domingo, 28 de septiembre de 2008

Delicias de la vida conyugal, concubinato y/o largos noviazgos







EMULANDO A CARRIE BRADSHAW


Cuando una es todavía una niña que vive feliz en el “cocoon” de su hermoso hogar, esperando convertirse en mariposa, libre y hermosa; las mujeres adultas de la familia se encargan de formatear el diskette cerebral introduciendo información desconocida hasta ese momento. Es así como madres, abuelas y tías se sientan en nuestros dormitorios a leernos cuentos de princesas y príncipes enamorados, mientras cepillan nuestros cabellos y barren nuestras propias e innatas ideas. Se nos convence de que algún día encontraremos nuestro glorioso caballero ecuestre (cuestre lo que cuestre…Les luthiers dixit), que nos vendrá a buscar al agujero donde vivimos o trabajamos para rescatarnos de la aplastante soledad y monotonía a la que hemos sido condenadas. Visualizar a Debra Winger y Richard Gere en el final de “An officer and a gentleman”. Así es como poco a poco, se nos inculca la idea de que la soltería es un karma horroroso que debe ser evadido so pena de contraer cáncer de mamas, vivir en la histeria más absoluta, ser señalada con el dedo cual mercadería defectuosa y terminar nuestros días conversando con un canario o dejándonos lamer por un perro pekinés como único método para verle la cara a Dios (verle la cara a Dios=orgasmo de proporciones inusitadas).
De esa manera es como nuestra vida se convierte poco a poco, en una carrera contra el reloj donde el premio es nada más y nada menos que un marido deluxe con pintura bicapa y suspensión trasera independiente (si es que un marido puede compararse con un auto). A medida que pasa el tiempo, lo que al principio es una lista de doscientas cualidades que el susodicho debería reunir para robar nuestros corazones, termina siendo una plegaria a San Pantaleón orando por alguien que aparezca calzando un pantalón.


Estos eran los standards para conseguir pareja, vigentes cuando la que suscribe era una mamerta de veinte con ganas de rajarse de casa:

La lista de los quince años

- Que tenga pelo rubio, ojos celestes, abdominales marcados, mida 1.82, pese 80 kilos, naríz respingada, pies lindos, manos fuertes, boca carnosa, sin acné y se afeite bien porque pincha.
- Que sea sensible y me entienda.
- Que me escuche.
- Que le guste trabajar y tenga lindo auto (de papi obvio).
- Que me lleve al shopping y se aguante mientras me pruebo ropa.
- Que adore mis poemas, mis canciones y a mi perra.
- Que bese con poca lengua porque me da cosita.
- Que se aguante porque todavía no estoy lista para acostarme.
- Que sea bueno con mi familia, mi hermana, mi perra, mis amigas y mi madrina.
- Que me compre regalitos, me regale fotos, poemas y chocolate.
- Que me traiga flores todos los mesarios (aniversario de mes).
- Que quiera casarse algún día y tener muchos hijitos.
- Que su familia me adore.

La lista de los veinticinco

- Que no tenga feo aliento ni caspa.
- Que levante la tabla del inodoro para hacer pis.
- Que me llame de vez en cuando.
- Que me meta lengua a todo vapor cuando besa.
- Que me deje salir con mis amigas.
- Que ni se le ocurra salir con sus amigos en nuestro mesario.
- Que haga el amor con voluntad y dedicación, o ganas de aprender.
- Que tenga dinero como para llevarme a comer y un buen auto.
- Que de vez en cuando me traiga una flor robada o un chocolatín.

La lista de los treinta y pico

- Que sepa qué hacer en la cama o siga su ruta (que no tengo tiempo que perder ni ganas de jugar a la maestra).
- Que tenga la dentadura completa, un poco de barriga no molesta. Pelados con onda no problem.
- Que tenga sentido del humor.
- Que tenga dinero para llevarme a comer y un auto limpio (no importa el modelo y el año, siempre que funcione decentemente).
- Que conteste el teléfono y aparezca sin necesidad de hacer una denuncia de paradero.

La lista de los cuarenta

- Limpito, dentadura postiza fija, no estoy para encontrarme con la removible en un vaso en el baño. Panza y rollos, siempre que no superen los míos. Pelo, es lo de menos, siempre que funcione la cañería…
- Que no esté medicado.
- Que no viva con la madre.
- Que tenga un trabajo y sea independiente.
- Que me pague el bus cuando salimos.

La lista de los cincuenta en adelante

- Que sea.
- Que sea sanito.
- Que no arrastre los pies cuando camina.
- Que le funcione la cañería.


El tema es que la desenfrenada carrera por conseguir la media naranja casi siempre termina con la esperada recompensa. Las mujeres somos cazadoras natas y gracias al entrenamiento de las féminas de la familia conseguimos la presa con la misma pasión que las leonas se devoran las cebras en un documental de “Animal Planet”.
Pero la realidad, y lo que nadie nos enseña, es que el ejemplar conseguido dista mucho de ser el príncipe/highlander/caballero/guerrero/gladiador/latin lover que nos habían prometido las abuelas. Y unos años después una se encuentra sudando la gota gorda en la cocina revolviendo los fideos, con dos o tres críos cubiertos de mocos que demandan nuestra atención; mientras el sujeto se toma con parsimonia la vida y la cerveza, control remoto en mano relamiéndose mientras mira a la Sharapova corriendo detrás de una pelotita.
Por supuesto, los matrimonios duran cada vez menos y las tasas de divorcio suben mientras los índices de casamientos bajan estrepitosamente. Pero, las nuevas generaciones vienen con un chip “antiembauque” que les hace sonar todas las alarmas en el bulbo raquídeo. Thank God!. Ya no buscan cambiar la dependencia de los padres por la de un marido, anhelan realizarse como personas, no ansían atiborrar el monoambiente hipotecado de pendejos insoportables, coleccionan imanes del delivery en lugar de recetas culinarias recortadas del suplemento del diario del domingo y ni se les cruza por la cabeza comprarse una plancha que no sea para el pelo.
Pero mirando a las hembras más añosas del género humano, yo me hago las siguientes preguntas:

¿Los matrimonios de antes duraban más que los de ahora?
¿Nuestras abuelas se aguantaban todo o realmente querían a sus maridos?
¿Los hombres de antes eran mejores que los actuales?
¿Es más fácil y mejor visto divorciarse ahora que hace cincuenta años?
¿Las mujeres de ahora son más complicadas y tienen menos paciencia?
¿Los hombres actuales son más superficiales y menos comprometidos?
¿Las mujeres actuales son más inteligentes?

Sea lo que fuere, lo que nadie te dice ni te va a decir es que el hombre que solía provocarte taquicardia ahora te trae hipertensión. Que los hijos son muy lindos pero ambos terminarán en una batalla campal intentando ubicar al responsable del aporte de ADN, que convirtió a ese crío en un ejemplar igual a la abuela. Que el sexo oral es para aniversarios solamente y el juego previo una actividad practicada en la prehistoria de la relación dentro del auto y con bastante incomodidad. Que las velas se encienden únicamente cuando se corta la luz y la cama es para roncar y cagar a codazos al otro por medio metro de sábana. Que los domingos en familia son un dolor de huevos y “porqué tratás mal a mi mamá si yo no hago más que deshacerme por atender a la tuya!”. Que cualquier cosa es motivo de discusión: el alquiler de una peli de amor versus una de submarinos, la cuenta del supermercado, el crío y su mala conducta en el colegio (todo culpa tuya que sos muy permisiva), lo que tardaste en secarte el pelo y maquillarte, el ritual de la cena que no fue servida a horario (Dios, qué pecado inexpugnable!), los problemas del auto, la factura de la luz, la camisa celeste que no está planchada (la horca lo menos, para esa falta gravísima), la memoria restringida de la pc por culpa de las fotos de ese actor tuneadito que te vuelve loca y tantas otras cosas que pueden terminar con la paz de la vida en común en fracción de segundos.
Así que la entonces niñita vestidita de rosa, tiara de brillantes de plástico en la cabeza, taquitos de acrílico Barbie en los diminutos piecitos; que era dulcemente aleccionada por la abuelita que la peinaba despacito y soñaba con el príncipe encantado debería haber conocido la verdad a tiempo: Del “cocoon” saldrá un gusano que se arrastrará la vida entera soñando con ser una soberana, libre e independiente mariposa. Y el príncipe highlander vive sólo en las novelas, me cacho en diez!.






sábado, 27 de septiembre de 2008

Carol Carolinska cumple años


Hace unos años, mi famosa amiguita cumplió años y fué mencionada en varios diarios pedorros locales y extranjeros. Trabajando como corresponsal y columnista en algunos de ellos (con pseudónimos, obviamente, dada la paupérrima calidad de los mismos), se me pidió escribir una nota sobre su azarosa vida.

Un día como hoy...



...pero de milnovecientosquichicuchyebebeapepee, venía al mundo como Dios la trajo y a ella le gusta andar (léase: en bolas), la famosísima actríz, cantante y bailarina sueca Carol Carolinska.
Apodada "Molly" por sus padres, la precoz niñita supo desde su más tierna infancia que lo suyo eran las tablas, el glamour del encaje, las plumas y la cerveza bien fría. La pequeña entonaba el Edelweiss en su cunita cuando aún no había cumplido los dos añitos; y para horror de su madre, pronunció el brindis en sueco antes de decir mamá. La progenitora atribuyó ése y otros comportamientos similares al hecho de haber quedado al cuidado de siete marineros suecos, que se hospedaron en el hogar Carolinska durante unas vacaciones de verano.
Iksel, Kleber, Olof, Johan, Henrik, Anders y Fredrik no sólo se convirtieron en parte de la familia, fueron la audiencia ideal para que la pequeña artista fuera desarrollando sus primeras armas como actríz y cantante. La niña de tan solo cuatro añitos solía bailar el can-can sobre la mesa familiar mientras los muchachos entonaban cánticos alusivos y golpeaban sus vasos contra la mesa, a modo de ovación.
Los marineros decidieron seguir visitando a la niñita los veranos sucesivos y fué en una de aquellas noches estivales, pero doce años después, que la actríz se percató del efecto que ella misma causaba sobre el género masculino. Esa noche, enfundada en su mínimo vestidito a lunares rojos, sus taquitos del mismo color y portando la bandera sueca en una mano; sorbía con ruiditos la cerveza, autorelamiéndose los bigotes de espuma ante la mirada atenta de su babosa audiencia. Dispuesta a dar un buen show, "Molly" bailó una vez más el famoso can-can, revoleando sus largas piernas y meneando su generosa derriere. Una vez acabado, el show, la adolescente revisó uno por uno los rostros de sus espectadores buscando el merecido aplauso. Se encontró con bocas entreabiertas de donde pendían finos hilos de saliva, ojos desorbitados y algún que otro jadeo. Olof y Henrik sufrían convulsiones. La cantante no tardó en descifrar que no se trataba de un síndrome epiléptico y los intimó a poner sus manos sobre la mesa, bajo apercibimiento de concluír su presentación en ese mismo instante. Tampoco tardó en sacar cuentas y percatarse de que estaba sentada sobre una mina de oro.
A las pocas horas se encontraba rumbo a París, para desconcierto de sus padres y desconsuelo de sus amigos marinos que aún hoy la siguen buscando por los pasillos del manicomio Saint Etienne. Cuenta la leyenda que Iksel no sería otro que Osama Bin Laden, que ante tamaña decepción sentimental decidió desquitarse aniquilando a todos los rubios de ojos celestes.
Una vez instalada en el hogar del coiffeur Cristophe Melamangé, responsable de su cambio de look; la diva concurrió a una serie de castings para el "Crazy Horse", el "Moulin Rouge" y el "Treinta chicas bonitas treinta". Obtuvo empleo en el tercer lugar, como corista reemplazante de Mimi Ardí a quien Molly no tardó en remover valiéndose de un oscuro ardid. Le presentó a Marcel, un turista sudafricano portador de un generoso miembro que la enamoró, la embarazó, la engordó como a Hansel y Gretel juntos y la abandonó.
Mientras tanto, Molly acaparaba cada vez más, la atención del público masculino y recibió infinidad de propuestas para trabajar en el interior (de la habitación número 9 del Palais Avec-toi, de la Rue La Folle). Aceptó algunas de ellas con el único fin de adquirir su ticket Paris-Los Angeles y de esa manera triunfar tal cual lo planeado, en Hollywood.
Subió al avión con sus dieciseis maletas conteniendo la colección completa primavera-verano de Christian Dior, Chanel, Ives Saint Laurent y Tienda los Cinco Hermanos. Llevaba también su personal trainer, su chef, maseuse, estilista y un Rotweiller que respondía al nombre de Pussy (en honor a la cotorra de su gran amigo Cristophe). Allí fué entrevistada por el mismísimo Sam Goldwyn quien le ofreció de inmediato un rol protagónico a cambio de ciertas compensaciones físicas. El rol protagónico nunca llegó y tanto se enojó la afamada actríz; que los creativos de la Metro Goldwyn Meyer reemplazaron al famoso león, sello de la empresa, por su rostro enardecido durante los años 1969-1971.
Se las ingenió para inmiscuirse en películas de bajo presupuesto como "Swedish waitress in trouble", "Swedish waitress in action", "Heidi, Pedro and Olaf and the sheep and sometimes even granny" "Swedish waitress in trouble 2", "Hot Summer in Malmö" y "Dirty Dancing 4".
Pero fué aquí en nuestro país, y de la mano del Bob Fosse argentino don Pedro "Papirri" Soiguei; que la talentosísima actríz desplegó todas sus herramientas actorales adicionando el canto y el baile, cosechando el aplauso y consagrándola definitivamente. Su paso por la calle Corrientes en éxitos tales como "Madame la reina del lupanar", "Tristán y la colegiala sueca", "De Suecia con amor", "¿Alguna vez lo hiciste en un avión?" y "Pupy para los íntimos"; la catapultaron al estrellato ubicándola entre las grandes como Nélida Roca, María Fernanda Callejón y Yuyito González.
Lamentablemente para su público, y luego de trabajar en la última película de los Superagentes "Tiburón, Delfín y Mojarrita contra el bacalao noruego y sus secuaces", la actríz decidió retirarse para disfrutar de la vida al aire libre. Actualmente vive junto a su marido /manager, Pilo Dadomaldon y sus hijas en una finca en la localidad de Capilla del Señor. Una gloria del cine y teatro argentino, que hoy cumple años.

Amadeo Paolo Ga

Redacción Diario "Crónicas Portuarias"

viernes, 26 de septiembre de 2008

Infelizmente casada


Cuando uno se casa y permanece casado mucho tiempo, lo que otrora fuera una sana convivencia, se convierte en un suplicio que uno supone debe tolerar porque es lo que es y no hay nada mejor. Bueno, sí, hay algo mejor pero uno lo descubre recién cuando zafa. Debe haber gente que después de veinte años disfruta de la compañía del otro, pero me atrevo a decir que la gran mayoría soporta, sobrevive, aguanta o simplemente se resigna a que las cosas le chupen un soberano huevo pegándose una sonrisa plástica impregnada de bronca y poniendo todas sus fichas en una vida mejor...si es que existe la reencarnación. No es hasta que asomamos la cabeza fuera del frasco (o la casa) que nos avivamos de que nadie nos obliga a permanecer, a fingir y a sostener algo que no tiene remedio.
Hay un antes y un después de un matrimonio infelíz.

Este es un fin de semana del "antes", llevado a la cruda frialdad de los números.


Racconto de mi fin de semana "a la Bridget Jones"


Mi fin de semana en números:

Cantidad de polvos: 0
Cantidad de orgasmos: 0
Cantidad de orgasmos autogestionados: 0 (ni de eso tuve ganas)
Cantidad de horas de gym/caminata/yoga/aerobox/bicicleta/bochas/balero/yo-yo/ajedrez: 0
Cantidad de pelos arrasados artesanalmente con pinza de depilar: 8
Cantidad de horas de sueño nocturno: 6
Cantidad de horas de sueño siestero: 8
Cantidad de horas frente a la tv: 20
Cantidad de horas frente a la pc: escasas seis (muy poco para mi gusto)
Cantidad de ropa planchada: 0
Cantidad de peleas matrimoniales: 3
Cantidad de comidas fuera de casa: 1 cena. Ensaladita verde, 1/4 minipollito-paloma grillado magro y 2 litros de cerveza Wasteiner (no engorda, estoy segura; no puede engordar algo que te hace tan felíz y de lo que te deshacés inmediatamente meando como un caballo)
Cantidad de peleas ganadas: 1 (con pedido de disculpas incluído)
Cantidad de dvd's alquilados: 3
Cantidad de momentos gratos: 1 (gracias Woody por "Scoop" ; me pude reír con mi hijo con algo que nos gustó a los dos!!!)
Cantidad de tiempo de calidad compartido con hijo, para juegos propuestos por la criatura: 2 horas, mirando "Jackass II" doblada al español
Cantidad de veces que escuché la palabra gilipollas: 893
Cantidad de arcadas repelidas a fuerza de tragar saliva y soda con limón mirando a un tipo defecar sobre una casa de muñecas: 57
Cantidad de pollas divisadas en la peli: 18 incluyendo la del enano que hace un full-frontal sobre una mesa de directorio
Cantidad de golpes en la frente autoinfringidos: 3 (por las tres veces que pensé "Johnny Knoxville me pone", inexplicáblemente)
Cantidad de enamoramientos platónicos nuevos: 1=Hugh Jackman

Cantidad de enamoramientos platónicos acumulados: 76 (puedo hacer la lista pero no quiero aburrir)
Cantidad de veces que pensé en mi harem hollywoodense y Jamie Fraser (highlander escocés, personaje de ficción de novelas erótico-festivas)= 999.999.999
Cantidad de páginas leídas: 150
Cantidad de bytes descargados: 1.356.994 mb de pura ilegalidad
Cantidad de alcohol consumida: 2.5 litros (compuestos de cerveza y vino...se me acabó el tequila la reputísimamadre!)
Cantidad de porros fumados: un lamentable 0
Cantidad de glucosa en sangre: lo suficiente como para que el páncreas sufra (incluye caramelos light/ no light, y el ataque a mansalva a torta de brownie con dulce de leche que había prometido no tocar)
Cantidad de vajilla lavada: 2.563.179,69 (los decimales corresponden a las cucharitas de café)
Cantidad de drogas prescriptas consumidas: 2400 mg. de antibióticos, 4 mg. de clonazepam (para transitar la vida felíz por el carril lento), 600 mg. de ibuprofeno, 12 cm3. de colirio (para disimular los ojos inyectados por culpa de la pc), 450 mg. de diclofenac.
Cantidad de intentos de suicidio : 69
Cantidad de intentos de suicidio exitosos: 0
Cantidad de documentales de Discovery Channel/History Channel/ National Geographic vistos: 77 (temática: choques de trenes, choques de aviones, construcción de transatlánticos, montaje de molinos de energía eólica, construcción de torres en Shanghai, construcción de puentes colgantes antisísmicos en Kyoto, diseño y fabricación del Airbus, remodelación y organización de aeropuertos, entubado de acuíferos en el Tibet, cazadores de tornados, construyendo diques en el Desierto de Gobi, emplomado y enfriado de la Central Atómica de Chernobyl [con testimonios de mineros enfermos de cáncer que trabajaron ahí], Tsunami: se podría haber evitado?, la extinción del tiburón martillo, Kaszjastán: la verdadera historia en imágenes conmovedoras, Chechenia: la masacre, Escocia, la fabricación del whisky [ése me interesssss zap!, lo cambió], Irak: después de Saddam, La frontera de Gaza [una lección de anatomía con diapositivas a todo color]...)
Cantidad de documentales de Discovery Channel/History Channel/National Geographic repetidos o vueltos a ver: 74
Cantidad de intentos de suicidio post documentales: 33
Cantidad de intentos de asesinato post documentales: 74
Cantidad de veneno para roedores molido en el mortero de mi abuela: 75 grs. por kilo vivo de peso (aprox.)
Cantidad de pensamientos impuros, obscenos, indecentes, en contra de la moral y las buenas costumbres: número primo que multiplicado por sí mismo da otro número de seis cifras que termina en siete
Cantidad de plegarias/rezos/súplicas: 0 (¿será por eso?)
Cantidad de horas en templos/iglesias/basílicas/abadías/capillas/carpas evangelistas/tomando sol mirando a La Meca: 0
Cantidad de veces que sonó el teléfono: 6
Cantidad de veces que era para mí: 3
Cantidad de veces que era mi mamá para romperme los huevos: 3
Cantidad de cigarrillos que me hubiera fumado si no hubiera dejado: Miralo de esta manera=índice Dow Jones sube tres puntos gracias a una fuerte suba de tabacalera responsable de fabricación de Marlboro (y me hubiera montado al cowboy de la gráfica unas 300 veces)
Cantidad de veces que odié mi culo en el espejo: todas
Cantidad de piojos encontrados en la cabeza de mi hijo: 3 tamaño cucaracha de cocina, 9 tamaño M y 67 XXS. Liendres: muchas. Confirmado: Hasta los piojos tienen más vida sexual que yo.
Cantidad de veces que hice caritas frente al espejo ensayando poses de top model, probando resultados de liftings y peinados estrafalarios: 102
Cantidad de lápices que se sostienen debajo de las tetas caídas: 3 x c/u
Cantidad de uñas y pellejos masticados: 25 grs.
Cantidad de intentos frustrados de subir a la balanza: media docena (equivalentes a la media docena de medialunas de manteca que me tragué en una sola mañana)
Cantidad de súplicas al cónyuge por tres agujeros en el marco del antepecho de la ventana para que no se me inunde el escritorio con la tormenta: 2
Cantidad de veces que agarré la Black & Decker y me autogestioné los agujeros: 1
Cantidad de veces que pensé en la Black & Decker para trepanarle el cerebro a mi pioresnada: 666
Cantidad de veces que me imaginé rescatada de la oprobiosa monotonía conyugal, al son de la música de "Reto al destino", por un Señor parecido a George Clooney que me arrastraba del brazo para llevarme en andas a su Ferrari...todo el puto fin de semana!!!.

Odiosas comparaciones


VICENTA Y BERTHA

Las comparaciones son odiosas. Pedirle a una niña que responda a la consabida -¿a quién querés más a Bertha o a Vicenta?- va en contra de todos los manuales de Psicopedagogía moderna, la moral, la ética, las buenas costumbres y el sentido común.
Evidentemente mi familia, como todas, carecía de sentido común y otras cualidades antes mencionadas; así que no pude escapar a la pregunta, hecha infinidad de veces por ambas mujeres durante toda mi infancia. Tampoco se salva de ser sometida a la infalible e inescrupulosa lupa de mi memoria pueril donde la respuesta tiene una contundente ganadora: Vicenta, la mujer que atesoro en mi corazón desde que mis neuronas comenzaron a almacenar preciosos recuerdos…alhajas sin precio, el mejor legado que un abuelo puede dejarle a sus nietos.
Lamentablemente, este ser extraordinario devenido de una mujer y un hombre que supieron inculcarle el amor a la vida; se fue demasiado rápido para mi gusto y entendimiento (jamás voy a perdonarle a quien sea que maneja los hilos de la extensión de nuestras vidas, que me la prestara por tan poco tiempo). Pero siempre queda el consuelo de la calidad por sobre la cantidad y la certeza de que ella no sólo vive en mí porque mi personalidad está impregnada de los sabores y matices de la suya del mismo modo que mi cocina de sus mejores recetas. Ella está viva en mi sentido del humor, en mis dedos parecidos a los suyos, en las fotos y en mi corazón; que treinta años después de su partida la palpita, cuando el tintineo de las llaves en la puerta pudiera ser aún, el anuncio de su inminente llegada.

Vicenta no cuidaba su figura, odiaba las dietas, le gustaba comer, cocinar, agasajar, las reuniones multitudinarias en una mesa atiborrada de comensales ávidos de recibir un cucharón extra de sus exquisitos manjares y jamás delegaba en manos de terceros la manufactura de sus platillos. Nadie cocinaba como Vicenta, ella lo sabía pero no lo usaba para pavonearse. Era un hecho inobjetable, un exquisito don que utilizaba para alegrar a los demás sin pretensiones de prestigio ni comprometidas alabanzas. Era felíz observando la felicidad ajena.

Bertha vivía a dieta. Sus comidas eran magras y desabridas. Rara vez ensuciaba sus inmaculados dedos pecosos, regordetes, de uñas color coral (con la medialuna al estilo francés pulcramente diseñada por la manicura de los jueves), enterrándolos en una bola pegajosa de papa y harina para amasar pastas. Ella delegaba, más bien regalaba el dominio de su cocina a su asistenta, Hortensia; quien invertía buena parte de su mañana hirviendo mustios vegetales sin sal y sacando brillo a impolutas cacerolas que aullaban por ser desfloradas para gestar un guisado de esos que salpican jugo cual lava volcánica dejando manchas indelebles en manteles y servilletas. Bertha detestaba tener invitados, utilizar el comedor principal (reservado para los grandes eventos que pocas veces sucedían), ensuciar copas y platos finos. Odiaba que le despeinen la alfombra, que le dejen la huella del culo en los almohadones de terciopelo, que le marquen la madera encerada con los tacos de los zapatos y disfrutaba con alivio el final de toda fiesta, cumpleaños o velada. Detestaba cumplir años, festejarlos (pero aceptaba de buena gana los regalos que siempre cambiaba por otra cosa) y había desterrado de nuestro vocabulario el término “abuela”. Mi hermana y yo le decíamos “Minina”, apodo que ella misma había elegido y que le caía como anillo al dedo por su temperamento felino.

En la casa de Vicenta casi todo estaba permitido. Todo se podía tocar. Las figuras chinas talladas en marfil que el abuelo Adolfo, vendía en la Joyería por fortunas; en su casa se convertían en un ejército samurai. “Los chinitos”, como solíamos llamarlos nosotras, eran desparramados en la alfombra de la sala del piano, para luchar contra dos gigantescos gallos de plata parapetados detrás de un enorme jarrón de la dinastía Ming (que se tambaleó durante años hasta que cedió al embate de los samuráis y cayó como el muro de Berlín, aunque en trozos un poco más pequeños).
La baranda de la escalera se convertía en un tobogán, la fuente del patio andaluz en una pileta olímpica, las sogas del toldo del patio en las lianas de una selva tropical y una tarde agobiante de verano en una fiesta de agua y descontrol.
A nadie le importaba que las baldosas del patio no brillaran como en las fotos de las revistas, las baldosas brillaban con la luz de las sonrisas de sus nietas que se sumaban a las danzas indígenas en ropa interior invocando al Dios del tiempo, para que lloviera y aflojara el calor. Ni la siesta del abuelo obtenía la sagrada inmunidad que merecía el cansancio de este hombre de bastón y bigotes con cara de mecha corta y corazón de dulce de leche. El piano era azotado por tres pares de frenéticas manos, emitiendo una ridícula canción de protesta que se fusionaba con los ronquidos del abuelo Adolfo, quien milagrosamente dormía pared de por medio como un bebé que escucha la más dulce canción de cuna.
Ni siquiera el blondo pajarito del reloj cu-cú se salvaba de ser capturado cual rehén por una reina tirana, despeinada, con su tiara de diamantes de plástico colgando de la oreja izquierda, embutida en un ampuloso vestido de gala celeste (el camisón de la abuela), suecos de corcho de doce centímetros (regalo de mamá); que haciendo malabarismos en puntitas de pie sobre el banquito de la cocina, esperaba que den las doce para acogotar al desprevenido animalito.
No había rincón de la casa que estuviera a resguardo, bajo llave o prohibido so pena de quedarse sin postre y/o dormir la siesta sin ganas.
Los cosméticos y ruleros eran usados para someter al abuelo al más salvaje de los tratamientos de belleza conocidos por la humanidad. Sus únicos tres pelos sobrevivientes a la calvicie soportaban el peso de hebillas y pinzas mientras sus “dos amorcitos” le inventaban lunares en la cara, aplastando lápices labiales de un fucsia rabioso en los cachetes de este pobre viejo que se conformaba con escuchar las risotadas de su mujer y mirar el final de “Bonanza” esquivando los ataques de un crayón delineador azabache en los globos oculares.
La siesta nunca sucedía. Nos acostábamos las tres en bombacha y camiseta, con el aire acondicionado a todo vapor, a leer fotonovelas y contar chistes non-sanctos cuya única trasgresión era una mala palabra de escaso calibre pero todo el encanto de lo no permitido. Nos reíamos hasta quedar sin aliento, buscábamos caras en las manchas de humedad del techo y paisajes en los dibujos del empapelado del dormitorio. Nos probábamos los sombreros del abuelo, las carteras de la abuela, usábamos sus perfumes, hacíamos caritas en el espejo del tocador y terminábamos las tres saltando sobre el colchón ante la mirada horrorizada de “Paquita”, la perra, que no paraba de ladrar en franco desacuerdo con la desmesura del evento.
Cuando el sol bajaba, Vicenta nos llevaba al bar de la esquina. Nos sentaba en la ventana del kiosco esperando que Gloria, la dueña, deslizara la ventana de vidrio para encandilarnos con una tonelada de glucosa enmascarada en fulgurantes paquetes de diversas formas y colores, diseñados para engolosinar la mirada obnubilada de cualquier niño con un páncreas de titanio. Luego de elegir el botín a dos manos la abuela preguntaba por las figuritas del momento y para nuestra total fascinación compraba todos los sobrecitos disponibles (cuando no encargaba las cajas enteras con la debida antelación).
Demás está decir que no esperaba retribución por tanto derroche de felicidad pero nosotras sabíamos que la manera de decir gracias era acompañarla por el barrio a saludar a las vecinas que se asomaban con la fresca, a barrer las veredas o simplemente a tomar aire y cotillear. Nos exhibía con orgullo como el pintor que muestra su mejor obra; hasta entraba en la Peluquería sabiendo perfectamente que a esa hora encontraba a todas las abuelas del barrio atadas a secadores de pelo, redecillas, piletas o con los pies en las palanganas sin posibilidad de escape. Entonces mi hermana y yo desfilábamos delante de esas mujeres, portando sonrisas llenas de agujeros de dientes de leche caídos en el cumplimiento del deber, recitando alguna poesía previamente aprendida a la hora de la siesta, para completo deleite de aquellos ojos oscuros de mirada profunda y tierna.

A Bertha le gustaba viajar. Le gustaba comprar muñecas para sus nietas. Pero como le salían muy caras y nosotras no les dábamos el valor adecuado, nos las mostraba y las volvía a guardar en sus cajas de orígen escondiéndolas en el fondo del placard hediondo por los vapores del antipolillas. Cada tanto, Hortensia y ella misma las sacaban de su encierro, las peinaban, les lavaban los vestiditos y volvían a esconderlas -¡hasta que crezcas, Pichi!-.
Su casa era un mausoleo, un museo donde las plantas tenían más derechos y más vida social que sus nietas. El living-comedor estaba prohibido, el escritorio también, el dormitorio principal era inviolable como la caja fuerte de un banco suizo y nuestras actividades se circunscribían al lavadero, el comedor diario y la habitación de Hortensia. Si teníamos que desplazarnos fuera de ese radio de acción, teníamos que hacerlo patinando sobre dos cuadrados de felpa para no rayar el piso de madera, y era gravísima ofensa aplastar la naríz contra el ventanal que daba al balcón para mirar el cielo o dibujar corazoncitos sobre la mancha de vapor dejada por nuestro propio aliento tibio.
Las plantas no se tocaban, sus hojas habían sido lavadas y lustradas obsesivamente, no necesitaban mimos de dedos embadurnados con mermelada de naranja (amarga como la dueña de casa). Los dulces brillaban por su ausencia, recuerdo revolver cajones y latas buscando alfajores o caramelos que ni por asomo existían. Bebida oficial de la casa: agua tónica (amarga como la dueña de casa) o gasificada y a temperatura ambiente para evitar las anginas. No había galletas caseras rellenas, ni polvorones de chocolate, ni flanes, ni tortas. La televisión, una agenda usada del año anterior y una birome que siempre amenazaba con expirar, únicos entretenimientos de una tarde de goma. Todo estaba fuera de nuestro alcance.

A Vicenta le gustaba sonreír. A Bertha todo la ponía de mal humor. Vicenta llamaba a Queca, su modista para que nos confeccionara el traje de princesa de nuestro cuento favorito. A Bertha le gustaba tejer. Nos tejía unos sweaters de cuello alto que siempre le salían demasiado angostos y con una trama tan apretada que pasarlos por la cabeza era un suplicio y aguantarlos todo el día se parecía al cepo con el que castigaban a los ladrones en la antigüedad. A Vicenta le gustaba bailar. Bertha se resistía a sacudir la osamenta en público. Vicenta jugaba a la escoba de quince por porotos. Bertha jugaba al poker por dinero. A Vicenta le gustaba su cara. Bertha se la estiraba toda vez que el bolsillo y su marido se lo permitían. Vicenta tenía amigas que le aparecían de sorpresa para tomarse un licorcito y hacerle compañía. Bertha decía que sus amigas le quemaban las plantas con la mirada. Vicenta elogiaba, Bertha buscaba los defectos. Vicenta se enojaba y se enteraba todo el barrio; gritaba, perdonaba y al rato se le pasaba la rabieta. Bertha no hablaba por una semana; era rencorosa, tragaba su bronca y días después pegaba donde más dolía.
Vicenta me escribía desde la playa para decirme que me extrañaba. Nunca se olvidaba de decirme lo mucho que me quería. Todos los días; con palabras, con gestos, con budines recién horneados, con abrazos y caricias de dedos torcidos, encallecidos. Con la mirada orgullosa, con un cuento antes de dormirme, haciéndome sentir segura y a salvo de todos los males de esta tierra.

Todavía hoy, en sueños o cuando miro alguna de sus fotos, ella me pregunta cómo estoy y vuelve a repetirme, como si hiciera falta, cuanto me adora.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Añejamiento humano


SINTOMAS DEL SÍNDROME DE AÑEJAMIENTO
(guía para pendeviejos que no asumen su lugar en la cadena alimenticia)



Es sabido por cualquier ser vivo ( vivo de respirar, no de avispado), que todos nos vamos a morir…algún día. El tema es en qué estado llegamos al ocaso de nuestras existencias. Antiguamente, un anciano era una persona con nietos, arrugada, con dentadura postiza, dificultad para desplazarse, pelo blanco, anteojos culo de botella, síntomas de pérdida de memoria y cara de cansancio monumental. Pero, los tiempos han cambiado y las personas recurren a todo tipo de artimañas para evitar lo inevitable…el paso del tiempo. La gran mayoría de los mortales acude a tratamientos de belleza, cirugías, ropa, gimnasia, vitaminas, etc.; creyendo ingenuamente que con todas esas estrategias podrá engañar y auto-engañarse. ¿No hay nadie en la familia que los quiera lo suficiente para decirles la verdad?. ¿Es que están tan confundidos que el Alzheimer no les deja ver la realidad?. No se preocupen, he aquí una guía indispensable para reconocer al pendeviejo que todos llevamos dentro y algunos consejos para mantenerlo en sobriedad.

COMO RECONOCER LOS PRIMEROS SINTOMAS DE AÑEJAMIENTO

Cuando preferís un programa de preguntas y respuestas de canal de aire berreta a una buena película sueca sobre el incesto y la violencia doméstica en una familia de clase alta (con escenas de sexo explícito que no logran moverte ni dos pelos de la nuca).
Cuando comenzás a ser consciente de la grotesca cantidad de sal que usas en las comidas sin siquiera probarlas (evocando en tu mente la cara del tío Carlitos que se quedó seco en la playa con veintinueve de presión en un brazo y un conito de papas fritas en la mano).
Cuando los jeans te sobran de culo y te aprietan en la barriga (señal más que evidente de que se te está desmoronando el culo y se te está macro-engrosando la cintura…si es que alguna vez la tuviste).
Cuando los corpiños que solías llenar con estoicismo ahora te quedan como dos medias paltas sin semilla.
Cuando tus tetas han tomado rumbos diferentes y para ensartarlas dentro de un corpiño las tenés que ir a buscar al barrio donde vive el ombligo.
Cuando te quedás dormido sentado pero a la hora de llegar a la cama sólo podés torrar con la ayuda de algún yuyo, pastilla o tres vasos de vino.
Cuando la ingesta alcohólica te pega para el culo, terminás desparramado en el sillón de algún amigo, te da sueño y ganas de llorar.
Cuando el hígado se resiente ante un vasito de cerveza y dos míseras porciones de pizza con morrones.
Cuando el estómago te devuelve a modo de reflujo los restos del asado del mediodía y para digerir cualquier cosa que no sea puré de zapallo necesitás por lo menos seis horas y cuatro pastillas de Taural.
Cuando te empiezan a salir manchas y lunares raros.
Cuando te interesan más los comerciales de Schwanek o la Cardioaspirina que las propagandas de pañales y automóviles.
Cuando descubrís que existe una columnista en todos los noticieros que se dedica a responder preguntas de los jubilados y silencias a toda la familia para escuchar sus consejos.
Cuando te percatás con espanto de que cada día te parecés más a tus padres y has heredado todos esos defectos que tanto te molestan de ellos.
Cuando tus padres te parecen ancianos (cosa que sucede de un día para el otro).
Cuando preferís un cortadito con una tostadita como cena del domingo.
Cuando te preocupa tu propia seguridad dentro de la bañera y te enjabonás agarrandote de las canillas.
Cuando usar tacos altos se convierte en una pesadilla y no soportás ningún zapato a excepción de tus pantuflitas acolchadas de plush.
Cuando no podés esperar a bajar del auto para deshacerte de la ropa ajustada y desaparecer detrás de una remera gigantesca con el logo de algún hipermercado.
Cuando tenés problemas de enfoque y no podés escribir y mirar televisión sin un mínimo de tres minutos entre una actividad y otra porque sino ves borroso.
Cuando te llaman y no te das vuelta. Posibles hipótesis: No reconocés tu propio nombre. No escuchás cuando te llaman. Escuchás pero no relacionás.
Cuando te cuesta embocarle a una cara un nombre y le decís los nombres de todos los varones de la familia a tu sobrino hasta acertar el adecuado.
Cuando la siesta es religión y la tele en la cama la mejor opción para un sábado nublado de otoño.
Cuando llevás la cuenta de todos los aviones que escuchaste pasar y por algún motivo lo encontras inusual.
Cuando hacés zapping y te detenés más de dos nanosegundos para ver qué dicen en Chiche o Sofovich.
Cuando considerás que los adolescentes de ahora son unos zarpados, vagos, y atorrantes y vos a su edad eras mucho mejor que ellos.
Cuando te urge visitar al promotor de seguros, después de ver una idílica propaganda de seguros de vida, para contratar un paquete que cubra todo…(en el comercial la pareja cincuentona se hamaca abrazada en el parque de una casa monumental mientras sonríen con cara de Disneylandia mientras una voz en off te repite la palabra “seguridad”…(lo que no te aclaran es si la cobertura expira en caso de deshacerse del asegurado con tus propias manos…en el cogote y dejando marcas).
Cuando sos consciente de tus propios huesos y las heridas de guerra (cicatrices de operaciones, porrazos, quebraduras, etc.) te empiezan a joder los días húmedos.
Cuando el pronóstico del tiempo se convierte en el epicentro de tu desayuno y de tu cena.
Cuando le creés al pibe del pronóstico y salís con paraguas en pleno día de sol sólo porque escuchaste que “podría caer un chaparrón” (y es agua, no ácido sulfúrico…tampoco la pavada).
Cuando te olvidás el celular y las llaves de casa o el auto en cualquier parte y necesitás media hora y quemar doscientas calorías pensando dónde carajo revoleaste las cosas.
Cuando tu hijo te explica cómo usar el celular o te da clases de computación.
Cuando el tiempo comienza a pasar volando y te descubrís por enésima vez asombrado de lo poco que falta para armar el arbolito (¿pero si fue ayer que lo embalé y lo subí al placard del escritorio?). Y pensar que antes el tiempo era de goma, sobretodo cuando esperabas las Fiestas o tu propio cumple…ESPERABAS TU CUMPLEEE!!!.
Cuando una clase de aerobics, un partido de fútbol o cualquier actividad deportiva te dejan estropeado como un trapo de piso.
Cuando el sexo sólo se practica si no hay nada mejor en la tele; aniversarios y cumpleaños (y poniendole la misma garra que Reutemann le ponía a las últimas diez vueltas de las carreras de fórmula 1).
Cuando el viagra es considerado un “must” en el botiquín familiar.
Cuando repasas los fúnebres del domingo esperando no encontrar a ningún espécimen de tu propia generación.
Cuando empiezan las bajas en la generación de tus padres y te horrorizás cuando tu madre saca fotos viejas y señala con el dedo los que han desaparecido en acción (más del cincuenta por ciento de la población de la foto en cuestión).
Cuando empezás a sacar cuentas para adelante y para atrás…y conclusiones aterradoras sobre el tiempo restante y el tan temido “Game over”.
Cuando te conseguís una religión que conteste todas tus dudas y te hacés hiper-devoto del personaje que, según esa religión, te allanará el camino al paraíso.
Cuando te colgás distintos amuletos contra las maldiciones, la mala suerte y las malas ondas. Ajo en la cocina, cintita roja en la muñeca izquierda, cuernito en el espejo del auto, lapicera de tinta violeta para escribir y firmar, el ekeko en el escritorio, la lechuza en el baño y la brujita colgando de las alacenas del lavadero.
Cuando te convencés de que todo tiempo pasado fue mejor. La música de los setenta no había con qué darle, el cine de los ochenta fué lo más, tu novio de la secundaria el más hot, el barrio dónde vivías era sagrado y el mundo en general parecía un lugar más seguro…(con appartheid, muro de Berlín, Vietnam, Chernobyl y la Junta Militar al gobierno incluídos!).
Cuando empezás a plantearte qué será de tu vida cuando llegue la hora de volver a los pañales (pero para adultos).
Cuando tus hijos y sobrinos te sacan dos cabezas descalzos (y vos en puntitas de pie y metiendo panza).
Cuando el desconocido frente al espejo tiene papada y se llama igual que vos.


ALERTA: PENDEVIEJOS A ESTRIBOR!
(Cómo reconocer a un pendeviejo/a)

Los hombres que se compran una Harley Davidson sólo para tenerla en el garage de la casa y pavonearse delante de los amigos.
Las mujeres de cincuenta que hacen la dieta del pomelo para poder entrar en los talles de Kosiuko avergonzando a sus propias hijas y coqueteando con el vendedor de la marca para que les consiga un talle de pantalón que no les marque tanto el flotador. Y pensar que habían entrado al negocio en busca de un vestido de quince para la nena.
Los hombres que se matizan las canas quedando color zanahoria a lo “Pippo Cipolatti” y que se compran camperas de cuero con el logo de “Top Gun” o “Black Hawk Down”; emulando a piloto de película yanqui.
Las mujeres que se lipoaspiran y se re-inyectan la grasa lipoaspirada en distintos lugares de la cara logrando un efecto rellenado tipo muñecas peponas.
Las mujeres que se estiran tanto con cirugía que sonreír es una actividad que les lleva toda la mañana y los ojos se les salen de las órbitas como si estuvieran siempre anonadadas.
Los hombres que no asumen la pelada con dignidad y acuden a quinchos, peinados firuletes, entretejidos y gominas para tapar el agujero.
Las mujeres que se matan con clases de gimnasia, aparatos, deportes varios y cinta en los ratos libres con la secreta esperanza de volver a tener el culito de los dieciséis años (y en el mismo lugar geográfico).
Las mujeres que no habiendo tenido tetas en su vida se regalan un par de siliconas para el cumpleaños número cuarenta y cinco con la excusa de haberse quedado sin tetas después de amamantar (y quemando todas las fotos de soltera donde hay pruebas irrefutables de que fue siempre una tabla).
Los hombres que venden la camioneta rural familiar y adquieren una coupé dos puertas color rojo furioso de la que solamente pueden bajar con ayuda del hijo menor que los arrastra de los brazos para desembutirlos del rodado (quedando atrapados en el espacio existente entre el volante y el asiento del conductor tras haber ingerido una botellita de coca light).
Las mujeres que adquieren vocablos de sus hijos y andan atrapadas en un léxico que no les es propio y que ni siquiera entienden…tipo naaaa gordaaa!.
Los hombres que se refieren a sus esposas como brujas delante de las vendedoras del supermercado/boutiques/farmacias, pavoneandose cual galanes hasta que aparece la esposa en cuestión y se quedan congelados como estatuas vivientes y monosilábicos o lo que es peor…tartamudos.

martes, 23 de septiembre de 2008

Mis experiencias en la Farmacia




MIS EXPERIENCIAS EN LA FARMACIA (uno de mis tantos curros en los que aprendí los secretos del maravilloso mundo de las drogas...legales).

Aterrizar en una Farmacia es como poner un pie en Marte. Se abre un mundo que hasta ese día era desconocido. ¿Qué hay, y qué sucede detrás del vidrio, pecera, pared, durlock, estantería…etc.?. Esas son las preguntas que me hacía cuando el empleado desaparecía backstage con la receta de mi médico en la mano. ¿Por qué tarda tanto?. ¿Está pidiendo autorización al Cartel de Medellín para venderme un mísero Rivotril?. ¿Cuánta gente hay escondida detrás de la pared?. ¿Me ven por algún vidrio espejado?. ¿Están pidiendo mis antecedentes penales?. ¿O un Veraz por si pido fiado?. Todos esos misterios fueron develados cuando puse mi pie (izquierdo) en Marte, o sea en la Farmacia.
Atrás hay, básicamente, remedios. Y también cosas extrañísimas. Polvos, líquidos y ungüentos de fétidos aromas. Mangueras, aparatos y artículos de látex/ caucho para extrañísimos usos. Frascos y frasquitos. Goteros, goteritos, baja lenguas, y demás artefactos para importunar a cualquier cristiano. Los nombres de los remedios son básicamente impronunciables porque algún trastornado decidió bautizarlos con una mezcla de latín y ruso ucraniano. Las consonantes se juntan y es muy probable que el cliente, en un intento de proferir el sonido que lo conduzca a conseguir la droga deseada, te lance un escupitajo en el medio del ojo. ¿Cómo encontrar lo buscado en cuatro paredes atiborradas del techo al piso con cajitas de 8X8?. Cuando uno desconoce este mundo piensa que sólo existen los medicamentos que uno ha tomado…o sea Amoxidal, Buscapina y un par de aspirinas. Por eso nunca comprende el delay del empleado. ¿Por qué tarda tanto?. ¿Estará cosechando el ácido acetilsalicílico de la corteza de un árbol del Amazonas?. ¿O es simplemente un subnormal con un problema de motricidad?. Pero el pobre infeliz, lejos de poner la mano y hacer tuc; debe lidiar con la decodificación de la letra del desgraciado del médico (que necesitaría un par de tegretoles porque parece escribir en plena crisis de epilepsia), el nombre indescifrable de la droga en cuestión y la búsqueda por orden alfabético de la cajita solicitada. Esto no es una tarea sencilla ya que los medicamentos están ordenados de acuerdo a lo que son (pomadas, líquidos, inyectables, polvos y la famosa lista IV…por favor señor musicalizador, acá va música reggae). De la lista IV, me ocuparé más tarde.
Una vez que hemos descifrado el nombre, debemos descifrar a qué grupo pertenece y luego poner el sonar cerebral apuntando a la estantería correcta. Seguramente, y de acuerdo a las leyes de Murphy, terminarás adquiriendo un moretón en la frente al chocar estrepitosamente con la cabeza de algún compañero que OH casualidad buscaba en el mismo estante. Roces de por medio y tratando de pasar hacia el interior del colectivo sin ninguna maniobra de connotación sexual, le pasarás por encima cual caballo de salto a tu compañerita/o para llegar lo más rápido posible a la letra L. Cuando llegues al final del estante te retorcerás de bronca al darte cuenta que lo que buscabas comienza con “LO” pero después de “LE” viene la pared. Y “LO” sigue en el zócalo de la pared del kilómetro 3 de la ruta 2. O sea allá. Allá donde está tu compañerita agachada y agazapada esperando devolverte el pisotón de cortesía que le propinaras buscando el enalapril para el viejito que te espera con rictus cadavérico hace media hora en el salón. Que a estas alturas se murió sentado en una silla esperando el remedio y que le tomen la presión…que ahora es cero. Porque el Lotrial nunca llegó a sus manos. Cuando crees tener la situación bajo control te das cuenta que la pifiaste en los miligramos o sencillamente en la cantidad…y le estás dando como para bajarle la presión a un elefante de mil doscientos kilos.
Ahora sí, lista para salir al ruedo al son de Caballería Rusticana, te das cuenta que cometiste el peor de los pecados farmacéuticos…si los hay. Te olvidaste de anotar. O anotaste cuando había cuatrocientas cincuenta cajas de lo mismo porque alguien se dejó tentar por alguna oferta y aceptó un volquete de esa droga a mitad de precio. Que vence dentro de dos horas…el medicamento, no así la oferta…que sigue en pie hasta agotar stock. Una vez anotada la maldita porquería, deberás lidiar con los tamaños de los envases y la consabida cobertura de la obra social. Que de social no tiene un pito.
Estas maquiavélicas corporaciones “médicas” se dedican a torturarle la vida a pacientes y farmacias por igual. Básicamente quieren lucrar, obvio, pero con todo el sadismo posible y por pura diversión. La palabra “burocracia” brilla con todo su esplendor en lo que a medicamentos se refiere. Los pacientes dejan surcos del tamaño de las acequias mendocinas de tanto ir y venir al médico para corregir, rectificar, enmendar y aclarar el nombre/fecha/número de carnet y cualquier otro dato que sirva de filtro para no cubrir el medicamento en cuestión. Si de paso se mueren en el intento, mucho mejor. Blancos fáciles cual patitos de lata de kermesse de pueblo, son los ancianos que pasan más de tres cuartos de los últimos días de sus vidas yendo de la farmacia al médico (música de Charly García, Sr. musicalizador!). La receta, en el 90% de estos casos estará mal confeccionada y muy probablemente, una vez corregida, no le cubra el remedio porque el que diseñó el vademécum está convencido que los viejos vienen sin ojos (los colirios raramente son cubiertos por PAMI)…o no tiene abuela como para ver un viejito in situ. Pero por esas cosas de la vida, el muy ignorante no se dará cuenta hasta años más tarde, que el tiempo lo convertirá en un ejemplar de esos que no tuvo la misericordia de mirar de cerca.
Una vez embocado el tamaño, los miligramos, la cobertura y la anotación posterior viene el corte del troquel. Que alguien me explique porqué diablos el cutter corta hasta los rabanitos en fetas pero en la farmacia no corta ni por casualidad. ¿Acaso es una maldición gitana?. Te dispondrás entonces a encontrar la manera de rebanarle ese cuadradito de miércoles a la cajita sin destrozarle los blisters al medicamento y caer en la tentación de pasarle la lengua al polvito (en el caso de haber acuchillado un par de clonazepanes de 2). Si caíste en la tentación, con mano temblorosa enmendarás el daño para que el auténtico propietario descubra el daño en su casa y te pasarás el resto del día tarareando “Don’t worryyyy, beeee happyyyy”. Si le chingás al maldito cartoncito y te rebanas una feta de dedo siempre podrás poner el pedacito en formol como recuerdo e intentaras parar la hemorragia con el dedo para arriba en la posición indicada y de paso tendrás la excusa perfecta para mandar al infierno a quien te haya hecho la vida imposible ese día.
Reparado el dedo, buscarás a tu cliente entre la horda de especimenes desesperados que te busca con la mirada y con cara de “después de él me toca a MI”. Entregada la cajita preguntarás ¿algo más?, con el dedito sobre la tecla de la impresora. A la voz de “aura” y ante la negativa del cliente terminarás de oprimir la tecla que emite el ticket sólo para descubrir que ahora el susodicho en su día de “hoy le voy a romper la paciencia a alguien”, te va a agregar (con cuentagotas y en fascículos para coleccionar); dos comprimidos de migral, dos comprimidos de esa pastillita rosa que me hace tan bien para los dolores de acá (y te muestra algo que nunca hubieras querido ver), un jaboncito de allí (envueltito para regalito) y dos o tres cositas más. Para cuando retires el ticket, estarás en condiciones de empapelar el obelisco dos veces con el papel impreso. Y ahí viene la consabida “lo anoto en mi cuenta”. Dicho esto, tragarás la espuma del ataque de rabia que te provoca saber que deberás anular cada uno de los tickets y emitir dos millones de notas de débito ante la mirada estufada del gordo bienudo que cree que tiene derecho a resoplarte su furia en la cara mostrador de por medio.
Despachado el cliente descubrirás con horror que el gordo furioso te ha tocado en suerte porque el resto del elenco hizo mutis por el foro sabiendo que alguien va a salir malherido…y no precisamente el gordo. American Express Platino en mano, y Rolex paraguayo en la muñeca, el gordo ha aparcado su 4x4 plateada (para que le haga juego con la tarjeta) en la puerta del local. La esposa rebusca con cara de estar oliendo K-K, la crema con filtro solar que le proteja sus más recientes cicatrices de su vigésimo sexta cirugía plástica facial. Enfundada en un jogging blanco que transparenta su ropa interior de quiceañera de cincuenta y cinco que no asume su lugar en la cadena alimenticia, estira su dedito de uña acrílica intentando que el peso de sus seis cadenas de oro le habilite la maniobra que le permita señalarte lo que quiere. Si el botox se lo permite, pronunciará en correctísimo francés la pomada deseada y agregará a su pedido unas tres o cuatro cajas del antidepresivo de moda. Y Melatol porque está como la lechuza de Harry Potter. Posibles hipótesis de su falta de sueño: A- Jet-lag (la diferencia horaria entre su habitat porteño y el Country la mató). B- Los párpados no cierran (no puede juntar los párpados porque el cirujano plástico se fue de mambo con la piel que estiró y ató detrás de las orejas). C- Cero Cansancio (Se pasó el día impartiendo instrucciones al personal de limpieza y no le alcanzó para cansarse lo suficiente como para dormir). D- Stress (no consigue turno con el service de las uñas postizas hasta el martes…como para no dormir!!!). Tomando valor y tragando saliva, sonrisa de plástico en mano, digo en boca, proferís un “buenas tardes”, para recibir tan sólo un “Dame tal cosa” (con suerte) o simplemente una mano regordeta que te transfiere una receta de prepaga top para comprar una cajita de buscapina de 20 mangos que con descuento pagará 10…pero con American. Que se ocupó de frotar frente a las narices de todo aquel que quisiera verla. Encandilada ante tanto brillo express la pasarás por el posnet y temblando las rodillas caerás en la cuenta de que por las benditas leyes de Murphy la maldita maquinita no la lee. El ahora, Rottweiler que tenés enfrente, balbucea epítetos en lunfardo antiguo mientras echa humo por las orejas. La limpiarás con tu propia camisa hasta lograr el esperado milagro. El milagro se llama “ingrese los cuatro últimos dígitos”. Bingo!. Luego de completar la información requerida descubrirás con horror que en ese mismo instante algún salame de milán pasa la lista de la droguería más larga por teléfono, con la pasmosa parsimonia de quien se ha fumado algún yuyo en Nochebuena. Teléfono ocupado = posnet en pausa = gordo sátrapa “once” en la escala Richter. Se viene un Tsunami. Y vos estás parada frente a la ola de 15 metros. Sin tabla de surf. Si tenés muñeca pilotearás la situación huyendo al backstage (soldado que huye sirve para otra guerra) o bien entretendrás a la émula de Graciela Alfano (alias esposa del gordo), elogiando la estrechez de su frente y vendiéndole cremas para la celulitis. Cuando por fin se emite el ticket y procedes a la firma el gordo te llama a un rincón y te pide el viagra de 36 horas. A juzgar por el espécimen que tiene al lado le van a hacer falta tres cajas, o bien está saliendo con la secretaria que tiene veinte años menos y lo tiene un tanto agotado. Con cara de enfermera de ER le entregarás con discreción la cajita elixir y el gordo se regocijará pensando que por fin, y después de diez años, logrará obtener una vista área de sus más queridas partes. Lo despacharás con prontitud (si sale en los fúnebres del domingo es porque las cuatro cajas fueron too-much). Infarto y a la lona. Pero murió contento el susodicho.
No quiero despedirme sin tocar el tema de la lista IV. Reggae jamaiquino por favor. Bob Marley a full. La receta rosa y te la doy…y sino arrastrate llorando por los rincones. La lista IV, para los ignorantes, es el pasaporte a la felicidad; o sea los psicotrópicos. Lo importante en estos casos es dar la concentración adecuada. Si entregas más de la cuenta podrás ver al viejito que hasta hace un rato le pedía permiso a las piernas para moverse, girando descontrolado cual Speedy González alrededor del monumento de la plaza más cercana con la cara desorbitada y portando sonrisa de dientes apretados. También vendrán los que no tienen receta dispuestos a venderle el alma al diablo por una tirita de Foxetin, con la mirada perdida y chocando los dientes en pleno ataque de pánico. O los que deben intoxicar al padre o a la madre porque sino los matan. Y los que no duermen. Y los que se obsesionan. Y los que están agresivos. Hay para todos y de todos los colores. Una pastilla para cada demonio. Para tranquilizar, para levantar, para dormir, para dejar de hablar con el amigo invisible, para gritar menos y sonreír más, para dejar de ver fantasmas, para relajar y para gozar. Lástima que tenga que ser a fuerza de pastillas...

domingo, 21 de septiembre de 2008

Manual de Instrucciones




MANUAL DE INSTRUCCIONES PARA SOBRELLEVAR EL PSICOANÁLISIS
(solamente para pacientes en tratamiento o con ganas de comenzar uno)


La población mundial, en cuanto a la sanación de las algias del alma se refiere, se podría dividir en tres estratos bien diferentes. En el primero encontramos a los que acuden a la religión para enfrentar los problemas cotidianos. En este segmento existen los que hacen un mes de fila bajo la lluvia en San Cayetano, los que caminan kilómetros hasta Luján, los colectiveros y taxistas que decoran sus naves con estampitas de todos los santos, los que le besan los pies a una estatua de mármol en una iglesia, los que esconden tobillos y melenas detrás de ropas oscuras, los que se arrodillan en las mezquitas y se hamacan compulsivamente mientras repiten oraciones en idiomas foráneos, los que le rascan la panza a Buda, etc. etc (todo esto dicho con el mayor de los respetos).
En el segundo grupo encontramos a los que gastan fortunas en tarotistas, manosantas, pai umbandas, lectores de la borra del café…; en fin, todos los que acuden a videntes y/o decodificadores del presente y del futuro a través de todo tipo de objetos inanimados como piedras, caracoles, cartas, esferas de cristal, fotos de bailanteros muertos en forma violenta, velas, imágenes de Ekekos, esfinges con penes erectos, ristras de ajos,trapos viejos, etc. etc.
Y en el tercer grupo, donde finalmente me incluyo, estamos los que llevamos nuestras cabezas cual televisor descompuesto al Psicólogo, rogándole que nos ayude a sintonizar porque estamos perdiendo la señal o la cordura…da igual.
Yo, carne de diván si las hay, he pasado un cuarto de mi vida recorriendo con mis ojos las paredes de los consultorios de terapeutas que han tenido la desdicha de contarme entre sus pacientes. Digo la desdicha porque, y siguiendo con la metáfora del televisor, mi cabeza es una tele Aurora Grundig con doce canales y entrada para antena de techo; en la era de los de plasma con ciento ochenta canales, entrada para antena satelital control remoto de última generación, compatible con todos los artefactos de la casa incluída la licuadora, y sintonía automática…obviamente. ¿Cómo decirle al terapeuta “me salta el horizontal” en la era de los televisores que ya no traen perilla para enderezar ese defecto?. El televisor se tira a la mierda y se compra otro en doscientas cincuenta y tres cuotas. ¿Quiere decir esto, que debo terminar con mi vida y reencarnar en otra cosa? ¿Cambiar el tipo de ayuda y visitar iglesias o pedir una consulta con blonda mentalista famosa super excedida de peso?. Dicho sea de paso, debo confesar que he pasado por sus manos y por su lujosa mansión en barrio top de Mar del Plata, hace unos veinte años…época de su máximo apogeo profesional (si a eso se le puede llamar profesión). En ese entonces, la mentalista de 400 (kilo/vivo) de peso me cobró una fortuna sólo para decirme que tenía que efectuar una limpieza de mi hogar contra las malas ondas…todo esto dicho con la seriedad de un neurocirujano que te va abrir la cabeza para succionarte un coágulo que te está bloqueando una arteria. Arqueando las cejas, con cara de consternación, y clavándose un sándwich de matambre y queso descomunal; me aseguró que con tan sólo unos quince mil pesos ella iba a librarme de tan oscuro futuro. Mientras las migas del sándwich se perdían en el abismo descomunal de la grieta monumental existente entre sus dos tetas, yo sacaba cuentas y arribaba a la conclusión de que estaba perdida. Perdida porque no entendía cómo alguien que no lograba domesticar su propio apetito podría ayudarme y perdida porque quería salir corriendo y no recordaba por dónde había entrado al palacete de la adivina hiper-obesa con síndrome de Dios. Y todavía no me había tirado las cartas. Rumiando los restos mortales del emparedado, y de muy mala gana ante mi negativa de aceptar la desinfección de mi vida espiritual, mezcló el mazo y repartió lo que sería el pronóstico de mi futuro. – “Tenés problemas con tu vecina”, me dijo. –“No, la adoro y me adora”, retruqué. –“Vivís en una esquina”, diagnosticó. –“No, a mitad de cuadra”, devolviendo la pelota con efecto. –“En una casa”, dijo con cara de erudita estufada. –“No, en un departamento”, match point…y comenzando a disfrutar el hecho de sacarla de quicio. Me dí a la fuga como rata por tirante en un momento de distracción y llegué a la conclusión que la limpieza a la que la mentalista se refería era la de mi bolsillo. Ardua pescadora del billete fácil, me llamó una docena de veces para augurarme un negro futuro sino le llenaba la casa de verdes…billetes. La mandé a un lugar verde que quedaba justo en el medio del sexo de la lora y no he sabido de ella desde entonces.
Sólo me quedaba el psicoanálisis.
El psicoanálisis es una maravilla porque uno adquiere desde el vamos la inimputabilidad de la enfermedad. Porque la demencia, gracias a Dios…o a Buda es una enfermedad, según la Organización Mundial de la Salud. Y por el otro lado, uno entra solito a la consulta y no hay nadie que pueda refutar nuestra distorsionada versión de la realidad.
Aterricé a la última de mis catorce terapias enmarañada y suspendida en la telaraña de mis tribulaciones mundanas y porqué no, espirituales. Casi como si estuviera viendo la misma película por enésima vez, le vomité los vericuetos de mi vida a la Licenciada que intentaba seguirme el tren y anotar en un cuaderno con espiral, todo lo que yo decía. Con la mano verde azulado de tanto garabatear, mi terapeuta sólo atinaba a responder –“Aja”. De repente la habitación estaba llena de palabras y ajases. Cuando la nube de mis palabras pesaba unos tres mil hectopascales y amenazaba con lluvia…de lágrimas, la Licenciada efectuó la típica maniobra de “Game over” y giró la muñeca en busca de su reloj pulsera. Cortamambo por excelencia, la relojeada me hizo caer en la cuenta de que mi parquímetro había expirado justo cuando más lo necesitaba. Le pagué y atiné a preguntarle –“¿estoy como para Open Door o tengo salvación?”. Recibí un mísero ajá como única respuesta y me fui con mi alma en la mano sintiendome Judy Garland, perdida, en el bosque del “Mago de Oz”. Caminé y pensé…y llegué a la conclusión de que necesitaba una poderosa dosis de endorfinas. Me tomé un helado escandaloso y me chupé los dedos con la sonrisa de Jack el Destripador. Estaba mejor.
La sesión siguiente estuvo colmada de ajases y mi discurso fue encontrando respuestas tales como: -“¿y Ud…..coooommmooo lo veeee?”. Yo iba a buscar respuestas, así que las preguntitas, lejos de agradarme o hacerme pensar; me invitaron a contestar con más preguntas. –“¿y Ud. como me ve?”. –“¿Tiene arreglo lo mío?”. –“¿Estoy loca o sólo es una percepción errada de todos los que me conocen?”. Salí echando humo verde por las orejas y girando la cabeza como Linda Blair en “El Exorcista”. Necesitaba otra dosis de tramontana y dulce de leche. Me sentí mejor aunque con ganas de participar en algún rito satánico y desollar una gallina o un pavo enchastrando de sangre a un par de ejemplares que conozco. Papi y Mami. ¡Qué lindo momento Kodak!
En la tercera sesión, y habiendo arribado por mí misma a la conclusión de que la culpa de todo la tienen mis progenitores, ingresé al consultorio aliviada como quien se salva a último momento de la pena capital. Un tanto agresiva, todopoderosa e implacable le confesé a mi terapeuta que me consideraba lista para que me firme el alta. No muy de acuerdo con mi decisión, seguimos desenrollando la madeja pero ésta vez, estratégicamente, me propuse boicotear a mi locóloga. Me quedé callada y la miré esperando preguntas que nunca llegaban. Intercambiamos sonrisas, toses nerviosas y miradas lacerantes. Y luego élla rompió el silencio con un –“¿Y a usted????. Con mi mejor cara de poker la miré extrañada arqueando la ceja izquierda esperando que completara la frase. Repitió su pregunta esperando que mi locomotora arrancara para algún lado. Lejos de eso, crucé los brazos en franca señal de guerra y me mordí la lengua para no proferir sonido alguno. Viendo que no iba a cooperar, mi terapeuta repitió la pregunta efectuando aspavientos con los brazos invitándome a hablar. Nada. Cero. Agua. En un intento desesperado hizo la misma pregunta pero agregando –“¿y a usted esto que le parece?”. Esta vez los brazos giraban para adelante como dos ruedas de bicicleta. Mientras ella sacaba de su mochila todas sus herramientas para inspirar mi verborragia, me di cuenta que le estaba pagando para quedarme callada. Ella= 1 Yo=0. Estaba ganando el partido. Cuando por fin me decidí a decir algo se hicieron las cuatro…y la maniobra del reloj. Sí ya sé, me voy al carajo!. Salí furiosa conmigo y con el resto del universo. Quería matarme y matar a toda la humanidad. Caminé hacia la heladería mirando mis pies mientras cabalgaba y puteaba en cuatro idiomas. Como Nicholson en "El Resplandor" esperaba que el heladero me dijera que no tenía más tramontana, y así obtener la excusa perfecta para acuchillarlo a sangre fría. Tranquilizada gracias a las endorfinas del helado, aborté todos los planes para fabricar la bomba atómica en el jardín de mi casa. Pero, debo decir que me sentí mejor.
Y así, sucesivamente, cada vez fue mejor que la anterior. Porque el psicoanálisis es así, de efecto retardado. Es un remedio amargo que hace efecto horas y días después.
Igual, espiando con el rabillo del ojo las anotaciones de mi terapeuta, creo haber leído en el márgen izquierdo superior la siguiente leyenda: Diagnóstico: desquiciada.

Consejos para principiantes.

Vayan.
Vayan
Hablen cuando tengan ganas
Coman algo rico después de la sesión (por el bien de la humanidad)
Culpen de todo a sus padres o a quien quieran (porque no van a estar ahí para defenderse)
Existe el Rivotril, just in case
Terapia más Rivotril más chocolate o helado (Heaven exists)

Paula Ga
Paciente (quisiera decir en recuperación…pero no creo que mi terapeuta adhiera)

Cumpleaños infantiles


Almodovar se quedó corto

Queridos lectores padres de criaturitas de 1 año en adelante, uds. sabrán entender. Cualquier persona que haya pasado por un cumpleaños infantil sabe de qué corchos estamos hablando. Una persona en pleno uso de sus facultades mentales no debería pasar más de un par de veces por este tipo de tormento. Es sólo comparable al parto, en el momento te querés matar y jurás que nunca más vas a pasar por lo mismo...y a los seis meses estás planeando tener otro (hijo o fiesta de cumple, da igual). Parece ser que el tiempo se ocupa de disipar el olor nauseabundo de los chizitos, los litros de naranjada volcados en el mantel bordado por tu abuela muerta y el paté de chocolate cuidadosamente untado en el sillón del living. Sumale a eso el zumbido que queda en tus tímpanos durante 45 horas por la exposición indebida de tus oídos, al griterío de los niños; los misilazos que se arrojan los miembros de ambas familias mientras se devoran dos toneladas de sandwichs de miga y el contenido completo de tu heladera; y te sobrarán motivos para convertirte en Michael Douglas en "Un día de furia".
Es que festejar un cumpleaños infantil es más difícil que poner en órbita un satélite espacial y que lo disfrutes es francamente...una utopía. Los problemas comienzan con los preparativos y ameritan una inevitable pelea matrimonial que incluye la consabida discusión que implica repartir responsabilidades genéticas, a la hora de atribuir todos los defectos de cada uno (y el crío en cuestión) a la familia del otro. Se discute por el precio del globo de piñata, la marca de la bebida Cola, la cola que hay en el mayorista de golosinas, animación versus yo les armo un partidito de futbol (y después se sienta a charlar con los amigos mientras los salvajes amarran tu perro a un árbol, aullando, e intentan prenderle fuego jugando a los indios).
Después viene el tema regalo y siempre hay una discusión que gira en torno a lo didáctivo versus lo que el chico pidió versus lo que le va a comprar tu mamá y guay que no se le ocurra cagarle el regalo a MI MAMÁ. Cuando tenés todo más o menos abrochadito surge el tema de la lista de invitados y a quién deberíamos dejar afuera de la partusa, porque en el último cumpleaños se le ocurrió hablar de política y al nono le dió un ataque de asma de tanto escuchar obscenidades. Y el homenajeado, que lejos de aceptar el recorte de la lista de amiguitos, se encula porque no lo dejaste invitar a la hinchada completa de All Boys, los hermanos Di Zeo y los siete hijos varones del vecino de la abuela.
El vía crucis prosigue con los preparativos del día D, cuasi el desembarco de Normandía...si se me permite la comparación (y me quedo corta). Te levantás al alba porque no podés dormir de los nervios (a pesar de la valeriana) y te ponés a limpiar, ordenar, ordenar, esconder (la parva de ropa para planchar), decorar, cocinar, cargar mesas y sillas, llenar termos...y con el último aliento de tus pulmones, inflar doscientos treinta y tres globos. Cuando recuperaste la compostura te das cuenta que te faltó el de la piñata; así que procedés a llenar el minúsculo orificio de caucho con diez juguetes tamaño baño, seiscientos caramelos y dos toneladas de papel picado (que vas a barrer puteando el día después).
Luego caen los primeros sujetos (que suelen ser los más peligrosos) y como el animador se perdió en algún lugar entre Turdera y Lugano 1 y 2, tu casa se encuentra a merced de un grupo de vándalos que te amenaza con un sacacorchos sino le dejás tocar el hámster (que todavía estamos velando). LLegan los parientes, y te hablan todos al mismo tiempo. Te preguntan de todo y te piden permiso para tal o cual cosa mientras los chicos te tironean del brazo y tu marido se ofende porque no le contestás dónde están las botellas de dos litros de Pomelo que tiene frente a sus narices. Pero para alivio de todos llega el animador, temblando de miedo cuando divisa la manada indómita (y vos llegás a la conclusión que el precio convenido es una ganga...se merece sus honorarios en euros con más las alhajas de la bisabuela...el pobre santo). Dispuesta a tomarte el primer respiro y cafecito de la tarde...te ponés a servir y servir y esquivar tenedores con merengue y chicos embadurnados con dulce de leche que te piden a gritos la bolsita y el mejor lugar para ver la bengalita de la torta. Por supuesto, nadie nunca sabe de qué lado se prende la dichosa bengalita y la torta es declarada monumento de interés general por la cantidad de dedos que le han incrustado y porque ningún grande se atreve a llevarse una miga a la boca después de haber visto como los chicos la bañaban con saliva y moco al compás del felíz cumpleaños. La torta sobrevivirá intacta en la heladera unos tres o cuatro días y terminará a manos de su auténtico dueño (el perro).
El animador se va, y le rogás a Buda y la Desatanudos que los padres sean puntuales, y descubrís con horror que los padres NUNCA son puntuales. Así que te preparás para entretener a estos monstruos que están haciendo artesanías en el baño con un brownie, los palitos salados, restos de café y sus propias secreciones corporales. A estas alturas ya casi nada te importa así que te tirás despatarrada en el sillón recién vomitado por un nenito de dos años que se comió la vida y tratás de que tus pies dejen de latir mientras tu suegra grita en el baño porque quedó encerrada (y hace como medio siglo que le avisaste a tu marido que esa puerta se traba). Se van los chicos, te queda la familia (no sé qué es peor) y te ponés a recalentar restos de comida evitando las arcadas porque te comiste dos toneladas de cosas cuyo sabor jamás registraste (no importa porque el sabor va a volver gracias al reflujo de tus jugos gástricos y así podrás saber qué cornos te llevaste a la boca). Luego se va la familia...al fin solos...en Bagdad!!!. Reconstruír tu casa te llevará casi el mismo tiempo que olvidarte de lo sucedido. Y cuando veas las fotos, meses después, recordarás con una sonrisa el episodio y comenzarás a planear el próximo cumple, inmune a todo recuerdo negativo del evento. Pero no me quisiera despedir, sin antes regalarles a mis lectores una serie de conclusiones a las que he arribado luego de festejar varios cumpleaños :
a.. Organicen el evento a no menos de 50 km. de su domicilio particular.

b.. Contraten animación y paguen lo que pidan (pueden pedir un préstamo bancario o vender el auto). Mírenlo de esta manera, nunca va a costar tanto como todo lo que te rompan los chicos si no están lo suficientemente entretenidos.
c.. No se maten cocinando, los chicos funcionan a chizito y bebida cola. Y si hay mucha comida los parientes se te instalan con la famosa excusa "nos quedamos a cenar así no te sobra tanto", o "te ayudamos a lavaaarrrr???".
d.. Eviten la piñata (los chiquitos lloran por la explosión, los grandes se matan por un masticable pintalengua y las ciento treinta fotos de culos y nucas de forajidos inescrupulosos revolcandose, te las metes bien por donde te entre).
e.. Declaren el "pyjama party" mala palabra y opuesto a las costumbres religiosas de la familia (pongan como excusa cualquier pretexto "el perro se está dialisando", "la abuela vive con nosotros y no controla esfínteres"). No se les ocurra hacer un pyjama party (yo caí en la trampa y todavía sufro ataques de pánico como efectos colaterales de la terrible experiencia).
f.. Nunca, pero nunca, den obsequios o premios a sólo unos pocos. Y nunca, pero nunca, le den la responsabilidad de la repartija de esos premios a una persona de edad avanzada (se la comen cruda, y se chupan los huesitos).
g.. Vean el problema desde un enfoque optimista, sólo cumplen una vez por año...tenemos todo un año para descansar!!!.

Paula Ga , sobreviviente de catorce cumpleaños, dos campamentos y un pyjama party (con conocimiento de causa...o sea)

Obsesiones nocturnas


R.U.M.O.

Registro único de mis obsesiones (para ser presentado ante quien corresponda, en caso de internación psiquiátrica)

OBSESIONES DEL DORMITORIO Y LA CAMA
Las sábanas de mi cama deberán colgar de forma simétrica en ambos lados y el borde superior deberá estar doblado en forma paralela a la pared y a las almohadas.
No debe penetrar por las ventanas ni el más mínimo haz de luz; las cortinas deben estar perfectamente cerradas, simétricamente deslizadas por el riel para que cuelguen a ambos lados de la ventana en idéntica proporción.
Las puertas del baño y el dormitorio deben quedar entornadas sin hacer ruido ni chocar contra el marco cuando hay corriente de aire.
No soporto la ropa tirada en el piso y mucho menos de mi lado. No me gusta chocar con zapatos ni almohadones, en la oscuridad, de camino al baño.
No puedo dormir con la lucecita prendida del stand-by de la tele, así que el control remoto no tiene utilidad para mí, me lo podría meter bien en el traste. Mi ex-marido se encargaba, lo deja tirado de mi lado de la cama para que me siente encima y me vea obligada a rescatarlo de las profundidades de mi alma con la pinza de hielo.
La cama deberá estar en el medio exacto del dormitorio y las mesas de luz pegadas a ambos lados.
No debe existir sobre las sábanas ningún resto de alimentos (migas de tostadas, restos de dulce), ni bolitas de tela o hilo provenientes del deterioro de las mismas, ni arena, ni restos de uñas o cualquier tipo de secreción humana. Prefiero dormir en el piso, arriba de diez cajas de tarugos Fischer.
No tolero manchar las fundas de la almohada con restos de maquillaje ni humedecer las mismas con el pelo mojado. Soy capaz de dejar la cabeza colgando fuera de la cama y es muy probable que me encuentren violeta de un aneurisma pero con la almohada impecable.
No soporto compartir mi habitación con ningún insecto volador. Puedo emprender la cacería del mismo trepándome donde sea munida del insecticida en una mano y la misma revista que guardo en mi mesa de luz hace una década para aplastar bichos.
Todas las noches, sistemáticamente, me acuesto sabiendo que me voy a levantar a los cinco minutos, a hacer pis, a cerrar la puerta con llave y a mirar si apagué bien las hornallas de la cocina. Se llama T.O.C., y cede con psicofármacos y/o psicoterapia. El tema es que mi locura me gusta, soy muy amiga de mis obsesiones. ¿Porqué habría de deshacerme de ellas?. Las conozco desde mi más tierna infancia, sería una perra desagradecida si las asesinara con 1 miligramo de clonazepam en la frente. No puedo, la religión y Greenpeace me lo impiden.
Me vuelvo a acostar sabiendo que me voy a volver a levantar dado que he leído dos páginas de un libro y ya tengo ganas de hacer pis otra vez. Se llama vejiga con mecha corta y se soluciona meando como un irlandés después del día de San Patricio.
Hago pis sabiendo que si leo otra página más de mi libro, voy a tener que orinar otra vez, dado que debo dormirme con la vejiga completamente vacía. Creo que se soluciona absteniéndome de ingerir líquidos después del mediodía.
Me vuelvo a acostar y rozo mi cara con mi mano encontrando un pelo que debo extirpar de inmediato; me vuelvo a levantar, me arranco el pelo...y por las dudas hago tres gotas más de pis. Tengo que esperar sentada en el inodoro, que esas tres gotas recorran la uretra hasta encontrar la salida. Me aburro. Leo las etiquetas del shampoo para cabellos lacios anti-frizz y la fórmula química de la crema enjuague con ceramidas. ¿Qué carajo son las ceramidas?.
Entre pitos y flautas llegan las doce, prendo la tele porque está el noticiero y quién sabe qué novedades hay. No hay novedades, me tengo que angustiar con la misma noticia del mediodía. Lloro pero me aguanto hasta el final para ver el pronóstico (que ya ví en el noticiero de las ocho). Cuando apago la luz no puedo dormir gracias a la misma maldita noticia del mediodía. Cierro los ojos y veo al pibe de Sexto Sentido, tapado hasta la cabeza con la linterna en la mano, buscando gente muerta. Y encuentro, encuentro a los muertos del noticiero, están todos escondidos debajo de mis sábanas. Les digo que se pueden quedar pero que no me hagan migas, mucho menos orgías (pero si las hacen que inviten, ellos no serán de carne más yo no soy de vidrio… ni lo como).
Antes de dormir veo las letras rojo furioso del despertador y, como todas las noches, saco la cuenta de cuántas horas voy a dormir hasta que suene. Este trabajito me llena de ansiedad dado que deseo dormirme cuanto antes y no lo logro. Se llama insomnio. Se cura con pastillas. Andá a conseguir un médico que te haga una receta de una de esas “tumbaelefantes”. Aunque, pensándolo bien, se las puedo sustraer de la cartera a mi abuela.
Voy a ver si mi hijo está tapado, miro desde su ventana el cielo, y vuelvo al baño a hacer otras 2 o 3 gotas de pis. Estas últimas tres son despedidas pujando hasta quedar colorada como un morrón pero totalmente reconfortada y con la misma cara de felicidad de una parturienta con bebé okm. .
Me tapo, apago la luz, me acomodo, me rasco la nariz, me froto los ojos, bostezo, desenrosco los pelos de la nuca de la cadenita del cuello y me duermo (con un ojo abierto controlando a mis muertos).

sábado, 20 de septiembre de 2008

Cerebros




Cerebro femenino vs. Cerebro masculino, algunas verdades irrefutables.

Una revista científica, acaba de publicar un artículo sobre las diferencias de los cerebros de mujeres y hombres. Entre otras cosas, el artículo dice que el cerebro femenino pesa menos que el del hombre porque tiene células nerviosas diferentes que lo hacen más liviano, y que nada tiene que ver con la inteligencia ni las capacidades y limitaciones de los mismos. Son básicamente diferentes. Que el hombre es más práctico y la mujer más expresiva. Que el hombre piensa en el sexo mucho más frecuentemente que la mujer (¿y las zuziaz?) y no sé cuántas chorradas más que, por supuesto, ya sabíamos. Supongo que habrán arribado a esas conclusiones gracias a estudios de alta complejidad tales como tomografías computadas, electroencefalogramas, exámenes histológicos de la materia gris, tests, encuestas y vaya a saber cuántas cosas más.
Así pudieron determinar que el cerebro del hombre es completamente diferente al de la mujer y le permite hacer cosas que la mujer no puede y viceversa. Mi opinión es que la mujer puede hacer de todo y el hombre no (pero esa soy yo y mis ideas carecen de total rigor científico). Y ningún hombre puede hacer dos o más cosas a la vez, como nosotras (ej: imaginar a un hombre mascando chicle y teniendo sexo…seguramente muere asfixiado y contento).
De todas maneras creo que han gastado un dineral al pedo, según mi humilde entender. Basta una observación precisa y concienzuda del comportamiento de machos y hembras del género humano, para darnos cuenta de las diferencias abismales que existen en sus procesos de pensamiento. He aquí mi informal y subjetivo ensayo al respecto (sustentado en base a la observación parcial de la realidad).

La mujer tiene un cerebro sinuoso, retorcido y complicado, con millones de neuronas dotadas con la capacidad de archivo del Pentágono y una memoria equivalente al rígido de la computadora de la NASA. Su cerebro es lo más parecido a la esponja metálica con la que rasqueteamos las ollas para sacar los restos del guiso del domingo. La esponja en cuestión va almacenando partículas de comida en unos cuantos millones de celdas de aire hasta que la otrora inmaculada bola de rulos de acero, queda reducida a un bollo compacto mezcla de carne, vegetales, metal y fideos. Durante su vida útil, las celdas se van llenando con información tan diversa como el número de teléfono del pediatra, las doce millones de razones por las que no soporta a su suegra, la dosis de ibuprofeno exacta para kilo vivo, el número de tono de la tintura “castaño caoba” de todas las marcas existentes, la lista semanal del supermercado, el contenido de las veintitrés carpetas que dejó pendientes en la oficina, el talle de camisa del marido/novio/pioresnada, la altura en pulgadas/metros/pies de sus actores favoritos, la ubicación precisa del duplicado de las llaves del auto, el número de cliente del videoclub, la cantidad de dientes de la sonrisa del hermano de la amiga (que está para partirlo), el nombre de la telefonista del pizza-delivery, el color de las vetas de las pupilas de Clive Owen, los tres aplazos en matemática del capullo engendrado en un rapto de pasión estival, las fechas de cumpleaños de todos los parientes, el vencimiento de la factura de teléfono y la locación en el dvd (en minutos y segundos) donde el "Fantasma de la Opera" aparece vestido de rojo (lugar donde conviene, dicho sea de paso, tener el pulgar sobre la tecla “Pause”y el índice en la tecla “Zoom”).
La fémina en cuestión no sólo almacena datos en esas células, también posee una memoria ancestral que ha heredado de todas las mujeres que la precedieron y que la impulsan a reaccionar en forma casi instintiva y compulsiva a determinados estímulos. Es así como se explica que una nenita de tres años de vida, con carita de querubín y mirada prístina; pueda arruinarle la vida al compañerito del Kinder con la misma destreza con que su tía de treinta y pico se sacó de encima al sátrapa de su ex marido. Frasecitas tales como “nunca más voy a ser tu amiga”, “le voy a contar a todos los chicos que te hiciste pis encima (aún cuando esto fuera una mentira)”, “si no me convidas caramelos le digo a la seño que me levantaste la pollerita”; son moneda corriente en el arenero del Jardín de Infantes. Es muy frecuente, que niñitas de esta edad tilden de “Gordo Maraca” (gay) al pobre santo que osó posar sus rechonchos deditos en un crayón rosa, lila o púrpura; con el único fin de obtener el total control de sus colores favoritos. El pobre santo pasará gran parte de su vida adulta en el diván de un afamado Psiquiatra intentando despojarse del complejo que le ha impedido relacionarse en forma sana con el sexo opuesto (y después nos quejamos de que no hay hombres!). Por supuesto, el cerebrito básico del varoncito en cuestión, sólo puede reaccionar al estímulo con la única respuesta que le viene a la mente: SOBERANA PIÑA. He aquí una de las diferencias más evidentes de los procesos mentales masculinos. El hombre es como el perro de Pavlov, estímulo=campana respuesta=a comer. Esta fórmula es aplicable a todos los procesos del varón, sustituyendo los estímulos. De la misma manera, el hombre reacciona a una braga de encaje negro con una erección. Estímulo=encaje negro respuesta=tendré sexo. No hay espacio en su magra lógica para pensar que pudiera estar errado y que su partenaire lleva esas multiúnicas bragas porque hace ocho días que la humedad ambiental le ha hecho imposible secar su ropa interior (que está desparramada colgando de todos los picaportes, canillas y lámparas de la casa). El hombre no ve las bragas de colores diseminadas por todos lados, sólo ve las negras de encaje adheridas al culo de su pareja mientras ella se agacha a levantar los ochocientos sesenta y tres artículos que él ha revoleado en todos los ambientes del hogar dulce hogar, convirtiéndola en Beirut después de un bombardeo. Ella no sólo no quiere sexo, quiere degollarlo con sus propias manos y practicarle una autopsia casera sobre la mesada de la cocina. Y alimentar al perro con sus testículos. El perro responderá al estímulo, a imágen y semejanza de su dueño; que en este caso es el ruido de su original almuerzo rebotando en su cacharro y se llenará la panza sin cuestionar la procedencia de su opíparo festín.
Pero, volviendo al arenero y la tierna nenita de lengua afiladísima; el resultado de la piña proferida por el compañerito cuyos sentimientos fueran brutalmente heridos termina con el niño castigado en la Dirección y la nena sobre la falda de la maestra. Eventualmente, el niño será enviado a la Psicopedagoga previa citación a sus progenitores, para una revisión exhaustiva de su comportamiento hostil. La niña, que ha llorado como una plañidera con la destreza de Meryl Streep en "Kramer vs. Kramer", será premiada con mimos y caramelos mientras sonríe como Sissy Spacek en "Carrie".
La mujer no sólo adquiere esta base de datos hereditaria que viene incrustada en el cerebro como el Paintbrush en el Windows. A lo largo de su vida va procesando y guardando las experiencias propias, las de sus amigas, las de las mujeres de su familia, y las de las protagonistas femeninas de todas las películas y programas de televisión que ha visto. Estos espisodios se acumularán unos encima de otros en diferentes carpetas dentro de las celdas vacías de la esponja metálica y/o cerebro: “hombres”, “hijos”, “novios”, “jefes”, “maridos”, “suegras”, “familia política”, “madre”, etc. . Esas experiencias acumuladas serán musicalizadas, digitalizadas, masterizadas y editadas a piaccere por la portadora de esa cabeza y el grado de degradación del producto original dependerá en gran medida del estado mental de la misma. Es por esto que un hombre se queda perplejo ante la reacción de su esposa, cuando decide llegar a casa munido de una caja de bombones para sorprenderla. Ella sospechará del gesto y lo acusará de querer engordarla, y así tener la excusa perfecta para abandonarla por la vecina. Como le pasó a la Tía Conce aquel insoportable verano de 1974. O peor aún, podría ser la típica estrategia masculina de hacer buena letra para enmascarar la relación sentimental que mantiene desde hace meses con su compañera de trabajo. Como le pasó a Anne Archer en "Atracción Fatal". Por lo tanto, los bombones aterrizarán uno a uno en la cabeza del incrédulo varón que no puede, ni podrá (porque el cerebro no le da) ni querrá, ni intentará buscar en su mente; el detonante de esa explosión de gritos, llantos, insultos y portazos. Probablemente se siente a mirar tele con una cerveza en la mano y el control remoto en la otra olvidando el asunto en unos catorce segundos. Ella, en cambio, habiendo previamente incautado el maletín de su adorado tormento (aprovechando la distracción del susodicho ante el exabrupto); estará analizando el contenido completo del maletín con la idoneidad de Clarise Starling en "El silencio de los inocentes". Gracias al vapor de la cacerola (que contiene la cena hirviendo y quemándose) abrirá hasta el último sobre de la valija y munida de una lupa del juego de explorador, propiedad de su retoño; revisará pañuelos, agendas, fundas de celulares, cuellos de camisas y bolsillos. Con su agudísimo sentido del olfato buscará aromas que puedan inculpar al sospechoso, cuando el único aroma persistente en la cocina (devenida en laboratorio forense) es lisa y llanamente olor a fideo quemado. La “Jodie Foster” de la escena, cambiará la estrategia y optará por hacerle unos mimos al sospechoso dejándose manosear un poco para arrancarle sutilmente la verdad a Hannibal, que yace ignorante y vencido sobre el sillón del living. En última instancia, la verdad es lo que menos importa, ella ya ha decidido que es culpable porque le ha pasado a una de cada tres mujeres de la familia, el cine, las amigas y la maestra de inglés del hijo; las estadísticas no fallan, es lo más probable.
Podemos deducir entonces, que los procesos mentales de una mujer son complejos como la computadora que controla el túnel de protones en Suiza; y los procesos del hombre son tan rudimentarios como un sacacorchos made in Taiwan. No se debe caer en el error de inferir, que el hombre no es capaz de lastimar, herir o planificar una estrategia para joder a una mujer. El hombre es práctico y no se anda con rodeos; huye, grita, levanta la mano, insulta, se la agarra con su suegra, y si está muy sacado puede cometer asesinato en primer grado. La mujer, en cambio, puede hacer todo eso evitando una condena penal, agenciándose casa/auto/máquina de capuchino cromada/la colección completa de cd’s de Pink Floyd/el celular de última generación/ipod/ laptop/Blackberry/home theatre/afeitadora high-tech y cualquier otro dispositivo que sospeche, sea de sumo interés para su ex medio limón. Con la astucia de Bugs Bunny y la velocidad de Speedy Gonzalez le concederá altruístamente (hecha un mar de lágrimas y mirada compasiva al mejor estilo Teresa de Calcuta); la tenencia del fruto del mutuo amor, las mascotas de la familia y el local donde funcionaba el negocio de ambos con más la deuda impositiva (que data de 1956). Así que el sujeto partirá desconcertado y agradecido con la jaula del loro en una mano, la caja con el hámster en la otra, la pecera del nene bajo el brazo y el nene. Que tiene diecisiete años, 68% del cuerpo tatuado con símbolos de la Yakuza japonesa, trece piercings en lugares inimaginables, la cabeza totalmente afeitada a excepción de un montículo de pelo que mirado desde cierta altura representa una cruz svástica, ataviado íntegramente de negro con ropa que huele a queso Roquefort, su colección de cd's de Marilyn Manson lista para desconar parlantes en la mano mientras se autoproclama defensor de los derechos del hombre a ayunar en protesta por el sistema y la caza indiscriminada de cucarachas rubias en Timbuktú.
Sí, es verdad, somos diferentes. Sabemos divertirnos, los apagamos mentalmente cuando nos rompen las pelotas, les sacamos cualquier cosa con un par de mimos en el lugar indicado y cuando nos atrevemos a vivir nuestras propias vidas en forma independiente la pasamos genial. Pregúntenle a Shirley Valentine o a los miles de contingentes de viudas que viajan por el planeta cacareando como gallinas, regodeándose en su recientemente adquirida libertad.

Aclaración: Esta teoría sobre la supremacía de la mujer y su astucia versus la inteligencia práctica del hombre, puede verse sensiblemente afectada si la mujer tiene averiado el sistema operativo alojado en el hemisferio sur de la corteza cerebral. En ese caso, la alarma de peligro no se encenderá y la celda con la carpeta “hombres” no estará disponible. Esto es muy común cuando el Norton nueronal no fue debidamente actualizado (falta de contacto de dicha mujer con amigas, madre, tías, primas, cine, cultura en gral.) y el virus “pelotuda enamorada” se instala en el rígido borrando archivos a lo pavote; forzándola a actuar como una paparula y haciendo que tenga que meterme mi bonito ensayo bien en el culo!.

Pioresnada: Personaje con el que una termina compartiendo techo y comida, desdichas y sinsabores, que no tiene pelos donde antes le sobraban y le sobran pelos donde antes no tenía. Es un señor mayor y aburrido que hace zapping con el control remoto y le tiene más aprecio a su pc o celular de última generación que a la que le ha puesto un guiso de lentejas en la mesa y le plancha las camisas. Es esa persona que supo ser alegre y divertida, que llevaba el spray de crema chantilly a la cama y que ahora se duerme sentada con los anteojos puestos mirando como bombardean Irak en la CNN. Es el espécimen que una elige con apuro y entusiasmo convencida que hay escasez de hombres, para darse cuenta quince años después que manoteó lo que primero se le cruzó delante por temor a quedarse "pa vestir santos" (como dicen las abuelas).