jueves, 21 de abril de 2011

ME CONFIESO CULPABLE


Cuando uno se avergüenza de ser parte de la audiencia de “Gran Hermano”


Hay pocas cosas en común entre una madre y su hijo adolescente.  Encontrarlas es como toparse con una ballena blanca en el Río Luján.  Si por una de esas casualidades se da ese contacto, esa chispa que alimentará una conversación que no sea un intercambio árido de monosílabos escupidos al pasar, se impone aprovecharlos.
Básicamente, eso fue lo que me arrastró a esta adicción desenfrenada que tanta vergüenza me da confesar públicamente.  Ya he sido señalada con el dedo como una adúltera en la Inquisición en todos los ámbitos y círculos donde me muevo.  Mis compañeros de oficina, mis amigos, mis parientes y hasta el ilustre desconocido que ayer almorzaba en una mesa próxima a la mía alzó las cejas y me miró de soslayo cuando osé preguntar “¿Quién quieren que se quede en la casa?”.  He soportado el escarnio y el repudio de gente que alguna vez pensó que yo tenía algo más que dos neuronas debajo del pelo, pero nada pudo con la desesperación que me atornilla frente al televisor cada vez que aparece un debate o una “gala de eliminación”.

Volviendo al hijo adolescente, me gustaría aclarar que fue él y nadie más que el, el que me impulsó y me impuso el reality que ahora me aflige.

- ¿Otra vez vamos a ver el capítulo donde Homero Simpson desparrama chismes por todo el pueblo? – yo, que ya me se los diálogos de todas las temporadas de memoria.

- Es el mejor capítulo de toda la historia, lo vi tan solo dieciocho veces-  mi hijo sentado arriba del control remoto para que haga falta un equipo de cirujanos si quiero hacerme del maldito aparatito

- Por favor (fingiendo un llanto digno de Norma Aleandro), no aguanto más las vocecitas de los cartoons – yo haciendo un display de maniobras teatrales para infringir culpa en esa cabecita de mármol congelado

- Ta bien (aclaro, los adolescentes se comen partes vitales de las palabras para dificultar aún más la comunicación con los adultos) – mi hijo cambiando el canal a regañadientes y con cara de estufadito

- ¿Futbol?  ¿Qué partido es?  Porque los colores de las camisetas me resultan un tanto extrañas – yo asumiendo que prefiero Los Simpsons antes que Laponia versus Groenlandia

- No sabés nada (típico), es la Liga Inglesa.  El Bolton contra el Wigan – mi primogénito con cara de erudito y rascándose la barbilla a lo Winston Churchill

- No sé nada, pero garpo el cable, sacá eso o te hago un guiso con las teclitas del control y te las hago tragar junto con tus dientecitos – yo, en franca crisis de cólera, a los gritos porque la hinchada del Wigam grita frenéticamente en mi comedor

- ¿Qué? No te escucho – ya saben quién, haciéndose el boludo

Me acerco, pantufla en mano para domesticar a la fiera, y él…intuyendo mi maniobra esboza el siguiente comentario absolvedor:

- ¿Querés ver algo que podamos compartir los dos? – el jugador de poker con un par de ases en la manga

 Para mi horror, la criatura sintoniza un programa compuesto por cinco panelistas que comentan futbol a los gritos, con vozarrones de fumadores empedernidos y un léxico tan bonito me dieron ganas de hacer una compra de granadas de mano en Amazon.com

- Sacá a esa gente de mi comedor, sacalos ya o te voy a dejar el culo como a un mandril.  Si valorás tu vida sacá eso de inmediato.  No es un pedido, es una orden – yo, pelando chapa de madre con los pantalones puestos (aunque ese día vestía pijamas de Neuropsiquiátrico)

- Tengo una idea, hay algo que podemos “disfrutar” los dos.  Es hora de que compartamos algo, los dos juntos, como cuando yo era chico y miraba los dibujitos mientras me hacías masajes en los pies – el magistral jugador asestando un golpe bajo a mi útero sensible

-Poné – cediendo y ubicándome en el sillón mansita y a punto de convertirme al “granhermanismo”

- Esto es una cagada que te arruina el cerebro, veinte monos que se rascan las bolas confinados por voluntad propia a una cárcel con pileta con la promesa de cuatrocientos mil pesos si te aguantás hasta el final quedando como un pelotudo frente a todo un país…no entiendo cómo te puede gustar esto – yo, que no intuía lo que estaba por pasarme

Lo que pasó fue que me quedé sentada ahí, fascinada porque comenzamos a intercambiar más de un sí y un no.  Que fulanito, que menganito, que yo opino esto, que a mi me parece aquello. 

Lo que sigue es la génesis de mi “granhermanopatía”  (término con el que he dado en llamar a esta adicción que no tiene explicación científica hasta ahora.

1- Cuando sabés a quién se refiere el conductor cuando habla de “Cucho” o “Chizzo”; estás en problemas.
2- Cuando subís el volumen de la tele para escuchar una riña de descerebradas por un corpiño talle 85, viendo como tironean de la prenda cual gatas en celo; estás en problemas serios.
3- Cuando puteás con la fuerza de todos tus pulmones al megalómano que se cree que es el producto de una inseminación hecha de un cóctel con material genético del Espíritu Santo, Margaret Thatcher, Benito Mussolini, Carl Jung, Roger Federer, Carlos Monzón y Diego Maradona; ahí ya estás para medicar con Lista IV (psicofármacos con receta de archivo).
4- Cuando saltando festejando te das la cabeza contra el techo porque la nena vapuleada en un todos contra ella, se queda en la casa a pesar de los votos en su contra; lo tuyo es para camisa de fuerza.
5- Cuando gozás como los romanos en el Coliseo, mirando como se despedazan unos a otros frente a cámara como si se los estuviera manducando un león; lo tuyo es para acompañante terapéutico, Psiquiatra y drogas heavy.
6- Cuando gastás crédito para votar en contra de la perra sisebuta que le dio para que tenga a la tucumana desamparada que llora como marrana (y vos con ella); te chifla el moño mal, lo mejor es que te vacíen los cajones de los cuchillos y te palpen de armas.
7- Cuando invitás amigos a comer y dejás prendida la tele bajito para relojear el debate mientras servís la comida; lo aconsejable es un grupo de autoayuda y altamente recomendable exiliar los televisores fuera de casa hasta que el programa haya llegado a su fin.


El prólogo de todo esto es muy gracioso.

- Vení hijo, sentate que hoy es la última gala de expulsión – yo, gaseosa en mano sentada en primera fila

- No ma, yo ya no miro esa mierrrrrda – mi hijo, inmune a los embates de la “granhermanopatía”

Se ve que yo andaba con las defensas bajas…de otra forma…no me lo explico…