sábado, 20 de septiembre de 2008

Cerebros




Cerebro femenino vs. Cerebro masculino, algunas verdades irrefutables.

Una revista científica, acaba de publicar un artículo sobre las diferencias de los cerebros de mujeres y hombres. Entre otras cosas, el artículo dice que el cerebro femenino pesa menos que el del hombre porque tiene células nerviosas diferentes que lo hacen más liviano, y que nada tiene que ver con la inteligencia ni las capacidades y limitaciones de los mismos. Son básicamente diferentes. Que el hombre es más práctico y la mujer más expresiva. Que el hombre piensa en el sexo mucho más frecuentemente que la mujer (¿y las zuziaz?) y no sé cuántas chorradas más que, por supuesto, ya sabíamos. Supongo que habrán arribado a esas conclusiones gracias a estudios de alta complejidad tales como tomografías computadas, electroencefalogramas, exámenes histológicos de la materia gris, tests, encuestas y vaya a saber cuántas cosas más.
Así pudieron determinar que el cerebro del hombre es completamente diferente al de la mujer y le permite hacer cosas que la mujer no puede y viceversa. Mi opinión es que la mujer puede hacer de todo y el hombre no (pero esa soy yo y mis ideas carecen de total rigor científico). Y ningún hombre puede hacer dos o más cosas a la vez, como nosotras (ej: imaginar a un hombre mascando chicle y teniendo sexo…seguramente muere asfixiado y contento).
De todas maneras creo que han gastado un dineral al pedo, según mi humilde entender. Basta una observación precisa y concienzuda del comportamiento de machos y hembras del género humano, para darnos cuenta de las diferencias abismales que existen en sus procesos de pensamiento. He aquí mi informal y subjetivo ensayo al respecto (sustentado en base a la observación parcial de la realidad).

La mujer tiene un cerebro sinuoso, retorcido y complicado, con millones de neuronas dotadas con la capacidad de archivo del Pentágono y una memoria equivalente al rígido de la computadora de la NASA. Su cerebro es lo más parecido a la esponja metálica con la que rasqueteamos las ollas para sacar los restos del guiso del domingo. La esponja en cuestión va almacenando partículas de comida en unos cuantos millones de celdas de aire hasta que la otrora inmaculada bola de rulos de acero, queda reducida a un bollo compacto mezcla de carne, vegetales, metal y fideos. Durante su vida útil, las celdas se van llenando con información tan diversa como el número de teléfono del pediatra, las doce millones de razones por las que no soporta a su suegra, la dosis de ibuprofeno exacta para kilo vivo, el número de tono de la tintura “castaño caoba” de todas las marcas existentes, la lista semanal del supermercado, el contenido de las veintitrés carpetas que dejó pendientes en la oficina, el talle de camisa del marido/novio/pioresnada, la altura en pulgadas/metros/pies de sus actores favoritos, la ubicación precisa del duplicado de las llaves del auto, el número de cliente del videoclub, la cantidad de dientes de la sonrisa del hermano de la amiga (que está para partirlo), el nombre de la telefonista del pizza-delivery, el color de las vetas de las pupilas de Clive Owen, los tres aplazos en matemática del capullo engendrado en un rapto de pasión estival, las fechas de cumpleaños de todos los parientes, el vencimiento de la factura de teléfono y la locación en el dvd (en minutos y segundos) donde el "Fantasma de la Opera" aparece vestido de rojo (lugar donde conviene, dicho sea de paso, tener el pulgar sobre la tecla “Pause”y el índice en la tecla “Zoom”).
La fémina en cuestión no sólo almacena datos en esas células, también posee una memoria ancestral que ha heredado de todas las mujeres que la precedieron y que la impulsan a reaccionar en forma casi instintiva y compulsiva a determinados estímulos. Es así como se explica que una nenita de tres años de vida, con carita de querubín y mirada prístina; pueda arruinarle la vida al compañerito del Kinder con la misma destreza con que su tía de treinta y pico se sacó de encima al sátrapa de su ex marido. Frasecitas tales como “nunca más voy a ser tu amiga”, “le voy a contar a todos los chicos que te hiciste pis encima (aún cuando esto fuera una mentira)”, “si no me convidas caramelos le digo a la seño que me levantaste la pollerita”; son moneda corriente en el arenero del Jardín de Infantes. Es muy frecuente, que niñitas de esta edad tilden de “Gordo Maraca” (gay) al pobre santo que osó posar sus rechonchos deditos en un crayón rosa, lila o púrpura; con el único fin de obtener el total control de sus colores favoritos. El pobre santo pasará gran parte de su vida adulta en el diván de un afamado Psiquiatra intentando despojarse del complejo que le ha impedido relacionarse en forma sana con el sexo opuesto (y después nos quejamos de que no hay hombres!). Por supuesto, el cerebrito básico del varoncito en cuestión, sólo puede reaccionar al estímulo con la única respuesta que le viene a la mente: SOBERANA PIÑA. He aquí una de las diferencias más evidentes de los procesos mentales masculinos. El hombre es como el perro de Pavlov, estímulo=campana respuesta=a comer. Esta fórmula es aplicable a todos los procesos del varón, sustituyendo los estímulos. De la misma manera, el hombre reacciona a una braga de encaje negro con una erección. Estímulo=encaje negro respuesta=tendré sexo. No hay espacio en su magra lógica para pensar que pudiera estar errado y que su partenaire lleva esas multiúnicas bragas porque hace ocho días que la humedad ambiental le ha hecho imposible secar su ropa interior (que está desparramada colgando de todos los picaportes, canillas y lámparas de la casa). El hombre no ve las bragas de colores diseminadas por todos lados, sólo ve las negras de encaje adheridas al culo de su pareja mientras ella se agacha a levantar los ochocientos sesenta y tres artículos que él ha revoleado en todos los ambientes del hogar dulce hogar, convirtiéndola en Beirut después de un bombardeo. Ella no sólo no quiere sexo, quiere degollarlo con sus propias manos y practicarle una autopsia casera sobre la mesada de la cocina. Y alimentar al perro con sus testículos. El perro responderá al estímulo, a imágen y semejanza de su dueño; que en este caso es el ruido de su original almuerzo rebotando en su cacharro y se llenará la panza sin cuestionar la procedencia de su opíparo festín.
Pero, volviendo al arenero y la tierna nenita de lengua afiladísima; el resultado de la piña proferida por el compañerito cuyos sentimientos fueran brutalmente heridos termina con el niño castigado en la Dirección y la nena sobre la falda de la maestra. Eventualmente, el niño será enviado a la Psicopedagoga previa citación a sus progenitores, para una revisión exhaustiva de su comportamiento hostil. La niña, que ha llorado como una plañidera con la destreza de Meryl Streep en "Kramer vs. Kramer", será premiada con mimos y caramelos mientras sonríe como Sissy Spacek en "Carrie".
La mujer no sólo adquiere esta base de datos hereditaria que viene incrustada en el cerebro como el Paintbrush en el Windows. A lo largo de su vida va procesando y guardando las experiencias propias, las de sus amigas, las de las mujeres de su familia, y las de las protagonistas femeninas de todas las películas y programas de televisión que ha visto. Estos espisodios se acumularán unos encima de otros en diferentes carpetas dentro de las celdas vacías de la esponja metálica y/o cerebro: “hombres”, “hijos”, “novios”, “jefes”, “maridos”, “suegras”, “familia política”, “madre”, etc. . Esas experiencias acumuladas serán musicalizadas, digitalizadas, masterizadas y editadas a piaccere por la portadora de esa cabeza y el grado de degradación del producto original dependerá en gran medida del estado mental de la misma. Es por esto que un hombre se queda perplejo ante la reacción de su esposa, cuando decide llegar a casa munido de una caja de bombones para sorprenderla. Ella sospechará del gesto y lo acusará de querer engordarla, y así tener la excusa perfecta para abandonarla por la vecina. Como le pasó a la Tía Conce aquel insoportable verano de 1974. O peor aún, podría ser la típica estrategia masculina de hacer buena letra para enmascarar la relación sentimental que mantiene desde hace meses con su compañera de trabajo. Como le pasó a Anne Archer en "Atracción Fatal". Por lo tanto, los bombones aterrizarán uno a uno en la cabeza del incrédulo varón que no puede, ni podrá (porque el cerebro no le da) ni querrá, ni intentará buscar en su mente; el detonante de esa explosión de gritos, llantos, insultos y portazos. Probablemente se siente a mirar tele con una cerveza en la mano y el control remoto en la otra olvidando el asunto en unos catorce segundos. Ella, en cambio, habiendo previamente incautado el maletín de su adorado tormento (aprovechando la distracción del susodicho ante el exabrupto); estará analizando el contenido completo del maletín con la idoneidad de Clarise Starling en "El silencio de los inocentes". Gracias al vapor de la cacerola (que contiene la cena hirviendo y quemándose) abrirá hasta el último sobre de la valija y munida de una lupa del juego de explorador, propiedad de su retoño; revisará pañuelos, agendas, fundas de celulares, cuellos de camisas y bolsillos. Con su agudísimo sentido del olfato buscará aromas que puedan inculpar al sospechoso, cuando el único aroma persistente en la cocina (devenida en laboratorio forense) es lisa y llanamente olor a fideo quemado. La “Jodie Foster” de la escena, cambiará la estrategia y optará por hacerle unos mimos al sospechoso dejándose manosear un poco para arrancarle sutilmente la verdad a Hannibal, que yace ignorante y vencido sobre el sillón del living. En última instancia, la verdad es lo que menos importa, ella ya ha decidido que es culpable porque le ha pasado a una de cada tres mujeres de la familia, el cine, las amigas y la maestra de inglés del hijo; las estadísticas no fallan, es lo más probable.
Podemos deducir entonces, que los procesos mentales de una mujer son complejos como la computadora que controla el túnel de protones en Suiza; y los procesos del hombre son tan rudimentarios como un sacacorchos made in Taiwan. No se debe caer en el error de inferir, que el hombre no es capaz de lastimar, herir o planificar una estrategia para joder a una mujer. El hombre es práctico y no se anda con rodeos; huye, grita, levanta la mano, insulta, se la agarra con su suegra, y si está muy sacado puede cometer asesinato en primer grado. La mujer, en cambio, puede hacer todo eso evitando una condena penal, agenciándose casa/auto/máquina de capuchino cromada/la colección completa de cd’s de Pink Floyd/el celular de última generación/ipod/ laptop/Blackberry/home theatre/afeitadora high-tech y cualquier otro dispositivo que sospeche, sea de sumo interés para su ex medio limón. Con la astucia de Bugs Bunny y la velocidad de Speedy Gonzalez le concederá altruístamente (hecha un mar de lágrimas y mirada compasiva al mejor estilo Teresa de Calcuta); la tenencia del fruto del mutuo amor, las mascotas de la familia y el local donde funcionaba el negocio de ambos con más la deuda impositiva (que data de 1956). Así que el sujeto partirá desconcertado y agradecido con la jaula del loro en una mano, la caja con el hámster en la otra, la pecera del nene bajo el brazo y el nene. Que tiene diecisiete años, 68% del cuerpo tatuado con símbolos de la Yakuza japonesa, trece piercings en lugares inimaginables, la cabeza totalmente afeitada a excepción de un montículo de pelo que mirado desde cierta altura representa una cruz svástica, ataviado íntegramente de negro con ropa que huele a queso Roquefort, su colección de cd's de Marilyn Manson lista para desconar parlantes en la mano mientras se autoproclama defensor de los derechos del hombre a ayunar en protesta por el sistema y la caza indiscriminada de cucarachas rubias en Timbuktú.
Sí, es verdad, somos diferentes. Sabemos divertirnos, los apagamos mentalmente cuando nos rompen las pelotas, les sacamos cualquier cosa con un par de mimos en el lugar indicado y cuando nos atrevemos a vivir nuestras propias vidas en forma independiente la pasamos genial. Pregúntenle a Shirley Valentine o a los miles de contingentes de viudas que viajan por el planeta cacareando como gallinas, regodeándose en su recientemente adquirida libertad.

Aclaración: Esta teoría sobre la supremacía de la mujer y su astucia versus la inteligencia práctica del hombre, puede verse sensiblemente afectada si la mujer tiene averiado el sistema operativo alojado en el hemisferio sur de la corteza cerebral. En ese caso, la alarma de peligro no se encenderá y la celda con la carpeta “hombres” no estará disponible. Esto es muy común cuando el Norton nueronal no fue debidamente actualizado (falta de contacto de dicha mujer con amigas, madre, tías, primas, cine, cultura en gral.) y el virus “pelotuda enamorada” se instala en el rígido borrando archivos a lo pavote; forzándola a actuar como una paparula y haciendo que tenga que meterme mi bonito ensayo bien en el culo!.

Pioresnada: Personaje con el que una termina compartiendo techo y comida, desdichas y sinsabores, que no tiene pelos donde antes le sobraban y le sobran pelos donde antes no tenía. Es un señor mayor y aburrido que hace zapping con el control remoto y le tiene más aprecio a su pc o celular de última generación que a la que le ha puesto un guiso de lentejas en la mesa y le plancha las camisas. Es esa persona que supo ser alegre y divertida, que llevaba el spray de crema chantilly a la cama y que ahora se duerme sentada con los anteojos puestos mirando como bombardean Irak en la CNN. Es el espécimen que una elige con apuro y entusiasmo convencida que hay escasez de hombres, para darse cuenta quince años después que manoteó lo que primero se le cruzó delante por temor a quedarse "pa vestir santos" (como dicen las abuelas).


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