martes, 11 de octubre de 2011

LOS CAMINOS DE LA VIDA

No son lo que yo esperaba

Como la letra de la canción de Vicentico, estos caminos no fueron lo que yo había planeado.  Para nada.  Si se hubiera cumplido el sueño profético de mis quince años, lo más probable es que ahora estuviera viviendo en Hollywood, con una estantería repleta de Oscars o Grammys (nunca me decidí por la actriz o la cantante de rock).  Si se hubiera cumplido el de los veinte, estaría salvando vidas en Africa, en una misión humanitaria con los médicos sin fronteras (si, lo mío era la medicina hasta que me bocharon miserablemente en química).  Si se hubiera cumplido el de los veinticinco, estaría disuadiendo suicidas en las cornisas de los rascacielos (si, lo mío era la Psicología hasta que me enamoré y dejé a Freud plantado).  Y si se hubiera cumplido el de los treinta, lo mío sería “María Von Trapp meets Marley and him”.  Ocho hijos, un marido como el Capitán de la peli "The sound of music", tres o cuatro perros labradores, una casa acogedora con un jardín inglés, un matrimonio con la pasión intacta como la virtud de María y un trabajito de cuatro horitas para solventar aquellos gastos superfluos como el shimmering gloss labial para tener una boquita de sirenita de cuento de hadas.

Lamento informarles que nada de eso se dio.  Tengo la casa, el jardín más que inglés parece la selva formoseña.  El perro labrador fue deportado por mi ex a una campiña remota (porque molestaba).  Los ocho retoños se convirtieron en uno solo (que vale por ocho, eso sí), me dio más trabajo que haber contratado al Arcángel Gabriel por sus servicios de embarazo instantáneo a domicilio. Para concebir tuve que pasar por una odisea médico-fertilizante que llevó años.  Cuando quise adoptar un hermano me pidieron desde dinero hasta cinco años de paciencia que no tuve.  Volví a los médicos y coleccioné fotos de mis blastocitos germinados in vitro.  Me puse grande,  comencé a detestar cualquier cosa que emitiera sonidos agudos y se cagara encima.  No canto bien, quise tocar la guitarra pero no pude sacarle un puto acorde agradable a esa caja de madera.  Tomé clases de actuación, abandoné como abandoné compulsivamente las dietas, los gimnasios, las clases de piano, los cursos de dibujo y la Universidad.  El Capitán resultó ser un náufrago y María bien gracias, sigue escapando de los nazis en las laderas de los Alpes suizos.  Entonces me quedé en casa y me inventé una vida divertida.  Una vida de espacios vacíos que llenaba con música y recuerdos de viajes pasados.  Si escuchaba a Toquinho, tomaba sol en Brasil (caipiriña en  mano, obviamente).  Mi humor se alimentaba de aquello que mi cabeza generaba a pedido.  Entonces salí a buscar y encontré mujeres con historias alucinantes.  Mujeres forjadas de hierro y con el temple del acero.  Mujeres divertidas, extravagantes, inteligentes y compasivas.  Me llené de amigas.  Algunas para toda la vida, otras para un capítulo o dos.  Fui rubia, fui castaña, fui rojo borgoña.  Con bucles o lacia.  Fui gorda y fui flaca. Fui angloparlante.  Fui vaga dos años y archideportista dos meses.  Aprendí repostería y a postear en internet.  Dí clases de inglés, tuve una huerta y coseché tomates todo un verano.  Hice trámites, trabajé en una Farmacia y en un depósito.  Fui empleada de mi madre y de un par de hijos de puta.  Dibujé para escapar.  Caminé para llegar.  Crié hijos propios y ajenos.  Me disfracé, me reí a carcajadas.  Me emborraché dos veces en mi vida.  Y probé la marihuana en una rueda de cuatro que incluía a mi vieja, mi ex, mi hermana y mi cuñado.  Fui cornuda.  Consciente e inconsciente.  Miré sin ver.  Y justo cuando aprendí a mirar empecé a perder la vista.  Me dejaron, pero conseguí la libertad, que no es poco.  Me hice los anteojos de leer pero me compré los de sol berretas para caretear.  Trabajé y progresé.  Me compré las alas (léase un auto).  Probé el sushi después de los cuarenta.  Me tatué después de los cuarenta.  Aprendí de mujeres de veinticinco cosas que yo a los cuarenta y pico no sabía.  Pude separar la paja del trigo.  Me quedé con los mejores y en el camino me saqué de encima a los peores.  No importó la distancia, gracias a la pc pude ver crecer a los hijos de mis amigas que viven lejos y chatear hasta que cantaban los pájaros en la ventana.  Me compré la cámara de fotos y también las vacaciones soñadas.  Le saqué seiscientas fotos a mi hijo.  Volví a tener perro. Tuve y tengo algunos felinos que mantienen a raya a las ratas que alguna vez se presentaron a desayunar en la cocina.   Jugué al futbol con mis sobrinos y amasé ñoquis con ellos.  Mi salsa bolognesa no tuvo ni tendrá quien le haga sombra en este planeta.  Planté sauces, tuve el hijo y escribí un blog.  

Y como si esto fuera poco, soñando con Highlanders, piratas y vampiros encontré al Capitán de la peli.  Después de los cuarenta y pico encontré a mi Florentino Ariza, a mi Jamie Fraser.  Juntos desmalezamos la selva formoseña y de a poco la transformamos en un jardín respetable.  Se me fue el miedo.  Prescindí del clonazepam, lo cambié por una copa de Malbec  y una charla interminable.  Dormí cucharita las tardes de lluvia y paseé de la mano como soñaba a los quince.  Me fui y me siguió.  Me celó.  No tuve que pedir.  Me abrió la puerta del auto y adivinó mis antojos.  Me sacó a pasear.  Me paró en un acantilado para que pudiera sacar fotos del atardecer en el mar.  Me olvidé de lo feo.  Me arregló la canilla y la estantería.  Acarició a mi perro y le dio de comer a mis gatos.  Se hizo amigo de mi hijo, de mis sobrinos y de los amigos de mi hijo.  Me hizo un asado, le colgó el farolito de la puerta a mi vieja y le arregló la tele a mi abuela.  Puso rosales con espinas en las butacas de cuero de su auto.  Escuchó reggae todo un verano porque a mi hijo y a mí nos gustaba.  Conocí a su familia y él a la mía. Volví a querer.

Ayer volvíamos de Starbucks, lugar que detesta pero al que va voluntariamente porque sabe que me encanta, silbando canciones en el auto…a veces tarareando alguna melodía conocida.  Entonces mi cabeza comenzó a reproducir la canción de Vicentico sistemáticamente, sin parar. Desde ayer a la tarde que no para de sonar… “los caminos de la vidaaaaa, no son lo que yo esperabaaaaaa”.  No, evidentemente no son lo que yo esperaba, son mucho mejores!.