domingo, 20 de junio de 2010

CUANDO PINTA EL BAJÓN



Hurgando en la depre

Uno nunca sabe a ciencia cierta qué ha desatado este espantoso estado de oscuridad espiritual. En algún momento del día y por absolutamente ninguna razón definida, nuestra luz se apaga y nuestras ganas se desparraman por el piso como un balde de gelatina a medio cuajar. Simplemente nos asalta el famosísimo humo negro de la serie “Lost” y literalmente nos perdemos. Ahí, en un túnel que pareciera no tener salida, y que si existiera no la veríamos por tener los ojos hinchados y empañados por un mar de incomprensibles lágrimas.

Porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. La tristeza, como respuesta a un estímulo doloroso es esperable y natural. Si te martillás un dedo, responder con una carcajada te habilita el ingreso al Manicomio más cercano; por otro lado llorar porque se te inundó el baño o te birlaron la billetera en el colectivo es más que sano. Pero la depresión es otra cosa. ¿Será la respuesta con delay a una serie de eventos que se sucedieron en cadena en forma lenta imperceptible y sucesiva? ¿Puede uno entristecerse por acumulación? Quizás ahí esté la clave. Unos buenos quince días de quilombos sostenidos, solapados y aparentemente inofensivos (si los evaluamos de a uno), pero que en su conjunto tienen el poder del ácido nítrico en goteo sobre un alma medio desvencijada, bien podrían ser los responsables de una grosa y contundente depresión de la ostia.

Propongo la siguiente ecuación ejemplificadora: 2 días estresantes de laburo donde todo salió para el culo (un cliente revirado te incluyó en sus plegarias a Satanás, te llovieron carpetas infestadas de problemas, el sistema eligió caerse en la hora pico, caes en la cuenta que para Recursos Humanos sos un recurso y no precisamente humano) más 3 siniestros eventos domésticos (el lavarropas pide knock –out técnico, se rompe el codo de la pileta de la cocina, te cortan el teléfono con la factura paga en tiempo y forma) sumados a 2 insignificantes reyertas familiares (un duelo con tu hijo por el control remoto de la tv y porque no ordenó su habitación…que parece Irak después de un bombardeo, tu vieja que se ha convertido en tu hija “mentally challenged” a la cual querés estampar contra una pared porque se trenza con tu hijo insistiendo que Cristiano Ronaldo es brasilero (herejía si las hay para un futbolero de ley), más 2 mínimos contratiempos cotidianos (el cajero se traga tu tarjeta de débito justo la noche en que el noticiero pasa el informe sobre estafas en cajeros, el chino del supermercado no te agarra los tickets que te da la empresa…te enterás cuando tenés el chango lleno hasta el techo), más 1 contratiempo amoroso (tu nuevo no-novio te hace un exhaustivo recuento de las ocho millones de prostitutas que se movió en su periplo náutico-laboral para luego informarte que está en desacuerdo con el uso del preservativo), más 1 flashback nostalgioso (ordenando armarios te topás con fotos viejas, removiendo el estofado mental que dormitaba en una armoniosa latencia muda y ahora amenaza con hervir y desbocarse) = Mega depresión importada de Lituania (el país con más alta tasa de suicidios del planeta).


CÓMO RECONOCER LOS SÍNTOMAS


Lo más probable es que vayas arrastrándote de sillón en sillón y de cama en cama huyéndole a todo tipo de ritual higiénico y cosmético. Enfundado en tu mejor y más raído pyjama anti-sexo (generalmente es un jogging color gris con manchas de cloro y pintura, más esa vieja remera de tus dieciséis con su etiqueta intacta de “Fruit of the Loom” agujereada en las mangas y con el cuello estirado), te pasearás como un zombie pisándote las ojeras. El pelo es una mata informe de donde penden un par de popcorns de la noche anterior y cuyo flequillo comienza a pegotearse en la frente por el azúcar y la falta de aseo.

El frío te asalta, como te asaltan los pensamientos negativos. Como estás seguro de que algo espantoso está a punto de ocurrir, decidís cambiar la ropa interior por una limpia y sin agujeros. Al equipo le agregás una manta polar con olor a perro (que durmió encima toda la noche) o un poncho viejo con olor a naftalina. Así enfrentás el desayuno. Masticando un pedazo de pan negro quemado, sorbiendo un café que no logrará derribar el sueño que te hace bostezar como un cosaco embriagado no harás planes que vayan más allá de los próximos quince minutos. En esos quince minutos leerás los avisos fúnebres, te autoflagelarás con el noticiero de la mañana y terminarás llorando desconsoladamente con un aviso televisivo de medicina prepaga donde una anciana camina de la mano de un anciano…en cámara lenta…por un bosque de robles, pisando hojas marchitas en pleno otoño. Entonces te descubrís haciendo cuentas ridículas, calculando lo vivido, restando el resto y haciendo balances que por supuesto dan pérdida. Porque hoy estás perdido en la nube negra, el vaso está vacío y la luz es tan tenue que el futuro no se ve por ningún lado.

Luego del sexto documental sobre la vida sexual de los mamíferos marinos, se te da por consultar el Tarot por Internet (nefasta idea en la historia de las ideas nefastas). Con una musiquita inquietante, el website baraja digitalmente tu futuro y te manda todas las putas cartas patas para arriba. Eso no puede ser bueno, leer la explicación te deja al borde del abismo existencial. Es hora de buscar ayuda en las frases de filosofía de tu site favorito de citas célebres. El término random en Internet es muy gracioso. El Señor que mueve los hilos tiene un extraño sentido del humor, o tu cabeza elige leer aquello que sabe te va a terminar de liquidar. Buscando frases para abrazar la vida, el site, irónicamente te trae palabras de Séneca, Schopenhauer, Hume y Nietzsche. En todas se te pide amablemente que termines con tu vida. Ganas no te faltan. Te faltan huevos. O cinco blisters de valium y dos litros de whisky.

Apagás la pc huyendo como una rata a su nido (en este caso tu cama). El libro que hasta ayer encontrabas apasionante, ahora es una mierda. En un ardid de auto complot, te leés la última página del policial para aguarte tu propia fiesta. Tres horas de zapping ininterrumpido, mirando discusiones entre decadentes participantes de reality pedorro, es hora de cambiar de posición. Son las cuatro de la tarde y no almorzaste. Relojeás la heladera vacía. Hora de rascar los hongos del multiúnico pedazo de queso y montarlo sobre una torre de crackers húmedas. Eso solo se baja con alcohol. Y del pico de la botella. Entonces te encontrás con un sujeto gris que mama del pico, con un nido de caranchos en la cabeza y dos huevos duros en lugar de ojos. La imagen te resulta conocida, es el espejo que devuelve el Guernica de Picasso (versión libre a tu cargo). Te acercás con miedito porque no lo podés creer. Sos un personaje salido de una peli de Tim Burton. Sos el hijo hecho carne del Jóven Manos de Tijera y el Cadáver de la novia. Si fueras música serías el Concierto para Cello de Elgar.

Entonces te empezás a reír de ese fantasma que alberga tu machucada psiquis. Porque no hay mal que dure diez años ni lluvia que no deje de caer. Haciendo un esfuerzo llevarás tu envase a la ducha y te sorprenderás canturreando algún viejo hit de los 80’s, ese que sonaba el día que te tomaron esa foto que encontraste en la mesa de luz. Esa misma foto que fue la mecha que te llevó al abismo.


COMO DETENER UN ATAQUE DEPRESIVO


Si te levantaste así como sensible y pelotudo, amarrate las manos con el cable del mouse de la pc antes de revolver cajones y ordenar placards. Ni se te ocurra mirar fotos viejas, ni leer cartas de hace dos décadas, ni controlar avisos fúnebres, ni mirar el noticiero. Si tenés la casa tomada por familiares en crisis, huí. Salí corriendo a correr o a caminar. Rajá. Tomate el piróscafo a Tanzania. No participes en discusiones que no tienen salida. Escuchá música. Llenate los pulmones de oxígeno. Y los ojos de los colores del cielo. Abrazá a tu perro. Llevate el libro a la hamaca paraguaya. Lavá el auto. Comprate un chocolate y una Coca Cola (antidepresivos poderosos, si los hay). Cantá en la ducha, bailá en la cocina, tené sexo en el lavadero, fumate un porro, amasá pasta, jugá al futbol con tus hijos o tus amigos, ayudá a alguien, escuchá, mirá algo divertido en la tele…y por favor vestite un poco más decente por el amor de Diosssssss!

Si esto no llegara a funcionar, sírvase consultar a su terapeuta; yo solo escribo boludeces en un blog…

No tiene mucho que ver, pero a mí me hace reír!






jueves, 3 de junio de 2010

EMBARAZO, PARTO Y LACTANCIA


De cómo sobrevivir a una experiencia humillante (Para Lady R. que vive en Canadá)

Tengo una amiga que está por parir. Vive lejos así que no tuve la oportunidad de observar de cerca su deformada humanidad. Pícara ella, colgó un par de fotos en el Facebook donde sus redondeces todavía eran soportables y elegantes; pero hace más de tres meses que se recluyó en sus cuarteles y solamente asoma la cabeza de la trinchera para pedir asilo político (en otro cuerpo). Y la entiendo.

La que se pasó un año entero jurando por los últimos cuatro dígitos de su tarjeta de crédito platino, que jamás iba a lidiar con pañales ni aullidos de retoños (para el estupor de los que la escuchábamos en la cocina de la oficina), hoy oficialmente está de nueve meses y un día. Me hubiera gusta grabarla en video, para pasarle el clip ciento cincuenta y ocho veces el día que anunció que le habían llenado la cocinita de humo. Me acuerdo ese día que leí el mail en el cual me contaba que se iba a ser un Test casero y otro a los diez minutos haciendo la consabida pregunta -¿puede ser un falso positivo?-, a lo que yo respondí con la velocidad que mis dedos me permitieron –NO NENA, TENES LA PANZA LLENA DE HUESOS-.

Así fue como Lady R se enteró de que iba a tener que limpiar culos cagados, dejar de dormir de un tirón por al menos tres años y decirle adiós a su antigua vida de trotamundos desfachatada (copita de champagne de por medio).

Su estado de gravidez y el inminente cumpleaños de mi hijo, arrastraron sin querer de la base del cráneo a la primera plana de la retina, los recuerdos de mi propio embarazo.

Esa idea rosa que tienen las mujeres y que pasa de boca en boca, de generación en generación, de que el embarazo es el estado ideal de la mujer es una trampa ideada por un varón que quiso seguir dándole masita a la esposa sin que la misma ofreciera resistencia. No hay nada más lejano y mentiroso que el supuesto “estado ideal”.

El estado ideal comienza con vómitos a chorro, mareos, cansancio, eructos y una compulsión por mear que va creciendo con el correr de los meses (cuando el crío ya pesa tres kilos y baila tap sobre tu vejiga). A los tres meses, cuadrada y redonda (si eso es posible), sos testigo de la incipiente deformación del templo que hasta hace poco albergaba con exclusividad a tu alma. Te das cuenta que vas a tener que hacerle lugar a ese alien, así que tu alma va dejando espacio a esa cosa que no para de crecer y convertir tu vientre plano en una bolsa de papas que te entra a picar como si no hubiera un mañana. Entonces no se te ocurre mejor idea que rascarte con locura y saciar tu apetito voraz comiendo todo lo que se te cruza por el camino, cosa de que el alien no se apropie de espacios que no le corresponden. La picazón prosigue y no hay crema que pueda con esos tejidos que comienzan a estriarse y esas tetas que parecen dos boyas en el Mar Báltico. La que no tuvo tetas puede que disfrute de esta sensible situación que sufre el tejido adiposo pectoral, la que siempre tuvo un par de generosos globos no encontrará corpiño disponible donde embutir esos cuatro kilos (dos por teta) de grasa y próxima factoría de lácteos “fatto in casa”. Las tetas también pican, así que te descubrís rascándote a dos manos en lugares públicos ante la mirada absorta de los transeúntes. Los picores ceden únicamente ante los calambres en las piernas y el dolor de cintura que sufrís cargando un exceso de peso de al menos 10 kilos (más los 12 que te pusiste prolijamente fagocitando cantidades industriales de chocolate y calorías vacías). Eso y la extraña adicción al tomatito cherry rociado con asceto balsámico que jamás lograrás comprender.

El termostato también es un problema. La perilla de frío-calor no te funciona. En pleno invierno te empapás con sudor como si estuvieras cargando bolsas en medio del Sahara a plena luz del día. En verano podés pasar de un sofocón a un ataque de frío por un helado en medio segundo. No toquemos el tema de las manchas de la piel, los granos adolescentes y la caída del pelo. Cartón lleno.

Dormir es una proeza. Girar en la cama una tarea heroica. Boca arriba es lo recomendable, pero sentada, porque los ácidos del estómago que intenta lidiar con todo lo que te manducaste se escapan como lava volcánica quemándote las amígdalas cada veinte minutos. No importa, igual no dormías. Estabas haciendo tu vigésimo noveno viaje al baño. Porque la vejiga pareciera explotar, aunque después de sentarte en el inodoro (con todo lo que eso implica…encontrar los restos de bragas incrustadas en tus glúteos para bajarlas haciendo malabarismos) descubrís que son tan solo dos centímetros cúbicos de infame orina. Volvés a la cama y optás por encallar cual ballena franca, de costadito. Como las piernas no cierran y el pubis parece un puente a punto de resquebrajarse, te encajás un almohadón en el medio para apuntalarlo. Entonces te dormís, pero te despertás diez minutos después presa del pánico por una pesadilla en la cual tu vientre estallaba y salía un reptil que te decía “Mamá” con lágrimas en los ojos (mientras te agarrabas las tetas mirando los dientes filosos del bicho). Esto te enfrenta a tus peores demonios: la partera y el obstetra. ¿Tenías motivos? Suficientes.

Los suficientes como para iniciarle una demanda a Dios por su famoso “Parirás con dolor”. Una compañera de trabajo una vez me dijo (sabias palabras) –Parir es como cagar un piano de cola- Y no se equivocaba. Cada contracción es un atentado al género femenino. Las primeras te hacen pensar que el cursito de parto sirvió para algo más que escuchar a media docena de madres reincidentes acariciándose la barriga contando anécdotas de sus anteriores partos. Con cara de boludas perennes y un tonito aniñado contarán con pelos y señales como el obstetra les encajó la mano en el cuello del útero hasta que perdieron el reloj buscando la cabeza del bebé. Al borde del vómito y con ganas de salir corriendo para tirarte de panza sobre las vías del Ferrocarril Sarmiento, se te borran los colores de la boca. Ahí, justamente ahí, la partera desliza la parte más importante de toda su sabiduría: LA DROGA.

La droga es la diferencia entre un paseo y la tortura china. Y las ignorantes detractoras de la misma, que se jodan por pelotudas. El catéter conectado a tu espina dorsal es lo mejor que te puede pasar en esta perruna vida. Claro que para merecer semejante dispensa medicinal deberás dilatar hasta cuatro centímetros. Que si sos primeriza se traducen en unas buenas ocho horas de dolores menstruales intensos con ocasional pérdida de conocimiento y gemidos crónicos intercalados con los famosos sopliditos ensayados hasta el cansancio en la Clase de Parto. Todo lo que te dijo la Partera es mentira. Soplar no hace la cosa más fácil. Encima ella no aparece. Los putos cuatro centímetros los conseguirás sin ayuda, ya que los bomberos aparecen cuando el incendio ha convertido la casa en cenizas. Pero volvamos a la droga. Con tus cuatro centímetros ganados a los huesos de tus caderas y caminando como un ganso a punto de ser convertido en paté, te deslizás hacia la camilla que te lleva a la Sala de Tormentos. Sufriendo un poco bastante, hacés lo posible para que todos lo noten y hagan algo. Acostumbrados a ver mujeres en crisis, las enfermeras te ignoran mientras te dan unas palmaditas condescendientes. Entonces llega el Santo Patrono de las Parturientas: El Anestesista. Este Gurú de la Buena Vida entiende tu dolor y enseguida te encaja una aguja en la cintura del tamaño de una lanza espartana. El líquido comienza a fluír en sintonía con la relajación de los músculos de tu cara. Entonces, inexplicablemente, comenzás a temblar como un flan. Te estás muriendo, “C’est fini”, Bye Bye Cruel World. No, te cuenta el Gurú, es el efecto colateral de la anestesia. Conforme desaparece el dolor, desaparecen las contracciones y aparecen tus ganas de hacer mutis por el foro silbando bajito. Para tu horror, se van todos a mirar tele y te dejan tirada como una vaca en la cinta del matadero. El médico se niega a darte el control del catéter de la anestesia, el muy hijo de puta se merece como mínimo una picana por donde no calienta el sol. A la hora vuelven todos para atestiguar que el progreso no ha sido demasiado. Te obligan a pujar, cosa que es bastante difícil cuando uno está muerto del ombligo para abajo. Ponés carita de fuercita y les das el gusto para que dejen de romperte las pelotas. Pero ellos insisten y vos, cansadita, querés que te saquen el huésped hostil del medio de las entrañas. Dos personas se trepan a la cama y comienzan a aplastarte la barriga como quien exprime el sachet de Ketchup para aprovechar hasta la última gota. La tarde se convierte en noche y el crío se niega a venir a este Mundo, cosa que entiendo perfectamente, pero “SÁQUENMELOOOO!”.

Entonces aparece un ilustre desconocido que te informa, como no podía ser de otra manera, que tu obstetra (al cual tardaste seis meses en depositarle tu confianza y mostrarle tus benditos orificios) está en un Congreso. Es por esto que el tío en cuestión será el encargado de abrirte como una lata de atún para sacar el pez rebelde que llevás dentro. Ya a esta altura estás jugada y a todo decís que si porque ponerse a toda esta gente de culo no es recomendable (sobretodo al Gurú de la Buena Vida).

Después de doce horas resoplando y aguantando ha llegado la hora del quirófano. Vuelta a pasarte a otra habitación que parece la consulta de una Veterinaria. Te ponen en bolas mientras te pintan de color marrón…se supone que tenés que estar felíz porque el Gurú se ofreció a filmar la cesárea y en este preciso instante de humillación y menoscabo hace un primer plano de tu cara hinchada.

El procedimiento dura cuatro minutos, lo que tardan en rebanarte como un filete, cazar al crío del mentón para sacarlo del agujero donde anidaba cómodamente. Te lo acercan para que puedas darle un beso a un monstruo de goma violeta que parece el Mini Me de Winston Churchill. Sentís una sensación de alivio y felicidad que durará lo que dura el efecto de la anestesia. Te cosen como un matambre arruinándote toda posibilidad de lucir un bikini de por vida y voilá, asunto resuelto.

Ya en la habitación y justo cuando comenzabas a encariñarte con el alienígena violeta, te asaltan unos dolores diez veces peores a las contracciones de parto. Son los famosos y nunca bien ponderados entuertos. Con ganas de matar a alguien no sacás el dedo de la alarma hasta que aparece una enfermera con cara de dormida que intenta convencerte de que estás alucinando y no es para tanto. Sacudiéndola del guardapolvo, la convencés de que sos una loca peligrosa, más le vale pedir ayuda o Carrie va a ser un chiste al lado de lo que le vas a hacer. Entonces otro gurú aparece para autorizar un líquido que inyectan directamente al suero, al que llamaremos “Nirvana-post parto”. Vuelven los temblores, desaparece el dolor y te quedás felizmente dormida. Dos horitas después, una imbécil con cara de fragilidad anal te trae una cosa que berrea como si tuviera siete pulmones. Así nomás y sin previo aviso te lo encajan en una teta. El crío succiona sin mayores problemas. Juego de niños. Por fin algo que no duele.

Tres días después, los pezones dan lástima. Y duelen como la puta madre. Si tan solo pudiera sacarlos y ponerlos en remojo! Cansada, dolorida y muerta de hambre porque hace cuatro días que no te dan de comer, se te ha incentivado el sentido del olfato. Es impresionante. Podés adivinar todo lo que comió tu familia oliendo sus ropas. Bife de chorizo por ahí, pizza por allá…y yo con un caldito repugnante.

Por fin llega el día. Te sueltan. Lo bien que hacen. Porque ya te estabas encariñando con eso de que una minita se llevaba el crío cuando tocabas el timbre. Pero de eso te das cuenta cuando llegás a tu casa y depositás el fruto de tus travesuras en el moisés.

Ahí comienza el baile. Pero no hay timbre, ni enfermeras, ni Gurús…ni nada. Solita, vos y él sin intermediarios.

¿Si me arrepiento? Jamás. El monstruo violeta se llama Guille, vive en mi casa y fue lo mejor que me pasó en la vida.

Un consejo: Háganse amigas del Anestesista!.