martes, 30 de diciembre de 2008

LA DEPENDENCIA EMOCIONAL

¡Despertaos Bellas Durmientes!

Las mujeres han sido fabricadas para depender. Gracias a madres modernas y a hijas que utilizan el balero para algo más que retener el precio de la remerita escote V con mostacillas, de la boutique del momento; existe una camada de hembritas renovadas que se dieron cuenta que la independencia emocional es más importante que agenciarse un marido de billetera opulenta y vehículo pulenta.
Pero todavía hoy seguimos observando el modelo de mujer conquistada, vencida e invadida; circulando por las calles con cinco críos a cuestas, trabajando afuera o en casa (en el peor de los casos ambas opciones) preguntando con timidez al padre de las criaturas si puede darse el lujo de comprar seis palitos de agua en el kiosco de la esquina. Trabaje o no trabaje, la dependiente emocional se desliza por el conocido embudo sin oponer resistencia, cayendo de culo en el lugar común en el que todas alguna vez caímos por amor (o de puro pelotudas). La que trabaja, es muy probable que entregue su sueldo entero al Señor de la casa, para que él (que tiene mucho más cerebro, y sabe administrar); lo guarde y le tire las monedas con cuentagotas para que se compre un pack de 3 bombachas (si logra demostrar que las que tiene están hechas un colador de la misma manera que uno lleva la birome vacía, en la oficina, para obtener merecido reemplazo).
Obviamente, no todas las parejas tienen esta dinámica; pero todavía pululan estos modelitos de mujeres convencidas de que si EL se va se acaba el mundo. Paradójicamente, el mundo comienza cuando caen en la cuenta que en 1813 se abolió la esclavitud y nadie va a filmar una serie de televisión con su historia (salvo que ella sea “de color”, coseche algodón en Alabama, se llame Aretha y sea la abuela del futuro Presidente de USA.). Entonces asoman la cabeza al mundo cual rana después de la tormenta y descubren los colores, los sabores y el placer de no tener a quién rendirle cuentas. Algunas, son empujadas a esta situación límite cual Coyote al precipicio por un astuto Correcaminos que las usa hasta el hartazgo y luego las descarta o simplemente las recicla por un modelo más moderno pero con menos neurona; para poder seguir usufructuando las bondades de otra tontita cerebro de alcornoque que se calce el delantalcito para hacer la comidita, lustrarle los zapatitos y trabajar de Secretaria para “ayudarlo” a llegar a fin de mes.
No es que uno esté a favor de las feministas, que son las terroristas del amor y se pasan de rosca a la hora de agarrárselas con los hombres. No todos son iguales y en un 95 % la culpa es de las mujeres que se dejan conquistar (en el mal sentido) para ceder ante el señuelo de la casita perfecta, llena de hijitos, un lindo perrito igual al de la gráfica del papel higiénico y un futuro infestado de corazoncitos rosados para cada San Valentín.
La realidad es que ninguna mujer se banca demasiado estar sola, como si fuera una vergüenza andar por la vida sin apéndice del sexo opuesto colgado del brazo (cual cartera de Prada). Ninguna se atreve a meterse en el cine a ver su peli favorita sola, ni tomarse un café en un bar leyendo la edición digital del matutino favorito en su notebook sin un macho que, aunque esté sentado enfrente, no le dirija la palabra o mire el reloj cada cinco minutos bostezando como un hipopótamo. Porque pareciera que estar sola es un estigma, una mancha en el prontuario, un error en el código genético, una enfermedad infecto-contagiosa. Entonces es más válido aguantar años de años a un energúmeno déspota que les ordene la comida en el restaurante, las mande al baño a retocarse el maquillaje porque el bebé de dos años les enchufó una cucharada de puré en el ojo (y la máscara de pestañas no es a prueba de agua porque no fue autorizada en el presupuesto) mientras ellos cenan opíparamente comiéndose el plato de ellas (que no pudieron llevarse un cacho de milanesa a la boca porque estuvieron corriendo al mocoso toda la noche). No hacen falta más de quince minutos de minuciosa observación en lugares públicos, para detectar a estas bellas durmientes que deambulan agotadas, ojerosas y defraudadas ya que el cuento que les leían en la infancia no funcionó como ellas esperaban. El Príncipe no solo no acude a su rescate, lo más probable es que les pidan el cafecito nocturno aunque ellas vuelen de fiebre con una gripe galopante y se violenten porque el nebulizador se descompuso teniendo que abandonar su deporte favorito (el zapping) para revisar el aparato que pudiera ser la solución a las toses de toda la familia. Oprimidas bajo el miembro de estos dictadores hogareños; las que alguna vez, cuando novias, discutían la arbitrariedad de alguna decisión tomada por sus partenaires cinco años después se dedican a acatar porque no tienen fuerzas para argumentar o simplemente se aburrieron de la contienda que siempre conduce a la nada más absoluta. Cualquier cosa antes de que EL las abandone, porque EL está en todas las fotos desde los dieciocho años. Porque EL paga los servicios (con dinero de los dos, pero eso es solo un detalle), EL escribe amorosos mensajes de texto, EL es el que las convierte en señoras casadas, ocupadas y deseadas (aunque no puedan recordar la última vez que les dieran un abrazo…ni que hablar de un revolcón grado 10 en la escala Richter). Soportan, aguantan, bajan la cabeza, acatan, afirman, sostienen, apoyan; todo a favor de esa familia prodigio que es el modelo para sus amigos y la envidia de las solteras que los conocen.

¿Cómo hacer para evitar esta dependencia emocional sin recurrir a psicofármacos?. Supongo que haciendo lo mismo que hicieron los esclavos de Alabama, huyendo despavoridos como Kunta Kinte (el pibito de “Raíces”), de aquellos que tienen una tendencia natural a manipular, oprimir y dirigir vidas ajenas.

Para esos fines he creado una lista de características a tener en cuenta por las más jóvenes, a la hora de adjudicarse un marido deluxe de última generación (con ABS, airbag/busarda y dirección asistida = por la suegra que los parió):

Catálogo del manipulador, dictatorial marca ACME (si reúne más de cinco características, favor encender la luz de alarma y apretar botón de asiento eyector)

La madre le compra las medias, los calzoncillos y los pijamas anti-sexo (aún después de veinte años de matrimonio).
En medio de una situación de riesgo, utiliza a su pareja de escudo humano o la ofrece como rehén en un asalto, a cambio de que lo dejen ir enterito a casita de ma.
Los únicos cumpleaños que tiene agendados son los de la madre y su mascota.
En la mesa solicita amablemente que le sirvan la bebida, invocando un fuerte dolor ahí (señalando con el dedo índice la zona álgida, que siempre es alguna distinta hasta que ella se acostumbra como el perro de Pavlov a mantenerle el vaso llenito).
Vuelven a casa destruidos porque ellos “trabajan”, se desploman en un sillón con cara de perro desahuciado y solicitan masajes en los pies, un vaso de gaseosa, el control remoto, la hora precisa en que será servida la cena y la camisita planchada para el día siguiente…porque ellos…ellos “trabajan”.
Chistan, como hacen los jockeys con los caballos, para silenciar a la tropa cuando miran televisión.
Se ofuscan si se acabó la mayonesa, el puré tiene grumos, la sopa está caliente o la gaseosa tiene demasiado gas.
Les aprueban el discurso a sus esposas, antes de cada reunión de padres del colegio (no vaya a ser cosa de que se les escape una idea…mejor que la que pueden aportar ellos).
Caminan dos pasos adelante.
No frenan en las vidrieras de ropa de mujer, ni ninguna otra salvo que sean de venta de artículos de camping, armas, celulares, autos y tecnología.
Con un grito "onda tenor italiano" logran que los hijos se congelen, la esposa se abrace la cabeza con ambos brazos para proteger el cráneo y el perro corra a esconderse debajo de la mesa.
Son temidos, pero nunca respetados.
Se hace todo lo que ellos prohiben por decreto, pero a escondidas.
La cuenta del supermercado es requisada con la rigurosidad digna de un cura de la Inquisición, ante la mirada aterrorizada de la esposa que compró toallas femeninas con alas extra-sec fuera de presupuesto.
Determinan el menú del hogar y obligan a los hijos a consumir pulpo, aunque vomiten a chorro (el pulpo será servido de desayuno/merienda y cena, si es preciso).
Estacionan en lugares prohibidos y acallan a las mujeres a los gritos cuando ellas les indican que el auto quedó bloqueando la rampa para discapacitados.
En reuniones sociales, no dejan que sus mujeres abran el pico, salvo para hablar con orgullo de la promoción de sus maridos.
Si chocan el auto, siempre fueron ellas las que no saben estacionar (aún cuando ellas no manejen ni posean llaves del auto en cuestión).
Si se enferman llaman a sus madres, porque ellas sabrán qué hacer.
Cuando viajan, son sus madres las que quedan al timón del hogar, dictaminando qué se comerá esa semana para que los nietos crezcan sanos y fuertes.


Decálogo de la Bella Durmiente (detector de dependientes emocionales)

Supo ser bella, ahora es un fantasma que deambula con la mirada perdida en el vacío existencial de su propia cobardía.
El coeficiente de autoestima es un número negativo superior a diez.
Tiene alma de benefactora, corazón de oro, la inocencia del pez payaso y una ligera tendencia al masoquismo.
Se deja.
La pueden.
No sabe decir “NO”.
Es sacrificada y disfruta un poquito de su propia victimización.
Sueña con convertirse en un pájaro mientras escucha a Piero cantando “Y Volar, volaaaar”.
Se compra libros de autoayuda y los esconde en el cajón de las bombachas…agujereadas.
Su infaltable latiguillo: “no es que no puedo, no me dejan”.

Wake-up Bellas!. Despertar del letargo es genial. La vida fuera del ataúd de cristal es básicamente: VIDA.

NOTA: A no generalizar, porfis. No todas las minas son dependientes emocionales ni los tipos clones de Benito Mussolini.

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