domingo, 21 de septiembre de 2008

Cumpleaños infantiles


Almodovar se quedó corto

Queridos lectores padres de criaturitas de 1 año en adelante, uds. sabrán entender. Cualquier persona que haya pasado por un cumpleaños infantil sabe de qué corchos estamos hablando. Una persona en pleno uso de sus facultades mentales no debería pasar más de un par de veces por este tipo de tormento. Es sólo comparable al parto, en el momento te querés matar y jurás que nunca más vas a pasar por lo mismo...y a los seis meses estás planeando tener otro (hijo o fiesta de cumple, da igual). Parece ser que el tiempo se ocupa de disipar el olor nauseabundo de los chizitos, los litros de naranjada volcados en el mantel bordado por tu abuela muerta y el paté de chocolate cuidadosamente untado en el sillón del living. Sumale a eso el zumbido que queda en tus tímpanos durante 45 horas por la exposición indebida de tus oídos, al griterío de los niños; los misilazos que se arrojan los miembros de ambas familias mientras se devoran dos toneladas de sandwichs de miga y el contenido completo de tu heladera; y te sobrarán motivos para convertirte en Michael Douglas en "Un día de furia".
Es que festejar un cumpleaños infantil es más difícil que poner en órbita un satélite espacial y que lo disfrutes es francamente...una utopía. Los problemas comienzan con los preparativos y ameritan una inevitable pelea matrimonial que incluye la consabida discusión que implica repartir responsabilidades genéticas, a la hora de atribuir todos los defectos de cada uno (y el crío en cuestión) a la familia del otro. Se discute por el precio del globo de piñata, la marca de la bebida Cola, la cola que hay en el mayorista de golosinas, animación versus yo les armo un partidito de futbol (y después se sienta a charlar con los amigos mientras los salvajes amarran tu perro a un árbol, aullando, e intentan prenderle fuego jugando a los indios).
Después viene el tema regalo y siempre hay una discusión que gira en torno a lo didáctivo versus lo que el chico pidió versus lo que le va a comprar tu mamá y guay que no se le ocurra cagarle el regalo a MI MAMÁ. Cuando tenés todo más o menos abrochadito surge el tema de la lista de invitados y a quién deberíamos dejar afuera de la partusa, porque en el último cumpleaños se le ocurrió hablar de política y al nono le dió un ataque de asma de tanto escuchar obscenidades. Y el homenajeado, que lejos de aceptar el recorte de la lista de amiguitos, se encula porque no lo dejaste invitar a la hinchada completa de All Boys, los hermanos Di Zeo y los siete hijos varones del vecino de la abuela.
El vía crucis prosigue con los preparativos del día D, cuasi el desembarco de Normandía...si se me permite la comparación (y me quedo corta). Te levantás al alba porque no podés dormir de los nervios (a pesar de la valeriana) y te ponés a limpiar, ordenar, ordenar, esconder (la parva de ropa para planchar), decorar, cocinar, cargar mesas y sillas, llenar termos...y con el último aliento de tus pulmones, inflar doscientos treinta y tres globos. Cuando recuperaste la compostura te das cuenta que te faltó el de la piñata; así que procedés a llenar el minúsculo orificio de caucho con diez juguetes tamaño baño, seiscientos caramelos y dos toneladas de papel picado (que vas a barrer puteando el día después).
Luego caen los primeros sujetos (que suelen ser los más peligrosos) y como el animador se perdió en algún lugar entre Turdera y Lugano 1 y 2, tu casa se encuentra a merced de un grupo de vándalos que te amenaza con un sacacorchos sino le dejás tocar el hámster (que todavía estamos velando). LLegan los parientes, y te hablan todos al mismo tiempo. Te preguntan de todo y te piden permiso para tal o cual cosa mientras los chicos te tironean del brazo y tu marido se ofende porque no le contestás dónde están las botellas de dos litros de Pomelo que tiene frente a sus narices. Pero para alivio de todos llega el animador, temblando de miedo cuando divisa la manada indómita (y vos llegás a la conclusión que el precio convenido es una ganga...se merece sus honorarios en euros con más las alhajas de la bisabuela...el pobre santo). Dispuesta a tomarte el primer respiro y cafecito de la tarde...te ponés a servir y servir y esquivar tenedores con merengue y chicos embadurnados con dulce de leche que te piden a gritos la bolsita y el mejor lugar para ver la bengalita de la torta. Por supuesto, nadie nunca sabe de qué lado se prende la dichosa bengalita y la torta es declarada monumento de interés general por la cantidad de dedos que le han incrustado y porque ningún grande se atreve a llevarse una miga a la boca después de haber visto como los chicos la bañaban con saliva y moco al compás del felíz cumpleaños. La torta sobrevivirá intacta en la heladera unos tres o cuatro días y terminará a manos de su auténtico dueño (el perro).
El animador se va, y le rogás a Buda y la Desatanudos que los padres sean puntuales, y descubrís con horror que los padres NUNCA son puntuales. Así que te preparás para entretener a estos monstruos que están haciendo artesanías en el baño con un brownie, los palitos salados, restos de café y sus propias secreciones corporales. A estas alturas ya casi nada te importa así que te tirás despatarrada en el sillón recién vomitado por un nenito de dos años que se comió la vida y tratás de que tus pies dejen de latir mientras tu suegra grita en el baño porque quedó encerrada (y hace como medio siglo que le avisaste a tu marido que esa puerta se traba). Se van los chicos, te queda la familia (no sé qué es peor) y te ponés a recalentar restos de comida evitando las arcadas porque te comiste dos toneladas de cosas cuyo sabor jamás registraste (no importa porque el sabor va a volver gracias al reflujo de tus jugos gástricos y así podrás saber qué cornos te llevaste a la boca). Luego se va la familia...al fin solos...en Bagdad!!!. Reconstruír tu casa te llevará casi el mismo tiempo que olvidarte de lo sucedido. Y cuando veas las fotos, meses después, recordarás con una sonrisa el episodio y comenzarás a planear el próximo cumple, inmune a todo recuerdo negativo del evento. Pero no me quisiera despedir, sin antes regalarles a mis lectores una serie de conclusiones a las que he arribado luego de festejar varios cumpleaños :
a.. Organicen el evento a no menos de 50 km. de su domicilio particular.

b.. Contraten animación y paguen lo que pidan (pueden pedir un préstamo bancario o vender el auto). Mírenlo de esta manera, nunca va a costar tanto como todo lo que te rompan los chicos si no están lo suficientemente entretenidos.
c.. No se maten cocinando, los chicos funcionan a chizito y bebida cola. Y si hay mucha comida los parientes se te instalan con la famosa excusa "nos quedamos a cenar así no te sobra tanto", o "te ayudamos a lavaaarrrr???".
d.. Eviten la piñata (los chiquitos lloran por la explosión, los grandes se matan por un masticable pintalengua y las ciento treinta fotos de culos y nucas de forajidos inescrupulosos revolcandose, te las metes bien por donde te entre).
e.. Declaren el "pyjama party" mala palabra y opuesto a las costumbres religiosas de la familia (pongan como excusa cualquier pretexto "el perro se está dialisando", "la abuela vive con nosotros y no controla esfínteres"). No se les ocurra hacer un pyjama party (yo caí en la trampa y todavía sufro ataques de pánico como efectos colaterales de la terrible experiencia).
f.. Nunca, pero nunca, den obsequios o premios a sólo unos pocos. Y nunca, pero nunca, le den la responsabilidad de la repartija de esos premios a una persona de edad avanzada (se la comen cruda, y se chupan los huesitos).
g.. Vean el problema desde un enfoque optimista, sólo cumplen una vez por año...tenemos todo un año para descansar!!!.

Paula Ga , sobreviviente de catorce cumpleaños, dos campamentos y un pyjama party (con conocimiento de causa...o sea)

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