martes, 10 de marzo de 2015

MALDITAS EMPRESAS DE SERVICIOS: TELEFONÍA CELULAR “PERSONAL”, COMPAÑIA DE LUZ “EDEN S.A.”

Cuando la vida se parece a la ficción, en este caso “Relatos Salvajes”


Hoy es un día de furia.  No me gusta la queja, me repugna la gente que se queja todo el tiempo de todo y espero sinceramente no convertirme en una de ellas (aunque no siempre lo logro).  Suelo tomarme las cosas con una sonrisa pelotuda y dejarme enhebrar por estas empresas ofreciendo la resistencia que el cuerpo y la guita en abogados me permite.  Hago una simple ecuación costo/beneficio y si veo que me va a amargar o voy a perder más dinero del que está en juego, sencillamente me la como doblada para evitar arruinarme ese delgado equilibrio “zen” al que llego con técnicas de relajación, fármacos y un par de vasos de vino.  Pero hoy me ganaron.  Me rindo.  Bandera blanca.  Tengo ganas de agarrar una ametralladora y hacer una masacre en varios lugares.  Tengo sed de sangre de Funcionario de empresa prestadora de servicios.  Quiero ver el paté gris de su magro cerebrito (con el que únicamente se puede untar una mísera tostada de 5cm de diámetro), desparramado en el capot de mi auto.  Quiero levantar los pedazos de hígado y ojos, con una espátula de albañil para cocinarlos a fuego lento con arroz partido para alimentar a mis perros.

Mi hijo tiene un local comercial y hace cuatro meses que lo abrió con un gasto considerable de dinero en mobiliario e iluminación.  Para darle de alta al suministro de luz le pidieron una fortuna de dinero en concepto de “depósito” y prometieron darle de alta inmediatamente.  Los muchachos se tomaron su tiempo, había que avisarles con 48 horas de anticipación pero no tomaban el trámite sin un contrato de locación firmado, no se pudo anticipar nada hasta no tener el bendito papel.  Luego, felíz de haber cumplimentado con el requisito, con el alquiler corriendo, generando un gasto sin poder trabajar los señores de EDEN S.A. se tomaron ocho días para conectar el medidor.  Mi hijo estaba contento, por fin abrió las puertas de su local.  A los quince días exactos desde la conexión apareció la primera factura de consumo.  Cuatrocientos setenta pesos de la nada misma ya que lo único que se prendió fue un ventilador de techo, cuatro lamparitas bajo consumo y cuatro tubos fluorescentes (exclusivamente durante las 19 y las 20 porque el local tiene sol todo el día).  En el mes de diciembre una tormenta fuerte dejó a toda la zona sin luz y desde ese momento jamás volvieron a encenderse los tubos, indispensables durante el horario tarde noche (una hora o dos dependiendo de la luz solar).  Descartando que no fuera un problema de los apliques mi marido descubrió que el voltaje que ingresaba era de 200 voltios en lugar de los reglamentarios 220.   Mi hijo me pidió le realizara los reclamos, dediqué un mes entero a llamar todos los días al call center.  Unos días después del primer reclamo enviaron a personal de la empresa quien con sorna me dijo “decile a tu marido que no te estamos mandando 200 voltios, son 180, nunca te van a prender los tubos, me voy a fijar en el transformador de acá a la vuelta”.  Demás está decir que jamás volví a verlo y seguí coleccionando números de reclamo (un chorizo de ocho dígitos escuchados en un celular que se corta cada dos por tres y verbalizados por una señorita con pocas ganas de que la putee un ejército de trogloditas hartos de ser estafados (por no decir “culeados”) por una empresa pedorra a la que me gustaría bombardear si pudiera volar un MIG. 
Por supuesto, hablando con vecinos resignados y con cara de cordero degollado desangrándose lentamente, me enteré de que TODOS los que venden mercadería perecedera compraron grupos electrógenos.  Por supuesto, el aire acondicionado que aún hoy pagan en cuotas para confort de clientes/supervivencia en verano de los que laburan en los locales, fue untado en un gruesa capa de vaselina e introducido en la cavidad rectal de cada uno de mis interlocutores con abnegación y absoluta sumisión.  Invariablemente, siempre aparece un iluminado con el dato del conocido del amigo que labura en la oscura empresa de energía.  Se suponía que el Mesías iba a hacer su aparición envuelto en un traje de luces…apagadas.  Por supuesto, amablemente nos ofreció explicarle vía mensaje de texto nuestro padecer, de esa manera ÉL podría reenviar el mensaje a su Jefe para darle fin a nuestro período oscuro.  Nunca pasó nada, lejos de solucionarlo desapareció con la misma destreza con la que Harry Potter disolvía su imagen bajo la capa de invisibilidad.  Ya pasaron tres meses y once números de reclamo con los que empapelar el baño (no pienso caer en otra alegoría escatológica).  Me recomendaron acudir a la empresa en forma personal para tener un mano a mano con alguien a quien manducarle la cabeza de un solo bocado, pero como conozco mis limitaciones y puedo ponerme peligrosa me abstuve de causar daño a un pobre empleado al que tiran a la arena del Coliseo, para que se lo coman los leones y así disfruten los emperadores de EDEN S.A., que siguen llenando sus arcas a expensas del populacho al que históricamente no paran de estafar.  Ellos te cobran, y sos vos el que tenés que arrastrarte como un gusano a suplicar que te den aquello por lo que pagás religiosamente para que no te corten el suministro, como si fuera una garantía de lo que no va a suceder.  En la realidad, los cortes son tan frecuentes como las tormentas, el viento, las nubes, la niebla, la humedad ambiente y una manga de vagos inoperantes a los que hay que alimentar por zurda para que muevan el orto (si les cabe y cierra para pagar la cuota del auto importado que descansa en el garaje de sus casas).  Si mi hijo quiere iluminar su local tiene que volver a gastar en dos apliques que NO usen tubos fluorescentes, apliques en los que gastó parte de sus ahorros y que únicamente sirven para iluminar un local comercial (en una casa se pueden utilizar para construir un helipuerto).  La otra alternativa es contratar un abogado que cobrará por la gestión una suma igual o superior a la de los apliques, salvo que se haga millonario trabajando…si es que le dan permiso para laburar las malditas empresas que se alimentan como parásitos del laburo ajeno.  Asco me dan.  ASCO con mayúsculas.


El otro caso, mucho más florido y digno de un relato salvaje más en la peli de Damián Szifrón, lo padecí con la empresa PERSONAL de telefonía celular (aunque sería más justo hablar de empresa del orto que alimenta a la industria farmacéutica por la cantidad de dinero que uno gasta en antiácidos, ansiolíticos, antieméticos, antidiarreicos y analgésicos).  Estos reverendos hijos de puta a los que sus madres cagaron en lugar de parirlos gastan fortunas en publicidad que uno festeja con una sonrisa porque es taaan ocurrente y divertida.  Como idiotas retwiteamos, compartimos y reenviamos la última genialidad viralizando un comercial mentiroso de una empresa que solamente quiere tragarse tu bolsillo sin remordimientos a cambio de trece diarreas y diecisiete hemorragias estomacales.  Convengamos que todos utilizamos los celulares para pelotudear y si uno ha pagado su abono está en todo su derecho de postear la foto del perro durmiendo abrazado al gato, twitear el último chisme de Hollywood, subir su videíto de dubmash o compartir la cancioncita del youtube con toda su familia.  Pero también tiene derecho a hablar con su marido para preguntarle si llegó bien al laburo, a su amiga para ver cómo anda la madre, a la hija que vive en un remoto país o a la vecina para saber si casa se prendió fuego porque se acordó en el laburo que dejó enchufada la pava eléctrica.  Además, los que usamos smartphones como computadoras, le sacamos el jugo utilizando el correo para cuestiones laborales, la agenda del google+ que te avisa todos los compromisos de la semana ya que si te pasás un tercio de tu vida haciendo reclamos por todo lo que las empresas de servicios no te dan, probablemente no tengas medio gramo extra de neurona para recordar ir al gastroenterólogo para que te haga la receta del omeprazol que te permita hablar con PERSONAL sin un reflujo de lava volcánica que te desintegra las amígdalas.  Nunca se sabe qué fue primero, si PERSONAL o la úlcera.
Cansada de que me metan el dedo en el recto sin mi consentimiento decidí que era al pedo pagar el famoso abono “BLACK” que te obligan a tomar cuando comprás un Smartphone a un valor inferior al de un equipo liberado.  Trampa para boludos si las hay, es comprarle los equipos a ellos, se  cobran la diferencia con creces y de cliente VIP solo tenés la cara de infelíz garchado alegremente por un conglomerado de hijos de un vagón cargado de putas que cuenta billete a lo pavote mientras vos te rompés la cabeza viendo cómo llegar a pagar la puta factura del mes.
Así es como decidí renovar mi teléfono (que había fenecido en batalla y con honores) eligiendo uno liberado de la maldición “black”.  Ingrata fue mi sorpresa cuando me percaté de que el teléfono vivía en un eterno estado “roaming” (léase, permiso para sacarte las córneas con cucharita y venderlas en el mercado negro de órganos).  Llamé y llamé.  Hice todo lo que me dijeron, hasta comprar una estatua de “San La Muerte” y ponerla cabeza abajo en la biblioteca.  Saqué la batería, reinicié y estuve a punto de devolver el equipo asesorada por una zonza zombie (o un crash dummie entrenado para responder) que aseguró que el aparato tenía un serio defecto de fabricación.  El defecto de fabricación ocurría exclusivamente en determinados lugares, evidentemente era un problema de antena, me hubiera gustado empalarla (a la zonza) en la punta de esa misma antena que no tiene alcance haciendo mis comunicaciones más que miserables y costosas al punto tal que volví a llamar deseando con fervor que no me atendiera la hermana de R2D2 (Arturito de la “Guerra de las Galaxias”).  Me atendieron, no lo digo en el sentido literal, más bien me acostaron.  Expliqué con lujo de detalles que mi investigación había dado como resultado que la culpa era toda de ellos.  Sin dejarme completar la frase me ofrecieron un generoso descuento por seis meses para compensar tanta malasangre.  Dispuesta a putear en turco (por la novela, obviamente), me dejaron caliente, sin descarga.  También sorprendida por tanta amabilidad y porque fue la primera vez que los escuché admitir que efectivamente habían sufrido problemas técnicos en las antenas de la zona.  Además de aceptar el descuento, decidí gracias a mi novísima libertad “black” que tomaría un abono más barato ya que me comunico más (como la mayoría) por internet que por teléfono.  Una vez que encontramos el abono confeccionado manualmente a mi medida corté la comunicación enamorada nuevamente de la vida, el amor, Dios y la Difunta Correa.
El home banking de mi banco me avisa todos los meses por mensaje de texto los importes a pagar cada mes.  Como cachetazos de mano abierta fueron entrando el de la maldita EDEN SA (misma compañía que provee la energía de mi hogar y el local de mi hijo), la medicina prepaga (material para otra columna) y finalmente el abono del celular.  Con horror pude comprobar que no solamente no se había producido el descuento ni la baja del abono, tenía que pagar el triple de lo que venía desembolsando.  Prendida fuego como Bombita en “Relatos Salvajes”, disqué asterisco 111 que es el número de atención al cliente de Personal (de paso los invito a que todos llamen a mansalva para mandarlos a la puta madre que los parió de mi parte y de un tercio de la población de este país).  Y acá viene la parte más graciosa.  La respuesta del otro lado fue “la característica solicitada es inexistente”.  Me reí tanto de mi estupidez e ingenuidad que casi me ahogo con mi propia saliva.  Estuve a punto de estrolar el teléfono contra el piso, después me acordé que me restan diez putas cuotas de una cosa que no puedo usar.  Lo intenté varias veces.  Crucé de vereda.  Me subí arriba de una silla.  Caminé dos cuadras para el norte y tres para el sur.  Nada, la misma mierda de respuesta.  Busqué en internet el número en la web.  Me mandé de cabeza a un 0800.  Una voz grabada me contestó que debía comunicarme mediante el *111.  Insulté a una máquina.  No una, varias veces.  Lo dejé para mañana.  Y para pasado.  Y pasó una semana.  Me negué a pagar esa suma, me prometí no tentarme frente al inminente corte, sabiendo que necesito comunicarme a diario porque mi madre enferma vive conmigo, siendo el único teléfono que tengo.  Me cansé de teclear sin éxito.  Hoy estoy sin celular.  Esta lacra de personajes que labura para venderte humo de colores mediante comerciales originales, gastando fortunas en atrapar más y más incautos hoy me dejó sin teléfono.  Ya me había dejado antes, eran escasos los momentos del día donde podía sostener una conversación entera intentando decodificar los sonidos latosos del otro lado de la línea y gritando como un barrabrava para que el interlocutor escuchara aquello tan importante que debía transmitir.  La verdad es que se cagan en todos nosotros, perdón por la cantidad de palabras soeces, pero a la mierda solo se la puede nombrar como MIERRRRDA. 

Seguramente mansa, resignada, sumisa y dominada voy a dejarme pegar en la cabeza porque es lo único que hay y uno lo necesita.  Seguramente me van a terminar cobrando lo que ellos quieren y seguiré siendo esclava de estas empresas de terror, barcos piratas que comen carroña y hacen dinero del dinero ajeno.

Lo dicho, los odio.  Hoy me sentí totalmente identificada con Bombita. 

Dios los recoja en su santa gloria…



 PS: Recomiendo la peli, si no la vieron vayan ya!