domingo, 30 de noviembre de 2014

CODICIA



NORBERTO SANCHO PANZA (deplorable caricatura de un ser de carne y hueso) 

Norberto se cree la última Coca Cola del desierto.  Alguien por ahí le dijo que era bonito y vivo (la madre probablemente) y él se lo creyó.  Así es que este sujeto se mueve por la vida pensando que solamente él tiene la razón en sus manos y la realidad está pintada del color que él la ve (que depende del color de los cristales que se haya puesto esa mañana).
Comprador compulsivo, Norberto cree ser el último grito de la moda porque no para de comprar ropa de marca; lo que él ignora es que la elegancia no tiene nada que ver con el logo de una de las 95 camperas que cuelgan de sus percheros.  Adicto a las páginas de compras de internet, Norberto no para de desear y comprar todo aquello que se le cruce delante de los ojos.  Si es preciso se endeudará hasta las orejas y luego se pasará diez años sin crédito por registrar antecedentes negativos.  Pero eso no parece importarle ya que en su loco desenfreno de compra compulsiva, el fin justifica los medios y ese sweater de El Cardón vale su peso en oro. 

Tacaño como pocos, Norberto llega al puesto de Gerente porque la firma donde trabaja se queda con una vacante que no puede cubrir por un sueldo por debajo del mercado.  Entonces le otorga una vacante interina que jamás puede cubrir.  Así es como Norberto llega a la Gerencia, falto de méritos propios y a ocupar una silla que no estaba destinada a ser suya.  Así como fue creciendo la demanda del producto que vendía la empresa que empleaba a Norberto, también crecía en forma exponencial su egocentrismo, su barriga y su inclinación por el acoso sexual y el pavoneo constante delante de sus compañeros de trabajo.  Pavoneo basado en una diatriba barata sobre cualquier tema que tocaba de soslayo y con una superficialidad que rayaba la comicidad del Oso Arturo.  Rara vez Norberto, siendo el empleado con más sueldo en su sector, tenía cambio a la hora de colaborar con el regalo de cumpleaños de un compañero.  Solía mostrar su billetera vacía apelando a gastos del día que lo pudieran eximir de hacer su contribución para el regalo de un compañero.  Eso sí, agradecía con discursos elocuentes su propio regalo de cumpleaños, basado en contribuciones de empleados que ganaban una décima parte de lo que él percibía mensualmente; pero a la hora de descolgarse con dos docenas de facturas o una torta siempre había una buena excusa para no compartir lo que el resto hacía habitualmente.  Siempre que se ofreció una cena o una picada por un objetivo logrado, se colgó los laureles al hombro aunque siempre abonó la cuenta con dinero de la empresa.  Ha llegado a arrastrarse comprando una tabla y un cuchillo con tickets de la empresa, para cortar salamines en un ágape empresarial, avisando a quienes quisieran escucharlo que esos utensillos le pertenecían.

A Norberto las mujeres lo pueden, un par de tetas y un culo, hasta de una mula en un establo le cierran.  Ha baboseado a clientas y empleadas por igual, enviando correos de alto voltaje erótico con el sello de la empresa a facturistas de post venta y Jefes de Sector.  Regodeándose en anécdotas donde el protagonista es él, deseado y admirado por un público femenino de fábula (creada por él); solía arrancar los suspiros de alguna mujer que estuviera necesitando un proveedor que le pague las facturas para llegar a fin de mes.  Porque ese fue el arrastre que siempre tuvo, mujeres faltas de iniciativa propia con ganas de capturar un idiota con una billetera llena que pudiera satisfacer demandas a corto plazo.  Después de un matrimonio, una convivencia, dos hijos y varios traspiés; logró caer con total destreza en las garras de una vividora serial a la que faltó hervirle el conejo al más puro estilo “Atracción Fatal”.  Le compró un auto, la puso a trabajar para él y le sirvió los clientes en bandeja.  Por supuesto se compró un problema que le tomó un año arreglar mientras se olvidaba de trabajar para amordazar a la damisela en cuestión, quien amenazaba con dejarlo en la calle gritando obscenidades en el parking de la empresa.

Luego llegaría una cuarta convivencia con una mujer carroñera a la que le llevó menos de un mes para que Norberto terminara pagando los colegios de tres críos de dos padres diferentes.  Entonces dedicó su vida a comprarle todo aquello que la mujer le solicitara, además de mantenerla con sus tres críos y cambiara pañales con mierda ajena a cambio de un par de polvos deplorables ya que la hembra en cuestión mantenía sus relaciones amorosas fuera del hogar preservando para Norberto las caras de culo exclusivamente.
Así fue como Norberto, una vez más solo, se dedicó a masajear empleadas, acomodar mechones de pelo detrás de las orejas, dar besitos interminables repletos de baba a empleadas que declararon aguantar semejantes demostraciones de afecto a cambio de potenciales clientes y operaciones que pudieran aumentar sus ingresos ostensiblemente.  Pasados los cuarenta, Norberto solitario y perdido en la vida, ocupaba sus fines de semana saliendo a bailar con empleados de veintipico que le festejaban sus bromas y sus copas de más sabiendo que el lunes contarían con algún beneficio extra con respecto al resto del personal.  Salió con varias dentro y fuera del ámbito laboral, solamente para contarlo el lunes; o simplemente lo inventó para poder regodearse con el cuentito al lado del dispenser de agua ya que la tía de una de sus empleadas que tuvo el disgusto de compartir cama con el susodicho alegó (textualmente) “en la cama va patrás” en franca alegoría a sus paupérrimas dotes amatorias.

Así como se ocupó de inflar los egos y las magras capacidades de su séquito de obsecuentes aduladoras, también supo despreciar a quienes trabajaron codo a codo haciendo más de lo que les correspondía y parte de su trabajo para que él pudiera acortar su jornada laboral cumpliendo con escasas cinco o seis horas.  Demás está decir que cuando estuvo, se dedicó a jugar en el Facebook con su celular y a comprar cosas por internet con un apetito insaciable por cualquier cosa…desde tecnología hasta perros, pasando por motos, cascos y ventanas.  Con una incapacidad total para disfrutar de lo propio, es proclive a desear todo aquello que ostentan los demás y dedica su vida a adquirir todo lo que le falta.
Pero la suerte de Norberto tiene fecha de vencimiento, la miserabilidad y el egoísmo se pagan en esta vida, también se pagan el maltrato, la desidia, la incapacidad y la soberbia.  Quizás no la vea venir, quizás pueda pilotearla por un tiempo, pero el karma está ahí, a la vuelta de la esquina.  Acechándolo para cobrar facturas vencidas.  No es fácil tocarle el culo a tanta gente y salir inmune de la situación.  Ni meter la mano en el plato ajeno.


Buena vida Sanchez Panza!!!  Nos vemos en Disney!

jueves, 2 de octubre de 2014

Y UN DÍA JAMIE FRASER SE HIZO CARNE Y HABITÓ EN STARZ


Ocho capítulos épicos de la miniserie a la que algunos lectores de la saga "Outlander" no le tuvimos fé





El día soñado, que parecía tan lejano cuando se anunció la premiere de “Outlander” llegó para revolucionar una vez más el granero de nuestro adorado escocés, uno de los dos héroes de la saga que nos tiene locas a más de la mitad de las féminas de este planeta (desconocemos a la fecha si en Marte ya se mandaron a imprimir ejemplares pero no sería nada raro).

En el año 1991 una escritora soberbia con un talento genial para darle vida a personajes de ficción en las cabezas de los lectores, parió el primero de una saga de libros que giran en torno al Highlander James Alexander Malcom MacKenzie Fraser (Jamie para los íntimos).  Desde que leí el primero, y como le pasó a la mayoría de la gente, comencé a escuchar rumores de películas y series.  Todos nos subimos a esa moto realizando castings virtuales en cada foro del que participamos sobre los libros o de determinados actores que según la mayoría, eran un número puesto a la hora de interpretar a nuestro objeto de veneración.   Se multiplicaron en progresión geométrica los videos subidos a youtube por fans, ambientados en paisajes escoceses, música celta y fragmentos pequeños de películas de época donde el actor elegido nos hacía soñar con ver alguna vez en movimiento a Jamie Fraser.  No es que no lo pudiéramos hacer en nuestras cabezas, de hecho la Gabaldon se encargó de proporcionar la cantidad de datos suficientes como para crear uno de verdad en el cerebro del lector de la misma manera que los japoneses te mandan la cantidad de herramientas necesarias para armar cualquier cosa que te vendan desarmada.

Así es como muchas detractoras de llevar a este monstruo a la pantalla, entre las que me incluyo, nos negamos de plano a destruir con una imagen concebida por un intérprete-intermediario de la autora, al muñeco pelirrojo que habíamos sabido fabricar a fuerza de lectura y re-lectura en nuestras locas cabecitas.  Para quienes comenzamos leyendo estos libros hace una década, meterse con la Biblia Highlanderiana era prácticamente una blasfemia.  La pantalla chica nos parecía poco, la grande no alcanzaba a cubrir ni la mitad del primer libro y si Hollywood metía la mano como suele hacerlo, Jamie hubiera sido un cocinero ruso trabajando en el metro neoyorkino y Claire su amante dominatrix caza vampiros.  Todos sabemos cómo funciona el teléfono descompuesto: yo te digo blanco tiza, vos le decís blanco leche, el otro dice que le dijiste blanco marfil…y el último dice beige tirando a marrón.  ¿Cómo poder traducir esta formidable saga a la pantalla sin arruinarlo todo? Y con los de marketing pisando los talones, cambiando cada detalle para hacer rendir mejor la inversión. Mejor, dejarlo librado a la imaginación…siempre fue mi idea.

Odio admitirlo, me equivoqué de cabo a rabo.  Cuando apareció la primera foto de Sam Heughan, actor encargado de darle vida al pelirrojo, casi vomito sobre el teclado de mi notebook.  No es que el chico fuera feo, simplemente no era Jamie.  Cabello castaño oscuro, pálido, blandengue, flacucho, lampiño, desgarbado y demasiado joven para las que ya teníamos en mente al Jamie de los últimos dos libros.  Si empezamos así…que nos queda para el resto, pensé estúpidamente porque se ve que hay gente que sabe lo que hace o bien le tiene terror a la horda enferma de fans de los libros.  Ya sea por terror, talento o ambición; el chico Sam apareció en el primer poster que anunciaba los primeros días de rodaje.  Ya con los pelos despeinados, rojos y más largos (en la foto del casting estaba peinado a la lengüetazo de vaca), una kilt y la típica camisita jacobita era otro cantar.  De todas formas, aún me faltaba mucho para confiar en que algo bueno podía salir de todo eso.  Entonces aparecieron las fotos de Claire, una modelo flaca, linda y moderna que no encajaba para nada con esa mujer llena y de una belleza promedio que describe Diana en sus libros.  Imaginé que me sucedería lo mismo que con Sam cuando salieran las primeras fotos del rodaje.  Otra decepción fue Frank/Jack Randall.  Tobías es un actor que me encantó en la serie “Roma”, y con esa cara de angelito me fue imposible visualizarlo haciendo las atrocidades que Jack hace en el libro.  Los únicos que me entraron de entrada, valga la redundancia, fueron Colum y Dougal.  No puedo explicar el motivo pero ellos  dieron en el clavo desde la primera foto.

Luego de una larga espera, de ver avances, fotos del rodaje y entrevistas; decidí darle una oportunidad a esta serie que podía cargarse para siempre con mis fantasías literarias.  Todo pintaba cuidado y bien hecho, pero el resultado final podía ser caótico.  Eso hasta que leí que la esposa del encargado de llevar la saga a la pantalla era fan de los libros y había jurado destriparlo vivo si la serie no estaba a la altura de las expectativas de la horda enferma que la incluye.

El día tan esperado llegó y hubo reuniones (whisky escocés en mano) alrededor del planeta, para ver el primer episodio.  En mi caso particular nos reunimos en el dormitorio del hermano de una amiga que hizo de su pared un cine y que nos tiene una paciencia infinita a la hora de cedernos sus dominios para retozar como vacas locas sobre su cama/sillones llorando a moco tendido o gritando como locas “Tulach Ard”.  Así fue como luego de un delicioso “cranachan” (postre escocés elaborado por mis amigas para la ocasión), nos sentamos abrazaditas a deleitarnos o decepcionarnos juntas en el mismo barco.
Cuando escuché los primeros acordes de la música de apertura y vi las imágenes majestuosas de los títulos empecé a llorar como si hubiera parido un hijo.  Esas imágenes son una síntesis perfecta de lo que a uno se le viene a la mente cuando piensa en los libros.  Como bocadillos que anuncian un gran banquete, las piedras de Craigh na Dun me hicieron llorar más que Meryl y Clint en los Puentes de Madison (nivel 10).  Aspirando los mocos para no hacer papelones, me tragué las lágrimas con la punta de la lengua y me quedé anonadada por todo lo que vi.  No esperaba querer a Frank, en los libros siempre le tuve bronca.  Sin embargo no me molestó cambiar de opinión, aunque luego me asaltaran las mismas dudas que tiene Claire al verse enamorada hasta los huesos de Jamie y amando aún a su primer esposo (o debería decir segundo, ya que el primer matrimonio data del 1743).
Cuando lo escuché decir “Sassenach” tuve que ir a buscar los calzones al subsuelo.  Casi me desmayo.  Ni hablar de escucharlos a Dougal y al resto de la pandilla hablando en gaélico, lenguaje en el que mis amigas y yo nos convertimos en expertas (recuerdo haber escuchado archivos de audio con oraciones enteras que repetíamos hasta el cansancio para aprender).  El señorito en cuestión, antes blandengue y desgarbado; ahora se había convertido en una torre de carne torneada, unos ojos azules con la mirada felina que tantas veces describe la autora y la juventud rozagante del Jamie del primer libro.  Sam era Jamie.

Con Claire tuve una epifanía, siempre creí que me iba a costar aceptarla porque físicamente no es tal cual la descripción de la autora.  Sin embargo Caitriona Balfe “Caits” para los íntimos, me robó el poco escepticismo que me quedaba.  Nunca pensé que una modelo de Victoria Secret podía interpretar a un personaje tan lleno de matices y tan intenso.  Me equivoqué otra vez, por un prejuicio estúpido creí que no la iba a querer y sin embargo me enamoré a los cinco minutos de verla en pantalla.  Sus modos, su andar, su seguridad a la hora de enfrentar a los Mackenzie, su capacidad de resolver problemas tales como apoyarse en una piedra en 1945 y aparecer en paños menores, cinco segundos después, en el 1743; todo tiene que ser creíble y esta actriz pasó con honores la prueba.  Caits es Claire.
El resto del elenco es perfecto.  Murtagh, Fitzgibbons, Angus…todos son roñosos, peligrosos y de buen corazón como los imaginamos.  Capitulo aparte para Dougal (Graham Mc Tavish) porque uno quiere convertirse en su maíz incrustándose de cabeza en la pantalla con la esperanza de viajar en el tiempo y caer en bolas en sus brazos (con la petaca de whisky para darle batalla al frío).  Ver a Roger como un nene me dio una sensación en el estómago inexplicable…como encontrar una filmación casera vieja de algún integrante de la familia que uno desconocía o se había olvidado que existía.  Muy fuerte, demasiado.

Capítulo aparte para las escenas de sexo, para quienes no lo sepan, los libros están plagados de escenas de alto contenido erótico (bien escritas y que no se utilizan como en otro tipo de bibliografía para atrapar al lector ávido de sexo literario).  Acá, cuando Jamie y Claire se encuentran se prenden fuego los planetas, los libros, las lectoras y la comida que las lectoras tienen en el horno.  Debo decir que varios matrimonios han sucumbido al embrujo de la literatura Gabaldoniana.  Ya sea porque el marido se negó a usar una kilt fuera del lecho matrimonial, o porque el asado se quemó, el arroz se pasó, el guiso se pegó o simplemente porque el gordo que roncaba al lado de la lectora no se parecía ni por asomo al Highlander que salía como el genio de la lámpara toda vez que una abría el libro a hurtadillas en la cama leyendo hasta las cinco de la mañana con una linterna en la boca.  Siempre imaginé que esto les iba a costar ya que la televisión tiene muchas restricciones para mostrar todo lo que una quiere ver, que no es ni más ni menos que lo que está escrito.  Debo decir que no dejaron nada librado al azar ni a la imaginación.  Se ha visto lo necesario para satisfacer la demanda hormonal del club de fans de la pareja y cada cual se llevó a casa lo necesario para poner la escena del lecho nupcial en un loop interminable y en slow motion que la deje a una en un penoso estado de catatonia (babeando y balbuceando en un gaélico alcoholizado digno de un bar de Inverness a las dos de la madrugada).

Para redondear la idea, y porque me tengo que ir a leer el séptimo antes de comprar el octavo libro que aún no consigo en mi país (lista de espera); la serie pasó con honores la prueba de una fan acérrima que tiene en su haber unas seis lecturas por libro (del primero al sexto) y que se sabe como tantas fans diálogos enteros de memoria.  Ojalá puedan continuar filmando toda la saga, la pregunta ahora será cómo harán para envejecer a nuestros amados personajes; seguirán con los mismos actores o los reemplazarán por otros?  Tenemos seis largos meses de espera hasta los últimos ocho capítulos de la primer temporada.  Tiempo de sobra para pensar y leer y releer hasta que se nos caigan los ojos de las órbitas.

Como siempre, gracias Diana Gabaldon por tantos matrimonios destuídos, tantos noviazgos destrozados y por poner la vara tan alta que ningún hombre de la vida real le llegue ni a los talones a JAMMF!.



martes, 9 de septiembre de 2014

HEMBRARIO (FASCÍCULO 1)



Cómo reconocer qué tipo de hembra eres


LA REINA DEL “KNOW HOW”


Esta fémina sabe o cree saberlo casi todo.  Guarda un arsenal de información sobre todo lo que ella cree importante sobre este mundo y está dispuesta a vomitarte la información antes de que despegues ambos maxilares para proferir media sílaba.  Generalmente es profesional y si no lo es se quedó con las ganas o puso todo su talento al servicio de una familia impecable que supo formar y  a menudo exhibir con riguroso orgullo en las redes sociales.  Si hablamos de tortas, ella tiene la mejor receta autografiada por la repostera más top de Sudamérica.  Catadora de vinos, especialista en infecciones femeninas, cuotas alimentarias y divorcios controvertidos; esta señora no pierde oportunidad para hablar sin respirar (para no perder tiempo) demostrando ante una audiencia maravillada que ella la tiene clarísima EN TODO!  La mejor pascualina, las berenjenas de la abuela, el bebé más codiciado para el comercial del perfume infantil, el cuerpo menos averiado luego de cuatro partos y una cesárea, las mejores notas en la Facultad, el empleo donde se postularon cien mil personas quedando ella por su excelente curriculum, el marido que arrancaba suspiros de sus compañeras de universidad, la suegra que la adora, la madre que la ama, los hijos que saben comportarse socialmente y terminan siempre limpios e impecables después de cualquier evento…todo en esta mujer suele ser de película de Disney antes de que se pudra todo.  Suele acaparar la atención en eventos sociales dando instrucciones precisas de cómo comprar ahorrando para darle de comer a un batallón con cien pesos diarios, dónde y en qué moneda ahorrar, por qué aerolínea viajar para juntar millas, cuál es el mejor restaurante para comer mariscos, quién es el mejor pediatra, y cuál es la mejor pipeta anti pulgas para perros.  Para las incautas, estas disertaciones (copa de Malbec en mano) suelen ser una bofetada a la autoestima ya que no se imaginan haciendo una décima parte de lo que estas mujeres dicen hacer y menos con el talento y sabiduría que parecieran tener.  Porque el día tiene veinticuatro horas, así que hay dos alternativas: o hace 35 años que no duerme o está exagerando.  Los humanos mortales, las mujeres de carne y hueso promedio; solemos venir de fábrica con un coeficiente intelectual promedio al que se le suman cualidades como la perseverancia, la ambición, la educación y entre otras tantas variables la suerte.  Hay algunas que logran hacer mucho con poco y otras que con mucho hacen nada, pero que una persona logre hacer todo con todo es como sacarse la lotería dos veces seguidas.  Huele raro.  ¿Cómo hiciste para criar cinco hijos haciendo kilos de mermelada de frutos del bosque, el mejor lemon pie del país, ganar siete juicios de fama internacional, dar cuatro vueltas al mundo, tener al menos cinco orgasmos, asistir a todos los eventos familiares con el frasco de berenjenas en la mano y el regalo perfecto sin un pelo fuera de lugar, con la ropa planchada y los zapatos brillantes como un espejo?  Es un enigma sin resolver, por eso las mujeres nos agrupamos a observarlas y escuchar sus consejos como los católicos al Papa todos los domingos en San Pedro.  Queremos saber el secreto.  El secreto de tanta perfección.  Alimentamos su inflamación preguntándole qué contestarle a ese hombre que nos mandó un whatsapp que hace días no nos deja dormir, cuál es el ingrediente secreto de la chocotorta que trajo hoy o cómo lograr que nuestros hijos sean buenos estudiantes.  Ella tiene una respuesta para todo.  Impecable, impoluta, imperturbable, impenetrable.  Ella es la reina del know-how.

LA MACHISTA


Esta mujer cree que está en este mundo para complacer al hombre y a eso dedicará toda su vida aun cuando trabaje.  No se preocupan mucho por educarse ya que desde tierna edad se preparan para ser mantenidas por el hombre más económicamente forrado que puedan conseguir.  Si tienen la suerte de ligar un cuerpo que sea congruente con el modelo de belleza imperante, lo más probable es que aprendan a utilizarlo para esos fines apenas salen del colegio secundario, haciendo sus primeras incursiones en el “mercado” para, con mucha suerte, enganchar al candidato de sus sueños.  De sus sueños verdes color dólar, después verán que hacen con la cosa que supieron agenciarse para tener un buen pasar.  Si no tienen un cuerpo que cumpla con el estereotipo, van a trabajar como yeguas, aguantando condiciones laborales desfavorables con tal de juntar dinero para ponerse tetas, achicarse narices, alisarse los pelos, lipoaspirarse la barriga, tornear el trasero, pegarse uñas de acrílico, extender pestañas, blanquear los dientes, engrosar los labios y hasta cambiar el color de ojos con lentes de contacto.  Mientras tanto, y hasta que suceda el contacto con el millonario que las arrancará del espantoso yugo laboral (porque para ellas el laburo, lejos de dignificar, les arruina las uñas y los taquitos); se van a dedicar a alimentar el machismo de sus compañeros de trabajo comportándose como bebotas con disfunción verbal, abusando de sus habilidades de succión para lograr el máximo rédito económico con el mínimo esfuerzo posible.  Carentes de integridad, escrúpulos, e identidad femenina; estas mujeres avergüenzan a sus congéneres porque ratifican con sus actos los postulados machistas más despiadados.  Se cagan en la igualdad, ellas se ponen a propósito dos o tres escalones abajo para manipular lloriqueando a sus jefes, novios, amantes, etc.  Suelen obtener cosas materiales durante sus vidas, sus vidas útiles como objetos sexuales, pero quien pone todas sus fichas en el envase y nada en el contenido se encuentra en algún momento de su vida sin nada de lo que realmente importa.  Y ahí es cuando se produce el cambio.  Entonces las verás en las redes sociales hablando pestes de los hombres y poniéndose al hombro los cuatrocientos cartelitos de frases feministas que puedan encontrar en Pinterest o Tumblr.

LA JUEZA


Esta mujer se carateriza por empezar todas sus oraciones con “deberías”, “tendrías”, “yo que vos haría”.  Autoerigida en ejemplo de madre, esposa, empleada y amiga; este tipo de mujer saca el dedo índice como un revólver cada vez que pierde los estribos sentenciándote a un destino horripilante si no hacés lo que deberías hacer (que siempre es lo que ella está diciendo mientras hamaca el dedito de arriba para abajo).  La dueña de la verdad, la justicia y la ética; ella te va a juzgar, sentenciar y mandarte al infierno por haber pisado la banquina (como si ella no hubiera visitado el pasto nunca).  Devota de un Dios tirano, crece y se desarrolla a su semejanza.  Cualquier cosa que le vayas a contar va a tener una sentencia desfavorable.  Ella no se equivoca nunca y si lo hizo nunca te vas a enterar.  Y si te enterás es solamente para darte una lección ejemplificadora de dónde vas a aterrizar si metiste la pata hasta el caracú.  No es la persona para acudir en caso de ebriedad, ni de deslices amorosos, mucho menos de derrapes familiares.  Tiene memoria, tiene resentimiento y guarda para darte y que te lleves en cuatro tupperwears tamaño baño.  Si caíste en la tentación de acudir a su hombro para llorarle alguna trastabillada, quedate tranquila que te vas a ir arrastrando hacia la Iglesia más cercana aplastando cabezas de ajo con la panza y haciendo un té de ruda para expiar la culpa de haber sido…humana.

LA QUE NO TIENE LA CANCHA MARCADA


Esta es la loca de libro.  Dícese de la que está tan loca que no solamente le faltan jugadores, no tiene siquiera la cancha marcada.  No se sabe a ciencia cierta si fue criada por un espécimen similar, se pasó de vueltas en un tequilazo a los diecisiete o simplemente hay un cortocircuito adentro de la mollera que le impide tomar decisiones razonables.  Es probable que te las cruces en eventos sociales, oficinas o salas de espera de centros médicos (porque convengamos, nadie quiere cerca a una loca salvo probada evidencia de que se trata de un ejemplar inofensivo).  Ya al verlas entrar por una puerta uno nota que algo no está del todo bien.  Generalmente es algo en el atuendo.  Con esto no quiero decir que alguien que es original o divertida para vestirse sea una loca.  Me refiero a ese detallecito que te hace dar vuelta la cabeza y pensar “¿no tiene alguien que la quiera en la casa para decirle que no se puede poner eso?”.  Puede ser una flor de lana tejida en crochet color verde fluorescente, del tamaño de un repollo grande firmemente agarrado del parietal izquierdo con veinte ganchos invisibles color negro sobre un rubio platinado (en un velatorio) o una boina de lana de alpaca en el subte sobre una cabeza llena de rulos un 3 de enero a las dos de la tarde.  En fin, datos en la vestimenta esclarecedores sobre la soberanía o no de ese cerebro sobre el cuerpo que lo porta.  La cuestión es que a veces suelen ser inofensivas, y hasta podés llegar a reírte un buen rato con sus divagues y relatos fantasiosos, pero muchas de estas pueden terminar corriéndote por un pasillo con un cuchillo afilado como Glen Close a Michael Douglas simplemente por no haberles contestado el mensajito de texto o no haber asistido al cumpleaños.  La cordura, el respeto y la obediencia no son adjetivos que les quepan, así que son las típicas mujeres que siguen hablando a los gritos aunque se las haya llamado a silencio en una reunión escolar de sus hijos o en una entidad bancaria; son las que se descuelgan con una pregunta inoportuna en un evento social y logran que todas las cabezas giren hacia el mismo lugar generando un silencio espantoso que nadie puede remar.  Incomodan, alteran, te dan vergüenza ajena y lo peor del caso es que ellas está convencidas que le están haciendo un favor a la humanidad con su sola presencia.  La loca de libro se pelea con la policía, atiende el teléfono en el Banco y se hace correr por todo el edificio para que no se lo incauten.  Grita en el subte “¡este y esta y este y aquel y aquella ME TOCARON EL ORTO!” porque como está convencida de que es una sex symbol, todo el vagón (inclusive las mujeres que van sentandas) quiso una tocadita de ese lomo para el pecado (así suele referirse ella de sí misma).  Lomo más, lomo menos; evidentemente en los primeros años de vida la grasa que debería haber alimentado las neuronas se fue directamente al culo.  Una especulación de mi parte, sin sustento científico, obviamente.

LA “YO LA PEOR DE TODAS”


Esta personalidad pulula por la vida lastimosamente.  Se queja y sufre porque todo lo que es, todo lo que le tocó en suerte, todo lo que tiene y todo lo que le sucede.  Nunca se sabe a ciencia cierta si ella lo cree así o busca la aprobación y el halago constantemente convirtiendo la lástima en una maniobra para obtenerlos.  Infectadas de inseguridades, viven haciendo consultas populares sobre cómo les queda el pantalón, con qué rellenan el pollo, cuál es la mejor pomada para la micosis vaginal, y si le dicen que sí o no al señor que las acosa.  La duda, indudablemente, las aflige pero a pesar de pedir consejos siempre terminan haciendo lo que se les antoja.  Así, una vez tomada la decisión y habiendo recibido un resultado negativo, tienen otra oportunidad alucinante para recibir abrazos, besos, aliento y millones de frases de autoayuda en las redes sociales.  Son personas que necesitan afecto tienen una retorcida manera de solicitarlo, y la verdad es que a menudo caen siempre bien paradas, como los gatos, con lo cual una se pregunta si no ha caído en la trampa como una pelotuda levantándole la moral a alguien que en el mejor de los casos lo único que quería es que le dijeran lo que ya sabía: SOY LO MÁS!

LA CONCHUDA


La conchuda es mala por naturaleza.  No existe otra explicación.  Disfruta causando dolor y le encanta quedarse a mirar los cadáveres que dejan sus granadas, contando los deditos sonriendo con malicia.  La compulsión por joder les viene impresa en el mismísimo ADN.  Debe haber un mapeo genético que pruebe que hay alguna cadena de ácido desoxirribonucleico que las conchudas tienen en común.  Porque parecen todas cortadas por la misma tijerita, en manos de Ades, fabricando esas figuritas de papel plegado veinte veces.  Siempre fui de las que piensan que detrás de un malvado existe una historia que lo convierte en tal, es mi forma de entender y perdonar.  Pero la conchuda es conchuda porque lo disfruta como Wanda al miembro (mejor dicho a la billetera del miembro).  Estas mujeres son capaces de desatar tsunamis familiares que terminan devastando una familia, separando lo que no debiera ser separado; son capaces de hacer pelear amigos de años, hermanos, primos y hasta de urdir patrañas espantosas para hacer sufrir parientes, compañeros de trabajo, parejas…lo que venga.  Propulsadas por un resentimiento y una envidia feroces (por algo las abuelas siempre dicen “no cuentes la plata delante de los pobres” no refiriéndose en forma literal al dinero sino a las cosas buenas), no hay peor y más letal bicho que una conchuda que cree ver más cosas en tu plato que en el de ella misma.  Relojean todo, te cuentan las costillas, te sacan radiografías y te aprenden de memoria juntando data para dejarte caer la bomba de Nagasaki en el lugar menos pensado.  Famosas por querer llamar la atención en todo momento arman un personaje benefactor, piadoso, solidario y amiguero para ganarse el afecto y la confianza de gente a la que luego utilizarán como piezas de ajedrez como mejor les convenga.  Suelen jugar con los sentimientos de la gente, utilizan las redes sociales para destilar su ponzoña y si no es suficiente con eso desparramarán mierda, rumores y mentiras a quienes les presten sus oídos ávidos de una cuota de su maldad más cruel y despiadada.  Estas personalidades psicopáticas no sienten empatía por nadie en particular, se disfrazan para mimetizarse con la sociedad pero no sienten ningún remordimiento en causar dolor por acción u omisión.  Algunas pueden aflojarse con el advenimiento de un hijo, pero a la larga sus conductas terminan también lastimando a sus propias crías.  La conchuda habla sin filtro, te larga un misil en el medio de una reunión social o familiar, te tira el chisme en el medio de una mesa de catorce personas cuando se hace un hueco simplemente para verle la cara pálida al involucrado. Es capaz de inventar una historia que repetirá hasta el cansancio con cara de monja de clausura, ojos mirando al cielo, mano sobre el pecho susurrándote al oído “te lo cuento solamente a vos porque confío en que no lo vas a andar desparramando” (léase desparramalo como tuco sobre los fideos).  Eso seguramente tenga una víctima y está en vos ser su gatillo o incrustarle la lengua en el orto para que saboree un poco de su propia naturaleza.

LA CAÍDA DEL CATRE


Esta piba llega tarde a todas partes.  No pierde los anillos porque retiene líquido y no se le salen.  Se pierde en su propia casa, se olvida la cartera en el cine, los pochoclos en el baño y las llaves del auto…adentro del auto.  Nunca sabe bien porqué está ahí, pero una vez que llega mágicamente se le ilumina la mirada y recuerda que es el cumpleaños de la mujer que tiene enfrente.  Entonces abre la mochila y le da el regalo mientras embucha un sándwich triple porque se olvidó, entre otras cosas, de almorzar.  La heladera de la caída suele hacer eco.  Reina del delivery, si llega a hacer una compra semanal se le pudre todo porque se olvidó de congelar o se olvidó de cocinar.  Llega a la consulta ginecológica seis meses después, con los estudios vencidos y a veces embarazada de cuatro meses sin haberse dado cuenta.  Porque la caída no anota las fechas de las menstruaciones, no recuerda muy bien en qué momentos de debilidad la agarraron con las piernas abiertas  y no asocia el crecimiento de su panza a un bebé (seguramente lo asocie al último atracón de galletitas Oreo cubiertas con dulce de leche mirando “Guerra de Tronos”).  La caída, te saluda para tu cumple desde que el Facebook existe, antes de la red te llamaba tres años después saludándote en retroactividad por los cumples anteriores.   La caída se olvida las claves del home banking y bloquea la tarjeta bimestralmente.  También se olvida el Facebook abierto, ideal para hermanos y novios bromistas que le escriben en el estado “ATIENDO POR COLECTORA, CONSULTAR POR INBOX”.  La caída quema las tortas, incendia las papas fritas (y la cocina), se olvida de cargar el celular y se entera en inmediaciones de la Villa La Cava a las dos de la mañana.   La caída deja plantado al dentista, llega siempre tarde a la foto grupal automática y tiene cara de ciervo encandilado en todas las selfies.  La caída es buenaza, si pierde la billetera pide que le devuelvan los documentos y que al que la encontró le vengan bien los quinientos pesos que llevaba dentro.  La caída se entera que está enferma cuando se curó, que la operaron cuando se despertó, que tiene un hijo cuando le dan de alta en el hospital y que se casó cuando nadie le vacía el canasto de la ropa para lavar.  La caída nunca está apurada, tiene la mirada perdida en algún recuerdo de algo que la hizo felíz (un sugus masticable, Shrek III, los lengüetazos de su perro) y suele salir de ese trance hipnótico cuando alguien le incrusta el codo entre las costillas gritándole “¡Ey, te hablan a vos!”.  La caída se olvida la planchita enchufada todo el día, quiere sacar una foto y tiene la cámara descargada, devuelve la peli alquilada tres meses después pagando la mora voluntariamente.  La caída casi pierde el avión (la salvan las amigas), casi mata al gato de inanición, no tiene plantas porque se olvida de regarlas así que compra margaritas de papel y se aparece en los casamientos cuando los novios ya bailaron el vals.  La caída se pone a leer y se olvida del mundo, se pasa estaciones de tren y colectivo.  La caída no carga la tarjeta SUBE porque la perdió, pero si la hubiera tenido se hubiera olvidado de cargarla.  La caída se enamora y sin saber bien porqué termina cayéndose de cabeza con un plato de torta de crema en la mano encima del objeto de sus afectos, con el que se casa dos años después…llegando una hora tarde al Registro Civil porque se equivoca de comuna.

Hembrario fascículo 2 en próximas entradas

domingo, 7 de septiembre de 2014

TODO SOBRE MI MADRE




Mi mamá me ama, mi mamá me mima?


Para entender a mi madre habría que empezar con mi abuela.  Esa tierna ancianita que apenas puede embocarse la sopa de fideítos en la boca supo ser un Gendarme entrenado por el Mossad en Israel.  Con una lengua viperina (o karateca, término engendrado por Moria Casán), la señora podía pulverizar tu autoestima y desmembrar tu personalidad en menos de lo que canta un gallo.

Volviendo a mi madre, que de esto se trata este post, ella fue para mi hermana y para mí absolutamente TODO.  Enferma o sana, felíz o triste, cornuda o profundamente enamorada del hombre de su vida (que no fue mi viejo, obviamente); la mina se encargó de estar presente siempre.  A su manera, como pudo y con las herramientas que tuvo a disposición; que a juzgar por la señora que la engendró fueron escasas. 
Mi abuela tuvo la desdicha de quedarse sin madre a muy tierna edad, la encerraron en un Neuropsiquiátrico por loca; y según cuenta la leyenda (porque no da para preguntarle, pero fue lo que me contó toda la vida antes que el Dr. Alzheimer hiciera estragos con sus neuronas) el padre trajo a casa a un ejemplar digno de una peli de Disney (una cruza perfecta entre Cruella de Vil y Ades el Dios del Inframundo).  Según las leyes judías, el hombre que puede probar la incapacidad de su mujer, puede volver a casarse y esto fue lo que hizo el padre de mi abuela.  La otrora “nena” entonces, y en plena infancia no solo se queda sin madre, le encajan una mujer joven sin ganas de criar la montonera de hijos que el super carnicero del Mercado de Liniers había engendrado antes de conocerla.  Calculo, sin hacer mucha matemática, que la nueva esposa solo estaba interesada en disfrutar de los billetes que el señor traía del mercado con las unas ensangrentadas de cortar reses.  Así fue como se crió mi abuela.  Sin madre y con una reverenda conchuda de libro que escondía la comida, la bebida y la encerraba en su cuarto con llave.  Porque la pequeña Berthita no debe haber capitulado sin ofrecer resistencia.

Cuando la nena tuvo la edad suficiente para escaparse, lo único que tenía claro es que debía encontrarse con un ejemplar que la sacara cuanto antes de ese infierno.  Ahí llegó mi abuelo, apuesto caballero con un buen empleo, de buena familia y de paso cañazo CATÓLICO.  Este pase de facturas a un padre judío fue tan impecable como el desembarco de Normandía.  Comenzaron a cartearse porque mi abuelo era viajante para una empresa inglesa “Tornicroft” (aún conservo esas cartas ardientes que para la época  deben haber sido hot y ahora son un librito de cuentos de primer grado).  Poco a poco la relación tomó carácter de “oficial” porque mi abuelo quería verle las rodillas y mi abuela quería verle la cara a Dios (aunque luego profesó un ateísmo a rajatabla) anche rajarse de esa casa maldita apenas le diera el pedigree.  Estimo que el padre, antes de seguir aguantando las escaramuzas entre nueva esposa e hija insolente, rebelde y en pie de guerra optó por la medida quirúrgica que más le convino: ponerle un moño en la cabeza entregándosela en matrimonio a mi abuelo.

Como en todo cuento de hadas digno de los hermanos Grimm, la felicidad para Berthita sería efímera.  Al poco tiempo de casarse notó que se había pasado de Guatemala a Guatepeor.  Se había ganado una suegra italiana con un carácter repodrido, buena mina, pero con mecha cortísima y sin ganas de aguantarse los desplantes de una rebelde enojada con el género humano en su conjunto.  Para ella hubiera bastado con mi abuelo, él era el principio y el final de toda su existencia.  Así que su prole (mi vieja, mi hermana y yo) solo vinimos a ofrecerle una involuntaria competencia.   A mi abuela, que según mi vieja se le notaba cuando había tenido sexo porque se levantaba cantando boleros, le llenaron la cocina de humo antes de que se avivara que semejantes calenturas tenían un precio o daño colateral casi inmediato.  A los nueve meses viene una cosa que llora, grita, se caga, se mea y se convierte en la debilidad de su marido.  Así fue como Mirthita, a.k.a. “MAMITA” vino al mundo.  La “víbora” según mi abuela, vino a destrozar la armonía marital y lejos de venir con un manual de instrucciones, llegó para llenarle el culo de preguntas.  Menos mal que estaba su suegra, Catalina, para decirle qué hacer con ese demonio rubio que gritaba hasta que los pulmones le quedaban como dos globos aplastados.  Pero para darle la derecha a Berthita, ella nunca supo cómo se hacía para criar hijos, rol que se aprende imitando a la madre que uno tiene enfrente o alguien que ocupe con idoneidad ese laburo tan difícil y vital en la educación de los hijos.  Tampoco había un Dr. Socolinsky en la tele y digamos que en esa época mi abuela no gozaba de muchas amistades ya que se había pasado el ochenta por ciento de su corta vida encerrada como Rapunzel en el altillo.  Así que sin modelo a seguir, Berthita se encargó de sacar adelante con vida a Mirthita.  Hasta ahí llegó su amor.  No lo digo yo, me lo dijo siempre mi vieja “tu abuela nunca me quiso” y a juzgar por su comportamiento, el que yo pude observar a través de los años compro la versión de ella.

Mamita, de ahora en adelante “la caprichosita” se convirtió en hija única y el talón de Aquiles de mi abuelo Guillermo.  Se ve que a mi abuela la experiencia maternal le fue tan placentera que se arrancó los ovarios con la mano y se los dio de comer a los perros.  O no tuvo más sexo, cosa improbable porque siempre tuvo miedo de que le roben al marido (es el día de hoy que amenaza a las compañeras del Geriátrico para que no se les ocurra posar su mirada en su buen mozo caballero, fallecido hace más de treinta años).  Pero para comprender a mi madre hay que volver indefectiblemente a mi abuela.  Son como el yin y yang, opuestos que se atraen, interdependientes que se consumen y generan entre sí…un nudo difícil de entender si uno no las hubiera visto en acción.  Mi abuela tildaba a mi vieja de caprichosa insoportable y mi vieja buscaba refugio en la casa de su abuela Catalina (la tana de pocas pulgas).  Ella se la pasaba todo el día ahí en busca de cariño y de alguien que la iniciara en todos los vicios que la consumirían a lo largo de su vida.  Aprendió a jugar a las cartas con tanta habilidad que hubiera dejado dando lástima a los participantes de Poker Stars.  Prendió sus primeros rubios a los catorce años en el patio de la casa de Morón hasta convertirse en una fumadora compulsiva.  Ni la muerte temprana del hijo menor de Catalina “el famoso Tío Coco”, por efisema, pudo iluminar a mi madre a tiempo para largar el faso.  Calculo también, que en esa infancia plagada de amor y vicios, Catalina le habrá hecho probar sus primeros vasitos de grapa, licor y el auténtico café “petróleo” del que mi vieja sigue siendo fan absoluta.

Con una madre que siempre le hizo saber que su presencia era una molestia, no es raro que mi vieja haya pasado la mitad de su vida adulta gritando a los cuatro vientos “no la quiero”.  Toda una declaración de desamor que tiene un digno justificativo.  Sin juzgar, solamente repasando los hechos tal cual uno los ha escuchado y vivido.  Mi mamá, se fue convirtiendo de a poco, en la locura de mi abuelo.  Vino a cubrir la necesidad de “socia en la joda” que mi abuelo necesitaba.  Fue un buen padre, doy fé.  La llevaba a nadar en la playa, le enseñó a manejar antes de que llegara a los pedales y mientras estuvo con vida accedió con ternura y locura a todos sus caprichos hasta iniciarla en los juegos de azar (vicio que la acompañaría desde el Casino hasta el Bingo mientras la billetera y el cuerpo aguantaron).  Con la corona de hija única patinándole en la nuca, mi vieja no dio demasiado laburo a nivel estudio; se encargó de cerrarle bien el culo a la madre para que no tuviera oportunidad de rezongar por nada.  Buena estudiante, buenas calificaciones, Reina de belleza escolar, llegó a desfilar en una pasarela y salir en un diario (que mi abuela secretamente conservaba en una caja de zapatos junto con otros recuerditos como sus cartas “hot” y una foto de su padre).  Así se gestó la rivalidad entre estas dos mujeres.  Mi vieja era preciosa, mi abuela antes de pasar por un quirófano era la hermana menor del Conde Olaf (de Lemony Snicket); siempre basándonos en los cánones de belleza de la época y la presión social que existía y existe con respecto al aspecto físico de la mujer.  Sin embargo, para mi abuelo, la Condesa Olaf le había cerrado desde un principio.  Claro que todo principio tiene un final y en este caso fue una cirugía descomunal que mi abuelo pagó satisfaciendo uno de los  tantos
antojitos de estas dos mujeres que ahora gobernaban su vida.

Mi abuelo, a quien furtivamente pude verle un testículo fugitivo en la playa que se escapó de un suspensor flojo, era demasiado bueno (cabe destacar que la experiencia, a mis quince años me llevó a terapia de un fulbazo en el orto).  Pero retomando el testículo de mi abuelo, con los años rebobinando la escena de la playa (no sé por qué escucho de fondo en mi cabeza “no culpes a la noche, no culpes a la playa” de Luismi); me sorprendió el tamaño de esa bola.  No porque fuera inmensa, sino porque buscaba aire desesperadamente y porque conociendo a mi progenitora y a la suya, mi abuelita…me sorprendió que no arrastrara ambos escrotos por la arena dejando un surco del tamaño que deja el rastrillo que pasa el carpero del balneario a las 19 hs. buscando puchos y objetos de valor.  Si mi abuela hubiera sido una enfermedad, hubiera sido una venérea, si hubiera sido un político, hubiera sido Margaret Thatcher, si hubiera sido un bicho, hubiera sido una ladilla.  Molesta, inconformista, insatisfecha, rebelde, egoísta y celosa; ella quería a mi abuelo todo para ella.  Y todo lo que tenía mi abuelo también.  Nunca supo muy bien expresar cariño a nadie salvo a su pareja, le daba todo a él y al resto los restos.  Lo cuidó como un Rey y pocas personas pudieron entrar a ese palacio que ella construyó para él.  Su siesta era sagrada, sus mates eran sagrados, su ensalada de palmitos con pollo era intocable (inclusive para nietas que venían de la playa con la hambruna de ocho horas al sol metiendo panza sin ingerir ni media gota de otra cosa que no fuera Tab o agua mineral).  Pero mi abuelo, ningún boludo y criado por una madre amorosa, supo desarrollar afecto hacia sus descendientes; hacía todo de zurda para no violentar a su precioso collar de melones.  Así es como mi vieja gozó de autos Okm., dinero para gastar en ropa y la anuencia para casarse con mi papá; que calculo, a los ojos de la vieja sería un “tarambana” (modismo argento para nombrar a alguien alocado e informal).

Entonces mi abuela brindó con cara de orto en todas las fotos del casamiento de mis viejos.  Todavía no sé muy bien si le molestaba mi papá, le jodía que mi vieja fuera feliz o que existía lo posibilidad de que mi vieja siguiera engendrando competencia para su afecto hacia mi abuelo.  Lo que pasó, pasó.  Aparecimos mi hermana y yo, no en ese orden, pero vinimos a terminar de cagarle la vida.  No es que no le cayéramos en gracia.  Éramos divertidísimas, confinadas al lavadero y la habitación de la empleada doméstica (que se suicidó cuando éramos chicas, igual que una hermana de mi abuela…no hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta que mi abuela era más dolorosa que la formación del Sarmiento encima de tu cuerpo).  Tuvo que desaparecer mi abuelo, lamentablemente, para que mi abuela comenzara a encontrar amor donde antes no lo veía.  Lo encontró en su empleada doméstica, Mercedes y en sus hijos.  No puedo negar que tuvo atisbos de cariño con nosotras, sus nietas verdaderas, de vez en cuando (y si agarraba una buena racha en el Casino) nos tiraba dinero para comprar bikinis en Mar del Plata.  Pero hizo con nosotras lo que a ella le hizo la mujer de su papá.  La heladera prohibida, el baño para mear los centímetros cúbicos justos y a la hora correspondiente, el calefón se apaga a tal hora y si no te bañaste fuiste.  Su departamento de la playa era SUYO, y nosotros siempre fuimos infiltrados, ocupas.  Andaba detrás nuestro revolviendo placards en busca de material prohibido (calculo que marihuana, pornografía o alguna excusa para mandarnos de vuelta a nuestras casas).  Hasta el uso del teléfono era cronometrado religiosamente con un Rolex de pulsera que usó hasta que la taclearon en la Avenida Santa Fé y le arrancaron de la muñeca.

Retomando a la madre que me parió, que es la que nos interesa en esta entrada del blog.  ¿Qué se podía esperar como resultado de semejante crianza?  Les cuento.  Una fumadora compulsiva que pitaba hasta con broncoespasmos, que encendía cigarrillos cada dos horas de noche ya que el cuerpo se lo pedía a gritos sin dejarla dormir (matizaba un faso y una cucharada de jarabe antitusivo).  Llegó a fumar en la habitación de mi hijo de tres años que sufría de los bronquios, la tuve que echar de mi casa a las tres de la mañana en camisón por desobediente “no fumes en la habitación de mi hijo por favor”- le había advertido previamente.  Le suplicamos con mi hermana que deje de fumar por su bien y el de toda la gente que la rodeaba.  Se jactaba de que la ley de prohibición de fumar en bares no estaba implementada en provincia poniendo el brazo detrás de la silla tirándole el humo en la cara al bebé de la mesa contigua.  ¿Qué se podía esperar de esa crianza?  Una mujer adicta a todas las adicciones posibles menos las sanas.  Su vida, una vez desaparecido el amor de su vida, Juan Carlos (segunda pareja con cama afuera), fue en caída libre hacia el estrellato.  El estrellato contra una pared de hormigón que la dejó postrada, sin motivos, sin amigas y con dos hijas que intentan satisfacer sus caprichos como lo hiciera mi abuelo pero con escasos recursos.

Sin embargo, supo reponerse de una adicción al alcohol, que siempre me dio mucho orgullo sabiendo a ciencia cierta que muy pocos pueden salir sin volver a caer.  Mi vieja permanece sobria hace treinta años y desde hace cuatro años los tres atados de Colorado que se fumaba por día pasaron a la historia.  Supo, con entereza y voluntad, deshacerse de sus dos mejores amantes.  Eso me llena de admiración y encuentro una virtud donde muchos verán un defecto de fabricación.  Y si, digamos que su fabricación estuvo llena de errores, hay que ser muy hembra para digerir tanta mierda y no convertirse en una cloaca grande como la pileta de GEBA.  Nunca faltó a un acto escolar, hecha percha, agarrándose de las paredes yo sabía que estaba ahí por su tos seca de fumadora empedernida.  Era la que me llevaba a los mejores médicos y dentistas, la que a regañadientes me daba todos los gustos y hasta supo cocinar bastante bien aunque mi viejo opine lo contrario.  Yo sabía que podía contar con la mina.  Me iba a buscar a los cumpleaños de quince en plena dictadura militar, en camisón con un impermeable encima, y repartía a todas mis compañeras en diez cuadras a la redonda.  Me llevaba a la peluquería y yo sabía que podía compartir con ella solo unas pocas cosas que teníamos en común.  Porque nunca la embocó con un regalo, creo que porque no me conocía y para ella un libro o música era tirar la guita.  En eso compartía más cosas con mi hermana, por eso nunca entendí por qué me regaló una reposera para mis diecinueve años para tomar sol cuando fui anti Febo desde que nací (y mi hermana un miembro dilecto de las “Adoratrices del Rey Sol y Rayito de sol filtro menos veinte”).

Mi vieja ahora, habiendo gastado sus balas como mejor le gustó, sin aceptar consejos ni sugerencias; soberbia, petulante e independiente se ve confinada en un departamento que logramos salvar de la timba (algo que solo frenó la falta de divisas, esto no fue una mera derrota al vicio) entregando sus días a dinamitar nuestras neuronas con culpas y demandas que lamentablemente no podemos satisfacer aunque quisiéramos.  Hablar con ella es escuchar una lista de quejas sobre la factura del celular, el pésimo servicio de cable, los dólares que cree le sobraron de alguna transacción inmobiliaria espolvoreando la semilla de la duda como si no fuera ya bastante duro ver a Carola Casini (porque mi vieja era un as del volante, una maravilla a la altura de Fangio) que apenas se puede desplazar de la cama a la cocina.  Llamarla es entrar en línea directa con una fábrica de miedos y una destilería de culpas que, ya le advertí, entiendo no lo hace para perjudicarnos porque estoy segura de que nos ama con locura; pero que termina evitando el contacto porque hablar con ella es como tomar un litro de ácido muriático on the rocks.  Horada por dentro, sus latiguillos son “pooooobreeee” (si se entera de que nietos o hijos están laburando, porque para ella laburar es una maldición gitana, evidentemente) o su consabida “tengo miedo de que…(completar con lo que se les ocurra)”.  Es portadora de todas las noticias nefastas del planeta ya que se alimenta a noticieros que presagian plagas, accidentes en las rutas que transitan nuestros hijos, incendios en boliches, asesinatos, robos a mano armada y todo aquello que pueda paralizarte en menos de cinco segundos como el veneno de la Black Mamba (la serpiente venenosa de Kill Bill).  A veces entro a ducharme y puedo escuchar la explosión del termotanque, puedo ver a mi hijo incrustado debajo de un camión a mitad de la noche o a mi sobrino preso por tenencia de estupefacientes en algún país latinoamericano.

Eso genera mi vieja, ese extraño trago semi-amargo, mezcla del Campari que tanto le gustaba con un poco del dulzor de una naranja.  Por momentos escucha, entiende y hasta aconseja bien.  Por momentos querés estamparla contra una pared hasta que se le impriman los ladrillos en todo el cuerpo.  Por momentos querés acurrucarla, acunarla hasta que se duerma y no le duelan más las piernas, y a los dos segundos querés salir corriendo hasta La Paz-Bolivia para aprender a hacer artesanías y darle la mano a Evo.  La extrañás, la pasás a buscar y en cuanto te trajeron el café querés troquelarte las venas con la cucharita.  Tiene ese poder fascinante, endiablado, hipnótico de atraerte para derribarte como un misil tierra aire.  Te dinamita la autoestima (como lo hizo mi abuela con ella) esbozando “me parece que tenés unos kilitos de más”, “te dejaste los rulos? Ahhhh bue,  más rubio y más lacio te queda mejor”.  A ver mamá: siempre voy a tener unos kilitos de más porque me gusta morfar y chupar.  Me gusta leer, escribir, ver la misma peli que me gustó cien veces (aunque para vos esa sea una extraña adicción), me gusta tener amigas jóvenes (y eso no me convierte en una freak pendevieja) porque me nutren de alegría, música, recomendaciones de cine y teatro y porque me contagian su entusiasmo.  Siempre tuve rulos, lamento haberlos planchado sistemáticamente para complacerte (primero con la toca, después con la planchita y luego el alisado) y temerle a la humedad y la neblina como si fueran la nube de Chernobyl.  Lamento no ser la flaca lacia rubia de tus sueños, no voy ni quiero ser Valeria Mazza.  Soy yo, la que te cocina los fideos que te gustan y las milanesas con mucha provenzal.  Lamento también el daño que te hizo tu madre y lamento el daño que le hizo a ella su madre; porque tu vida hubiera sido diferente si te hubiera criado alguien con dos dedos de frente y un poco de amor aprendido en el calor de un hogar sano.  Sin querer, sin un propósito de destruir pero causando idéntico daño, dinamitaste nuestras cabezas.  Sé que si te dieras cuenta llorarías hasta el 2018, por eso te sigo buscando con algunas licencias como sacar la cabeza del agua de vez en cuando para respirar, y volver a sumergirme en tu inframundo oscuro y lapidario, sentencioso y prejuicioso.  Estoy segura de que nos querés, estoy segura de que te quiero.  Pero es difícil sostenerse en pie cuando hay un tsunami de tragedias, demandas y quejas a tu alrededor.

Pero, si hay algo que redime a mi madre es su producto, sus hijas.  Estamos lejos de ser perfectas, estamos llenas de temores, conflictos, defectos de construcción y errores que ya no sé si curan un Psicólogo o una tortilla de clonazepam.  Pero somos dos buenas personas, honestas, laburadoras, buenas madres y sobretodo buenas hijas.  Algo de lo que hiciste funcionó bien, lograste sobreponerte al modelo, a la educación y a pesar de las contras construiste esto que somos.


Espero que el “Todo sobre mi madre” de mi hijo, si algún día lo escribe, pueda contar con un poco más de cosas bonitas.  Seguramente va a tener una lista de  cosas para reprochar, espero haber cometido errores nuevos, de esos que no pude ver en mi madre y mi abuela.  Espero no haber tropezado con las mismas piedras, haber aprendido o heredado lo bueno y evitar aquello que pude identificar en carne propia…duele como la puta madre.  El amor, deformado, encriptado y enviciado llegó.  No sé cómo pero llegó.  Ojalá esté llegando ahora, al bisnieto de Bertha, al nieto de Mirtha y al hijo de la que suscribe.

domingo, 27 de julio de 2014

LA MALDAD







Ensayo sobre algunos rasgos de la condición humana

Intentado razonar sobre la motivación que incita a una persona a ejercer y/o infligir algún tipo de daño material, psicológico o espiritual a otra; pude observar que existen ciertos rasgos que se repiten en aquellas que dedican a hacerle la vida miserable a los demás.  Pero lo que más me llama la atención, es el caso de esos individuos que sin motivo alguno, eligen un objetivo para convertirlos en blanco de su destilería de veneno.  Puedo entender perfectamente el “ojo por ojo”, si alguien devuelve gentilezas veo la motivación aunque la justifique o no, dependiendo del caso.  Pero no logro decodificar a aquellos seres que se meten con alguien del que no saben nada o que simplemente no les ha dirigido ni siquiera la palabra, menos aún una mirada.  Pero la realidad es que a través de los años me he cruzado con un puñado (chico, gracias a Dios son minoría) de personajes que dedican sus vidas a cagarle la vida al otro.



La génesis del maldito

Bichos malos en la adolescencia y la juventud, uno no puede imaginar que en la infancia hayan sido letales.  Ningún niño pequeño lo es; de mostrar alguna característica malvada, se puede inferir que la criatura en cuestión estuviera comenzando a copiar actitudes de su entorno (escolar, familiar, social).  Salvo casos de enfermedades psiquiátricas severas, los chicos son inimputables.  Pero se podría pensar que ese niño es la semilla del adulto que un día va a desarrollar cualidades negativas y nefastas para sus congéneres si estuviera sometido a abusos por parte de algún miembro de la familia o sufriera privaciones que le dejaran heridas lo suficientemente profundas como para querer desquitar su ira aplicando la Ley del Talión a ignotos, incautos e ilustres desconocidos que no logran salir de su asombro cuando reciben sus viles ataques.  Podríamos decir entonces, que el nacimiento del “sorete” de libro, es una persona que en su infancia ha sufrido y merece en primera instancia nuestra compasión y solidaridad.  La persona que es mala como adulto, encierra a un niño al que le ha faltado amor, compañerismo, alimentos, juguetes, ternura, abrigo o han padecido alguna clase de abuso por parte de hermanos mayores, tíos, abuelos, progenitores, docentes, etc.  Con esto no quiero decir que todas las personas que fueron abusadas o han sufrido falencias en su infancia, necesariamente se van a convertir en una porquería de ser humano.  Sólo imagino esto, como la única explicación posible para la maldad per se.   De otra manera, me resulta inexplicable que alguien pueda gozar lastimando a otro ser vivo, salvo a una cucaracha (debo confesar que he pisado unas cuantas sin cargo de conciencia).

Malvados, trastornados y diabólicos (receta infalible para detectarlos). 
Si encontrás más de tres ítems probablemente estés enfrentando a un flagelo importante para la raza humana, mi consejo es que te resguardes en lugar seguro hasta que dirija sus gentilezas hacia otro objetivo.  O bien dediques tu tiempo a joderle la vida.  Tu tiempo vale mucho, yo no lo desperdiciaría en eso; pero cada quien es cada cual y sobre gustos…los colores.

Falta de amor: La persona que rompe las pelotas no ha encontrado todavía a alguien que lo ame lo suficiente como para salvarlo y entretenerlo.  El amor cura la maldad, la neutraliza.  La persona que se siente amada (ya sea por una pareja, amigos, parientes, etc.) y retribuye amando, pierde el interés en cuestiones pueriles y en el chiquitaje diario que lo saca de ese estado “OMMM” y le otorga ese resplandor de felicidad en la cara que tanto apabulla a quienes no conocen el amor.  Esto no significa que no hayan formado pareja, generalmente necesitan de compañía porque no soportan estar solos, es jodido estar con uno mismo cuando uno mismo es un ser aburrido, vacío y carente de motivaciones positivas tales como talentos, pasiones o hobbies que enriquezcan la vida.  En ese caso, buscarán aparejarse con la primer persona que se les acerque sufriendo la frustración de tener la absoluta certeza de que conviven con un placebo, un muleto; alguien que ocupa un lugar vacío como la butaca del colectivo o el cine.  Simplemente un hueco tapado con papel higiénico para que no penetre el frío de la soledad.

Falta de sexo: La persona que no tiene actividad sexual, autogestionada o con partenaire; o la vulgarmente conocida como “mal cogida” es condición sine qua non en este tipo de personajes.  No significa que no exista actividad sexual, a veces existe en cantidades industriales; pero como son personas con poca autoestima, se dedican a complacer al otro antes que a ellos mismos (ya sea para retener a una pareja o en un intercambio de favores y fluídos que poco tienen que ver con el goce y la plenitud sexual).  La persona “bien atendida” como se la suele nombrar, ha invertido sus energías en satisfacer sus pulsiones sexuales, no tiene resto para enroscarse en cosas que podrían robarle esas endorfinas ganadas en el polvo monumental de la noche anterior.  Esa sensación de tranquilidad, paz y alegría que deja un buen estampamiento funciona exactamente igual que una vacuna contra el quilombo.  Nadie en su sano juicio está dispuesto a perderla buscando mierda para joderle la vida al otro.

Baja autoestima: Estos individuos no están satisfechos con lo que son, no están orgullosos de lo que fueron y probablemente deseen ser como alguien más.  El problema radica en que no saben cómo.  No se quieren, no se respetan, no se miman ni invierten medio segundo de sus vidas en conocerse, entenderse y descubrir sus pasiones.  No disfrutan de nada en particular que no los perjudique de alguna forma.  Por eso se autocastigan sin siquiera registrarlo.  Se vinculan con gente tóxica, forman relaciones de pareja abusivas y suelen caer en vicios o adicciones que terminan perjudicando su salud y relaciones interpersonales.  Probablemente estén en la búsqueda desesperada de objetos materiales que satisfagan momentáneamente ese hambre espiritual del que no pueden deshacerse porque el vacío que sienten no se aloja en un lugar físico ni se resuelve con una bandeja de sushi o un Smartphone.  Se entiende, quedarse solo con uno mismo y no poder enfrentar la imagen que devuelve el espejo sin bajar la cabeza con vergüenza o resignación debe ser durísimo.

Ausencia de pasión: Con pasión no me refiero a la pasión devenida del sexo o el amor.  Me refiero a la pasión por algún deporte, hobbie o actividad que uno hace para uno mismo en franco acto de amor propio.  He conocido gente que toca instrumentos musicales, devora libros, consume cine en megadosis.  Gente que ama un deporte y lo practica toda vez que tiene media hora libre.  Personas que se cargan la mochila al hombro y salen a vivir aventuras porque aman la naturaleza y están ávidas de aprender todo sobre aquello que los fascina.  Gente que estudia sin la motivación obvia del dinero, lo hacen para conocer, para trascender fronteras y alimentar el alma antes que el culo.  Existen personas que además de cultivar una pasión, y a modo de bonustrack, invierten su tiempo en forma altruista para ayudar al prójimo.  Personas que disfrutan llevando alegría a un hospital infantil disfrazadas de payasos o acompañando toda la noche a un enfermo que no tiene un ser querido que le alcance un vaso de agua.  En fin, el apasionado no pierde tiempo para romperle las pelotas a otro.  Tiene mejores planes, cosas mejores para hacer.

Insatisfacción crónica: Al turro de pizarra no hay poronga que le venga bien (perdonando la expresión).  Por eso nunca se llenan coleccionando objetos materiales, nada les alcanza, siempre quieren más…aunque no sepan bien más de qué.  Generalmente quieren lo que ven, y sobretodo lo que ven en las manos de otro.  Y como el deseo no es genuino, una vez que tienen eso en las manos pierden ferozmente el interés en el objeto.  Ven el vaso medio vacío siempre.  Siempre falta.  No se sabe bien si es una falencia que arrastran de una infancia árida, me inclino a pensar que no.  En general es todo lo contrario, ya que quienes han sufrido la falta de cosas materiales suelen valorar y disfrutar mucho más lo obtenido con esfuerzo.  Más bien es la falta de alguna persona del entorno familiar que les enseñe a ser felices con la mano de la baraja que toque.  He visto personas con un poder adquisitivo enorme y sin embargo no le han encontrado la vuelta a la alegría.  Y he visto gente con escasos recursos disfrutando de la vida con una fuerza y un entusiasmo que muchas veces envidia aquel que lo tiene todo y no sabe qué hacer con eso.

Envidia: Muy probablemente, aquel que se ha puesto como objetivo romperte las bolas, quiera algo de lo que vos tenés.  Si van a por vos, es porque vos sos una foto caminando de algo que les apetece.  Puede ser algo material, algo social o algún rasgo de tu persona que necesitan emular.  La envidia es un motor muy potente para aquellas personas pobres de espíritu, que lejos de alegrarse con el logro del otro, sienten la compulsión de joder al que se puso de novio, cambió el auto o estrenó ropa nueva.  Por eso se encargan de desacreditar aquello de lo que ellos carecen y que a los demás les sobra.  Llámese televisor LED, un sándwich de milanesa o un laburo nuevo; estas personas están diseñadas para encontrarle la mosca a la sopa, el color horrible al auto del vecino, la celulitis de la “amiga”, el naso del novio de aquella y la poca guita del trabajo nuevo que acaba de conseguir el que fue convocado a trabajar en tal Banco porque es un cráneo.  Más ocupados en desvalorizar que en averiguar la receta para alcanzar alguna de las metas que los demás consiguen sin mirar para los costados, estos individuos son amigos de lo ajeno, pero exclusivamente en las buenas.  Eso significa que quieren eso, pero no piensan invertir un gramo de cerebro ni esfuerzo (ni que hablar de trabajo) para obtener aquello que tanto desean.  Como no están dispuestos a andar ese camino hacia el objetivo deseado, lo más probable es que se inclinen a nivelar para abajo poniéndose como meta que el otro pierda aquello que a ellos les da tanta bronca que tengan.

Sentimiento de que se les adeuda algo o están para más: Esta gente tiene una sensación de que alguien (llámese Dios, la suerte, el destino, la pareja o el jefe) les debe algo.  Al principio es una sensación, luego se convierte en una certeza y con el correr del tiempo una deuda que están firmemente dispuestos a cobrar.  Si la cuñada tiene una cartera de cuero, el personaje en cuestión va a convertir esa cartera en una deuda a cobrar a su pareja sin pasarle por la cabeza el hecho de que a lo mejor esa cartera se la compró con su sueldo porque es útil haciendo lo que hace o bien se la regaló su marido porque es una compañera de la ostia y no un volquete de reclamos con cara de orto.  Todos les deben algo.  Lo más probable es que con alguna gente utilicen una ofensiva sutil, sugiriendo todo el tiempo aquello que quieren y desean (ahora YA) o bien pelarán la víctima indefensa con cara de María Magdalena y un llanto desproporcionado que invita al varón caballero a salir corriendo para proteger a la damisela en peligro comprando una cartera de tres mil pesos. A algunas y algunos les funciona bastante bien por un tiempo, pero el gato de Shrek, de mirada lánguida y ojos tiernos no tarda mucho en mostrar las garras y su verdadera naturaleza (que es más parecida a un dragón de Komodo que a un gatito en peligro).  Los hombres también suelen pelar estrategias de este estilo argumentando que no pueden sacar a pasear a su novia porque no tienen un mango o están volando de fiebre cuando en realidad las castigan porque la última vez que salieron no fueron lo suficientemente “gauchitas”.  Otra vez, la deuda, o “yo estoy para más que bancarme esto”.  Pero como suelen ser gente mediocre y de escasos recursos mentales, la salida más fácil es convencerse de que la pelota está en la cancha del otro, el otro es el que tiene el poder de otorgarles aquello que necesitan y si no se les da pondrán la culpa en el patio ajeno.

Necesidad de agrupamiento: Estas personas necesitan desesperadamente encontrar aliados, gente a quien transmitir su dogma de odio y resentimiento.  Es por esto que se los ve continuamente haciendo lobby y desparramando un cuento distorsionado de la realidad; la realidad que ellos quieren que el otro vea, para llegar a sus objetivos.  Entonces se rodean de gente de poco raciocinio, escaso sentido común y valores similares a los que ostentan ellos para recitar su evangelio según “yo el resentido al que todos le deben algo, pobrecito yo” en una suerte de analogía del flautista de Hamelín (la flauta es un instrumento que esta gente maneja de maravillas) con el fin de que un enjambre de ratas adormecidas acepte y obedezca sin cuestionamientos sus venenosas diatribas y sus jugarretas tóxicas.  Es muy común que utilicen a las personas a quienes cooptan para sus fines, con recursos reprobables y las utilicen como piezas de ajedrez para llegar a concretar sus planes.  Así es como se los puede ver cual Yago en “Otelo”, derramando su ponzoñosa verborragia en secreto de un oído en otro, enfrentando a gente que apenas registra este juego vil que de a poco los convierte en cómplices de un enfrentamiento social/pelea familiar/crisis laboral al que nunca hubieran entrado de haber visto en el primer momento la maniobra a la que fueron expuestos. 

Mentirosos compulsivos: Este tipo de personas usa y abusa de la mentira en todos sus grados y colores.  Desde la mentira blanca hasta la más ominosa de las elucubraciones, esta gente está dispuesta a fabricar todo tipo de argumento sin fundamento para lograr que dos amigos se distancien, una pareja les perdone algunos deslices o un jefe los considere para otorgar algún tipo de excepción o favor.  Habilidosos para el engaño, estos especímenes suelen arrastrar en su telaraña a personas de buenas intenciones pero poco carácter con un alto grado de credulidad, ingenuidad y necesidad de apoyo.  Se valen inescrupulosamente del débil  y de aquel que puede servir a sus fines (ya sea porque tiene poder, acceso a información, dinero o es la pieza que se necesita cual peón en el ajedrez para escalar).  Por supuesto, en cuanto la persona utilizada intuye el juego, será sacrificada y arrojada al extremo opuesto del tablero convirtiéndose instantáneamente en alguien a quien fagocitar para llegar hasta el objetivo.

Simulación permanente: Gente como la que estamos describiendo no puede mostrarse tal cual es ante la sociedad.  Es así como arrastran un personaje por la vida que muchas veces pesa tanto que termina por caerse de vez en cuando y revelar brevemente su verdadera naturaleza.  Todo lo que hacen, cómo se visten, hablan y se manejan con los demás (fuera de la fortaleza hogareña y a veces ni siquiera) es camaleónico.  Pelan en segundos la cara que necesitan de acuerdo a la necesidad del momento.  La víctima, el ganador, el inseguro, el docente, el buen samaritano, el religioso, el experimentado, el frágil, el vivo o el inofensivo.  Todos los disfraces del Colón en una sola persona que actúa frente al espejo la cara que va a poner al día siguiente para convencer a su socio de algo para obtener una ventaja.

Ventajeros: El famoso dicho “este no da puntada sin hilo” se refiere precisamente a esta cualidad, sacar ventaja en forma deshonesta de toda situación que se lo permita.  Están entrenados para este fin, como quien juega al tenis desde los tres años; estas personas tienen un talento increíble para quedarse con los vueltos, vender pescado podrido y encontrar la grieta donde colarse para terminar primeros en la fila hacia aquello que desean.  La tajada más grande, el sillón más cómodo, una compra que jamás terminan de pagar abusando de la confianza del vendedor; cualquier situación de intercambio de dinero los tiene operando hábilmente para rapiñar antes que nadie lo que quieren y por supuesto, con el mínimo esfuerzo posible.

La ley del menor esfuerzo: Aquel que pulula por la vida con poca o nula ocupación, buscando el dinero fácil y alimentarse del trabajo ajeno es de por sí alguien de quien cuidarse.  Porque el que se dedica a agenciarse lo que corresponde, está abocado pura y exclusivamente a cumplir sus tareas de la mejor manera posible para ganarse su sustento y cuidar su trabajo.  Es raro ver gente inteligente y útil dedicada a sembrar discordia y desparramar sus miserias llevando y trayendo información mentirosa útil a sus fines más despreciables.  Es justamente el inadaptado, el mediocre y el carente de talento e iniciativa; quien debe valerse de estas maniobras para reemplazar aquello de lo que carece, gastando la menor cantidad de energía y obtener así un inmerecido rédito.

Como última cualidad, podríamos destacar la rabia y frustración subyacente que se cocina a fuego lento en el interior de estas personas como un guiso que crepita dentro de una olla a presión a punto de estallar.  Tarde o temprano sucede que al “carancho” se le acaban los trucos y tienen que repetir la misma acción que alguna vez le diera resultado, pero que a la larga termina por evidenciar su estrategia pedorra…arrojarse arriba de un auto, fisurarse un dedo de la mano cobrando un seguro que le permita  continuar obteniendo lo que los demás tienen, sin mover ese y ningún dedo.

Una cancioncita que los describe…



LETRA Y MUSICA DREAD MAR I

Nunca peleas por tu vidaa 
y esa es la verdad 
Siempre prefieres 
lo facil, eso es realidad 

Y el malvado no te ayudara 
el malvado de ti se reira 
el malvado no te ayudara 
el malvado de ti se reira 

Mira al cielo ahora 
o pronto caeras 
mira al cielo ahora 
o el tren se pasara 

porque el malvado no te ayudara 
el malvado de ti se reira 
el malvado no te ayudara 
el malvado... 

Todos sacaran provecho 
de tu debilidad 
depende de ti vivir como un raton 
o como un gran leon luchar 

porque el malvado no te ayudara 
el malvado de ti se reira 
el malvado no te ayudara 
el malvado...