lunes, 17 de noviembre de 2008

Envejecer no tiene privilegios



MI ABUELA SE FUE AL BOSQUE CON UN TAL ALZHEIMER

Mi abuela supo ser una señora soberbia, elegante, caracúlica y muy turra. Tenía a toda la familia en jaque. Era capaz de pulverizarte con el uso de una lengua viperina que no ha conocido rivales que estuvieran a la altura de su mordacidad y rompía mucho los cojones. Dotada de un oído digno de la Mujer biónica, una memoria prodigiosa y un talento innato para inferir cualquier dato que pudiera servir a sus fines; siempre fue una mujer de cuidado.
En vacaciones, revolvía bolsos buscando evidencias de encuentros sexuales prohibidos, cartas a novios, cuando no la lectura estival de diarios íntimos con doble candado que no dudaba en violentar. Así como nos hacía caminar sobre dos cuadrados de paño para no marcarle el piso de madera o andar en puntitas de pie cuando dormía su religiosa siesta, era capaz de joderte las mejores vacaciones de la adolescencia porque no habías llegado a tiempo para cenar o tu baño se había extendido dos minutos más de lo que ella tenía estipulado para una ducha con lavado de pelo incluido. Eran más importantes la salud del termotanque, el horario de sus apetitos y su pinza de depilar alemana; que el bienestar de su hija y sus nietas. Es entendible hasta cierto punto, ya que era su departamento de playa y era ella quien financiaba ese hábitat vacacional; pero rompía las guindas en forma tan descomunal que uno terminaba pagando un hotel con tal de no aguantarla (y ganaba en la transacción, sin lugar a dudas).

Ahora, cuando uno observa a ese ser con el temperamento de Margaret Thatcher, el poder de decisión de Atila y la osadía de un comando suicida talibán; convertido en un tierno pichoncito desmemoriado que hace cincuenta veces la misma pregunta con una sonrisa perdida pegada en la cara arrugada, no puede más que preguntarse qué carajo obró ese milagro.
El milagro se llama Alzheimer y de lindo solo tiene el nombre, lo juro por mi futura demencia senil, que evidentemente está inscripta en el código genético de nuestra familia.

Esta ridícula enfermedad convierte hasta al asesino más facineroso en un monje tibetano, ya que barre con todo vestigio de memoria y con ella el chip de la maldad. La que otrora nos encontraba gordas, celulíticas, canosas, arrugadas, con manchas en la piel y un marido boludo; ahora nos ve bellas, esbeltas, con el mismo color de ojos que el mar, un culo perfecto y la misma pregunta repetida hasta el cansancio: ¿Porqué te separaste de tu Príncipe Azul con lo mucho que se adoraban?. Uno podría optar por revolearle un elemento contundente en la azotea, pero eso, lejos de acomodarle los caramelos en el frasco desataría el efecto contrario. La neurona con esa pieza de información se tildaría como un cd rayado invocando la re-pregunta una y mil veces más. Así que lo mejor es sonreírle con nuestra mejor cara de Forrest Gump y desviar la atención hacia temas menos espinosos, como el mejor fertilizante para el potus de interior (nunca voy a entender a qué le llaman planta de interior ya que no he visto crecer ninguna, espontáneamente, sobre la alfombra de un dormitorio).
Cuando una cree que tiene al toro por las astas, la anciana arremeterá nuevamente con preguntas incómodas y la mirada perdida entre Chacabuco e Iquique, ya que su mente gira sin control como una brújula desmagnetizada que muy de vez en cuando hace una parada en el norte…justamente en ese norte cuya tierra hoy no querés explorar porque está llena de punzantes cactus. Vuelta a empezar, otra vez a explicarle lo que hace diez minutos le explicaste con pelos y señales. Que el perro que adorabas fue exiliado de tu casa por tu ex marido y que tu ex marido es ahora tu ex marido porque decidió auto exiliarse igual que el perro. Y que ahora tenemos un perro nuevo que es perra, pero a la que ella sigue llamando por el nombre del que hace cinco años fuera repatriado. Ofendida porque la perra no acude a su llamado, intentará hacerse un té dejando la hornalla prendida hasta que las moscas se desmayen alrededor de la pava y a los cinco minutos pedirá el almuerzo (el del día siguiente, porque vivió dos días en veinte minutos). Una vez convencida que tendrá que esperar tres horas por una sopa, se le ocurrirá hacer tiempo planchando para ayudarte (con la plancha desenchufada); pero al ver a la perra intentará darle de comer por sexta vez en la tarde mientras el pobre bicho saca balanceado por las orejas y la mira con cara desorbitada. Entonces volverá a preguntar por el paradero del bicho repatriado ya que el otro era negro y este es blanco y negro. ¿O es el mismo que envejeció y le salieron canas?
Luego probará suerte con la cocina, cosa que le prohibirás absolutamente ya que la última vez que lo hizo le puso detergente a la asadera para cocinar las milanesas (el sabor limón del químico en cuestión impidió que se diera cuenta del error, si hubiera sido de aloe o con colágeno las hubiera escupido como balas de metralla al primer bocado).
Lo mejor o peor del caso es la avería de su reloj interior (el que todos llevamos dentro), ya que el mismo hace que mi abuela se vista íntegramente a las tres de la madrugada para ir al oculista y cenar a las tres de la tarde enojadísima porque luego no conseguirá conciliar el sueño nocturno (con un sol infernal que se cuela por las persianas bajas del dormitorio). Llamará a mi madre a las cinco de la mañana del domingo para avisarle que tiene que ir a trabajar y festejará Pascuas en Navidad (olvidando por completo que es judía), amasando rosca con incrustaciones de borlas multicolores sustraídas del arbolito del Autoservicio chino donde compra sus víveres (y enloquece al propietario que está ahorrando para volverse a Shangai).
Como ve poco y escucha más o menos, suele vestirse con medias de distinto color, se pinta los labios desde el mentón hasta la punta de la nariz y no contesta jamás el teléfono provocando taquicardia en el resto de la familia que la busca despavorida.
Si hay algo que no le ha arrebatado el Sr. Alzheimer, es su apetito voraz. Puede devorar dos platos de pastas, un postre para catorce personas y tres kilos de pan con la parsimonia de una tortuga pero con la tenacidad de una piraña de río. Pensar que hasta hace diez años vivía a dietas vegetarianas y nos enseñaba a meter panza para endurecer el músculo!.

Ya no quedan vestigios de la mujer que vivía en esta cabeza cana y en este cuerpecito esmirriado. Ahora es una mujer mucho más dócil, manejable y hasta entrañable; sin embargo daría lo que no tengo por volver a padecer los embates de su cáustica diatriba, su implacable personalidad controladora y ese espíritu ingobernable que todos soportamos con la misma tolerancia con la que nos bancamos por años sus sweaters de cuello alto, que siempre eran demasiado angostos para pasar por nuestras cabezas.

Maldito Alzheimer!!!. *insertar emo de dedo de fuck you, aquí*

2 comentarios:

Unknown dijo...

el alzahimer es un tema muy jodido. y por más que la persona te rompa la soberana paciencia, no se la desearía ni a mi peor enemigo.

es terrible ver lo que las enfermedades mentales le pueden llegar a hacer a la gente

Anónimo dijo...

Creo que es una de las enfermedades más corrosivas y con la milagrosa y poco afortunada capacidad de transformar a las personas en aquellas que jamás fueron .Lo viví muy de cercá y no fue agradable.



y ahora para darle un aire más distendido al ambiente ...¿ por qué tuvieste que decir " con el poder de decisión de Atila "? ¡¡¡¡NO NOMBRES LA SOGA EN CASA DEL AHORCADO !!!!!!