espíritus que lo convocan desde el más allá…allá donde conviven salchichas y salamines; porque jamás responde a nuestro empujón facilitando el acceso al lugar elegido. A veces porque las ruedas giran locas en cualquier sentido, otras porque el cacharro necesita aceite y mantenimiento y las más de las veces porque el hijo de perra debería ser exorcizado por el Párroco de los Supermercados. La sumatoria del piso resbaloso y un chango rebelde con complejo de Che Guevara da como resultado una batalla titánica donde uno termina rendido y extenuado (cuando no golpeado o arrodillado pidiéndole misericordia con un rosario atado al cuello).
Una vez que uno logra domesticar el brioso corcel metálico (y luego de haber peleado con tres personas por un lugar en el estacionamiento, debajo del único arbolito disponible en 5 Km. a la redonda); llega la ardua tarea de encontrar la lista dentro de la cartera y de conseguir llegar (con la lengua afuera) de la góndola de los jabones a la de los jamones. Los taxistas coreanos y tailandeses que llevan gente en carrito, cuyo motor son ellos mismos corriendo como enajenados; se harían un festival de dinero si los dejaran trabajar dentro de estos inmensos almacenes. Porque no sólo existen distancias mega monumentales entre el pan de hamburguesas y las hamburguesas en sí, muchas veces nadie sabe donde están. Y cuando digo nadie, me refiero al ejército de personas que deambula vestida de verde y colorado con un logo bordado del tamaño de una teta de 5 kilos que reza el nombre dulce y pegajoso del lugar para el cual trabajan. Entonces uno acude a ellos para armarse una hamburguesa completa y descubre con horror que media docena de personas con mirada perdida no tienen idea de dónde están enterradas las monedas de carne, cual tesoro en Alaska, y otra media docena te responde que ellos sólo son repositores de lácteos (lo cual siempre me causa gracia porque para llegar a la leche deben pasar por otras góndolas, lo que indica que caminan con anteojeras o simplemente carecen de memoria visual). Entonces, te mandarán derechito a la isla de Informes donde una horda de madres llorosas reclama hijos perdidos; un puñado de gente, revistita de ofertas en mano, solicita ubicación de torre de puré de tomates a 2,09 pesos y nuestro único nexo entre la carne picada y nosotros te deja en fila esperando el momento de la consulta. Veinticinco minutos después, con las plantas de los pies en llamas, dormida y babeada sobre la manija del carro tendrás la chance de pronunciar tu pregunta. La respuesta va a tardar en llegar. De eso te das cuenta cuando la señorita (que no hace contacto visual contigo) se agarra a dos manos del micrófono (cual Luis Miguel cantando “El reloj”) balbuceando algo en un rarísimo dialecto. Ese algo, luego de afinar el pabellón auditivo es “msenion bardinez, depositorrrrrrdegongelados, pezentadze en infodmez pfabooooorrrrrrrrr”. El señor Martínez viene desplazándose a 2 nudos, sin viento de popa, con la alegría de alguien a quien los huevos le pasan tonelada y media cada uno; tiempo estimado de arribo= otros 25 minutos. El puntito rojo y verde se va agrandando al mismo tiempo que nuestra euforia por el esperado encuentro, entonces decidimos abrir una lata de cerveza marca “El sabor del encuentro” para hacer gárgaras con el líquido dorado…total tenemos toda la vida para esperarlo. Un poco más relajadas gracias al alcohol y dos nuevos dilemas en puerta, obtenemos una respuesta en forma de señales para sordomudos. Mientras nos dirigimos al tesoro escondido, el dilema uno se acerca para recordarnos que no debemos consumir alimentos dentro del establecimiento. Una, que ya perdió la calma hace cincuenta y tres horas, le contesta amablemente que se ha pasado la vida ahí dentro…no le queda otra que consumir para sobrevivir lo suficiente como para firmar la tarjeta y así pagar la compra y la cerveza consumida en un rapto de ilegalidad. Dilema dos, tenemos las hamburguesas ahora necesitamos desocupar la vejiga. Como el baño queda a quince kilómetros y afuera del predio te quedan dos caminos. Aguantar apretando los cantos o encajarte un pañal para adultos entre las piernas, atrincherada detrás de la bodega de vinos carísimos (que suele ser el lugar más reparado y oscuro).
Cuatro horas más tarde, dos kilos menos por el desgaste de la caminata y un par de bíceps marca Schwarzenegger (regalo del carro con complejo de Che); te enfilarás en la caja que tiene menos gente…ancha como fideo en agua porque elegiste la mejor y más rápida. No te equivocaste, cobra con débito, es para más de veinte unidades y no hace mención a embarazadas ni discapacitados. Nada te separa del éxito. Bueno, siempre hay un pequeño inconveniente. En este caso es la señora que no sólo no pesó sus verduras “oops”, se trajo una ensaladera que no tiene código de barras, la tarjeta tiene fondos insuficientes, la cajera es novata y no sabe cómo anular la compra, la supervisora tarda en llegar (como siempre) y los cinco pendejos desmadrados de la señora no dejan de patearte el carro, pisarte, soplarte jugo de naranjas en la cara con un sorbete a modo de cerbatana, hacer artesanías con sus propios mocos pegándotelos en la caja de hamburguesas cual ofrenda tribal mientras el señor que te sucede te pide disculpas porque su propio chango ingobernable estacionó en tu coxis.
Y en ese momento es cuando añorás aquel almacencito de barrio donde el dueño sabía tu nombre, el espesor preferido para tus fetas de jamón, te preguntaba por tu hijo y te alcanzaba la caja con la compra hasta tu casa. El tipo sabía dónde estaba todo, no necesitaba un GPS para encontrar las aceitunas ni el Google Earth para ubicar un paquete de arroz. Te miraba a los ojos, te alegraba la tarde con un chiste y te recomendaba tal o cual queso haciéndote probar cada cosa porque nada estaba fuera de alcance, envasado al vacío, etiquetado, encadenado y enterrado en algún oculto lugar.

Con las Farmacias franquiciadas y las grandes cadenas de Ferretería y artículos para la construcción pasa exactamente lo mismo. La atención es despojada y fría. Nadie sabe nada. Nadie recomienda nada. Con el agravante de que la figura del farmacéutico casi ha desaparecido y en su lugar han puesto a adolescentes cuya experiencia previa es haber trabajado tres meses en un Fast-food. Venden remedios como si fueran chocolates, equivocándose frecuentemente en las cantidades y la concentración de las drogas que despachan. Deben haberse cargado a más de un anciano entregándoles antihipertensivos con el doble de la dosis indicada por el médico y es muy común verlos humillar a alguna persona que se acerca pidiendo alivio para hongos, grietas en el culo, forúnculos o la droga para la erección ya que es muy probable que vociferen al compañero (que está parado a ocho metros de distancia): “¿qué ungüentooooo le vendooooo para el dolor en el anoooooo?”. Demás está decir que la respuesta vendrá de la mano del ex empleado del Fast food, quien recomendará Dr. Selby para todo porque su propia madre usa esa pomada hasta para rellenar empanadas (no porque se lo haya dicho el farmacéutico, que brilla por su ausencia en estos lugares, aunque ellos aseguran que está escondido detrás del muro que nos separa de su sabiduría…si es que tiene diploma y no lo compró en Villa Domínico por dos mangos con cincuenta).
El antiguo ferretero también está en extinción, como el oso Panda en China, lamentablemente. Porque en su vasta experiencia el tipo te vendía los elementos para reparar el cable del velador (y te enseñaba cómo se hacía), te daba eso que necesitabas…cuyo nombre no sabías pero podías dibujar en un pedacito de papel. El tipo se conocía las medidas de todos los tornillos, tarugos, mechas y tuercas. Tenía todo prolijamente guardado y etiquetado en cajoncitos, encontraba todo al toque sin revolear los ojos para arriba en busca de ayuda celestial. No como en los supermercados de tornillos e inodoros, donde los empleados desfilan cual androides clonados con un chip que amenaza con apagarse en cualquier momento. Donde flores conviven con bolsas de cal y cortinas de baño con amoladoras. Te rendís antes de entrar, porque estás seguro de que lo que necesitás está ahí dentro pero encontrarlo es más difícil que toparse con Brad Pitt en la estación Catedral del subte.
Otra desgracia similar son las cadenas de disquerías que reemplazaron a los bolichitos que vendían CDS en las galerías de Belgrano, en la Avda. Santa Fé o en la calle Corrientes. Todavía sobreviven algunas pero la piratería y las franquicias amenazan con pulverizarlas en poco tiempo. Ahí no es tanto la falta de mérito en la atención ya que generalmente la gente jóven se fascina con la música y suelen contratar a gente que sabe que los “Stones” no es una clase de jean gastado y los cuatro de Liverpool no son barra bravas de ese club de futbol. El problema radica en lo que venden, que suele ser lo más difundido dentro de cada género y donde no existe el lugar para algo distinto de lo que suena en las radios o está de moda porque el videoclip te lo pasan hasta el cansancio en cuanto canal de música existe. Si pedís música celta, lo más probable es que te revoleen un compilado pedorro con los diez hits archiconocidos de ese género, que ni siquiera están interpretados por los artistas originales. Lo mismo sucede con el jazz, con el blues y con la música clásica. Eso sí, del último hit de “Patito feo” tendrás copias como para exportar a Indonesia…no vaya a ser cosa que se acabe…Dios no lo permita!. Supongo que son las reglas del mercado, y seguramente se vende más el patito feo que un CD de Billie Holiday; pero me da lástima comprobar que ya casi no existen esos reductos subterráneos donde uno tarareaba una melodía al grosso que atendía y al instante el tipo pelaba lo que estabas buscando. Esos lugares que traían cosas raras, distintas…no globalizadas. Esos que se ocupaban de satisfacer las demandas de las minorías, aquellos a los que uno les decía “Toquinho” y no te contestaban “¿To qué?”.
Copetines al paso, puestos de choripanes, almacenes, galletiterías, fiambrerías, ferreterías, disquerías “under”, mercerías, zapateros, afiladores, peluquerías de barrio (donde te enterabas vida y obra del vecindario), farmacias, licorerías, videoclubs, vinotecas, heladerías artesanales…¿se ha escapado algún rubro de las cadenas franquiciadas o las fauces de los hipermercados?.

Voy a agarrar el rosario para exorcizar al chango y me rajo a hacer las compras
.

miércoles, 7 de enero de 2009

LÁGRIMAS DE COCODRILO

Cuando llorar es la máxima expresión en el arte de manipular
Manipuladores profesionales, los “lágrimas de cocodrilo” son personajes a los que uno preferiría tener a unos 250.000 Km. de distancia (si es posible en Vega o Urano). Sobretodo, cuando uno es permeable a esas lágrimas que le estrujan el corazón y le revuelven las tripas. Aquellos que no son inmunes a estas manipulaciones devenidas de la ingeniería psicopatera más fina y rebuscada, suelen caer de cabeza en estas tramas complicadas haciéndolos cargo de situaciones que no sólo no han propiciado, tampoco les corresponden. Pero son carne de estos cocodrilos, los huelen a distancia como el perro de caza que estira el rabo y apunta el hocico hacia el pollo que estamos descongelando (antes que la grasita del culo entre en erupción y desparrame olor a ave, inexplicablemente). Es más fuerte que ellos, son su platillo favorito y los fagocitan mucho antes de que caigan en la cuenta que han sido devorados por una tierna historia donde impera la injusticia y sobran los mocos.
Así como los lagartos, caimanes y todos sus parientes cercanos invierten gran parte del día en permanecer inmóviles esperando el momento justo para abrir las fauces y devorarse a ese patito que pasaba nadando, incauto; los “lágrima” pasan sus días inadvertidos esperando a sus posibles víctimas. Se les arrimarán sin hacer ruidito a agua, ni demasiado escándalo. Son enemigos de la confrontación y le escapan a quienes les hacen frente (o preguntas incómodas). Por eso se acercan a gente que suele esquivar los problemas por naturaleza y que huye de la confrontación (pero por motivos de higiene mental más que cobardía). Es un trabajo fino, que requiere concentración y el rodeo; jamás van al grano…más bien revolotean sobre la presa como cuervos hambrientos.
Una vez que eligen a aquel que puede aportarles algún beneficio, ya sea monetario, amoroso o algún servicio en particular que les pueda ser de utilidad; los “lágrima” se acercarán con sigilo, en puntitas de pie y sin levantar mucha espuma. Tal es el grado de sutileza que emplean los “lágrima” que para cuando sus víctimas se enteran que tienen la manzana rodeada necesitan una linterna (para ver dentro del estómago como Pinocho en la barriga de la ballena) o pomadita para el trasero (que comienza a arder).
¿Cómo saben que una persona responderá como ellos quieren?. Fácil. La víctima se delatará solita.

Características de los “permeables” a “lágrimas”

Es gente que suele llevarse bien con su entorno y no se destaca por tener un prontuario de conflictos grossos en su haber.
Obedecen las leyes.
Respetan a sus mayores y a su prole.
Poseen un alto grado de acatamiento a las normas y a sus superiores (ya sea en la escuela, universidad o trabajo).
Verbalizan que han sido víctimas de gente inescrupulosa que ha abusado de su generosidad, en el pasado.
Demuestran una gran dosis de altruismo, seguramente están abonados a Greenpeace, donan dinero a Unicef o simplemente llevan mercadería a la Parroquia toda vez que pueden.
Adoran a las mascotas.
Las mascotas los adoran.
Disfrutan de la vida en general y lo ponen de manifiesto expresando su alegría (arma de doble filo ya que los “lágrima” les entrarán por el lado de la culpa sin el más mínimo atisbo de compasión ni empatía).
Conformistas, aceptan lo que les tocó sin dejar de lado sus sueños (que suelen ser bastante más realistas que los de los “lágrima”).
Son sensibles a los documentales sobre corridas de toros, leonas devorando cebras y lloran a mares con el reencuentro de “Nemo” (el famoso pez payaso de Disney) con su papá.
Tienen tal grado de vocación de servicio, que en los restaurantes ayudan al mozo a levantar la mesa, en las catástrofes ordenan el tráfico de agua mineral y son los primeros en ofrecerse para cuidar a la Nona o hacerse cargo de la tarántula que apareció en el living (capturándola en un frasco para liberarla en el jardín, como corresponde).
La cara los vende, se parecen al perro de la gráfica de Hush Puppies.
Hasta la policía los detecta, jamás los detienen para pedirles identificación porque a simple vista son más buenos que el Quaker.
Son buenudos (y no es un elogio).
Tienen el detector de “hijos de perra” descompuesto de fábrica, ni Darth Vader ni Hitler les parecen demasiado malos; uno por corrupto tentado, celoso que cayó en el lado oscuro de la fuerza y el otro por conflictuado que se fue de mambo luego de contagiarse sífilis de una prostituta judía. Como si eso fuera suficiente excusa...
Les encantan los cachorros de todas las especies, sobretodo los humanos.
Cantan cuando trabajan.
Sonríen en los finales felices, aún cuando esa felicidad le pertenezca a otro (cualidad que brilla por su ausencia en los "lágrima").


Herramientas frecuentemente utilizadas por los “lágrima”

La lágrima, esa lágrima que dejarán correr libremente, sin enjugar para que pueda ser atestiguada por una gran audiencia. Jamás se esconderán con vergüenza, a llorar sus penas en el anonimato o a la sombra de algún árbol alejado.
Culpan a todo el mundo de sus desdichas. El plomero los cagó, la expareja los jodió, la maestra les enseñó mal, el Juez no leyó bien el expediente, el policía se equivoca, el cajero les tragó la tarjeta, el inquilino no les paga, los hijos no aprenden, los padres no ayudan, el portero se mete, la vecina los espía, el Jefe no reconoce sus méritos, el farmacéutico les dio mal el remedio, el médico no sabe nada, el mozo trajo la pizza fría y el vendedor de celulares le encajó un buzón que no funciona.
Utilizan la pena que provocan en el otro, para sacar partido de las situaciones. Anteponen los intereses de sus hijos o sus padres y hacen cualquier cosa en nombre de ellos. "El nene quiere ir a taekwondo, vos que sos la abuela deberías pagarle las clases ya que yo no puedo (voz en off: así yo puedo gestionarme esas veinte sesiones faciales de punta de diamante)".
Provocan premeditadamente la culpa del que, según ellos, tiene más suerte. “¡Qué suerte que te compraste esos zapatos…yo no pude, me debitaron dos veces la factura del teléfono…quién sabe cuándo me devuelvan ese dinero!”
Se lamentan constantemente de su mala fortuna, de sus malos negocios, de sus pésimas inversiones, de sus desamores y del destino que siempre les juega una mala pasada y los deja culo para arriba.
Pretenden, más bien exigen, que los “permeables” se comprometan a sacarlos de sus miserias. Comienzan pidiendo por favor, hasta que la costumbre convierte el favor en hábito y luego en obligación.
No son agradecidos, toman lo que se les ofrece y luego quieren más. Si no reciben lo que esperan montan en cólera y arremeten contra el que hasta ayer era una pieza removible de su juego de ajedrez cotidiano.
Fingen lo que no son, buscando la satisfacción de sus necesidades, pero una negativa puede hacer caer la careta de los “lágrima” para dejar ver la auténtica cara del cocodrilo.
Viven sus vidas intentando con compulsión, que los demás hagan por ellos, lo que ellos no están dispuestos a hacer por ellos mismos.
Claudican. Se cansan. Se rinden. Y cuando eso sucede salen a la pesca de su nueva presa.
Suero antiofídico recomendado: Pronunciar la máxima de Moria Casán "si querés shorar, shorá". Hacer mutis por el foro y dejar de ser parte de la audiencia.