jueves, 26 de febrero de 2009

CARNE DE GIMNASIO

Descubra si es Ud. un deportista genuino

Los “carne de gimnasio” son seres que han sido bendecidos (o maldecidos) con una inquietud perenne y la energía capaz de poner en funcionamiento una central hidroeléctrica con las gotas de su propio sudor. Adictos al físico perfecto, son capaces de cumplir con una jornada laboral extenuante para luego encerrarse durante dos horas a saltar como marranos al compás de una musiquita exasperante. Probablemente poseen una bicicleta fija y varios aparatos y mancuernas que han sabido adquirir gracias a TV compras o a la oferta de algún hipermercado. Así como coleccionan aparatos para hacer abdominales y otros elementos de tortura similares, los carne adquieren cuanto DVD aparece para la venta con el último grito en ejercicios físicos. Se conocen al dedillo el aerobox, pueden hacer step dormidos y hasta chatean con el creador del taebo (un sádico que se propuso exterminar gente instándola a dar golpes de puño en el aire). Por supuesto, siempre tienen las zapatillas más caras del mercado y los equipos de gimnasia más modernos (con bandas fluorescentes y ojos de gato para poder ser vistos si se les da por correr a las dos de la mañana).
Siempre podemos encontrar una balanza en el baño de un “carne de gym” y es seguro que también sean dueños de algún dispositivo que mide las pulsaciones mientras usan la cinta para correr que tienen en el medio del living. Sus alacenas están atiborradas de complejos vitamínicos, cereales con fibras, galletas de arroz, suplementos dietarios, algas, hierbas diuréticas, cajas y cajas de té verde y algún que otro laxante natural en forma de barra de ciruelas disecadas. Generalmente son fieles a aquel gimnasio que los tiene como miembros desde que se mudaron al barrio y son tan perseverantes que el profesor los pone como ejemplo porque jamás se contracturan el cuello haciendo abdominales. Sonríen con erudita satisfacción cuando sus ejercicios para tonificar los abductores son puestos como ejemplo de lo que debe hacerse y pierden la paciencia con aquellos novatos que se equivocan en la dirección de algún pasito ocupándoles el lugar para ponerle freno a sus impecables maniobras gimnásticas. Siempre se instalan frente al espejo, a sabiendas de que serán vistos por el resto de la clase (y para alivio de aquellos que odian equivocarse y se van bien al fondo). Exhibicionistas por puro placer, los carne no tienen pudor a la hora de revolear los trapos en las duchas; se pasearán en bolas por los vestuarios demorando el momento de calzarse la ropa mientras se embadurnan en pomadas para hongos y se espolvorean los pies con polvo pédico. Disfrutan el ser admirados por aquellos que tienen un vientre por achatar o glúteos por afirmar y suelen pavonearse mostrando sus barriguitas de tabla de chocolate y sus bíceps marcaditos. Un pozo celulítico les puede amargar la vida al punto de invertir el sueldo entero en cremas francesas con promesas para ilusos; demás está decir que han desterrado el chocolate y la cerveza de sus magras vidas.
Las bibliotecas de estas personas suelen estar abarrotadas de libros de Deepak Chopra, Osho, de medicina ayurveda, Reiki, nutrición y varios tomos de todas las publicaciones de Alberto Cormillot y Jane Fonda. Las revistas de medicina, salud y nutrición abundan en las mesas de café de sus casas porque sienten la sagrada compulsión por convertir a la gente fumadora, gorda y pasiva en seres renovados y sanos que se salvarán del colesterol gracias a una buena arenga (Gatorade en mano).
La gimnasia ocupa el centro del inquieto universo de los “carne”, pagan la cuota del gimnasio antes que la del colegio de los chicos y preferirán una expedición a pata al Monte Fitz Roy antes que quince días en París (aunque les cueste lo mismo). Hasta sentados frente a la computadora contraen y aflojan los cantos del culo para tonificarlos y es frecuente encontrarlos hablando por teléfono mientras hacen flexiones con una latita llena de gaseosa en mano. No existen los feriados, ni las vacaciones ni excusa lo suficientemente buena para no caminarse cuatro kilómetros, obligar a algún miembro de la familia a sentarse sobre sus pies para hacer flexiones o hacer un par de horas de step dos horas antes de Nochebuena. Corren, no caminan; se restregan, no se duchan; tragan, no comen y hagan lo que hagan nunca están lo suficientemente conformes con el resultado.

¿Cómo saber si uno pertenece a este rubro?. Fácil, lea esta lista de hábitos y si tiene más de cinco…cómo decirlo…Ud. es un aparatito “carne de gimnasio”.

Tiene la cuota del gimnasio al día y nunca pagó fuera de término en los diez años que utiliza sus servicios.
El bolso con la ropita, las zapatillitas, la toalla y el desodorante pernocta en el baúl de su auto (por si las moscas).
Conserva la misma talla de calzas o jogging desde 1985.
El profesor del gimnasio le hace regalos para Navidad y Ud. para el día del maestro.
Repudia a todo aquel que exhibe sus rollos desprejuiciadamente.
Los fines de semana no se saca el jogging ni para ir al cumpleaños de sus amigos, porque inmediatamente antes o después emprenderá una enérgica caminata que terminará con media horita de bicicleta fija frente al televisor.
Se obnubila frente a las vidrieras de las casas de deportes y siempre se lleva algo extremadamente útil como una cantimplora o un par de muñequeras.
Sabe exactamente el equivalente en pasos a las calorías de un alfajor, consumiendo siempre lo que ha comido para conservar el peso que orgulloso ostenta.
El sexo es un deporte más, cuanto más atlético y esforzado mejor. El sudor es directamente proporcional al nivel de satisfacción, aún cuando la pareja no opine lo mismo ya que hacerlo cabeza abajo y con las piernas detrás de las orejas no le garantiza el orgasmo.
Está convencido de que el yoga es para debiluchos, pero no lo verbaliza porque sabe que pierde la membresía del “Club de la buena salud” (y queda como el culo).
Aunque tiene cuarenta, las rodillas son las de alguien de ochenta ya que han sido sometidas a un desgaste descomunal de tanto hacer sentadillas y estocadas.
Está bronceado en pleno invierno de tanto correr y caminar al rayo del sol.
En su casa, el ESPN y el FoxSports son los únicos canales que se miran.
Cuando falta el Profesor de Gym, Ud. se ofrece de voluntario para dar la clase.
Tiene la bicicleta colgada en el balcón o la galería, el abdominizer debajo de la cama y las mancuernas en el escritorio.
Los lunes, miércoles y viernes gimnasio. El martes futbol con amigos, el jueves taekwondo, los sábados tenis y los domingos natación en verano o volley en invierno. Eso sin contar los cuatro kilómetros matutinos a las seis de la mañana desde que dejó la Escuela Secundaria, donde todos le decían “dogor”.
En la heladera todo es verde. Aguas saborizadas sin azúcar, postres light, panes de salvado doble, mermeladas bajas calorías, gelatinas con edulcorante y verduras de todos los colores. El dulce de leche tiene la entrada prohibida.
Aún sentado menea la patita y dormido camina por todo el perímetro de la cama amaneciendo con los pies sobre la almohada.
Vive engrasándose con pomadas para hongos por pura precaución…no vaya a ser cosa que un maldito dermatofito le desate un furibundo pie de atleta que lo deje fuera del natatorio.
Lleva un completo registro de sus actividades físicas, así como también de la ingesta calórica en una prolijísima planilla Excel que vive en un pen drive que lo acompaña a todas partes.
Adora la música tecno porque lo invita a ejecutar su rutina de ejercicios como la cobra que asoma la cabeza al compás de la flauta.
Sus amistades son como Ud. o huyen despavoridas cuando se pone a hablar de las bondades de las semillas de lino y la importancia de la ejercitación aeróbica a las seis de la mañana.

Ud. no es un “carne de gimnasio” si tiene cinco o más de estos saludables hábitos

Colecciona carnets de gimnasios. Se anota. Paga la matrícula. Se saca la foto. Va a la primera clase y no vuelve nunca más.
Puede que tenga mancuernas y algún set de elementos para ejercitarse (tirados en el garaje, envueltos en una nube de polvo y una gruesa telaraña).
Tiene bicicleta, pero está siempre desinflada (y todavía conserva las rueditas de los seis años).
En la pileta hace la plancha o flota sobre una colchoneta plácidamente. Todavía no aprendió a tirarse de cabeza (eso sí, de bomba es capaz de vaciar media pileta).
No puede ni quiere dejar la cerveza, se banca con gallardía el rollo que lo prueba.
Cuando lo convocan para el futbol se ofrece de arquero porque ni mamado se pone a correr como un condenado después de todo un día de oficina.
¿Para qué caminar si el auto lo lleva hasta la Panadería que está a unas tres cuadras de su casa?.
Las calcitas ciclistas que alguna vez llevara con discreto encanto, ahora no le sirven ni para muñequeras.
Antes de que lo vean con jogging un domingo es capaz de tirarse debajo de un tren. Odia la ropa deportiva y aborrece a los domingueros que salen a trotar disfrazados de Marines de USA.
Hace quince años que tiene el mismo par de zapatillas.
No sabe lo que es un hongo, no sabe lo que es transpirar y es capaz de suicidarse si se queda sin pilas AAA para el control remoto debiendo pararse para hacer zapping.
Si engancha un programa de gimnasia, sólo se queda mirando si la profesora tiene un culo para el infarto o el profesor es un pecado ambulante; ni se le cruza intentar el ejercicio.
Sabe sobre todos los deportes, porque los ha practicado todos abandonándolos sistemáticamente en la tercera clase.
La gente que hace step lo pone muy nervioso.
Si tuvieran que lipoaspirarlo necesitarían un oleoducto para deshacerse de las grasas.
Para el sexo la tranquilidad y la seguridad son primordiales, si le piden un cambio de posición se le escapa la libido; esas cosas raras solo existen en las películas.
Restaurante favorito: El tenedor libre. Heladera: doble puerta y con el contenido suficiente para subsistir cuarenta noches en el desierto.
Se acuerda de lo que comió al mediodía porque el reflujo gástrico le devuelve el ajo del pollo a la provenzal porque de otra manera jamás podría decir con exactitud la cantidad de comida que ingirió ese día.
La profesora del gimnasio siempre lo elige como ejemplo de lo que no debe hacerse, burlándose de su falta de coordinación ante la risa del ejército de gimnastas que lo miran con desprecio.
Siempre abandona antes de los cien abdominales.
Todos los fines de año se propone pasarse al bando de los carne de gimnasio; para el quince de enero no sólo no se ha anotado…se ha comprado las seis temporadas de la serie “Los Sopranos” que piensa ver desparramado en el sillón debajo del ventilador, como todos los veranos.
Y están los que se ponen a piratear las clases de Pilates que jamás en su vida probarán…

Dime qué marca y en qué estado están tus zapatillas y te diré a qué grupo perteneces.

domingo, 22 de febrero de 2009

ORGIAS GASTRONOMICAS



O “Licencia para comer”



Existen ciertas ocasiones y festividades durante el año, en las cuales un ser humano dotado con déficit de apatía ante la comida, se dedica a fagocitar hidratos de carbono y grasas como si esto fuera lo último que uno hará en esta tierra (probablemente autoinduciéndose un coma diabético).

No se sabe bien porqué ni cómo esto ha comenzado. Antiguas civilizaciones festejaban el advenimiento del verano, una buena cosecha, el producto de una excelente cacería o el nacimiento de un nuevo integrante de la tribu. Y siempre lo hacían tomando y comiendo como salvajes (que eran) hasta caer redondos en el piso o lanzar el contenido completo de sus estómagos como si sus bocas fueran una cerbatana.

Durante siglos, los humanos nos encargamos de premiar y ser premiados con alimentos. A nadie se le ocurrió organizar un bar mitzvah en un bar de oxígeno ni una fiesta de bautismo en un baño orinando a modo de tributo al nuevo integrante del ejército de Dios. Es que uno se alimenta para satisfacer una pulsión del organismo de la misma manera que orina o duerme. Los alimentos son el combustible que necesitamos para vivir, de la misma manera que lo son el oxígeno, el agua o las sales minerales. Nadie hace un culto de desocupar la vejiga, pero cuando se trata de homenajear el ascenso del marido en el trabajo o unas merecidas vacaciones; hacemos un festival de la comida al extremo de torturar nuestros hígados y flagelar nuestros vapuleados páncreas.

Algunas oportunidades para dar rienda suelta al apetito voraz figuran en el top five de las orgías gastronómicas por ser aquellas en las que nadie deja un hueso de pollo sin roer y todos, absolutamente todos terminan con resaca, asco, ganas de vomitar y consumiendo Alka Seltzer a lo pavote. El hambre es algo que nadie conoce en estas oportunidades, nadie ingiere alimentos porque los necesite. Se come para morir comiendo (o por lo menos intentándolo). Se traga sin masticar, sin sentir el sabor; la deglución es compulsiva y motivada por un impulso desaforado que no busca ninguna satisfacción física, solo la mera satisfacción del deber cumplido (el deber de comer hasta reventar porque eso es lo que uno está programado para hacer). ¿De dónde salió esta programación?. No se sabe, uno solo sabe que debe hacerlo porque sus padres lo hicieron y ellos lo hicieron siguiendo el modelo de sus abuelos. Así es como en vísperas de Navidad; todas las mujeres de un clan familiar se internan en sus cocinas a hacer el repulgue de ciento veinte empanadas; meter chanchos, pollos, corderos y pavos al horno; bañar con salsa de chocolate todo aquello que no se mueva ni se queje; e inundar con mayonesa cuanto vegetal aplique para ser disfrazado de color amarillo huevo. Cocinas que laten al ritmo de los borbotones de salsas que hierven en bulliciosas cacerolas; exudan vapores y aromas a laurel y vainilla y que se convierten en una fábrica de manjares, son clausuradas durante días para la costeleta y la sopa (alimentos de la vida cotidiana). Es que esas cocinas están destinadas para algo superior, algo mejor, algo que sin querer le costará la vida al abuelo (ahogado en sus propias enzimas estomacales). Niños y adultos quedarán arruinados por varios días luego de consumir dosis masivas de proteínas y glúcidos; pero todo sea por la resurrección de Cristo, la comunión de Pía, el cumpleaños del abuelo Nicanor o el nacimiento de Bautista.

Veamos a continuación el Top Five de Festividades y eventos que invitan al desenfreno gastronómico y aquellas cosas que se consumen “normalmente” en esas fechas.

NOCHEBUENA Y NAVIDAD

Festividades top a la hora de ingresar kilocalorías en la caldera del sistema metabólico, estas cenas y almuerzos tienen por objetivo liquidar a quienes no posean una lengua de amianto, un estómago tapizado en teflón y un hígado capaz de destilar aceite en agua. La gente cocina una semana antes para estas fiestas y es muy capaz de soltar los ahorros de seis meses para agenciarse el mejor pavo de la góndola del super (al que rellenará con almendras, batatas acarameladas, coñac y frutas disecadas). El problema radica en que las recetas usadas han sido heredadas de habitantes del hemisferio norte donde generalmente hace un frío de perros y la ingesta calórica está totalmente recomendada para volver el alma al cuerpo y borrar el azul de los labios. Pero en el hemisferio sur, con treinta grados Celsius por la noche, comer lechón asado con cebollas glaseadas y frutas secas de postre es una invocación al suicidio. Es así que encontramos gente transpirada en los patios y jardines, tratando de apagar el incendio estomacal con sidra, vino y cerveza; cuando en realidad deberían estar inyectándose insulina para darle una manito al páncreas.

¿Qué se come en estas fiestas? Tome la lápiz y papel e intente decir que NO a más de dos propuestas. Le juro que Ud. no es vírgen de ninguna de estas atrocidades:

Asado grasoso, con cuero (esto incluye chacinados tales como chorizos, morcillas y animales enteros como lechones, corderos, pollos, chivitos y todo aquel bicho que tuviera pulso dos días antes y una pizca de vocación de servicio), acompañado de ensalada rusa regada en mayonesa, berenjenas en escabeche, morrones con oliva y ajo, papas fritas, torres de panqueques rellenos de fiambres y no sigo porque me está dando asquito.

Otros optan por la comida fría: Léase piononos rellenos de fiambres y mayonesas caseras, vitel thone (carne bañada en pasta de anchoas con mayonesa y alcaparras), lengua a la vinagreta, budín de arroz con mayonesa, ensalada Waldorf (con mucha crema y mayonesa), matambre, carne fría y toneladas del ingrediente principal de estas recetas: MAYONESA.

Los más osados sirven pastas, pero jamás unos fideítos con una salsita liviana. Canelones y lasañas crepitantes que nadan en crema y tuco, con toneladas de queso parmesano rallado que dejan la boca de cualquier cristiano ardiendo como si hubieran frenado una piña con la boca. Cappelettis con crema, ravioles con boloñesa, fideos con bechamel…cualquier excusa es buena para morir de híper glucemia.

Los postres no se quedan atrás. Los más conservadores harán la sanísima ensalada de frutas a la que la Tía Leonor le agregará cinco kilos de helado de crema americana y varios cucharones de dulce de leche porque “un día de vida es vida, dijo un paisano, y se metió un palo en el culo”. El palo se lo meterá ella dos días después en un vano intento de esquivar al proctólogo encargado de demoler el bolo fecal ya que la Tía es la constipada más constipada de la familia y sus intestinos no son un modelo de bondad, apertura y generosidad.

Otros optarán por flanes, budines de pan con caramelo, arrollados, tortas de mousse de chocolate, pies y cualquier masa a la que se le pueda agregar chocolate derretido en forma industrial a lo “Willy Wonka”.

El tema es que todo esto es regado con grueso octanaje alcohólico, con y sin burbujas; a lo que más tarde se le sumará el tradicional pan dulce relleno de frutas secas, los turrones, las nueces y todo aquello que suelte más grasas sometiendo a un ya comprometido hígado a un infarto hepático.

PASCUAS

Se supone que luego de varios días de duelo y austeridad digestiva, en los cuales la ingesta de carne es pecado; los pecadores (que han comido carne a reventar, pero lo han confesado el sábado de gloria), suelen acercarse a la mesa Pascual con un apetito pasmoso y la ferocidad del Cóndor patagónico. En general, lo que se pone en la mesa no dista demasiado de los platillos que se sirven en Nochebuena y Navidad; pero aquí debemos agregar un elemento de contundente relevancia: El chocolate.

El huevito, el conejito, la chupaleta y los ositos de chocolate; son sin lugar a dudas un “Must” en la mesa pascual. El tema no es este ingrediente en sí, el problema radica en ser ingerido luego de un pantagruélico y aceitoso asado, un monumental guiso casero o la lasaña de la abuela (que ya cuenta con varios cadáveres en su haber). En lugar de cerrar esa comida con un té digestivo de hierbas o algo refrescante como un helado de limón, la mayoría embutimos más de medio kilo de chocolate a fuerza de sorbos de café y alguna gaseosa alimonada que nos provoque el eructo que nos permita hacerle lugar a diez gramos más de cacao.

CUMPLEAÑOS, BAUTISMOS, COMUNIONES Y CASAMIENTOS

Todo evento familiar que involucre la reunión de más de media docena de familiares y amigos no puede ser concebido sin una opíparo ágape con alimento suficiente para abastecer a las tropas que desembarcaron en Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Generalmente se calcula comida como para el triple de la gente que va a asistir y probablemente asistan dos tercios de la gente invitada, con lo cual las sobras servirán para que una familia completa sobreviva un mes en el Himalaya.

Estos eventos suelen ser un descontrol ecléctico de diferentes manjares que se disponen en largas mesas donde los comensales batallarán por la última rodaja de ese peceto con ciruelas o la penúltima rebanada de esa torta de frutos del bosque que estaba para el crimen organizado. Así, tíos y abuelas se batirán a duelo de tenedores, arruinando sus mejores ropas con restos de merengue italiano o salsa tártara. Desde las familias más humildes hasta las más pudientes, en cuanto a fiesta familiar se refiere gastarán hasta el último centavo que tengan con tal de engordar a sus comensales cual pavos en fábrica de paté. Para cuando la fiesta termina, nadie puede recordar el vestido de la novia ni el discurso del padrino de bautismo; pero todos van a llevar pegados en la memoria (y en las paredes del intestino) los ingredientes de esos crepes de champignons que hicieron las delicias de todos los invitados.

VACACIONES DE VERANO

Vacaciones de verano, sinónimo de desenfreno, todo está permitido. ¿Y si todo está permitido, porqué sólo nos dedicamos a comer y tomar como beduinos? Nadie lo sabe, pero todos lo hacemos. Planeamos con anticipación lo que vamos a cenar mientras esperamos que el choclero termine de embadurnarnos el choclo con manteca y sal en el mismo momento en el que le hacemos señas al panchero para que nos vaya preparando el superpancho con mayonesa y lluvia de papas que nos vamos a fagocitar tres minutos después. Y si en el mismo momento llegáramos a divisar al heladero, lo más probable es que nos embarquemos en una silbatina sin final hasta llamar la atención del pobre hombre que hará seiscientos metros bajo el sol abrasador de febrero para enterarse que deberá volver en media hora a vender un cucurucho porque la ansiedad de su interlocutor no le permitió seguir con su playero derrotero.

Licuados de frutas con leche para bajar waffles impregnados en dulce de leche como postre de hamburguesas con queso y papas fritas como almuerzo de un aperitivo de rabas y cornalitos fritos con cerveza; serán la antesala de una cena que promete calzones napolitanos rellenos con longaniza, pizzas de por lo menos seis ingredientes, empanadas y panqueques. Como si esto fuera poco, somos muchos los que estando despatarrados en la playa, deseamos internamente un ansiado día de lluvia que nos permita hacer un par de cruces más en la Check List de todas esas cosas que nos propusimos comer. Nos falta la picada de mariscos en el puerto, el chocolate en rama de la peatonal, el popcorn en el cine, la casa de las tortas en el bosque y las medialunas calientes de la más famosa panadería de la ciudad balnearia (y solo nos quedan ocho días!).

LOS VIAJES AL EXTERIOR

No existe mejor manera de conocer aquel destino que hemos elegido para vacacionar e impregnarnos de su cultura, que consumiendo aquello que los legítimos ciudadanos de esos ignotos rincones se llevan a la boca. El problema reside en que sus aparatos digestivos están acostumbrados a los porotos, la harina de maíz, la carne de mono, la caña de bambú y los famosos lichee de los restaurantes chinos. Nuestros estómagos rara vez se acostumbran a la ingesta de algas marinas o potajes tales como la feijoada o el cus cus, y suelen demostrarlo de manera inapelable. Será así como arruinemos viajes enteros buscando la versión brasilera del estreptocarbocaftiazol, el genolaxante o la hepatalgina. Caminamos por la calle como un volcán ambulante en erupción a punto de supurar tres litros de lava ardiente, apretando los cantos para llegar al hotel a tiempo. Entonces hay que buscar el remedio que nos permita seguir haciendo turismo gastronómico y la droga que saque la sensación de náuseas así podemos clavarnos una shawarma o dos piezas más de sushi. Compramos bocaditos en la calle sin la remota idea de sus ingredientes; vamos a un restaurante para pescadores en el puerto sin dudar en levantar el dedito señalando aquella cazuela que come un marinero, pronunciando “quiero una de esas” para descubrir con espanto que nos hemos comido un guiso de erizo de mar, que no va a tardar en viajar cual bólido por las curvas de nuestro intestino grueso haciéndonos revolcar de dolor antes de abandonar nuestro excedido cuerpo.

Y así nos pasamos el viaje, del baño a la cama y de la cama a la farmacia; con largas escalas en todos los sucuchos que venden platillos del lugar.

Eso sí, al cafecito…unas gotitas de edulcorante, porque el azúcar engorda…


lunes, 16 de febrero de 2009

MENTIME QUE ME ENCANTA


El misterioso encanto de los falsos profetas, tarotistas, videntes y futurólogos.
Es un cliché que viene desde que el mundo es mundo y el hombre un eterno pelotudo. Civilizaciones antiguas recurrían a ellos, los portadores de la sabiduría fast-forward; brujos, hechiceros, clarividentes y enigmáticos gurús que se las han ingeniado durante siglos para vaciar los bolsillos de aquellos que los convocaban y convocan hoy en día para escuchar una palabra esperanzadora o una linda mentira, da lo mismo.
Carne de diván por excelencia y atascados en la complicada telaraña de la vida cotidiana, quienes alguna vez visitamos a estos mamarrachos, lo hacemos en una especie de lapsus (onda cortocircuito) en el cual el agua no nos llega al tanque y la ansiedad prima sobre la razón. En medio de una maraña de problemas y tribulaciones sobre el futuro, a algunos se les da por ir al Templo o a la Iglesia; pero una porción más idiota y transgresora es arrastrada como perro de presa detrás de un pollo, a estos antros y covachas donde vírgenes conviven con santos y símbolos paganos de dudosa reputación.
Los lugares que yo he conocido, en general pueden provocar susto en menores de quince años y/o un ataque de risa monumental en alguien un poco mayor y con tres neuronas en regio funcionamiento. Para otorgarle un aura de autenticidad sacramental, estos ladris de cuarta se dedican a ornamentar sus madrigueras con velas talladas con leyendas en lenguas foráneas y símbolos extraños, inciensos prendidos como para perfumar Alaska e imágenes en forma de estatuas o cuadritos tapizando hasta el último metro cuadrado del lugar. Así podemos apreciar como la Vírgen de Luján conversa con un desvencijado Ekeko cargado de bolsitas de comida y un pucho entre manos; el Gauchito Gil juega una partida de truco con un elefante que lleva un billete de dos pesos enrollado en la trompa; la Desatanudos visita una pirámide de acrílico rellena de monedas doradas y a Tutankamón se le corre el rimel llorando a un dolorido Cristo crucificado. Hojas de olivo seco conviven con espigas de trigo pegadas con cinta scotch al costado de una imagen de Ceferino Namuncurá, mientras que en el marco de la ventana se menea con el viento, una ristra de ajo que mantiene a raya a vampiros y murciélagos malintencionados. Cintas rojas atadas a botellitas y frasquitos con líquidos cuya fórmula uno prefiere desconocer para no auto provocarse el vómito a chorros y unas tres docenas de estatuitas de brujitas y búhos terminan de darle al recinto una atmósfera de verdulería del más allá.
Capítulo aparte merece el o la encargada de visualizar nuestro porvenir, porque en general estos personajes suelen hacer su aparición con un atuendo que acompaña el circo que han montado para este menester. Generalmente atienden envueltos en algún chal, poncho, pashmina o trapo que emule una túnica o hábito sacerdotal. Colgando del cuello tendrán rosarios, cadenas con dientes de leche de sus hijos, cruces, cartuchos egipcios, ampollas con algún líquido bendecido en exuberantes viajes a remotos parajes (como la triple frontera o Carapachay) y las infaltables cintas rojas atadas a las muñecas para repeler las malas ondas. Pero la parte más importante del espectáculo se la lleva, con honores, la impecable actuación que desempeñan estos estrafalarios profetas del subdesarrollo. La cadencia con la que hablan, pronunciando cada palabra como si el cliente fuera una especie de tarado bendecido con un cerebro subnormal y la capacidad cognitiva de un potus, con más el revoleo de ojos cuando terminan una frase (que generalmente suele ser una bomba soltada en el momento justo); los convierte en actores geniales cuya performance merece el Oscar, cuando menos. La sonrisa socarrona de La Gioconda, que pelan ante una pregunta tímida de sus interlocutores, intenta con todo éxito demostrar que ellos son portadores de la sabiduría que sus clientes tanto anhelan conocer (pero que les será otorgada en tanto y en cuanto dejen los billetes bien alineaditos sobre la mesa infestada de cartas de tarot). Con manos “merlinescas” plagadas de anillos, mezclarán el mazo haciendo montoncitos de distintos tamaños mientras pestañean con una dosis masiva de sobreactuación, dando a entender que se están comunicando con alguien que les está pasando la data (un espíritu, un ángel o un cacho de imaginación frondosa con la capacidad de armar un culebrón colombiano en menos de dos minutos). Si hay algo que les juega a su favor, es la capacidad de observación (de algunos, no todos), ya que mirando a sus clientes se dan cuenta el nivel socioeconómico, el estado civil y el grado de desesperación que los ha llevado a pedir una consulta.

Mi primer encontronazo con uno de estos sujetos vaticinadores succiona-dinero-fácil fue hace unos quince años en Mar del Plata. Allí conocí a una famosísima e híper obesa vidente que me cobró la consulta en moneda extranjera antes de que pudiera pronunciar “buenas tardes”. Embutida, toda su grotesca humanidad, en un sillón que le hacía las veces de envase; la señora atendía fagocitando sándwiches cuyas migajas caían como granizo en la grieta de dos monumentales tetas cubiertas con una especie de túnica carpa que le servía de vestidito fresco (ya que la mentalista no paraba de emanar sudores y vapores por todos los poros de su agobiado físico). Demás está decir que los restos del sándwich no eran rescatados de la cueva de sus senos, cosa que no dejó de fascinarme ya que imaginaba yo a esta monumental mujer desvistiéndose para dejar caer el equivalente a un kilo de migas listas para hacer un budín de pan. Esta señora, que tardó medio suspiro en darse cuenta que la que tenía la billetera llena no era yo si no mi madre, nunca hizo contacto visual conmigo; ofreciéndole a mi progenitora un ofertón imperdible. Por una suma de cinco cifras en moneda extranjera nos aseguraba la protección de la familia, las propiedades, la limpieza de nuestros hogares y la salud de todos los integrantes incluidas nuestras mascotas. Mi madre, ni lerda ni perezosa se preparaba para tomar carrera y huír despavorida mientras la que suscribe (o sea yo), intentaba colar un par de preguntas que me atormentaban y habían motivado mi consulta. Viendo que mi madre era un hueso duro de roer, la señora comenzó a efectuar una serie de aseveraciones que habrán sido verdades en su mundo hiperglucémico pero eran falacias en el mío. Cada frase que proféticamente pronunciaba, era refutada por mí con enfático tenor; cosa que la señora se encargaba de repreguntar con una vuelta de timón corrigiendo el rumbo de la conversación:

- Vivís en una esquina - ella
- No - yo
- Vivís a mitad de cuadra - ella
- Y…si – yo

Así estuvimos durante algunos minutos hasta que me estufé y tomé las riendas de la conversación preguntando lo que había venido a preguntar. Demás está decir que me fui llena de dudas y con respuestas tan ambiguas que nunca pude saber si algo de todo lo que vaticinó se cumplió.
Lo más impactante sucedió días después, ya que fuimos presas de un frenético acoso por parte de la secretaria de la mentalista, que nos intimó a desembolsar grandes sumas de dinero a cambio de evitar el acabose total de nuestro esplendoroso presente y venturoso futuro (eso, si estábamos dispuestas a pagar).

Mi segundo encuentro fue voluntario y producto de un rapto de estupidez humana propio de una mente agotada en pleno período vacacional (que es justamente cuando estos personajes abundan, como hongos luego de una tormenta). La esperé por horas en una galería de una ciudad costera. Sentada en el borde de un cantero la esperé, al borde del arrepentimiento, repasando mentalmente las docenas de preguntas que iba a hacerle para sacarle el jugo a esos cuatro billetes con los que hubiera podido comprarme dos pizzas de muzzarella con fainá o un par de remeras con leyendas tales como “6667 más mala que el diablo”. Pero no me fuí, me quedé ahí, encantada como una cobra que asoma la cabeza del canasto al compás de la flauta. Cuando llegó mi turno me senté fascinada, como un personaje de la serie “Lost” que puede ver el futuro a través de un monitor de catorce pulgadas. Mezclamos el mazo y lo dividimos en varias porciones en un contundente despliegue del más puro esoterismo marsellés. Por supuesto, las respuestas fueron confeccionadas a la medida de mis demandas, dejándome en un estado de pedo etílico similar al de una borrachera de tequila. Le creí todo. Le creí todo por veinticuatro horas, hasta que la realidad me bajó de un hondazo como un pajarraco alcanzado por un piedrazo en la azotea. El agua me llegó al tanque y con ella el oxígeno que permitió el funcionamiento de mis neuronas. Producto de ellas fue el siguiente razonamiento “Si ella me dice que voy a vivir muchos años y yo salgo y me suicido…la cago… o sea…ella se equivocó y no sabe nada”. Y así me quedé toda la noche, riéndome de las predicciones baratas tamizadas por el filtro del pragmatismo y el sentido común; confrontando ridículos vaticinios con hechos y realidades.
Pero no me arrepiento, me divertí conociendo un mundo subterráneo al que no todos los días uno (un ser con cabeza pensante) tiene acceso; y al que gente con más dinero, cabeza y más responsabilidades (empresarios, políticos, celebridades) frecuenta con más asiduidad de la que a uno le gustaría imaginar. Lo tomo como una vacuna, una especie de virus que sirve de anticuerpo, recordando al sistema inmune que se despierte del letargo y la próxima vez que se le presente la oportunidad de entrar a un local de “Tarot-predicciones”; se plante y diga “PASO”. Creo que tengo inmunidad para unos veinte años más… .

Aunque pensándolo bien, debe ser un negoción…quien me dice que el futuro me depara una carrera como tarotista...