martes, 9 de septiembre de 2014

HEMBRARIO (FASCÍCULO 1)



Cómo reconocer qué tipo de hembra eres


LA REINA DEL “KNOW HOW”


Esta fémina sabe o cree saberlo casi todo.  Guarda un arsenal de información sobre todo lo que ella cree importante sobre este mundo y está dispuesta a vomitarte la información antes de que despegues ambos maxilares para proferir media sílaba.  Generalmente es profesional y si no lo es se quedó con las ganas o puso todo su talento al servicio de una familia impecable que supo formar y  a menudo exhibir con riguroso orgullo en las redes sociales.  Si hablamos de tortas, ella tiene la mejor receta autografiada por la repostera más top de Sudamérica.  Catadora de vinos, especialista en infecciones femeninas, cuotas alimentarias y divorcios controvertidos; esta señora no pierde oportunidad para hablar sin respirar (para no perder tiempo) demostrando ante una audiencia maravillada que ella la tiene clarísima EN TODO!  La mejor pascualina, las berenjenas de la abuela, el bebé más codiciado para el comercial del perfume infantil, el cuerpo menos averiado luego de cuatro partos y una cesárea, las mejores notas en la Facultad, el empleo donde se postularon cien mil personas quedando ella por su excelente curriculum, el marido que arrancaba suspiros de sus compañeras de universidad, la suegra que la adora, la madre que la ama, los hijos que saben comportarse socialmente y terminan siempre limpios e impecables después de cualquier evento…todo en esta mujer suele ser de película de Disney antes de que se pudra todo.  Suele acaparar la atención en eventos sociales dando instrucciones precisas de cómo comprar ahorrando para darle de comer a un batallón con cien pesos diarios, dónde y en qué moneda ahorrar, por qué aerolínea viajar para juntar millas, cuál es el mejor restaurante para comer mariscos, quién es el mejor pediatra, y cuál es la mejor pipeta anti pulgas para perros.  Para las incautas, estas disertaciones (copa de Malbec en mano) suelen ser una bofetada a la autoestima ya que no se imaginan haciendo una décima parte de lo que estas mujeres dicen hacer y menos con el talento y sabiduría que parecieran tener.  Porque el día tiene veinticuatro horas, así que hay dos alternativas: o hace 35 años que no duerme o está exagerando.  Los humanos mortales, las mujeres de carne y hueso promedio; solemos venir de fábrica con un coeficiente intelectual promedio al que se le suman cualidades como la perseverancia, la ambición, la educación y entre otras tantas variables la suerte.  Hay algunas que logran hacer mucho con poco y otras que con mucho hacen nada, pero que una persona logre hacer todo con todo es como sacarse la lotería dos veces seguidas.  Huele raro.  ¿Cómo hiciste para criar cinco hijos haciendo kilos de mermelada de frutos del bosque, el mejor lemon pie del país, ganar siete juicios de fama internacional, dar cuatro vueltas al mundo, tener al menos cinco orgasmos, asistir a todos los eventos familiares con el frasco de berenjenas en la mano y el regalo perfecto sin un pelo fuera de lugar, con la ropa planchada y los zapatos brillantes como un espejo?  Es un enigma sin resolver, por eso las mujeres nos agrupamos a observarlas y escuchar sus consejos como los católicos al Papa todos los domingos en San Pedro.  Queremos saber el secreto.  El secreto de tanta perfección.  Alimentamos su inflamación preguntándole qué contestarle a ese hombre que nos mandó un whatsapp que hace días no nos deja dormir, cuál es el ingrediente secreto de la chocotorta que trajo hoy o cómo lograr que nuestros hijos sean buenos estudiantes.  Ella tiene una respuesta para todo.  Impecable, impoluta, imperturbable, impenetrable.  Ella es la reina del know-how.

LA MACHISTA


Esta mujer cree que está en este mundo para complacer al hombre y a eso dedicará toda su vida aun cuando trabaje.  No se preocupan mucho por educarse ya que desde tierna edad se preparan para ser mantenidas por el hombre más económicamente forrado que puedan conseguir.  Si tienen la suerte de ligar un cuerpo que sea congruente con el modelo de belleza imperante, lo más probable es que aprendan a utilizarlo para esos fines apenas salen del colegio secundario, haciendo sus primeras incursiones en el “mercado” para, con mucha suerte, enganchar al candidato de sus sueños.  De sus sueños verdes color dólar, después verán que hacen con la cosa que supieron agenciarse para tener un buen pasar.  Si no tienen un cuerpo que cumpla con el estereotipo, van a trabajar como yeguas, aguantando condiciones laborales desfavorables con tal de juntar dinero para ponerse tetas, achicarse narices, alisarse los pelos, lipoaspirarse la barriga, tornear el trasero, pegarse uñas de acrílico, extender pestañas, blanquear los dientes, engrosar los labios y hasta cambiar el color de ojos con lentes de contacto.  Mientras tanto, y hasta que suceda el contacto con el millonario que las arrancará del espantoso yugo laboral (porque para ellas el laburo, lejos de dignificar, les arruina las uñas y los taquitos); se van a dedicar a alimentar el machismo de sus compañeros de trabajo comportándose como bebotas con disfunción verbal, abusando de sus habilidades de succión para lograr el máximo rédito económico con el mínimo esfuerzo posible.  Carentes de integridad, escrúpulos, e identidad femenina; estas mujeres avergüenzan a sus congéneres porque ratifican con sus actos los postulados machistas más despiadados.  Se cagan en la igualdad, ellas se ponen a propósito dos o tres escalones abajo para manipular lloriqueando a sus jefes, novios, amantes, etc.  Suelen obtener cosas materiales durante sus vidas, sus vidas útiles como objetos sexuales, pero quien pone todas sus fichas en el envase y nada en el contenido se encuentra en algún momento de su vida sin nada de lo que realmente importa.  Y ahí es cuando se produce el cambio.  Entonces las verás en las redes sociales hablando pestes de los hombres y poniéndose al hombro los cuatrocientos cartelitos de frases feministas que puedan encontrar en Pinterest o Tumblr.

LA JUEZA


Esta mujer se carateriza por empezar todas sus oraciones con “deberías”, “tendrías”, “yo que vos haría”.  Autoerigida en ejemplo de madre, esposa, empleada y amiga; este tipo de mujer saca el dedo índice como un revólver cada vez que pierde los estribos sentenciándote a un destino horripilante si no hacés lo que deberías hacer (que siempre es lo que ella está diciendo mientras hamaca el dedito de arriba para abajo).  La dueña de la verdad, la justicia y la ética; ella te va a juzgar, sentenciar y mandarte al infierno por haber pisado la banquina (como si ella no hubiera visitado el pasto nunca).  Devota de un Dios tirano, crece y se desarrolla a su semejanza.  Cualquier cosa que le vayas a contar va a tener una sentencia desfavorable.  Ella no se equivoca nunca y si lo hizo nunca te vas a enterar.  Y si te enterás es solamente para darte una lección ejemplificadora de dónde vas a aterrizar si metiste la pata hasta el caracú.  No es la persona para acudir en caso de ebriedad, ni de deslices amorosos, mucho menos de derrapes familiares.  Tiene memoria, tiene resentimiento y guarda para darte y que te lleves en cuatro tupperwears tamaño baño.  Si caíste en la tentación de acudir a su hombro para llorarle alguna trastabillada, quedate tranquila que te vas a ir arrastrando hacia la Iglesia más cercana aplastando cabezas de ajo con la panza y haciendo un té de ruda para expiar la culpa de haber sido…humana.

LA QUE NO TIENE LA CANCHA MARCADA


Esta es la loca de libro.  Dícese de la que está tan loca que no solamente le faltan jugadores, no tiene siquiera la cancha marcada.  No se sabe a ciencia cierta si fue criada por un espécimen similar, se pasó de vueltas en un tequilazo a los diecisiete o simplemente hay un cortocircuito adentro de la mollera que le impide tomar decisiones razonables.  Es probable que te las cruces en eventos sociales, oficinas o salas de espera de centros médicos (porque convengamos, nadie quiere cerca a una loca salvo probada evidencia de que se trata de un ejemplar inofensivo).  Ya al verlas entrar por una puerta uno nota que algo no está del todo bien.  Generalmente es algo en el atuendo.  Con esto no quiero decir que alguien que es original o divertida para vestirse sea una loca.  Me refiero a ese detallecito que te hace dar vuelta la cabeza y pensar “¿no tiene alguien que la quiera en la casa para decirle que no se puede poner eso?”.  Puede ser una flor de lana tejida en crochet color verde fluorescente, del tamaño de un repollo grande firmemente agarrado del parietal izquierdo con veinte ganchos invisibles color negro sobre un rubio platinado (en un velatorio) o una boina de lana de alpaca en el subte sobre una cabeza llena de rulos un 3 de enero a las dos de la tarde.  En fin, datos en la vestimenta esclarecedores sobre la soberanía o no de ese cerebro sobre el cuerpo que lo porta.  La cuestión es que a veces suelen ser inofensivas, y hasta podés llegar a reírte un buen rato con sus divagues y relatos fantasiosos, pero muchas de estas pueden terminar corriéndote por un pasillo con un cuchillo afilado como Glen Close a Michael Douglas simplemente por no haberles contestado el mensajito de texto o no haber asistido al cumpleaños.  La cordura, el respeto y la obediencia no son adjetivos que les quepan, así que son las típicas mujeres que siguen hablando a los gritos aunque se las haya llamado a silencio en una reunión escolar de sus hijos o en una entidad bancaria; son las que se descuelgan con una pregunta inoportuna en un evento social y logran que todas las cabezas giren hacia el mismo lugar generando un silencio espantoso que nadie puede remar.  Incomodan, alteran, te dan vergüenza ajena y lo peor del caso es que ellas está convencidas que le están haciendo un favor a la humanidad con su sola presencia.  La loca de libro se pelea con la policía, atiende el teléfono en el Banco y se hace correr por todo el edificio para que no se lo incauten.  Grita en el subte “¡este y esta y este y aquel y aquella ME TOCARON EL ORTO!” porque como está convencida de que es una sex symbol, todo el vagón (inclusive las mujeres que van sentandas) quiso una tocadita de ese lomo para el pecado (así suele referirse ella de sí misma).  Lomo más, lomo menos; evidentemente en los primeros años de vida la grasa que debería haber alimentado las neuronas se fue directamente al culo.  Una especulación de mi parte, sin sustento científico, obviamente.

LA “YO LA PEOR DE TODAS”


Esta personalidad pulula por la vida lastimosamente.  Se queja y sufre porque todo lo que es, todo lo que le tocó en suerte, todo lo que tiene y todo lo que le sucede.  Nunca se sabe a ciencia cierta si ella lo cree así o busca la aprobación y el halago constantemente convirtiendo la lástima en una maniobra para obtenerlos.  Infectadas de inseguridades, viven haciendo consultas populares sobre cómo les queda el pantalón, con qué rellenan el pollo, cuál es la mejor pomada para la micosis vaginal, y si le dicen que sí o no al señor que las acosa.  La duda, indudablemente, las aflige pero a pesar de pedir consejos siempre terminan haciendo lo que se les antoja.  Así, una vez tomada la decisión y habiendo recibido un resultado negativo, tienen otra oportunidad alucinante para recibir abrazos, besos, aliento y millones de frases de autoayuda en las redes sociales.  Son personas que necesitan afecto tienen una retorcida manera de solicitarlo, y la verdad es que a menudo caen siempre bien paradas, como los gatos, con lo cual una se pregunta si no ha caído en la trampa como una pelotuda levantándole la moral a alguien que en el mejor de los casos lo único que quería es que le dijeran lo que ya sabía: SOY LO MÁS!

LA CONCHUDA


La conchuda es mala por naturaleza.  No existe otra explicación.  Disfruta causando dolor y le encanta quedarse a mirar los cadáveres que dejan sus granadas, contando los deditos sonriendo con malicia.  La compulsión por joder les viene impresa en el mismísimo ADN.  Debe haber un mapeo genético que pruebe que hay alguna cadena de ácido desoxirribonucleico que las conchudas tienen en común.  Porque parecen todas cortadas por la misma tijerita, en manos de Ades, fabricando esas figuritas de papel plegado veinte veces.  Siempre fui de las que piensan que detrás de un malvado existe una historia que lo convierte en tal, es mi forma de entender y perdonar.  Pero la conchuda es conchuda porque lo disfruta como Wanda al miembro (mejor dicho a la billetera del miembro).  Estas mujeres son capaces de desatar tsunamis familiares que terminan devastando una familia, separando lo que no debiera ser separado; son capaces de hacer pelear amigos de años, hermanos, primos y hasta de urdir patrañas espantosas para hacer sufrir parientes, compañeros de trabajo, parejas…lo que venga.  Propulsadas por un resentimiento y una envidia feroces (por algo las abuelas siempre dicen “no cuentes la plata delante de los pobres” no refiriéndose en forma literal al dinero sino a las cosas buenas), no hay peor y más letal bicho que una conchuda que cree ver más cosas en tu plato que en el de ella misma.  Relojean todo, te cuentan las costillas, te sacan radiografías y te aprenden de memoria juntando data para dejarte caer la bomba de Nagasaki en el lugar menos pensado.  Famosas por querer llamar la atención en todo momento arman un personaje benefactor, piadoso, solidario y amiguero para ganarse el afecto y la confianza de gente a la que luego utilizarán como piezas de ajedrez como mejor les convenga.  Suelen jugar con los sentimientos de la gente, utilizan las redes sociales para destilar su ponzoña y si no es suficiente con eso desparramarán mierda, rumores y mentiras a quienes les presten sus oídos ávidos de una cuota de su maldad más cruel y despiadada.  Estas personalidades psicopáticas no sienten empatía por nadie en particular, se disfrazan para mimetizarse con la sociedad pero no sienten ningún remordimiento en causar dolor por acción u omisión.  Algunas pueden aflojarse con el advenimiento de un hijo, pero a la larga sus conductas terminan también lastimando a sus propias crías.  La conchuda habla sin filtro, te larga un misil en el medio de una reunión social o familiar, te tira el chisme en el medio de una mesa de catorce personas cuando se hace un hueco simplemente para verle la cara pálida al involucrado. Es capaz de inventar una historia que repetirá hasta el cansancio con cara de monja de clausura, ojos mirando al cielo, mano sobre el pecho susurrándote al oído “te lo cuento solamente a vos porque confío en que no lo vas a andar desparramando” (léase desparramalo como tuco sobre los fideos).  Eso seguramente tenga una víctima y está en vos ser su gatillo o incrustarle la lengua en el orto para que saboree un poco de su propia naturaleza.

LA CAÍDA DEL CATRE


Esta piba llega tarde a todas partes.  No pierde los anillos porque retiene líquido y no se le salen.  Se pierde en su propia casa, se olvida la cartera en el cine, los pochoclos en el baño y las llaves del auto…adentro del auto.  Nunca sabe bien porqué está ahí, pero una vez que llega mágicamente se le ilumina la mirada y recuerda que es el cumpleaños de la mujer que tiene enfrente.  Entonces abre la mochila y le da el regalo mientras embucha un sándwich triple porque se olvidó, entre otras cosas, de almorzar.  La heladera de la caída suele hacer eco.  Reina del delivery, si llega a hacer una compra semanal se le pudre todo porque se olvidó de congelar o se olvidó de cocinar.  Llega a la consulta ginecológica seis meses después, con los estudios vencidos y a veces embarazada de cuatro meses sin haberse dado cuenta.  Porque la caída no anota las fechas de las menstruaciones, no recuerda muy bien en qué momentos de debilidad la agarraron con las piernas abiertas  y no asocia el crecimiento de su panza a un bebé (seguramente lo asocie al último atracón de galletitas Oreo cubiertas con dulce de leche mirando “Guerra de Tronos”).  La caída, te saluda para tu cumple desde que el Facebook existe, antes de la red te llamaba tres años después saludándote en retroactividad por los cumples anteriores.   La caída se olvida las claves del home banking y bloquea la tarjeta bimestralmente.  También se olvida el Facebook abierto, ideal para hermanos y novios bromistas que le escriben en el estado “ATIENDO POR COLECTORA, CONSULTAR POR INBOX”.  La caída quema las tortas, incendia las papas fritas (y la cocina), se olvida de cargar el celular y se entera en inmediaciones de la Villa La Cava a las dos de la mañana.   La caída deja plantado al dentista, llega siempre tarde a la foto grupal automática y tiene cara de ciervo encandilado en todas las selfies.  La caída es buenaza, si pierde la billetera pide que le devuelvan los documentos y que al que la encontró le vengan bien los quinientos pesos que llevaba dentro.  La caída se entera que está enferma cuando se curó, que la operaron cuando se despertó, que tiene un hijo cuando le dan de alta en el hospital y que se casó cuando nadie le vacía el canasto de la ropa para lavar.  La caída nunca está apurada, tiene la mirada perdida en algún recuerdo de algo que la hizo felíz (un sugus masticable, Shrek III, los lengüetazos de su perro) y suele salir de ese trance hipnótico cuando alguien le incrusta el codo entre las costillas gritándole “¡Ey, te hablan a vos!”.  La caída se olvida la planchita enchufada todo el día, quiere sacar una foto y tiene la cámara descargada, devuelve la peli alquilada tres meses después pagando la mora voluntariamente.  La caída casi pierde el avión (la salvan las amigas), casi mata al gato de inanición, no tiene plantas porque se olvida de regarlas así que compra margaritas de papel y se aparece en los casamientos cuando los novios ya bailaron el vals.  La caída se pone a leer y se olvida del mundo, se pasa estaciones de tren y colectivo.  La caída no carga la tarjeta SUBE porque la perdió, pero si la hubiera tenido se hubiera olvidado de cargarla.  La caída se enamora y sin saber bien porqué termina cayéndose de cabeza con un plato de torta de crema en la mano encima del objeto de sus afectos, con el que se casa dos años después…llegando una hora tarde al Registro Civil porque se equivoca de comuna.

Hembrario fascículo 2 en próximas entradas

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