lunes, 11 de noviembre de 2013

De hijos y madres

TEENS


SER MADRE DE ADOLESCENTES

Un adolescente es considerado como tal cuando le salen los primeros pelos en las piernas y en las axilas, huele a chivo cuando transpira y empieza a cambiar la voz.  La edad considerada “del pavo” duraba hasta los dieciocho como mucho.  Digo duraba porque ahora siguen siendo adolescentes hasta que se casan o se mudan solos, mientras tanto mantienen las mismas mañas que a los catorce. Por supuesto me hago cargo como el resto de las mujeres, de mimar al hijo varón hasta convertirlo en un vampiro chupasangre que te utiliza como cajero automático, está convencido que sos la reina de las pelotudas y si puede se cruza de vereda cuando te ve (si tiene la panza y billetera llenas).  Los avergonzamos, somos una especie de lastre que pregunta si lleva abrigo, si va a venir a comer, si le duele la panza o necesita medias limpias.  Así, sin darnos cuenta nos convertimos en una secretaria/mucama/geisha/niñera/valet parking/chef y principal auspiciante de las ocurrencias de estos personajes que uno suele amar hasta el fondo de los huesos.
Recuerdo como si fuera hoy, la primera vez que me hizo estacionar el auto a dos cuadras del colegio para que no lo vieran en mi compañía, pero me siguió pidiendo que lo llevara al colegio hasta quinto año del Secundario.  Ya a los doce tenía que pagarle para sacarle una foto o agarrarlo desprevenido.  Nos bloqueamos en el Facebook mutuamente dos millones de veces porque tengo prohibido etiquetar, postear, escribir y hasta mirar; pero me deja como a sabiendas de que mi bolognesa vale más que el oprobio de contarme entre su lista de amigos.  Compartimos algunos gustos como la música, los autos, el cine y la buena comida.

 Así que cuando comenzó a pedir concurrir a recitales se me fruncieron todos los esfínteres y preferí acompañarlo a los catorce años antes que perderlo en una marea de gente.  Tengo grabada en el corazón su figura, cabeza llena de rulos, jeans y zapatillas pasando por la entrada principal del estadio Monumental de River Plate para asistir a un concierto de “Intoxicados”, banda con mala prensa por el público que solía llevar.  No me voy a olvidar jamás de la cara de sorpresa y alegría que tenía mientras recorría el estadio con esos ojos enormes color miel.  Por supuesto, yo iba para cuidarlo, así que nos fuimos acercando poco a poco hasta casi el borde del escenario.  Hasta ese momento solo había bandas soporte y el público esperaba sentado fumando marihuana a lo pavote.  Nunca fumé tanta marihuana sin prender un solo faso.  Intoxicada y con los ojos rojos, buscaba sus rulos en la multitud para no perderlo de vista hasta que llegó el turno del Pity (cantante favorito de mi hijo en esa época).  Me dio la mano todo lo que pudo pero la marea de gente me lo arrebató como una ola de mar.  Lo perdí de vista y quedé sola apretujada en el medio de una masa informe de gente transpirada que no paraba de saltar al ritmo de la música, con mi escaso metro y medio (demás está decir que poco pude ver del Pity y su banda ya que cualquier persona es más alta que yo).  Transpirada y cansada de repente ví que se hacía una especie de onda expansiva como si alguno se hubiera desgraciado y los de alrededor buscaran esquivar el gas letal.  Al lado tenía parada a una mole de casi dos metros de altura y ciento veinte kilos de peso, que llevaba a su compañera sentada sobre sus hombros mientras cantaba y saltaba aplaudiendo como loco.  El señor en cuestión llevaba una cresta de pelo tipo punk, perforaciones y tatuajes por todos lados y una cara que metía miedo.  Mis prejuicios no me duraron ni medio segundo.  Ante mi cara color cemento, gesto de terror por el agujero de gente que se había manifestado frente a mis ojos el señor me dijo “Señora, no se asuste, esto se llama pogo.  Se van a ir todos para atrás y cuando empiece el estribillo van a correr todos para adelante.  Deme la mano que no la voy a soltar y no le va a pasar nada”.  Así fue como terminé incrustada en su ombligo peludo, bañada en su transpiración pero totalmente a salvo de esa avalancha.  Salí airosa de la primera fecha y luego del reencuentro con mi multiúnico vástago me fui a dormir con los pies como dos empanadas gallegas, una sordera industrial post concierto y el dolor de cabeza de la década.  Al día siguiente teníamos entradas para otra banda.  Y así fue como volvimos a concurrir al mismo lugar pero esta vez acompañados de mi cuñado, mi hermana y mi sobrino.  Tranquila porque mi hijo estaba custodiado, me quedé saltando (para no desentonar) con mi hermana y cuñado quien nos hizo caminar entre la gente hasta llegar lo más cerca del escenario posible.  Otra vez el famoso pogo y un milagro que cambiaría mi vida para siempre.  Evidentemente tropecé con los cordones desatados de mis zapatillas y caí boca arriba sobre el pasto.  Mi vida pasó frente a mí en un segundo.  Pensé en todos los muertos del mundo por avalanchas en estadios y me dí cuenta que estaba a punto de morir.  Una manera cool de morir pensé, en un recital de “Los Piojos”; pero Dios ese día estaba de buen humor y como por arte de magia se hizo un círculo alrededor.  No sé cómo pero alguien me puso de pie y ató mis zapatillas como por arte de magia.  Me cagué en las patas y juré que nunca más iba a pisar un recital sin una entrada para palco.

Por supuesto la criaturita siguió creciendo y asistiendo a recitales sin mi compañía ya que demostró con creces que podía cuidarse solo, paradójicamente, en estos recitales mi hijo terminó cuidándome a mí.  También lo acompañé a hacerse su primer tatuaje para asegurarme de la higiene del lugar (y de paso pagar la cuenta), fuimos a hacerse su primer piercing, le enseñé a manejar sufriendo como una condenada cada vez que se llevó el auto, descubrimos juntos el sabor de nuestro primer sushi, compartimos películas, junté de donde no tenía para comprarle la Play 2 y luego la 3.  Lo esperé dos horas, parada, mientras se probó todas las remeras de un local de ropa.  Lo llevé de vacaciones a un lugar que no me gustaba para que en la mitad de las mismas se volviera con su amigo porque estaba aburrido.  Cociné y cocino todo lo que me pide aunque se me escape a la cancha y me tenga con el culo en la mano hasta recibir el mensajito “estamos volviendo”.  Hace unos seis años que no duermo tranquila pensando si llegó, si lo escuché, si no lo escuché; mandando textos a las cinco de la mañana para conocer su paradero.  Me fumé todos los partidos de futbol de la liga inglesa, española, italiana, y las copas de todos los continentes solo o con una horda de amigos y primos vociferando cosas irreproducibles.  Lavé y lavo medias y camisetas con olores propios de los camellos de El Cairo.  Su dormitorio parece Beirut después de un bombardeo, cuando pasa por el baño arrasa como un tsunami y si anduvo cocinando vas a encontrar tuco hasta en las cortinas del living como si alguien hubiera cometido una masacre de tomates.

Todo lo que hice y hago lo volvería a hacer veinte veces.  Porque a pesar de quejarme, me encanta ser su madre, me divierte aunque a veces lo quiera estampar contra una pared.  Tenemos peleas que son para alquilar balcones, los gritos se escuchan ocho cuadras a la redonda.  Tiene la capacidad de pegar donde más duele, pero de dar el beso que cura todos los males.  Nos aguantamos mutuamente, nos protegimos cuando nos quedamos solos, compartimos el amor por los animales y él sigue pensando que soy una tarada que no sabe nada de la vida.

Mi consejo para parejas: Bajen ostensiblemente la cantidad de hijos planeados, concurran a una casa donde haya varios adolescentes para ver la que les espera.
Mi consejo para padres de niños pequeños: Prepárense.  Tomen vitaminas, hagan gimnasia, duerman todo lo que puedan y ahorren mucho dinero porque lo van a necesitar.
Mi consejo para padres de adolescentes: Están en el baile así que muévanse lo mejor que puedan, dicen que en algún momento se termina, pero no tengo el placer de conocer esa sensación.
Mi consejo para padres de jóvenes: Los van a tener atrincherados en casa hasta que consigan novia, trabajo, casa y auto.  Como viene la mano, sigan trabajando hasta que se les caigan los dientes.


Mi hijo se llama Guillermo, y a pesar de todas las ganzadas que escribo estoy orgullosa de él porque es una buena persona y lo mejor que me pasó en la vida…lejos!

Acá está el famoso recital de ese año, a ver si me encuentran entre la gente ;-)




martes, 15 de octubre de 2013

La red nos captura a todos, tarde o temprano

Amistades, relaciones y otras yerbas de Internet

Cuando la gente tiene una pasión desbordante y tiene huevos como para ir detrás de aquello que lo vuelve loco; lo más probable es que lo haga.  Esa es una de las cualidades que más me atrapan en una persona.  La locura por algo.  Una película que uno mira hasta el cansancio, rebobinando las partes que a uno le resultan más importantes en cámara lenta.  Un libro que uno no puede abandonar por más de dos o tres meses teniendo la compulsión de volver a leer (donde uno ya tiene subrayados los párrafos que más le gustan como si fuera un libro de estudio).  Una canción que uno tiene en el MP3 y le da play durante un mes todos los días y a toda hora.  Una serie de televisión de la cual uno no solo ha pirateado todas las entregas, también ha guardado las mejores escenas del youtube y hasta los cortos musicalizados que la gente ha hecho con fragmentos de la misma.  Un auto que se atesora, lustra y restaura como si fuera una joya.  Así puedo seguir toda la vida, enumerando las pasiones que me ha tocado presenciar y en muchos casos alimentar sin saber que las mismas iban a traer aparejado todo un mundo que incluía amistades de diferentes nacionalidades.

Hace unos diez años alquilé una película de un ignoto actor escocés cuya estampa me atrapó desde el afiche, me la llevé a casa sin saber que me estaba llevando la lámpara de Aladino conmigo.  La peli se llamaba “Dear Frankie” y el actor Gerard Butler.  Puse la peli y me senté a mirarla.  A los dos minutos estaba googleando a este señor divino que se robaba la peli, a pesar de que el personaje principal es un niño sordomudo y su mamá.  El tipo hasta ese entonces no había hecho demasiadas cosas, pero después de esa filmó “El fantasma de la Opera” y ese dato bastó para ir corriendo a buscarla.  Luego alquilé Drácula y otra peli de bajo presupuesto (bastante mala por cierto).  Como ya había ocurrido en otras épocas, el googlear a mi actor favorito del momento me llevaba derecho a los foros de fans de los actores (fue el caso de Russell Crowe y Kenneth Branagh).  Así aparecí en el foro de este actor, mantenido por una temida Tamara, que ponía orden en ese gallinero donde había gente que le escribía cartas, le hablaban desde un post febril donde le preguntaban hasta el grupo sanguíneo a este pobre escocés que hasta ese entonces buscaba fama y fortuna en Hollywood sin demasiado éxito de taquilla.  Entonces reparé en un subforo español y dentro del mismo un subforo de argentinas.  Me pasé varios meses leyendo lo que escribían sin animarme a escribir una oración.  Me hacían divertir mucho, ya que entre los planes del grupo había uno muy bien diseñado para raptar al señor y clonarlo para tener muchos ejemplares similares.

Llegó el día en el que tomé coraje y escribí algo, previa presentación, ya que es muy importante presentarse antes de escribir media letra (primera regla de oro de un foro de fans).  Así que haciendo uso del “donde fueres haz lo que vieres”, les conté que había caído en las redes del escoces como una mosca dentro del dulce.  Me sorprendió constatar que esto se parecía más a un grupo de autoayuda que a un foro de fans.  Porque cuando uno descubre que el objeto de su deseo nunca estará en la cama de una, ni susurrará palabras tiernas en un escoces con un acento durísimo, se empieza a sufrir.  Pero por lo menos se sufre en grupo.  El tema es que a cambio de un poco de sufrimiento virtual, se van construyendo relaciones (sin saberlo) que están destinadas a perdurar en el tiempo más que esta subyugante adoración a un señor que tampoco es tan buen actor (visto a la distancia y con objetividad).  Eso sí, es un buen tipo y todas queríamos que le fuera bien.  Y le fue más que bien, se hizo famoso y cada vez fue más raro poder acercársele. 

En ese foro me entero de que había muchas cosas prohibidas, estaba prohibido hablar de sexo, del físico del actor en forma libidinosa y cualquier otro detalle que pudiera ofender al susodicho; aunque en realidad los posts estaban monitoreados por Tamara y sus secuaces de acuerdo a los standards de moral y buenas costumbres que la señora ostentaba.  Por eso me llamó la atención cuando me invitaron a pertenecer a un grupo llamado las “zuziaz”.  Estas mujeres habían aprendido a engañar a los traductores automáticos  español-inglés escribiendo adrede con faltas de ortografía.  Así aterricé en ese antro de perdición donde se hablaba de cualquier cosa siempre y cuando estuvieran mal escritas de forma tal de violentar las normas del lugar.  Luego comenzamos a reírnos de las cosas que algunas mujeres de otros países hacían para sentirse más cerca del escocés (estamos hablando de bañarse en un jacuzzi con una figura plástica a escala del escocés o de disfrazarse del personaje femenino del fantasma para besar una gigantografía a escala del actor).  Así fue como llegamos a los bancos de imágenes sin protección de algunas fanáticas que hacían cosas bastante ridículas.  Hicimos videos, compusimos poemas, y todo aquello que nos hiciera reír. 
Entonces decidimos migrar a un foro sin censuras, mantenido por un grupo de norteamericanas con sentido del humor, una suiza, varias italianas, españolas, canadienses y argentinas.  Fue así como aprendimos historia, geografía, cine y el actor quedó relegado a  un segundo plano.  Comenzaron a importar las personas.  Para ese entonces ya me había juntado un par de veces con mis coterráneas a quienes enseguida adopté como hermanas ya que estaban consumidas por esta pasión tanto como yo.  Nos pasamos películas, compartimos música, fuimos al cine y a festivales juntas y nació una amistad que trascendió las redes sociales, gracias a Dios.  

Entonces me invitaron a consumir literatura a la que yo me negaba porque nunca me cerraron las novelas televisivas, menos me iba a interesar en la típica novela rosa diseñada para hacer transpirar mujeres.  Cuestión es que me quedaba afuera de las conversaciones porque nuestro actor era el principal candidato a interpretar a Jamie Fraser, personaje principal de una saga de novelas tan bien escrita que cuando me retaron a leer diez páginas no pude parar hasta el día de hoy.  Ya escribí mucho sobre este personaje, ahora se está filmando la miniserie basada en el primer libro.  Pero lo gracioso es que como no se conseguían en nuestro país me empezaron a llover los pdf por las cuatro casillas de mail que tengo.  Luego una amiga acostumbrada a viajar y encontrar lo inencontrable me fue consiguiendo de a poco toda la saga en inglés.  Y las españolas me obsequiaron el sexto en castellano.

Pero cómo puede ser que algo sea la punta del ovillo que me haya llevado a compartir cumpleaños, navidades y pascuas con mujeres de todas partes del mundo?  Nos pasamos fotos de nuestros hijos, compartimos nuestras miserias y festejamos nuestros logros.  En diez años me pasó de todo.  Me separé, me divorcié, encontré trabajo y luego encontré al amor de mi vida.  Todo eso lo pude compartir con estas mujeres muchas de las cuales veo seguido y a otras me gustaría aunque las frágiles economías de nuestros países nos han puesto barreras que todavía no podemos derribar.  En el año 2007 dos amigas españolas se embarcaron en un avión y en escasas ocho horas aparecieron en el aeropuerto ante la mirada fascinada de las cuatro que las esperábamos acá.  Alquilaron un departamento por diez días y puedo asegurar que no existe spa en el mundo capaz de embellecer y curar lo que esas risas hicieron durante esa estadía.  Nos mirábamos y nos poníamos a cacarear como gallinas.  Poníamos las pelis del escocés con la excusa de compartir algo que había sido motivo de nuestra unión y terminábamos leyendo párrafos de la saga de libros “Forastera”.  Hacíamos la sobremesa de la cena hasta las cinco de la mañana hablando de todo lo que se puede hablar y aprovechando al máximo ese tiempo que sabíamos tenía fecha de vencimiento.  Caminamos por las calles de Buenos Aires, nos agarraron las tormentas, inundaciones, viajes interminables en colectivo, paseos por el Tigre y hasta pudimos compartir la película “300” en el IMAX y un festival celta (todo el mismo día).  Fue un pijama party de señoras de más de 25, con el niño interior vivito y coleando y unas ganas de vivir y disfrutar como yo no ví en mi vida.  Siempre hicimos participar mediante fotos y videos a las que no pudieron viajar pero que son el corazón de este grupo de locas inteligentes y divertidas que ya conozco hace más de diez años.

Y así seguimos, nos vemos para cumples, nos entreveramos en interminables cadenas de mails, tenemos grupos cerrados de Facebook, grupos de Whatsapp, nos hablamos por teléfono, en conferencia de Skype (lo hicimos un par de veces y creo que lo volteamos) y cuanta red social aparezca por el camino.

Una vive en Cipoletti, otra en Vicente Lopez, otra en Villa Urquiza, otra en Locarno, otra en Montreal, otra en Madrid, otra en Benidorm, otra en Nápoles, otra en Málaga, varias en USA y me debo estar olvidando de alguna localidad.

Bueno, y como si esto fuera poco, hace tres años y gracias a las redes sociales conocí a un señor muy bello, bueno, gracioso, generoso y divertido que ahora vive conmigo.

Y pensar que mi mamá me trataba de loca cuando en lugar de tomar sol me pasaba el verano en la computadora…

¿Otra vez leyendo ese libro?
¿Vas a ver esa película por enésima vez?
¿Cómo son amigas si no las conocés?

¿Cómo explicarle?

El video de la primer peli del escocés que me trajo tantas satisfacciones (ojo, me refiero a mis amigas!)


viernes, 11 de octubre de 2013

HOY HABLAMOS DE CLAIRE




Solo para fanáticos de la saga “Outlander” de Diana Gabaldon

Esta heroína de las novelas románticas de la Gabaldon se lleva todos los premios, al igual que su partenaire masculino.  Para quienes no conozcan la saga, la misma cuenta con siete libros donde el personaje principal es esta mujer que viaja un par de veces en el tiempo, la primera vez por error y la segunda para reencontrarse con su gran amor que está vivito y coleando en el año 1770.  El tipo es un highlander y en la primera entrega de la autora, la Sra. Claire es abducida por una especie de túnel del tiempo donde termina conociendo a este machote que no solo le salva la vida, de paso cañazo se convierte en su marido por obligación, del que termina locamente enamorada igual que todas nosotras y algunos hombres que también han leído estos libros.

¿Cómo describir a Claire?  Claire es sencillamente perfecta e imperfecta.  Fue enfermera y luego se convierte en médico (cuando regresa a su tiempo actual luego de embarazarse del escocés pelirrojo).  Cuando su  hija está lista para volar sola, le confiesa que su padre es un highlander que vivió hace dos siglos en Escocia y la hija, lejos de internarla en un Neuropsiquiátrico, la ayuda a hacer toda la investigación para conocer el paradero de su padre e intentar volver para reencontrarse con él.  Pero volvamos a Claire.  Claire sabe de todo.  Cocina un festín con una liebre, un pato o un poco de avena.  Sabe coser, es inteligente, fabrica penicilina con hongos, anticonceptivos con semillas silvestres y es una eximia cirujana.  El marido es parte de su práctica de cirugía ya que durante la totalidad de las entregas lo opera unas ciento cincuenta veces, lo sutura, le acomoda los huesos, le acaricia los huevos y demás especialidades.  Pero lo mejor de todo es que aplica su sabiduría de los años sesenta pero con la tecnología paupérrima del siglo donde los problemas se arreglaban a espadazos limpios y la gente rara vez llegaba a cumplir cuarenta años.  Cura plagas, cura caballos, atiende partos de cerdos y los niños de todas las mujeres de la familia y hasta es capaz de hacer revivir sin desfibrilador a una vieja que murió hace 3 días y la están velando. 
Como amante no tiene rival en el planeta.  Es sumisa cuando él se lo pide y simplemente la acorrala contra una pared.  Es salvaje cuando está caliente como una pava hirviendo y describe cada detalle del cuerpo de su marido con una precisión de médico forense (con la diferencia que este está vivo, el precioso, perfecto y toda lectora quiere al menos un polvo de él).  Ella sabe lo que a él le gusta y está dispuesta siempre a dárselo.  No existe una sola página de esos libros donde ella le diga “me duele la cabeza” o “estoy con la regla” o “estoy cansada”.  La libido de Claire es un tren bala que solamente necesita que el pelirrojo la mire fijo con los ojos rasgados para que ella se ponga en pelotas predispuesta a brindarle la mejor de las noches.  Además, ella siempre está perfecta, sucia o limpia, gorda o flaca, peinada o despeinada; la tipa sabe que es la miel de esa abeja llamada “Jamie Fraser” y disfruta de esa relación a pleno.  No tiene problemas de lugar ni espacio.  Puede darse en un granero, sobre la mesa de la cocina, en la orilla de un río, sobre un bote, una balsa, una cama marinera de un barco, arriba de un caballo o simplemente en la cama matrimonial.  El tema es darle para que tenga y guarde, por si a él se le ocurre lastimarse y está varios días sin poder satisfacer los deseos de su esposa.
Pero no todo es perfección en la vida de Claire.  Porque ella también tiene sus defectitos y el principal, a mi entender, es ser una reverenda desobediente que se somete a todo tipo de peligros aun cuando siempre es advertida por su adorado esposo.  Si él le dice “quédate acá” ella va a ir definitivamente hacia allá.  Si él le dice “quédate adentro de la cabaña” ella saldrá disparada como cohete a la luna hacia el medio del bosque nevado, en camisón, descalza y con veinte grados bajo cero.  Además, tiene un talento innato para meterse en problemas, problemas que obligan a su señor esposo a meterse en  más problemas y alguno de los dos lastimados.  El sufre como un condenado porque a lo largo de treinta años de matrimonio ella estuvo al borde de la muerte unas veinte veces.  La raptan, la cagan a trompadas, la violan, se contagia todas las pestes, la meten en la cárcel, la quieren quemar en la hoguera por bruja; en fin, siempre resulta un pajarito herido al que Jamie envuelve en su plaid y cuida pacientemente rezando en gaélico para que los Dioses se la devuelvan con vida otra vez.  Nunca he leído a un tipo llorar tanto como al marido de Claire.  Llora y luego se enfurece.  Luego se carga a toda aquella persona que pudiera haberle hecho daño a su amada y cuando ella tiene una fiebre que no supera los 39 grados y está en condiciones de hablar le hace el amor de una manera que no tiene descripción en el diccionario.  Así que uno está deseando que esta mujer vuelva a estar en peligro para leer otro polvo majestuoso de esos que la Gabaldón sabe describir con tanta habilidad.

Pero ojo, no nos creamos que no tenga su carácter.  Ella es una rebelde con y sin causa, lo cual a veces también provoca la ira de su marido.  Es caprichosa, quiere salirse con la suya y lo pelea hasta volverlo loco.  Sobre todo en los primeros libros, donde existen varias escenas de desencuentros, celos y arrebatos de furia de ambos protagonistas, ella no tiene ningún problema en mandársela a mudar caminando por un oscuro bosque o al borde del precipicio, furiosa y con ganas de matarlo.  Probablemente él se quede unos cinco minutos y luego salga cabalgando a buscarla para darle un par de chirlos en el culo que siempre derivan en otra escena de sexo de esas que uno recrea en la cabeza una y otra vez.  Se sacan chispas pero se atraen como dos imanes.  Y además son compasivos, generosos y la cabeza de un clan al que dirigen y sacan de apuros una y otra vez.

Claire es la esposa perfecta, la madre ideal, la amante de lujo, la médica que todos quisiéramos tener, la abuela de ensueño…la heroína más grande que haya escrito alguien que quiere que sus lectoras deseen fervientemente ser un poquito como Claire.


Se está filmando la miniserie correspondiente al primer libro, la foto de Claire pertenece a Catriona Balfe, quien ha sido elegida para protagonizar a nuestra heroína.

martes, 27 de agosto de 2013

REVOLUCIÓN EN EL GRANERO DE JAMIE FRASER


Otra vez más, la Gabaldon logra hacer de las suyas, esta vez en la pantalla.

Desde que las novelas de Diana Gabaldon, cuyo prota masculino “Jamie Fraser” es la fantasía sexual literaria más consumida del planeta, desembarcaron en las librerías se habla de un posible traslado del texto a la pantalla.  Esto ha generado infinidad de foros, post, quejas, sugerencias y hasta la  radical oposición de quienes dicen que esto destruirá la ilusión dándole vida en el cine a algo que cada una ha proyectado en el hueso occipital del cráneo luego de consumir los libros.

Es que la experiencia literaria no le pega a todo el mundo igual de la misma manera que el alcohol o la marihuana no le pegan en forma idéntica a todo el mundo.  Yo misma puedo consumir un litro de vino y caminar derecho pero con tres copas de champagne me convierto en un felpudo baboso que tiene que arrastrarse encima de su propia baba para llegar a una cama.  Es así como Jamie para algunas es algo semejante al actor Eric Dane y para otras es Gerard Butler porque es así y se acabó!.  Claramente, cada cerebro ha armado su propia película con el texto que esta bruja a la que adoramos, gurú de la secta highlandesca a la que todas hemos sido abducidas cuando nos pusieron “Outlander” enfrente.   Como quien interpreta una receta de cocina y donde Diana dice “dos cucharadas de esencia de vainilla”, la lectora elegirá una cucharada de jugo de naranjas y otra de miel; cada cual ha hecho con estas novelas una torta diferente.  Mi amiga la hizo de chocolate bañada en dulce de leche y rociada con grageas de colores.  La mía es un pie de frutos del bosque con crema y gelatina.  Y ahí nomas se armó el bardo (quilombo=lío=revolución en el granero de Jamie).  Es que llevar a la pantalla todas las tortas juntas es dificilísimo.  Las de veinte quieren un prota de edad suficiente para fornicar de parado.  Las de treinta quieren uno no tan tierno porque les da culpita.  Las de cuarenta queremos a uno con algunas canas (aunque tenga que protagonizar al pibe de 20 del primer libro de la saga) y las de más de cincuenta quieren a George Clooney con trenzas, barba y la cafetera Nespresso en la mano (porque ya no da para pasar frío y hambre, tienen ganas de revolcarse en el Lago di Como que está más cálido que el Ness y tomar café).

Desde que las novelas salieron a la luz se han subido unos dos millones de videos que con suma artesanía y genialidad mujeres de todo el mundo han editado con música celta y su elección del candidato al trono de intérprete de Jamie Fraser.  Recuerdo cadenas interminables de mails y threads de foros de actores, películas, la propia Gabaldon y sus libros donde la eterna discusión radicaba en quiénes iban a encarnar a nuestros adorados Jamie y Claire y los no menos importantes personajes periféricos que tanto amamos como Roger, Brianna o Lord John.  He leído, mientras me dieron el tiempo y las ganas, tantas barbaridades como proponer a Brad Pitt para hacer de Jamie.  Lo siento, Brad Pitt es a Jamie lo que una carreta tirada por un burro cojo a una Ferrari Testarossa.  Ya sé, las amantes de Brad me van a gestionar un maleficio para que se me caiga el pelo y las uñas se me escamen pero lo tengo que decir porque mi Jamie es COLORADO, ALTO, CORPULENTO, CUARENTON y se parece a Gerard Butler o Eric Dane. 

Pero claro, no soy la dueña del casting así que no pienso enfrentarme con las doscientas millones de féminas enfervorizadas que creyéndose dueñas del copyright mental de Diana declaran “JAMIE ES JAMIE FOXX” (para el acento le ponemos un coach y para los colores está George Lucas y su ILM (la empresa encargada de crear los efectos de Star Wars entre otras pelis).  Así fue como poco a poco se fue generando el caos, primero vino el libro ilustrado (ni fu ni fa para mí, debo decir) y luego la gran noticia: una miniserie.  Temiendo llegar tarde al evento, antes de que se firmaran los contratos ya había mujeres enviándole sus propuestas de casting a Diana y poniendo a tiro sus sitios de descargas favoritos ya que nadie estaba muy seguro para ese entonces si la miniserie iba a estar disponible en todos los países, por qué emisora o vaya uno a saber qué trabas más.  Porque las seguidoras de los libros sabemos que esta plaga se expandió mucho más rápido que el antídoto, y los primeros libros se conseguían más fácil en Indonesia que en Argentina, en cantonés antes que en español y si no tenías la suerte de saber inglés eras capaz de hacer un curso acelerado con la mismísima Queen Elizabeth para ponerte a la par de las fantasías erótico-festivas de tus amigas angloparlantes.  Sabemos de palos en la rueda, las lectoras de Diana; estamos acostumbradas a indigestarnos con una frase posteada en su foro, adelanto del libro que estaba por editar dos años después, y vivir colgadas de esas dos oraciones hasta el aterrizaje de la maldita novela a las góndolas.  Y digo maldita a conciencia, porque nos hemos tomado dos años sentadas zapateando contra el piso releyendo una y  otra vez las entregas anteriores para estar lo suficientemente aceitadas para leer el nuevo.  Y al nuevo lo devorábamos en cuarenta y ocho horas (las más lentas); con lo cual le dábamos a Diana la ventaja de otros dos o tres años para volver a armar otra bomba letal que se llevara puestos nuestros hogares, nuestros matrimonios y nuestra vida chata AJ (antes de Jamie).

No es raro entonces encontrarnos sumidas en discusiones de cuatrocientos post y horas de cotorrerío incesante intentando ponernos de acuerdo en quién debía ser el intérprete de tamaño ser de culto y adoración.  He leído mujeres batirse a duelo y boxearse con palabrotas porque para una el tipo tiene pelo castaño rojizo y para otra es naranja zanahoria (carrot-top).  Se han insultado, amigas de años han dejado de hablarse por meses, ha habido guerras de castings con fotos, amenazas, cartas a todas las empresas americanas involucradas en la industria del séptimo arte y hasta exorcismos (fuentes que han preferido el anonimato han provisto esta información).

En mi grupete de amigas (gente, me incluyo, que supo convivir quince días bajo el mismo techo leyendo en una especie de “book club” pasado de rosca fragmentos de “Outlander” previamente marcados en una suerte de “misa negra”) decidimos aceptar lo que venga en pos de una amistad que ya lleva años y porque cada una tiene clarísimo que Jamie es de cada quien lo haya leído con las características propias que el cerebro (y las hormonas) haya sabido crear.  Obviamente comprendemos que el Jamie de Outlander debe ser encarnado por un borrego lampiño con más cara de bebé que de hombretón guerrero y salvaje.  Y también tenemos clarísimo que la miniserie será consumida por millones de mujeres pero no va a llegar ni a los talones de la película mental que Diana y su pluma suprema han sabido crear sin necesidad de una cámara, un megapíxel o un castillo fastuoso generado por computadora.  Como todos los libros que se llevan a la pantalla, es raro que el producto final conforme, justamente por eso, porque leer ejercita la imaginación y a esa no hay con qué darle.

¿Qué opinan de Sam Heughan?




lunes, 11 de marzo de 2013

LA DOCENTE PAPARULA


Aquella boba que pulula en los patios de las escuelas como los globos en los cumpleaños

Ví un comercial de un auto que refrescó mi memoria.  Mi hijo acaba de terminar el Colegio Secundario y se inscribió en la Universidad.  Como corolario de toda una vida escolar, escribí en el muro de mi Facebook  algo así “Ya cumplí, forré cuadernos, le conté la historia de Egipto y la Revolución Francesa, le expliqué matemáticas, pintamos planetas, germinamos porotos, fuí a verlo actuar a los actos y me fumé todas las reuniones de padres. Lo llevé y me lo traje junto con dos o tres compañeros. Preparé nesquik para una banda, organicé campamentos y pyjama parties. Me amargué con una mala nota y festejé cada triunfo. No sé si será un sabio pero estoy segura de que es una buena persona y que siempre voy a estar orgullosa de él (aunque a veces lo quiera estampar contra una pared).”  Cuestión que en un breve pantallazo resumí lo que fuera para mí la vida de madre de un niño en edad escolar y de algunas maestras que se llevaron todos los premios en cuanto a estupidez y el pedazo de viaje lunático que tenían en la cabeza.

¿Cómo saber que te ha tocado una maestra paparula?

Habla con un tonito y una cadencia digna de una tortuga adicta a la marihuana (si es que la tortuga pudiera hablar).  Le habla a un ser humano que puede recitar las doce mil guarangadas del diccionario lunfardo de memoria, como si fuera un estúpido hipoacúsico, no vidente y subnormal.  Pronuncia cada palabra con una dicción tan marcada que generalmente escupe al chico en la cara (ya que para hablarle baja el cogote como una jirafa y se le pone a dos centímetros de la cara).

Tiene cara de feliz cumpleaños perenne.  Más que una sonrisa es una mueca digna de Michael Jackson después de la vigésimo sexta cirugía facial.
Te llama “mami” más de veinte veces por día y suele propasarse en gestos y aspavientos.  

Te pide que forres seis cuadernos, dos cajas de zapatos y un arsenal de libros con papeles de determinado color (todos distintos y difíciles de conseguir).  Y que a todo le pongas nombre.  Hasta los calzones sucios van tatuados con el nombre, como si uno los fuera a conservar como trofeo de guerra.

Te pone reunioncitas cada quince días en horarios en los que uno está trabajando u ocupando el tiempo para pintarse el pelo o ir al dentista.  También te convoca para que lo veas recitar, cantar, amasar choricitos con masa, masticarse a un compañerito, tocar los toc-toc, lavarse las manos solito, reconocer su mochila en el perchero, imitar al perro y la gallina y bailar el pericón.

Te llama a la salida, te frunce el ceño y apuntándote con el dedo índice acusa a tu hijo de dos años de haber arañado a una compañerita que resulta ser la hija de Chuky y bien merecido se lo tenía la perra esa.

Te invita amorosamente a hornear una tortita para treinta y cinco pendejos.  La misma debe tener dos pisos, ser de vainilla, cubierta con grana de los colores del colegio y la cara del cartoon de moda dibujada con grageas de chocolate sobre la superficie (como si uno fuera un diseñador de Pixar).

Te sugiere visitar a la Psicopedagoga (la madre de todas las maestras paparulas) porque tu hijo se mojó los pantalones (porque no le dio bola cuando el crío pidió a gritos que alguien lo llevara al inodoro).  Entonces argumentan que el “educando” tiene problemitas y entran a hurgar en la vida de pareja de los progenitores con el mismo rigor científico con el que Ventura y Rial analizan los problemas de droga de Diego Maradona.

Ya en la escuela primaria, es aquella que se indigna porque el pibe no copia habiéndolo sentado en la última fila y no se da cuenta que el alumno: NO VE UN POMO!

Es la que te inflama los ovarios llamándote todas las semanas para “ponerte al día” con las últimas novedades de tu hijo.  Que no sabe sumar, que no sabe leer, que se distrae y la mar en coche.  Si no aprendió todo eso es porque VOS NO SABES ENSEÑAR SALAMINA!

También es la que se entusiasma con una ecuación de álgebra que bajó de internet y no se da cuenta que es la misma que mandó a John Nash al Neuropsiquiátrico.  Seguramente la respuesta correcta amerita un cónclave familiar y un par de mails a los foros del Instituto Balseiro y el MIT de Massachusetts.  

Es aquella señorita que todavía no es madre y no tiene puta idea de lo difícil que es obligarlos a hacer la tarea, bañarse, comer verduras, guardar los juguetes y largar la tele; entonces les pide que hagan una maqueta del aparato digestivo con materiales descartables para MAÑANA!.  Tarea para mamita, el crío se queda dormido sobre dos maples vacíos de huevos que le dejan la cara cuadriculada, sobre la mesa de la cocina, a las once de la noche mientras vos recortás piolines, lanas y hojas secas intentando fabricar un intestino delgado de la nada sobre un tablero de telgorpor.

Probablemente sea la divagante que en su afán de inculcar “valores” los tenga una hora parados en el patio con cuatro grados bajo cero porque ninguno se digna a delatar al compañero que se tentó largando una sonora carcajada cuando ella se confundió la letra del himno y quedó cantando sola sobre un solo de piano de la vetusta grabación escolar.

Andan sueltas por los patios de los colegios.  Gracias a Dios hay maestras geniales como Patri, Andrea, Grachu, Elenita, Lulu, Susana y mi propia hermana.  Son el antídoto para estas paparulas escolares con cerebro de pájaro (como diría mi cuñado, que también es docente).

El comercial que inspiró el relato



jueves, 7 de febrero de 2013

RENOVAR LA LICENCIA DE CONDUCIR



Un desafío a la paciencia de los argentos


En Argentilandia ningún trámite que involucre un organismo estatal, provincial o municipal será tarea fácil.  Cualquier argento que se precie de ello sabrá que sobrevivir en esta bendita tierra es más complicado que acampar en la luna.  Renovar un documento para acreditar identidad, patentar un auto, transferir el título de un inmueble o tramitar el pasaporte para salir del país es un dolor de huevos monumental.
En este caso en particular voy a referirme exclusivamente a la renovación de la licencia de conducir, trámite que me ha llevado puesto casi un tanque de nafta, dinero y unas doce horas de mi vida en dos capítulos.  Catarsis en forma de anécdota es lo que voy a intentar hacer.

Ya sabía que la licencia vencía en febrero.  Saqué el carnet y conté los días hábiles, no me quedaba mucho margen para el error, rechazo, rebote y la mar en coche.  Es por esto que busqué los requisitos por internet y le encomendé a mi hijo averiguar costos y tiempos.  Parecía sencillo…parecía. 
Hace un año renové el DNI y cuando me lo entregaron me percaté que me habían cambiado el partido (municipio), por lo tanto iba a tener que solicitar la licencia en el partido nuevo.  Hete aquí que ese partido solicitaba un “certificado de legalidad” expedido por el municipio otorgante de la licencia vieja.  Busqué más de media hora el teléfono del municipio que debía proveerme el certificado y pude hablar con una persona muy amable que me enviaba a las 7.30 hs.  a la Dirección de tránsito.  Un trámite facilísimo de una media horita o más.  A mi hijo le pidieron que fuera bien temprano a presentar la solicitud de renovación de nuestras licencias. 
Puse la alarma y me levanté en el horario que los gallos cantan y el sol todavía no asoma, a pesar de estar en pleno verano.  Me maquillé como una puerta para salir dignamente en la foto carnet y emprendí un viaje del 30 kms. rumbo al municipio que me legalizaría mi vieja licencia.  Munida de la impresión del google maps con la dirección exacta me perdí o no quise anoticiarme inconscientemente, de que esa fila de 35 personas estaba esperando antes que yo entrar al lugar indicado.  Estacioné y me bajé con los pelos de nuca electrizados como boyero para perros.  Pregunté y un señor con cara  de mustia resignación me explicó que venía a hacer lo mismo.  Faltaban veinte minutos para que abrieran sus puertas, así que me dediqué a repetir en voz baja un par de mantras para mantener el monstruo que vive en mí a raya.   A la hora señalada abrieron sus puertas y un señor que nos dirigía como vacas al matadero nos mandó a un lugar equivocado.  Menos mal que se nos dio por preguntar o todavía estaría ahí echando raíces.  Cuestión que a los veinte minutos, un dibujito animado salido del Cartoon Network me pide mi licencia y dice que va a atenderme.  Feliz como una boludita con dinero suelta en un shopping, tuve que guardar las muelas dentro de la boca con los dedos, para dejar de sonreír.  La señora (una mujer de unos 60 años enfundada en ropas apretadas y de colores chillones), estuvo unos 25 minutos peleando con la pc hasta que otra señora de 55 años acudió en su rescate.  Luego de un breve cónclave, ví las luces de la impresora y recé un rápido rosario.  Parecía que iba a obtener lo que había ido a buscar y no había corrido sangre, todavía.  Lista para llevarme el papelito, sonriendo agradecida extendí la mano para agarrar el papelito.  La cacatúa ambulante me dio el papelito junto con otro y me avisó que tenía que volver a hacerlo firmar previo pago de 20 pesos en el Banco Provincia que abría exactamente dos horas después de esta conversación.  Le expliqué que tenía que ir al otro Municipio y que había solicitado permiso en el trabajo para realizar el trámite, que por favor me cobraran ahí.  Sabiendo que la respuesta era un NO rotundo que la señora tenía incrustado a flor de culo, me retiré puteándola en silencio.  Mi hijo me sugirió ir igual al otro municipio y presentar el papelito sin firma, pagando el arancel con los aranceles de la renovación.  Le hice caso, puse primera y salí como Batman camino a la otra oficina.
Treinta kilómetros y media hora después estacionamos y nos dirigimos a la dependencia correspondiente temblando por el bendito papel. Presentamos ambas licencias y ahí nomás me solicitaron la legalización sin firma que llevaba en la cartera.  Gracias a Dios ni la miraron pero nos advirtieron con cara de espanto “no tenemos sistema”.  Les pregunté qué podíamos hacer, volviendo a repetir que debía volver a trabajar y necesitaba realizar el trámite ese día.  Nos sugirieron ir haciendo la visita al oftalmólogo en el hospital local.  Salí arando al hospital y anduve unos diez minutos deambulando de puerta en puerta hasta que un plumero platinado con cara de pocos amigos levantó el dedo índice y me dijo “allá”.  Allá había como unas seis personas delante, un pronóstico alentador teniendo en cuenta que el número de gente delante de mí era inferior a dos dígitos.  Una hora después y dos papeles firmados por una médica que nos hizo leer letras en una pizarra con un ojo tapado, corrimos como caballos en un Derby a la oficina de licencias.  Allí nos volvieron a aclarar que si nos quedábamos era bajo nuestra absoluta responsabilidad ya que el sistema no funcionaba y no tenían idea de cuándo se iba a solucionar el inconveniente.  Lo que en la tele denominan “pronóstico reservado”.  Me senté a contar baldosas puteando en voz baja, esperé una media hora hasta que me fui resignada con la certeza de que iba a volver y no iba a ser fácil.   Demás está decir que si te agarran manejando con la licencia vencida te llenan el culo de multas y no sé si te sacan el auto.  Con lo cual uno está encerrado a merced del “sistema”,
Al día siguiente volvimos a madrugar y ocho en punto llamamos a la oficina (ya en viaje hacia allí), para asegurarnos de que íbamos a poder finalizar el trámite.  Según las empleadas de la oficina, el sistema había mutado de muerto a lento…lentísimo.  Vengan, pero no les aseguramos nada.  Como inmersa en un deja vu del orto, me bajé del auto papelito en mano y corrí hacia el templo de la burocracia.  Nos recibieron los papelitos y comenzamos a ver caras con las cuales nos habíamos familiarizado el día anterior.  Hablando con gente que estaba esperando nos enteramos que el sistema había fallado quince días seguidos, con lo cual había una cantidad importante de gente, o sea conseguir el registro ese día iba a ser una tarea complicada teniendo en cuenta que la oficina cierra a las 13.00 hs. y había que pagar un arancel en el Banco que abría a las 10.00 hs.  Galopando como antílopes a merced de una manada de leones, acampamos en la fila del banco, a unos 80 metros y 50 personas antes de la puerta de acceso.  Eran las 9 y yo ya tenía la vejiga del tamaño de una pelota de básquet.  Sin nada que hacer salvo mirar el reloj cada cinco minutos puteando al Gobernador provincial y todo su elenco estable de gusanos malparidos, fantasee con hacer una masacre a lo Tarantino bañando la pared en la que me apoyaba con sangre de jubilado y pensionado.  Porque delante de mí había gente llena de boletas para pagar y unos 25 jubilados con ganas de hacer sociales con los cajeros.  Haciendo equilibrio de pie en pie fue pasando la horita larga mientras el sol fue pegando duramente en los ojos y la cabeza.  El líquido que había acumulado en la vejiga ahora mutaba en forma de transpiración hacia la espalda, el cuello y las piernas.  A las 10 comenzamos a desplazarnos como zombies hacia el interior del Banco formando una fila caracol plegada sobre sí misma donde el último rozaba al primero y la armonía se rompía toda vez que una señora con un pibe de once años anclado en la cadera (para usarlo de escudo humano y pasar antes) o una embarazada o abusardada clamaba su derecho para pasar sin sufrir.  Cuarenta minutos después pude pagar todas las boletas y volví a galopar las calles hasta el municipio.  Entregué los papelitos y me informaron que el sistema había involucionado de lento a lentísimo.  Pude descargar una catarata de pis en el baño de discapacitados ya que los otros dos baños eran un lago hediondo que no pensaba pisar (enfundada en pollera larga y zuecos que comenzaban a hacer doler los pies).  Me senté y rebuzné como un asno de pura bronca.  Comencé a hablar con la gente para sacar una estadística que me permitiera calcular una probabilidad de éxito.  Ocho personas delante que ya habían venido un par de veces.  Estaba frita como un cornalito en Chichilo.  Aburrida y caliente como un pancho, me dediqué a escribir pelotudeces en el Facebook.  Me leí la revistita municipal con la propaganda proselitista del mes y volví a contar baldosas a las reputeadas limpias.   Eran las 11 y media.  Tenía hambre y sed, comenzaba a convertirme en un peligro para la sociedad.  Me asomé a la ventanilla, el sistema estaba en terapia intensiva.  En la ventanilla contigua a la oficina de licencias, un señor que había visto el día anterior pagaba algo.  Encuesto al público presente y para mi insano alborozo me entero de que hay que pagar otra cosa más.  Cuando me paro para pedir el recibo me sugieren sentarme o me iba a ligar una reprimenda municipal con riesgo de obtener la licencia el día del arquero.  Me senté bufando y conté hasta veinte respirando a lo yoga.  Doce y media se me acerca un personaje que se escapó de una peli de Tim Burton y me entrego el bendito papelito.  Enjugándome las lágrimas de emoción con la papeleta, hice la fila camino a la tierra prometida.  Media hora después había pagado y continuaba esperando. Llamaron a un señor que yo conocía del día anterior y luego a otro.  Estaba cerca pero todavía sin cantar victoria.  A los veinte minutos pude escuchar mi apellido, que funcionó como un gatillo que me hizo saltar de la silla.   Me hicieron sentar y ahí pude recordar el acicalamiento del dia anterior para la foto.   Lamentablemente hoy iba a ser retratada con los pelos pegados a la cara por la transpiración, la cara de ojete correspondiente a la situación y el rictus de terror propio de pensar en que el sistema pudiera colgarse justo cuando se iba a producir el orgasmo burocrático.  Por suerte me pudieron sacar la foto, las huellas digitales y el certificado de buena conducta sin problemas.  Luego entró mi hijo con idéntica suerte.

Llegué a mi casa como si hubiera estado cosechando arroz en Vietnam con los americanos rociando gas naranja sobre mi cabeza.  Se supone que la próxima semana tendré mi licencia nueva…se supone.

Una reflexión:  ¿Porqué una oficina abre a las 8 si todos los trámites que dependen de esa dependencia se pueden abonar exclusivamente en una sola entidad que abre dos horas después? ¿Porqué alguien se adueñó de doce horas de mi vida, el tiempo, lo más valioso que un ser humano tiene?  La respuesta que se me viene a la mente es que somos todos muy boludos.  Los que esperamos sin hacer nada más que agachar la cabeza para que no tomen represalias con nosotros (todos sabemos que no existe nada más peligroso que un empleado municipal prendido fuego) y los que idearon el sistema perverso y pelotudo que permite que gente en todas partes haga filas interminables circulando con papelitos en la mano de un lugar a otro resignada como vacas caminando al matadero.  Algo tiene que cambiar, espero que cambie porque en cinco años no creo tener tanta paciencia. 
Y si llego a salir fea en la foto de la licencia…bue…Dios se apiade de esa empleada…