jueves, 23 de octubre de 2008

Intolerantes, intemperantes y combustibles



Mecha corta

Dícese de aquellas personalidades altamente combustibles que reaccionan exacerbadamente ante cualquier estímulo medianamente irritante…o a veces, ni siquiera.
Estas personas tienen los umbrales de tolerancia al prójimo por los subsuelos. Su agresividad es una condición latente como el iceberg gigante que abrió al Titanic como una latita de atún. Está ahí, debajo de la superficie, esperando el talón del intrépido bañista para quedarse con un cacho de pierna cual piraña famélica. Una palabra, un gesto, una acción aparentemente inofensiva puede desatar la ira inesperada de un “mecha corta”, justamente porque el piolín que une la llamita con la bomba mide unos escasos 5 centímetros. Detonar a un “mecha corta” suele ser una experiencia desagradable, cuando no se los conoce; sin embargo, se transforma en un deporte (yo me atrevería a decir una ciencia) cuando uno se ejercita lo suficiente como para rajar antes de ser agredido.

No se conoce muy bien, la génesis de un “mecha corta”. Algunos dicen que son personas que, cuando niños, fueron ensartados sin aviso por alguna abuela que los tenía a cargo; quien les introdujo un termómetro en el recto para medirles la temperatura corporal. Esta imprevista penetración desataría en estas personas, un complicado mecanismo de autopreservación que los induce a cerrar todos los esfínteres ante la más mínima amenaza de invasión o intromisión en la zona de confort. De la misma manera, a medida que evolucionan, no sólo desarrollan este mecanismo, también le agregan estrategias de ataque y defensa. Es por esto, que el tierno crío al cuidado de su abuelita que con toda la buena intención de una persona mayor con Alzheimer obedeció las órdenes de su hija tomándole la temperatura cada dos horas, termine convirtiéndose en un alacrán venenoso (esto se verá ostensiblemente incrementado si la abuelita confundió el barómetro del balcón con el instrumento diseñado para los fines antes descriptos).

El “mecha corta” en la oficina, es aquel personaje que transita sus días entre el amor y el odio, la dicha y la angustia, la parsimonia y la intolerancia. Es el tipo que te pregunta si está todo bien con una sonrisa Colgate estampada en la cara y a los cinco minutos te manda a la ostra de la cotorra si le pediste algo que no está exclusivamente descripto dentro de las funciones para las cuales fue contratado. Oscila entre la cara de bragueta y una ligera caripela de insatisfacción o furia reprimida. Este tipo de personas libran luchas cotidianas por evitar que se les escape la tortuga, que pugna por salir descamisada y convertida en un tiranosaurio Rex al mejor estilo Dr. Jekyll o El increíble Hulk. Son capaces de enervarse porque les corrieron el cenicero de lugar o no llegaron a contestar el teléfono a tiempo. Se les sube la sangre a la cabeza porque algo no salió como esperaban, entonces no se controlan a la hora de usar todo el rosario de puteadas conocidas en la lengua materna y alguna otra atrocidad en el idioma que se les haya pegado porque les gustó como sonaba la guarangada. Se les salta la cadena y arremeten contra quien tengan en frente, aún cuando ese pobre infeliz no sea el causante de su ira (el causante encendió la mecha y se puso a resguardo mirando la situación desde un lugar seguro…seguro de disfrutar del espectáculo que ha montado y que le proporcionará un rush de adrenalina embriagador).
Son de revolear llaves, celulares (ajenos), el mouse de la pc y hasta el monitor, llegado el caso. Gritan, rara vez escuchan y pueden aumentar un tercio de su masa corporal en estado de excitación absoluta, no así sus genitales, que lejos de expandirse se contraen en sintonía con los esfínteres (sobretodo los anales).

El “mecha corta” en la vida cotidiana es aquella persona que uno escucha rezongar en la manzana, cuando camina por la calle. Es aquel que se pelea con el pronosticador del noticiero porque ayer llovió y no lo dijo. Es el que insulta al portero del edificio porque no estaba paradito para abrirle la puerta cuando llegaba del supermercado. Es la persona que, en un rapto de locura, arranca el auto con el semáforo en rojo (a bocinazos limpios) porque está seguro de que está descompuesto. Se lleva puesta la barrera del peaje, va haciéndole luces en el carril izquierdo al auto que tiene a un kilómetro de distancia (para que lo vaya sabiendo). Es el que se pasa de las bajadas y los puentes porque va como un loco descosido, probablemente gritándole a la mujer porque se olvidó de traerle los lentes de sol o no trajo la dirección del Pediatra de los chicos. Es el que se infarta en el sillón de la casa puteando al DT de su equipo de futbol favorito porque no puso a Mengano o a Sultano y “aunque ganamos, merecimos hacer una diferencia de 3 goles en lugar de dos”. El “mecha corta” lee el diario y lo comenta a los gritos. Le grita a la mujer, que acostumbrada a sus exabruptos hace media hora que lo dejó solo con su desayuno. Entonces le grita a la mucama, que revolea los ojos para arriba y sueña con degollarlo con el mismo Ginsu con el que está limpiando el pollo. Le grita a los hijos, porque no demuestran interés por la caída de la Bolsa, por lo tanto no pueden empatizar con su furia. Le grita al perro (rottweiler) que no tiene opinión formada sobre la Bolsa, pero intuye que debe ser grave porque no ha sido reprendido, como todas las mañanas, por gasearse en la cocina. No contento con generar el clima de discordia reinante, seguirá destilando rabia mientras se ducha, mientras se viste y mientras se despide ladrando.

Los mecha corta jugando juegos de azar y en los deportes son las típicas personas que revolean raquetas de tennis a lo Mc Enroe, los que cuando van perdiendo revuelven el mazo de cartas o patean el tablero del Estanciero o simplemente se levantan y se las toman. Son los que azotan los flippers y las maquinitas de los juegos electrónicos, los que te tachan la hoja en el tutti fruti, te mezclan los porotos en el truco o te arrojan todos los peones en la cabeza cuando pierden al Ajedrez. Viven comprando joysticks y controles de play porque las incrustan en el piso, sacados como volcán en erupción, porque la maquinita les hizo un gol en el Winning Eleven. Si juegan on line terminan causando un conflicto internacional con Colombia porque insultan al pobre santo que les ganó al dominó desde Bogotá (tratándolo de negro cabeza, sudaca y cafetero).

En los espacios de esparcimiento, como el cine o el teatro; son los intolerantes de libro, aquellos que se levantan en medio de la película para agarrarse con el de la fila 3 que hace ruiditos cuando besa a la novia o el de la fila 5 que no termina de pelar el caramelito (y ellos están sentados en la 18). Se enojan con el acomodador porque la ubicación les parece funesta, les agarra un ataque de caspa si la señora que tienen adelante lleva el pelo batido y mide un metro ochenta, o el actor del espectáculo se mete con el público “que el zurdito este no se meta conmigo porque lo emboco”. Protestan porque el Toblerone vale el doble en la sala y el agua la cobran como una botella del más fino Malbec. Despotrican porque la obra no comienza a las diez, como rezaba la entrada y por la falta de respeto de aquellos que llegan cinco minutos tarde. El tema es que tienen razón, pero pueden pasarse el resto del espectáculo odiando al que llegó tarde, al punto de perderse la obra mascullando epítetos en voz baja mientras no le quitan la vista de encima. Los ingresos y los egresos a cualquier evento serán una excusa más para desatar al monstruo que llevan dentro. Si hacen la fila, putearán porque no habría que hacerla ya que las entradas están numeradas. Pero si la hacen, se pasarán media hora cuidando que nadie les robe el lugar, aunque las entradas estén numeradas. Cuando están en el cine obligarán a todo el mundo a arrastrarse porque al final de la peli quieren ver todos los títulos, o bien, se perderán el final para llegar antes que nadie al estacionamiento y evacuar la sala tranquilitos (tragándose los escalones a oscuras y pisando a media humanidad).
En los restaurantes serán un dolor de huevos para el pobre mozo que les toque en suerte. Devolverán la carne porque está cruda, el hielo porque está demasiado frío, la gaseosa porque tiene muchas burbujas y los fideos porque están enredados (todo esto a los gritos para que no quede nadie sin enterarse que no les ha gustado el lugar, al que vuelven misteriosamente una semana más tarde).

Un “mecha corta” es una bomba de tiempo que detona todo el tiempo. Es alguien que no tiene paz ni le interesa obtenerla. Es una persona que da gusto exasperar porque uno conoce el mecanismo que los va a hacer estallar, qué botones apretar para ponerlos de la nuca. Sin embargo, y como todo combustible, las personas de este tipo debieran andar por la vida con un cartel que diga “handle with care” (manéjese con cuidado). Volátiles, peligrosos, agresivos e hirientes; los “mecha corta” generan un clima de guerra que los aísla y aleja de sus compañeros de trabajo, familia y amigos.
Una buena dosis de valeriana, o unos miligramos de clonazepam, y un revolcón por semana (mínimo) los puede ayudar bastante. Eso o mudarse al Tíbet (adonde secretamente lo quieren deportar sus compañeros de oficina, su mujer, su perro, sus hijos y la empleada doméstica).

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajajajajajaja...ES GENIAL ESTE BLOG!

Me pregunto si alguna vez los "mecha corta" tendrán riesgo de úlcera ..porque desde luego no se les queda nada en el tintero .Estoy convencida de que quienes multiplican por un millón el riesgo de padecerla son aquellos que tienen a uno de ellos cerca.