viernes, 5 de diciembre de 2008

Sentimientos encontrados



Madre hay una sola (a Dios gracias)

Todos venimos de una de ellas. Y algunas somos ellas.
Una persona que conocí hace muchos años me dijo una vez, que los hijos te provocan “sentimientos encontrados”. Ella se refería a la ambivalencia de sentimientos que hacen que uno quiera estrangular a su propia descendencia y cinco minutos después prorrumpir en una crisis de amor absoluto (con abrazos y lágrimas incluidas). En el momento que ella me regaló esta perla de sabiduría yo no pude comprenderla, ya que para ese entonces estaba embarcada en la búsqueda de un crío (ella tenía dos adoptados y uno propio que le comían bastante la cabeza).

Nunca imaginé que este axioma sobre las relaciones familiares, devenido de una madre agotada; se podía aplicar perfectamente a la relación con nuestros progenitores. Más precisamente al vínculo que nos une a nuestras adoradas madres. Y enfatizo “adoradas” porque, aunque uno las quiera con locura; es en un rapto de locura que una las decapitaría con una espada samurai sin pestañear, a lo Lucy Liu, un par de veces por día.

De nuestras madres adquirimos la mayoría de nuestras mañas y unos cuantos talentos, ya que son ellas las mayores responsables de nuestra educación (esa educación que se lleva a cabo fuera de la escuela y que tiene más que ver con la tabla de planchar que con las tablas de multiplicar). No digo que los padres estén afuera de este proceso, pero creo que se involucran de una manera más distante (o por lo menos ese fue mi caso).
Casi todo lo que somos se lo debemos a ellas. No voy a escribir sobre las cosas buenas, que las hay, pero no pienso pisar el palito del “autobombo”. En cambio, elegí hacer una crónica de todas esas cosas que nos llevan invariablemente a querer fracturarle un par de cervicales y cinco minutos después caerle encima cual perro labrador para lamerle los cachetes en un inconfundible acto de amor incondicional.
“Mamá: te quiero con toda mi alma, te debo todo lo que soy.” Paradoja grossa como esta, no vamos a encontrar en ningún libro de filosofía, ni de matemáticas, ni de lógica. Si una razona concienzudamente se da cuenta que la cagona, dubitativa, hipocondríaca e insegura que vive en nosotros ha sido nutrida por esa madre a la que veneramos; entonces el cariño se esfuma como una nube de talco que se deposita en el piso dando paso a una bronca, que aunque efímera, nos puede llevar a cometer la peor atrocidad en pos de la justicia y la calma del Superyó.
¿Cómo se puede amar y no amar al mismo tiempo? Fácil, de la misma manera que podemos hacer dieta comiendo 25 gramos de helado de dulce de leche por día. No tiene explicación lógica, pero es real como la vida misma.

Nuestras madres nos han formateado el disco rígido durante toda nuestra infancia y adolescencia con información que nos fue moldeando como una vasija de cerámica defectuosa que se va para un costado, no tiene equilibrio, pierde agua por alguna grieta o sus asas son un tanto desproporcionadas. Algunos datos nos han servido y otros nos han convertido en un personaje similar al que a veces aborrecemos.

Modelos de madres

La eterna inculcadora de culpa

Estas mujeres son las típicas tías que se esconden tras el disfraz de un carnero a punto de ser degollado (aunque debajo vive una pantera negra con la astucia de Kasparov y los colmillos de un mamut). Siempre están al borde de espichar, sobretodo cuando uno les contesta aquello que no les viene en gracia. Desde agarrarse el pecho con ambas manos simulando un infarto de miocardio, hasta arrastrar una patita como un cachorro abandonado; echarán mano a cualquier argucia que les sirva para satisfacer sus caprichos. Armadas de un talento innato para la actuación, apelarán al método Stanislavsky para inmiscuirse en las vacaciones de los hijos, ser el centro de todos los cumpleaños y rechazar cualquier crítica con lágrimas en los ojos. Con la mirada soñadora de la vaca de Milka pastando en los Alpes Suizos, evocarán aquellos hermosos días en los que fueron taaan felices con el difunto marido (aquel al cual mataron de a poco haciéndole estallar las pelotas de tanto hinchárselas durante cinco décadas seguidas). El finado, que se revuelca en su tumba cuando escucha su nombre pronunciado por la autora material de su deceso, no puede creer ser recordado con tanto cariño cuando la última palabra que escuchó en vida fue “estorbo”. Pero ellas son inimputables, porque nadie las quiere ver sufrir, sus hijos las quieren y antes de verlas derramar una lágrima prefieren subirla al auto y llevarla con todos los críos al Parque de la Costa (con la secreta esperanza de que pierdan el equilibrio en el Catamarán y se las lleve la corriente…hasta Madagascar). Woody Allen tuvo una epifanía cuando hizo desaparecer a su madre en un acto de magia en “Historias de Nueva York”, sólo para comprobar que su madre no sólo era indestructible, volvía potenciada para juzgarlo y perseguirlo por todas partes. Así son ellas, no vale la pena gastar pólvora en chimangos, cuanto más las combatís, mayor el problema. Igual que las cucarachas que se acostumbran al cebo y se lo devoran sin siquiera tambalearse.

La crítica

Este modelito “Stepford wife”, muñequita para armar, discursito enjuiciador prefabricado; viene con garantía extendida hasta los 104 años (como el antiguo Magiclick). Con una demencia senil galopante y 99 años recién cumplidos seguirán levantando el dedito índice para señalar la arruga de la pollera, la pelusa del sweater, el grano en la barbilla, el flequillo despeinado y los cinco kilitos de más que te pusiste en el invierno. Históricamente persiguen a sus hijas para que metan panza, le arrebatan el flan de la mano en medio de un asado delante de 50 personas, le pasan el dedito a los muebles para avisar que hay “tierrita” y se las ingenian para descubrir la pila de ropa sin planchar que una embutió media hora antes de su visita en el microondas/lavarropas/cajón de los cubiertos (medias y bombachas únicamente)/el placard de las herramientas, etc.. Están atentas a los comentarios de la consuegra y la familia política (conversación que tienen la capacidad de almacenar como los chats de Google) para desgranar con toda comodidad, en la cocina mientras ayudan a lavar los platos (porque la “pobre” hija está agotada y aparte lava los platos como el culo). Es ahí donde elegirán comentar el horrendo gusto para vestirse de su consuegra, cuyo culo se ensancho desde la última Pascua y que lleva puesto el mismo vestido batón de décima con la misma marca de la plancha en el escote “nunca se dio maña para las tareas del hogar, es bruta como un arado”. “No se tiñe, no se pinta, no sabe planchar, no va al cine, no se revuelca con nadie…para qué vive?”.
Si no se le anima al yerno, puede que use el lenguaje no verbal que tan bien maneja. Cada comentario del susodicho será acompañado de un cínico arqueo de ceja izquierda o revoleo de pupilas en una franca señal de “escuchá la huevada que está diciendo este infeliz”. Censora como pocas, la madre crítica hará una lista completa (que si puede imprimirá con gráficos y bibliografía de grandes Psicopedagogos contemporáneos) en la que enumerará los doscientos noventa y tres errores garrafales que sus hijos y nueras están cometiendo con esa pobre criatura que Dios ha puesto en tan inexpertas manos.
Son las típicas que se instalan en la casa de los nuevos padres para asegurar la supervivencia del crío recién llegado (aunque sea el séptimo) y como andan con un lumbago atroz pedirán la cama matrimonial para poder hacerse cargo del rol de nurse sin molestar a la pareja (y asegurándoles una vida sin sexo hasta que el chico entre a primer grado). Generalmente se hacen una copia de las llaves del departamento para poder entrar y salir “sin molestar” (visualizar carita de Droopy meets Mr. Magoo). Con esta maniobra irrumpen descaradamente en la casa de sus hijos como si fuera la propia y no se les cruza pulsar el timbre otorgándole a la pareja una ventaja de veinte segundos para encontrar la bombacha y el calzoncillo. Herida su sensibilidad por haber presenciado una carretilla en el pasillo, irán a socorrer al bebé cuya psiquis ha quedado severamente dañada porque escuchó un par de jadeos provenientes de sus progenitores, que aprovecharon la siesta dominical del bebé para fabricar un hermanito (que por ahora no llegará porque el proceso fue “interruptus abuelatum est”). La cátedra de sexualidad responsable que se morfarán los padres entrará en los anales de la Psicopedagogía moderna (y en otros anales también ya que los padres consideran seriamente la posibilidad de meterle un palo número cinco de golf en el traste y deportarla al Master series con la bocha en la boca para no escucharla).
También son las que ingresan derechito a la cocina de los cumpleaños infantiles a hundir el dedo en le merengue de la torta para criticar el punto, a revisar la heladera para vaticinar proféticamente “La comida no va a alcanzar”, a protestar porque el café está demasiado liviano, los termos no están preparados, las servilletas de papel son de Piñón Fijo (que estaban de oferta porque el payaso ya fue), y el mantel de la abuela Edelmira tiene una mancha en el bordado a mano: “vos no cuidás ni valorás nada”.
Por supuesto que se meterán con la ropa del crío, que parece un salvaje cuando debería estar vestido como el Príncipe Guillermo de Holanda en su propio cumpleaños (como si las fotos fueran a salir publicadas en “Hola”). Tu pelo parecerá un nido de pájaros, los cubiertos de plástico una negrada y tu atuendo un tanto “desgreñado” para la ocasión. Ocasión en la que lavarás cincuenta docenas de vasos de plástico tres veces (y me quedo corta), te perseguirán mocosos con las manos embadurnadas en chocolate y el perro embarrado te saltará encima de puro pavor al ver llegar a los primeros invitados.
Manejar con ellas como copiloto es un auténtico flagelo. Ganar el rally París-Dakar es más fácil que conformarlas. Que lo cebaste demasiado, que si vas tan rápido no ves los carteles de las bajadas (ellas no ven, asumen que el resto tampoco), que si doblás así te pondrás el auto de sombrero, que ese carril del peaje tenía menos autos que el que elegiste y que tenés un talento innato para devorarte los pozos y lomos de burro.

La que mete miedo

Esta es la señora a la que uno no teme pero logra que nos asustemos hasta de nuestra propia sombra. Llama a las cuatro de la mañana para que aseguremos las ventanas porque el hombre araña anda suelto por nuestro barrio y ya violó a doce mujeres en tres casas. Llama antes de que salgamos a trabajar para avisar que en Baradero hay un choque múltiple (una vive doscientos kilómetros al sur y va a utilizar la mano contraria). Avisa que hace frío, que hay alerta meteorológico, que no hay nafta porque hay paro, que los cajeros automáticos no andan, que el dólar sube “nena compra!”, que el dólar baja “nena comprá!”, que el pintor que contratamos tiene cara de asesino múltiple, Gas Natural nos afana en cada factura, el remedio para el estómago sube la presión y podés sufrir un derrame cerebral, que la perra tiene parásitos, la gata pulgas, el hijo piojos, el queso hongos (aunque sea el roquefort más caro del almacén) y nuestro brazo unas manchas muy sospechosas. Uno las calla pero en el fondo, muy en el fondo del hemisferio cerebral izquierdo queda resonando la vocecita “cuidado, cuidado, cuidado”. Así que son ellas las que nos introducen en el maravilloso mundo del clonazepam para poder afrontar la vida cotidiana sin cagarnos en las patas. A ellas les debemos el asustarnos si se para el tráfico en la ruta, si el pintor nos pide un vaso de gaseosa, si la mancha del brazo tiene relieve, si el hijo se rasca, si la gata se rasca, si el perro se arrastra, si baja la bolsa de Pekín y si el queso tiene un aroma sospechoso.

La sacrificada

Esta es una variante refinada de la inculcadora de culpa. Porque esta viene con coartada, es inimputable. Quién podría gritarle con lo mucho que ella ha hecho por nosotros. Esas tardes de invierno en la que una se la pasaba tan bien en la casa de fulanita, qué hacía ella, eh?. Ella “TRABAJABA”. ¿Para qué?, para parar la olla, comprar el jean de marca y darte plata para irte de joda. Todo eso mientras “YO TRABAJABA”. Te piden que les mires las ojeras, los callos de las manos, las várices de las piernas, la hernia de disco, la escoliosis, la psoriasis, el juanete y las arrugas. Porque todo eso, TODO, se lo diste vos. Vos que disfrutabas mientras ella, madre abnegada, daba todo por sus críos desagradecidos. Aunque nunca podrás olvidar la sonrisa de oreja a oreja que la acompañaba cada vez que ponía la mano sobre el picaporte para abandonar el confortable hogar en su periplo heroico. Ese que tanta satisfacción le daba ya que no soportaba estarse quieta pelando papas, mirando “Inutilísima”, aguantado las peleas de una horda de mocosos guarros que se mataban por un puñado de bolitas. Y como era taaaaaan sacrificada, llegaba tarde, con cara de soldado alemán preso en la estepa rusa; cargada de bolsas y bártulos (aunque en realidad se había rajado a renovar el guardarropas…porque “hace veinte años que no me compro una mísera bombachita, el resumen de la tarjeta miente, yo nunca pisé el local de Laurencio Adot”).
"¿Vas al cine, querida?. Qué suerte, yo hace taaaaaanto que no voy!!!. Desde que falleció tu padre que no se lo que es el cine...es que no da para ir sola. Nunca me gustó ir solita. *insertar mirada vidriosa aquí*". ¿Qué culpa tenemos de que no tengas una puta amiga?. Socializá. Divertite. Hacé un curso de batik. O sushi. O macramé. "Sabés porqué no tengo amigas, porque me la pasé laburando!". CHAN-CHAN (fuelle de tango aquí). Pero, de alguna manera, la frasecita lastimosa quedó flotando en el aire. Y la culpa instalada en el espacio que queda entre el esternón y la boca del estómago. Ahora, aparte de clonazepam necesitás omeprazol. Y dos shots de tequila.

Con virtudes y defectos, como todas; nosotras las madres tenemos el desafío de cometer errores nuevos (lo cual es casi una utopía). Porque todo lo que no nos gusta de nuestras madres, todo lo llevamos puesto. Como una impronta, como un sello, como un sino; una herencia demasiado difícil de esquivar. Está en nosotras atesorar y copiar lo bueno (que lo hay pero no es tan divertido), y descartar todas aquellas cosas que nos ponen los pelos de punta. Quizás poniéndonos en el lugar de hijos, podamos revivir el trastorno que nos causan algunas situaciones, para ahorrárselas a nuestra propia descendencia.
Lo veo más difícil que comer arroz con palitos, pero hay algo que siempre me sirve de consuelo, a mi vieja la quiero con toda el alma…algo bueno debe haber hecho…

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