miércoles, 8 de octubre de 2008

Alpedistas emboladas argentinas




Una alpedista es una persona que vive literalmente al pedo. Dedica su vida al ocio más absoluto, y si tuvo la suerte de agenciarse un señor de generosa billetera, puede que lo pase fenomenal. En general son mujeres inofensivas (no mataron a nadie, al menos con algo que no fuera la lengua) y suelen pasar sus días entre reuniones de padres, té con amigas y tardes de Shopping.
Las podemos encontrar haciendo lobby en la puerta de los Colegios, en los cumpleaños infantiles, las reuniones de caridad, los club house de los countries/barrios privados y los service de las uñas esculpidas.
Generalmente tienen personal doméstico, niñeras, pileteros, jardineros y demás servicios; así que invierten gran parte de sus días en impartir órdenes, controlar el sabor de las comidas, verificar el correcto planchado de las camisas del marido, volver loco al jardinero acosándolo mientras poda la ligustrina y peleándose con cuanta Institución/Colegio/Empresa se les monte en un huevo.
Como no pueden resolver el más mínimo problema sin la anuencia del benemérito esposo, es muy probable que lo llamen unas ciento cincuenta y ocho veces por día a fin de pedirle autorización para la reparación del codo de la pileta de la cocina (poniendo al aterrorizado plomero al celular para ser interrogado por el señor de la casa como si el pobre estuviera por detonar un misil Exocet).
Como se aburren sobremanera, estas señoras dedican gran parte de sus vidas a inmiscuirse en las vidas ajenas. Son las que dan consejos sobre trabajo aunque nunca en sus vidas hayan trabajado, son las que le dicen a la mucama que deje al novio porque no gana lo suficiente, son las que reprenden a la maestra del hijo porque ellas hubieran explicado el Teorema de Tales de una forma más entretenida (aunque no tengan puta idea de qué trata el teorema, el tema es amargarle la tarde a la docente).
Van por la vida portando el apellido de sus cónyuges olvidando el propio de la misma manera que sus personalidades se van diluyendo en las de ellos, como un puñado de sal en un vaso de agua. No tienen opinión formada sobre nada ni se atreven a expresarla, si es que en algún momento cruzó por sus cerebros "gruyere" el disenso con sus parejas en temas tales como la política, el arte, la vida sexual del lemur o la marca del auto que comprarán. Sus juicios no les son propios, adoptan la posición y pensamiento de sus parejas. Se van amoldando como un cacho de yeso que, conforme pasa el tiempo, se seca y toma la forma de aquel a quien tanto admiran (el que les paga la tarjeta de crédito). Si la pareja las quiere con más tetas, irán corriendo a masacrarse para conformarlos y se pintarán el pelo del color que ellos digan (algunas hasta llegarán al extremo de vestirse como ellos quieren).
No pueden comprar un portarretratos sin el consenso del marido, mucho menos opinar en una reunión social con gente del trabajo; ellas deben quedarse a un costado e intercambiar información sin relevancia con otras mujeres en la misma situación. Eso sí, luego se encargarán de destrozar a la mujer del Presidente de la empresa o la esposa del representante legal porque se vistió como un mamarracho o no supo agarrar los cubiertos como corresponde.
Sus cerebros se llenan de información barata y pobre que no le sirve a nadie. La receta del gateau de chocolate de la suegra (que jamás elaborarán con sus propias manos), el lugarcito donde venden lechuga hidropónica ecológica a mitad de precio, las bondades del último desengrasante de cocina, el nombre de la pedicura a domicilio que le recomendaron y la pastilla para adelgazar que toma la cuñada (que es buenísima aunque se caga encima cada dos por tres).
Suelen atiborrarse de ropa que pocas veces usan (pero conservan hasta ser consumida por las polillas) o por el contrario, son tan tacañas que viven reformando en la modista los trajecitos de hace diez años.
Llevan y traen los hijos al colegio porque es el único contacto social que se les presenta en la semana. Se dedicarán a formar un grupo elitesco que critica a las madres que no hacen acto de presencia porque trabajan y el horror que supone entregar la educación de los críos a la paraguaya que importaron para que se encargue de la casa. Como si ellas no hicieran lo mismo, con la única diferencia que no soportan a su propia prole y prefieren someterse a ochocientas sesiones de depilación laser antes que sentarse a jugar con los chicos.
Están absolutamente convencidas de que son mejores madres y que tienen todo bajo control. Sus hijos no miran porno en Internet, no tienen fotologs, se visten con la ropita cuellito broderie que ellas puntillosamente han elegido para ellos y se acuestan puntualmente a las ocho de la noche. Pero sus hijos han logrado despistarlas con boletines impecables (macheteándose a lo pavote) y cara de boludos a cuadros, para poder hacer y deshacer a su antojo. Se escapan de noche por la ventana, se visten con harapos sucios, fuman marihuana, le bajan el whisky al padre y probablemente tengan sexo en la cama matrimonial de sus progenitores mientras ellos asisten al torneo de canasta a beneficio de las comunidades indígenas a las que, secretamente están pugnando por desterrar de la zona, porque les jode que tengan casas con techo de chapa y circulen por la ruta en autos modelo ochenta afeando el lugar y depreciando el valor de sus propiedades.
Cuando el aburrimiento llega al extremo de no tener nada que hacer después de las diez de la mañana, estas Juanas de Arco se montan en sus autos okm. y salen a recorrer el barrio para ver a quién pueden denunciar porque la medianera no guarda el metraje correspondiente, el perro de la vecina de enfrente que se banca la descarga del dog-guard y arremete con la caniche toy en celo de su mejor amiga o aquel jardinero que está en actitud sospechosa y probablemente sea el ladrón de colchonetas inflables que andan buscando. Si esto no la conforma, llamará al marido para convencerlo de entablar una demanda judicial contra la pizzería porque el sábado la pizza llegó fría o al electricista porque no le avisó que el reflector de la pileta consumía lo mismo que la Central atómica Atucha.
En los cumpleaños, esperarán a que se retire la primera invitada para comentar lo avejentada que está; aguantarán a que se vaya la que sigue para criticar la osadía de la susodicha para vestirse como una pendeja, porque según ellas ya no tiene edad para minifaldas; pero no se aguantarán las ganas de largarle en la cara a su “más querida amiga” que su marido fue visto saliendo de la casa de la anfitriona con el pelito mojado (la anfitriona anonadada deja caer la mandíbula en la bandeja de café que traía desde la cocina cuando escucha el vil chimento).
Las alpedistas invierten buena parte de su tiempo en vivir vidas ajenas, así es como matan el tiempo leyendo el diario íntimo de los hijos adolescentes, abriendo las cartas del marido con vapor en la cocina (a las tres de la mañana) o revisando el cuarto de la mucama los fines de semana para ver si la santiagueña le hace un esmalte o dos toallitas femeninas.
Las conversaciones en las reuniones de las alpedistas suelen ser un somnífero potente ya que la evolución de las mismas es cíclica y suele darse en este preciso orden: el colegio de los chicos-mis hermosos hijos-me quiero lipoaspirar las piernas (lógico, grasa en la masa encefálica no van a encontrar)-me quiero poner tetas-mi marido trabaja mucho-la mucama se me va este fin de semana a ver a la madre que está internada ME QUIERO MATARRRR-ese vestido te queda precioso (léase: ese vestido te queda como la montura del chancho)-quién junta para el cumple del nene de Norita?. Y todo vuelve a empezar...o se retoma en la próxima reunioncita, aquella donde decidirán cambiarle el nombre a la calle principal...en lugar de "Los Horneros", le pondrán "Lavender hills" porque es recontra top y así los chicos aprenden inglés.

Existen remedios infalibles para curar a las más rubicundas alpedistas: un trabajo, un curso de algo que no sea telar ni sushi, un par de amantes, una obra benéfica, la práctica de un deporte competitivo o Internet.

Ojo, esto escrito con el mayor de los respetos, ya quisiera yo volverme al bando de las alpedistas y echarme una siesta del quince mirando los programas de chimentos…snif!.

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