lunes, 23 de octubre de 2017

MI CARTERA PESA DIEZ KILOS



Mañas son mañas y mi cartera es una flor de manía


Como condenado a la horca, he pasado medio siglo con un grillete atado a mi brazo, arrastrando un ancla de diez o más kilos (no me he tomado el trabajo de pesarla, hoy juro que lo hago).  Nunca se me ocurrió asociar el músculo torneado de mi brazo derecho ni la tortícolis de ese hombro al inusual peso de mi cartera.  Ni se me pasó por la cabeza pensar en lo que ponen las demás en sus bolsos; mi bolso es parte de mí, de mi naturaleza y una extensión de mi casa cuando no estoy en ella.  En realidad, dentro de mi casa suelo llevar mi cartera donde vaya.  Ella me acompaña al baño y a dormir, a cocinar o al jardín.  Porque existen cosas que solamente viven ahí adentro, en mi fiel acompañante. 
Cabe destacar que cada quien adopta sus mañas de quien lo ha criado, en mi caso heredé el insólito apego a mi cartera de mi vieja.  Ella se acostaba con la cartera al costado de la cama y se trasladaba por todas partes con la cartera en el brazo o en la falda (de hecho muchas veces ha ocupado el lugar de un comensal en fiestas familiares, cumpleaños y salidas a comer).  No hace falta que aclare que hago exactamente lo mismo, siendo además capaz de apuñalar a cualquiera que se atreva a sumergir media falange en mi preciado accesorio.
Es por este motivo, que he decidido hacerle un humilde post a este artículo tan entrañable y tan fiel que me ha salvado de contratiempos y vicisitudes a lo largo de mi vida.

Inventario de mis carteras

En realidad, la cartera es lo de menos.  Tengo muchas pero suelo usar una sola hasta el hartazgo.  Cuando la misma se convierte en la alforja de Charles Ingalls después de las siete plagas que azotaron su cabaña, recién ahí puede ser que decida utilizar alguna otra.  Las tuve de todos los colores, texturas y tamaños aunque siempre me incliné por las tamaño barco.  Es más, cuando opté por algo mediano, siempre utilicé un bolsito extra donde administraba todo aquello que no podía embutir en la "medium size".  Toda vez que me ofrecieron algo compacto, en una casa de carteras, algún bolsito pequeño con mucha onda y poco espacio...me retiré del local inmediatamente por miedo a caer en la tentación y terminar utilizando el minúsculo objeto para almacenar el costurero (mi amor hacia la costura queda suficientemente demostrado).
Con un museo de carteras y bolsos en mi haber, puedo decir sin temor a equivocarme que tengo el doctorado honoris causa de las carteras de mujer.  Porque además de usarlas las almaceno por si alguna vez sucediera una súbita escasez de bolsos y Dios sabe qué pudiera ocurrir.  Así que tengo aquella cartera que no puedo regalar por su valor afectivo, aquella que tiene el cierre roto y así va a terminar sus días en el fondo del placard.  Tengo aquella que compré en ese viaje donde el fucsia salvaje pareció una buena idea y ahora viéndola ahí encandilando con sus remaches dorados lastima la vista.  Tengo la que me costó un huevo y seis cuotas y la que me regaló un ex jefe porque no la pudo cambiar por algo para él.  Tengo aquella que me regalaron, no me gustó y vaya a saber porqué no la cambié cuando debía y también esa que me gustó cuando la compré, me dejó de gustar al día siguiente y estoy esperando que me guste para rescatarla del anonimato.  Tengo la de mi abuela, comprada en Europa hace cuatro décadas y la de mi vieja con cadenita Chanel (que todavía conserva un par de monedas, un encendedor y olor a ella).

Inventario del contenido de mi cartera (la que me acompaña todos los días de mi vida)


  • Billetera con cierre relámpago que parece un sandwich de milanesa al que se le pianta el tomate y la lechuga.  Abarrotada de tarjetas de débito y crédito, puntos y descuentos para librerías, supermercados y estaciones de servicios, ART, servicio médico, seguro del auto y afines.  Estampitas de santos, tarjetas personales del trabajo, tarjetas de amigos, familia y conocidos y también de plomeros/gasistas/restaurantes etc.  Papelitos de compras hechas con tarjeta de débito y crédito y de movimientos bancarios del 2009 en adelante.  Recetas médicas, recordatorios de citas para consultas y análisis.  Recetas de cocina en papelitos minúsculos.  Consejos y mantras de una psicóloga que me atendía en 1986 y que aún hoy conservo.  Entradas a espectáculos y parques que me arrancan una sonrisa.  Fotos de mi hijo y de mi marido.  El dni y la licencia de conducir además de la tarjeta de la grúa y un par de teléfonos de radio taxi.  En el monedero un par de monedas de mi país y algunas de países que visité, además de medallas del Papa y de las vírgenes que me acompañan desde el colegio secundario, además de la escarapela de metal.  Y el dinero?  (siga participando)
  • Una bolsa Ziploc con los siguientes remedios: Ibuprofeno, Hepatalgina, Buscapina, el remedio para la glucosa, varias tiras de clonazepam, omeprazol, curitas, colirio para los ojos, cepillo de dientes, dentífrico y un mini enjuague bucal.
  • Un bolsito que contiene cosméticos: Tres brillos labiales, tres lápices labiales, un delineador de ojos, un peine, un espejo, un polvo compacto, un rubor, dos limas de uñas, una pinza de depilar, un perfume, un frasco de quitaesmaltes, algodón y un esmalte de uñas.  Una cremita para manos de un hotel americano.
  • Un bolsito más pequeño que el anterior conteniendo: dos biromes, dos bandas para el pelo, dos broches para el pelo, los auriculares del teléfono celular y el adaptador para enchufarlo.
  • En un bolsillo interno de la cartera:  Billetes desparramados y monedas que no pudieron encontrar refugio en la billetera.  Además de una birome, una lima de metal, una mini navaja Victorinox, caramelos light de naranja (vencidos) y un par de boletas de depósito en cajeros automáticos.  Bandas elásticas: suficientes para flotar en el agua sin moverse.  Supongo que ante un naufragio estoy mejor posicionada que el amigo de Wilson.
  • En otros dos bolsillos internos (sin cierre): birome del trabajo de mi hijo (ultra valor afectivo) y la estampita de San Cayetano con la espiga y el pan de cerámica.  En el otro bolsillito hay dos tiras de caramelos light de frutilla, dos galletitas de esas que te regalan con el café (se ve que inconscientemente no estoy dispuesta a morir de inanición) y el DNI libreta que debería estar en casa pero lo saqué para votar y no lo devolví a su escondite original.
  • Boyando en libertad dentro del bolso existen: el cargador del celular sin enroscar (detalle que mi marido no comprende y él no comprende que no sé doblarlo estilo boy scout como lo hace él), un par de anteojos de sol, un par de anteojos de ver de lejos y uno de cerca cerca.  Una latita pequeña conteniendo más clonazepam (se ve que tengo miedo de quedarme sin la pastiloca en un ataque zombie), un paquete de pañuelos descartables, un abanico (que acredita mi membresía en el club de la menopausia), una lima de uñas de uso profesional, un pañuelo de tela, la dieta que me prescribió la nutricionista y varios resúmenes bancarios y de tarjetas de crédito. Varias tiras de papel con el detalle de las compras del supermercado desde el año 2010 a hoy.  Además, y como si esto fuera poco, un paquete de toallitas húmedas y un frasco de crema para manos.
  • Un mini bolsito que contiene dos o tres memorias USB con música (contenido suficiente para musicalizar unas 80 horas ininterrumpidas), un reproductor de MP3 y un costurero de esos que te regalan en los hoteles.  Una de las memorias incluye una brújula...por si las moscas...
  • Bolsillo exterior anverso: Otra escarapela, el botón antipánico de la alarma vecinal, una pinza de depilar y la lista de las compras de hace ocho meses atrás.
  • Bolsillo exterior reverso: Llaves del auto, llaves de casa, lima de uñas pequeña, dos brillos labiales y un papelito con un nombre de una persona que no conozco ni recuerdo porqué debería conocer (seguramente en el transcurso del año me haga falta pero lo acabo de tirar a la basura).
Visto y considerando la cantidad de elementos que arrastro todos los días, podría afirmar sin temor a equivocarme que puedo subsistir cuarenta días en el desierto, tres meses en una isla luego de un naufragio y todo un día fuera de casa.

Qué guardan ustedes en sus carteras?



viernes, 13 de octubre de 2017

OUTLANDER, LA SERIE DE TV

OUTLANDER ME TRAE PALPITACIONES




La escena del reencuentro (ojo, contiene spoilers)


Debo confesar que me tomó desprevenida.  Llevo leídos los libros infinidad de veces pero sigue sorprendiéndome el hecho de que existen ciertas cosas que las puedo revivir y gozar como la primera vez.  Quienes no hayan leído partes favoritas de la saga "Outlander" en un loop adictivo y frenético son unas mentirosas o tienen líquido de frenos en las venas.  Porque una fan que se precie de serlo ha de leer y releer compulsivamente la escena del casamiento, la noche de bodas, todos los polvos y estampamientos highlanderianos alguna vez escritos por la Gabaldon como si la vida nos fuera en ello; y también toda aquella escena donde Claire está al borde de pasar a mejor vida a manos de cazadores de brujas, violadores y delincuentes varios (por supuesto el rescate siempre es a manos de un Jamie salvaje y furibundo como a nosotras nos gusta).

Entre las escenas favoritas para darse un saque de droga literaria brutal, creo que la namberuán de toda la saga es la escena del reencuentro en la imprenta.  Es que una se ha pasado casi un libro leyéndolos separados, sumidos en el ostracismo sexual y el letargo de una vida cotidiana que de vida solo tiene el pulso de los protagonistas porque es un sin vivir gris y mustio.  Uno desea fervientemente (sobretodo la primera vez que lee) que la autora resuelva este abismo bestial al que condena a sus dos adorados protagonistas, robándonos a los lectores unos buenos veinte años de sexo majestuoso, amor y cariño; juntándolos como por arte de magia en algún momento (y que ese momento sea ya maldita bruja psicótica adicta al suspenso).  La primera vez que leí la escena, todo indicaba que el momento venía ya, después de tanta investigación y preparación, el reencuentro era un número puesto.  Sin embargo la autora decide jugar con el corazón del lector, que se come cuatrocientas palabras con detalles sobre el viaje en el tiempo, antes de llegar a nuestra Claire abriendo la puerta de la puta imprenta de Malcom...nuestro héroe por siempre jamás.  Y es aquí donde los corazones se detienen por un segundo, la sangre no llega al cerebro, el parpadeo de los ojos se vuelve lento y los lagrimones amenazan con inundar la habitación.  El reencuentro es un hecho, se miran y él se cae redondo al piso de pura emoción, el mismo piso al que uno desearía caer (de ser posible encima de Jamie); pero no, uno se cae sentado porque la emoción es tan violenta que una ligera lipotimia no se descarta en la primera lectura (conozco mujeres que se han desmayado en una segunda y tercera lectura también).

Me encontraba perfectamente apoltronada en mi cama, con la notebook en la falda, disfrutando de los menesteres del viaje de Claire, tarareando la música de la serie Batman de los sesenta; y como no había entrado a leer los comentarios del episodio no tenía idea de que el reencuentro iba a ser en éste.  Claire cosía su atuendo, preparaba equipaje y paff, como por arte de magia se bajaba de un carruaje en el medio de Edimburgo.  Si me hubieran hecho un electrocardiograma me hubieran internado de cabeza.  Mi taquicardia se podía escuchar en dos cuadras a la redonda.  Mis lágrimas empapaban mi camisón y tuve que poner la pausa para limpiarme los restos de máscara de los ojos que me impedían ver con comodidad.  Cuando la frecuencia cardíaca rozó límites normales le dí play al reproductor y saboreé esos últimos minutos del episodio con la mandíbula rozándome los muslos.  No podía creer que dos libros se hubieran comprimido en un par de episodios pero no podría haber estado más agradecida.  Verlos juntos nuevamente es un orgasmo literario y televisivo de alto impacto.  Gracias Ron por no alargar el período infame por cuya autoría la Gabaldon debería haber sido quemada en la hoguera.  Ahora solo resta gozar de esta pareja que hace las delicias de madres, hijas y abuelas.  Qué será lo que se viene?  Difícil saberlo, así como comprimieron un libro, uno podría pensar que harán lo propio con lo que se viene.  Espero sepan elegir qué mostrar.  Yo, personalmente, me quedo con las aventuras de este dúo que me roba el sueño desde hace quince años.  

Crucemos los dedos para que nos muestren lo que queremos ver!!!


domingo, 9 de julio de 2017

EPISODIOS ELECTRODOMÉSTICOS


De como George Clooney me encajó una Nespresso en un Hot Sale



Me fumé los comerciales de las cafeteras Nespresso durante años.  Nunca me importó demasiado el aparato, me quedaba medio atontada con los ojos como dos huevos fritos mirando a Clooney y sus trajes impecables color gris en contraste con sus camisas almidonadas color blanco nieve.  Eso, sumado a su tono de piel eternamente bronceada y sus canas perfectamente peluqueadas hicieron que el famoso café pasara desapercibido delante de mis retinas.  Es más, miré esos comerciales intentando recordar qué vendían, sin éxito.
Hace un par de meses una compañera de trabajo estaba tecleando en la computadora "on fire" sacándole chispas al teclado al compás de las ofertas de un infame "hot sale"; me comentó que había adquirido la famosa cafetera a un precio super accesible.  Tentada por la ganga, me embarqué en la misma operación y ambas pasamos las siguientes cuarenta y ocho horas esperando el mail para retirar lo que para mí era la lámpara de Aladino.
Como la ansiedad me gana, y suelo vivir con unas veinticuatro horas de anticipación, apenas recibí el mail salí arando con el auto para juntarme con mi famosa cafetera.  Entré al supermercado para comprar las cápsulas descubriendo con horror, al volver a la oficina, que me había atiborrado de cartuchos de café que no servían para el modelo que había comprado.  Conseguir que el supermercado me hiciera el crédito en la tarjeta es material para otra columna, sólo puedo decir que invertí más de cuatro horas de mi vida para hacerme del dinero y comprar las correctas (previo arrastrarme por el piso y poner cara de vaca camino al matadero).  Y todo porque no pude domesticar mi paciencia como para tomarme el trabajo de leer el manual del usuario o investigar algo sobre este mundo Clooney-Nespresso.
Llegué a casa con el aparato y las cápsulas correctas, como soldado que vuelve a casa después de un mes de vivir en una trinchera esquivando misiles, cansada pero con la adrenalina de la novedad.  Desenvolví la maquinita, estudié el manualcito e hice todo lo que las instrucciones ordenaban.  Ingrata fué mi experiencia, habiendo hecho todo lo correcto, tuve que sentarme frente a la notebook para redactar mi primera carta a Defensa al Consumidor; motivo de la queja: Clooney no me vino en el kit.  
La cafetera hace un café delicioso y utilicé el dispositivo para ahogar mis penas en café "Livanto" o "Capriccio" con suaves notas a cereal, de bouquet equilibrado compuesto de Arábicas de América.  Me probé las diez cápsulas de regalo paseando con el paladar por todos los países de América y la India.  George nunca me acercó una taza, ni me invitó al pasear en lancha por el Lago di Como pero me pasé un mes sin pegar un ojo.  En mis noches de insomnio podría haber soñado de a ratos con las camisas blancas, sus relojes Omega y esos trajes tan bien planchados que parecen tallados en mármol.  Pero no, en mis diminutos lapsos de sueño aparecieron Voldemort, Kim Jong Un, el payaso de IT, Sauron y los Orcos, Ozzy Osbourne y Benjamin Linus.  De sobredosis de café pasé a unas lindas pastillas para inducir el sueño (tipo ladrillazo en la nuca) y cápsulas de descafeinado Nespresso para zombies e insomnes.
Superada la crisis cafetera, la heladera comenzó su quinta glaciación, totalmente mimetizada con la "Era de hielo" la muy guacha se apoderó de frascos, frutas y envolturas de fiambre que había que robarle a fuerza de cuchillazos a un bloque de hielo digno del Perito moreno.  Sólo faltaba la ardilla y la bellota.  La pobre heladera pedía pista o un termostato nuevo, pero además cargaba con el sino de pertenecer a otra década, otro matrimonio y otra historia.  Era tiempo de sacársela de encima.  Para no ser menos, el lavarropas decidió hacerse el bonito y dejar de desagotar.  Mi marido, harto de desarmarlo y arreglarlo lo hizo funcionar a patadas las últimas tres veces hasta que  pasé por un negocio y me emborraché con la resaca del hot sale.  
Es increíble ver lo mucho que cambian los aparatos en relativamente corto tiempo (y lo poco que duran).  Mi abuela tuvo una heladera eterna, mi primer heladera fué longeva; así que deshabituada al cambio tecnológico de este tipo de aparatos, cuando llegaron a casa pensé que estaban descargando el transbordador espacial y a R2D2.  Después de dos horas de estudiar programas de lavado y el tiempo prudente para enchufar la heladera nos decidimos a hacer el primer lavado-secado de nuestra historia matrimonial. 
Terminamos ese sábado sentados en el piso mirando el display digital del lavarropas (más parecido al control de la Soyuz que al timer de una lavadora) y escuchando el sonido a turbina de avión del proceso de centrifugado, anonadados con los calores del secado...brindando con dos ristrettos Nespresso.

Ya no sueño con monstruos ni con George, ahora sueño con cuotas, intereses, tarjetas, vencimientos y mucha ropa limpia!!!