domingo, 21 de junio de 2009

SUEGRITAS QUERIDAS



Dedicado a la nuera de una auténtica “zorrosuegra” (término acuñado por ella misma)

Las suegras vienen con los hijos no huérfanos de los novios que supimos conseguir con ardoroso esfuerzo. Mientras salimos con ellos y no se vislumbra un proyecto matrimonial en el amoroso porvenir de la parejita en cuestión, estas señoras suelen permanecer en un estado de latencia que no nos despierta ninguna sospecha. Hasta llegan a parecernos encantadoras, encantadoras como una cobra que todavía no ha asomado la cabeza del canasto (y no es porque no hayamos tocado la flauta lo suficiente, créanme). El tiempo de noviazgo debería alertarnos porque pocas suegras pueden mantener el personaje de tiernas mamitas conciliadoras y protectoras. Algunas muestran los dientes como el perro al que le estás por afanar el hueso, ante la detección de una caricia (de sus hijos hacia nosotras) o un proyecto de paseo que no las incluye. Pero la mayoría guarda cierta compostura porque de boludas no tienen un pelo y se percatan enseguidita de que el nene se alejará del hogar materno si la novia se les monta en un huevo. Algunas llegarán al extremo de pasarse de mambo y deshacerse en atenciones y regalos con la secreta esperanza de que el hijo pródigo se de cuenta a tiempo que es mejor estar solito que mal acompañado (y si es en casa de mamita mucho mejor).
El problema arrecia cuando se enteran de que la nenita inofensiva, que saltaba de la silla para secarle los platos o simplemente sentarse el domingo entero a mirar películas del año del pedo haciéndoles compañía mientras el hijo “descansaba”; se convertirá en la nuera encargada de alimentar y vestir al que hasta ayer era “el amor de sus vidas”.
Cuando se habla de guerra fría, deberían referirse a este tipo de reyertas que se dan lugar entre suegras y nueras. Hago esta distinción porque la relación entre suegras y yernos suele ser mucho más frontal y encarnizada.
La cosa comienza despacito y mucho antes de que la nuera tenga registro de que está siendo objeto de una campaña de desprestigio que tiene por objeto dejarla como una inservible incapaz de llevar adelante un hogar (y mucho menos criar a la prole que las sucederá). Como en una obertura de Verdi, la tensión y la magnitud de los conflictos van “in crescendo”, sumando roces y disputas de la misma manera que se agregan trompetas y violines al final de la partitura.

Ojo, como toda regla, hay excepciones que la confirman (algunas son rescatables, hasta amigables me animaría a decir). Pero a la gran mayoría les cabe el término creado por mi entrañable amiguita madrileña: “zorrosuegra”. Ella supo tener un ejemplar digno de llevar ese nombre, por eso, he aquí una lista para detectar a estas señoras (lista que ha sido alimentada por las anécdotas de todas mis amigas que tienen o tuvieron el placer de padecerlas):

COMO DETECTAR A UNA ZORROSUEGRA

Te hace regalos espantosos para tus cumpleaños y navidades tales como: pijamas anti-sexo de franela color gris (pero muy calentitos), impenetrables, cerrados hasta el cuello; pantuflas de las que usan las ancianas en los geriátricos (pero anti-deslizables, Dios no permita que te caigas de culo y te fractures la cadera por culpa de un taquito más sexy); chocolates (que son para él porque vos estás a dieta, y si te los comés mejor, porque engordás y te ponés fea); el collar de porotos pintados del cual se desprenderá con mucho dolor ya que es recuerdo de su viaje a México en el año 1967 (la mitad de los porotos tienen moho pero se supone que lo guardes con mucho ahínco); pantuflas otra vez porque se le olvidó que ya te regaló unas igualitas para la última Navidad (y encima es consecuente con su horroroso gusto: o de toallita color rosita bebé o escocesas color verde loro con moño de raso incluido); bombachas…bah, adminículos dignos de ser usados para construír un ala delta, gigantescos pedazos de algodón color carne que tapan hasta el ombligo pero de marrrca ehhhhh!; la consabida y jamás usada plancha a vapor con la que le estamparías los agujeritos en el cachete izquierdo; la frutera que perteneció a sus abuelas y que te encomiendan con una mueca de dolor esperando que el cristal jamás sufra una fractura (con lo cual terminarás envolviéndola en papel de diario y archivándola en el fondo del placard…veinte años más tarde la dejarás caer con alegría al piso…pero a esas alturas la batalla estará casi ganada…por ellas); un costurero completito para que puedas zurcir las medias y hacer los dobladillos (este es un auto regalo encubierto ya que lo usarán todos los fines de semana para hacer la costura de la casa ya que una es incapaz de dar una puntada decente); camisetas (y dale con el frío); colonias y talcos para que te empolves bien la derriere (así el nene no la encuentra); ollas y sartenes para que lo alimentes bien ya que está un poco desmejorado desde que se casó con vos (en realidad no faltó comida, más bien sobró ejercicio pero la señora no puede pensar en eso o sucumbe a un ataque de celos y taquicardia); un rosario bendito que espera, te colme de dicha (si es que rezás las veinticinco novenas que vienen en el paquete o quién sabe las barbaridades a las que estarás expuesta; el cordón umbilical de sus retoños, envueltito en papel de seda (algunas hasta llegan a regalar sus cálculos biliares o renales); el salero y pimentero con forma de conejito con corazoncitos pintados que vas a esconder de tus visitas porque te da vergüenza ajena; bufandas gigantes de colores horribles, tejidas con lana que pica (supongo que esperan que te ahorques vos misma tratando de arrancártelas para rascarte el cuello); libros de cocina (afrodisíaca never), libros de jardinería, manuales para amas de casa novatas, los Santos Evangelios y “Platero y SHO” (que ya leíste en la Secundaria pero ella no te creyó). Lo más llamativo es la diferencia que hacen con sus propias hijas mujeres, porque abiertamente verbalizan que te adoran y te han adoptado en sus familias como una hija más, sin embargo vos ligás la exprimidora de jugo (manual) y tu cuñada un conjunto de lingerie que te deja boquiabierta. No te engañes, no sos la hija y jamás lo serás.

Otro elemento infalible a la hora de detectarlas es la total ineptitud para destetar a sus cachorros. Adoran ser las que salvan las papas del fuego cuando el crío se les ahoga en un mar de deudas, se enferma, se deprime o no sabe cómo hacer para resolver el problema de plomería que lo aqueja. Entonces se auto convocarán para dar una manito, asegurándose la deuda moral y la posterior culpa (en el caso de que decidas devolverle alguna facturita pendiente). Poco a poco se irán haciendo cargo del hogar de sus hijos, cocinando el pucherito para el nietito, pidiendo la llave del edificio para que la nuerita no baje con los puntos de la cesárea a abrir la puertita (¿no sería mejor quedarse en casita para no molestar?). Es así como allanarán tu hogar con una legión de personas (entre ellos los varones de tu familia política), sin tocar el timbre cosa de encontrarte en paños menores intentando embocar el pezón en la boca de un bebé que no para de berrear. Con una sonrisa ancha te llenarán la heladera con la comidita que le gusta al nene (cosa que no lo descuides mientras atendés al nieto, como si el tipo fuera a morir de inanición porque no pudo levantar el tubo para pedirle una pizza al delivery). Por supuesto, te llenará de consejos que no has pedido y que van en contra de lo que te dicen el sentido común y el Pediatra (inducir el movimiento intestinal del bebé insertándole el tallo del perejil en el ano, por ejemplo). Como Yoda en “Star Wars”, se sentarán en la cabecera de la mesa a contar las peripecias de su propia maternidad y a entregar perlas de sabiduría ancestral tales como “ellos (los bebés), mucho más inteligentes crecerán si la Enciclopedia Británica, al borde de la cuna leerás”. Nunca un juguete por el placer de jugar, todo didáctico y con un propósito bien definido: “este juguete ha sido diseñado para que el bebé ejercite (y se desespere) los piecitos intentando alcanzar las figuritas que penden del trapecio (ver foto)”.

La cualidad que te pone del tomate es esa falsa premisa “lo hago para ayudarte”. La ayuda nunca es gratis y el costo es altísimo. Si te planchan vendrán con cátedra de planchado y powerpoint incluído. Jamás entenderán por que el nieto prefiere la remera medio arrugada pero el adhesivo con la lengua Stone intacto y, si se te ocurriera deslizar el comentario, se ofenderán al punto de sentarse a mirar la televisión apagada hasta que llegue el hijo, las vea y se compadezca de ellas. Utilizarán cualquier recurso para provocar lástima (la tuya pero mucho más la del hijo…que tomará represalias con vos invariablemente). Desde arrastrar la patita (aunque después se jueguen 45 minutos de futbol con los nietos) hasta toses, palpitaciones y demás yerbas (las mismas que pela tu vieja y que ya te conocés al dedillo), cosa de clavar el puñal de la culpa en el lugar más oscuro y perverso de tu psiquis. Si te ofrecen podar el jardín, te convertirán el Rosedal en el desierto de Gobi; si te ofrecen limpiar te pulirán los herrajes del baño hasta carcomerles el cromado, cosa que queden como las canillas del Hospital Veterinario (pero limpitas). Abusarán de la lejía y los desinfectantes como el Fluido Manchester que tanto adoran y con el que seguramente se cepillan los callos plantales y los dientes; olores que dejarán impregnados por semanas obligándote a dormir con las ventanas abiertas en pleno invierno. De a poquito y sutilmente irán tomando posesión de la casa, como en el juego del T.E.G.; por más que llenes el comedor de fichas te la encontrarás sentada en tu lugar, sorbiendo té con leche en tu taza preferida y abriéndole la puerta a tus visitas (el juego termina cuando perdés el último bastión, en este caso el dormitorio, al que invariablemente desembarcará en medio de un strip tease disculpándose porque se equivocó de dormitorio).

“Yo moriré feliz el día que mis hijos sean independientes”. Frase mentirosa como pocas, este postulado, este axioma de fe vomitado infinidad de veces en reuniones familiares; es la prueba más irrefutable de que debajo de esa dulce y modosita señora vive una zorrosuegra capaz de tragarte entera y chuparse los huesitos. No hay nada que les joda más que los hijos ya no las necesiten, sobretodo los varones. Se convertirán en proveedoras absolutas de palabras de aliento, consentimiento tácito a todas las conductas del hijo (aunque estas incluyan montar un laboratorio clandestino de cocaína o deprimirse durante cinco años porque no consiguen trabajo como CEO de una Multinacional con sueldo de cinco cifras en dólares). Estarán ahí, con la aspirina en la yema de los dedos, cada vez que al nene le duela la cabeza. Estarán cuando el adorado retoño se queje de cansancio de tanto trabajar y se desplome en un sillón con cara de enfermo terminal, para compadecerse de ellos como si fueran las únicas personas de este planeta que trabajan. Se tornarán imprescindibles para la supervivencia del hogar del hijo; apareciendo religiosamente a arreglar, financiar, sanar, educar, controlar e imponer las reglas de juego; encorvadas, arrastrando los pies para desplazarse, escondidas detrás de un angelical camisón rosa oliendo siempre a lavanda y lejía.

Lo que seguramente desconocen, es que llega cierto punto en el que el producto de su impoluta educación y quien las acredita como madres modelo, se ha convertido en un ser que queremos devolverle para que se lo quede todito: “Felicitaciones querida suegrita, has logrado tu cometido, acá lo tenés de vuelta como el día en que lo viste nacer. Todo tuyo.”

¿Lo positivo de todo esto?. Nosotras, madres de hijos varones, tenemos la obligación moral de romper el paradigma. ¿Se puede?. No sé, se ve que es difícil porque todas tuvieron suegra, sin embargo casi todas se convierten en el modelito que alguna vez padecieron y que supieron despreciar…OMG!!!

martes, 16 de junio de 2009

MUJERES INSOPORTABLES







HOY VA DE INSATISFECHAS, HISTÉRICAS, MALAENTRAÑA, SABELOTODO Y PIRADAS

Si existe algo bueno para destacar de las mujeres, es que algunas tienen la capacidad de hacer una buena autocrítica y reírse de si mismas. ¿Quién no ha tenido un ataque de histeria y le ha gritado a su hijo hasta quedar afónica? ¿Quién no ha revoleado un par de platos en el medio de la peor crisis de síndrome premenstrual de su historia? ¿Quién no se ha peleado con un inepto manejando en la ruta? Todas tenemos un poco de eso. Y eso es normal, aunque a ellos les cueste entenderlo. El tema es cuando la cosa te desborda y ya le has perdido el rastro a la cordura (que quedó ahí, en segundo grado de la primaria, cuando todavía te enternecía tu mascotita y pintabas corazoncitos color rosado en la tapa del cuaderno de clase).

Las locas frikki-border que hoy nos ocupan (o preocupan) andan sueltas por la vida porque no son lo suficientemente peligrosas como para estar confinadas en cuartos acolchonados de un neuropsiquiátrico; pero su capacidad de romper los huevos ajenos (y del partenaire que las soporta, si es que todavía las soporta) es directamente proporcional al grado de insania e insatisfacción que las corroe (como el salitre marino a los barrotes de hierro de una casa frente al mar). La procesión va por dentro y eso es lo más desconcertante que le puede ocurrir a quien se tope con uno de estos ejemplares de ojos desorbitados y pelos erizados. Porque si uno pudiera ver el interior de sus cerebros, o la pantalla mental que ellas ven en pleno arranque de despótica furia, quizás las comprendería un poco (o sabría tomar una distancia sanitariamente aconsejable).

El modelito que nos convoca hoy es el estereotipo de la que está convencida de que nació sabiendo y que ya conoce todo lo que había por conocer. Su derrotero es un viaje de vuelta, no espera sorpresas, no necesita consejos, no pide ayuda y se le puede pudrir la lengua antes de reconocer que está equivocada (mucho menos pedir disculpas aunque se haya llevado puesto un cartel de contramano, discutiendo dos días y tres noches con un policía porque ha decidido cambiarle la mano a la calle que hace cuarenta y tres años lleva el mismo sentido…contrario al suyo, obviamente). Estas delirantes suelen autoconvencerse de que el mundo ha complotado en su contra y se pelearán sistemáticamente con el carnicero, el electricista, la maestra de los hijos, el oculista, la manicura, el mecánico del auto y por supuesto el marido. El marido merece un capítulo aparte. Un pollerudo que teme por su vida (muy probablemente sea el auténtico “hombre golpeado”) que no se anima a discutirle en público porque sabe positivamente que lo harán quedar como un pelotudo. Mejor callarse y que ella se devore cruda a la empleada que tiene enfrente. Es por eso que suelen mirar para abajo, un tanto avergonzados, cuando la experta en automóviles (léase esposa megalomaniática) discute a los gritos con quien le está entregando el OKM porque le es imposible ver la ubicación del botón disparador de los “airbags manuales”; encuentra antiestéticos a esos renglones dibujados en la luneta trasera; y se ofende porque se entera que el auto de motor diesel solamente admite gas oil “y no todos los combustibles disponibles como cualquier auto moderno”. Ella se habla, ella se contesta, ella goza de la incapacidad total para escuchar a nadie más que a su enfermizo “Super Yo” que le habla desde el fondo del occipital y le susurra cosas hermosas al oído convenciéndola de que se ha realizado como persona y ha logrado convertirse en el ideal de mujer con el que siempre soñó.

Así es que van por la vida peleando contra los molinos de viento, como Don Quijote, arrastrando a sus pobres familias cual Sancho a la batalla. Viven de juicio en juicio, de abogado en abogado, y de colegio en colegio ya que nada es suficientemente bueno ni está a la altura de sus expectativas. Tendrán problemas con sus vecinos porque aseguraran que fulano está colgado del cable, el perro de enfrente se masticó sus felpudos (aunque el can propio venga eructando, incriminatoriamente, restos de paja y crin) y le harán un sumario al Director del Colegio de sus hijos por incautarles el celular en clase (eso si antes no les dejaron un ojo negro porque no pudieron esperar la intervención de la justicia escolar).
Arremeterán contra la cajera del supermercado porque puso demasiados productos en una misma bolsa, porque la máquina lectora de barras le factura más de lo debido, el shampoo cambió de aroma desde la góndola a la caja y porque no están de acuerdo con pesar las verduras (y pretenderán en forma intransigente que “un supervisor más despiertito que vos, nena” les haga el favorcito de llevar las diecisiete bolsas a la balanza).

Algunas no tienen registro de su locura, las dejan sueltas y circulan dejando los huevos al plato de quienes tengan la desdicha de cruzarse con ellas. Pero otra categoría de estas matronas sabihondas beligerantes y autistas no sólo son mal llevadas, son mala entraña; no tienen ni un gramo de culpa y en el fondo disfrutan con el tsunami que provocan allí por donde pasan. Son las que no se hacen problemas a la hora de apuntar con el dedito acusador a la maestra de sala de tres, que tuvo la amabilidad de cambiarle el calzoncillo cagado al nene y ahora tiene un sumario por acoso sexual agravado por su condición de docente. Son las que incineran a la moza del restaurante porque se demoró más de un minuto en traerles la ensalada, el vinagre estaba demasiado ácido, el vino picado, el pescado lleno de espinas y la soda demasiadas burbujas. No pestañearán cuando pongan en peligro el trabajo de otra persona convirtiéndose en verdugos, bolígrafo en mano, para escribir un manifiesto de tres carillas en el libro de quejas de cuanto lugar visiten. Llevan la ira adentro, rubicunda, combustible; siempre al borde de la explosión que no dejará títere con cabeza ni vidrio sin vibrar (ya que el tenor y volumen de sus gritos es capaz de taladrar paredes macizas…sólo basta preguntarle a los vecinos). Todo, absolutamente todo les jode. Se pelean con los periodistas de los noticieros (aunque ellos jamás se enteren), con el plomero que arreglaría lo que tiene que arreglar si lo dejaran intentarlo en lugar de recibir instrucciones precisas, con el robotito del hijo porque se quedó sin pilas y con el verdulero ya que en un kilo entran cinco manzanas y no cuatro (aunque la balanza y el tamaño de la fruta digan lo contrario).

La pirada es una versión light aunque no por ello menos dañina. Es la que se cree miembro de una elite capaz de “educar” al resto de los mortales sobre la moral y las buenas costumbres. Son las típicas damas apocalípticas que largan frases al viento, con cara de “yo no fui” tales como: “el que mal anda, mal acaba” o la consabida “la ocasión hace la ladrón” (instando a las mujeres de la familia a abandonar todo acto que satisfaga los instintos más básicos; si ellas no follan que nadie folle ¡JO-DER!). La base del problema radica precisamente ahí, les vendría bien acabar de vez en cuando, para deshacerse de la histeria que las marea y las conduce a un rol autoproclamado de “Juezas del comportamiento ajeno”. Sisebutas iracundas, amargadas crónicas; estas mujeres están convencidas de que una entidad superior las ha puesto sobre la tierra para administrar, ordenar y regentear el micro universo que las contiene. Lo que no saben lo completan con el producto de su imaginación y si hay algo de lo que adolecen es de remordimiento a la hora de desparramar información que puede destruir un hogar, un puesto de trabajo o un vínculo sano entre personas que no son como ellas.

¿Cómo defenderse de estos personajes? He aquí un puñado de medidas para sostenerse en pie frente a estas mujeres:

Tomar distancia prudente (si es posible cruzar de vereda, cambiar de caja en el supermercado, cambiar de carril en la autopista, evadirlas en consultorios/colegios/negocios y lugares públicos)
Darles siempre la razón (de nada sirve gastar pólvora en chimangos, la realidad no forma parte de su universo psíquico)
Usar barbijo cuando uno no pudo evitar el enfrentamiento (generalmente escupen cuando gritan, con la gripe porcina no se jode)
Cambiar el tema de conversación cuando uno nota que su loca interlocutora comienza a enrojecerse y la yugular se inflama como una mecha incandescente dejando percibir los latidos del corazón
En caso de combustión inminente, lo más adecuado será tomar carrera y guarecerse en lugar seguro

¿Conoce alguna así?
Yo varias, hoy a la tarde me topé con una que estaba para el Récord Guinness (como será de grave que dio para inspirar esto que estoy escribiendo…)

domingo, 7 de junio de 2009

CAMALEONES HUMANOS




Woody Allen tenía razón

El cine de Woody Allen me parece genial. Hay gente que detesta sus pelis y gente que las ama; pero raramente provoque indiferencia en aquellos que sean expuestos a su obra. El tipo no sólo conoce la mente humana, se vale de los recursos más insólitos para dejar al desnudo las peores miserias propias y ajenas. En sus films es muy difícil no sentirse identificado con algunos rasgos de tal o cual personaje porque el tipo es observador y sabe plasmar perfectamente, a veces en forma caricaturesca, los distintos tipos de personalidad que uno encuentra en la vida cotidiana.

Tal es el caso de “Zelig”, la peli que nos muestra al camaleón humano. Exageradamente, en el film, Leonard Zelig es un tipo que se convierte en la persona que tiene enfrente. Si entabla conversación con un obeso, engorda. Si se topa con un Psiquiatra, inmediatamente comienza a analizar a su interlocutor. Y si habla con un indio, en pocos minutos muta en un indígena piel roja con trenzas y plumas.
En la vida real, sin llegar a ese extremo, existen personas que se transforman ante nuestra incrédula mirada en aquello que los sitúa en un lugar cómodo y seguro. Un lugar donde no resalten las diferencias ni exista espacio para el disenso, ya sea por timidez o falta de huevos para expresarse (porque eso significaría situarse en el lugar de una minoría).
También hay gente, como los políticos (una raza aparte si se me permite la expresión), que abusa de esta cualidad para obtener un rédito; no por exceso de cobardía para apegarse momentáneamente a determinada creencia (como es el caso del verdadero camaleón que tiene terror de sobresalir del montón o ser simplemente diferente).

Cómo reconocer a los camaleones que nos rodean:

Son los que repiten durante décadas “Yo no los voté”.
Son las que enarbolan la bandera del señor que paga el resumen de la tarjeta, si a él le gusta el café ellas son Juan Valdez. Si para él los autos alemanes son lo más, recitarán el manual de instrucciones del Audi en perfecto alemán…y puede que hasta les crezca un frondoso bigote a imagen y semejanza del dueño del auto germano.
Son los que no pueden salir a la calle sin el atuendo de moda. Nada más relajante que disfrazarse con todo lo que se usa…TODO. Si se usa el pantalón chupín, el color rojo, las lentejuelas y la boina ladeada; saldrán a la calle como émulos de Manuel Benítez “El Cordobés”. Si hay que usar jeans de tiro bajo, porque lo dijo Giorgio; legiones enteras de camaleones saldrán a la calle dejando escapar incómodamente, pedazos de rústica anatomía al rayo del sol de mediodía. O bien se reestructurarán adelgazando sus partes para adecuar la masa al molde.
Son los que festejan las bromas del Jefe, adoptan los latiguillos del Jefe, se compran el perfume del Jefe, leen el mismo periódico que el Jefe y se afilian al partido político donde el Jefe milita desde que aspira a concejal (aspiraciones que el camaleón comparte por carácter transitivo).
Son las que sintonizan el funcionamiento de sus vejigas con el de sus congéneres, migrando al baño en compactas hordas ya que levantarse de a una, frente a una multitud en un evento, puede ser más peligroso que cruzar el Puente sobre el Río Kwai.
Son los que hablan media hora con un paraguayo y terminan parafraseando en guaraní; los que ordenan la comida en un restaurante italiano hablando como La Cicciolina; los que toman un trago en el museo Renault y automáticamente se ponen gangosos; los que estuvieron cinco días en Orlando y todo les parece “guanderful”; los que se pierden en un barrio humilde, pidiendo ayuda a los transeúntes nombrándolos “Jefe” o “Papá” y tragándose las eses (como si esto pudiera ocultar la envergadura de la 4X4 que acaban de enterrar en el medio de la Villa 31). Son las personas a las que se les pegan todas las tonadas y cuando viajan a Brasil están convencidas que dominan el portugués porque le agregan “iño/a” a todas las palabriñas.
Son las personas que en el zoológico emiten los ruidos e imitan los gestos de cada bicho que observan (acostumbradas a imitar todo cuanto ven, se les escapa el vicio fuera de contexto exponiéndolos involuntariamente al ridículo en lugares públicos).
Son los que miran las carreras de autos los domingos, y los lunes se estrolan en las autopistas, convencidos de que dominan la máquina como el que descorchó el champagne en el podio el día anterior.
Son las que creen que si tienen el pelo lacio y rubio, hablan con vocecita de maestrita jardinera y usan la camisita blanca abrochadita hasta acá; nadie se va a dar cuenta que les gusta enfiestarse con la barra brava de Atlanta, las dos turistas brasileras que alquilan el 4°”A” y el acaudalado suegro de su mejor amiga.
Son los que se rascan la cabeza cuando entran en contacto con un chico con piojos; estornudan cuando comparten el ascensor con un alérgico; se brotan cuando se enteran que el vecino tiene varicela; se congestionan cuando leen los efectos adversos del ibuprofeno en el prospecto; los que escuchan que Menganito tiene un melanoma y entran a buscarse granos y bultos por todos los recovecos del cuerpo; los que miran la propaganda del Sensodyne y automáticamente se pasan la lengua por las encías encontrando la hipersensibilidad sobre el canino superior izquierdo.
Son las personas a las que uno les cuenta que viajó a Viña del Mar y ellas hicieron el mismo viaje un par de semanas atrás; que si uno casi vomita en el micro trepando la cordillera ellas se vomitaron la vida asomando la cabeza por la ventanilla; que si a uno le tocó un chofer panzón que cabeceaba con sueño a ellas les tocó ponerse al mando del volante porque el gordo se les quedó dormido en el regazo.
Son los que en los velatorios se mimetizan con el muerto tomando una coloración grisácea en la cara y un rictus cadavérico que suponen es la mejor y más formal demostración de compungida melancolía.
Son los que a la salida de una película relojean la cara del resto y van formateando su opinión de acuerdo al gusto de la mayoría; en el debate posterior, esperarán hasta dar su veredicto no vaya a ser cosa de que se conviertan en el único boludo al que el drama pastelón le pareció una obra maestra (esto lo harán aspirándose las lágrimas que amenazan con aflorar recordando la última escena donde el perrito estira la patita).
Son los que jamás en su vida se manducaron un reality show o un culebrón venezolano…no lo habrán visto por televisión pero se bajaron las temporadas completas de Internet y se las miran a las tres de la mañana con un cacho de Mantecol en la mano, como único testigo de la infame velada.
Son las que llevan dos o tres temas de cumbia villera en el celular, se olvidan que lo tienen seteado en función random y cuando el vil aparatito reproduce alguno de esos tracks en público son capaces de sentarse encima comiéndoselo con el culo, con tal de ocultar el verdadero objeto de su pasión musical.
Son los que en los ‘80s deambulaban por las playas con el traje de baño fluorescente, la naríz y la boca empastada de blanco filtro solar, el walkman atado a la cintura y la paleta de paddle colgando de la muñeca.
Son los que se vuelven ambientalistas frente a un miembro de Greenpeace, naturistas (choripán en mano) charlando con la prima segunda que es vegetariana desde la Guerra de Vietnam, capitalistas a ultranza presentando la documentación al Gerente del Banco para abrir una cuenta corriente, zurdos cuando una manifestación de quebracho hace un piquete frente al estacionamiento donde tienen el auto y anarquistas cuando en la oficina se produce el descontrol ocasionado por la partida prematura de todos los directivos de la empresa.
Son esos políticos que se suben a un colectivo por primera vez en plena campaña, besan las cabecitas de los bebés en la puerta de un Hospital Rural, se dejan tomar el pelo en un programa de televisión, se abrazan con aquel al que llamaron delincuente cinco años atrás y derraman un par de lágrimas mentirosas mirando con fingido interés al padre de ocho pibes que acaba de perder a uno de sus hijos por culpa del dengue…todo por un puñetero centenar más de votos.

¿Adaptación al medio?
¿Cobardía?
¿Timidez?
¿Inteligencia social?
¿Hipocresía?
¿Falta de espontaneidad?
¿Negocio?

No sé. Habría que preguntárselo a Leonard Zelig. A Eudora Fletcher…o a Woody.