martes, 30 de diciembre de 2008

LA DEPENDENCIA EMOCIONAL

¡Despertaos Bellas Durmientes!

Las mujeres han sido fabricadas para depender. Gracias a madres modernas y a hijas que utilizan el balero para algo más que retener el precio de la remerita escote V con mostacillas, de la boutique del momento; existe una camada de hembritas renovadas que se dieron cuenta que la independencia emocional es más importante que agenciarse un marido de billetera opulenta y vehículo pulenta.
Pero todavía hoy seguimos observando el modelo de mujer conquistada, vencida e invadida; circulando por las calles con cinco críos a cuestas, trabajando afuera o en casa (en el peor de los casos ambas opciones) preguntando con timidez al padre de las criaturas si puede darse el lujo de comprar seis palitos de agua en el kiosco de la esquina. Trabaje o no trabaje, la dependiente emocional se desliza por el conocido embudo sin oponer resistencia, cayendo de culo en el lugar común en el que todas alguna vez caímos por amor (o de puro pelotudas). La que trabaja, es muy probable que entregue su sueldo entero al Señor de la casa, para que él (que tiene mucho más cerebro, y sabe administrar); lo guarde y le tire las monedas con cuentagotas para que se compre un pack de 3 bombachas (si logra demostrar que las que tiene están hechas un colador de la misma manera que uno lleva la birome vacía, en la oficina, para obtener merecido reemplazo).
Obviamente, no todas las parejas tienen esta dinámica; pero todavía pululan estos modelitos de mujeres convencidas de que si EL se va se acaba el mundo. Paradójicamente, el mundo comienza cuando caen en la cuenta que en 1813 se abolió la esclavitud y nadie va a filmar una serie de televisión con su historia (salvo que ella sea “de color”, coseche algodón en Alabama, se llame Aretha y sea la abuela del futuro Presidente de USA.). Entonces asoman la cabeza al mundo cual rana después de la tormenta y descubren los colores, los sabores y el placer de no tener a quién rendirle cuentas. Algunas, son empujadas a esta situación límite cual Coyote al precipicio por un astuto Correcaminos que las usa hasta el hartazgo y luego las descarta o simplemente las recicla por un modelo más moderno pero con menos neurona; para poder seguir usufructuando las bondades de otra tontita cerebro de alcornoque que se calce el delantalcito para hacer la comidita, lustrarle los zapatitos y trabajar de Secretaria para “ayudarlo” a llegar a fin de mes.
No es que uno esté a favor de las feministas, que son las terroristas del amor y se pasan de rosca a la hora de agarrárselas con los hombres. No todos son iguales y en un 95 % la culpa es de las mujeres que se dejan conquistar (en el mal sentido) para ceder ante el señuelo de la casita perfecta, llena de hijitos, un lindo perrito igual al de la gráfica del papel higiénico y un futuro infestado de corazoncitos rosados para cada San Valentín.
La realidad es que ninguna mujer se banca demasiado estar sola, como si fuera una vergüenza andar por la vida sin apéndice del sexo opuesto colgado del brazo (cual cartera de Prada). Ninguna se atreve a meterse en el cine a ver su peli favorita sola, ni tomarse un café en un bar leyendo la edición digital del matutino favorito en su notebook sin un macho que, aunque esté sentado enfrente, no le dirija la palabra o mire el reloj cada cinco minutos bostezando como un hipopótamo. Porque pareciera que estar sola es un estigma, una mancha en el prontuario, un error en el código genético, una enfermedad infecto-contagiosa. Entonces es más válido aguantar años de años a un energúmeno déspota que les ordene la comida en el restaurante, las mande al baño a retocarse el maquillaje porque el bebé de dos años les enchufó una cucharada de puré en el ojo (y la máscara de pestañas no es a prueba de agua porque no fue autorizada en el presupuesto) mientras ellos cenan opíparamente comiéndose el plato de ellas (que no pudieron llevarse un cacho de milanesa a la boca porque estuvieron corriendo al mocoso toda la noche). No hacen falta más de quince minutos de minuciosa observación en lugares públicos, para detectar a estas bellas durmientes que deambulan agotadas, ojerosas y defraudadas ya que el cuento que les leían en la infancia no funcionó como ellas esperaban. El Príncipe no solo no acude a su rescate, lo más probable es que les pidan el cafecito nocturno aunque ellas vuelen de fiebre con una gripe galopante y se violenten porque el nebulizador se descompuso teniendo que abandonar su deporte favorito (el zapping) para revisar el aparato que pudiera ser la solución a las toses de toda la familia. Oprimidas bajo el miembro de estos dictadores hogareños; las que alguna vez, cuando novias, discutían la arbitrariedad de alguna decisión tomada por sus partenaires cinco años después se dedican a acatar porque no tienen fuerzas para argumentar o simplemente se aburrieron de la contienda que siempre conduce a la nada más absoluta. Cualquier cosa antes de que EL las abandone, porque EL está en todas las fotos desde los dieciocho años. Porque EL paga los servicios (con dinero de los dos, pero eso es solo un detalle), EL escribe amorosos mensajes de texto, EL es el que las convierte en señoras casadas, ocupadas y deseadas (aunque no puedan recordar la última vez que les dieran un abrazo…ni que hablar de un revolcón grado 10 en la escala Richter). Soportan, aguantan, bajan la cabeza, acatan, afirman, sostienen, apoyan; todo a favor de esa familia prodigio que es el modelo para sus amigos y la envidia de las solteras que los conocen.

¿Cómo hacer para evitar esta dependencia emocional sin recurrir a psicofármacos?. Supongo que haciendo lo mismo que hicieron los esclavos de Alabama, huyendo despavoridos como Kunta Kinte (el pibito de “Raíces”), de aquellos que tienen una tendencia natural a manipular, oprimir y dirigir vidas ajenas.

Para esos fines he creado una lista de características a tener en cuenta por las más jóvenes, a la hora de adjudicarse un marido deluxe de última generación (con ABS, airbag/busarda y dirección asistida = por la suegra que los parió):

Catálogo del manipulador, dictatorial marca ACME (si reúne más de cinco características, favor encender la luz de alarma y apretar botón de asiento eyector)

La madre le compra las medias, los calzoncillos y los pijamas anti-sexo (aún después de veinte años de matrimonio).
En medio de una situación de riesgo, utiliza a su pareja de escudo humano o la ofrece como rehén en un asalto, a cambio de que lo dejen ir enterito a casita de ma.
Los únicos cumpleaños que tiene agendados son los de la madre y su mascota.
En la mesa solicita amablemente que le sirvan la bebida, invocando un fuerte dolor ahí (señalando con el dedo índice la zona álgida, que siempre es alguna distinta hasta que ella se acostumbra como el perro de Pavlov a mantenerle el vaso llenito).
Vuelven a casa destruidos porque ellos “trabajan”, se desploman en un sillón con cara de perro desahuciado y solicitan masajes en los pies, un vaso de gaseosa, el control remoto, la hora precisa en que será servida la cena y la camisita planchada para el día siguiente…porque ellos…ellos “trabajan”.
Chistan, como hacen los jockeys con los caballos, para silenciar a la tropa cuando miran televisión.
Se ofuscan si se acabó la mayonesa, el puré tiene grumos, la sopa está caliente o la gaseosa tiene demasiado gas.
Les aprueban el discurso a sus esposas, antes de cada reunión de padres del colegio (no vaya a ser cosa de que se les escape una idea…mejor que la que pueden aportar ellos).
Caminan dos pasos adelante.
No frenan en las vidrieras de ropa de mujer, ni ninguna otra salvo que sean de venta de artículos de camping, armas, celulares, autos y tecnología.
Con un grito "onda tenor italiano" logran que los hijos se congelen, la esposa se abrace la cabeza con ambos brazos para proteger el cráneo y el perro corra a esconderse debajo de la mesa.
Son temidos, pero nunca respetados.
Se hace todo lo que ellos prohiben por decreto, pero a escondidas.
La cuenta del supermercado es requisada con la rigurosidad digna de un cura de la Inquisición, ante la mirada aterrorizada de la esposa que compró toallas femeninas con alas extra-sec fuera de presupuesto.
Determinan el menú del hogar y obligan a los hijos a consumir pulpo, aunque vomiten a chorro (el pulpo será servido de desayuno/merienda y cena, si es preciso).
Estacionan en lugares prohibidos y acallan a las mujeres a los gritos cuando ellas les indican que el auto quedó bloqueando la rampa para discapacitados.
En reuniones sociales, no dejan que sus mujeres abran el pico, salvo para hablar con orgullo de la promoción de sus maridos.
Si chocan el auto, siempre fueron ellas las que no saben estacionar (aún cuando ellas no manejen ni posean llaves del auto en cuestión).
Si se enferman llaman a sus madres, porque ellas sabrán qué hacer.
Cuando viajan, son sus madres las que quedan al timón del hogar, dictaminando qué se comerá esa semana para que los nietos crezcan sanos y fuertes.


Decálogo de la Bella Durmiente (detector de dependientes emocionales)

Supo ser bella, ahora es un fantasma que deambula con la mirada perdida en el vacío existencial de su propia cobardía.
El coeficiente de autoestima es un número negativo superior a diez.
Tiene alma de benefactora, corazón de oro, la inocencia del pez payaso y una ligera tendencia al masoquismo.
Se deja.
La pueden.
No sabe decir “NO”.
Es sacrificada y disfruta un poquito de su propia victimización.
Sueña con convertirse en un pájaro mientras escucha a Piero cantando “Y Volar, volaaaar”.
Se compra libros de autoayuda y los esconde en el cajón de las bombachas…agujereadas.
Su infaltable latiguillo: “no es que no puedo, no me dejan”.

Wake-up Bellas!. Despertar del letargo es genial. La vida fuera del ataúd de cristal es básicamente: VIDA.

NOTA: A no generalizar, porfis. No todas las minas son dependientes emocionales ni los tipos clones de Benito Mussolini.

sábado, 27 de diciembre de 2008

BALANCE DE FIN DE AÑO




¿A quién mierda se le ocurrió?

Mandato social instaurado en la cultura popular, el balance de fin de año es al ser humano, lo que el tuco a los fideos. Obviamente, no me refiero al balance que hacen los Contadores y que es aburridísimo; hablo sobre aquel en el que uno hace dos columnas e intenta llenar la de los pros más rápido que la de las contras.
A algún estúpido se le ocurrió que con el cierre de cada año calendario (sumado al candombe mental que implican las fiestas navideñas) uno debe ponerse a cavilar sobre los aciertos y fracasos; buscando quizás una excusa más para caer en brazos de viejos vicios, saltando al vacío del próximo año (debidamente colocado a fuerza de algún somnífero potente, o cinco litros de cerveza…da igual).
Habría que encontrar a ese imbécil que decretó que uno se haga la croqueta rememorando los hechos vividos en el año que termina, como si uno pudiera editar las escenas que no le gustaron, cambiar los finales y borrar los errores con liquid paper. Lo hecho, hecho está y rebobinar la película para desmenuzar los sucios detallecitos que deberíamos examinar sólo sirve para convertirnos en rebeldes resentidos en busca de más y peores experiencias.
¿Por qué será que pocas personas ven los aciertos, anotan las victorias y recuerdan los momentos placenteros?. ¿Somos profesionales de la queja?. Creo que quienes prolijamente se detienen a pensar en lo que pasó, concentrándose en lo negativo, son unos pajeros del dolor. Se regodean en él como los cerdos en la basura, deleitándose con sus propias miserias para seguir arrastrando mochilas y así despertar la empatía de sus semejantes.
Algunos se comprarán agenditas inmaculadas donde anotarán sus metas, programarán sus visitas anuales al médico y transportarán el saldo del banco de la agenda anterior. Tacharán con una regla los objetivos alcanzados y se plantearán nuevos desafíos con renovados bríos (como si fuera suficiente con dar vuelta una página para cambiar la suerte de esta mano que ha tocado).
No le encuentro vicio a ser prolijo, ordenado y dotado con la fé necesaria para fijarse metas; el tema está en que algunas veces la vida nos sacude la estantería que tan minuciosamente habíamos decorado, dejándonos colgados de una palmera, en bolas y sin agua potable. Ahí es cuando nos damos cuenta que los balances de fin de año sólo sirven para reírnos de lo que pensábamos un año atrás, porque la vida (gracias a Dios o al Arquitecto) es mucho más rebuscada y jodida de lo que imaginábamos. Lo que hicimos no tiene arreglo, lo que se viene (sobretodo en Argentilandia) es difícil de preveer; entonces me pregunto: ¿para qué carajo me voy a hacer malasangre haciendo cuentas innecesarias?.

Sin embargo, para los adictos a estos procesos de reorganización mental, he creado una magnífica lista que los llevará al borde del suicidio (si es que andaban flaqueando, arrastrándose por el lado oscuro de la Luna) o a escuchar la Obertura 1812 de Tchaikovsky (si es que han derrochado carisma aplastando al enemigo y terminaron de pagar la hipoteca).

Las veinte preguntas ineludibles a la hora de cerrar balance

CHECK LIST

¿Has adoptado, de una vez por todas, alguna religión/secta/culto que te otorgue alivio espiritual y alguna que otra respuesta a tus dudas metafísicas?
¿Has ordenado el botiquín del baño, el garaje, la baulera, la parrilla, el placard del lavadero y/o la guantera del auto?
¿Has concurrido a las citas que con mucho esfuerzo supiste conseguir con el Odontólogo, Psiquiatra, Médico de Cabecera, Gastroenterólogo, Ginecólogo/Urólogo, Nutricionista, Dermatólogo y Oftalmólogo?
¿Has plantado un árbol, escrito un libro y procreado en forma voluntaria?
¿Has destinado parte de tu tiempo/dinero a aquellas dieciocho obras benéficas y/o causas importantísimas a las cuales te suscribiste por Internet apoyando el dedito índice en la tecla “enter”?
¿Has dedicado parte de tu tiempo a jugar con tus niños o los niños de tu familia, más allá del sermón educativo o la patada en el culo toda vez que trajeron calificaciones nefastas?
¿Has perdido o ganado esos kilos que te habías propuesto, para dejar de sentirte la ballena Keiko o Stan Laurel?
¿Has erradicado la malta y el lúpulo de tu heladera (esos cincuenta y ocho porrones y treinta y seis latitas que harían las delicias de Homero Simpson)?
¿Has pisado territorio asiático?
¿Has cambiado la correa de distribución de tu vehículo?
¿Has pintado tu habitación, redecorado el comedor o confeccionado cortinas nuevas?
¿Has cocinado alguna de las recetas del suplemento de cocina que viene con el periódico matutino de los jueves?
¿Has visto alguna de las trescientas noventa y cuatro películas que pirateaste por Internet?
¿Has concurrido a la reunión de exalumnos de tu Colegio, que sistemáticamente evitaste desde que te dieron el diploma y la palmadita en el hombro?
¿Has aprendido algo nuevo, aparte de los cinco últimos trucos para evadir los controles de alcoholemia y multas fotográficas de la Policía de Tránsito?
¿Has sentido pasión por algo o alguien, que no fuera tu nueva consola de juegos o tu último par de stilettos?
¿Has dicho “te quiero” a tus seres queridos, estando sobrio, sano y en pleno uso de tus facultades mentales?
¿Has reciclado, ahorrado energía y cepillado tus dientes cerrando la canilla hasta el momento de hacer el buche de enjuague?
¿Has dormido con la conciencia tranquila sabiendo que cada bocado que te llevaste a la boca te pertenecía legítimamente y que has hecho todo lo posible para no dejar deudas pendientes?
¿Has logrado vencer algún vicio, dominado alguna fobia o superado algún trauma de la infancia?

Sepan, que si contestaron que si a por lo menos cinco preguntas, se han hecho acreedores al mayor de mis respetos (y a una ovación de pie).
De todas maneras, les aclaro que no pienso hacer ninguna lista, ni sacar cuentas ni nada de nada; porque en mi guarida y por decreto unilateral, cerramos balance el primero de mayo…de puro rebeldes nomás!.






sábado, 20 de diciembre de 2008

FELICES FIESTAS



ESPIRITU NAVIDEÑO VS. FAKINMERIKRISMAS

Hay dos bandos diametralmente opuestos, que se disputan desde el año 1 d.c., la supremacía de su ideología frente a las Fiestas de Fin de Año. Un mes antes de que todos choquemos nuestras copas con la promesa de una virulenta pataleta al hígado, festejando el cumpleaños de Jesús (o el 20% de descuento con tarjeta “Pendorcho” en todos los shoppings); las aguas del Mar Rojo “Navidad” se dividen en dos, siendo Santa Claus el principal culpable de ahogarnos como lo hiciera Moisés con los egipcios (Éxodo 14-21).
De un lado del mar tenemos a esta horda de espíritus felices que miran ansiosamente el calendario, tachando los días que faltan para el 8, momento en que desempolvarán el desvencijado arbolito al compás de “Rudolf el reno de nariz roja”; felices como perdices reencontrándose con las borlas decoradas con fideos pintados con témpera por el nene en Salita Roja (que se recibió de médico hace doce años, es budista y vive en Tucson).
Del otro lado, una multitud de abúlicos empedernidos contarán las pastillas necesarias para soportar con estoicismo el “Jingle Bells” sonando hasta en las bombachitas rosas made in Taiwán (con batería incorporada), de cuanto local “Todo X 2 $” se les cruce por el camino (dos por cuadra, promedio actual).
No se sabe cuándo, ni porqué, pero estos dos grupos mantienen un encono similar al de bosteros y gallinas. Cada uno se siente en la obligación de convertir al enemigo en aliado, pasándolo a sus filas; cada nuevo integrante, una batalla ganada al viejo de barba que cada vez tiene menos adeptos.
Existe también el agravante de las peleas entre integrantes del mismo equipo. En general, la raíz del problema es quién es más que el otro. El espíritu navideño por naturaleza, ostentará una tendencia a la exageración y una ligera exacerbación de su algarabía; arrastrándolo a competir con sus vecinos por el arbolito más grande, las luces más impactantes (de esas que se prenden y apagan al compás del archifamoso “Jingle bells rock”) dejando a todo el barrio sin luz porque su decoración lumínico-musical del jardín acabó con las reservas energéticas de la represa hidroeléctrica Yacyretá-Apipé.
Los fakinmerikrismas, por otra parte, son una secta compacta y aguerrida que vive en conflicto con sus pares. Cuentan las botellas de José Cuervo que tienen escondidas para dormir del 23/12 al 2/01, se matan por el premio al más enculado del año y hacen apuestas para ver quién arruinará la cena navideña antes de que lleguen las doce.

He aquí una lista del modus operandi de cada grupo y una guía simple y práctica para reconocer a qué grupo pertenece Ud.
Contestando “SI” a por lo menos diez preguntas de un grupo, Ud. pertenece definitivamente a él (y se ha granjeado con todo éxito el odio del otro equipo).
Contestando “SI” a por lo menos cinco preguntas de cada grupo, Ud. está en problemas, consulte a su Psiquiatra de cabecera. Se llama síndrome bipolar y se cura tomando Litio.

¿ES USTED UN ESPÍRITU NAVIDEÑO?

¿Le gustan con locura los colores rojo, dorado y verde?
¿Hace dos horas de cola con un crío de año y medio al hombro que aúlla como una hiena famélica, para sacarse una foto con un vejete pedófilo disfrazado de Papá Noel?
¿Es dueño de por lo menos dos cds de música navideña norteamericana y la Misa Criolla de Ariel Ramírez en vinilo?
¿Saca las fotos de fiestas pasadas y recuerda con júbilo tal o cual anécdota, contándosela a sus hijos para que ellos hagan lo propio, algún día, con los suyos?
¿Usted es de los que compran las pilas alcalinas para la máquina de fotos el 1 de diciembre por temor a que se acaben?
¿Abre compulsivamente cada power point navideño recibido y lo reenvía con algarabía a toda la libreta de direcciones de las seis casillas de mail que tiene, con una sonrisa de oreja a oreja?
¿Es de los que encargan la bobina de papel de regalo metalizado, con hojitas de muérdago, en el mayorista con la debida antelación?
¿Es usted de los que envuelven hasta el hueso para el perro y la bola de lana con cascabel incluido para el gato; evitando así que las mascotas se queden sin abrir un paquete?
¿Le gustan las borlas, los renos, los trineos, el chocolate caliente, las frutas secas y las botas de lana aunque en su puta vida haya visto un copo de nieve fuera del freezer?
¿Llora de emoción con los emblemáticos avisos institucionales televisivos de fin de año?
¿Es de acopiar turrones españoles, sidras, cavas, garrapiñada, champagne y lechones por miedo a que suba el euro o baje el dólar?
¿Recorta recetas de pavos rellenos, pollos inyectados con coñac, fiambres glaseados y budines con frutas secas, de las revistas dominicales; para pegarlas con determinación en la puerta de la heladera (con cuatro imanes de renos que brillan en la oscuridad)?
¿Muere Ud. por ese toallón playero con la cara de Santa, cuyos flecos asemejan la barba del gordo y el pompón del gorro fué especialmente diseñado para cumplir la función de almohada?
¿Sonríe Ud. por defecto cada vez que escucha la palabra Nochebuena acordándose invariablemente del triciclo que recibió de manos de su abuelo, embutido en un traje de satén rojo dos talles más chico, delatando su verdadera identidad al dejar entrever su remera amarilla; destruyendo la ilusión para siempre?
¿Es de los que proponen el Juego del amigo invisible en el trabajo, lo sacan cagando aceite pero insiste como si la vida le fuera en ello?
¿Colecciona Ud. estatuillas, peluches, almohadones, toallas, manteles, velas, candelabros, manteles, réplicas, miniaturas, macetas, repasadores, cubiertos, centros de mesa, stickers, enanos de jardín, espantapájaros, llaveros, portalápices, vajilla descartable, robots y muñecos con la imagen de Santa Claus?
¿Siente deseos incontrolables de abrazar a todo el mundo en la segunda quincena de diciembre?
¿Se le da por santiguarse cada vez que pasa frente a una Iglesia o se enternece con la figurita plástica de Cristo bebé en el pesebre de una vidriera?
¿Pide cita con el odontólogo para asegurarse la masticación de la torta de almendras sin tragarse una corona que le costó un huevo y la mitad del otro?
¿Es de los primeros en levantar la mano para ofrecerse voluntariamente a participar del pesebre viviente, aún sabiendo que deberá pintarse la cara con corcho quemado y usar el acolchado como túnica con 40° de calor, para personificar a Baltasar?
¿Sabe tocar “Noche de Paz” con flauta dulce desde tercer grado?
¿Le atrae cualquier golosina que combine los colores rojo y verde en el envoltorio?
¿Sale a besuquear a todos los vecinos de la cuadra, con un pedo que lo obliga a agarrarse de las paredes, llorando a moco tendido de puro arrepentimiento por haberles envenenado las mascotas que le desparramaban la basura?
¿Tunea Ud. su vehículo con motivos navideños?
¿Tunea a sus mascotas con moños rojos y cascabelitos?
¿Cuelga intenciones en el arbolito con la secreta esperanza de que se cumplan todos sus deseos, incluida la Paz Mundial y el fin de la hambruna africana?
¿Se deprime el 25/12 a las 00.15 hs. porque faltan 364 días para la próxima Nochebuena?

ES USTED UN FAKINMERIKRISMAS

¿Detesta hasta las tripas a aquellas personas que no le perdonan haberse olvidado de armar el arbolito el 8/12 presagiando innumerables tragedias para el año venidero?
¿Escribe Ud. una carta a Santa pidiendo una ametralladora .50 Browning automática con municiones perforantes incendiarias para acabar con los arreglos navideños de todos los vecinos en un radio de cinco cuadras a la redonda?
¿Suprime con náuseas todos los mails que vengan con un adjunto que incluya la palabra “felices” en el asunto?
¿Se compra una gomera para reventarle, una a una, las lucecitas que forman prolijamente la palabra "Feliz Navidad" al vecino de enfrente?
¿Se conecta al Messenger, al Gmail, al Facebook y a sus foros favoritos como “oculto”, no vaya a ser cosa que algún infeliz se le arrime a desearle buenos augurios?
¿Empezó la compra de alcohol en octubre, en forma de plan de ahorro previo, cosa de tener suficiente octanaje el 24 a la noche para detonarle la fiesta kitsch a toda su familia?
¿Es usted de los que le piden a su médico un colchón de recetas extra de su ansiolítico predilecto, para fabricarse un par de Hors d'œuvre navideños, que lo ayuden a superar el trauma de ver a su abuela envolver los dientes en una servilleta de papel para digerir el pionono de palmitos?
¿Le salen ojeras el 8 de diciembre y le desaparecen como por arte de magia el 2 de enero?
¿Odia los shoppings, odia la gente que entorpece las cajas de los supermercados con carros atiborrados de mayonesas y panettones, odia a los chicos que se estancan en las góndolas de los lácteos obnubilados porque hasta los saches de leche tienen la cara de Santa?
¿Se le ponen los pelos de la nuca de punta, cuando la gente de la oficina ensaya un improvisado villancico portando ojitos acuosos y carita de feliz cumpleaños?
¿Se tira debajo de la mesa cuando se entera que ha sido bendecido con la tarea de disfrazarse de Papá Noel, para alegría de todos los chicos de la familia?
¿Quiere Ud. prenderle fuego a todos los gazebos y puestos de venta de pirotecnia?
¿Es Ud. de los que fantasean con la idea de un desastre nuclear que acabe con todo vestigio de vida humana, para poder tirarse tranquilo a ver las tres temporadas completas de su serie favorita en Nochebuena sin tener que darle explicaciones a nadie?
¿Envidia Ud. al abuelito de Heidi que vive solo en la montaña, come queso y le da masita a la cabra?
¿Vota Ud. por comprar pizza al delivery para la cena navideña, ante la mirada horrorizada de su familia?
¿Se niega compulsivamente a invitar a su familia política para Nochebuena, bajo apercibimiento de ser excomulgado, castigado con dos años sin sexo oral, desterrado a la quinta del tío Miguel hasta nuevo aviso y proclamado persona non grata por todos los integrantes de su familia (incluido el loro que no deja de repetir “amargo”)?.
¿Es de los que se retiran de la mesa dos minutos antes de las doce y se desparraman en un sillón a hacer zapping?
¿Es de los que llegan tarde y se van temprano?
¿Va vestido de short de baño y musculosa para llevarle la contra a su suegra que proclama todos los años que ella organiza una cena “elegante”?
¿Quince minutos antes de las doce, desliza Ud. algún comentario político, encendiendo la mecha de una batalla campal que dura hasta las tres de la madrugada (momento en el que alguien se percata que los pendejos se durmieron en un sillón sin regalos, ni renos, ni nada)?
¿Saca las fotos de fiestas pasadas deprimiéndose hasta la médula porque cada año que pasa se reduce el número de sobrevivientes?
¿Droga a sus mascotas del mismo modo que Ud. mismo se atiborra de somníferos para ser inmune al ruido de los fuegos artificiales?
¿Les dice a todos los chicos de la familia que el gordo que trajo los regalos es el tío Coco disfrazado y que Papá Noel no existe?
¿Regala medias y calzones a los menores de 10 años, jaboncitos a las mujeres y pañuelos a los hombres?
¿Cuelga Ud. intenciones en el arbolito tales como no volver a pisar la casa de su suegro, esconderle una granada de mano entre los turrones a su suegra en las próximas fiestas o simplemente que desaparezca su Jefe de la faz de la tierra?
¿Le vuelve el alma al cuerpo el 25/12 a las 00.15 hs. porque todavía le quedan 364 días para la próxima Nochebuena?



Haga la cuenta, sepa para qué equipo juega y detecte a los del bando contrario. Así se evitarán choques innecesarios. Porque no hay nada más peligroso que juntar unos con otros. La onda expansiva puede ser más poderosa que la de una bomba de estruendo casera. Gente alcoholizada, sobrealimentada, hipertensa, con hipercolesterolemia, psicópatas, obsesivo-compulsivos, depresivos, claustrofóbicos, boludos alegres, hipocondríacos, maniáticos sexuales, adictos, dementes seniles, adolescentes piromaniacos, damiselas egocéntricas, infantes hiperkinéticos…todos juntos en una sola fiesta.
Es muy probable que la mañana siguiente lo encuentre recogiendo maní con chocolate, bollos de papel metalizado, los dientes de la abuela en la servilleta, vómito de algún niño que comió demasiado, el cadáver del perro porque se le fue la mano con las gotas de sedante canino, restos de pan dulce, velas derretidas, las varillas de las bengalas que tiró el vecino y un cartucho de un petardo tardío que le explotará en la mano…

¡¡¡FELICES FIESTAS, COÑO!!!






martes, 9 de diciembre de 2008

CRISIS, ¿QUÉ CRISIS?



Economía de guerra (o cómo sobrevivir sin un mango)

Habiendo superado con gallardía el efecto Tequila, el efecto Caipirinha, múltiples devaluaciones, cambios de moneda, furibundas inflaciones, cambios de Ministros de Economía más frecuentes que el cambio de pañales a un recién nacido con diarrea estival; puedo decir con absoluta idoneidad, que a la hora de ajustar el cinturón lo he visto casi todo.
Recuerdo aquellos tiempos en los que creía en el ahorro, juntando australes que luego tuve que entregar al Banco con la misma tristeza de un alumno de segundo grado que se percata de que sus figuritas de Mazinger no tienen más valor porque ahora todo el mundo junta las de las Tortugas Ninja.
Se me cae una lagrimita recordando a la coreana del autoservicio de la calle Acoyte, que corría por las góndolas desaforada, remarcando las cajas de gelatina y las latas de tomate (que arrebataba de los changos de la gente, que como yo, invertía todo el sueldo en víveres porque se venía la estampida y al día siguiente sólo se podía comprar una décima parte de mercadería por el mismo dinero).
Mi memoria me lleva a aquellos días en los que no apartabamos la oreja de la radio en vacaciones porque en un súbito cambio de Ministros, lo que uno había llevado para pasar diez días de playa ahora no alcanzaba ni para sacar el auto de la cochera del balneario.
Días en los que vivíamos haciendo lo imposible para llegar vivos al final del mes, salteando los obstáculos como en el “Juego de la Oca”; solo para descubrir que cuando uno tenía el juego mínimamente dominado cambiaban las reglas y de repente había que jugar a “El Estanciero”. Meses después, un nuevo paquete de medidas te pateaba el tablero y terminabas jugando al “Ludo”, timbeando al compás del precio del dólar o apostando al plazo fijo (con los cantos del culo bien apretaditos porque el Gobierno siempre es la Banca y en un 99% de los casos se queda con todo, a decretazo limpio y a cambio de unos cuantos papeles que sólo servirán como souvenir de lo que alguna vez estuvo, y ya no más).
Corríamos al Banco a cambiar pesos argentinos por pesos ley o pesos moneda, patacones, australes, pingüinos o cualquiera fuera el nombre que algún iluminado le pusiera al precio de nuestro esfuerzo. Las monedas que perdíamos en el forro descosido de la cartera, se convertían en piezas de museo de un año al otro. Se escuchaban frases como “no hay que poner todos los huevos en la misma canasta”, “invertí en ladrillos que el ladrillo no defrauda”, “colocá la guita afuera, te va a rendir más que poner un negocio”, “no fabriques, importá”, “no importes, fabricá que matás la industria nacional”, “incendiá la fábrica, cobrá el seguro y mandate a mudar”, “compro importado porque lo nacional es una bosta y cuesta el doble”.
Lo que hoy era sagrado, mañana te había hundido hasta el cogote en deudas de las que ibas a tardar diez años en deshacerte (y otros cinco en borrar del Veraz). El que no tiene prontuario en Veraz, pues no ha vivido en la Argentina o es Isidoro Cañones, una de dos. Porque es imposible no tener un muerto en el placard siendo argento. Ese lavarropas que pagaste diez veces en un año, cuyas últimas tres cuotas te salieron más caras que un BMW Okm., porque la indexación o la devaluación o vaya a saber qué cornos hicieron imposible pagarlas, y ese estudio de abogados que te cayó al cogote como una jauría de dogos famélicos para cobrarse hasta el kleenex con el que te secaste las lágrimas; aquel autito que con todo entusiasmo sacaste por sorteo cuando tu hijo era un bebé, y que terminaste pagando cuando el pibe entró en la Secundaria, al precio de una flota de camiones Mercedes Benz; o esa semanita en Brasil que aún hoy es una grata mancha en tu conducta crediticia; todo quedó registrado. Y vos, y yo, que todavía no escarmentamos, aceptando plásticos de cuanto Banco se acerca a seducirnos con sus promesas de autos fantásticos, jacuzzis, plasmas y viajes exóticos. Nosotros que salimos a cacerolear y a derribar a puño limpio las cortinas metálicas de esos mismos turros que hace unos pocos años se quedaron con todo lo que teníamos sin derecho a réplica (aunque paradójicamente guardaron registro de todas nuestras deudas, las cuales ejecutaron sin que se les cayera una gota de sudor ni la jeta de pura vergüenza).
Pero volvemos a someternos a sus inquisiciones, por unas míseras monedas para terminar la casa, o comprar un televisor más grande porque ahora ya no se puede confiar ni en las cuentas en el exterior ni en la guita debajo del colchón; entonces preferimos gastar la que tenemos y pedir más para poner sobre nuestras cabezas una nueva espada de Damocles que nos entierre por otros diez años (es que inconscientemente nos gusta vivir con los huevos de moño, al borde, con la adrenalina del vértigo que trae ese sobre de Creditcard cuyo pago mínimo te deja temblando del susto).
Las veces que habré ido a repactar y renegociar el saldito de esta tarjetita o aquella cuentita que cerré revoleando las chequeras en la cabeza del oficial de crédito que tuvo la maldita idea de agrandarme el límite de crédito sabiendo que me achicaba el lazo con el que me estaba ahorcando. Pero el discursito positivo del Ministro de turno, al que uno elegía creerle porque era más sano, nos convencía de que todo estaba bien; así que uno aceptaba la chequera para financiar la medicina prepaga, el colegio de los pendejos o la cuenta del supermercado. Deudas tan fáciles de remontar como un barrilete de plomo con forma de zepellin (el cual va a terminar en el piso, enterrado hasta los piolines junto con su piloto, como era de esperarse).
Y así pasan los años, del boom de la economía y el “deme dos” a la economía de guerra más austera donde el café es un lujo para pocos y las vacaciones en Mardel un recuerdo de la infancia (sólo nos queda la foto con el lobo marino y el caballito de mar que predice el tiempo).

Evidentemente, vamos de crisis en crisis, con períodos cortos de efímera felicidad monetaria que nos permiten asomar la naríz para comprobar que hay una vida mejor; entonces seguimos corriendo detrás de la zanahoria de lata como los galgos de Miami, dando vueltas en círculo para llegar a ninguna parte. Porque cuando tenemos el rancho de paja nos lo sopla el nuevo gobierno, cuando es de madera nos lo quema la crisis internacional y cuando es de piedra no podemos disfrutarlo porque estamos encerrados del lado de adentro (y afuera los que se quedaron sin rancho y sin nada de nada, enojados y armados hasta los dientes).

Pero si hay algo de positivo en todo esto, es el aprendizaje que uno hace y la agilidad mental que uno obtiene sin darse cuenta. Nos adaptamos, evolucionamos, involucionamos, mutamos, cambiamos de bando, moneda, bandera, marca de gaseosa, gaseosa por jugo en polvo, carne por arroz y cuero por goma. Somos geniales, sobrevivientes totales. Hacemos magia, alargamos el billete, cocinamos con sobras, hacemos vestidos con cortinas (como Julie Andrews en “La Novicia Rebelde”). Hacemos huertas, compramos gallinas ponedoras, reciclamos el papel, hacemos trapos con remeras viejas, estiramos el shampoo con agua, juntamos pedacitos de jabón para fabricar una pastilla nueva, caminamos para ahorrar la moneda del bondi, mandamos mensajes de texto para no gastar hablando, dejamos de fumar para ahorrar doscientos mangos por mes mucho más que por la salud de nuestros fuelles, y entrenamos (sin saberlo) para cualquier contingencia.

Algunos consejos para poner en práctica la economía de guerra

Borrarse del gimnasio y ahorrar la moneda del colectivo caminando como Forrest Gump.

Comprar carne sin hueso, porque el hueso no se come, porqué pagar de más?.

Reciclar el saquito de té, dejarlo en un platito y volver a usar (eso lo hacía mi abuela y siempre me dio mucho asco, pero a la hora de ahorrar…).

Guardar las cáscaras de todas las verduras, hervir con arroz partido para darle de comer a las mascotas ahorrando fortunas en balanceado (el perro no brillará como antaño, pero sobrevivirá sin que se le noten las costillas).

Hacer el café más liviano, una medida menos lo hace más americano (para los amantes de la cultura yanqui) y nos evita el gasto de la valeriana o psicotrópicos para la ansiedad o el insomnio.

Despedir al jardinero y podar a serrucho. No sólo se ahorra el jornal del jardinero, te saca unos bíceps increíbles sin pasar por el gimnasio.

Fuera las galletitas rellenas con grasas trans. Bienvenidas las tostadas de pan francés de panadería de barrio. Con un kilo desayunás una semana, y si se pone muy duro lo rallás para las milanesas (de paleta porque el peceto es para potentados).

Para el verano, fabricás heladitos de jugo Tang incrustando palillos en cubeteras rellenas del producto. Si tenés éxito con tus críos, se los vendés a los amiguitos y vecinitos.

El guiso. Rendidor como pocos. Un cacho de carne marca A.C.M.E. que nadie notará porque habrá hervido el tiempo suficiente como para perder todas sus asquerosas cualidades, tiernizándose como un pedazo de fino lomo. Arroz y fideo (mostachol o moñito), las arvejas son un lujo para privilegiados. El morrón, sólo si está accesible, si no que la verdulera se lo meta por donde le venga en gana.

Boicot a las verduras que suben de precio por la helada, la sequía o el paro de camioneros. No has de comprar aquellas que tienen un precio zarpado, aún a riesgo de proveerte una constipación de proporciones escalofriantes.

Eliminar todo gasto superfluo. Dedicar el día a piratear música, películas y series. Dar de baja el cable, no pisar el cine y ni asomarse por las disquerías. Está todo en Internet, sólo hay que saber dónde buscar. Y ahora los dvd’s leen mp3, avi, divx; así que ya no hay excusa para no divertirse sin dinero.

Barrer con todos los imanes del delivery. De ahora en más, “tutto fatto in casa”.

Si hay hambre, las mascotas pueden ser una buena alternativa. El gatito debe saber igual que el conejo a las finas hierbas del Gato Dumas (y encima uno se saca de encima ese animal del infierno que se come las borlas del árbol de Navidad).

Publicar todo lo que encontremos en nuestra casa en Mercado Libre. Los vinilos de Los Carpenters, el jarrón de la abuela, la máquina de coser de la tía, los cinco fascículos de la enciclopedia de fotografía del diario dominical. La colección de muñequitos de “El señor de los Anillos” de Mc Donald's (nunca se sabe lo que un fanático está dispuesto a pagar por alguna pelotudez que una conserva de puro vaga y roñosa).

Pero lo más importante. Traten de no encariñarse demasiado con el jamón crudo, el chocolate Lindt, la crema humectante francesa, las carteras de Peter Kent, el aire acondicionado del auto importado, la casa en la playa, la cuenta corriente en el Sushi bar, los masajes del spa céntrico y los crepes del restaurante del Hilton. Porque en Argentina, hoy estás sentado degustando un Malbec en el más fino restaurante y pasado mañana sirviendo tinto de tetra en el bar de la esquina puteando al cliente miserable por las magras propinas, que alguna vez vos diste, sin imaginar que alguna vez ibas a estar exactamente del otro lado.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Sentimientos encontrados



Madre hay una sola (a Dios gracias)

Todos venimos de una de ellas. Y algunas somos ellas.
Una persona que conocí hace muchos años me dijo una vez, que los hijos te provocan “sentimientos encontrados”. Ella se refería a la ambivalencia de sentimientos que hacen que uno quiera estrangular a su propia descendencia y cinco minutos después prorrumpir en una crisis de amor absoluto (con abrazos y lágrimas incluidas). En el momento que ella me regaló esta perla de sabiduría yo no pude comprenderla, ya que para ese entonces estaba embarcada en la búsqueda de un crío (ella tenía dos adoptados y uno propio que le comían bastante la cabeza).

Nunca imaginé que este axioma sobre las relaciones familiares, devenido de una madre agotada; se podía aplicar perfectamente a la relación con nuestros progenitores. Más precisamente al vínculo que nos une a nuestras adoradas madres. Y enfatizo “adoradas” porque, aunque uno las quiera con locura; es en un rapto de locura que una las decapitaría con una espada samurai sin pestañear, a lo Lucy Liu, un par de veces por día.

De nuestras madres adquirimos la mayoría de nuestras mañas y unos cuantos talentos, ya que son ellas las mayores responsables de nuestra educación (esa educación que se lleva a cabo fuera de la escuela y que tiene más que ver con la tabla de planchar que con las tablas de multiplicar). No digo que los padres estén afuera de este proceso, pero creo que se involucran de una manera más distante (o por lo menos ese fue mi caso).
Casi todo lo que somos se lo debemos a ellas. No voy a escribir sobre las cosas buenas, que las hay, pero no pienso pisar el palito del “autobombo”. En cambio, elegí hacer una crónica de todas esas cosas que nos llevan invariablemente a querer fracturarle un par de cervicales y cinco minutos después caerle encima cual perro labrador para lamerle los cachetes en un inconfundible acto de amor incondicional.
“Mamá: te quiero con toda mi alma, te debo todo lo que soy.” Paradoja grossa como esta, no vamos a encontrar en ningún libro de filosofía, ni de matemáticas, ni de lógica. Si una razona concienzudamente se da cuenta que la cagona, dubitativa, hipocondríaca e insegura que vive en nosotros ha sido nutrida por esa madre a la que veneramos; entonces el cariño se esfuma como una nube de talco que se deposita en el piso dando paso a una bronca, que aunque efímera, nos puede llevar a cometer la peor atrocidad en pos de la justicia y la calma del Superyó.
¿Cómo se puede amar y no amar al mismo tiempo? Fácil, de la misma manera que podemos hacer dieta comiendo 25 gramos de helado de dulce de leche por día. No tiene explicación lógica, pero es real como la vida misma.

Nuestras madres nos han formateado el disco rígido durante toda nuestra infancia y adolescencia con información que nos fue moldeando como una vasija de cerámica defectuosa que se va para un costado, no tiene equilibrio, pierde agua por alguna grieta o sus asas son un tanto desproporcionadas. Algunos datos nos han servido y otros nos han convertido en un personaje similar al que a veces aborrecemos.

Modelos de madres

La eterna inculcadora de culpa

Estas mujeres son las típicas tías que se esconden tras el disfraz de un carnero a punto de ser degollado (aunque debajo vive una pantera negra con la astucia de Kasparov y los colmillos de un mamut). Siempre están al borde de espichar, sobretodo cuando uno les contesta aquello que no les viene en gracia. Desde agarrarse el pecho con ambas manos simulando un infarto de miocardio, hasta arrastrar una patita como un cachorro abandonado; echarán mano a cualquier argucia que les sirva para satisfacer sus caprichos. Armadas de un talento innato para la actuación, apelarán al método Stanislavsky para inmiscuirse en las vacaciones de los hijos, ser el centro de todos los cumpleaños y rechazar cualquier crítica con lágrimas en los ojos. Con la mirada soñadora de la vaca de Milka pastando en los Alpes Suizos, evocarán aquellos hermosos días en los que fueron taaan felices con el difunto marido (aquel al cual mataron de a poco haciéndole estallar las pelotas de tanto hinchárselas durante cinco décadas seguidas). El finado, que se revuelca en su tumba cuando escucha su nombre pronunciado por la autora material de su deceso, no puede creer ser recordado con tanto cariño cuando la última palabra que escuchó en vida fue “estorbo”. Pero ellas son inimputables, porque nadie las quiere ver sufrir, sus hijos las quieren y antes de verlas derramar una lágrima prefieren subirla al auto y llevarla con todos los críos al Parque de la Costa (con la secreta esperanza de que pierdan el equilibrio en el Catamarán y se las lleve la corriente…hasta Madagascar). Woody Allen tuvo una epifanía cuando hizo desaparecer a su madre en un acto de magia en “Historias de Nueva York”, sólo para comprobar que su madre no sólo era indestructible, volvía potenciada para juzgarlo y perseguirlo por todas partes. Así son ellas, no vale la pena gastar pólvora en chimangos, cuanto más las combatís, mayor el problema. Igual que las cucarachas que se acostumbran al cebo y se lo devoran sin siquiera tambalearse.

La crítica

Este modelito “Stepford wife”, muñequita para armar, discursito enjuiciador prefabricado; viene con garantía extendida hasta los 104 años (como el antiguo Magiclick). Con una demencia senil galopante y 99 años recién cumplidos seguirán levantando el dedito índice para señalar la arruga de la pollera, la pelusa del sweater, el grano en la barbilla, el flequillo despeinado y los cinco kilitos de más que te pusiste en el invierno. Históricamente persiguen a sus hijas para que metan panza, le arrebatan el flan de la mano en medio de un asado delante de 50 personas, le pasan el dedito a los muebles para avisar que hay “tierrita” y se las ingenian para descubrir la pila de ropa sin planchar que una embutió media hora antes de su visita en el microondas/lavarropas/cajón de los cubiertos (medias y bombachas únicamente)/el placard de las herramientas, etc.. Están atentas a los comentarios de la consuegra y la familia política (conversación que tienen la capacidad de almacenar como los chats de Google) para desgranar con toda comodidad, en la cocina mientras ayudan a lavar los platos (porque la “pobre” hija está agotada y aparte lava los platos como el culo). Es ahí donde elegirán comentar el horrendo gusto para vestirse de su consuegra, cuyo culo se ensancho desde la última Pascua y que lleva puesto el mismo vestido batón de décima con la misma marca de la plancha en el escote “nunca se dio maña para las tareas del hogar, es bruta como un arado”. “No se tiñe, no se pinta, no sabe planchar, no va al cine, no se revuelca con nadie…para qué vive?”.
Si no se le anima al yerno, puede que use el lenguaje no verbal que tan bien maneja. Cada comentario del susodicho será acompañado de un cínico arqueo de ceja izquierda o revoleo de pupilas en una franca señal de “escuchá la huevada que está diciendo este infeliz”. Censora como pocas, la madre crítica hará una lista completa (que si puede imprimirá con gráficos y bibliografía de grandes Psicopedagogos contemporáneos) en la que enumerará los doscientos noventa y tres errores garrafales que sus hijos y nueras están cometiendo con esa pobre criatura que Dios ha puesto en tan inexpertas manos.
Son las típicas que se instalan en la casa de los nuevos padres para asegurar la supervivencia del crío recién llegado (aunque sea el séptimo) y como andan con un lumbago atroz pedirán la cama matrimonial para poder hacerse cargo del rol de nurse sin molestar a la pareja (y asegurándoles una vida sin sexo hasta que el chico entre a primer grado). Generalmente se hacen una copia de las llaves del departamento para poder entrar y salir “sin molestar” (visualizar carita de Droopy meets Mr. Magoo). Con esta maniobra irrumpen descaradamente en la casa de sus hijos como si fuera la propia y no se les cruza pulsar el timbre otorgándole a la pareja una ventaja de veinte segundos para encontrar la bombacha y el calzoncillo. Herida su sensibilidad por haber presenciado una carretilla en el pasillo, irán a socorrer al bebé cuya psiquis ha quedado severamente dañada porque escuchó un par de jadeos provenientes de sus progenitores, que aprovecharon la siesta dominical del bebé para fabricar un hermanito (que por ahora no llegará porque el proceso fue “interruptus abuelatum est”). La cátedra de sexualidad responsable que se morfarán los padres entrará en los anales de la Psicopedagogía moderna (y en otros anales también ya que los padres consideran seriamente la posibilidad de meterle un palo número cinco de golf en el traste y deportarla al Master series con la bocha en la boca para no escucharla).
También son las que ingresan derechito a la cocina de los cumpleaños infantiles a hundir el dedo en le merengue de la torta para criticar el punto, a revisar la heladera para vaticinar proféticamente “La comida no va a alcanzar”, a protestar porque el café está demasiado liviano, los termos no están preparados, las servilletas de papel son de Piñón Fijo (que estaban de oferta porque el payaso ya fue), y el mantel de la abuela Edelmira tiene una mancha en el bordado a mano: “vos no cuidás ni valorás nada”.
Por supuesto que se meterán con la ropa del crío, que parece un salvaje cuando debería estar vestido como el Príncipe Guillermo de Holanda en su propio cumpleaños (como si las fotos fueran a salir publicadas en “Hola”). Tu pelo parecerá un nido de pájaros, los cubiertos de plástico una negrada y tu atuendo un tanto “desgreñado” para la ocasión. Ocasión en la que lavarás cincuenta docenas de vasos de plástico tres veces (y me quedo corta), te perseguirán mocosos con las manos embadurnadas en chocolate y el perro embarrado te saltará encima de puro pavor al ver llegar a los primeros invitados.
Manejar con ellas como copiloto es un auténtico flagelo. Ganar el rally París-Dakar es más fácil que conformarlas. Que lo cebaste demasiado, que si vas tan rápido no ves los carteles de las bajadas (ellas no ven, asumen que el resto tampoco), que si doblás así te pondrás el auto de sombrero, que ese carril del peaje tenía menos autos que el que elegiste y que tenés un talento innato para devorarte los pozos y lomos de burro.

La que mete miedo

Esta es la señora a la que uno no teme pero logra que nos asustemos hasta de nuestra propia sombra. Llama a las cuatro de la mañana para que aseguremos las ventanas porque el hombre araña anda suelto por nuestro barrio y ya violó a doce mujeres en tres casas. Llama antes de que salgamos a trabajar para avisar que en Baradero hay un choque múltiple (una vive doscientos kilómetros al sur y va a utilizar la mano contraria). Avisa que hace frío, que hay alerta meteorológico, que no hay nafta porque hay paro, que los cajeros automáticos no andan, que el dólar sube “nena compra!”, que el dólar baja “nena comprá!”, que el pintor que contratamos tiene cara de asesino múltiple, Gas Natural nos afana en cada factura, el remedio para el estómago sube la presión y podés sufrir un derrame cerebral, que la perra tiene parásitos, la gata pulgas, el hijo piojos, el queso hongos (aunque sea el roquefort más caro del almacén) y nuestro brazo unas manchas muy sospechosas. Uno las calla pero en el fondo, muy en el fondo del hemisferio cerebral izquierdo queda resonando la vocecita “cuidado, cuidado, cuidado”. Así que son ellas las que nos introducen en el maravilloso mundo del clonazepam para poder afrontar la vida cotidiana sin cagarnos en las patas. A ellas les debemos el asustarnos si se para el tráfico en la ruta, si el pintor nos pide un vaso de gaseosa, si la mancha del brazo tiene relieve, si el hijo se rasca, si la gata se rasca, si el perro se arrastra, si baja la bolsa de Pekín y si el queso tiene un aroma sospechoso.

La sacrificada

Esta es una variante refinada de la inculcadora de culpa. Porque esta viene con coartada, es inimputable. Quién podría gritarle con lo mucho que ella ha hecho por nosotros. Esas tardes de invierno en la que una se la pasaba tan bien en la casa de fulanita, qué hacía ella, eh?. Ella “TRABAJABA”. ¿Para qué?, para parar la olla, comprar el jean de marca y darte plata para irte de joda. Todo eso mientras “YO TRABAJABA”. Te piden que les mires las ojeras, los callos de las manos, las várices de las piernas, la hernia de disco, la escoliosis, la psoriasis, el juanete y las arrugas. Porque todo eso, TODO, se lo diste vos. Vos que disfrutabas mientras ella, madre abnegada, daba todo por sus críos desagradecidos. Aunque nunca podrás olvidar la sonrisa de oreja a oreja que la acompañaba cada vez que ponía la mano sobre el picaporte para abandonar el confortable hogar en su periplo heroico. Ese que tanta satisfacción le daba ya que no soportaba estarse quieta pelando papas, mirando “Inutilísima”, aguantado las peleas de una horda de mocosos guarros que se mataban por un puñado de bolitas. Y como era taaaaaan sacrificada, llegaba tarde, con cara de soldado alemán preso en la estepa rusa; cargada de bolsas y bártulos (aunque en realidad se había rajado a renovar el guardarropas…porque “hace veinte años que no me compro una mísera bombachita, el resumen de la tarjeta miente, yo nunca pisé el local de Laurencio Adot”).
"¿Vas al cine, querida?. Qué suerte, yo hace taaaaaanto que no voy!!!. Desde que falleció tu padre que no se lo que es el cine...es que no da para ir sola. Nunca me gustó ir solita. *insertar mirada vidriosa aquí*". ¿Qué culpa tenemos de que no tengas una puta amiga?. Socializá. Divertite. Hacé un curso de batik. O sushi. O macramé. "Sabés porqué no tengo amigas, porque me la pasé laburando!". CHAN-CHAN (fuelle de tango aquí). Pero, de alguna manera, la frasecita lastimosa quedó flotando en el aire. Y la culpa instalada en el espacio que queda entre el esternón y la boca del estómago. Ahora, aparte de clonazepam necesitás omeprazol. Y dos shots de tequila.

Con virtudes y defectos, como todas; nosotras las madres tenemos el desafío de cometer errores nuevos (lo cual es casi una utopía). Porque todo lo que no nos gusta de nuestras madres, todo lo llevamos puesto. Como una impronta, como un sello, como un sino; una herencia demasiado difícil de esquivar. Está en nosotras atesorar y copiar lo bueno (que lo hay pero no es tan divertido), y descartar todas aquellas cosas que nos ponen los pelos de punta. Quizás poniéndonos en el lugar de hijos, podamos revivir el trastorno que nos causan algunas situaciones, para ahorrárselas a nuestra propia descendencia.
Lo veo más difícil que comer arroz con palitos, pero hay algo que siempre me sirve de consuelo, a mi vieja la quiero con toda el alma…algo bueno debe haber hecho…