domingo, 22 de noviembre de 2009

TELEVISIÓN PASTELONA


CULEBRONES, TIRAS Y NOVELAS

¿Quién es el mentiroso que jurará por la Biblia y los Santos Evangelios que jamás en su intelectual existencia ha mirado un culebrón? Por favor lo invito a retirarse porque no le creo nada. Ni un ápice. Porque aunque usted sea un varón bien machito con los huevos bien puestos, fue criado por una madre o una niñera que pegaba la nariz al tubo a las cinco de la tarde en punto, para enterarse si Romualdo Renato Rogelio Domínguez Ibáñez Larreta por fin le iba a comer la boca a la mucamita de la mansión (que finalmente terminaría siendo la verdadera y única heredera de los millones del galán en cuestión). Nadie fue, es ni será inmune a estas novelas tortuosas donde la pobre e incauta doncella se la pasa sufriendo hasta bien entrada la mitad de la última entrega de la serie. Final donde la protagonista se casa, se embaraza, hereda millones, ve sucumbir a su peor enemiga y es reivindicada como la heroína que salvó a su familia política de la ruina y el oprobio.

Crecí intentando ver “Los Autos Locos” o “Bonanza”…digo intentando porque la señora que nos cuidaba a mi hermana y a mí se plantificaba frente al televisor religiosamente, para ver su novelita de la tarde y guay de que alguien intentara cambiarle el canal. No había Cristo que la removiera de su silla, quedaba hipnotizada como una cobra con su flautista. La mandíbula entreabierta, la mirada torva…de pupilas dilatadas y las orejas levemente alineadas hacia el parlante del televisor. No se quería perder detalle de esos parlamentos tan rebuscados y floripondios, pronunciados por aquellas bocotas pintadas de rojo furibundo en primer plano (mientras el galán escuchaba atentamente, estratégicamente instalado a escasos dos centímetros de ella con el mentón encastrado en el hombro de su amada porque jamás se hablaban entre ellos, se hablaban mirando a cámara). Fue tanta la cantidad de horas de exposición a esos productos diseñados para arrancar la lágrima fácil y autogestionarse una alegría a la hora de la siesta estival; que finalmente y pisando la adolescencia fue imposible no caer en sus melosas redes.

Fue así como me tragué sin digerir, los culebrones de Verónica Castro, de Andrea del Boca, Grecia Colmenares y toda aquella cosa escrita por Migré o Nené Cascallar. En esa burbuja rosa de corazones flotantes y aroma a rosas rojas, la mente de una adolescente se desarrolla con errores conceptuales que se irán acumulando cual gases en el intestino delgado; los mismos será evacuados de manera salvaje cuando el confronte entre el culebrón y la vida misma le muestre el abismo existente entre realidad y ficción.


FICCIÓN VERSUS REALIDAD


En el culebrón la protagonista (ya sea en su rol de personal doméstico/secretaria/madre soltera/prostituta/hija adoptiva/esclava/niñera/monja de clausura/vendedora ambulante) siempre se levanta maquillada y luce divinamente maquillada e impolutamente peinada.

La fea se vuelve linda. Y la linda se vuelve preciosa.


En la realidad, las mujeres nos levantamos con cara de boxeador apaleado, pelos parados, pálidos como Marilyn Manson y rictus de orto MAL. La fea se muere fea; la linda tiene suerte, es envidiada por la fea (y no al revés como dice el refrán).


En el culebrón el galán es: precioso, educado, culto, millonario, tiene un físico privilegiado diseñado para el pecado, empilcha como los Dioses, es dueño de una nave descapotable que es la envidia del barrio, resuelve problemas, arregla las canillas que gotean, es bueno con sus padres, reconoce a sus hijos (productos de un desliz), escucha, tiene paciencia, se acuerda de los aniversarios, hizo el curso de resucitación (o es médico), es bueno con sus empleados, los domingos cocina en un comedor comunitario, se plancha las camisas, encuentra las medias sin ayuda del mayordomo, vuela aviones, hace bunjee jumping, siempre gana en la Bolsa de Valores, toca el violoncello, habla cinco idiomas y taiwanés, tiene guardaespaldas pero se las arregla solito, sabe usar armas, es un eximio karateca, cocina sushi, baila como Fred Astaire, usa hilo dental, adora los animales, le fascina ir de Shopping y venera a la prota femenina con absoluta e incondicional adoración.


En la vida real… ¿hace falta que lo escriba?


En la novelita el final es siempre redondo, feliz y perfecto. Los que tenían que terminar juntos, terminan juntos. La que los quería separar va a parar a la morgue judicial, a un convento o al Neuropsiquiátrico más lejano. La fortuna es heredada por alguno de los protagonistas, las deudas desaparecen mágicamente. El que estaba preso injustamente es liberado, el que estaba suelto es apresado. El abogado coimero es desenmascarado. El político corrupto es enviado a hacer trabajos forzosos a Siberia. La suegra desalmada termina deportada a su país de origen ya que se descubre que obtuvo su permiso de permanencia gracias a su matrimonio por conveniencia con el valet parking del Casino donde termina perdiendo el resto de su fortuna.


En la vida real las deudas no solo no desaparecen, se incrementan en sincronía con la inflación. El abogado desaparece con la guita del juicio de la abuelita. La suegra desalmada vive hasta los cien años gracias a sus clases de yoga. El preso sigue esperando sentencia, el ladrón te sigue asaltando y le das gracias porque te perdona la vida. El político corrupto se presenta a las elecciones siguientes y gana por afano (literal y figurativamente). La heroína termina en la calle con una docena de hijos no reconocidos, dedicándose a la prostitución para poder mantenerlos y cada dos por tres cae presa. La que los quería separar se lleva el “Jackpot”, aunque años más tarde descubre que se ha llevado un problema de dimensiones inusitadas (labura doce horas para mantener al susodicho que toma cerveza mientras hace zapping y eructa el alfabeto sin respirar).



En la vida real la tensión sexual llega hasta el estacionamiento del auto (o la consagración del matrimonio). Luego va en franco descenso hasta llegar al punto en que la sola mención de un revolcón provoca una nube de polvo (no del “polvo” en su acepción metafórica), el polvo que dejan los integrantes de la pareja corriendo uno para el norte y otro para el sur.



Es por esto que aconsejo ver estos programas con lentes oscuros, tanto brillo…tanto corazón con purpurina, tanto encaje y tanta miel pueden llegar a obstaculizar el pensamiento racional que será reemplazado indiscutiblemente por una nube de pedo COLOR ROSA.






domingo, 15 de noviembre de 2009

HIJOS DE LA LUZ




Cuando no te queda otra que volver al pasado
Justificar a ambos lados

Vivimos rodeados de objetos y servicios a los que nos acostumbramos tan rápidamente que ya no podemos precisar el momento en que aparecieron en nuestras vidas. Otros, estaban aquí mucho antes de que nosotros fuéramos concebidos. Y algunos, bueno, algunos ni se nos ocurre pensar qué sería de la vida sin ellos. ¿A alguien se le ocurre pensar en un día sin mandar un mensaje de texto por celular? ¿Alguno podría subsistir sin abrir un correo electrónico o mirar los titulares de los diarios desde su PC antes de salir a trabajar? ¿Alguno se imagina haciendo un fueguito en el medio del living para calentar el hogar en lugar de encender el piloto de la estufa?
Nos hemos ido atiborrando, sin darnos cuenta, de toda una maraña intrincada de aparatos que nos hacen la vida facilísima pero que dependen del gas de red, energía eléctrica y agua corriente (bueno, algunos, porque los que vivimos lejos de las grandes ciudades todavía usamos agua de pozo).
Así es como en forma autómata, con los ojos todavía pegados por lagañas y la costura de la almohada impresa en la sien, enchufamos en una sola maniobra la cafetera y la tostadora. Con el dedito índice de la mano le damos vida mágicamente a la televisión y de paso hacia la ducha encendemos la computadora con el dedo gordo del pie en una pirueta de yoga que yo llamo “saludo al ordenador”. Nos duchamos gracias al motor que impulsa agua al tanque, cantando al unísono con el mp3 del celular (previamente cargado durante toda la noche), nos secamos el pelo, nos lo planchamos, nos preparamos un licuado, descongelamos el pollo de la vianda en el microondas y nos planchamos la camisa para el trabajo. Hasta ahí todo muy bonito, la paz y armonía del hogar son impecables. El aparato para ahuyentar a los mosquitos funcionó de maravillas, el café se hizo, el encargado del tránsito del noticiero de la mañana nos dice qué atajo tomar para llegar al trabajo.

¿Pero qué pasa cuando una tormenta atroz derriba ochenta postes de luz? Pasa lo que les pasaba a nuestras abuelas en el año cuarenta. Pasa lo que les pasaba a los Ingalls en el 1800. Pasa lo que hemos visto en infinidad de películas de época…de cualquier época más precisamente, menos de esta. De esta que es la de la tecnología, los celulares, las notebooks, los archivos pdf, los ppt, los correos de voz, el skype, las Webcams, los hornos de microonda, los aires acondicionados, el Messenger, las jarras eléctricas, las bombas hidroeléctricas, los modems inalámbricos, el Wi-fi, la X-box, el I-phone, el Counter Strike, el Facebook, el Google, el GPS, los cybers, las ediciones digitales de los diarios, los implantes dentales, la cirugía translaparoscópica, los satélites, el transbordador espacial y el DVD. Pasa que ya no nos acordamos de cómo hervir agua o desearle feliz cumpleaños a un amigo sin energía eléctrica.
Es por esto que, ante un reciente corte de energía que duró unas dieciocho horitas, elaboré una listita de los problemas que surgen cuando somos enviados de una patada en el culo al siglo pasado.


LOS CUATRO PROBLEMAS MÁS FRECUENTES ANTE LA FALTA DE ENERGÍA ELÉCTRICA

La dinámica familiar se ve completamente distorsionada, cuando no destruida (o reparada), con un súbito corte de luz. Lo primero a tomar en cuenta es que todos los miembros de la familia se aglutinaran en la cocina a mirarse las caras sin pronunciar otra palabra que no sean epítetos de grueso calibre. Una vez saciada la necesidad de insultar, nos miraremos fijo a las caras sin encontrar motivo para pelear por un lugar frente a la computadora o por el dominio del control remoto de la TV. Erradicados esos motivos, no nos quedará opción que reparar en las caras del otro. De repente nos daremos cuenta que el primogénito se ha perforado por enésima vez la oreja (de la cual pende una flecha metálica que vuelve a incrustarse en el lóbulo superior de la misma). El crío, por su parte, se dará cuenta (a la luz de una vela) que su madre es una señora mayor y entrada en carnes que se parece mucho a su abuela (sobretodo cuando tiene cara de ojete). Pasada la etapa de contemplación estética, llegará de a poco la conversación. Nos pondremos al día con las novedades de las criaturas y así nos enteraremos de que el hijo mayor planea poner un puesto de hot-dogs en la playa sin nuestra autorización pero con nuestra financiación, que el del medio está de novio con una mujer tailandesa que le lleva quince años y el menor le peluqueó el flequillo a su compañerita de primer grado en el baño (la madre de la pendeja hace juicio al colegio y a los padres del ignoto coiffeur pigmeo).


La recreación y el entretenimiento se ven sensiblemente afectados. Algunos no lo soportan, hacen una mochila, agarran el auto y toman la autopista con rumbo indefinido atraídos por el primer resplandor luminoso que augure comida chatarra/pelotero/cine y Wi-fi. Pero aquellos que elijan el hogar deberán desempolvar los juegos de mesa: el ajedrez del abuelo, el mazo de cartas españolas, el cubilete y los dados comprados en las últimas vacaciones, el ludo, las damas y el favorito de la abuela (el bingo). Los más chiquitos apelarán a los crayones y las pizarras magnéticas…y si hubo suerte alguno encontrará el Tetris a pilas (lo más cercano a la tecnología sin enchufe). Cuando se agoten los recursos, la imaginación será una gran fuente de entretenimiento. Buscarle formas a las manchas de humedad, los trabalenguas, el “ni si, ni no, ni blanco, ni negro” y el concurso de chistes machistas/negros/verdes serán los grandes salvadores de una velada que se torna de goma. Visto y considerando que la luz no vuelve, cada integrante se buscará linterna o vela para meterse en la cama con algún libro olvidado en una biblioteca que sólo sirve como recuerdo de un pasado inmediato que amenaza con desaparecer del todo. Si hay suerte, la mañana siguiente nos encontrará a todos enchufando los celulares con desesperación mientras nos matamos a codazos por la silla frente al monitor.


La higiene propia y del hogar se ve ostensiblemente dañada. A la mayoría, el agua les dura lo que exista de reserva en el tanque. A otros como yo, la falta de energía nos deja automáticamente sin agua. Y en las ciudades, aunque los encargados de los edificios se maten explicando que hay reservas suficientes como para pasar dos días sin luz y con un buen suministro de agua (usándola razonablemente); lo más probable es que te quedes sin una gota de H2O a la media hora, ya que todos llenarán sus bañeras, tachos y fuentones agotando las reservas de pura desesperación y avaricia. Entonces tendremos que aplicar nuestra astucia y apelar a nuestra memoria para recordar cómo se bañaba la gente en los westerns más conocidos. Dicho esto nos encontraremos parados en un fuentón lavándonos a trapo y jabón, enjuagándonos con agua turbia, reservando un poco para mojar el cepillo de dientes y otro poco para la pava. Limpiar la casa será una utopía. Conclusión: Los Ingalls eran unos roñosos. Y los Highlanders también.


Las comunicaciones desaparecen y con ellas la aldea global, las redes sociales… la vida social en general. Hasta el trabajo queda reducido a tareas de archivo. Ya nadie escribe nada a mano, nadie manda cartas por correo. Todos nos enteramos del nacimiento de los hijos de nuestros amigos a través del Facebook. O el Twitter. Nos invitan al cine y a una fiesta a través de ellos. Arreglamos nuestros planes de fin de semana y hasta contactamos al dentista por una red social porque el muy turro desconectó el celular el fin de semana. Hacemos las compras por Internet, encargamos discos y libros con la computadora, pagamos las cuentas con los home-bankings y pirateamos desde una peli, hasta un libro. Ni cocinar podemos sin bajar una receta o verificar el resultado de un análisis de sangre sin consultar a una Web médica que nos dejará más aterrorizados de lo que estábamos antes de meter la nariz ahí dentro. El resultado de un corte de luz es que básicamente no somos nada sin un cable USB, un CPU, un MODEM y un monitor. Y las consecuencias son gravísimas. He visto gente darse la cabeza contra la mesada de la cocina por puro síndrome de abstinencia a la tecnología (mi sobrino de seis años, sin ir más lejos).


¿Si tengo alguna sugerencia para sobrevivir a estos cortes de energía que amenazan con ser más frecuentes por culpa del cambio climático, las reservas de agua existentes y las fuentes de energía que amenazan con agotarse a corto plazo?.

Si, tengo. Alquílense películas de época. Renacimiento. Edad Media. Pre-historia. Edad Antigua. Revolución industrial…la época que quieran menos la actual. Aprendan a pelar pollos. A cargar agua desde el manantial hasta la casa. A usar la rueca, el telar. A prender fuego con un palito y una piedra. A sentarse frente al fuego a cantar y recitar. A escribir cartas y esperar tres meses por la respuesta. A vender y comprar con el trueque. Y a matar mosquitos a trapazo limpio…

domingo, 1 de noviembre de 2009

LO QUE MATA ES “LA CALORRR”

Las no-bondades del verano


Casi todo el mundo adora el verano. Claro, lo asocian con las vacaciones. Pero la maldita estación del calor agobiante, que solía durar unos tres meses, ahora y gracias al calentamiento global dura unos insoportables ocho larguísimos meses de ardorosa agonía estival. Pero para el proletariado, ese segmento infame de gente que cubre el 90 % de la población mundial, acostumbrada a correr todo el día detrás de un puñado de billetes que lo ayude a llegar a fin de mes, la duración de las vacaciones se extiende a una mísera quincena.

Entonces, ¿qué es lo genial del verano?, visto y considerando que fuera de esa quincena estarás destinado a freírte como un churro en aceite hirviendo. Francamente no le veo la gracia, al menos fuera de alguna playa con aire marino y el ruido de las olas. Porque en la ciudad, el verano es un flagelo maquiavélico diseñado para exterminar al excedente de la población mundial.

Todo se complica con el calor. Viajar en transporte público, los cuerpos pegados como sardinas apiladas en una lata al sol, emanando todos los olores y todos los fluídos corporales posibles; trabajar cuando los equipos de aire acondicionado no dan abasto; dormir cuando la temperatura mínima no baja de los veintiocho grados…la vida se convierte en un suplicio.


Por eso, en honor a una amiguita amante del orden y las listas, he aquí un TOP TEN de las peores cosas que el calor te depara cuando no estás de vacaciones:


La transpiración y la higiene. Imposible estar limpio sin ducharse cada media hora. Salís del baño, te secás y a los cinco minutos estás empapado nuevamente, pero esta vez en tu propio sudor. Tirarte talco solo logra que te conviertas en un gnocchi humano ya que la mezcla de la transpiración y el polvo logran una pasta asquerosa que se almacena en cada rollo y cada hueco de tu curvilínea anatomía. El desodorante es un placebo para tu mente, de eso te darás cuenta cuando te agarres del pasamanos del colectivo y se haga un vacío de dos metros a la redonda (al fin y al cabo Rexona NO FUNCIONA). Demás está decir que asistir a recitales de rock en el campo, apiñándote con otras treinta mil personas sudadas es una experiencia única que no volverás a repetir si frotaste durante media hora tu cara en la barriga de un señor peludo de dos metros que transpira como un beduino en el Sahara.


Quemarte el trasero y las manos. ¿Quién no se ha subido a un auto que estuvo varias horas al sol para incinerarse el culo con la cuerina del asiento y las manos con el volante en llamas? Lo peor del caso es que lo repetimos una y otra vez porque siempre estamos apurados, así que hacemos malabarismos para controlar la nave clavando las uñas en el manubrio o los dientes, en el mejor de los casos.


Dormir es un suplicio. Para el que no tiene aire acondicionado, o lo tiene y puede pagar la factura de la luz (quedan pocos), dormir es una tarea insoportable. El ventilador de techo no hace más que bajar el aire caliente acumulado en el cielorraso, para hundirte más y más en el colchón empapado. Ni la televisión aparta tu mente de esa nube de vapor que te envuelve y no te deja pegar un ojo. Ya te sacaste toda la ropa, ahora te gustaría sacarte la piel a jirones y ventilar tus arterias mientras relojeás la ventana en busca de un relámpago que anuncie una inminente tormenta.


Cocinar es una maldición gitana. Ya te las pensaste todas, pero no queda otra que prender el horno, o encender la hornalla. Porque si seguís pidiendo comida al delivery vas a terminar gastando el dinero que tenés ahorrado para pasarte una semanita haciendo la plancha en el mar de la playa más próxima. Entonces te parapetás frente a la cocina revolviedo la cacerola humeante mientras te llueve la frente y los pelos se te pegan en el cuello. Cuando la cena está lista has perdido todo rastro del apetito que tenías cuando comenzaste, la cena termina en el freezer junto con tu cabeza que busca alivio desesperadamente.


Vestirse es una tarea titánica. No solo porque el jean no se despega de las piernas impidiendo que lo subas más allá de las rodillas. La hinchazón provocada por las altas temperaturas hacen que abrochar el botón se convierta en un chiste, pasarte un anillo por los dedos una masacre y abrocharte el corpiño un acto quirúrgico. Esto sin contar los cinco kilos de más que te acompañan porque le diste a la cerveza más que un irlandés el día de San Patricio. A la media hora de salir de tu casa querrás arrancarte la ropa con los dientes, rifando la tanga que se te incrusta en la raya del culo al mejor postor. Desvestirte es un capítulo aparte. Sacarte esos trapos empapados en sudor te llevará más tiempo, ya que las telas tuvieron todo un día de sofocantes cuarenta y dos grados para incrustarse en cada recoveco de tu geografía corporal. Para despegar las sandalias del empeine de tus pies vas a necesitar un destornillador para hacer palanca. Y una tijera para operarte la musculosita cuyos breteles se fundieron con tus huesos.


Asolearse y refrescarse es más difícil que encontrar petróleo en el patio de tu casa. Los adoradores del sol querrán lucir bronceados tomando sol aún en la azotea de su departamento, el patio, el balcón o el fondo de sus casas. Entonces se tirarán cual lagartos en el piso, a sufrir como condenados hasta que se pueda fritar un huevo sobre sus estómagos. Entonces llegará el momento de armar la pileta de lona. Esa condenada a la que siempre le falta un caño, o un esquinero o el croquis con la explicación para unir los caños en un perfecto rectángulo. Para el momento que la tengan llena y armada se levantará el temporal de la década. El agua se llenará de hojas y se pudrirá. Entonces llegará el día de cuarenta y tres grados a la sombra otra vez. El agua será un caldo maloliente color caca que ningún integrante de la familia se dignará a limpiar. Y ahí quedará hasta la llegada del otoño…


Practicar deportes es un castigo divino. Es necesario, el médico te lo recomendó, los kilos de más lo ameritan; pero ni saliendo a caminar a las cinco de la mañana te librará de caer desplomado y mojado sobre la cama plantando bandera blanca hasta el primer día de temperatura decente (que llegará en aproximadamente cinco meses). Ni bicicleta, ni aparatos, ni siquiera Pilates; no vas a mover un músculo más que los dos necesarios para mirar televisión y hacer zapping.


Ir de compras al supermercado es insalubre. Lo mejor de ir de compras es el aire acondicionado de los shoppings y supermercados. Lo peor del caso es que el aire termina donde empieza la calle. Esa calle donde está tu auto o el autobús que te lleva a tu casa. Ahí reparás en el error grave que cometiste al llenar un carro con boludeces que pesan mil kilos, boludeces que vas a perder en el camino porque vas arrastrando las bolsas hasta que se agujerean vomitando su contenido (el que no te molestarás en recoger porque tu inexistente presión arterial te impide agacharte sin darte la cabeza contra el pavimento).


Asistir a un evento y participar activamente del mismo es una broma de mal gusto. Ya sea la reunioncita de fin de año del colegio de tus hijos, un casamiento o un cumpleaños; mantenerte de pie sobre un par de tacos aguja, embutida en un vestido dos talles más chico (subiste esos dos talles de tu casa al evento por pura retención de líquido) y encima embarcarte en un frenético baile carnavalesco es un acto de escaso amor propio. Tendrías que haberle hecho caso a tus instintos. Tendrías que haberte quedado despatarrada en bombacha, debajo del ventilador, mirando “Happy Feet” por vigésima octava vez (y deseando ser el pingüino protagonista).


El sexo es un “BIG NO-NO” como dicen los americanos. Está restringido a lugares con aire acondicionado, bañaderas con agua helada, piletas de lona (exclusivamente de noche), vacaciones en la Costa y/o hoteles alojamiento. Porque convengamos que para aquellas personas que no gozan de los beneficios de un ambiente correctamente climatizado, ensamblarse y gozar del proceso es una broma de mal gusto. Todo patina, las cosas se salen de lugar, los pelos se pegan y el olor rancio que despide quien se te aproxima con lujuria es directamente proporcional al que sale de tu cuerpo; logrando un efecto repelente similar al del “Off” en los mosquitos. El cachondeo será pospuesto hasta que las marcas térmicas no superen los veinticinco grados.


En síntesis, el verano es una reverenda porquería. Para el que trabaja en una oficina, para el que patea las calles entrando y saliendo de Bancos y oficinas municipales, para el que transpira al pie del horno de una Panadería, para el que coloca techos al rayo del sol, o hace pozos, o reparte correspondencia…a mí que no me jodan…el verano es el infierno en la tierra.

domingo, 18 de octubre de 2009

LOS MISERABLES



La historia de José


“José Miseria Espantosa” es miembro y vive desde hace años en un club de campo muy exclusivo. Rodeado de un gran cerco infranqueable, decorado con alambre de púas, garitas de seguridad cada doscientos metros y un ejército de guardias de seguridad que patrullan las tranquilas calles minadas de lomos de burro y señales de “prohibido” de todo tipo.
José circula esas calles a bordo de su impecable y oneroso auto alemán. Vive de una sustanciosa herencia que recibió de su padre, un laburante. Un negocio pujante que él y la economía endeble de su país se encargaron de pulverizar.
Pero José vive cómodo, mantiene su holgado ritmo de vida gracias a rentas que le proporcionan las propiedades que pudo sacarse de las manos, como pan caliente, antes de que la larga lista de acreedores se hiciera un festival con ellas. Ahora tiene un selecto grupete de amigotes y abogados que le hacen el aguante prestándole la firma, el nombre, la mesa del domingo, la niñera, los palos de golf, el canal porno codificado y hasta sus propias mujeres (no se sabe a ciencia cierta si este último préstamo tiene el consentimiento correspondiente).

La vida de José transcurre tranquila, se sienta a comer en el restaurante del Club, con gente que como él no tiene mayores dificultades con la moneda. Justo cuando traen la cuenta, José tiene la vejiga llena. O un gas atravesado que debe ser depositado en el lugar adecuado, de lo contrario puede ser expulsado (él, no el combustible que lleva dentro; salvo que lo expulsen antes de expulsarlo en cuyo caso ambos serían deportados) de tan exquisito lugar. En el supuesto caso de ser capturado desprevenido, por un mozo que fue demasiado veloz a la hora de traer la factura, José se batirá a un duelo de billeteras en cámara lenta haciendo todo tipo de ademanes y contorsiones para desenfundar último (si fuera un western estaría definitivamente muerto y enterrado hace siglos). Como tiene todo fríamente calculado, si alguien le reclamara su parte (porque algunos están cansados de financiarle sus opíparos almuerzos), pelará su mejor cara de compungido apelando a un cuento chino donde su crisis de pareja es la culpable de que se olvide todo en todas partes (como el dinero encima de la mesa de luz…de la puta que pagó anoche porque ninguna mujer lo tocaría en su sano juicio sin un intercambio monetario de por medio). Entonces pronunciará por millonésima vez en su vida “mañana invito yo”. Mañana nunca llega, esperará el tiempo prudencial aprovechándose de la demencia senil de alguno de sus amigos para volver a sentarse en la mesa con idéntica triquiñuela.

José suele desembarcar con toda su familia (y su suegra), un sábado a las diez de la noche, en la casa de algún vecino o amigote. “Pasábamos a saludar nada más” será la frase utilizada esta vez. O “el nene quiso venir a ver a tu hijo” (el nene, azorado, es transportado dos metros para adelante con un certero rodillazo propinado en el riñón izquierdo antes de que profiera una palabra que pudiera contradecir al padre). En la mesa, ocho comensales con el tenedor a medio camino del plato a la boca; son invitados por la dueña de casa a girar cinco lugares alrededor de la misma, en el sentido de las agujas del reloj, para hacerle lugar a los recién llegados (que se niegan rotundamente a sentarse mientras se sientan y se tiran encima de la fuente llevándose el pollo puesto). Luego de la cena José está relajado y satisfecho. Entonces decide fumar. Se palpa el pecho en busca de su atado de cigarrillos. Entonces se palpa los bolsillos del pantalón (parado, para que su desazón sea bien evidente). Si todo esto no tuvo resultado positivo, apelará al siguiente comentario “Uh, me los debo haber dejado en la otra camisa” (ya no dice en el auto, porque una vez le contestaron lisa y llanamente “andá a buscarlos”). Entonces, y sin esperar que alguien le convide uno, José rapiñará el atado más próximo a sus manos con un sutil “¿te saco uno?”. Ese número va subiendo en progresión geométrica con el correr de las horas, del alcohol, las bromas groseras, las risotadas carraspeadas mientras relojea el culo de las mujeres que se levantaron a buscar el postre. El destino de ese atado de cigarrillos es el bolsillo de José, que se lo llevará puesto con encendedor incluido en un rapto de supuesta confusión. Como si esto fuera poco, los chicos piden a gritos que alguien compre helado. Todas las miradas apuntan a José, quien debería hacerse cargo de satisfacer esa demanda. José, en un acto de arrojo saca el celular, pero antepone la primera excusa “no tengo el teléfono de la heladería”. La réplica es “yo si”. La dueña de casa despega el imán de la puerta de la heladera. José se dispone a discar pelando la segunda excusa “Uh, no traje los lentes”. “Yo te lo canto”, le contesta la señora resoplando. “Cuatro, tres, dos, uno, cinco, cuatro” repite José mientras pulsa las teclas de su celular de última generación. “Uh, podés creer que no tengo señal?” (en realidad le sobra señal y le falta crédito). La dueña de casa, un tanto impaciente, le encaja el inalámbrico de la casa frente a la nariz con el número discado y el interlocutor esperando del otro lado de la línea. José no tiene escapatoria, pide un kilito (para quince personas). Media hora después tocan a la puerta. José está atrincherado en el baño, para variar. Mientras sus hijos se devoran los chocolates suizos que la dueña puso en la bandeja del café, José le pide cambio a la esposa. La esposa, salió sin cartera “porque íbamos a dar una vueltita nomás”. Finalmente José mira la billetera y le pide al dueño de casa que se haga cargo de la cuenta porque pagó la cuota social y se quedó sin efectivo “mañana te lo alcanzo”, dirá.

José despliega idénticas maniobras en los comercios de la zona. Paga un cafecito con un billete de cien, cosa que el bar prefiera fiárselo a quedarse sin cambio. Manda a una amiga a retirarle la ropa de la Tintorería (que justo iba para allá), pero se encarga de recibirle el recado en la pileta para no entrar a buscar la billetera porque “María me mata si le mojo el piso recién encerado”.
José se para frente al mostrador y espera a que el dueño de la confitería se de vuelta para manotearle un alfajor o un bombón. Se le lleva el diario y la revista del domingo, jurando con cara de ofendido, que ambos son de su propiedad ya que los recibe todos los días en su domicilio (los recibió el primer mes hasta que le cortaron la cuenta corriente, ahora los recibe en la puerta del vecino al que se los sustrae en punta de pie a las ocho de la mañana en bata y pantuflas).
Los hijos de José toman la merienda en las casas de los amigos. Aparecen todas las tardes en una casa diferente, justo a la hora en que el vaso de chocolatada se desparrama sobre las mesas de los jardines. Donde comen cuatro, comen seis; es la filosofía de José, que tiene un corazón super-generoso. Filosofía, que aplica impecablemente y en forma consistente, todos los días de su vida y con el mismo amor… para con él mismo.


sábado, 3 de octubre de 2009

DE LÁGRIMA FÁCIL



Hoy le toca el turno a los llorones

Existe gente a la que es preciso amputarle una falange para hacerle despuntar un brillito acuoso a sus ojos, y a veces ni siquiera eso. La puede levantar un tornado por los aires y depositarla a 150 kilómetros de los restos de su casa…y nada, con suerte un rictus en la boca y el ceño fruncido. Pero de agua salada, niente, nothing, ni una pizca. No es que no sufran, no es que no se conmuevan; simplemente tienen el lagrimal egoísta y las emociones escondidas en algún oculto recoveco sin acceso directo y una password de 9 dígitos. Son aquellas personas a las que uno considera compuestas, elegantes y que jamás protagonizarán un desborde digno de una película italiana donde termina llorando hasta el perro mientras vuelan platos y copas. No es cuestión de frialdad, sufren igual pero no lo hacen evidente (lo cual en algunas circunstancias es una gran virtud).


Por el contrario, los llorones somos un flancito con poco huevo, que se desmorona aunque haya estado cuatro horas en el horno a baño María. Tenemos las emociones en el Escritorio, con acceso directo a todos los lugares peligrosos de nuestra psiquis. Somos visuales, gozamos de una memoria que a veces nos juega en contra y hasta el sufrimiento de un pescadito animado digitalmente nos puede sumir en la más profunda crisis de llanto. Cursis, pastelones y un tanto inocentes, nos creemos todo lo que vemos en la tele o nos cuenta fulanito en un break de laburo. Es más, hemos adquirido la capacidad de recrearlo en nuestras mentes y muchas veces aderezarlo porque nuestro llanto, en el fondo, es una necesidad de descarga que busca cualquier excusa medianamente válida para abrir las compuertas de la represa.


Si a Ud. le interesa conocer su “status lagrimal”, por favor lea esta encuesta. Si asiente a más de 5 consignas, Ud. puede ganarse unos mangos trabajando de plañidera en sepelios y velatorios:


¿“La familia Ingalls” la hizo llorar durante las nueve temporadas que duró la serie? ¿La ceguera de Mary, la muñeca que Nellie Oleson jamás quiso prestarle a Laura, Charles arando el campo con las costillas fracturadas, Caroline auto amputándose la gangrena de la pierna con la Biblia en la mano; aún hoy le hacen tragar saliva y le provocan un nudo en la garganta?


¿Las publicidades de seguros de vida, seguros de retiro, préstamos hipotecarios y de entidades bancarias en general; donde se muestra a gente de todas las edades prodigándose cariño en cámara lenta con un impecable score de violoncello de fondo mientras una cálida voz en off le pregunta si le preocupa el futuro de sus seres queridos, le arrancan unos lagrimones del tamaño de las arvejas?


¿Cuándo va por la ruta manejando y se cruza con una alfombra de pelo informe que alguna vez supo ser un perro o un gato, prorrumpe en un llanto desconsolado; esperando que se haga la hora de volver a casa para abrazar a sus mascotas?


¿Llora en el colegio de su hijo cuando suenan los acordes del Himno Nacional y aparecen los abanderados (aún cuando su prole jamás desfile con el símbolo patrio en la mano dado su escueto rendimiento académico)?


¿Sale del cine chorreando lágrimas empetroladas de máscara de pestañas que limpia desprolijamente con el puño de su camisa mientras se traga los mocos, aún cuando la protagonista se haya curado de su enfermedad, haya sobrevivido a un terremoto y haya contraído matrimonio con el galán del film?


¿Es de los que se muerden el labio inferior y miran el cielorraso para no dejar escapar el agua del ojo cuando el Presidente de la empresa para la que trabaja se descuelga con un discurso tierno y arengador durante el brindis de fin de año?


¿Mira fotos viejas en el pico más álgido de un brote masoquista o durante el síndrome premenstrual, a sabiendas de que si empieza a llorar no va a parar hasta que los ojos se le salgan de las órbitas?


¿Las películas que tienen a niños como protagonistas, sobretodo si tienen una discapacidad, tocan un instrumento musical, son huérfanos, maltratados por una gobernanta infame o los bardean en el colegio; lo hacen llorar tanto que termina pareciéndose a la brótola que compró para la cena?


¿Llora en los casamientos cuando escucha los tres primeros acordes de la marcha nupcial, aunque los contrayentes sean dos perfectos desconocidos que lo agarraron in fraganti en un lapsus cristiano, de rodillas, pidiendo perdón por alguna patinada?


¿La escena de “Dumbo” en la que la madre acuna con la trompa al hijo a través de las rejas, la escena de “Bambi” donde la madre es asesinada por cazadores, la escena de “El Rey León” en la que Mufasa es arrojado por Skar al precipicio ante la mirada de Simba; lo pueden poner a llorar hasta pasado mañana?


¿Llora cuando pierde la Selección de futbol? ¿Llora cuando un tenista de su país gana algún Grand Slam? ¿Llora cuando la corredora jamaiquina rompe un nuevo récord? ¿Llora con la gimnasta rumana que se cae de las barras paralelas ante el comité olímpico?


¿Los power points con amorosos mensajes, frases célebres de grandes pensadores, fotos de animalitos, bebitos y/o parajes paradisíacos; lo ponen a lagrimear a lo pavote?


¿Llora de risa?


Como diría una famosa vedette argenta “si querés shorar, shorá”.

Si Ud. pertenece a este grupo blandengue y sensiblero, seguramente llorará con este clip. F@cking Disney!

Snif





domingo, 20 de septiembre de 2009

MARKETING FEMENINO



Publicidad boluda

Si la cosa está diseñada y responde a una estrategia que apunta a un segmento que, se sabe de antemano, responderá al llamado…por favor quiero bajarme urgente de ese lugar.
Si la cosa está ideada por hombres, el prejuicio me jode sobremanera.
Si la cosa fue producto de un concierto de iluminadas mentes de mi propia especie y género, propongo quemarlas en la hoguera al mejor estilo Juana.
Porque considero que las propagandas televisivas (aunque no escapan a esta apreciación algunas campañas gráficas), le hablan a una párvula descerebrada que se alimenta de heno (como las mulas) y dedica su tiempo a pelotudear de Shopping en Shopping. Lo que más me jode es que asumen que la mayoría de sus clientas son así, y lo digo sin prurito porque estoy convencida (después de un arduo análisis) de que no existe la pauta publicitaria que apunte a la que escapa al rótulo de “boluda alegre de edad mental veinte años, profesión: ama de casa o en su defecto: maestra jardinera”. Ojo, no tengo nada en contra de las amas de casa ni las maestras jardineras; el prejuicio lo tienen ellos que asumen que una mina que lleva adelante una casa tiene un cerebro de corcho y la maestra jardinera es la única profesión exclusivamente femenina …utilizada en este caso como un ícono de la realización de una mujer (que habla con una eterna vocecita de Heidi en la pradera y se desarrolla en aquello que tanto conoce…hacer upa y limpiar caquita). Entre paréntesis, me estoy imaginando un “maestro jardinero” y me parto.
Ellos, aquellos que se dedican a la publicidad, no tienen puta idea de lo mucho más que es una mina que puede enseñarle a una masa informe de mocosos analfabetos a no volcar el vasito de té con leche mientras evita que un pendejo se abra la cabeza saltando de la mesa y otro le mastique la oreja a su compañerita que aúlla como un lobo marino. Lo mismo sucede con las amas de casa. Como se supone que no han salido del capullo que las contiene “llámese hogar”, no han podido evolucionar; se les habla como a seres retrógrados sin pensar que son capaces de estirar los víveres para que duren hasta fin de mes. O que pueden curar un dolor de panza con una mano mientras le dan clases de geometría al de doce y bañan al de dos evitando que le entre shampoo en los ojos.
¿Los profesionales de la publicidad nos desconocen o realmente somos así?

Las cinco razones por las que detesto las campañas publicitarias de productos para mujeres

Lo que no nos venden. No existe una sola publicidad de automóviles para mujeres. Bueno, hubo una de un Ford, que festejé bastante; aunque si mal no recuerdo el motivo de la compra del vehículo era un arranque de revanchismo (la minita se compraba el auto porque estaba sola y ahora hacía lo que quería con su dinero=léase, solamente te comprás un auto para refregárselo por el hocico a tu ex cuando lograste independizarte).
¿Porqué no hay avisos donde la mujer es la que se pasea en un sedan deluxe con el iphone en la mano avisando a su secretario (ja) que en cinco llega y quiere el café caliente sobre el escritorio (al mejor estilo Meryl en “El Diablo viste a la moda”)? ¿Porqué una mujer no puede calentarse con un auto deportivo porque le da placer manejar esa máquina, sobretodo si la máquina viene con un tuneadísimo pendejo descamisado que flashea un tremendo “six pack” sobre el capot igualito al de la utópica propaganda?. No, sólo ellos tienen el poder de comprarse la coupé motor 2.5 con 16 válvulas, asientos de cuero y una mocosa de 18 años que se relame el labio superior en cámara lenta con cara de lujuria mirándolo pasar los cambios, como en la mayoría de los spots de autos deportivos.

Las voces en off de los comerciales para mujeres. Generalmente nos hablan despacito, casi en secreto, vocalizando como una profesora de fonética inglesa. ¿Es porque piensan que el cerebro nos va lento? ¿Es porque están seguros de que somos todas sordas o discapacitadas mentales? ¿Consumir es pecado, por eso la onda “te lo digo en secretito, abrí bien la orejita”? ¿Es para que los novios/padres/maridos no se enteren de que una se va a gastar parte de su sueldo en una cartera de cuero? ¿Quién se rompió el traste laburando como una hormiga para gastar en eso, todavía tenemos que pedir permiso?

El prototipo de la mujer que protagoniza los avisos. Son todas igualitas. Mujeres con cara de boludas alegres, ausentes, que sonríen como muñecas inflables aunque el aviso sea un medicamento para la tos o para cagar. Como si ellas jamás transpiraran con fiebre o se hincharan como un hipopótamo porque no pudieron evacuar (seguro que no pudieron, no por falta de ganas, sino porque el baño está siempre ocupado en la casita del amor donde los cuatro críos, la mucama y los cinco vecinitos de enfrente encuentran especialmente atractivos los inodoros con olor a lavanda de la pradera gracias a la perchita desodorante del comercial de Glade). Lavan los pisos vestidas como para ir a la ceremonia de los Oscar, por supuesto siempre están peinadas con un brushing estúpido que les deja las puntitas del pelo para afuera, como la mujer de los Supersónicos. Las vocecitas son siempre de un tonito agudo, infantil rayando la sonsera (por no decir la forma en que habla una infradotada dopada por los vapores de amoníaco de la tintura que la dejó así de rubiecita). No solo el tono me jode, la cadencia me pone del moño. Arrastran las palabras como la gente que mezcla alcohol con algún ansiolítico, el agua tarda en llegar al tanque (la olla/cerebro), entonces cada pensamiento se toma unos cuantos segundos en llegar de la neurona donde se aloja hasta la punta del apéndice lingual.

Lo que nos venden. El 90% de lo que nos ofrecen son cosas para limpiar o para arrancarnos los pelos, pasar inadvertidas por un ciclo menstrual sin dolor y sin olor o deshacernos de nuestros kilos. O sea, sos una mula idiota que piensa que con un toque el baño se va a llenar de flores (que vas a ver in situ porque estás intoxicada con el pediculicida de tus hijos, estás famélica porque hace tres días que te alimentás exclusivamente a té adelgazante y comenzaste a alucinar desde que rasqueteaste la bañera con el desengrasante del cartoon musculoso). Ojo, las alucinaciones tienen que ver con camisas blancas impolutas que salen solas de los secarropas, cacerolas que brillan y cantan, pinos en el comedor, tampones vibradores, cadáveres de pollos que caminan descabezados, tortas gigantes que se desplazan por una avenida, abdómenes que se contraen y desaparecen con un sorbo de milk shake con LSD y el nabo de la novelita de las nueve que te quiere coger porque te embadurnaste con crema de frutos silvestres “recogidos” a mano por él.

Lo Light. Las campañas de productos bajos en grasa o calorías son un pie de guerra para toda mujer con más de seis neuronas que le hagan chispazo en la nuca. Verde, siempre verde. El color de lo natural. El color de lo permitido, como el semáforo cuando te dice que podés poner primera y salir arando. Odio ese verde, verde loro, verde buchón, verde de “TE AVISO QUE ESTA ORCA GORDA ESTÁ A DIETA PORQUE SE CONVIRTIÓ EN ACCIONISTA DE CADBURY EL ULTIMO INVIERNO”. Detesto a las mujeres que se tragan a borbotones una botella de agua 0%, como si el agua alguna vez hubiera tenido alguna caloría. Pero ésta viene en botella verde, seguro que tiene propiedades (propiedades tiene el dueño de la fábrica que tuvo la bendita idea de embotellar algo que sale gratis de la canilla). Las que zarandean el magro anoréxico culito felices, con un postrecito de limón en la mano, que según la promo sabe a lemon pie (no solo sabe más a pie que pisa limones que a la famosa tarta, el tamaño de la porción es igualito a la cantidad de pasta que usa tu odontólogo para tapar el agujero de la caries de tu molar inferior derecho). Pero ellas bailan felices, como pacientes de un Neuropsiquiátrico que han sido liberados en un descuido de la enfermera de turno. ¿Y las galletitas con siete semillas, trozos de mango y manzana, el 50% del calcio recomendado en la ingesta diaria, los trece minerales esenciales, la fibra de un fardo de paja, el omega 3, libres de ácidos poliinsaturados, que tiene las mismas calorías que una manzana? ¿No hubiera sido mejor fagocitarse un par de manzanas?
Odio la publicidad que nos deja mal paradas, evolutivamente hablando, con un grado de complejidad superior al del krill marino. Seres que solo servimos para agradar, complacer y ser condescendiente con cualquiera menos con nosotras mismas.

Propongo una cosa. Boicoteemos los productos cuyas campañas nos destratan. Dejemos de comprar ese shampoo que nos prometió con vocecita de Björk drogada “en tres días pelo fuerte y sano brilloso como una pátina”. Digamos que no al antiespasmódico que muestra a una esquizofrénica demente que se ve culona en pleno ciclo menstrual. Al de la maquinita que poda pelos y no duele nada porque a Araceli se le congela la sonrisa mientras la usa y te promete idéntico resultado. Que nos vendan autos, que nos vendan ipods, que nos vendan cerveza, que nos vendan vino fino y relojes y notebooks. Y que de vez en cuando les vendan a ellos un antigrasa para la cocina, un shampoo para la pelada, un paquete de fideos, un yogurt bajo en calorías para bajar la panza y un paquete de pañales.

Lo quiero ver.

domingo, 13 de septiembre de 2009

OH CAPTAIN, MY CAPTAIN!










GENTE MÁGICA VS. GENTE BÁSICA

No tiene nada que ver con la cultura, ni la posición social, ni la cantidad de ceros en la cuenta bancaria. No tiene que ver con el signo zodiacal, ni con el barrio ni el país. Tiene que ver, creo yo, con las ganas de aprovechar el tiempo que tenemos en este mundo siguiendo los sabios consejos del Profesor John Keating en la maravillosa peli de Peter Weir “La Sociedad de los poetas muertos”. “Carpe diem, Seize the day, Aprovecha el día”. Esa es la clase de frase que la gente mágica aplica todos los días de su maravillosa existencia. Este tipo de gente lleva una vida diferente, se deja llevar por sus pasiones, sucumbe a sus impulsos, se deja caer frente a sus tentaciones y se pasa por el culo lo que los demás piensen de ellos. Porque saben que el tiempo es acotado y los planes demasiados para tan efímero lapso en esta tierra. Entonces es que salen a trabajar convencidos de que lo mejor está por venir, convierten un embotellamiento en la autopista en una oportunidad para volver a escuchar su canción favorita unas doce veces más (cantándola a los cuatro vientos, probablemente) y son capaces de imprimirle a sus vidas el color que quieren que esa vida tenga (que generalmente es un arco iris re-flower power con mucha música reggae). Son personas que circulan por la vida cumpliendo con sus tareas durante la jornada laboral pero que podrás encontrar en otro contexto dando rienda suelta a su locura o a aquello que les fascina. Es así como una Secretaria de una Multinacional, llamada Ana, de noche se pasea por los foros de Star Wars y responde al nickname “Princesa Leia” (invitando a quien quiera leerla, a un duelo de espadas láser). El cajero de gesto adusto y monosilábico que te atendió hoy por la mañana en el Banco, a esta hora toma clases de salsa en el Club de su barrio. La Odontóloga de tu abuela ensaya la letra de Desdémona mientras emparcha un canino porque mañana estrena Otelo en el teatro municipal donde toma clases de teatro. Aquel abogado que reclama un expediente en Tribunales, fue visto anoche bailando danzas medievales con su grupo de cultura de la Edad Media. Y aquella Psicopedagoga que tenía consultorio en el colegio de tus hijos, toca el arpa en un grupo de Música Celta. Algunos escriben, otros son amantes de la literatura policial, algunos restauran armas antiguas, otros coleccionan vinilos de los 50´s, otros hacen aladeltismo, algunos navegan, algunos construyen autitos a escala, otros sacan fotos de nubes con caras extrañas…el común denominador es siempre una pasión.

Veamos las diferencias entre los dos grupos.

LOS BÁSICOS

Los básicos se aparean alcoholizados en forma mecánica respondiendo a un impulso físico comparable al que se siente cuando la vejiga está llena.
Los básicos viven creándose problemas, estancados en batallas del pasado, deseando una vida que sólo ellos pueden autogestionarse (si se tomaran la molestia).
Los básicos no leen porque se aburren, no miran tele porque es una mierda, no van al teatro porque sale caro, no van al río porque queda lejos, no dibujan porque todo lo que hacen es feo, no alquilan dvd’s porque lo que buscan siempre está alquilado, no piratean porque está mal, no bailan porque “ya no hay lugares para la gente de nuestra edad” (como si el lugar fuera una condición), o como diría mi viejo “no comen el huevo por no romper la cáscara”-
Los básicos van a trabajar con cara de ojete, se van frunciendo con el correr de las horas y salen de la oficina enojados con la vida. Se bañan, cenan, se pelean un rato con el vecino o la familia y al sobre.
Los básicos se ocupan, ante todo, de la satisfacción de sus necesidades más básicas. No hay lugar para lo lúdico en sus vidas, y que otros se junten a mirar por enésima vez las seis temporadas juntas de “Los Sopranos” les parece una pérdida de tiempo.
Los básicos engendran basiquitos. Chicos acostumbrados a obedecer, que entienden de entrada que uno llegó a esta vida para sufrir, que la vida es una cagada, que fulanito y menganito te van a querer joder y que cuanto más paranoico seas mejor para tu subsistencia. Porque de eso se trata, de subsistir, no de existir.
Los básicos buscan la respuesta a sus problemas en el afuera. Si no fueron los padres que sembraron sus traumas, probablemente sean sus ex parejas, el cirujano que les dejó una cicatriz gigante de la cesárea, los críos que les dejaron las tetas por el ombligo, el abogado que no pudo lograr aquella indemnización por la intoxicación con pizza de delivery, o tal Banco que se quedó con todos sus ahorros en el año 2001.
Los básicos reniegan de su propia existencia, viven queriendo salir de situaciones a las que ellos mismos se han expuesto en lugar de hacerse cargo del asunto. No aguantan a sus hijos pero nunca se les cruzó por la cabeza ponerse un forro.
Los básicos no leen poesía, les parece una paparruchada.
Los básicos están más interesados en el dinero en sí que en lo que el dinero puede comprar.
Los básicos tienen metas inalcanzables y sueños utópicos; lo hacen inconscientemente para no hacer el esfuerzo de conseguir algo que esté al alcance de sus posibilidades.
Los básicos no sueñan despiertos; más bien elucubran, planean estrategias, evalúan riesgos y establecen oponentes.


LOS MÁGICOS

Los mágicos creen que uno vino a esta vida para ser felíz aún en las circunstancias más adversas; por eso se las ingeniarán para sacarle el jugo a la vida cotidiana con humor. El trabajo más espantoso les parecerá hermoso, si el sueldo alcanza para solventar la cuota del curso de comida tailandesa y esos zapatos de Fendi que la vuelven loca (aunque tenga que comer arroz de aquí a febrero del 2011).
Los mágicos están seguros de que hay un mundo mejor, no solo porque consiguieron entradas para ver el regreso de su banda favorita, porque están seguros de que ellos son parte de la solución y concreción de ese mundo mejor.
Los mágicos no se aparean mecánicamente, llevan a la práctica encuentros sexuales premeditados y elaborados; les interesa la calidad más que la cantidad y probablemente inviertan ingenio, imaginación y dinero en ambientación, ropa y juegos para hacer esos encuentros memorables.
Los mágicos ponen huevos a la hora de seguir su sueño. Es así que no tendrán miedo al largarse a hablar en francés en la segunda clase o pararse a recitar un soneto en el curso de teatro. Cantarán aunque desafinen, y se bancarán las cargadas de todos los transeúntes mientras caminan disfrazados como el Dr. Spock rumbo al evento de Trekkies (fans de Star Trek).
Los mágicos van tres o más veces a ver la peli que les encantó.
Los mágicos consideran que una tarde invertida en un chat con seis amigas de diferentes países no es una pérdida de tiempo, más bien una batalla ganada al tiempo.
Los mágicos pintan, escriben, cocinan, hacen tragos largos, amasan pizza, plantan flores, tejen, cuentan cuentos…aunque lo hagan mal siempre es mejor intentarlo que quedarse con las ganas.
Los mágicos investigan, buscan, se relacionan con gente que cobije la misma pasión. Se harán expertos en aquello que les fascina.
Los mágicos se divierten con sus hijos, les enseñan sin proponérselo, a disfrutar de la vida.
Los mágicos no se conforman con un poquito, de aquello que les gusta, probablemente se atiborren.
Los mágicos estiran el tiempo. Prometen cerrar el libro a las doce pero se quedan leyendo hasta las tres. Prometen apagar la tele a las once pero justo engancharon la escena de la ópera del Padrino 3 y no fueron capaces de darle la espalda. Prometen regresar de las vacaciones dos días antes para organizarse pero la playa puede más.
Los mágicos juran no volver a gastar en cosas superfluas y a los cinco minutos están firmando la suscripción al Club del Vino. Más que gastar, ellos consideran que invierten en recreación.
Los mágicos se rodean de gente de su misma condición. Son imanes que se atraen. Brillan en la oscuridad. Son esa clase de gente a la que se le ven los dientes en los boliches cuando encienden la luz negra o los que disparan las cámaras detectoras de sonrisas en los locales Sony.
Los mágicos disfrutan de la buena mesa, el vino, la comida y los postres. Prefieren comerse el helado hoy y caminar veinte cuadras mañana. Prefieren comer acompañados pero no dejan de cocinarse aunque estén solos, se auto agasajan.
Los mágicos existen no subsisten. No pasan por la vida sin pena ni gloria. No serán famosos pero seguramente recordados por sus seres queridos. Recordados por transmitir alegría, ganas, optimismo y el mensaje de Walt Whitman que el Profesor Keating le enseñara a sus alumnos:

...Carpe Diem, aprovecha el día.
No dejes que termine sin haber crecido un poco,
sin haber sido un poco mas feliz,
sin haber alimentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie
te quite el derecho de
expresarte que es casi un deber.
No abandones tus ansias de hacer de tu vida
algo extraordinario...
No dejes de creer que las palabras, la risa y la poesía
sí pueden cambiar el mundo...
Somos seres, humanos, llenos de pasión.
La vida es desierto y tambien es oasis.
Nos derriba, nos lastima, nos convierte en
protagonistas de nuestra propia historia...
Pero no dejes nunca de soñar,
porque sólo a través de sus sueños
puede ser libre el hombre.
No caigas en el peor error, el silencio.
La mayoría vive en un silencio espantoso.
No te resignes...
No traiciones tus creencias. Todos necesitamos
aceptación, pero no podemos remar en
contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta el pánico que provoca tener
la vida por delante...
Vívela intensamente,
sin mediocridades.
Piensa que en tí está el futuro y en
enfrentar tu tarea con orgullo, impulso
y sin miedo.
Aprende de quienes pueden enseñarte...
No permitas que la vida
te pase por encima
sin que la vivas..."




martes, 1 de septiembre de 2009

EL HÉCTOR






Decálogo de un arrastrado

A Dios gracias son la excepción que confirma la regla, y la regla es que son muchos más los que valen la pena. Pero existe un puñado de hombres a los que se puede encontrar en los cumpleaños familiares, en las oficinas, en la vía pública y hasta en las reuniones de padres del colegio de tus hijos; que avergüenzan al género alimentando el desprecio de quienes los observamos reptar con total impunidad por la vida.
El personaje que nos ocupa hoy, un tío libidinoso, egoísta, pollerudo y mezquino; logró reunir en un solo envase, las diez cualidades más deleznables que caracterizan a un hombre detestable. En resumidas cuentas, el las tenía todas (había tachado hasta la generala doble) es por eso que lo uso como caso icónico, estoy convencida de que no existe otro que haya logrado hasta el momento superarlo en defectos (aunque se me ocurre media decena de nombres que le pisan los talones).

Aquí va pues, el decálogo del “Héctor” (nombre que utilizaré para designar a todos los sujetos de idéntica indigna calaña):

El “Héctor” siempre antepone sus deseos más básicos antes que los de su familia, incluida su propia madre, siendo la gula su pecado favorito. Son los que se sientan durante un asado con la botella del mejor vino (que algún otro invitado ha llevado) a dos centímetros de su propio plato y otro vino (de cajita o bien barato) al costado de su copa. Siempre llenarán su copa con el vino bueno y ofrecerán el barato a los demás comensales. Son aquellos a los que se los puede ver al costado de la parrilla, como aves de rapiña, esperando quedarse con el mejor pedazo de carne; y al ser encomendados con la tarea de llevarles las hamburguesas a los niños engullirán dos juntas en el camino (fuente en mano) dejando a dos criaturas sin alimento. Son los que llevan una bandejita de masas minúscula a un evento, y si pueden, evitarán bajarla del auto en la confusión de paquetes. Son los que rara vez aportan algo de su propio peculio pero los primeros en alzar la mano para llevarse una fuente con sobras cuando la anfitriona arma paquetitos para sus visitas. Son los que fagocitan, no comen; los que no pueden mantener una conversación porque la atención va directamente a los platos que ven pasar o a la fuente que acaba de aterrizar en la mesa. Son los que les comen los M&M a las tortas, el caramelo al flan, el culito al pan, el relleno a los merengues y las cerezas a las ensaladas de frutas. Son los que llevan la botella de champagne y si ésta no ha sido abierta la cargan de vuelta en el auto. En las oficinas, son los ratones que jamás compran una docena de facturas pero huelen el alimento a distancia llevándose de a dos juntas sin fijarse si la propia angurria dejará a algún compañero con las manos vacías. Estos especímenes se tiran de cabeza en una caja de bombones para encontrar los rellenos de dulce de leche primero, llevándoselos de a cuatro juntos. Harán lo propio con los mejores útiles de oficina y con cualquier objeto al que le asignen algún valor.
Como padres son capaces de competir con su propia cría por un cuarto de helado o el control remoto de la televisión.

El Héctor es egoísta por naturaleza. En la casa de fin de semana o chalet de vacaciones acapararán subrepticiamente todos los espirales para combatir a los mosquitos (auto-intoxicándose en una nube de repelente) y todos los ventiladores disponibles. Son capaces de hacer saltar la térmica de la casa recargando la línea para enchufar todo lo que encontraron para combatir el calor y los mosquitos. Jamás prestarán el auto, ni ayuda para preparar una comida familiar, pero serán los primeros en sentarse a la mesa en el mejor lugar disponible. La mejor cama, el mejor colchón, la mejor reposera; la avidez y desesperación por agenciarse los placeres antes que el resto es una característica que los destaca.

El Héctor es amarrete. No se le cae una moneda ni que lo den vuelta y sacudan patas para arriba. En las oficinas es el que siempre tiene una excusa para no aportar en los cumpleaños porque no se banca a tal o cual. Es el que compra el florerito coreano de dos pesos con cincuenta para el amigo invisible mientras que el resto regala objetos decentes. Es el que hace como que va a pagar llevándose la mano al bolsillo pero jamás pela la billetera. Es el que cae en las cenas a las que no ha sido invitado y justo se levanta al baño cuando traen la cuenta. Es el que jamás tiene cambio, el que te dice “mañana te pago” pero no te paga ni con una Luger en el parietal izquierdo. Es el que siempre se guarda el vuelto, nunca tiene monedas y firma la tarjeta de cumpleaños aunque no haya invertido un cobre para el regalo comunitario. Es el que le cobra la jubilación a los padres y se queda con tres cuartos con la excusa de administrarles el dinero, cagándolos de hambre porque usa el dinero para comprarse el plasma que tanta falta le hacía. Es el que se cuelga del cable, le roba el diario al vecino y se adelanta en la fila del cine o el teatro.

El Héctor es lascivo y desagradable. Es el que cuenta chistes groseros en el cumpleaños de seis años de la sobrina. Es el que le tira indirectas bien directas a la novia del sobrino en medio del almuerzo de Pascuas. Es el que le mira las tetas a las novias de los hijos. Es el que tira tiros en todas partes sin discriminar lugares ni edades. Es el que manosea a la empleada doméstica, la compañera de laburo, la cajera del supermercado y la china de la tintorería. No puede mantener una conversación porque su atención siempre está puesta en el culo de las mujeres que pasan por su lado.

El Héctor es fanfarrón. Estos aparatos son pavos reales que viven chapeando sobre sus supuestos logros (digo supuestos porque en la mayoría de los casos se refieren a productos de su imaginación más que a situaciones concretas). Les gusta hablar sobre sus conexiones con gente de la política o la farándula, siempre conocen a algún personaje que ha sido mencionado en una conversación social. O viajaron en el mismo avión, o se pelearon por un diario en el lobby de un hotel o mearon en el mismo mingitorio. El último negocio que cerraron fue un boom, el último auto que compraron lo consiguieron a precio de costo y el maitre del restaurant de moda los llama por su nombre de pila.

El Héctor es un simulador. Nunca conocerás la verdadera cara de estos personajes. Fingen todo el tiempo. Hasta la risa es actuada. Se inventan una posición económica y terminan creyéndosela al punto de endeudarse para salir de vacaciones con gente de un nivel socio-económico más encumbrado. Se inventan una profesión y así se presentan frente a quienes no los conocen. Se hacen llamar “doctor” o “licenciado” aunque jamás hayan pisado la Universidad. Simulan estar felices aunque por adentro se estén muriendo de la bronca por el ascenso del compañero, simulan que están enamoradísimos de sus mujeres aunque no las soporten (sobretodo delante del suegro, cuando están pidiéndole un préstamo para el nuevo super-negocio que se les acaba de ocurrir).

El Héctor es mentiroso. Mienten compulsivamente. Siempre para beneficio propio. Si se mandan una cagada, la culpa la tuvo aquel ignorante compañero que no puede defenderse porque está al teléfono. Les mienten a sus acreedores, les mienten a sus mujeres, les mienten a sus Jefes y hasta a sus padres. Mienten descaradamente, con una sonrisa plástica en la cara, como si el tamaño de la ofensa tuviera la inocencia de una picardía infantil. Si son descubiertos lo negarán hasta el cansancio e inventarán excusas increíbles para sostener la historia.

El Héctor es cagón. Son los primeros en huír de una escena de peligro usando a sus cónyuges de escudo humano para zafar en un tiroteo. En una pelotera familiar, son los que se van al mazo cuando las papas arden, incapaces de sostener una idea si alguien de mayor poder los enfrenta. Son los que pinchan un neumático y la esposa es la que termina tirada en el piso, llave cruz en mano. Son los que jetonean a un policía pero se fruncen si la cosa se pone densa, echándole la culpa a quien tengan al lado por el desacato o el insulto proferido a distancia. Son los que acusan pero ante la menor contienda argumentan haber sido malinterpretados. Son los primeros en subirse al bote salvavidas o encontrar la salida de incendios.

El Héctor es pésimo padre. No acompaña a su cría, compite con ella. Eso cuando la cría tiene edad de entender. Antes no les dan bola porque se cagan, lloran y eructan; cosa que no les atrae demasiado a estos “bon vivants”. No tienen buena relación con los infantes de la familia. Son los que vuelcan la ballena flotadora en la pileta ahogando a los tres pendejos que iban encima. Son los que juegan al futbol y terminan fisurando a todos los pibes de cinco años a puro tacle y patada en los tobillos. Son los que se ofenden si el hijo les gana a la Playstation y resetean el juego porque no pueden soportarlo. Son los que levantan al del cumpleaños del cogote imitando a algún mago de la tele, ante la mirada estupefacta de toda la familia porque el chico está cianótico y patalea por falta de oxígeno.

El Héctor es el hazmerreír de todos los eventos. Inconscientes e ignorantes de su propia estupidez, más de una vez se ríen a carcajadas de una broma que los tiene como protagonistas. Como la cabeza no les da y denotan una infinita incapacidad de leer entre líneas, son cuereados por los amigos adolescentes de sus hijos y sobrinos, que le llenan la copa en todos los cumpleaños para divertirse a sus expensas a medida que se van alcoholizando. Están convencidos de que son el centro de las reuniones, hablan fuerte, se ríen con sonoras carcajadas y cuentan anécdotas fuera de lugar avergonzando a sus familiares directos.

¿Conoce algún ejemplar con alguna de estas características? Estoy segura que si, yo conocí a uno que las reunía todas. Hace diez años que no lo veo y todavía repica en mi cráneo esa estúpida risa pegajosa y esa mirada babosa que lo caracterizaba. Ah, el pendejo ahorcado fue mi propio hijo.
Cualquier similitud con la realidad fue absolutamente premeditada.