Cómo reconocer qué tipo de hembra eres
LA “PAVO REAL” egocentrismo en estado puro
Esta Diosa creció convencida de que es la última Coca Cola
del desierto. Si tuvo la suerte de nacer
con un poco de belleza y un par de tetas o un culo descomunal, la egocéntrica
dedicará sus días a sumar adeptos, amistades, admiradores, fans y el aplauso de
quienes tengan el agrado de toparse con ellas.
Están convencidas de que todos los tipos están detrás de ellas y que
todos buscan ese culo con lo cual a corta edad aprenderán a sacarle jugo a esa
situación obteniendo los beneficios que la situación devengue. Si no pueden lograr captar la atención de
alguna persona, van a hacer lo indecible para hacerlo. Desde fingir enfermedades hasta ponerse una
bikini de hilo dental, cualquier excusa es buena para adquirir un séquito de
adeptos a sus caprichos y mañas. Desde
tierna edad suponen que están destinadas a un futuro sensacional que incluye
todo lo que desean de las vidas de los demás.
Viajes, autos, ropa, hijos rubios y perfectos, un cuerpo para el pecado,
autos importados, casa con pileta y un marido para partirlo como un queso. La realidad es que nada las conforma y si se
casan con alguien que no les puede brindar todo eso, asoman la cabeza de la madriguera
buscando algo mejor. Suelen ir por la
vida vestidas para matar mostrando lo que tienen para ofrecer aunque
generalmente se sometan a sacrificios de dietas y gimnasios para mantener el
cuerpo, que en sus cabezas, les pueda traer todo aquello con lo que sueñan. Aquello que sueñan muchas veces tiene que ver
también con el ingreso a un determinado círculo social al que no pertenecen
porque no les da el pedigree, pero como maestras de la simulación sabrán
adquirir las formas de aquellas mujeres de la alta sociedad que pululan por la
vida con ropa importada, sus vidas de Revista Hola y su característica manera
de hablar. Volverán locas a sus parejas exigiendo todo lo que creen merecer y
se encularán sobremanera si no se los dan, así que suelen contraer matrimonio o
hacer pareja con pollerudos a los que les hacen la vida muy miserable porque no
les tienen paciencia a los hijos, les aburre cocinar (ellas nacieron para
princesas monegascas), les jode lavar ropa y su vida transita alrededor de la
queja. Eso sí, para el afuera van a
fingir un presente perfecto que por supuesto harán trascender en las redes
sociales empapelando sus muros de fotos del culo, la figurita vestida para
salir, las sandalias nuevas, el hijito rubio perfecto, y varias tomas de
frente/perfil/perfil americano y cuanta pose quinceañera exista en el
rostrolibro. Empecinadas en luchar
contra el reloj, las egocéntricas se piensan que pueden ganar la batalla y se
convencen a tal punto que se visten como se visten sus hijas y nueras. La minifalda y las calzas no abandonan el
guardarropas ni en la puerta de los cincuenta años. Es muy común que usen el pelo largo
ensartando a pendejos que se muerden la lengua antes de piropearlas cuando caen
en la cuenta que detrás de esa blonda cabellera rubia y lacia hay una “vieja”
que salió a hacer su rutina diaria de bicicleta o jogging. Adictas al gimnasio, se matan frente al
espejo a tal punto que se saben las rutinas de memoria y bien podrían suplantar
al profesor. Siempre en primera fila y
con la vista clavada en ellas mismas, las egocéntricas buscan impedir la caída
del culo y de las tetas aparte de quemar las grasas de ese asadito que se
lastraron con culpa. Fans de la gaseosa
light y el chicle de menta (suelen tener mal aliento porque viven a dieta), se
alimentan exclusivamente a lechuga, pollo magro sin piel y gelatina light. En la cama, y a pesar de venderse como Diosas
sexuales a quienes quieran creerlo, van bien para atrás porque el sexo no es su
pasatiempo favorito. El orgasmo se les
escapa por culpa del antidepresivo que toman en cantidades industriales y sus
traumas con respecto al esquema corporal las inhiben a la hora de dejarse
llevar y disfrutar de la vida en pareja.
Otro aspecto que cabe destacar es su doble discurso ya que se autodescriben
como abnegadas esposas, madres y laburantes pero odian con todo su ser al tipo
que tienen al lado, les jode soberanamente tener que laburar y detestan que sus
hijos rompan sus sagradas rutinas de asoleo al borde de la pileta, la lectura
de la Cosmopolitan o sus tés verdes con galletas de arroz que les permiten
entrar en el talle más pequeño de la marca de moda. Pero en las redes sociales se venderán como
santas patronas del hogar y el matrimonio, escribiendo poesía pastelona para el
padre de los críos o ríendose de situaciones de la vida cotidiana que odian
sobremanera pero que disfrazan hábilmente con tono de sorna. Nerviosas rayando la histeria, cualquier
evento de la vida cotidiana las saca de quicio.
La rotura del lavarropa las puede llevan al Manicomio y un vidrio sucio
a terapia intensiva. Pretenden que la
familia levite sobre los pisos para no mancharlos y que no abran la heladera
para que la gelatina light se solidifique antes de mediodía o Dios sabe qué
desgracia podría suceder. Profesan un
amor incondicional hacia su propia persona y emplearán todo su tiempo libre
para satisfacer las necesidades propias, que siempre tienen que ver con la
mirada del otro y la opinión que los demás tengan de ellas. Publicarán escritos kilométricos plagados de
mentiras y plagios, recetas sacadas de alguna columna de autoayuda de alguna
revista leída en la peluquería; buscando despertar al séquito de obsecuentes
que no solamente se traga su vida idealizada, también están en la búsqueda de
alguien que las arranque del riguroso paso del tiempo y el oprobio de las
tareas cotidianas. Llegada la edad de la
madurez, la egocéntrica descubre con estupor que todos los consejos leídos en
las revistas Sofía, Para Ti, Gente, Cosmopolitan y Caras no le han servido para
nada. El culo es inexistente, las tetas dos
chicles usados y las arrugas le han dejado un lindo acordeón epidérmico. Es ahí cuando desesperan y salen a la loca
búsqueda (no ya de un hombre) sino de algo que pueda ayudarlas a llamar la
atención en reemplazo del culo imán que supieron portar a los dieciocho
años. Se ocuparán entonces de leer algo
un poquito más extenso que una revista de modas, para tener algo de vocabulario
y aprender a evitar las faltas de ortografía que las acompañan desde que
aprendieron a escribir con lápiz negro y buscarán algún otro reemplazo como la
victimización constante sobre eventos de la vida que a todos los mortales les
tocan pero que en el caso de la egocéntrica le vienen como anillo al dedo para
dar rienda suelta a una diatriba que la tiene siempre como centro del tsunami y
a las verdaderas víctimas como victimarias de esta pobre infeliz que no sabe
cómo hacer para seguir estando en el
centro de la mirada ajena.
LA BON VIVANT
Este espécimen fue concebido para el disfrute, Dios la tocó
en el hombro y le dijo “sabrás sacarle el jugo a la vida”. Y así fue como llegó a este planeta esta
fémina que se levanta sonriendo porque cada día tiene algo especial deparado
para ella (y por ella misma). Si no es
el día de su programa de tv favorito, es el día que se va a encontrar con
compañeras de la secundaria para ponerse al día, o el día dedicado a devorarse
ese libro que tanto le recomendaron. Se
autogestiona la felicidad en volquetes, se ama tanto como para darse todos los
gustos. En la cama tiene clarísimo lo
que quiere y no tiene ningún reparo en pedirlo (a los gritos si es preciso). Si va al mar, lo más probable es que se la
vea permanentemente barrenando olas con el pelo hecho una maraña para disfrutar
de una cerveza o un daiquiri cuando cae la tarde. No se priva de nada, si gana dinero se lo
tira todo encima, pilchas, sushi, carteras, viajes…lo que la haga felíz. Generalmente son personas apasionadas que
alimentan algún hobby. Tejer, leer,
escribir, pintar, hacer maratones de sus series favoritas, el cine, la cocina,
la música; cualquier excusa es buena para pasarla de diez. De risa fácil y sonora, la bon vivant se la
pasa todo el día buscando todo aquello que la haga felíz. Son las típicas personas que no tienen miedo
de comer el huevo por romper la cáscara, le buscan el costado bueno a
todo. Se pasan fotos de chongos tuneados
por grupos cerrados de Facebook, comen baldes de pochoclo en el cine aunque
engorden y no se suicidan si adquieren unos kilos de más en las vacaciones, la
vida ha sido diseñada para gozarla y ellas jamás le dicen que no a un waffle de
dulce de leche o a un kilo de helado al borde de la pileta. Generalmente se agrupan con mujeres de
idéntico criterio, siendo muy común encontrarlas en manadas girando por
restaurantes, cafés y casas de amigas riéndose de anécdotas totalmente
intrascendentes pero divertidas. Son las
que se animan al karaoke, las que no le tienen miedo a una foto de cuerpo
entero en la playa (con rollos y todo) y cuyo lema es “no dejes para mañana la
porción de lemon pie que puedes lastrarte hoy”.
Dotadas de un optimismo a prueba de bala, las bon vivants se cagan de
risa de las noticias que presagian desastres y si se viene el tormentón con
granizo primero buscan la cámara de fotos antes que el trapo para tapar el
auto. Sociables y amenas, las bon
vivants aman recibir gente, les encanta llenar la mesa y cocinar para un
batallón. Se pueden pasar toda una
mañana amasando o una noche decorando tortas o rellenando matambres. El alcohol es el aliado ideal de las bon
vivants, quienes saben qué vino pedir, aman el champagne y las cenas con
velas. El tipo que las acompaña es un
bon vivant o aprende a serlo gracias a ellas.
Si de helado hablamos, porqué pedir un vasito si se puede pedir un
cuarto kilo? (es una pregunta frecuente que se hace la que ama la buena vida).
LA RELIGIOSA
Esta fémina ha sido educada en colegio religioso o bien se
ha convertido a la fé de adulta, presa de alguna crisis personal que la hace
aterrizar de narices en un templo/iglesia/mezquita, etc. La religiosa se pasa de mambo, no le alcanza
con participar de los rituales dominicales que su religión le exige; necesita
hacer el doble o más. Y eso se traduce
en intentar inculcar sus creencias a todo el que le preste la oreja más de dos
segundos. Munida de varios ejemplares de
libros religiosos, pelará “la palabra” en cuanto lugar se le permita darse
vuelta para meter la mano en la mochila.
No contenta con esto, reenviará todas las imágenes benditas y todas las
cadenas que se le crucen por el camino.
Se debate entre hacer lo que dice el libro sagrado o soltar a la rebelde
amordazada que vive en su cuerpo en busca de los placeres de la carne, de la
bebida y de la vida en su conjunto.
Quiere y cuando pisa el palito la consume la culpa. Y si se queda con las ganas junta bronca de
tal intensidad que es capaz de hacer funcionar una central termonuclear. Su MP3 solo contiene música religiosa, su
habitación está tapizada de imágenes sagradas y hasta su auto tiene estampitas,
medallas y estatuitas del su objeto de devoción. Suelen usar corpiño sin aro, ropa interior de
algodón color blanco y polleras por debajo de las rodillas. No pueden socializar con gente que esté fuera
de su Iglesia, por lo tanto es difícil emparejarlas; les encantaría formar
familia pero la religión es una traba a la hora de conseguirse un macho que se
aguante dos años sin ponerla hasta contraer nupcias. A la religiosa le gusta el cine, pero cuando
va a ver una de terror con el diablo como protagonista duerme con un rosario en
cada mano hasta que se olvida de lo que la horrorizó en el cine. En el trabajo anda repartiendo estampitas y
oraciones del libro sagrado a quien se le acerque a pedirle la abrochadora o el
toner de la fotocopiadora. Si no se casa
pronto, la idea de ser abducida por un señor portador de pene erecto las
espanta de tal manera que no vuelven a abrir las piernas hasta el día del
juicio final.
LA ABNEGADA MADRAZA
Esta mujer se inmola en pos de la continuación de la
especie. No se sabe a ciencia cierta si
le encanta el sexo o simplemente la agarran desprevenida y su exacerbada
fertilidad contesta al toque al llamado
de la naturaleza. Suelen parir más de
tres, algunas llegan a los diez.
Generalmente los tienen seguiditos, cosa de hacer de la crianza una
tarea titánica. Embarazadas del cuarto,
le despegan el chicle del pelo al de cinco mientras le embocan la mamadera al
de dos y evitan que el de tres se suicide desde el último anaquel de la
biblioteca. Durante su período fértil se abstendrán de usar maquillaje y el
jogging será su uniforme de batalla. Con
las tetas rozando el piso, cuando no con uno o dos críos pendiendo de los
pezones, la madraza sonreirá como un zombie manifestando con orgullo que ama
ser madre. Y es lo más probable, de lo
contrario no se explica que una mujer pueda pasarse casi dos décadas
eternamente embarazada, amamantando, pariendo o embolándose en cuatrocientas
reuniones de padres en la escuela de sus retoños. La madraza no come comida caliente, ni se
sienta para comer. No duerme dos horas
seguidas desde que vivía en la casa de los padres, y para ducharse tiene que
encerrarse con todos los críos en el baño a sabiendas de que va a perder varios
cosméticos en el intento. La mamita de
libro vive cansada, se arrastra por la vida con la horda de críos que trajo al
mundo y cuando le preguntan qué anticonceptivo usa dice que se cuida con el
método de los días jajajaja. El auto de
la mamita es una rural destartalada llena de migas de galletitas dulces,
patitas de Mc Donald’s del año pasado, muñecas descabezadas, pelotas de futbol desinfladas,
botines, pintorcitos, mochilas llenas de papeles destrozados y vómitos secos
del año de la escarapela. El marido
siempre le promete que le va a cambiar el auto, pero justo cuando van a dar la
seña ella descubre que está embarazada por sexta vez con lo cual la compra se
pospone. Los consultorios de los
pediatras son su hábitat natural y el médico la atiende en automático porque
todos sus críos sufren de laringitis y otitis a repetición. Así que la mamita deambula del pediatra a la
farmacia con un charco de mocos que se desliza como lava ardiente desde su
hombro a lo largo de su espalda mientras el crío enfermo descansa acurrucado a
upa de una mujer exhausta que espera su turno en la farmacia para comprar el
centésimo frasco de ibuprofeno de la semana.
Si existe algo admirable en estas mujeres, es que a pesar de tener dos
manos, se desempeñan como si fueran pulpos que pueden atrapar una olla con agua
hirviendo en el aire, un pendejo que se tambalea en el descanso de la escalera
o el jarrón de la abuela que el bebé agita dando pataditas al mueble que lo
contiene. Desvalorizadas, estas mujeres
pasan por la vida como si ésta fuera un pentatlón. Cuando terminan de criar al último comienzan
a cuidar a sus nietos. Y cuando terminan
con los nietos los hijos la llevan al Geriátrico.
LA HIPPIE
La hippie tiene una huerta orgánica. La hippie sabe tejer con telar, toca la quena
y hace yoga. La hippie suele ser vegana
y le taladra la cabeza a toda la familia con videos de vacas y pollos
torturados. Ella se alimenta a brotes de
soja, pan integral, galletitas con cereales y se sabe al pie de la letra todas
las propiedades de las semillas de lino y chía.
Anda con las crines por la cintura, es incapaz de pasar por la
peluquería. El pelo será cortado por una
pareja, por ellas mismas u otra amiga hippie.
Suelen vestirse con ropa importada de la India, sandalias chatas y en invierno
como un hombre que vive en La Quiaca. La
música que escuchan varía entre el chill out, la música celta y el
folclore. El yoga es una de sus pasiones
aunque también son la astrología, el horóscopo maya, el reiki, la meditación,
la acupuntura, las predicciones con runas, los inciensos a los que les
atribuyen poderes sanadores y las revistas de alimentación naturista. No pisan el consultorio de un médico salvo
que se estén muriendo, ellas son acérrimas defensoras de la medicina
homeopática. Aunque los hijos saquen
mocos por las orejas, los van a atiborrar de gotitas de preparados, polvitos y
energía positiva salida de sus propias manos.
No les interesa la política ni las grandes cuestiones, sus vidas son sus
bibliotecas repletas de libros de Osho, Deepak Chopra y sus manuales de cocina
vegana. No planchan y lavan a
regañadientes, consideran que eso les quita tiempo de lo que realmente importa,
lo trascendental, la meditación y la observación de la naturaleza. Tienen maridos que bancan sus excentricidades
porque ellas están buenas, buenísimas y en la cama suelen ser creativas y
espontáneas. No tienen miedo a
experimentar y con la cuestión de los aromas y esencias pueden crear un
ambiente favorable para una noche inigualable.
Si la pareja está consolidada, él le dará el gusto de llevarla de paseo
a Cuzco para conocer el Machu Pichu a cambio de que ella se deje arrastrar por
las calles de París (ciudad que no le atrae para nada). La hippie ama los animales, suele vivir en un
zoológico casero y acepta toda mascota en peligro, aunque ésta fuera una boa
pitón desorientada porque no encuentra su rumbo a casa del adolescente que la
compró de zurda en Misiones. A la
mañana, con el saludo al sol, la hippie es seguida por un centenar de miradas
en sus estéticos movimientos. Son sus
quince perros, veintidós gatos, treinta y cinco pajaritos, cuatro tucanes, doce
loros, dos iguanas, tres cobayos y siete hamsters, todos hambrientos esperando
que la señora de la casa termine con su rutina de yoga para alimentarlos. A la noche, cuando el marido llega a casa
puede que se encuentre con un caos de dimensiones espectaculares. Nueve de la noche, el pollo congelado arriba
de la cocina, la tarea sin hacer, los chicos sin bañar, las camisas sin
planchar, el lavarropas vacío al lado de una pirámide de ropa sucia y toda la
familia subida al techo de la casa con el telescopio esperando ver la lluvia de
estrellas que anunció National Geographic en su página web.
LA ADICTA AL TRABAJO
La adicta al trabajo suele ser Contadora o Abogada. No contenta con sus trece horas fuera de casa
visitando clientes o Tribunales, esta señora de traje sastre, taquitos aguja,
impoluto maquillaje y peinado digno de la mujer de Supersónicos, se enfrascará
dos horas más en la reunión de la comisión directiva del country o barrio
cerrado donde vive (aterrorizada por los robos y los secuestros
extorsivos). Además de eso da clases en
la Facultad, en su tiempo libre corrige parciales, participa activamente de las
reuniones de padres del colegio de sus hijos, es la presidenta del consejo de
padres del colegio y de la cooperadora del hospital de su municipio. Se pasa la vida contestando mails con dos
bolsas de té frío en los ojos para descongestionarlos. Sube a sus tacos a las siete de la mañana y
se baja no antes de las veintidós horas, siempre impecable, siempre
perfecta. De caligrafía y ortografía
implacables, es de la que todavía usan la cartita, el post it y la tarjeta de
cumpleaños. Su letra es firme y decidida
como sus convicciones. Participa
activamente en política, es apasionada de sus decisiones y siente la compulsión
de convencer al resto de los mortales de las ventajas de votar a su
candidato. Los hijos no la emocionan
demasiado, ha procreado para darle el gusto al macho que las acompaña pero, a
pesar de querer a sus crías, le aburre sobremanera armar rompecabezas de
veinticinco piezas o mirar películas de Disney. A ella le encanta el cine y le encantan los
bohemios. Si fuera por ella se iría
corriendo detrás del actor de la última obra que vio o del que hace trencitas
en la playa. En realidad le gustaría
recuperar su libertad, la que perdió cuando se casó casi por obligación con el
Ingeniero que le impone reglas ridículas con respecto a la seguridad de rejas y
ventanas además de ser un ejemplar adicto al trabajo tanto o más que ella. En el sexo son aburridas como fideos sin
queso si están con el marido pero suelen ser una caja de sorpresas con un
amante furtivo (amantes que siempre tienen bien escondidos y jamás confesarán
porque es la llama que las mantiene vivas en esa vida gris y fría que han
sabido gestionarse). Son las típicas que
se buscan alguna excusa para no volver a casa temprano, se ofrecen para
acompañar a alguna amiga a hacerse un estudio o atienden clientes hasta altas
horas de la noche con tal de no volver a ese hogar que las aburre en demasía.
LA BELIGERANTE
La beligerante está en pie de guerra desde que la cazaron
del cogote y la arrancaron de entre las piernas de la madre. Sus alaridos se escuchaban en todo el piso de
la Maternidad, la minita quería salir cuando a ella se le cantaran las pelotas,
y es obvio que no era en ese momento. De
ahí en más la beligerante entrará en guerra con el universo en su
conjunto. Su pasión es el debate, la
contienda, el conflicto, el disenso, la queja, y la visita diaria al
abogado. Porque la beligerante tiene
juicios con todo el mundo. Su blanco
principal son las empresas prestadoras de servicios, los vecinos, los médicos
que la atendieron, las empresas para las cuales trabajó, los maestros de sus
hijos, las escuelas de sus hijos, el intendente y la fábrica de su auto. Nadie está a salvo, la beligerante tiene que
hacer conocer su descontento y expresará su disconformidad en foros, mails,
revistas, diarios, cartas de lectores y cuanto medio tenga a mano. Generalmente tiene razón y por su terquedad y
persistencia consigue que le devuelvan el dinero que le cobraron de más, le
arreglen el auto sin poner dinero, le cambien el lavarropas que anda mal, la
recompensen con pasajes aéreos gratis por los graves inconvenientes que tuvo
durante el último vuelo y le otorguen becas a sus hijos en el colegio por las
serias deficiencias edilicias del mismo.
No se cansa de ir al correo a despachar cartas documento y siempre está
atenta al celular que le devolverá la llamada del mecánico del auto que
llorando a moco tendido le suplica que no haga pública su queja por el cable
que le dejaron suelto en el service dado que peligra su puesto de trabajo. La gente le teme, saben que con ella no se
jode, si te gusta el durazno bancate la pelusa, esta pelusa es dinamita en
polvo. El marido suele mirarla de reojo
aprobando sus embates porque sabe que de proferir algún sonido en contra corre
peligro de perder partes importantes de su anatomía. Los hijos la alientan porque ven en ella un
adalid de la justicia, una especie de super héroe al que todos debemos apoyar
si deseamos vivir en un mundo mejor.
LA NO SABE NO CONTESTA
Esta mujer es la reina de la discreción y la prudencia. Valores en desuso, si los hay, estos rigen la
vida de esta mujer que prefiere reírse haciéndose la boluda antes de quemarse
abriendo la bocota. Es la que nunca
aporta chismes relevantes de esos que hacen que todas las mujeres de la reunión
giren la cabeza como lechuzas para escuchar el último chisme que arde. Generalmente se ríe nerviosamente intentando
olvidar lo que ha escuchado y es probable que lo comente exclusivamente con su
pareja. Eso sí, sabe vida y obra de todo
el mundo porque si existe algún punto a favor de esta mujer es que sabe
escuchar. Ella escucha y guarda
todo. Está todo en algún recoveco de su
cerebro, solamente su círculo íntimo de amigas o su pareja tendrán acceso a
esos contenidos de vital relevancia para una comadre de feria con ganas de
hacerse un festival de la vida ajena. Si
se le hacen preguntas directas contestará con evasivas o aguardará a que alguna
distraída lleve la conversación hacia lugares menos comprometidos. Suspirando de alivio, la susodicha utilizará
la maniobra de la boca llena; es muy probable que ante la repregunta directa
sobre algún aspecto del que ella no quiere soltar prenda, se lleve una torre de
sándwiches de miga a la boca balbuceando una respuesta indescifrable que hará
que la cháchara vire de dirección nuevamente salvándola por segunda vez. Cuando las papas queman, la señora en
cuestión invocará una cita impostergable con el odontólogo y saldrá arando como
rata por tirante dejándolas a todas con las ganas de saber eso que ella jamás
quiso contar.
LA PAYASA
La payasa es un corso a contramano. Se aprende los chistes de memoria para
tirarlos en la primera reunión que la tenga como protagonista. Suele olvidarse de los finales, pero está tan
llena de desparpajo que la rema riéndose a carcajadas, logrando contagiarle la
risa a su auditorio. El gen de la
vergüenza no está en su ADN, simplemente no le vino, así que pedirle que no
haga papelones es una auténtica utopía.
Los amigos, que la conocen, saben que ella es así; pero en reuniones con
gente nueva queda como la desubicada que cuenta chistes con groserías y de alto
contenido sexual ante un grupo de gente que incluye los hijos del matrimonio
anfitrión cuyas edades van desde los diez a los diecisiete años. La payasa toma dos sorbos de champagne y sus
carcajadas se escuchan desde el jardín de la casa del vecino. Se sabe que llegó porque cuando se encuentra
con sus amigas da saltitos y pega unos alaridos insalubres para el oído humano
(como los de las quinceañeras en los recitales de Justin Bieber). Cualquier anécdota que cuenta la payasa es
divertida porque aparte de recitarla la actúa.
Así que para los que tienen el privilegio de escucharla, esta mujer es
una rutina de stand up ambulante. Desde
la cita con el pediatra de los chicos hasta la visita del plomero, contadas por
esta mujer resultan altamente hilarantes.
Pero su humor no se limita a fiestas y reuniones, suele hacer cagar de
risa a los padres de los compañeros de sus hijos en las reuniones del colegio
descolgándose con un “perdón Fulanito, tu hijo no mirará televisión pero en el
patio me contó con lujo de detalles el revolcón que se pegaron los de la novela
de las diez, anoche”. También son frecuentes
las risotadas en los negocios donde compra la payasa, la están esperando con el
mate a cambio de un par de chistes que le levantan el ánimo a los comerciantes
que la atienden. En la ferretería se
descostillan con sus salidas, ya que es muy común que vaya en busca de algún
artículo cuyo nombre desconoce pero para llegar a él hará estallar de la risa
al vendedor describiendo el “cosito” en cuestión. Suelen tener de pareja a payasos como ellas,
señores que parecen serios pero que le siguen el tren tirando un chiste cada
dos segundos. Pareja divertida, si las
hay…
LA HIPOCONDRÍACA
Esta mujer no va a vivir en paz jamás. Todo lo que padecen los que la rodean, le
pasa o le pasará en algún momento. Se
parece al Camaléon de la película “Zelig” de Woody Allen. Si está con una mujer que acaba de superar un
cáncer de seno, lo más probable es que se pase una semana amasándose los pechos
con las dos manos buscando bultos, manchas, durezas o cambios significativos en
la dermis de sus tetas. Si se cruza con
alguien que estuvo con alguien que tuvo meningitis correrá a vacunarse y a
vacunar hasta al perro además de probar su fotofobia, su rigidez de nuca y
tomarse la temperatura cada quince minutos (todos síntomas que leyó en
internet). Si le duele un costado, se
convence de que tienen apendicitis y si le dicen que no, que es del otro lado,
se convence de que tiene un quiste en un ovario o alguna rara enfermedad que la
dejará postrada por años. Si sus hijos
tienen fiebre es capaz de resucitar al Doctor Favaloro para preguntarle si no
es un virus malísimo en el corazón y puede que busque la manera de poner a sus
hijos en lista de espera en el INCUCAI para un corazón nuevo por si las
moscas. Si lee en la revista dominical
sobre algún síndrome o la enfermedad de Alzheimer, lo más probable es que saque
turno con un neurólogo para hacerse todo tipo de pruebas. Le tienen terror a la enfermedad, un simple
resfrío les parece neumonía y una tos seca un cáncer de pulmón. No les gustan los chequeos, le tienen terror
a abrir el sobrecito con los resultados de laboratorio y, si por alguna de esas
casualidades, algún valor no estuviera dentro del rango de referencia son
capaces de hacer un testamento y regalar todos sus efectos personales
convencidas de que están sentenciadas a perecer en menos de un mes. Lo más probable es que mueran de viejas, de
muerte natural, preguntándose porqué desperdiciaron la vida haciéndose problema
por algo que nunca sucedió.
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