viernes, 31 de octubre de 2008

Adorado retoño




Niños, púberes, adolescentes y jóvenes (Dios nos libre de ellos haciéndolos crecer lo más rápido posible)


Nuestros adoradísimos retoños son el sol que ilumina nuestras vidas. Nuestros tesoritos, nuestros “divinores” más absolutos. Sin embargo, más de una vez les hemos medido la circunferencia del cogote con nuestras propias manos o los hemos corrido a zapatillazo limpio por toda la casa (fracasando con todo éxito). Porque si hay algo que tienen en común todos estos seres que no han alcanzado los 21 años, es la capacidad de rompernos los huevos en forma colosal, desde que se levantan hasta que se acuestan. Son nuestros, los hemos llevado nueve meses en la panza, trasladándonos cual ballena varada de la cocina al baño ladeándonos para no perder el equilibrio…y así nos pagan?. Si alguien pudiera pasarnos un videíto de la clase de vida que vamos a llevar cuando esa cosita sea escupida por nuestros cuerpos como el bicho de Alien, seguramente la población mundial se reduciría a un tercio (por lo bajo). En el momento en que ese ser idolatrado, cuando no idealizado, pone las patas en nuestras vidas; nuestras vidas dejan de ser nuestras y se acabó lo que se daba (léase la paz). No más dormir hasta la hora que uno quiera, no más hacer uso de todas las instalaciones de la casa a gusto y piaccere, no más comer lo que a uno se le canta y a la hora que uno le pinta. El mundo comienza a girar en torno a ellos. Y a medida que pasa el tiempo, el mundo empieza a girar cada vez más rápido; para cuando el pibe tiene catorce años uno ya tiene un mareo padre y ha perdido completamente el norte. Porque estas cosas vienen sin manual de instrucciones, sin escrúpulos, sin registro de que existen otras personas en el mundo comenzando por los padres y porque han sido genéticamente diseñados para hacernos la vida muy miserable de a ratos. No es que uno no los disfrute, uno los ama incondicionalmente; el tema es que ellos lo saben y se aprovechan de la situación como un turco del Once frente a un container de toallas made in Taiwan.
Desde que a uno se le escapa la primera cara de pelotudo cuando los mira dormirse, los tipos ya nos tienen tomado el tiempo. Succionando vertiginosamente el chupete, estos monstruitos han detectado nuestro Talón de Aquiles y en cuestión de horas desarrollarán las más sucias estrategias para emputecernos la existencia. Comenzarán llorando cada media hora obligándonos a levantarlos de la cuna para ver si el pañal está mojado o están padeciendo un pedito atravesado. Bueno, eso es lo que pensamos nosotros; el crío se está regocijando viendo nuestras caras de desesperación mientras se acurruca en nuestro pecho emitiendo ruiditos adorables que obnubilan nuestro juicio y nos arrastran a cometer pecados horripilantes tales como llevarlos a nuestra cama (de la cual no querrán partir ni aún con quince años cumplidos). Se saben todos los trucos y para los seis meses ya nos tienen completamente dominados, sometidos a la más truculenta esclavitud. Saben que nos aterroriza la idea de que algo malo pueda pasarles, así que viven levantando fiebre, infestándose de mocos verdes, contrayendo extraños virus en el Jardín, brotándose como frambuesas con las siete eruptivas de libro más las cinco nuevas que salieron este año. Nos escupen la jeringa entera con el corticoide que les curaría la tos (si lo tomaran) obligándonos a taparles las fosas nasales para que abran la boca y encajarles el segundo jeringazo directo a la epiglotis. Después nos asaltará la duda porque nunca sabremos si les dimos de más o de menos y la culpa por haber incurrido en un método tan medieval para medicarlos. Vomitarán en los taxis, en las casas de amigos (sobre el sillón nuevo color camel), llorarán sin prisa y sin pausa en todos los eventos sociales jodiéndole la vida hasta a los sordos llegando al extremo de hacer crisis de ahogo si no lograron la atención adecuada.
Para cuando aterrizan en el Jardín, estos enanitos macabros se encargarán de hacernos comparecer frente a ejércitos de Psicopedagogas y maestras que nos entrevistarán con mirada inquisidora porque el pibe todavía se mea encima y muerde como un perro rabioso. Llorarán todas las tardes a la entrada arrastrándose colgados de nuestras polleras como si fueran a ser llevados al tren que los deportará a Auschwitz cuando en realidad uno paga para que ellos se diviertan con gente de su edad. Pero la gente de su edad es de la misma calaña que ellos, así que puede que la pasen mal y vuelvan a casa arañados y escupidos por una criaturita de similares cualidades.
En la primaria, este mecanismo evolucionado creado para joder la vida de los padres volverá llorando porque lo cascaron en el micro (haciéndonos pelear con el chofer, el otro pendejo, los padres del otro pendejo y la directora del colegio). Se resistirán desde el vamos a recortar y pegar y dibujar; obligándonos a hacer collages y terminar de pintar lo que dejaron inconcluso para jugar a la Play o mirar sus cinco horas diarias de anime japonés. Luego destruirán la mitad de los adornos de la casa jugando a Drangon Ball Z con el vecinito, que es una copia mejorada del turrito que supimos conseguir. Se colgarán de las cortinas, harán experimentos con las mascotas de la casa y volcarán compulsivamente la chocolatada sobre el mantel recién planchado.
La tarea es un capítulo aparte. La dichosa tarea deberían hacerla los maestros que la mandan para la casa, ya que siempre terminamos haciéndola nosotros o estampándo a nuestros críos contra una pared para que la hagan. Cada cosa que tengan que estudiar la estudiaremos nosotros por enésima vez, como si nunca hubiéramos pasado por la Escuela Primaria. La mitocondria, el átomo, las fracciones, los números romanos, el sujeto y el predicado; todo lo vamos a volver a ver con nuestros chicos. Batallas campales en el comedor diario, serán libradas cuando corroboremos que luego de hablar hasta quedar con la boca seca, los delincuentes se dedicaron a poner la mente en blanco demostrando cero interés por la lección que están repasando. Nos llamarán del colegio diecinueve veces por mes porque “el alumno” se olvida la carpeta de Arte o le pegó a fulanito un chicle en el flequillo. Pero saldrán airosos de todas las contiendas poniendo cara de angelitos derrotados y esbozando un “te quiero” como si eso fuera a mandar los jugos gástricos a donde realmente pertenecen (el estómago).
Para cuando entran en la Secundaria, estos individuos son altamente peligrosos. Circulan en manadas pavoneándose con extraños peinados y miradas desafiantes que meten miedo. Irán de aquí para allá en sus motitos con el caño de escape arruinado, profiriendo ruidos insoportables a la hora de la siesta, momento en el que habrán de pasar por la puerta de casa unas diecisiete veces por hora. Se gritarán, se putearán entre ellos y se dedicaran a desmadrarse aterrorizando al barrio con sus vandálicas obras. Entrarán a las casas ajenas, tiraran piedras a los transeúntes y a las casas de sus enemigos, con el único fin de romper algún vidrio y salir corriendo. Harán pelear a los padres con todos sus vecinos y sostendrán sus mentiras hasta el último momento, con carita de refugiado etíope y lágrimas de cocodrilo aflorando en los ojos. Nos cansaremos de firmar boletines con llamadas de atención, amonestaciones y unos en Ciencias Sociales (porque la Profe me tiene montado en un huevo, MA). Por supuesto “todos” desaprobaron “todo”, como si a uno le importara el vago del compañerito de banco, que es la versión corregida y aumentada de Robledo Puch. Pero ellos siempre invocarán a los mediocres para destacarse con total orgullo, llevándose la mitad de las materias a diciembre y la otra mitad a marzo y junio. Eso sí, seremos nosotros los que terminaremos carne de diván, desnudando nuestros más oscuros secretos al terapeuta que nos confirmará nuestras peores sospechas…lo que le pasa al crío es nuestra absoluta culpa. Abatidos, volveremos a casa pidiendo disculpas por cambiar de canal (porque Los Simpson son la nueva Biblia del 2000) o solicitando autorización para usar la computadora (que ellos están usando para estudiar…los trucos del Counter Strike). Se negarán a bañarse por miedo a que se les diluya la identidad flogger con el agua, impedirán que se les corte el pelo albergando a un contingente de piojos del tamaño de la población de la India y para cuando descubran lo que tienen entre piernas perderemos todo contacto con sus mentes ya que la irrigación cerebral se concentrará en el bajo vientre así como también sus manualidades. Perderemos las voces de tanto gritar, pero así y todo no lograremos evitar que sus habitaciones se conviertan en pocilgas y/o viveros naturales para la conservación de especies tales como bichos bolitas, arañas, piojos, pulgas y garrapatas. Todo, absolutamente todo, vivirá en el piso; pero recobrará una importancia vital cuando necesitan usar esa prenda que tanto aman y que tan bien les queda (generalmente una remera hecha harapos con la cara de un Marley fisurado fumándose un canuto). Por supuesto, nos preguntarán dónde dejaron la billetera, las llaves, la raqueta de tennis y la guitarra; como si nosotros fuéramos el archivo ambulante de la casa. Se ofenderán con nuestros comentarios, nos esconderán de sus amigos, nos tendrán prohibido contactarlos en la calle o firmar sus fotologs; pero nos llamarán a los gritos si se acabó la pasta dental o les duele la cabeza. Y como si esto fuera poco, se llevarán puestos nuestros salarios en salidas, ropa y cuanta cosa consideren imprescindible para sus subsistencias (léase entradas para conciertos, revistas de rock y el presupuesto en alimentos que nunca es suficiente). El portazo será el nuevo “must” de la temporada y la cara de culo la demostración de una insatisfacción perenne que, otra vez, nos hace sentir culpables. Entonces les daremos permiso para salir, esperando despiertos hasta las cuatro de la mañana, que aparezcan enteritos y nos cuenten cómo les fue. Obtendremos un desagradecido ladrido a cambio y nos iremos a dormir con la sensación de que hicimos algo malo, cuando en realidad lo único malo que hicimos fue permitirles salir cuando necesitan un milagro para pasar de año.

Criaturitas, adorables criaturitas de cabellos dorados y ojitos redondos. Proyectitos de personas con dientes de leche. Adolescentes de pelo sucio y cara de choclo…si pudiéramos volver el tiempo atrás y volver a elegir tenerlos…lo haríamos?.

Definitivamente SI.

Paula Ga, miembro activo de P.A.M.A. (Padres masoquistas agremiados)

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