lunes, 24 de noviembre de 2008

Dilemas de la vida femenina


To cortarme or not to cortarme el pelo y alguna que otra preguntita

Vejaciones, una padece durante toda su vida. Ya hemos visto lo dulce que es dejarse perforar un pedazo de uno mismo (cuando no arrancar), a manos del sadodentista.
Ciertos tratamientos y estudios médicos de los que hablaremos más adelante nos pueden salvar la vida o ayudar a dar vida; pero no dejan de ser una tortura franciscana, legal, salvaje, cuando no onerosa.
Pero hay ciertas cositas que una se busca solita, en pos de una mejor figura, una cabeza más bella o una piel menos arrugada y peluda.

Cuando yo era chica, aprendí que el pelo lacio era algo que había que conseguir aún cuando de mi cabeza pendieran dos docenas de indómitos bucles alla Shirley Temple. Entonces había que dormir con un rulero del tamaño de un caño de desagüe en la coronilla y diecisiete pinzas de alumnio incrustadas alrededor de la crisma para asegurar las lengüetas de cabello estiraditas y obedientes que produjeran el milagro que a algunas perras malditas se les daba naturalmente, el dichoso capilar lacio-sedoso. Obediencia, cabe destacar, que se desvanecía con el primer atisbo de vapor proveniente de la ducha caliente, la olla burbujeante del puchero en la cocina o un típico día rioplatense con viento sudeste. Entonces los bucles amenazaban con entrar en paro por tiempo indeterminado. Evadiendo las humedades saltando con la velocidad del correcaminos, o enfundando mi cabeza en bolsas de polietileno, me pasé media vida (hasta el exceso de bañarme en invierno con agua casi fría). Pero a fuerza de cepillo y peine en plena rebelión, la que suscribe ajusticiaba los rulos humectados hasta desarticular el motín. Lo único que lograba con esta maniobra era un peinado similar al de Mafalda (pero sin moño). Una cabeza de dimensiones dignas de una investigación exhaustiva por parte de Mulder y Scully ya que dentro de esa mata de pelo, se podría haber escondido un extraterrestre durante horas, ameritando la apertura de un expediente X.

Con el advenimiento de la primera planchita comprada en Miami, por obra y gracia de Martínez de Hoz, al que siempre le estaré agradecida por haber conocido USA y Europa (aunque todavía hoy esté pagando esos viajecitos con sangre); mis problemas parecieron haber conseguido un paliativo tecnológico para toda la eternidad. Pero, otra vez, la humedad me jugó la misma mala pasada que las doce a Cenicienta. Cada vez que salía orgullosa, con mi cortina de pelo sedoso rozándome los omóplatos adolescentes; me sentía la Reina de Saba. El mundo era mío, la noche me esperaba…y con ella el fantasma de la niebla que anulaba rápidamente el hechizo. ¿Cómo me daba cuenta que la carroza era calabaza?. Fácil, el pelo ya no rozaba los omóplatos, más bien las orejas. La que una vez fuera la Reina del Carnaval de Gotemburgo ahora era la Princesa del Bagre de la Laguna de Mar Chiquita y la autoestima: bien gracias, si te he visto no me acuerdo.
Era evidente que los rulos habían llegado para quedarse, así que decidí unirme al enemigo ante la incapacidad de vencerlo, como dice el refrán; y sumé antes que restar. Me hice una permanente. Con la cabeza de los Jackson Five (todos juntos sobre un mismo cráneo), salí orgullosa al mundo. El orgullo me duró lo que tardé en ver mi estampa voluminosa reflejada en el vidrio del primer edificio que me devolvió la imagen del horror. Me enterré haciendo patito debajo de la cama y no salí hasta que tuve pelo suficiente para hacerme la trenza de Rapunzel.
Como no soy de escarmentar y un tanto desfachatada e irreverente a la hora de probar cosas nuevas, decidí darme un nuevo rush de adrenalina cortándome el pelo a tijeretazo-mordisco limpio, a manos de los peluqueros top de ese momento. Si me hubieran podado con una motosierra hubiera quedado más prolija. Tuve el flequillo tan corto y desmechado que viví cuatro meses sin sacarme un par de anteojos de sol macro gigantescos, que no me atreví a remover ni siquiera para dormir o bañarme (eso explica los moretones que salen en mis fotos de los veintidós años, ya que me comí un par de puertas…pero mantuve firme el anonimato, hasta mi perra me ladraba desconociéndome).

Tuve el pelo rosa; tuve el pelo platinado como mi muñeca Pamela; tuve el pelo chocolate oscuro recto con flequillo rollinga cual China de Mao; tuve el pelo naranja ensortijado; me hice reflejos, claritos y cualquier otra cosa que me causara gracia porque a medida que iba creciendo llegué a la conclusión de que el pelo crece y hubiera sido peor quedarme con las ganas de probar. Aparte, ¿quién me quita lo bailado?. Ese frío que te recorre la espalda cuando te remueven la gorra de los reflejos o te lavás la cabeza después de haberte echado dos pomos completos de ignota tintura color “Avena super ceniza” descubriendo con estupor que el pelo, luego de un par de chapuzones en la pileta, te tira al verde a full por efecto del cloro (y porque la chingaste comprando la tintura más barata que encontraste). El mismo frío que te eriza los pelos de la nuca cuando le decís al coiffeur “hacé lo que quieras” y el tipo se pone a crear al mejor estilo Johnny Depp en “El Joven Manos de Tijera”. Mirando al piso como oveja australiana a merced de gigantesco esquilador, viendo caer toneladas de pelo florecido y vaqueteado; disfruto de la taquicardia de levantar la cabeza para comprobar con las yemas de los dedos que donde había un bosque ahora hay un arbustito re-manejable. Eso es la gloria.

La misma evolución la sufrieron mis pelos corporales. Un día que no olvidaré jamás, juré que nunca volvería a someterme a la flagrante aniquilación de mi flora autóctona con el consabido e implícito flagelo que ello implica. Recuerdo haberme pasado horas esperando que la depiladora estrella de mi barrio se dignara a poner el cacharro al fuego para volcar ese líquido incandescente, sin piedad, sobre mis adoradas piernas a las que les tengo demasiado cariño. Una vez soportado el incendio inicial, tragándome todos los epítetos del diccionario español, ilusa yo; pensé que lo peor ya había pasado. Sin embargo, muy a mi pesar, la peor parte es la que sucede cuando uno se relaja. El tirón. El tirón es lo más parecido a ser cuereado vivo. Te arrancan lonjas de cera y pelo, que se llevan puestos bulbos capilares, que se conectan a terminaciones nerviosas, que le informan a tu cerebro que eso duele como la cotorra de la Vaca Flora. Con lágrimas en los ojos me aguanté los cachetazos post tirón, que se supone fueron diseñados para sufrir menos (lo cual es cierto porque el cachetazo duele más que el tirón inicial, con lo cual te olvidás del tirón para concentrarte en el cachetazo…que le vas a devolver a la turra que te acaba de pegar…y a la que le vas a pagar por ello, misteriosamente). Luego de veinte años ininterrumpidos de sufrimiento medieval, la chica evolucionada decidió adherir al movimiento en contra de la mutilación del clítoris en ciertas tribus africanas y abolir de su vida la esclavitud de la cera. Fue así como entré en el mundo de los filos. Claro, mis amigas realmente peludas y morochas me odian porque a ellas no les funciona este método. Pero si ese hubiera sido mi caso, me hubiera rebelado y hubiera aplicado para el casting de “Gorilas en la niebla” sin ningún problema. Cualquier cosa antes que sufrir.
Como si esto fuera poco, la moda de hoy en día hizo que la mayoría de las mujeres que conozco se ocupen de deforestar la zona púbica como los productores de soja al norte argentino. En lo que a mi humilde entender es la Introducción a la Pedofilia, millones de mujeres se parecen cada vez más a nenitas de ocho o nueve años. Entre las dietas que las hacen desaparecer delante de nuestra vista para entrar en un talle de pantalón al que sólo entran las quinceañeras anoréxicas, los liftings y las extensiones de pelo; es muy fácil confundir a mujeres de cuarenta y largos con nenitas de Primaria. Se quedaron sin culo, sin tetas, sin caderas, sin brazos, sin fuerzas, sin ganas, sin hambre, sin pelos donde siempre hubo y sin todas aquellas características que las convertían en mujeres como la Loren o la más reciente Bellucci (por la que todos los tipos mueren). Niñas espectros de ojos cansados y miradas maduras, deambulan por la vida intentando, infructuosamente, volver el tiempo atrás (cosa que sucede únicamente en la serie “Lost”, si Ben quiere).

Con la misma sabiduría oriental con la que aborté todos los métodos alienantes para convertirme en algo que no soy, entré un verano a un local en la Costa donde obtuve orgullosísima mi primer tatuaje (a la tierna edad en que las mujeres se hacen el primer lifting o se anotan en un curso de telar). Nadie me obligó, este me lo busqué solita, y puedo afirmar que no se me movió un pelo por el dolor (ya que es mucho peor quemarse con la plancha, una mamografía o las siete manos que te encajan por todos los orificios cuando estás al borde de parir). Pero la cabeza va más rápido que el cuerpo, y mi cabeza comenzó a pensar en las veinte enfermedades que podía contagiarme mientras el tipo dibujaba mi hombro izquierdo. Inspeccionando la pulcritud del local, relojeando al señor perforado que ostentaba la aguja e imaginando mi nombre en la lista de espera para transplantes de hígado fue que me desvanecí, para volver veinte segundos después envuelta en una nube de pedo rosa ante la mirada aterrada de un punk, que juraba no volver a tatuar a una señora boluda cuyo reloj mental le atrasaba unos quince años. Lo mejor del caso es que no me quedé con las ganas, lo cual está bueno…muy bueno. El punk todavía me está puteando…eso también está bueno...

No me meto con las cirugías porque no tengo experiencia en el ramo, todo lo que sé lo he visto por televisión o me lo han contado quienes han pasado por el quirófano. Supongo que quienes se dejan incrustar cánulas en las piernas para succionar grasa, cortarse pedazos de panza y fabricarse nuevos ombligos o rellenarse las tetas con bolsas de agua o siliconas, sus motivos tendrán; a mí no me agarran ni bajo los efectos de hongos alucinógenos. Porque duele, estoy segura. Y porque solamente entro a un quirófano para resolver un tema médico o para cachondearme con algún cirujano bonito que se parezca al Dr. Mac Dreamy. Porque voluntariamente no me agarran ni en pedo.

Soy esto. Tengo algo de panza, un par de rollos que me acompañan desde que decidí que era mejor cenar con un buen vino que con gaseosa light, alguna que otra arruga, algún que otro pelo, rulos, pecas, un par de pocitos celulíticos, tetas y un culo que amenaza con desmoronarse en cualquier momento.
¿Qué estoy dispuesta a hacer para deshacerme de todo eso?. Eso es lo que me pregunto todas las mañanas. Aunque, por ahora, parece que absolutamente nada.

El dilema de todas las mujeres. Ser o no ser mujer. That’s the question.

martes, 18 de noviembre de 2008

Sadismo odontológico


Mi dentista es la reencarnación del Marqués de Sade (pero con tecnología del siglo XXI)

No puedo creer que los avances científicos y tecnológicos de los últimos cincuenta años no hayan contribuido, aunque sea un poquito, a alivianar las molestias que nos causan los Odontólogos cuando se ocupan de nuestra salud dental. Estoy convencida de que se deben haber inventado infinidad de medicamentos y tratamientos para curar sin dolor; el tema es que estos profesionales de la tortura no los utilizan porque además de dentistas son sádicos meticulosos que disfrutan con el dolor ajeno.
Desde la sala de espera donde nunca hay nada bueno para leer que nos distraiga del ruido de la turbina y los ahogados quejidos del paciente que nos precede, hasta la cara de pocos amigos de la asistente; todo el entorno contribuye para que uno desee le crezcan alas y así salir volando por la ventana del consultorio ante la primera de cambio.
Mientras nos debatimos entre salir arando o instalarnos estoicamente a aguantar la que se viene, tratamos de desfocalizar concentrándonos en la horrorosa música ambiental que, lejos de relajarnos nos pone los pelos de punta. ¿A qué cerebro retorcido se le ocurre musicalizar un consultorio con bandas sonoras de películas?. ¿A quién se le pasa por la cabeza hacer un compilado de música de películas de terror para musicalizar cualquier ambiente?. A un sádico, evidentemente.
Al compás de los violines de “Psicosis”, repasarás con la lengua el agujero que te hace ver las estrellas con un mísero sorbo de café caliente y te convencerás de que el mejor remedio para tu tortura es dejarte decapitar por un personaje de Alfred Hitchcock. En estado de cagazo pre-obturación harás buches con tu propia saliva para verificar la necesidad de la consulta arribando a la conclusión de que el remedio es peor que la enfermedad. Con la mano sudorosa en el picaporte, al borde de la huída más cobarde de tu historia escucharás la voz del Dr. Mengele pronunciando tu apellido con placer, anticipando el deleite que le proporcionará tu cara de óbito (tu deceso es inminente y se producirá a causa del más puro terror).
El paciente despachado te robará el monopolio del picaporte y antes de que quieras darte cuenta estarás encandilado por la lámpara de interrogatorios de la CIA, postrado y encadenado a un babero en el sillón del manager de las pesadillas de tu noche anterior.
Antes de que puedas explicar el motivo de la consulta, el Doctor Muerte te encajará el gancho de la aspiradora en el labio inferior mientras te destraba la mordida nerviosa con un espejito, entrando en cada doloroso bache con lo más parecido a una mini guadaña (la misma que usa la Parca, pariente cercano de estos sujetos). No contento con esto, una vez detectado el cráter infernal, te sopleteará el mismo con agua y aire haciéndote dar vueltas los ojos para atrás ya que el dolor es directamente proporcional a la cantidad de estrellas y pajaritos que estás viendo en la cara posterior de tu cráneo (y en cinemascope). El que ahora pasaremos a llamar “torturador profesional”, inmerso en la más pura dicha te informa que ha encontrado la madre de todos tus males.
Sin esperar tu consentimiento, se asegurará de que no puedas protestar llenándote el buche de cilindros de algodón, mientras carga una jeringa parecida a una 9 mm. semiautomática cromada. Las rodillas, que ya empiezan a flaquear y el pulso que comienza a acelerarse son la evidencia más tangible de que todo tu sistema se prepara para la defensa. Con los músculos agarrotados como una estatua de mármol y la boca llena (cual hamster sobrealimentado) de fibra balbucearás un tímido: “¿me va a doler?”. La respuesta es siempre negativa y es entregada con una sonrisa incisiva como el diente que te están por taponar. El torturador te rociará la encía con un líquido que te asegura, te protegerá del dolor del pinchazo inicial. Reverenda mentira repetida hasta el cansancio, supongo se debe a que estos castigadores gozan con la sorpresa del incauto, que les cree a priori, y se relaja esperando una leve brisa y no la onda expansiva de un dolor punzante que lo va a dejar contracturado por cuarenta y ocho horas.
Esperando el choque del misil contra tu quijada entumecida, con los ojos y los cantos del culo bien apretados para no dejar espacio vulnerable a futuros ataques, te disponés a abrir la boca unos 0.005 milímetros encomendándote al Santo patrono de los mártires y víctimas de delitos aberrantes. Como la aguja no pasa por el intersticio infranqueable que le habilitaste al matasanos, serás invitado a abrir la boca a martillazos limpios, de espejito que el Doctor te propinará sobre las paletas. Si no logra su cometido, es muy probable que haga palanca con la misma herramienta o la mini guadaña (el tipo está cansado de que le muerdan los dedos, así que honra la famosa frase “el que se quema con leche llora cuando ve la vaca” y no mete un garfio ni que lo maten).
Una vez vencida la oposición, el Doctor introducirá toda una batería de instrumentos para impedir que vuelvas a cerrar la mandíbula (al menos durante los próximos quince días).
Con cara de médico forense despelechando un cadáver (y la lengüita levemente afuera para asegurarse la puntería), introducirá el elemento punzante en la encía que cruje como salchicha alemana pinchada por un tenedor. El dolor te hace saltar las lágrimas y un par de puteadas se escapan de tu boca, aunque inentendibles por efecto de la boca dormida y llena de objetos. Cuando parece que lo peor ha pasado, serás sorprendido nuevamente por el paso del líquido empujado a través de la carne; un dolor similar a la descarga eléctrica obtenida al morder el cable del velador enchufado, descalzo y parado sobre un charco de agua.
El Doctor entonces, procederá a esperar el tiempo que él considere, tardará el químico en dormir la zona (que nunca coincide con el tiempo real, pero el tipo tiene la sala de espera llena y vos sos una persona aguantadora…te asegurará con la sonrisa de Hannibal Lecter). Entonces pelará su arma secreta, el torno ultrasónico, hipersilencioso que acabará con todas tus algias (y tus ganas de volver a pasar por una experiencia similar). Te pedirá que levantes la mano ante la primer señal de molestia, aunque no se tomará la molestia de cejar en su esfuerzo de tallar el diente…”ya que estamos muy próximos a terminar, aguantá un poquito más”. Con ganas de invertir mil pesos en un asesino a sueldo que lo liquide esa misma noche, y haciendo aspavientos con ambos brazos para que el tipo pare de buscar petróleo dentro de tu boca, te ahogarás con tu propia saliva y el agua que chorrea el maldito instrumento. Ni al borde de la asfixia serás eximido de su grotesco salvajismo. El tipo va a terminar cuando a él se le ocurra y encima te acusará de “flojito” riendo como una hiena maldita.
Con el nervio de la muela casi al descubierto y el hemisferio cerebral que se dedica a registrar el dolor, en guerra, preguntarás por cada herramienta o medicamento que el torturador te acerque a la boca. Te pedirán que hagas un buche, solo para comprobar que no podés retener el agua que caerá cual catarata sobre el babero, tu ropa (y si estás muy recostado podrás lavarte el pabellón auricular con los restos de baba). Luego te taparán el orificio con una mezcla que huele horrible y sabe a shampoo pediculicida.
Dormido e imposibilitado de abrir los ojos por efecto de la lámpara que te perfora las córneas, relajado porque la anestesia comenzó a hacer efecto justo cuando el dentista termina su labor; serás invitado a irte (ahora quecomenzabas a disfrutar del viaje medicamentoso).
Demás está decir que dolerán más los honorarios del profesional del dolor que el dolor en sí. Lo que te convierte en un masoquista que paga por dejarse infringir dolor voluntariamente. Y lo que es peor aún, seguirás consumiendo cantidades industriales de azúcar para asegurarte el regreso a la Cámara del Sufrimiento.

Si algún día pudieran arrebatarle el torno al Odontólogo…¿dónde obturarían?.

Yo lo tengo clarísimo. Mwahahahahahahaha!

lunes, 17 de noviembre de 2008

Envejecer no tiene privilegios



MI ABUELA SE FUE AL BOSQUE CON UN TAL ALZHEIMER

Mi abuela supo ser una señora soberbia, elegante, caracúlica y muy turra. Tenía a toda la familia en jaque. Era capaz de pulverizarte con el uso de una lengua viperina que no ha conocido rivales que estuvieran a la altura de su mordacidad y rompía mucho los cojones. Dotada de un oído digno de la Mujer biónica, una memoria prodigiosa y un talento innato para inferir cualquier dato que pudiera servir a sus fines; siempre fue una mujer de cuidado.
En vacaciones, revolvía bolsos buscando evidencias de encuentros sexuales prohibidos, cartas a novios, cuando no la lectura estival de diarios íntimos con doble candado que no dudaba en violentar. Así como nos hacía caminar sobre dos cuadrados de paño para no marcarle el piso de madera o andar en puntitas de pie cuando dormía su religiosa siesta, era capaz de joderte las mejores vacaciones de la adolescencia porque no habías llegado a tiempo para cenar o tu baño se había extendido dos minutos más de lo que ella tenía estipulado para una ducha con lavado de pelo incluido. Eran más importantes la salud del termotanque, el horario de sus apetitos y su pinza de depilar alemana; que el bienestar de su hija y sus nietas. Es entendible hasta cierto punto, ya que era su departamento de playa y era ella quien financiaba ese hábitat vacacional; pero rompía las guindas en forma tan descomunal que uno terminaba pagando un hotel con tal de no aguantarla (y ganaba en la transacción, sin lugar a dudas).

Ahora, cuando uno observa a ese ser con el temperamento de Margaret Thatcher, el poder de decisión de Atila y la osadía de un comando suicida talibán; convertido en un tierno pichoncito desmemoriado que hace cincuenta veces la misma pregunta con una sonrisa perdida pegada en la cara arrugada, no puede más que preguntarse qué carajo obró ese milagro.
El milagro se llama Alzheimer y de lindo solo tiene el nombre, lo juro por mi futura demencia senil, que evidentemente está inscripta en el código genético de nuestra familia.

Esta ridícula enfermedad convierte hasta al asesino más facineroso en un monje tibetano, ya que barre con todo vestigio de memoria y con ella el chip de la maldad. La que otrora nos encontraba gordas, celulíticas, canosas, arrugadas, con manchas en la piel y un marido boludo; ahora nos ve bellas, esbeltas, con el mismo color de ojos que el mar, un culo perfecto y la misma pregunta repetida hasta el cansancio: ¿Porqué te separaste de tu Príncipe Azul con lo mucho que se adoraban?. Uno podría optar por revolearle un elemento contundente en la azotea, pero eso, lejos de acomodarle los caramelos en el frasco desataría el efecto contrario. La neurona con esa pieza de información se tildaría como un cd rayado invocando la re-pregunta una y mil veces más. Así que lo mejor es sonreírle con nuestra mejor cara de Forrest Gump y desviar la atención hacia temas menos espinosos, como el mejor fertilizante para el potus de interior (nunca voy a entender a qué le llaman planta de interior ya que no he visto crecer ninguna, espontáneamente, sobre la alfombra de un dormitorio).
Cuando una cree que tiene al toro por las astas, la anciana arremeterá nuevamente con preguntas incómodas y la mirada perdida entre Chacabuco e Iquique, ya que su mente gira sin control como una brújula desmagnetizada que muy de vez en cuando hace una parada en el norte…justamente en ese norte cuya tierra hoy no querés explorar porque está llena de punzantes cactus. Vuelta a empezar, otra vez a explicarle lo que hace diez minutos le explicaste con pelos y señales. Que el perro que adorabas fue exiliado de tu casa por tu ex marido y que tu ex marido es ahora tu ex marido porque decidió auto exiliarse igual que el perro. Y que ahora tenemos un perro nuevo que es perra, pero a la que ella sigue llamando por el nombre del que hace cinco años fuera repatriado. Ofendida porque la perra no acude a su llamado, intentará hacerse un té dejando la hornalla prendida hasta que las moscas se desmayen alrededor de la pava y a los cinco minutos pedirá el almuerzo (el del día siguiente, porque vivió dos días en veinte minutos). Una vez convencida que tendrá que esperar tres horas por una sopa, se le ocurrirá hacer tiempo planchando para ayudarte (con la plancha desenchufada); pero al ver a la perra intentará darle de comer por sexta vez en la tarde mientras el pobre bicho saca balanceado por las orejas y la mira con cara desorbitada. Entonces volverá a preguntar por el paradero del bicho repatriado ya que el otro era negro y este es blanco y negro. ¿O es el mismo que envejeció y le salieron canas?
Luego probará suerte con la cocina, cosa que le prohibirás absolutamente ya que la última vez que lo hizo le puso detergente a la asadera para cocinar las milanesas (el sabor limón del químico en cuestión impidió que se diera cuenta del error, si hubiera sido de aloe o con colágeno las hubiera escupido como balas de metralla al primer bocado).
Lo mejor o peor del caso es la avería de su reloj interior (el que todos llevamos dentro), ya que el mismo hace que mi abuela se vista íntegramente a las tres de la madrugada para ir al oculista y cenar a las tres de la tarde enojadísima porque luego no conseguirá conciliar el sueño nocturno (con un sol infernal que se cuela por las persianas bajas del dormitorio). Llamará a mi madre a las cinco de la mañana del domingo para avisarle que tiene que ir a trabajar y festejará Pascuas en Navidad (olvidando por completo que es judía), amasando rosca con incrustaciones de borlas multicolores sustraídas del arbolito del Autoservicio chino donde compra sus víveres (y enloquece al propietario que está ahorrando para volverse a Shangai).
Como ve poco y escucha más o menos, suele vestirse con medias de distinto color, se pinta los labios desde el mentón hasta la punta de la nariz y no contesta jamás el teléfono provocando taquicardia en el resto de la familia que la busca despavorida.
Si hay algo que no le ha arrebatado el Sr. Alzheimer, es su apetito voraz. Puede devorar dos platos de pastas, un postre para catorce personas y tres kilos de pan con la parsimonia de una tortuga pero con la tenacidad de una piraña de río. Pensar que hasta hace diez años vivía a dietas vegetarianas y nos enseñaba a meter panza para endurecer el músculo!.

Ya no quedan vestigios de la mujer que vivía en esta cabeza cana y en este cuerpecito esmirriado. Ahora es una mujer mucho más dócil, manejable y hasta entrañable; sin embargo daría lo que no tengo por volver a padecer los embates de su cáustica diatriba, su implacable personalidad controladora y ese espíritu ingobernable que todos soportamos con la misma tolerancia con la que nos bancamos por años sus sweaters de cuello alto, que siempre eran demasiado angostos para pasar por nuestras cabezas.

Maldito Alzheimer!!!. *insertar emo de dedo de fuck you, aquí*

viernes, 14 de noviembre de 2008

Amigas



Lazos femeninos

Existen infinidad de libros, series y películas que grafican la amistad entre mujeres. Nadie sabe a ciencia cierta porqué se crean estos lazos tan fuertes y duraderos, que no sólo perduran a través del tiempo; generalmente sobreviven a noviazgos, matrimonios y relaciones familiares. Nacen en los colegios, en los trabajos, en la puerta de la escuela de los hijos, en un curso o en un vecindario. Se da entre mujeres de distintas edades, diferentes estilos de vida y niveles socio económicos indistintos; pero si la relación es fuerte es muy probable que el vínculo que se genere sea incondicional y para toda la vida.
Desde pasarse datos en una prueba de lengua, hasta compartir el último brownie del cumple del hijo, con un mate, en una tarde fría de invierno; las amigas están siempre que uno las necesita y una siempre sale a socorrer a las que precisan ayuda. Es una ley implícita, algo que no existe en ningún manual de Ciencias pero se da con la misma frecuencia que la Ley de Gravedad.
Para las que hemos sido bendecidas con una parva ecléctica de amiguitas del alma, este es mi homenaje a todas ellas; las nuevas, las viejas, las que ya no están, las que volverán, las que quiero volver a encontrar, las que extraño y las que estoy segura me extrañan:


Lili
Compañerita del Secundario, amiga, confidente, “my personal” profesora de Matemáticas en el Cole; dueña de una mente ágil, una inteligencia tremenda y un sarcasmo astringente; me ha hecho reír desde que la vi por primera vez en el micro escolar y me contó que nuestros padres habían sido compañeros de colegio.
Ella estudiaba, ella leía “Rinconete y Cortadillo”, ella se aprendía la lección de Historia; y después me pasaba el resumen oral (tipo chimento) en el colectivo 96, que nos dejaba a una cuadra de la Escuela en quince minutos. O sea, mis aprendizajes diarios se reducían a todo lo que Liliana podía compactar y explicar parada; en quince minutos de Geografía, Literatura, Ciencias Naturales, Historia y Sociales. Por eso siempre me llevé Matemáticas, Química y Mecanografía (materias que eran eminentemente prácticas, era imposible desarrollar una ecuación de dorapa). La complejidad de sus lecciones se acentuaba porque ella viajaba firme, agarrada a la baranda del techo; lo mío era más de ir rebotando entre la gente gracias a mi escaso metraje, sintonizando sus palabras del resto de los ruidos del entorno. Si mi antena funcionaba mal, la lección se perdía entre el barullo general; era muy factible que terminara hablándole a la Profesora de Historia sobre Napoleón Bonaparte y sus problemas con el suegro hijo de puta, que desalojó al yerno de la señora que viajaba en el tercer asiento.
Su casa era mi baticueva. La mamá siempre estaba ahí esperándonos con la merienda, cocinando alguna cosa rica con olor a naranjas; aromas que se escapaban por la puerta de entrada seduciendo nuestros famélicos estómagos adolescentes.
Después de tomar el té, nos dedicábamos a mirar la novela. Finalizado el culebrón, comenzaba la lección de Matemáticas. Mientras Liliana me embutía las ecuaciones en el mini-magro hemisferio cerebral que se ocupa de las operaciones lógicas y las abstracciones; yo jugaba con su hermana bebita, evadiendo el conocimiento con cualquier pretexto. Ella, en cambio, se concentraba tanto que podía seguir despejando la equis en medio de los alaridos y el olor agrio del vómito a chorros de la beba. Tal era su amistad conmigo, que encima se aguantaba los retos de su madre por haber descuidado a su hermana y no cambiarle el babero.
Dueña de una memoria implacable y una agenda ordenada, nunca se olvida de un cumpleaños ni de un aniversario. Siempre llama, siempre se acuerda, siempre escribe. Siempre está.

Caro

La primera vez que la ví, circulaba en auto por el barrio, con Luli bebita en el asiento trasero. No me acuerdo si me preguntó algo o simplemente paró para presentarse. Cuestión que fuimos vecinas (alambre de por medio) durante más de seis años. Seis años de tráfico de cerveza y factura trans cerco. Seis años en los que nos juntamos a caminar por el barrio, haciendo rayuelas en el asfalto, robando moras del árbol o bailando frenéticamente en el living de casa (improvisando un trencito carioca con nuestros hijos, el perro y una docena de arañas de campo). Si hay algo que marcó nuestras tardes de mates a la sombra del árbol o de compartir heladitos de agua al borde de la pileta de lona, fue la algarabía que tanto me gusta y disfruto en una persona. Caro ama la vida, todo le causa gracia, a todo le encuentra el costado positivo y sus carcajadas disipan cualquier tormenta. Es generosa, es culta, inteligente y tiene un sentido del humor a prueba de bala. Se le puede estar viniendo un huracán que amenaza con arrancarle el techo de cuajo, pero ella va a estar mas pendiente de que el reproductor de cd’s agarre el track n°2 que es la canción que quiere bailar debajo de la tormenta de rayos. Repostera frustrada, si la torta le sale para el traste, es muy probable que se la entregue altruistamente al perro (molde incluído) y destape una botella de cerveza bailando, mientras rebusca otro molde para intentarlo otra vez. Valora la calidad por sobre la cantidad. Le gusta el contenido más que el envase. Es profunda, sensible, querible y una de las mejores madres que he visto. No le importa mojarse debajo de la lluvia, le gusta pisar los charcos, embarrarse hasta las rodillas por un gajo de su planta favorita y siempre hay lugar en su mesa para uno más. No le teme al qué dirán, se caga en lo que pueda pensar el vecino si la pesca disfrazada de bruja en Halloween o hamacándose debajo del eucalipto con Zoe sobre la falda. Nunca se queja, nunca le duele nada y si algo le molesta no le va a dedicar más de cinco segundos; la vida es muy corta para desperdiciarla protestando. Mejor salir a dar una vuelta en bici, con la tijera de podar en el canasto para recolectar flores silvestres que decorarán cada rincón de su casa. Su casa, sus fotos, la forma en que pone una mesa, los libros desparramados en el sillón, las cajas abiertas de los cd’s, los juguetes en el piso…su casa tiene vida y refleja su espíritu.
Se mudó un poco lejos, pero estoy segura de que me voy a sentar en su comedor otra vez, a escuchar música…vinito en mano, para matarnos de risa hasta el amanecer.

Las zuziaz

A este selecto grupete entré casi por casualidad, hace más de cuatro años. Nos conocimos en un foro de un ignoto actor escocés que nos sirvió de excusa para babosearnos en conferencia intercontinental y estrechar un lazo tan fuerte que logró juntarnos (charco transatlántico de por medio) en lo que dimos en llamar “La casa del placer”. Ese departamento de Belgrano nos sirvió de templo de perdición y fue ahí donde recalaron mis amiguitas españolas, que se hicieron más de diez mil kilómetros para pegarnos unos “achuchones”, como a ellas les gusta decir. Nos dedicamos a reír, pasear por Bs. As., hacer Shopping y pasar los diez mejores días que yo recuerde. Corrimos escoceses por Puerto Madero, asistimos a un concierto de música Celta, paseamos por el Tigre y hasta compramos cuero (bueno, yo compré cuero en forma de revista “Men’s Health”, porque el cuero no me dio para la campera). Nos reímos tanto que nos dolían las mandíbulas. Volvimos loco al chino del delivery mandándolo siempre a otra dirección. Nos tentamos al punto de sacar Coca cola Light por la naríz, leyedo y releyendo párrafos de nuestra novela erótico-festiva favorita. ¿Se puede crear y mantener una amistad por Internet con una correntina que vive en Canadá, una mexicana, una suiza, una italiana, tres americanas, una española de Murcia, otra de Madrid, una de Valencia, una de Granada, una argentina de Cipoletti, dos porteñas, una de Gran Bs. As. y una argentina en Miami?. Definitivamente se puede. Nos escribimos todos los días, nos juntamos cada vez que podemos, sufrimos la pena ajena como la propia, hacemos de su causa la nuestra, los triunfos de una nos pertenecen a todas y compartimos con el resto cada pedacito de nuestras vidas.
Un lujo.

Laura

Otra portadora de algarabía crónica. Laura ve el vaso medio lleno y siempre está dispuesta a ayudar cuando uno la necesita. Es generosa, le gusta la joda (aunque tiene horario de cierre, no le pidas nada después de las 22.00 hs. porque se te duerme como un bebé). Es la pata ideal para salir de compras. Te escucha, te comprende, es buena amiga de sus amigas y cocina como los dioses. Le gustan los perros, ama las plantas, le gusta la decoración, disfruta de su casa y si te tiene que decir algo te lo dice de frente…no se anda con chiquitas. Olvidadiza y colgada, no pierde la cabeza porque la tiene pegada al cuello; se olvida los celulares en los bares, las llaves en los negocios y los análisis en la casa cuando visita al médico. Ama a sus padres, adora a su hijo y su marido; es otra de las que saben que la vida es corta y la aprovechan al máximo.


A todas ellas, Maite, Agos, Ari, Cele, Patty, Fdidita, Ana, Anyta, Ale, Marga, Jime, Romy, Eli, Silvia, Silvina, Gaby, Lita, Silvina D., Cristina, Maiki, Elisa, Eleonora, Cynthia, Barbara, Andrea H, Alicia R.; sepan que agradezco haberlas conocido.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La rebelión de las máquinas

DE MOTORES, ELECTRODOMÉSTICOS Y AFINES

No es hasta que a uno le cortan el servicio eléctrico, se le queda el auto en la ruta o la cafetera eléctrica dice “BASTA”; que cae en la cuenta de que nuestras vidas están en manos de cacharros a pila/ corriente alterna o a combustible/kerosene/gasoil, etc.
Es muy común que cuando la odiosa compañía de suministro eléctrico decide bajar la tecla y mandarnos de una soberana patada al siglo XVIII; nuestras psiquis se bloquean como las de los pacientes psiquiátricos que acaban de recibir un electroshock (bueno, a lo mejor un shock químico porque estamos sin luz). Nos descubrimos deambulando por la casa, babeando en pyjama sin saber cómo hacer para calentar una taza de café o entablar una conversación que no tenga a la tele como tercer interlocutor. ¿Cómo se hacía café antes de la cafetera eléctrica?. ¿Cómo se escribía una carta antes del Word?. ¿Cómo se hacían amistades antes del Messenger?. ¿Cómo se lavaba la ropa sin el adorado Whirlpool?. Nadie lo sabe, y los pocos que tienen registro de esa época están al borde de la extinción o ya no se acuerdan, porque han sido alcanzados por el Dr. Alzheimer. Creo que tendríamos que escribir un libro con instrucciones para dejar a las nuevas generaciones, en caso de que los transformadores eléctricos dejen de funcionar o se acaben los combustibles para siempre. ¿Y si ocurre un holocausto y no podemos poner un capítulo de la Familia Ingalls para saber cómo Charles convierte semillas en una planta que después se pisa y larga harina con la que Caroline hace pan?. Habría que implementar en los colegios, clases del siglo anterior a la energía eléctrica, para que la gente aprenda a sobrevivir sin aparatos que se enchufan. Como escribir, como archivar sin apretar un botón, cómo hervir un huevo con cáscara adentro de un cacharro sobre un fueguito hecho a lo “Expedición Robinson”. En fin, clases de supervivencia.
El tema está en que no todos los aparatos tienen el mismo ranking de fama y generan la misma desesperación cuando fenecen ante nuestra incrédula mirada. Hay algunos que hemos de extrañar, otros que salimos corriendo a reemplazar y algunos que estamos deseando exploten ante la próxima zarpada de tensión de la compañía eléctrica.

El ranking de nuestros cacharros más y menos preciados

La heladera

Es indispensable. Se puede reemplazar por la de playa con una bolsa de cubitos de hielo diaria. Quizás hasta sea más barato, pero no hay como una heladera llena de cerveza helada en verano y un freezer lleno de comida elaborada para mantener la panza llena y el corazón contento. Convengamos que en el top ten de electrodomésticos, la heladera se lleva la cucarda de oro.

El lavarropas

Este guacho logra que se te escapen un par de lagrimones cuando el técnico te mira con cara funesta, meneando la cabeza de lado a lado para informarte que el bienamado aparatito ha pasado a mejor vida. Si pudieras cagarlo a patadas lo harías pero la pena te domina, así que terminás puteando al técnico que no quiso salvarle la vida. Recordarás aquellos gratos momentos en los que te sentabas a mirar la ropa de color por el ojo de buey del otrora impoluto mamotreto cromado con teclas que parecían ojos enamorados. Si le habrás zampado besos en la chapa caliente cuando amenazaba con pegarse unas vueltas por el lavadero porque estaba mal balanceado y parecía que se descuajeringaba dejándote la carga entera sin centrifugar. Ese que te dio tantas alegrías, amenazando con fundirse cuando le embutiste el cortinado del living y dos acolchados, a pesar de que el manual de instrucciones decía expresamente que no se podía sobrepasar los cinco kilos, pero que te devolvía las cortinas (chorreando pero limpitas). Ese que se aguantó las monedas, las tiras de los corpiños, los papeles de caramelos…cuando no un par de juguetitos de los huevos Kinder. Ese al que nunca le limpiaste el filtro hasta que ya fue demasiado tarde y se ahogó en sus propias pelusas enjabonadas. Ese es el que no podés dejar de reemplazar cuando tira la toalla y se planta en un estrepitoso knock out técnico. Así que el amor dura lo que dura el viaje a la Tienda de electrodomésticos más cercana (si el bolsillo te lo permite), donde volverás a enamorarte de una máquina mejor, con más botones, un tambor cromado y reluciente como un espejo, más lucecitas para mirarlo a los ojos y le susurrarás a la recámara del enjuague “Te amo”.

El microondas

Convengamos en que todo el mundo lo usa para calentar y recalentar. A lo sumo, cocinar una rodaja de zapallo o hervir una hamburguesa que queda mustia como una alpargata gris. Algunos meten una salchicha para verla explotar, otros quieren meter al hámster para ver qué pasa y otros meten un huevo con cáscara o un plato con borde metálico para descubrir que el huevo enchastra la puerta y el metal le saca chispas. ¿Se puede sobrevivir sin micro?. No, es indispensable para calentar. Porque ya nadie se acuerda como calentar sin él. ¿Cómo se llamaba eso…baño maría?. Nadie conserva los jarritos para calentar sobre la llama de la vieja cocina a gas. Pero tampoco es que uno se muere si no lo tiene. No va corriendo a reemplazarlo. Lo más probable es que esperemos a ganarnos uno con los puntos de la tarjeta de crédito o en la rifa de Navidad de la Carnicería. Pero no desfalleceremos sin él.

La televisión

Este sí es el oxígeno que alimenta nuestras almas. Sin él no somos nada. Lo prendemos apenas nos levantamos y lo apagamos con el último suspiro antes de dormirnos. Si amenaza con capotar somos capaces de prenderle una vela a un Santo, hacer una promesa a la Vírgen más regalona, improvisar una macumba a su alrededor, frotarlo con ajo y hasta darle caricias en el panel de los controles. Si la máquina infernal decide ponerle fin a su electrónica existencia es muy probable que nos troquelemos las venas con el mismo sacacorchos con que abriremos la botella que usaremos para emborracharnos de pura tristeza. Putearemos en todos los idiomas conocidos y cuatro lenguas muertas, encomendaremos nuestras almas al diablo mientras nos acordamos que hoy comenzaba la temporadaza nueva de nuestra serie predilecta. Y terminaremos endeudándonos por los próximos cinco años para reemplazarla.

La plancha

Elemento poco querido si los hay, este electrodoméstico no será despedido con honores el día que su resistencia pierda la batalla contra los salvajes embates del amperaje. Nadie se va a calentar si ella ya no calienta como antes. Será depositada en el fondo de un placard junto con una bolsa de naftalina, una lata de cera Suiza, doscientas bolsas de supermercado hechas bollitos, un pomo de lustrametales seco y dos cajas de veneno para hormigas vencido. Puede que en la próxima mudanza alguien la descubra y la revolee al tacho de basura más cercano. Demás está decir que no será reemplazada de inmediato ya que la dueña de casa preferirá estirar la ropa doblándola prolijamente con la mano y sentándose encima para terminar de alisarla bajo el calor de su propio culo.

La cafetera eléctrica

Esta no es indispensable pero cuando se caga te jode la vida. Porque descubrís que no tenés filtros de papel, que no sabes dónde carajo metiste el embudo para los filtros (al que no ves desde la última mudanza en el año 1996) y porque sabés positivamente que naciste con el gen que reza “romperás compulsivamente las jarras de vidrio para café”. Así que como jarra no tenés, saldrás a comprar eso, y el embudo, y los filtros,…obvio que vas a comprar otra cafetera con cable y botoncitos. Tres en uno. Voilá!.

La computadora

En este milenio, si se te rompe la compu estás en el horno. Dios no lo permita. Te quedás de un saque sin amigos, sin enciclopedia, sin tu dosis diaria de piratería, sin noticias, sin recetas de cocina, sin Google earth, sin correo, sin pagar las cuentas (porque ahora ni los cajeros automáticos de los bancos te dejan hacer transacciones), sin música para el mp3, sin juegos en red, sin chat, sin foros, sin información sobre los hábitos alimentarios de la suricata (que tu hijo debe investigar para el colegio), sin información bancaria; ciega, sorda y muda. Claro que se soluciona con un Cyber, pero no es lo mismo pelotudear en camisón chateando con seis desconocidos en el living de tu casa que ante la mirada inquisidora de la caterva de mocosos que mueren por ver lo que estás haciendo mientras te tragás la risa de lujuria.

La impresora y la fotocopiadora en el trabajo

Máquinas infernales si las hay, ambas te pueden complicar la existencia y sacarte de quicio al punto tal de descubrirte dándole patadas a un bodoque de plástico cuyo display te sonríe mientras te muestra la leyenda “J3 atasco de papel”, aunque en realidad, en idioma electrodoméstico quiere decir “te jodí tres veces y me tragué el papel”. Lo más probable es que le abras las veinticuatro compuertas en busca del pedazo de papel que la muy turra se tragó mientras te quemás con el cilindro y quedás como Whoopi Goldberg por culpa de la nube de toner, que se diseminó como la de Chernobyl, cuando removiste el tanque. La impresora, como es alemana, te habla en alemán. Así que no entendés ni por puta lo que la desgraciada tiene. Es como un bebé al que le revisaste los pañales, le diste de comer y le sacaste los gases pero sigue llorando como un marrano. A esta le miraste la bandeja 1 y te aseguraste de que tiene papel, hiciste lo propio con la bandeja 2, le cancelaste los trabajos previos, la reiniciaste y la hija de su madre te sigue insultando en perfecto alemán “ich bin kaput”. Si sos normal te sentaras a llamar al técnico, si te agarran con la mecha corta es muy probable que le asestes una docena de golpes con la abrochadora o el cesto de papeles. Cuestión que ambas máquinas decidieron joderte la vida rebelándose y lo consiguieron.

El auto

El auto es una caja de Pandora. Un día está bien y al día siguiente está en coma farmacológico porque el boludo de la estación de servicio le cargó nafta y es gasolero. Cuando no se le prende la luz del aceite, se te acaba el agua del sapo o se te empasta la bujía o se te ensucia el carburador o simplemente se te planta porque se declara en paro y a joderse. Este cuesta reponerlo así que lo tratarás con cariño buscando el mecánico que opere el milagro por dos mangos con cincuenta (que es lo que te queda para llegar a fin de mes). Así que comerás arroz con manteca o le venderás un riñón al traficante de órganos más cercano para reemplazarle la batería o cambiar la correa de distribución.

Máquinas, cacharros, robots domésticos que nos tienen de rehenes desde que los sacamos de sus hermosas cajas y aplastamos con orgullo el papel envoltorio con globitos que los contenían; porqué no se van todos un poquito a la mierda?

lunes, 10 de noviembre de 2008

Shakespeare era un genio



HOY VA DE ENVIDIOSOS, RESENTIDOS Y CELOSOS

Desde que uno pisa el arenero del Jardín de Infantes, inmediatamente cae en la cuenta de que existen seres para los que uno no es indiferente, muy por el contrario, uno ha desembarcado ahí lisa y llanamente para escupirles el asado. Los que son inmunes a estos sentimientos tan humanos y tan despreciables, suelen acercarse al nuevo alumnito con sano interés. Le preguntarán su nombre, a qué salita va y los más osados lo integraran rápidamente al trencito imaginario que están armando. Pero otro grupete se aglutinará en una esquina a sacar tomografías computadas de este nuevo elemento para informarse sobre la clase de novedosa amenaza que representa. Que si tiene una mochila super guau de Bob Esponja o si las zapatillas son lo más de lo más porque tienen luces o se ha ganado en menos de cinco minutos la simpatía de las maestras y un par de compañeritos de pre-escolar.
A medida que uno avanza en la escalinata educativa, comienza a convivir en diferentes ámbitos con gente de esta calaña. Proyectitos de Otelo, de Iago o Claudio el tío de Hamlet; futuros resentidos que no cejarán en su lucha de desparramar veneno cuando sienten que el otro tiene algo que a ellos les falta. En lugar de invertir su tiempo elucubrando marañas de estrategias para hacer caer al otro, lo ideal sería que gastaran sus neuronas tratando de adquirir eso que tanto ansían. Es así como se sientan a bajar de un hondazo a los triunfadores, depreciando todo lo que los otroa han conseguido con el fruto de sus esfuerzos. La proactividad no es una característica de estos personajes verdes, muy por el contrario, se sientan en sus hamacas paraguayas a denostar los logros del vecino que ha logrado cambiar el auto, construir una habitación nueva y encima le sobraron unos mangos para hacer un asado para cuarenta invitados. Si fulanito se compró el plasma, seguramente fue porque se quedó con un vuelto (no porque hizo horas extras o se rompió el culo durante todo el año o simplemente tiene más neuronas para los negocios). Aparte para qué lo quiere, si no le entra en el living o casi nunca está porque viaja todo el tiempo. Si menganita tiene cartera y zapatos nuevos lo más probable es que se esté comiendo a alguien que no es el marido, o bien es el marido que se los regaló en un arranque de culpa porque se está comiendo a la secretaria. Si ganó el torneo de tenis, seguramente es porque donó guita a los sponsors para asegurarse un lugar en los primeros puestos porque si hay algo que no tiene, es talento para el deporte. Si se va de viaje, es totalmente al pedo. ¿Para qué va a Nueva York por tercera vez si ya vio todo lo que había para ver?. Y Disney se lo sabe de memoria, mejor se queda en casa ocupándose de sus mascotas (las de carne y hueso que bien rompen las bolas), porque ratones Mickey de peluche ya compró como para exportar. Que se dedique a la familia, que bien abandonada la tiene el resto del año porque es un adicto al trabajo; eso no se arregla con un viajecito a Wonderland (ni eso ni su affaire con la vecinita del 10°”A”). Lo peor del caso es que estas percepciones no se quedan viviendo en el mundo de la suposición ni son filtradas por el tamiz del sentido común. Generalmente inician una cadena de rumores donde cada suposición se convierte en una verdad absoluta hasta que esa verdad entra en el oído de la víctima, como el veneno que Claudio desparrama en la oreja del papá de Hamlet.
Por eso Shakespeare era un genio. Nadie como él para delinear en papel las más crudas y básicas emociones humanas. Sus personajes especulan, aman, odian, celan, envidian, enloquecen, matan, lastiman, sufren, se decepcionan, traicionan, lloran como todos nosotros.
Hay personas que piensan que sus obras son una exageración, o simplemente posibles en la época en que el escritor vivió; sin embargo basta con leer un diario para darse cuenta de que sus personajes andan sueltos por todas partes. Otelos asesinando esposas se pueden contar de a uno por semana. Ofelias enloqueciendo, otro tanto (si no entren a una Peluquería femenina o a un gimnasio a las diez de la mañana y verán que es totalmente cierto). Desdémonas golpeadas, Yagos rosqueando en política, Casios entrampados en los laburos y Heros desdeñadas por un vil rumor.
Shakespeare se dedicó a mirar y escuchar, no cabe la menor duda. Y si uno hace hoy el mismo ejercicio caerá en la cuenta de que el mundo que nos rodea está plagado de personajes que están dispuestos a hacer las mismas cosas que los personajes de William; por un cacho de fama, dinero, amor o simplemente por pura envidia (de la mala).

De todas formas, no creo que debamos meter a todos los gatos en la misma bolsa. Hay categorías bien definidas.

EL ENVIDIOSO (visualizar un Yago o un Claudio)

Estos son los más peligrosos de todos. Su hábitat natural son las familias que les dieron vida, los hogares que los albergan y los trabajos que les dan de comer.
Son bichos que se revuelcan en su propia bilis si se enteran que su compañerito fue promovido, su hermano se ganó un Bingo o su cuñado cambió el auto por una 4x4 importada. No pueden alegrarse con los triunfos ajenos. No toleran ver, así que esquivan compromisos sociales donde saben que se codearán con el suegro millonario de la hermana o el Gerente de Marketing que se fue un mes a Europa (y lleva las putas fotos en el iphone…EL IPHONE!!!). Mejor es el calor del hogar que los abriga como un colchón de paja a los huevos del ofidio más mortífero; porque saben que si van al cumpleaños de la sobrina tendrán que ver con sus propios ojos el caserón del hermano, el auto del hermano, las fotos de los viajes del hermano, el DVD blue ray del hermano, la pileta climatizada del hermano, la súper tuneada cónyuge del hermano y el cuatriciclo del hermano (al pedo, ya no tiene edad para hacerse el boludo con ese chiche…a lo mejor si adelgazara unos quince kilos…pero ni ahí!). Hacen bien en elegir no ver, se preservan y le ahorran al titular de tanta algarabía la montaña de mala onda que recibirán (cuando no algo contundente y muy mundano como una carta documento por el juicio del departamentito de la finada abuela o un par de piñas en Navidad).
En el trabajo son capaces de cualquier cosa para escalar, desde desaparecer documentación ultra importante hasta llenarle la cabeza todos los días al Jefe con conjeturas y mentiras sutiles que irán enfermando el cerebro del susodicho logrando que despida a fulanita o cargue las tintas con menganito (que todavía no puede relacionar su despido con el bronceado adquirido la semanita anterior esquiando en Las Leñas).
Generalmente se mueven como Randall (el bicho de Monsters Inc.), zigzagueando por los pasillos sin hacer ruidito, escuchando y radiografiando todo. Tienen un oído tísico que les permite escuchar hasta los susurros de sus compañeros en el baño. Espían detrás de las puertas, a través de las persianas americanas o ponen cara de estar en otra cosa cuando realmente están enfrascados en la conversación del box de enfrente. Usan la data pero se toman su tiempo. La desarman y la vuelven a armar a su conveniencia. Tejen redes y esperan como las arañas, a que el incauto caiga y se seque, a sus pies. Generalmente se acercan a los puestos de poder con zapatillitas de baile, suaves, corteses y elegantes. Siempre se ofrecen para ayudar poniendo cara de compungidos cuando se enteran de que López está muy enfermo aunque por adentro sonríen como tiburones porque López había llegado a Gerente antes que ellos y con menos antigüedad. Parece que se deshacen en falsos cumplidos y halagos pero los mismos son parte de un ritual estratégico para acercarse a quien convenga a la hora de desarrollar un macabro plan para conseguir alguna cosita con el mínimo esfuerzo posible.
Las mujeres envidiosas son tanto o más peligrosas. Si no tienen algo que hacer como un trabajo o estudio, ocuparán su día fisgoneando a la vecina, a la cuñada o al hermano.
Diseminaran rumores sobre la que juran es su mejor amiga, pero que les ha enterrado un puñal en el cuore cuando les informo que se iba a Miami a comprar ropa para la próxima temporada. Cualquier cosa la enferma de envidia. Que fulana tenga guita para hacerse las gomas, que mengana tenga mucama con cama, que la de enfrente haya adelgazado diez kilos o que la de la otra cuadra haya amanecido con un ejército de mariachis en la ventana (regalo de cumpleaños del marido). Sinceramente no lo soportan, así que se aislarán de los eventos sociales o irán armadas con un discursito sin fin que repetirán como muñequitas a piolín, atiborrado de mentiras, para demostrarle al resto que sus vidas son perfectas. Que están felices de no tener mucama para no ver invadida su intimidad, que no quieren viajar para no dejar a los críos solos, que ya no se puede comprar ropa porque es todo horrible, que están en contra de la cirugía plástica porque los anestesistas son unos matasanos de terror y aparte ellas se aceptan tal cual son y que sus maridos no paran de corretearlas por ahí (para cagarlas a pedo por la colosal cuenta de supermercado, dicho sea de paso). Entonces dedicarán su vida a armar un personaje ideal, falso y grotesco al mismo tiempo que descabezan fulanas. Que esta tiene la lipo mal hecha, que aquella tiene patas de gallo, que Marta está insatisfecha, que María no le dedica tiempo a sus hijos, que Lidia no está nunca en la casa, y que la del lote 77 tiene fama de petera (como si la hubieran visto in situ).

EL RESENTIDO (visualizar un Rodrigo, el cómplice de Yago)

El resentido es una versión Light del envidioso. Le jode todo lo que tienen los demás. Le molesta que los demás tengan tanto. “Ojalá venga un gobierno bien zurdo que acabe con todos estos oligarcas que viven oprimiendo al proletariado y explotando a sus empleados”, rezongan. “¿Cómo pueden vivir detrás de esa barrera, a todo lujo, cuando en la vereda de enfrente la gente se caga de hambre, eh, EH?”. Sinceramente no lo soportan pero se quedan en la protesta. No van a la acción. Le encontrarán el pelo al huevo, esa 4X4 es una reverenda porquería porque se queda en el barro o el motor es muy chico. La casa del vecino quedó horrible pintada de rosa viejo (eso y los 300 mts. 2 construidos que joden como la puta madre). La mujer del hermano está más buena que una pizza de muzzarella pero es un gato de décima y se viste para el orto. La pileta del tipo de enfrente es una pedorrada, le quedó chica y está mal construida (seguro se le raja en el primer verano).
La resentida también encontrará defectos a las siliconas en las tetas de las amigas, pelos encarnados, dientes torcidos, extensiones capilares mal pegadas, cercos mal podados, y hasta la falsa réplica de la cartera Hérmes de su cuñada. Si la invitan a comer dirá que el pollo estaba crudo, el pescado tenía gusto fuerte, la mayonesa no era casera y el vino estaba picado. Que es un atraso hacer usar uniforme a la mucama “¿esta no se enteró que en 1813 se abolió la esclavitud?”. Con su mejor sonrisa plástico-mentirosa alabará el mobiliario nuevo preguntándose interiormente si habrá saldado la cuenta en la Escuela de los chicos porque hasta hace dos años le llovían las cartas reclamando la deuda. Probablemente vuelva a su casa con la firme decisión de no volver a esa casa argumentando ideas políticas diferentes o porque está en desacuerdo con la práctica del bonsai, la cuestión es no volver a sufrir.

LOS CELOSOS (visualizar un Othello)

Los celosos ven fantasmas donde no existen. Carecen de autoestima creyéndose demasiado poca cosa para merecer el cariño de quienes los rodean. Comienza en la infancia, cuando los padres cometen injusticias sin querer, regalándole en Navidad el camión de bomberos a un hermano y el rompecabezas al otro que no puede entender porqué le tocó en suerte esa porquería de cartón cuando el camión con luces es todo con lo que él había soñado. Esta discriminación sin precedentes, que viene de alguien tan ecuánime e importante como Santa Claus le asesta el peor y primer golpe al pobre infeliz que se quedará pensando qué fue lo que hizo o dejó de hacer para merecer esto. Luego de mandar a Santa a meterse las piezas del puto rompecabezas por donde no calienta el sol, comenzará a andar un camino donde siempre será la sombra del hermano glorioso que obtiene todo lo que desea. Probablemente sea él mismo quien forje su propio destino y comience a caer en el Colegio mientras su hermano sube ganando los Juegos Nacionales de ajedrez, la copa de golf intercountries, yendo de la manito de la mejor minita del colegio en los recreos, sacándose diez en todas las materias sin abrir un mísero libro y saliendo en la tapa del Diario escolar como la personalidad del mes porque es el cantante de la Banda de Rock que tocó en el Festival Escolar para recaudar fondos para los niños carenciados de Corrientes. De ahí en más su hermano lo celará de por vida. Celará su carrera, su trabajo, sus novias, su familia y todo lo que el otro pobre santo se autogestione fruto de su esfuerzo más que de su talento innato (cosa que el hermano celoso cree, por eso ni se le cruza intentarlo, como si los genes tuvieran algo que ver con sus fracasos).
Los esposos y esposas celosas vivirán el mismo calvario, siguiendo a sus parejas, revisando su correo, oliendo sus ropas, escuchando sus conversaciones telefónicas y elucubrando retorcidos planes para poder arribar a la conclusión de que tienen razón y su cónyuge anda en algo raro. No se les ocurre que su esposa está armando una fiesta sorpresa de cumpleaños para ellos, o que si está metiendo la pata es porque no son lo suficientemente buenas para estar al lado de ellos. Porque siempre piensan que valen menos, que no merecen lo que tienen. En lugar de pensar que algún o alguna incauta le hacen el favor de llevarse el pastelito que han venido aguantando por años, se desgarran las vestiduras auto examinando su proceder para ver dónde han fallado porque los celos son más poderosos y el amor propio cada vez más microscópico.

Por eso, para quien no haya leído nunca una obra de Shakespeare, recomiendo seriamente, ya que sus escritos los ayudarán a decodificar el teatro cotidiano de la vida y a entender a ciertos personajes que nos rodean (algunos de cuidado).

Y por último, gracias abuela Vicenta por regalarme el primer ejemplar de Otelo que cayó en mis manos, en Mar del Plata, un verano de mil novecientos setenta y pico…(y por la amorosa dedicatoria).


"Bolero de los celos" de Les Luthiers, una joyita para la ocasión


miércoles, 5 de noviembre de 2008

Noticieros de cuarta



Las cosas de los noticieros que me ponen de la peluca

El que no recibe el diario, no consulta las noticias por Internet o no se agencia un par de periódicos matutinos en un bar; tiene que morir como yo en los noticieros de la tele.
Cada uno y a su particular manera y estilo; se encargan cada mañana y cada noche de atentar contra mi algarabía (la cual es francamente indestructible). No es que yo tenga poca paciencia, creo que más bien son ellos, los que hacen los noticieros; los que me hacen saltar la térmica por una serie de razones que ya paso a detallar (y que nada tienen que ver con la noticia en sí, obviamente).

El anticipo.

Odio el anticipo. Lo odio porque se pasan una hora hablando de lo que vamos a ver pero no nos muestran nada. Venden la noticia como si fuera un culebrón colombiano “Ya les mostramos lo que dijo Antonini Wilson” (debería haber escrito culebrón venezolano, pero eso es para otra columna). El tema es que venden y anuncian pero para cuando se decidan a desarrollar la noticia yo ya perdí el interés, me fui a trabajar o me quedé dormida (dependiendo del momento del día). Puros títulos, puros carteles, puro esqueleto sin contenido. Y después te ponen la nota de las bondades de la vitamina B12 o el perro que hace skateboard en Ohio.

El tonito de algunos periodistas

El tono de urgencia que luego se corta para gastar al del pronóstico porque ayer la pifió y llovieron teresos de punta. El tono de falsa seriedad porque cuando se van a la pausa dejan el micrófono abierto y tras la noticia de un triple homicidio se los escucha discutir la esponjosidad de las medialunas que les sirvieron en el desayuno. El cantito que usan otros para leer los títulos, que se pierde vertiginosamente cuando los títulos van más rápido que sus cadencias amarillistas y se quedan leyendo lo del transplante de hígado sobre una placa de la Selección y su viaje a Escocia (lo que conlleva a que nosotros pensemos que Messi necesita un urgente transplante, Maradona sería el donante y Bilardo el cirujano).

La lección de civismo

Ningún periodista que ostente con orgullo su carnet habilitante como tal, podrá esquivar la cátedra de Educación Cívica luego de leer una noticia sobre política o una policial. Con el ceño fruncido, el pecho inflado como una paloma mensajera y la mirada fija en la cámara (o sea NOS); este ícono de la rectitud, la moral y las buenas costumbres nos beneficiará con una portentosa filípica sobre lo que debemos y no deberíamos hacer (como si uno fuera un pavote inconsciente huérfano y analfabeto merecedor de unos cuantos chirlos en el glúteo izquierdo porque la delincuencia sube y uno qué hizo AH…QUÉ QUÉ).
No los soporto, ni las soporto…porque hay algunas que tienen a la maestra ciruela presta a emerger ante cualquier noticia que le de pie para una clase super didáctica con power point incluído.

Los que piensan que la noticia son ellos

Tanto cronistas, como noteros y periodistas están convencidos que la noticia se trata de ellos. Entonces opinarán sobre lo que les pasó a ellos (algo muy similar a lo que le pasó a la señora del móvil que no tiene puta idea de quién le está hablando por la cucaracha y lo único que quiere es que alguien la ayude a reconstruír su casilla que se acaba de incendiar hasta los cimientos). Son los que preguntan cosas para brillar más que para informar, interrumpiendo al protagonista porque sus cerebritos privilegiados van más rápido de lo que va el entrevistado (aparte han perdido completamente, la capacidad de escuchar). Son los típicos que cuando los asaltan o los chocan convierten la noticia en titular y cuestión de estado. Abundan en los noticieros donde se dedican a mandarle saluditos a la abuela, a contar lo que comieron la noche anterior mientras uno desespera por conocer el pronóstico para saber si salir o no con piloto y paraguas. También son los que se pavonean con orgullo mediático mencionando cada dos por tres la cantidad de premios Martín Fierro acumulados o los que asisten a esas entregas de premios y caen en la pelotudez de sermonearnos cuando son galardonados con un discurso digno de la cruza entre Winston Churchill y Gandhi (cara de tango all included).

El maldito pronóstico

Nunca voy a entender porqué lo mezquinan tanto. Sobretodo porque cuando me canso de esperarlo (después de haber escuchado el anticipo unas mil veces en quince minutos), me conecto al Weather Channel y los mando a todos a la recontramierda.
Tampoco entiendo mi adicción a los pronósticos porque se equivocan bastante seguido y porque usan el segmento para cargarse por los resultados del futbol, las preferencias sexuales (todo muy sutil, obviamente) y cualquier otra pavada que les sirva de excusa para relajar antes de contar que una familia entera fue baleada en la puerta de su casa. ¿Cómo volver de la pelotudez total para informar semejante drama?. En primer lugar no deberían haber llegado al punto sin retorno, porque de eso no hay retorno. Lo cual es peor cuando quedan tentados y leen la peor tragedia tragándose las carcajadas.

Los cronistas de futbol

Ya sé que casi todo el país aprecia más una noticia sobre el deporte favorito de los argentinos antes que lo que va a pasar con sus ahorros si las bolsas siguen cayendo o el Ejecutivo saca la ley de estatización de las jubilaciones privadas; pero tampoco la pavada, no me explico la cantidad de tiempo que ocupa la doble rotura de meniscos de Cuchuflito o el casamiento de Cacharrito con la botinera de turno. Analizan cada jugada como si estuviéramos mirando un canal de deportes y generalmente repiten ese gol del domingo hasta el cansancio, después hay una breve mención al tennis…y luego se acabaron los deportes en Argentina (salvo que alguna ignota yudoka se traiga el bronce a casa en las Olimpíadas, en cuyo caso todos son expertos en yudo arghhh!).

El opinólogo super especialista

A estos les chifla el moño, sólo se salvan unos pocos. La mayoría navegan por la delgada línea abstracta de la opinión neutra que no perjudique al canal que les da de comer, al político que les ayuda a terminar la casa en el Country o el diario para el que trabajan cuando no están haciendo el currito delante de cámaras. Algunos no tienen la más pálida idea de lo que dicen, opinan de economía pero jamás en sus vidas se quemaron las pestañas haciendo una carrera…capaz un cursito de dos días en un hotel de lujo que los habilita a hablar sobre variables macroeconómicas con la autoridad con la que yo hablo del mejor lubricante sintético para motores nafteros.
Pero los peores son los que nos regalan su idónea y particular visión sobre tal o cual tema por el simple hecho de vestir un traje Hugo Boss y manejar un BMW. Total, sólo hay que poner cara de “yo la tengo clarísima” y listo.

Los que repreguntan lo recontrarepreguntado

Aquí encontramos a una sarta de cabezas huecas que tienen la primicia de una madre desesperada en línea, que hace unos días busca a su hija desaparecida y abusan de la pregunta incisiva para tenerla más tiempo pegada al auricular sin sensibilizarse por la gravedad de la situación. La pobre mujer acude a un medio público para difundir la foto de su hija y ellos la gastan como escolar a una goma de borrar. La liman duro y parejo, para que no atienda llamados de otros medios y siga conectada repitiendo una y otra vez lo mismo. Ni siquiera el dato de que la señora necesita hacer reposo por su avanzado embarazo los disuade de seguir metiendo el dedo en la llaga. Son de décima. Eso sí, después te darán cátedra de sensibilidad social y te convocarán para participar de la colecta Más por Menos o un Sol para los Niños, pero son hienas insaciables que no se conmueven con nada (salvo que les pase a ellos, obviamente).

Los k-gones

Los noteros de esta especie son los que corren a lo Rambo detrás de la balacera pero en cuanto escuchan un tiro cazan de la solapa a un pendejo que pasaba para convertirlo en un escudo humano. Se enfrentan a la pesada de algún gremio pero ante el menor conflicto se meten el micrófono por donde les entre y salen corriendo con los cantos bien apretaditos. Los miran fijo y se mean, los pechean y se derriten como un helado en verano. Les dicen que NO y dan la razón sin el menor atisbo de duda. Si tienen la suerte de recibir un zamarreo o una bala de goma en una pierna, esperarán el Pulitzer, la Medalla al valor y varios días de notas en todos los canales mostrando el moretoncito multicolor que tanto les duele. Demás está decir que acusarán con el pecho henchido de furia a sus agresores, que primero fueron sus víctimas porque les metieron la cámara en la naríz y el micrófono en el traste; pero eso no cuenta…lo que realmente cuenta es la vil agresión a un periodista (aunque la nota fuera sobre la pelea de las vedettes en el último show de Marce).

Ojo, a no generalizar, algunos se salvan. Son los menos, pero de vez en cuando aparece uno que vale la pena (lástima que nunca duran en el aire).

Merde!

domingo, 2 de noviembre de 2008

Arrebatadores de algarabía



Cuando la vida cotidiana es un suplicio

Uno, que es un ser alegre, evita a toda costa las situaciones donde sabe que alguien lo va a sacar de las casillas. Por eso los alegres nos dedicamos a hacer las compras de supermercado por Internet, a encargar la pizza por teléfono y a pagar los servicios por computadora.
Pero, hay situaciones en las que uno se ve forzado a sacar la cabeza del bunker para alquilar un dvd, comprar un melón maduro o ir al cine; y en esos casos no hay más remedio que poner el monstruo que uno lleva dentro a prueba.

Estos son algunos de los personajes y episodios que suelen derribar mi algarabía cotidiana

Los domingueros

En este grupo viven los especímenes que se calzan el equipo super deportivo para montarse al bote que manejan (probablemente una 4X4 todo terreno con un motor de dos millones de caballos y vidrios polarizados) con el único fin de hacer dos cuadras hasta la carnicería.
Probablemente manejen el poderoso batimóvil a 10 kilómetros por hora ya que van hablando por teléfono con sus parejas tratando de retener todo lo que tienen que comprar. ¿No podrían haberlo anotado en casa y ahorrarnos el paseíto detrás de ellos cual cortejo fúnebre?.
Cuando hacen pie en la carnicería son los que ponen a la mujer en altavoz o bien vociferan todo lo que sus mujeres les dicen para que quien los atienda vaya embolsando el pedido (y para que todos nos enteremos que hoy tiene asado para treinta personas).
A este grupo pertenecen los que se toman el café de la mañanita acaparando todos los diarios del bar debajo de los codos aunque estén mirando la final de Wimbledon en el plasma del local.
También pertenecen a esta elite los que se meten en la fila de 20 unidades del supermercado, con el chango lleno hasta el desborde e invocan cualquier excusa porque no llegan a tiempo para prender el fueguito.
Las mujeres que se prueban veinte lápices de labios en la farmacia que está de turno mientras doce personas esperan para comprar calmantes o antibióticos.
Los tipos que chapean el nombre de algún pez gordo conocido, para entrar antes en la Parrilla que está hasta las manos (como si el resto que espera hace una hora juntando hambre en la antesala, fuera parte del cuadro de Berni “Pan y trabajo”).
Los que están apuradísimos como si tuvieran que depositar un cheque en el banco, cuando en realidad solo tienen que encontrar un lugar para estacionar y comprar el Clarín del domingo.
Las que se te meten delante en la fila de la verdulería, con la excusa de que sólo necesitan una plantita de rúcula y terminan comprando verdura como para forestar el desierto de Gobi.
Los que estacionan en doble fila dejando veinte autos rehenes detrás, para comprarse un paquetito de fasos y después se indignan porque les peinaste el auto para escapar del embudo.
Los que sacan a pasear el perro permitiendo que la bestia que llevan de la correa meta su hocico mojado entre tus piernas o simplemente te haga derrapar de narices en un lío de cuerdas y cadenas peleándose con otro bicho que pasaba.
Las que refunfuñan en la fábrica de pastas porque tienen el número 198 y van por el 4, con lo cual sólo las separan dos horitas de cuatro planchas de ravioles (eso sí…caseritos). ¿Porqué no se van a la mierda en vez de suspirarme en la nuca y farfullar en voz baja improperios al mejor estilo Patán?.
Los que salen de misa y se dedican a los sociales dominicales en el medio de la calle o la avenida cortando el tráfico (como si los dones recibidos en el acto litúrgico les otorgaran inmunidad vial).
Los que se enojan con el panadero porque a las 13.45 hs. se le acabaron las figazzitas de manteca…¿y ahora con qué hago los “sanguchitos de chorizo”?.
Los que son capaces de matar por la última docena de medialunas de manteca o el último ejemplar del diario deportivo.

Los que manejan para el culo

En este Club se encuentran los que jamás usan la luz de giro.
Los que vienen haciendo luces en el carril izquierdo de la ruta, un kilómetro antes, para que te lo vayas sabiendo nomás.
Los que usan las altas compulsivamente porque no ven un burro a dos metros, encandilando a todo el mundo en vez de visitar al oftalmólogo para que les recete un buen par de culos de botella.
Los que te pegan la trompa del auto en el baúl mientras estás rebasando un camión con acoplado, como si estuvieras manejando el auto Fantástico y pudieras levantar vuelo para dejarlos pasar.
Los que van a sesenta por el carril izquierdo.
Los que van a doscientos por el carril derecho.
Los que van hablando por el celular zigzagueando al compás de la discusión.
Los que paran a mirar el accidente entorpeciendo el tráfico.
Los que tocan bocina todo el tiempo (ojalá algún día les incrusten el claxon por el recto a ver si les gusta darle a la bocinita).
Las motos que te aparecen de cualquier lado obligándote a frenar o a hacer maniobras inesperadas para no levantarlos por el aire. Aunque le harías un favor a la humanidad deshaciéndote de media docena…
Los que pretenden pasar de la izquierda a la derecha en un nanosegundo porque súbitamente se acordaron que bajan en este puente.
Los que son dominados por sus máquinas subiéndose a los canteros y llevándose puestas las bicicletas y las motos estacionadas.
Las mujeres que usan el retrovisor para maquillarse, únicamente.
Los que piensan que todas las mujeres manejan mal pero son ellos los que chocaron todos, absolutamente todos los autos que tuvieron desde los dieciocho años.
Los que empiezan la frase así: “Me chocaron”, porque no pueden admitir que hicieron una mala maniobra y se tragaron el volquete.
Los que se creen Fangio pero manejan como Lindsay Lohan.
Los taxistas que van en procesión haciéndote perder quince semáforos antes de poder doblar a la derecha en la esquina.
Los colectiveros que te hacen un fino y te dejan media hora con taquicardia.
Los pendejitos de doce años que en los barrios y countries andan en moto a cien por hora quitándote las ganas de sacar el auto por miedo a tragarte cuatro juntos (lo peor es que ganas no te faltan).

Los reclamos injustos y algunas pequeñas cositas

Recibir facturas erróneas, obligándote a perder dos horas de laburo peleando con una obtusa que repite la misma frase como si fuera un androide.
Cuando una grabación de alguna empresa de servicios te dice que tenés una deuda inexistente, pero serás vos la que tenga que salir a probar lo contrario (otra vez a perder tiempo tratando de razonar con una mononeurona parlante).
Que el colegio de tu hijo te reclame el pago de la matrícula del año que viene porque no encuentra la transferencia que hiciste por Internet aunque le hayas mandado una copia del comprobante, un mail de aviso desde la web del banco y otro mail desde tu casilla. ¿Qué más hace falta, una carta del Marqués de Sade escrita con heces?.
El frasco de mermelada cuyo diseño hace una ligera cuña en el fondo, donde se atasca el dulce, obligándote a enchastrarte los dedos para no desperdiciar las últimas cucharadas.
El dulce que no se adhiere a la tostada, chorreando por todos los costados.
Descubrir que te encajaron seis yogures vencidos y que no vas a hacer veinte kilómetros para devolverlos gastando la diferencia en combustible.
Los que quieren compartir su música con todo el barrio y la ponen a todo volumen a la hora de la siesta.
Los que dan la vuelta del perro seiscientas veces, con la música del auto a todo lo que da y cara de winners totales (incluyendo anteojos negros a las once de la noche).
Descubrir el Tupper de las galletitas abierto, con todo su contenido húmedo e incomible (habría que linchar a los hijos de su madre que no cierran los tuppers).
El helado berreta que viene con pedacitos de hielo.
Las moscas. Especialmente esa turra que se salvó del trapazo y sobrevuela tu cabeza a oscuras cuando el reloj marca las seis horas que faltan para levantarte. Soy capaz de mascar pastillas de Gamexane para matarlas con mi aliento venenoso.
Cuando el lavarropas comienza a hacer ruidos extraños paralizándote el corazón. He llegado al extremo de hablarle y acariciarlo para que se sienta mejor.
Cuando los electrodomésticos te declaran la guerra y comienzan a rebelarse de a uno por semana.
Los que se comen la media milanesa y te dejan el plato vacío en la heladera.
Los que se comen la parte de arriba del flan.
Los que arrebatan las frutillas o los M&M de las tortas.
El hielo del freezer mezclado con migas, jugo de carne y restos mortales de quién sabe qué.
La bicicleta desinflada.
El corcho partido en la botella de vino.

En el trabajo

El que te pide la birome para anotar algo mientras habla por teléfono y jamás te la devuelve.
La fotocopiadora demoníaca, a la que habría que exorcizar; porque se apaga sola, se traga el papel y siempre se queda sin toner cuando más la necesitás.
Las impresoras que se desconfiguran solas y escupen 150 copias de lo mismo avisando en el display que existe un tamaño de papel inesperado.
La gente a la que uno pide ayuda e históricamente te manda a hablar con otra que históricamente hace exactamente lo mismo y así sucesivamente.
Los que te sacan a pasear la abrochadora.
Los que te revuelven los cajones buscando un clip y te saquean las reservas de té y mate cocido.
El que siempre desaparece cuando lo estás buscando.
El que siempre aparece cuando menos lo esperabas.
Los terroríficos mails de desvinculación de la empresa.
El que te habla cuando estás sacando una cuenta.
El miserable que pone para el cumple de Fulano pero no para el de Mengano porque no le gustó como lo miró ayer a la mañana.


Antídoto: Auto transportarse mentalmente a la playa cuyo power point te mandaron cuarenta veces y nunca abriste por falta de tiempo (Bali). Respirar hondo, contar hasta ciento cincuenta mil, tomar un par de vasos de alcohol y/o un blister entero de pastillas de valeriana. Poner una canción linda en el mp3 y mandar a todo el mundo a freír churros.
Eso o recurrir a la “Gran Charles Manson”, cualquier cosa es mejor que dejarse arrebatar la algarabía.