domingo, 19 de octubre de 2008

DISOLUCIÓN DEL VÍNCULO POR INCOMPATIBILIDAD CINEMATOGRÁFICA

Divorcio en Cinemascope

Estando sentada en la oficina de la Sra. Jueza, esperando que mi ex marido le explique los motivos de nuestra presentación conjunta de divorcio, en la primera audiencia; comencé a repasar los puntos que hicieron de nuestra convivencia un suplicio. El que alguna vez supo llenar mis días de alegría, intentaba explicar lo inexplicable, al punto de negarse a hacerlo; con la Sra. Jueza intimándolo a exponer las causas (¿quién se hubiera imaginado que veinte años después de contraer matrimonio civil uno tiene que rendir cuentas al Estado por los despistes cometidos bajo esa figura legal?). Argumentando diferencias musicales irreconciliables e ideologías políticas radicalmente opuestas, mi ex le intentaba vender un buzón a una señora que perdía la paciencia (o no podía creer que esas fueran las auténticas causas de su voluntad divorcista). Mi mente, que siempre tiende a funcionar como una televisión con esquizofrenia, buscaba en sus archivos causales de divorcio de similar calibre para seguirle el juego a un acorralado cónyuge que no supo (o no quiso) ponerle nombre a su desdicha.

Fue en ese instante, en el que me bajó la ficha y sonaron todas las campanitas de la maquinita tragamonedas. Tenía yo un gran argumento, que debería estar tipificado en la Ley argentina y que, a mi entender, es una causal genuina de disolución matrimonial: LA INCOMPATIBILIDAD CINEMATOGRÁFICA.

Supimos ser unos tiernos noviecitos que vagaban por la calle Lavalle, tomados de la manito entrando en un cine para luego salir corriendo a la función siguiente del cine de enfrente. Adictos a la “silverscreen” como lo apodaron los norteamericanos, nuestros fines de semana transcurrían en el cine o en el video más cercano. Nos encantaba.
Básicamente consumíamos cine estadounidense porque era lo más popular, aunque a mí ya me había picado el bicho del cine europeo. Recuerdo haber salido maravillada luego de ver “El Baile” de Ettore Scola o quedar fascinada con “Manon del manantial” que alquilé en una noche de lluvia.
Pero era el boom de las pelis de policías, detectives, espías rusos, agentes del FBI, comandos, Navy Seals, escuadrones especializados en secuestros, narcos, submarinos, aviones y aviadores, negociadores, astronautas y grupos de elite. Además, se le sumaron las de ciencia ficción con todos los efectos especiales habidos y por haber, dos o tres aliens con cara de viejitos con Alzheimer y una horda de bichos raros que se reprodujeron en remeras, muñequitos y vasitos de locales de comidas rápidas.
No es que no haya disfrutado de las tres primeras de cada género, pero uno va creciendo (quiero creer) y se harta de la repetición porque quiere conocer otras cosas. Aprender otras culturas, ver cómo viven en Pakistán (donde las mujeres policías no bajan de Chevrolets Blazer negras con vidrios polarizados, traje sastre negro y un audífono con cable de teléfono en la oreja).
Para mí, con una Clarisse Starling atrapando a un psicópata asesino fue suficiente. Todas las que vinieron después a plagiarla, no le llegaron ni a los talones. Lecter fue mucho más escalofriante en la primera peli, psicoanalizando a la agente del FBI vidrio de por medio, que dándole de comer los sesos de Ray Liotta al nene en el avión (en la primer secuela).
¿Cuántos Films de terrorismo con secuestros de presidentes o amenazas de bombas nucleares se pueden hacer?. No estoy diciendo que no disfruté de “Duro de matar”, para la edad que tenía cuando la vi, era lo mejor que había visto en mi vida. Tenía veintipico y el mundo estaba a salvo porque los yanquis controlaban los campamentos terroristas en el desierto con sus poderosos satélites de última generación. Tan poderosos que podían ver al peligroso delincuente (que generalmente es de tez y ojos oscuros, tiene barba, bigotes y habla en un dialecto inentendible=léase cualquier idioma que no sea inglés) sacándose la cera de los oídos con un hisopo (que seguramente será capturado por los forenses para analizar el ADN y subir el perfil del tipo a los archivos del Pentágono, si es que la erraron con el misilazo y quedó algo para analizar).
Conspiraciones para acabar con el mundo, motines en un submarino, el típico cliché del negro que llega a rango de oficial pero nadie lo obedece porque nació en el Bronx, la minita que nació para la pasarela porque está más buena que el Quaker pero decide hacer carrera en el ejército (a mí no me engaña, es para ducharse con todo el escuadrón, qué joder!), el detective adicto o alcohólico a quien nadie le cree cuando atrapa al sospechoso de abastecer de heroína a toda la Costa Oeste de USA, la nenita del ex marine que es secuestrada dándole al padre carta blanca para desnucar tipos como pollos en granja avícola y la típica rutina del poli bueno y el poli malo. ¿Cuántas más hay que ver para saturarse con más de lo mismo y decir basta?.
Bueno, parece ser que hay un público para todo y las pelis se fueron multiplicando (porque lo que dio una vez, volverá a dar, así que para qué arriesgarse a contar algo nuevo?). Con los mismos actores deambulando de plomazo en plomazo hasta el hartazgo y para felicidad de mi ex, que las devoraba y devora aplaudiendo de pie ya que, la satisfacción es directamente proporcional al “body-count” (léase cadáver por fotograma) me fui saturando del consabido culebrón conspirativo pedorro de siempre.
No es que no me gusten la sangre y las balas. Me encantaron “El Padrino”, o “Kill Bill”; las vería hasta el cansancio. Pero me enerva la falta de originalidad de los guiones donde el malo siempre es el mismo actor que hizo de palestino en una, de afgano en otra y de árabe en tres más. Hasta los dibujitos animados no pudieron evadirse del cliché. Skar, el tío asesino de Simba en “El Rey León” es oscuro y tiene eyeliner negro (creo que es el primer tigre musulmán de la historia de Disney). O Ursula, la bruja de “La Sirenita” que es gordísima y fea, porque los buenos son siempre rubios y si son mujeres son réplicas de carne o cartoon de la muñeca Barbie.
Usaron y abusaron del típico clima de suspenso ante el contador regresivo de un relojito con un cable azul y uno rojo que detonará la bomba en veinte segundos que, gracias a la magia del cine, se multiplican como los panes en la Biblia para que la escena dure veinte MINUTOS. Que si corto el azul, que si corto el rojo. Que si me equivoco se acaba el mundo. Miradas de “adiós, dile a mi mujer que la amo” que se entrecruzan mientras el tarado tiene la pinza en la mano y si la pifia la mujer nunca se va a enterar porque el boludo que lo mira con compasión (encargado de dar el amoroso mensaje) va a volar en mil pedazos igual que él y si la cosa es nuclear puede que se reencuentre con la jermu en el cielo (literalmente, quizás los dedos de cada uno se rocen mientras vuelan por los aires).
Androides indestructibles que meten miedo en la primera y son perros labradores en la secuela porque el actor no se banca ser malo y está en plena campaña por la gobernación de California. Niños que son capaces de detener la detonación de ciento cincuenta misiles jugando a la Playstation con la compu del Pentágono. Patotas de infradotados que evaden la exclusión social presentándose en forma voluntaria para inmolarse troquelando un asteroide del tamaño de Australia que amenaza con destruir el planeta en tres días. Rusos panzones y despiadados que traicionan a su patria por un maletín lleno de dólares (porque los únicos que traicionan a su patria son los rusos, los sudacas y los musulmanes). Helicópteros capaces de derribar ciudades, ciudades flotantes en la forma de portaaviones, tanques, computadoras que todo lo pueden (desde abrir puertas a distancia hasta limpiar una foto pixelada para descubrir la cara del francés tirabombas en París que se refleja en una ventanita de un edificio en Perú). Autos que colean y bajan escaleras inmaculados, agentes inmunes a la balacera del enemigo, pero que son capaces de derribar una docena de oscuros mafiosos eslovenos con una sola bala. Intercambio de miradas preocupadas frente a un monitor de pc mientras guían al agente por un edificio cuyas paredes son transparentes. La típica sórdida historia de ese agente que ignora ser traicionado por su propio Jefe, que lo quiere hundir porque ya no es confiable (y aparte se está comiendo a la mujer, un brazo del guión dedicado exclusivamente a la acompañante femenina del tío que paga la entrada al cine).
Y como cereza del postre los abrazos de alivio, los gestos de “tarea cumplida”, el homenaje sentido a los caídos en cumplimiento del deber, la entrega de la banderita triangulito a la viuda que estoicamente se sienta en la primera fila del entierro con los dos hijitos rubios de la mano, bancándose sin pestañear la explosión de las balas de salva.
Banderas que flamean debajo de los créditos con la típica musiquita de conquista y el mundo a salvo otra vez gracias a las gestiones de este grupo de super entrenados tuneados actores hollywoodenses que en la vida real no pueden manejar un auto sobrios y se desmayan si ven un indigente barbudo con cara sospechosa en la puerta de sus casas.
Ojo, no tengo bronca con todo el cine americano. Mi problema es con algunos géneros en particular que repiten la fórmula hasta el hastío, jugando con el olvido de los espectadores (o con la típica excusa de que la audiencia se renueva). Y odio con toda mi alma a las remakes, una vaga excusa para volver a hacer lo que ya se hizo, como si la versión original tuviera que aggiornarse para que la gente joven la aprecie o la digiera. Odio el cine que intenta dar lecciones para paparulos y entrega el mensaje masticado y descifrado para que no existan dudas de que cuando queremos decir “se patriota y juégate por tu nación” queremos decir “se patriota y juégate por tu nación”. Odio el cine que no permite el debate, el disenso, las interpretaciones diferentes; el cine que no se juega por lo que no es común, lo que sale de los parámetros, de la línea, lo que no es convencional ni van a ir a ver hordas hipnotizadas, pochocho en mano. Me gusta la imaginación, y también la ciencia ficción si está bien escrita. Prefiero una peli con buenos actores y diálogos consistentes que una secuencia sin fin de efectos especiales.

Pero volviendo al tema de la incompatibilidad cinematográfica, no puedo recordar el momento exacto, sí las peleas que se suscitaron y fueron creciendo a medida que pasaba el tiempo ante la mirada atónita del dueño del videoclub que, conociendo mis gustos, intentaba sin éxito que me llevara esa peli alemana que había ganado varios premios internacionales. Nos matábamos agarrados a la caja de “Las Invasiones bárbaras” porque yo la quería y él no estaba dispuesto a poner un peso por una peli europea sobre enfermedades terminales. Poco a poco nos fuimos distanciando en las góndolas del video de la misma manera que lo hicimos en la vida. Uno caminaba para el norte y el otro para el sur. Uno miraba “Air force one” por cuarta vez y el otro “Pequeña Miss Sunshine”. Para cuando me quise dar cuenta, no pude encontrar una sola película que nos gustara a los dos por igual. El videoclub fue un ring de box. Hasta que me resigné a ver lo que me gustaba a las tres de la mañana, como un vampiro que sale a nutrirse desesperado, en un mundo subterráneo y prohibido. Me banqué “La caída del halcón negro” unas dieciséis veces (la primera porque la peli está buena, las otras quince por el elenco masculino que está para el crimen organizado). No tuve la misma suerte cuando la peli era una favorita mía, siempre me quedé sentada sola comentándola con el perro, el gato o alguna araña trasnochadora.

Cuando me llegó la oportunidad de exponer las causas de mi voluntad de disolver el vínculo matrimonial, no pude argumentar la incompatibilidad cinematográfica. Era demasiado poco, sonaba muy banal, demasiado autocomplaciente. Sin embargo, estoy convencida que algún jurista debería ponerse a redactar en forma urgente un nuevo artículo a invocar a la hora de divorciarse, que incluya este argumento. Porque es un indicio más que evidente de la que cosa va para atrás, del acabose total; de que nadie quiere volver a intentar sentarse en un sillón, a embolarse como una ostra con otra película del agente de la CIA, francotirador eximio, karateka certificado, ingeniero políglota que puede salvar al mundo de la peor amenaza pero es incapaz de sacar a flote este matrimonio.

ALERTA DE EMBOLE HOLLYWOODENSE (para salir corriendo si en la descripción se mencionan los siguientes ingredientes)

- Abogado que lucha contra el sistema
- Ingeniero que “blows the whistle” (suena el silbato, da la señal de alerta)
- Submarino nuclear desmadrado
- Motín en portaaviones
- Cadete de escuela militar asesinado en extrañas circunstancias
- Pakistaní descubierto tomando clases de despegue en Miami
- Comando suicida
- Complot para asesinar al Presidente
- Secuestro de niñita rubia
- Asalto a caja fuerte de banco suizo
- Plan para rescatar rehenes en Colombia
- Novato se enlista en grupo de rescate elite
- Bombero con corazón de oro
- Analista de sistemas que se infiltra por error en la compu del Departamento de Defensa
- Forense con habilidades paranormales
- Secuestro de aviones
- Aviones que transportan animales que se escapan
- Aviones con tripulación envenenada
- Negros que llegan a la presidencia (hasta hace poco, ciencia ficción)
- Mujeres que manejan helicópteros
- Mujeres que llegan a Presidentes (ciencia ficción)
- Paramédicos en catástrofes naturales
- Catástrofes naturales
- Catástrofes artificiales
- Escuelas de pilotos de F-14
- Mafiosos italianos que se visten para el culo y se la pasan cocinando pasta al dente
- Entrenador ex alcohólico de equipo pueblerino de baseball que lo saca campeón
- La nena y el caballo
- El nene y el perro
- El chancho que habla
- El autito con sentimientos
- El cartoon de la licuadora que canta
- El desembarco de los aliens (que son todos feos)
- El pedófilo recuperado que casi pisa el palito con la vecinita
- El boxeador que vuelve y pierde hasta el último segundo de la peli
- El agente retirado cuya hija es secuestrada
- El detective despedido y su último caso
- La policía traumatizada porque la violaron de chica y tiene que investigar un caso de violación
- El abogado que defiende al asesino al que cree inocente
- Las cuatro negras culonas que se enamoran de raperos
- La cantante que logra triunfar
- El millonario que se enamora de la mucama hispana
- Rehenes en un autobús, ascensor u hospital
- Víctima inválida o no vidente que presencia un crímen espantoso
- Sitiado en su propia casa, se defiende con lo que puede de cinco asesinos
- La venganza del cornudo
- El asesino predador que fabrica jabón de tocador con sus víctimas
- La historia de amor cincuentón que termina mal
- El deportista que queda postrado pero se las ingenia para ganar en las Olimpíadas
- El triunfo de la voluntad
- El padre viudo que se vuelve a enamorar
- La madre viuda que se las ingenia para sobrevivir sin putanear
- El negro que se hace millonario después de pasarla para el culo
- El tesoro en el mar
- Los narcos que quieren recuperar la droga que se cayó al mar
- Los estudiantes que quieren debutar
- La nena que vuelve del más allá para acusar a su victimario
- Holocausto nuclear

The End (o como diría mi abuela Vicenta “tejend”)

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