martes, 27 de agosto de 2013

REVOLUCIÓN EN EL GRANERO DE JAMIE FRASER


Otra vez más, la Gabaldon logra hacer de las suyas, esta vez en la pantalla.

Desde que las novelas de Diana Gabaldon, cuyo prota masculino “Jamie Fraser” es la fantasía sexual literaria más consumida del planeta, desembarcaron en las librerías se habla de un posible traslado del texto a la pantalla.  Esto ha generado infinidad de foros, post, quejas, sugerencias y hasta la  radical oposición de quienes dicen que esto destruirá la ilusión dándole vida en el cine a algo que cada una ha proyectado en el hueso occipital del cráneo luego de consumir los libros.

Es que la experiencia literaria no le pega a todo el mundo igual de la misma manera que el alcohol o la marihuana no le pegan en forma idéntica a todo el mundo.  Yo misma puedo consumir un litro de vino y caminar derecho pero con tres copas de champagne me convierto en un felpudo baboso que tiene que arrastrarse encima de su propia baba para llegar a una cama.  Es así como Jamie para algunas es algo semejante al actor Eric Dane y para otras es Gerard Butler porque es así y se acabó!.  Claramente, cada cerebro ha armado su propia película con el texto que esta bruja a la que adoramos, gurú de la secta highlandesca a la que todas hemos sido abducidas cuando nos pusieron “Outlander” enfrente.   Como quien interpreta una receta de cocina y donde Diana dice “dos cucharadas de esencia de vainilla”, la lectora elegirá una cucharada de jugo de naranjas y otra de miel; cada cual ha hecho con estas novelas una torta diferente.  Mi amiga la hizo de chocolate bañada en dulce de leche y rociada con grageas de colores.  La mía es un pie de frutos del bosque con crema y gelatina.  Y ahí nomas se armó el bardo (quilombo=lío=revolución en el granero de Jamie).  Es que llevar a la pantalla todas las tortas juntas es dificilísimo.  Las de veinte quieren un prota de edad suficiente para fornicar de parado.  Las de treinta quieren uno no tan tierno porque les da culpita.  Las de cuarenta queremos a uno con algunas canas (aunque tenga que protagonizar al pibe de 20 del primer libro de la saga) y las de más de cincuenta quieren a George Clooney con trenzas, barba y la cafetera Nespresso en la mano (porque ya no da para pasar frío y hambre, tienen ganas de revolcarse en el Lago di Como que está más cálido que el Ness y tomar café).

Desde que las novelas salieron a la luz se han subido unos dos millones de videos que con suma artesanía y genialidad mujeres de todo el mundo han editado con música celta y su elección del candidato al trono de intérprete de Jamie Fraser.  Recuerdo cadenas interminables de mails y threads de foros de actores, películas, la propia Gabaldon y sus libros donde la eterna discusión radicaba en quiénes iban a encarnar a nuestros adorados Jamie y Claire y los no menos importantes personajes periféricos que tanto amamos como Roger, Brianna o Lord John.  He leído, mientras me dieron el tiempo y las ganas, tantas barbaridades como proponer a Brad Pitt para hacer de Jamie.  Lo siento, Brad Pitt es a Jamie lo que una carreta tirada por un burro cojo a una Ferrari Testarossa.  Ya sé, las amantes de Brad me van a gestionar un maleficio para que se me caiga el pelo y las uñas se me escamen pero lo tengo que decir porque mi Jamie es COLORADO, ALTO, CORPULENTO, CUARENTON y se parece a Gerard Butler o Eric Dane. 

Pero claro, no soy la dueña del casting así que no pienso enfrentarme con las doscientas millones de féminas enfervorizadas que creyéndose dueñas del copyright mental de Diana declaran “JAMIE ES JAMIE FOXX” (para el acento le ponemos un coach y para los colores está George Lucas y su ILM (la empresa encargada de crear los efectos de Star Wars entre otras pelis).  Así fue como poco a poco se fue generando el caos, primero vino el libro ilustrado (ni fu ni fa para mí, debo decir) y luego la gran noticia: una miniserie.  Temiendo llegar tarde al evento, antes de que se firmaran los contratos ya había mujeres enviándole sus propuestas de casting a Diana y poniendo a tiro sus sitios de descargas favoritos ya que nadie estaba muy seguro para ese entonces si la miniserie iba a estar disponible en todos los países, por qué emisora o vaya uno a saber qué trabas más.  Porque las seguidoras de los libros sabemos que esta plaga se expandió mucho más rápido que el antídoto, y los primeros libros se conseguían más fácil en Indonesia que en Argentina, en cantonés antes que en español y si no tenías la suerte de saber inglés eras capaz de hacer un curso acelerado con la mismísima Queen Elizabeth para ponerte a la par de las fantasías erótico-festivas de tus amigas angloparlantes.  Sabemos de palos en la rueda, las lectoras de Diana; estamos acostumbradas a indigestarnos con una frase posteada en su foro, adelanto del libro que estaba por editar dos años después, y vivir colgadas de esas dos oraciones hasta el aterrizaje de la maldita novela a las góndolas.  Y digo maldita a conciencia, porque nos hemos tomado dos años sentadas zapateando contra el piso releyendo una y  otra vez las entregas anteriores para estar lo suficientemente aceitadas para leer el nuevo.  Y al nuevo lo devorábamos en cuarenta y ocho horas (las más lentas); con lo cual le dábamos a Diana la ventaja de otros dos o tres años para volver a armar otra bomba letal que se llevara puestos nuestros hogares, nuestros matrimonios y nuestra vida chata AJ (antes de Jamie).

No es raro entonces encontrarnos sumidas en discusiones de cuatrocientos post y horas de cotorrerío incesante intentando ponernos de acuerdo en quién debía ser el intérprete de tamaño ser de culto y adoración.  He leído mujeres batirse a duelo y boxearse con palabrotas porque para una el tipo tiene pelo castaño rojizo y para otra es naranja zanahoria (carrot-top).  Se han insultado, amigas de años han dejado de hablarse por meses, ha habido guerras de castings con fotos, amenazas, cartas a todas las empresas americanas involucradas en la industria del séptimo arte y hasta exorcismos (fuentes que han preferido el anonimato han provisto esta información).

En mi grupete de amigas (gente, me incluyo, que supo convivir quince días bajo el mismo techo leyendo en una especie de “book club” pasado de rosca fragmentos de “Outlander” previamente marcados en una suerte de “misa negra”) decidimos aceptar lo que venga en pos de una amistad que ya lleva años y porque cada una tiene clarísimo que Jamie es de cada quien lo haya leído con las características propias que el cerebro (y las hormonas) haya sabido crear.  Obviamente comprendemos que el Jamie de Outlander debe ser encarnado por un borrego lampiño con más cara de bebé que de hombretón guerrero y salvaje.  Y también tenemos clarísimo que la miniserie será consumida por millones de mujeres pero no va a llegar ni a los talones de la película mental que Diana y su pluma suprema han sabido crear sin necesidad de una cámara, un megapíxel o un castillo fastuoso generado por computadora.  Como todos los libros que se llevan a la pantalla, es raro que el producto final conforme, justamente por eso, porque leer ejercita la imaginación y a esa no hay con qué darle.

¿Qué opinan de Sam Heughan?