domingo, 22 de marzo de 2009

SALUD INFANTIL


Turismo pediátrico

Cuando una pareja se embarca en la fabricación del primogénito, ya sea conscientemente o no, nunca imagina que nueve meses (después de pasarla tan agradablemente bien) se encontrará inmerso en un nuevo y complicado derrotero: la elección del galeno encargado de la supervivencia del neonato.
Mientras los flamantes padres permanecen en el hospital o la clínica las complicaciones son resueltas con el simple toque de un timbre que inmediatamente invoca a un especialista que se hace cargo de esa cosa que no deja de llorar, inexplicablemente.
Pero cuando uno traspasa la frontera del nosocomio y debe llevarse ese bulto que berrea a casa, deberá saber exactamente a quién llamar cuando las papas quemen. Es por esto que en las últimas consultas previas al parto, los obstetras mandan a las parejas a disfrutar del turismo pediátrico.

Cartilla médica en mano, los ignorantes futuros padres marcarán con lápiz los apellidos que, a su humilde entender les generan confianza. Por eso, un Dr. Buenaventura tendrá más posibilidades que un Dr. Malanotte (aunque éste último haya hecho un master de Pediatría en la Clínica Mayo). Pero nunca sabrán si ese médico les genera confianza hasta que lo tengan enfrente, la única manera de separar la paja del trigo es tomando turnos con cuanto médico tengan la chance de conocer. Los recomendados por la tía, por la suegra, por la vecina que acaba de parir, el clínico de la familia y hasta el veterinario del perro; todos serán potenciales “front runners”, hasta ser descartados por algún incierto motivo que será develado en la primera entrevista.

Si alguien pudiera filmar las salas de espera de los Médicos Pediatras, se haría una fortuna vendiendo los clips como anticonceptivos. Todo aquel que goce de una buena libido la perderá instantáneamente al poner medio pie en estos cuartitos tapizados de nubecitas, autitos y muñequitas. Entre los aullidos ensordecedores de una horda de críos hirviendo de fiebre, otra media docena que solo para de llorar para vomitar y otros seis que se secan sus narices chorreantes mientras arrastran camiones de bomberos por el piso llevándose puestos los talones de todo el mundo; anunciarse a la recepcionista es de por sí una tarea titánica. Demás está decir, que a la señora le suena el teléfono más seguido que a la CIA, pero como la dama en cuestión es sorda, no pierde la calma (creo que las eligen mayores porque son inmunes a los ruidos molestos, pueden bajarle el volumen a sus audífonos y como son abuelas todos los chicos les recuerdan a sus nietos…aminorando el nivel de furia ante el espectáculo dantesco).

Una vez esquivado el camión de bomberos para sacar la credencial y no morir en el intento, los futuros padres se sentarán con el culo apoyado en la pared por temor a perder la virginidad del recto ante la mirada atenta de un crío de cuatro años que no para de enchufarle el caño de una metralleta de plástico en el culo a quienquiera que se agache a sacar una revista del revistero. Es sorprendente como baja la tasa de natalidad en estos lugares, que es inversamente proporcional al desmadre que se produce con los chicos en la sala de espera y/o nivel de ruido (en decibeles) reinante. Es muy probable que la parejita preñada que asiste a la primer consulta tuviera un proyecto de unos cinco pendejos cuando subió al ascensor del consultorio, unos cuatro cuando se bajó del mismo (ya que el ruido se escucha desde el pasillo), unos tres a la media hora de espera; quedando perfectamente de acuerdo, finalizada la entrevista, en que el crío por venir será hijo único. La embarazada añadirá un nuevo ítem a su lista de notas y preguntas a los médicos “recordarle al obstetra que ligue mis trompas después de la cesárea”. No solo el ruido ambiental aporta al recorte del número de hijos a procrear, las cosas que uno escucha en esos salones no tienen desperdicio. Lo usual es que la pareja sea abordada por una madre de tres o cuatro salvajes que no paran de hacer destrezas físicas colgados del perchero o haciendo equilibrio sobre una mesita plástica a punto de resquebrajarse. Esta mujer con ojeras y cara de asesina serial vociferará de tanto en tanto alguna maldición a su prole para luego adoptar un tonito dulce pronunciando un tierno “¿es el primero?” (mientras apunta con el dedo índice la prominente barriga de su interlocutora). La tímida señora cabeceará un mudo “sí” mientras el marido le frota el vientre orgulloso, señalando el fruto de su semilla encapsulado ahí dentro. Es entonces cuando la madre de los gimnastas rusos devenidos en espartanos (ya que a estas alturas se han desnudado para dedicarse plenamente a la lucha de espadas, con los paraguas de los pacientes), calentará motores para vomitar un monólogo capaz de sacarle las ganas de copular a un ejército de conejos. Lo único que la callará es la voz de la Secretaria pronunciando el apellido de sus hijos (que a estas alturas han desarrollado una nueva habilidad que involucra dedos y mocos). La pareja, más tranquila, comienza a recapacitar sobre lo que les depara el futuro recorriendo la cara de otros padres y otros chicos con sus toses, pústulas y amígdalas en rojo. Está clarísimo que si uno tenía dudas sobre la salud del niño que ha llevado a la consulta, a la salida se irá con trece bacterias y un par de virus (y la certeza de que ahora sí está definitivamente enfermo).

Pero volvamos a la pareja que repasa la lista de preguntas que podrían ser perfectamente contestadas por una abuela o un buen libro de puericultura en lugar de una entrevista que se perfila como la tortura franciscana del milenio. Llegado el momento, serán acompañados al consultorio por la señora sorda que los dejará temblando del portazo, aislándolos del ruido monumental de la sala de espera. Y ahí comienza la verdadera hazaña, conseguir un médico a la medida de las aspiraciones que uno tiene.
Algunos hablan con una cadencia que resultará insoportable a sus pacientes; otros abusarán de los diminutivos; habrá quienes den por sentado que uno lo sabe todo y no explicarán nada; otros los recibirán al paciente con un gato durmiendo plácidamente en la camilla para horror de unos híper higiénicos padres y otros tantos sembrarán más incertidumbre que confianza describiendo la tasa de accidentes cerebro vasculares en respuesta a la inoculación de determinada vacuna (estadística en mano). La elección no será sencilla y demandará por lo menos otras dos visitas antes de dar con la persona indicada. Que tendrá que estar disponible a las cuatro de la mañana cuando el crío tosa como un lobo marino y el tipo nos diga por teléfono la dosis exacta de corticoide para descongestionar una laringe que no deja pasar el aire (luego seremos nosotros los que llamaremos la ambulancia porque el episodio nos deje al borde de un infarto). Tendrá que tener paciencia para escuchar la misma pregunta sobre el puré de tres colores, las caquitas de tres olores y las secreciones nasales que abarcan toda la gama de verdes y amarillos de la caja de 48 lápices Faber Castell.

Prepárense para el viaje, porque desde que el retoño llega a nuestras vidas hasta que cumple los catorce, se van a aprender de memoria el horóscopo de la multiúnica revista del año 98 del revistero, van a conocer al dedillo la cantidad de nubecitas de la guarda de la pared, van a tener contados los autitos del canasto de juguetes y se aprenderán los nombres de todas las Barbies descuartizadas y peladas que habitan la casita de la sala de espera del Pediatra.

¡Buena suerte! (la van a necesitar)

jueves, 5 de marzo de 2009

JAMON DEL MEDIO


O, “te partiría como un queso”
Los hombres son confesos babosos. No tienen problemas en girar el cogote como una lechuza para dejar sus retinas impregnadas con la foto de un buen culo o un escote prominente. No les da vergüenza comentar lo buena que está la fulana que aparece en el “Bailando” ni las cosas que le haría si se le presentara la remotísima posibilidad de tenerla enfrente (y que le de bola, obviamente). Todos le han dedicado un buen automasaje a alguna celebridad “jolivudense”, algunos soñando con hacerle ver la cara a Dios a una inocente Jennifer Aniston o a una tímida Keira Knightley. O tal vez ser complacidos en forma oral por una desfachatadísima Halle Berry. Básicamente, está socialmente aprobado que un hombre verbalice el objeto de sus más oscuros y humanos deseos; cosa que no es tan evidente con el cachondeo femenino.
Las mujeres corremos el riesgo de ser tildadas de “fantasiosas”, “volátiles” e “insatisfechas” si se nos escapa un suspiro mirando a Antonio Banderas, un auténtico jamón del medio, desplomarse desnudo encima de Angelina Jolie o si nos vemos obligadas a abanicarnos las entretelas viendo a “300” espartanos corriendo en taparrabos (tuneados, lubricados y musculosos). Solamente a las adolescentes se les tiene un poco de piedad cuando arman un tumulto frente a un hotel porque Bono se asomó a un balcón o cuando le revolean sus corpiños a Robbie Williams en pleno recital. Es que las hormonas les dan una inmunidad diplomática frente a la sociedad, de la que no gozamos las mayores de veinte (ni que hablar de las que pasamos la barrera de los cuarenta).
Pero permítanme decirles que lo que está oculto, se hace de zurda o no se ve a simple vista; no carece de valor ni veracidad, muy por el contrario existe y es mucho más grande de lo que la población masculina imagina.
Señores muy serios, sentados en sus escritorios o manejando sus autos camino al trabajo no tienen la más remota idea de que sus mujeres se quedan en casa cachondeándose con el DVD de Ocean’s Eleven (y todas sus secuelas) porque los tienen a todos juntos en el mismo disco (Clooney, Andy García, Pitt, Damon, Pacino). Tampoco imaginan que ellas tienen fantasías sexuales iguales o peores con todo el elenco de “Black Hawk Down”, el seleccionado completo de “Los Pumas” y el bañero de Pinamar que las ha dejado en estado de éxtasis total (también desconocen que la tarjeta de memoria de la camarita que fue a la playa volvió con una docena de fotos del macho en cuestión embutido en una mini zunga y corriendo a lo “Baywatch”). Es que sus mujeres son madres, y desde que lo fueron pasaron a la categoría de zombies asexuados que aplastan zapallo para la papilla del bebé, como si el clítoris les hubiera sido amputado en le primer parto. “Mi mujer, jamás”, se rasgarán las vestiduras jurando por la vida del hijo en común, que la fémina que porta su apellido se toca pensando en Adolfito Cambiaso o Leonardo Di Caprio. Desconocen la mayor parte del universo femenino porque ninguna se atrevería a compartir sus aventuras amorosas virtuales (ni que hablar de las reales) con un celoso marido que las mandaría de patitas al Psiquiatra, si supiera la verdad, para que les cure la fiebre uterina con un par de ansiolíticos sublinguales.
Las mujeres sólo comparten esta parte de sus vidas con otras mujeres, y muchas veces anónimamente en Internet…ya sea con un buen nickname en el chat o en los cientos de foros que existen para idolatrar a astros de cine, cantantes, deportistas, rockeros y modelos. Basta con googlear el nombre de “Gerard Butler” o “Chayanne” para que la búsqueda devuelva docenas de sitios de fans donde se pueden encontrar fotos de tan alta resolución que es posible contarles los pelos de la barba, divisar viejas cicatrices o reconocer una pústula de una feroz angina reposando en la amígdala derecha. Las mujeres se explayan a voluntad y con total libertad en estos foros debatiendo sobre el color de los ojos de su ídolo, sus abdominales, las venas de sus manos y el tamaño de sus genitales. Se pueden leer confesiones donde la gran mayoría admite que dejaría todo (el delantal en la cocina, el auto en la cochera, el bebé en la cuna y al marido en la oficina) para irse detrás de estos galanes en una tierna escena al más puro estilo “An officer and a Gentleman” (cuando él la rescata de la oprobiosa rutina de obrera de fábrica, todo uniformado de blanco). Eso en el supuesto caso de que el tipo leyera los ciento cincuenta posts que la señora ha dejado en el sub-foro que reza “cartas a Gerry” (donde le suplica que le haga un hijo…aunque esté más interesada en el proyecto que en el producto). Mujeres que le donarían dinero para una causa noble, a cambio de una foto autografiada y hasta un riñón si el tipo llegara a necesitar recambio. Pero no nos engañemos, ninguna lo quiere de amigo…todas lo quieren partir como un queso. Cosa que los incautos maridos y novios desconocen ya que esa faceta oculta de sus parejas transcurre en un submundo al cual no han sido invitados.
No solo de fotos y películas se alimenta este grupo de mujeres. Muchas recurren a literatura romántica y erótico-festiva (como mis amigas han dado en llamar a esos novelones de vampiros y highlanders dotados de físicos privilegiados y la libido de un contingente de marineros rusos después de tres meses en altamar). Estos personajes suelen ser la sumatoria de los deseos ocultos de cuanta mujer con un dosaje normal de estrógenos en sangre exista sobre el planeta. Sus creadores son precisamente mujeres, quién si no ellas para dibujar en nuestras mentes el ser al que todas querríamos tener al lado (o encima)? Estos libros se venden como pan caliente, se difunden en innumerables foros por Internet y se están comenzando a utilizar como guiones para películas. Evidentemente las editoriales han hecho estudios de marketing y se han dado cuenta que las mujeres tienen sangre en las venas y ganas de autogestionarse una alegría igual que cualquier hombre.
Lo que más gracia me causa es que muchos se palmearán la cara después de afeitarse, pavoneándose frente al espejo por la performance de la noche anterior, cuando en realidad el auténtico dueño de los jadeos de sus esposas es algún vampiro salido de una novela (y que fueron vilmente utilizados para prestarle su humanidad a un ser de ficción). Que no es ni más ni menos que lo que ellos hacen cuando cierran los ojos y alucinan con Araceli González o Salma Hayek en pleno revolcón.
Así que al final no somos tan diferentes, sólo nos separa la anuencia social que tienen algunos para manotear aquello que los haga felices sin tener que esconder la mano o compartirlo con su querido diario íntimo.

Mensaje para novios/maridos/amantes: Sus mujeres no son lo que parecen. Tienen un arsenal de películas y libros guardados. Un par de revistas con fotos de tíos en cueros en la mesa de luz, algún juguete sexual en el cajón de la ropa interior y muchísima…pero muchísima imaginación.