viernes, 3 de julio de 2015

HEMBRARIO FASCÍCULO II



Cómo reconocer qué tipo de hembra eres


LA “PAVO REAL” egocentrismo en estado puro

Esta Diosa creció convencida de que es la última Coca Cola del desierto.  Si tuvo la suerte de nacer con un poco de belleza y un par de tetas o un culo descomunal, la egocéntrica dedicará sus días a sumar adeptos, amistades, admiradores, fans y el aplauso de quienes tengan el agrado de toparse con ellas.  Están convencidas de que todos los tipos están detrás de ellas y que todos buscan ese culo con lo cual a corta edad aprenderán a sacarle jugo a esa situación obteniendo los beneficios que la situación devengue.  Si no pueden lograr captar la atención de alguna persona, van a hacer lo indecible para hacerlo.  Desde fingir enfermedades hasta ponerse una bikini de hilo dental, cualquier excusa es buena para adquirir un séquito de adeptos a sus caprichos y mañas.  Desde tierna edad suponen que están destinadas a un futuro sensacional que incluye todo lo que desean de las vidas de los demás.  Viajes, autos, ropa, hijos rubios y perfectos, un cuerpo para el pecado, autos importados, casa con pileta y un marido para partirlo como un queso.  La realidad es que nada las conforma y si se casan con alguien que no les puede brindar todo eso, asoman la cabeza de la madriguera buscando algo mejor.  Suelen ir por la vida vestidas para matar mostrando lo que tienen para ofrecer aunque generalmente se sometan a sacrificios de dietas y gimnasios para mantener el cuerpo, que en sus cabezas, les pueda traer todo aquello con lo que sueñan.  Aquello que sueñan muchas veces tiene que ver también con el ingreso a un determinado círculo social al que no pertenecen porque no les da el pedigree, pero como maestras de la simulación sabrán adquirir las formas de aquellas mujeres de la alta sociedad que pululan por la vida con ropa importada, sus vidas de Revista Hola y su característica manera de hablar. Volverán locas a sus parejas exigiendo todo lo que creen merecer y se encularán sobremanera si no se los dan, así que suelen contraer matrimonio o hacer pareja con pollerudos a los que les hacen la vida muy miserable porque no les tienen paciencia a los hijos, les aburre cocinar (ellas nacieron para princesas monegascas), les jode lavar ropa y su vida transita alrededor de la queja.  Eso sí, para el afuera van a fingir un presente perfecto que por supuesto harán trascender en las redes sociales empapelando sus muros de fotos del culo, la figurita vestida para salir, las sandalias nuevas, el hijito rubio perfecto, y varias tomas de frente/perfil/perfil americano y cuanta pose quinceañera exista en el rostrolibro.  Empecinadas en luchar contra el reloj, las egocéntricas se piensan que pueden ganar la batalla y se convencen a tal punto que se visten como se visten sus hijas y nueras.  La minifalda y las calzas no abandonan el guardarropas ni en la puerta de los cincuenta años.  Es muy común que usen el pelo largo ensartando a pendejos que se muerden la lengua antes de piropearlas cuando caen en la cuenta que detrás de esa blonda cabellera rubia y lacia hay una “vieja” que salió a hacer su rutina diaria de bicicleta o jogging.  Adictas al gimnasio, se matan frente al espejo a tal punto que se saben las rutinas de memoria y bien podrían suplantar al profesor.  Siempre en primera fila y con la vista clavada en ellas mismas, las egocéntricas buscan impedir la caída del culo y de las tetas aparte de quemar las grasas de ese asadito que se lastraron con culpa.  Fans de la gaseosa light y el chicle de menta (suelen tener mal aliento porque viven a dieta), se alimentan exclusivamente a lechuga, pollo magro sin piel y gelatina light.  En la cama, y a pesar de venderse como Diosas sexuales a quienes quieran creerlo, van bien para atrás porque el sexo no es su pasatiempo favorito.  El orgasmo se les escapa por culpa del antidepresivo que toman en cantidades industriales y sus traumas con respecto al esquema corporal las inhiben a la hora de dejarse llevar y disfrutar de la vida en pareja.  Otro aspecto que cabe destacar es su doble discurso ya que se autodescriben como abnegadas esposas, madres y laburantes pero odian con todo su ser al tipo que tienen al lado, les jode soberanamente tener que laburar y detestan que sus hijos rompan sus sagradas rutinas de asoleo al borde de la pileta, la lectura de la Cosmopolitan o sus tés verdes con galletas de arroz que les permiten entrar en el talle más pequeño de la marca de moda.  Pero en las redes sociales se venderán como santas patronas del hogar y el matrimonio, escribiendo poesía pastelona para el padre de los críos o ríendose de situaciones de la vida cotidiana que odian sobremanera pero que disfrazan hábilmente con tono de sorna.  Nerviosas rayando la histeria, cualquier evento de la vida cotidiana las saca de quicio.  La rotura del lavarropa las puede llevan al Manicomio y un vidrio sucio a terapia intensiva.  Pretenden que la familia levite sobre los pisos para no mancharlos y que no abran la heladera para que la gelatina light se solidifique antes de mediodía o Dios sabe qué desgracia podría suceder.  Profesan un amor incondicional hacia su propia persona y emplearán todo su tiempo libre para satisfacer las necesidades propias, que siempre tienen que ver con la mirada del otro y la opinión que los demás tengan de ellas.  Publicarán escritos kilométricos plagados de mentiras y plagios, recetas sacadas de alguna columna de autoayuda de alguna revista leída en la peluquería; buscando despertar al séquito de obsecuentes que no solamente se traga su vida idealizada, también están en la búsqueda de alguien que las arranque del riguroso paso del tiempo y el oprobio de las tareas cotidianas.  Llegada la edad de la madurez, la egocéntrica descubre con estupor que todos los consejos leídos en las revistas Sofía, Para Ti, Gente, Cosmopolitan y Caras no le han servido para nada.  El culo es inexistente, las tetas dos chicles usados y las arrugas le han dejado un lindo acordeón epidérmico.  Es ahí cuando desesperan y salen a la loca búsqueda (no ya de un hombre) sino de algo que pueda ayudarlas a llamar la atención en reemplazo del culo imán que supieron portar a los dieciocho años.  Se ocuparán entonces de leer algo un poquito más extenso que una revista de modas, para tener algo de vocabulario y aprender a evitar las faltas de ortografía que las acompañan desde que aprendieron a escribir con lápiz negro y buscarán algún otro reemplazo como la victimización constante sobre eventos de la vida que a todos los mortales les tocan pero que en el caso de la egocéntrica le vienen como anillo al dedo para dar rienda suelta a una diatriba que la tiene siempre como centro del tsunami y a las verdaderas víctimas como victimarias de esta pobre infeliz que no sabe cómo hacer  para seguir estando en el centro de la mirada ajena.

LA BON VIVANT

Este espécimen fue concebido para el disfrute, Dios la tocó en el hombro y le dijo “sabrás sacarle el jugo a la vida”.  Y así fue como llegó a este planeta esta fémina que se levanta sonriendo porque cada día tiene algo especial deparado para ella (y por ella misma).  Si no es el día de su programa de tv favorito, es el día que se va a encontrar con compañeras de la secundaria para ponerse al día, o el día dedicado a devorarse ese libro que tanto le recomendaron.  Se autogestiona la felicidad en volquetes, se ama tanto como para darse todos los gustos.  En la cama tiene clarísimo lo que quiere y no tiene ningún reparo en pedirlo (a los gritos si es preciso).  Si va al mar, lo más probable es que se la vea permanentemente barrenando olas con el pelo hecho una maraña para disfrutar de una cerveza o un daiquiri cuando cae la tarde.  No se priva de nada, si gana dinero se lo tira todo encima, pilchas, sushi, carteras, viajes…lo que la haga felíz.  Generalmente son personas apasionadas que alimentan algún hobby.  Tejer, leer, escribir, pintar, hacer maratones de sus series favoritas, el cine, la cocina, la música; cualquier excusa es buena para pasarla de diez.  De risa fácil y sonora, la bon vivant se la pasa todo el día buscando todo aquello que la haga felíz.  Son las típicas personas que no tienen miedo de comer el huevo por romper la cáscara, le buscan el costado bueno a todo.  Se pasan fotos de chongos tuneados por grupos cerrados de Facebook, comen baldes de pochoclo en el cine aunque engorden y no se suicidan si adquieren unos kilos de más en las vacaciones, la vida ha sido diseñada para gozarla y ellas jamás le dicen que no a un waffle de dulce de leche o a un kilo de helado al borde de la pileta.  Generalmente se agrupan con mujeres de idéntico criterio, siendo muy común encontrarlas en manadas girando por restaurantes, cafés y casas de amigas riéndose de anécdotas totalmente intrascendentes pero divertidas.  Son las que se animan al karaoke, las que no le tienen miedo a una foto de cuerpo entero en la playa (con rollos y todo) y cuyo lema es “no dejes para mañana la porción de lemon pie que puedes lastrarte hoy”.  Dotadas de un optimismo a prueba de bala, las bon vivants se cagan de risa de las noticias que presagian desastres y si se viene el tormentón con granizo primero buscan la cámara de fotos antes que el trapo para tapar el auto.  Sociables y amenas, las bon vivants aman recibir gente, les encanta llenar la mesa y cocinar para un batallón.  Se pueden pasar toda una mañana amasando o una noche decorando tortas o rellenando matambres.  El alcohol es el aliado ideal de las bon vivants, quienes saben qué vino pedir, aman el champagne y las cenas con velas.  El tipo que las acompaña es un bon vivant o aprende a serlo gracias a ellas.  Si de helado hablamos, porqué pedir un vasito si se puede pedir un cuarto kilo? (es una pregunta frecuente que se hace la que ama la buena vida).


LA RELIGIOSA

Esta fémina ha sido educada en colegio religioso o bien se ha convertido a la fé de adulta, presa de alguna crisis personal que la hace aterrizar de narices en un templo/iglesia/mezquita, etc.  La religiosa se pasa de mambo, no le alcanza con participar de los rituales dominicales que su religión le exige; necesita hacer el doble o más.  Y eso se traduce en intentar inculcar sus creencias a todo el que le preste la oreja más de dos segundos.  Munida de varios ejemplares de libros religiosos, pelará “la palabra” en cuanto lugar se le permita darse vuelta para meter la mano en la mochila.  No contenta con esto, reenviará todas las imágenes benditas y todas las cadenas que se le crucen por el camino.  Se debate entre hacer lo que dice el libro sagrado o soltar a la rebelde amordazada que vive en su cuerpo en busca de los placeres de la carne, de la bebida y de la vida en su conjunto.  Quiere y cuando pisa el palito la consume la culpa.  Y si se queda con las ganas junta bronca de tal intensidad que es capaz de hacer funcionar una central termonuclear.  Su MP3 solo contiene música religiosa, su habitación está tapizada de imágenes sagradas y hasta su auto tiene estampitas, medallas y estatuitas del su objeto de devoción.  Suelen usar corpiño sin aro, ropa interior de algodón color blanco y polleras por debajo de las rodillas.  No pueden socializar con gente que esté fuera de su Iglesia, por lo tanto es difícil emparejarlas; les encantaría formar familia pero la religión es una traba a la hora de conseguirse un macho que se aguante dos años sin ponerla hasta contraer nupcias.  A la religiosa le gusta el cine, pero cuando va a ver una de terror con el diablo como protagonista duerme con un rosario en cada mano hasta que se olvida de lo que la horrorizó en el cine.  En el trabajo anda repartiendo estampitas y oraciones del libro sagrado a quien se le acerque a pedirle la abrochadora o el toner de la fotocopiadora.  Si no se casa pronto, la idea de ser abducida por un señor portador de pene erecto las espanta de tal manera que no vuelven a abrir las piernas hasta el día del juicio final.

LA ABNEGADA MADRAZA

Esta mujer se inmola en pos de la continuación de la especie.  No se sabe a ciencia cierta si le encanta el sexo o simplemente la agarran desprevenida y su exacerbada fertilidad  contesta al toque al llamado de la naturaleza.  Suelen parir más de tres, algunas llegan a los diez.  Generalmente los tienen seguiditos, cosa de hacer de la crianza una tarea titánica.  Embarazadas del cuarto, le despegan el chicle del pelo al de cinco mientras le embocan la mamadera al de dos y evitan que el de tres se suicide desde el último anaquel de la biblioteca. Durante su período fértil se abstendrán de usar maquillaje y el jogging será su uniforme de batalla.  Con las tetas rozando el piso, cuando no con uno o dos críos pendiendo de los pezones, la madraza sonreirá como un zombie manifestando con orgullo que ama ser madre.  Y es lo más probable, de lo contrario no se explica que una mujer pueda pasarse casi dos décadas eternamente embarazada, amamantando, pariendo o embolándose en cuatrocientas reuniones de padres en la escuela de sus retoños.  La madraza no come comida caliente, ni se sienta para comer.  No duerme dos horas seguidas desde que vivía en la casa de los padres, y para ducharse tiene que encerrarse con todos los críos en el baño a sabiendas de que va a perder varios cosméticos en el intento.  La mamita de libro vive cansada, se arrastra por la vida con la horda de críos que trajo al mundo y cuando le preguntan qué anticonceptivo usa dice que se cuida con el método de los días jajajaja.  El auto de la mamita es una rural destartalada llena de migas de galletitas dulces, patitas de Mc Donald’s del año pasado, muñecas descabezadas, pelotas de futbol desinfladas, botines, pintorcitos, mochilas llenas de papeles destrozados y vómitos secos del año de la escarapela.  El marido siempre le promete que le va a cambiar el auto, pero justo cuando van a dar la seña ella descubre que está embarazada por sexta vez con lo cual la compra se pospone.  Los consultorios de los pediatras son su hábitat natural y el médico la atiende en automático porque todos sus críos sufren de laringitis y otitis a repetición.  Así que la mamita deambula del pediatra a la farmacia con un charco de mocos que se desliza como lava ardiente desde su hombro a lo largo de su espalda mientras el crío enfermo descansa acurrucado a upa de una mujer exhausta que espera su turno en la farmacia para comprar el centésimo frasco de ibuprofeno de la semana.  Si existe algo admirable en estas mujeres, es que a pesar de tener dos manos, se desempeñan como si fueran pulpos que pueden atrapar una olla con agua hirviendo en el aire, un pendejo que se tambalea en el descanso de la escalera o el jarrón de la abuela que el bebé agita dando pataditas al mueble que lo contiene.  Desvalorizadas, estas mujeres pasan por la vida como si ésta fuera un pentatlón.  Cuando terminan de criar al último comienzan a cuidar a sus nietos.  Y cuando terminan con los nietos los hijos la llevan al Geriátrico.

LA HIPPIE

La hippie tiene una huerta orgánica.  La hippie sabe tejer con telar, toca la quena y hace yoga.  La hippie suele ser vegana y le taladra la cabeza a toda la familia con videos de vacas y pollos torturados.  Ella se alimenta a brotes de soja, pan integral, galletitas con cereales y se sabe al pie de la letra todas las propiedades de las semillas de lino y chía.  Anda con las crines por la cintura, es incapaz de pasar por la peluquería.  El pelo será cortado por una pareja, por ellas mismas u otra amiga hippie.  Suelen vestirse con ropa importada de la India, sandalias chatas y en invierno como un hombre que vive en La Quiaca.  La música que escuchan varía entre el chill out, la música celta y el folclore.  El yoga es una de sus pasiones aunque también son la astrología, el horóscopo maya, el reiki, la meditación, la acupuntura, las predicciones con runas, los inciensos a los que les atribuyen poderes sanadores y las revistas de alimentación naturista.  No pisan el consultorio de un médico salvo que se estén muriendo, ellas son acérrimas defensoras de la medicina homeopática.  Aunque los hijos saquen mocos por las orejas, los van a atiborrar de gotitas de preparados, polvitos y energía positiva salida de sus propias manos.  No les interesa la política ni las grandes cuestiones, sus vidas son sus bibliotecas repletas de libros de Osho, Deepak Chopra y sus manuales de cocina vegana.  No planchan y lavan a regañadientes, consideran que eso les quita tiempo de lo que realmente importa, lo trascendental, la meditación y la observación de la naturaleza.  Tienen maridos que bancan sus excentricidades porque ellas están buenas, buenísimas y en la cama suelen ser creativas y espontáneas.  No tienen miedo a experimentar y con la cuestión de los aromas y esencias pueden crear un ambiente favorable para una noche inigualable.  Si la pareja está consolidada, él le dará el gusto de llevarla de paseo a Cuzco para conocer el Machu Pichu a cambio de que ella se deje arrastrar por las calles de París (ciudad que no le atrae para nada).  La hippie ama los animales, suele vivir en un zoológico casero y acepta toda mascota en peligro, aunque ésta fuera una boa pitón desorientada porque no encuentra su rumbo a casa del adolescente que la compró de zurda en Misiones.  A la mañana, con el saludo al sol, la hippie es seguida por un centenar de miradas en sus estéticos movimientos.  Son sus quince perros, veintidós gatos, treinta y cinco pajaritos, cuatro tucanes, doce loros, dos iguanas, tres cobayos y siete hamsters, todos hambrientos esperando que la señora de la casa termine con su rutina de yoga para alimentarlos.  A la noche, cuando el marido llega a casa puede que se encuentre con un caos de dimensiones espectaculares.  Nueve de la noche, el pollo congelado arriba de la cocina, la tarea sin hacer, los chicos sin bañar, las camisas sin planchar, el lavarropas vacío al lado de una pirámide de ropa sucia y toda la familia subida al techo de la casa con el telescopio esperando ver la lluvia de estrellas que anunció National Geographic en su página web.

LA ADICTA AL TRABAJO

La adicta al trabajo suele ser Contadora o Abogada.  No contenta con sus trece horas fuera de casa visitando clientes o Tribunales, esta señora de traje sastre, taquitos aguja, impoluto maquillaje y peinado digno de la mujer de Supersónicos, se enfrascará dos horas más en la reunión de la comisión directiva del country o barrio cerrado donde vive (aterrorizada por los robos y los secuestros extorsivos).  Además de eso da clases en la Facultad, en su tiempo libre corrige parciales, participa activamente de las reuniones de padres del colegio de sus hijos, es la presidenta del consejo de padres del colegio y de la cooperadora del hospital de su municipio.  Se pasa la vida contestando mails con dos bolsas de té frío en los ojos para descongestionarlos.  Sube a sus tacos a las siete de la mañana y se baja no antes de las veintidós horas, siempre impecable, siempre perfecta.  De caligrafía y ortografía implacables, es de la que todavía usan la cartita, el post it y la tarjeta de cumpleaños.  Su letra es firme y decidida como sus convicciones.  Participa activamente en política, es apasionada de sus decisiones y siente la compulsión de convencer al resto de los mortales de las ventajas de votar a su candidato.  Los hijos no la emocionan demasiado, ha procreado para darle el gusto al macho que las acompaña pero, a pesar de querer a sus crías, le aburre sobremanera armar rompecabezas de veinticinco piezas o mirar películas de Disney.   A ella le encanta el cine y le encantan los bohemios.  Si fuera por ella se iría corriendo detrás del actor de la última obra que vio o del que hace trencitas en la playa.  En realidad le gustaría recuperar su libertad, la que perdió cuando se casó casi por obligación con el Ingeniero que le impone reglas ridículas con respecto a la seguridad de rejas y ventanas además de ser un ejemplar adicto al trabajo tanto o más que ella.  En el sexo son aburridas como fideos sin queso si están con el marido pero suelen ser una caja de sorpresas con un amante furtivo (amantes que siempre tienen bien escondidos y jamás confesarán porque es la llama que las mantiene vivas en esa vida gris y fría que han sabido gestionarse).  Son las típicas que se buscan alguna excusa para no volver a casa temprano, se ofrecen para acompañar a alguna amiga a hacerse un estudio o atienden clientes hasta altas horas de la noche con tal de no volver a ese hogar que las aburre en demasía.

LA BELIGERANTE

La beligerante está en pie de guerra desde que la cazaron del cogote y la arrancaron de entre las piernas de la madre.  Sus alaridos se escuchaban en todo el piso de la Maternidad, la minita quería salir cuando a ella se le cantaran las pelotas, y es obvio que no era en ese momento.  De ahí en más la beligerante entrará en guerra con el universo en su conjunto.  Su pasión es el debate, la contienda, el conflicto, el disenso, la queja, y la visita diaria al abogado.   Porque la beligerante tiene juicios con todo el mundo.  Su blanco principal son las empresas prestadoras de servicios, los vecinos, los médicos que la atendieron, las empresas para las cuales trabajó, los maestros de sus hijos, las escuelas de sus hijos, el intendente y la fábrica de su auto.  Nadie está a salvo, la beligerante tiene que hacer conocer su descontento y expresará su disconformidad en foros, mails, revistas, diarios, cartas de lectores y cuanto medio tenga a mano.  Generalmente tiene razón y por su terquedad y persistencia consigue que le devuelvan el dinero que le cobraron de más, le arreglen el auto sin poner dinero, le cambien el lavarropas que anda mal, la recompensen con pasajes aéreos gratis por los graves inconvenientes que tuvo durante el último vuelo y le otorguen becas a sus hijos en el colegio por las serias deficiencias edilicias del mismo.  No se cansa de ir al correo a despachar cartas documento y siempre está atenta al celular que le devolverá la llamada del mecánico del auto que llorando a moco tendido le suplica que no haga pública su queja por el cable que le dejaron suelto en el service dado que peligra su puesto de trabajo.  La gente le teme, saben que con ella no se jode, si te gusta el durazno bancate la pelusa, esta pelusa es dinamita en polvo.  El marido suele mirarla de reojo aprobando sus embates porque sabe que de proferir algún sonido en contra corre peligro de perder partes importantes de su anatomía.  Los hijos la alientan porque ven en ella un adalid de la justicia, una especie de super héroe al que todos debemos apoyar si deseamos vivir en un mundo mejor.

LA NO SABE NO CONTESTA

Esta mujer es la reina de la discreción y la prudencia.  Valores en desuso, si los hay, estos rigen la vida de esta mujer que prefiere reírse haciéndose la boluda antes de quemarse abriendo la bocota.  Es la que nunca aporta chismes relevantes de esos que hacen que todas las mujeres de la reunión giren la cabeza como lechuzas para escuchar el último chisme que arde.  Generalmente se ríe nerviosamente intentando olvidar lo que ha escuchado y es probable que lo comente exclusivamente con su pareja.  Eso sí, sabe vida y obra de todo el mundo porque si existe algún punto a favor de esta mujer es que sabe escuchar.  Ella escucha y guarda todo.  Está todo en algún recoveco de su cerebro, solamente su círculo íntimo de amigas o su pareja tendrán acceso a esos contenidos de vital relevancia para una comadre de feria con ganas de hacerse un festival de la vida ajena.  Si se le hacen preguntas directas contestará con evasivas o aguardará a que alguna distraída lleve la conversación hacia lugares menos comprometidos.  Suspirando de alivio, la susodicha utilizará la maniobra de la boca llena; es muy probable que ante la repregunta directa sobre algún aspecto del que ella no quiere soltar prenda, se lleve una torre de sándwiches de miga a la boca balbuceando una respuesta indescifrable que hará que la cháchara vire de dirección nuevamente salvándola por segunda vez.  Cuando las papas queman, la señora en cuestión invocará una cita impostergable con el odontólogo y saldrá arando como rata por tirante dejándolas a todas con las ganas de saber eso que ella jamás quiso contar.

LA PAYASA

La payasa es un corso a contramano.  Se aprende los chistes de memoria para tirarlos en la primera reunión que la tenga como protagonista.  Suele olvidarse de los finales, pero está tan llena de desparpajo que la rema riéndose a carcajadas, logrando contagiarle la risa a su auditorio.  El gen de la vergüenza no está en su ADN, simplemente no le vino, así que pedirle que no haga papelones es una auténtica utopía.  Los amigos, que la conocen, saben que ella es así; pero en reuniones con gente nueva queda como la desubicada que cuenta chistes con groserías y de alto contenido sexual ante un grupo de gente que incluye los hijos del matrimonio anfitrión cuyas edades van desde los diez a los diecisiete años.  La payasa toma dos sorbos de champagne y sus carcajadas se escuchan desde el jardín de la casa del vecino.  Se sabe que llegó porque cuando se encuentra con sus amigas da saltitos y pega unos alaridos insalubres para el oído humano (como los de las quinceañeras en los recitales de Justin Bieber).  Cualquier anécdota que cuenta la payasa es divertida porque aparte de recitarla la actúa.  Así que para los que tienen el privilegio de escucharla, esta mujer es una rutina de stand up ambulante.  Desde la cita con el pediatra de los chicos hasta la visita del plomero, contadas por esta mujer resultan altamente hilarantes.  Pero su humor no se limita a fiestas y reuniones, suele hacer cagar de risa a los padres de los compañeros de sus hijos en las reuniones del colegio descolgándose con un “perdón Fulanito, tu hijo no mirará televisión pero en el patio me contó con lujo de detalles el revolcón que se pegaron los de la novela de las diez, anoche”.  También son frecuentes las risotadas en los negocios donde compra la payasa, la están esperando con el mate a cambio de un par de chistes que le levantan el ánimo a los comerciantes que la atienden.  En la ferretería se descostillan con sus salidas, ya que es muy común que vaya en busca de algún artículo cuyo nombre desconoce pero para llegar a él hará estallar de la risa al vendedor describiendo el “cosito” en cuestión.  Suelen tener de pareja a payasos como ellas, señores que parecen serios pero que le siguen el tren tirando un chiste cada dos segundos.  Pareja divertida, si las hay…

LA HIPOCONDRÍACA

Esta mujer no va a vivir en paz jamás.  Todo lo que padecen los que la rodean, le pasa o le pasará en algún momento.  Se parece al Camaléon de la película “Zelig” de Woody Allen.  Si está con una mujer que acaba de superar un cáncer de seno, lo más probable es que se pase una semana amasándose los pechos con las dos manos buscando bultos, manchas, durezas o cambios significativos en la dermis de sus tetas.  Si se cruza con alguien que estuvo con alguien que tuvo meningitis correrá a vacunarse y a vacunar hasta al perro además de probar su fotofobia, su rigidez de nuca y tomarse la temperatura cada quince minutos (todos síntomas que leyó en internet).  Si le duele un costado, se convence de que tienen apendicitis y si le dicen que no, que es del otro lado, se convence de que tiene un quiste en un ovario o alguna rara enfermedad que la dejará postrada por años.  Si sus hijos tienen fiebre es capaz de resucitar al Doctor Favaloro para preguntarle si no es un virus malísimo en el corazón y puede que busque la manera de poner a sus hijos en lista de espera en el INCUCAI para un corazón nuevo por si las moscas.  Si lee en la revista dominical sobre algún síndrome o la enfermedad de Alzheimer, lo más probable es que saque turno con un neurólogo para hacerse todo tipo de pruebas.  Le tienen terror a la enfermedad, un simple resfrío les parece neumonía y una tos seca un cáncer de pulmón.  No les gustan los chequeos, le tienen terror a abrir el sobrecito con los resultados de laboratorio y, si por alguna de esas casualidades, algún valor no estuviera dentro del rango de referencia son capaces de hacer un testamento y regalar todos sus efectos personales convencidas de que están sentenciadas a perecer en menos de un mes.  Lo más probable es que mueran de viejas, de muerte natural, preguntándose porqué desperdiciaron la vida haciéndose problema por algo que nunca sucedió.

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