lunes, 29 de junio de 2015

DELICIAS DE LA VIDA CONYUGAL (SEGUNDAS PARTES)



Volver a convivir después de los cuarenta y cinco (solo para reincidentes)

“El que se quema con leche, llora cuando ve la vaca”- antiguo proverbio cantonés.  En relaciones humanas, más precisamente carnales (hetero y/o homosexuales), juntar dos historias luego de haberse quemado con leche es un acto de heroísmo digno de cucardas y fanfarrias.
Uno, que va juntando mañas con los años, no es un ser fácil; el otro es un espécimen de similares características que también ha atesorado caprichitos con el correr del tiempo.  A los veintipico, la estupidez del dentífrico o la ropa colgada de la bicicleta fija no ocuparán dos décimas de segundo en tu parietal izquierdo.  Bordeando los cincuenta, puede ser motivo para atrincherarte en el baño con una pistola calibre 22 y dos katanas.

Por eso es tan difícil volver a convivir.  Está claro que uno busca volver a tener lo que una vez se tuvo, pero mejor; sin darse cuenta que en esa gloriosa epopeya se vuelven a caer en lugares comunes y el plato vacío de milanesa en la heladera ameritará una carta documento como antaño.  Es que uno es un ser complejo, el otro es igual o peor y si encima le agregamos unos cuantos años de independencia, soltería, alpedismo y libertad…el éxito de la nueva convivencia tiene los días contados.  Es que hay que ser un kamikaze para volver al yugo cuando uno ha dormido despatarrado con el control remoto en una mano y un cuba libre en la otra haciendo zapping desenfrenadamente.  Hay que ser muy imbécil para entregar la soberanía de la luz del dormitorio para leer, prender el teléfono o la notebook o simplemente ordenar el cajón de la mesita de luz a las dos de la matina.
Sin embargo, muchos volvemos a caer en la trampa.  No es que me arrepienta, estoy contenta porque existen más beneficios que problemas; sin embargo es más divertido hablar de aquellas cosas que hacen que alucinemos con pulverizar a nuestros concubinos.   He aquí una lista de las cosas altamente combustibles que deberíamos evitar para no prenderle fuego a nuestras parejas (nuevas):

Orden/Desorden: Existe una brecha muy grande entre lo que algunos consideran desorden.  Para algunos, el velador levemente desplazado unos dos centímetros de donde suele estar es el caos más absoluto.  Para otros, tres bombachas colgando de las canillas y la ventana del baño es practicidad.  La visión que cada uno tenga del orden dependerá de la memoria fotográfica que tenga el histérico en cuestión y la del partenaire, que deberá fotografiar mentalmente todo lo que el otro organiza para poder dejar las cosas milimétricamente en su posición geográfica original.  Por otra parte, los continuos reproches en cuanto a la cantidad de ropa colgando de la bicicleta fija, la afeitadora sin la tapita protectora, el dentífrico apretado desde el medio y el tamaño de la pastilla de jabón en la bañera pueden ser motivo de un gran incendio matrimonial.

Nivel de arropamiento en la cama: Las mujeres al borde de la menopausia solemos sufrir de calores insoportables en medio de la noche.  Dormidas profundamente gracias al ansiolítico recetado, lo más probable es que le demos una patada al cubrecama, a la frazada y a cualquier otra fuente de calor.  Demás está decir que la primera patada la ligó el señor que duerme al lado, cuya pierna (que pesa unos cuarenta kilos) nos atraviesa el abdomen cual cepo medieval.  Ellos, por otro lado, siempre tienen frío y se van acercando sigilosamente como polilla a la fuente de calor como un pulpo infrarrojo que nos devora de a poco.

La luz para dormir: La mitad del mundo no lee, la otra mitad jode al que lee.  Al principio, cuando todo era color de rosa, la luz del velador estimulaba los sentidos y aseguraba un polvo previo a la lectura.  Quien otrora se durmiera, parado, sentado, escuchando misa, manejando y hasta en el cine, ahora tiene serios problemas para conciliar el sueño por culpa de la tenue lucecita del velador de su acompañante.

Televisor para dormir: Otra fuente inagotable de problemas, la caja boba se ha cargado a más de un matrimonio y otro tanto de convivencias/concubinatos etc..  Lo que otrora uniera para entretener o para hacer una previa antes de un polvo entre propagandas, ahora es causal de divorcio.  Primero, nunca coinciden los gustos en cuanto a la programación elegida, además, llegado el caso que el susceptible a los ruidos cayera en los brazos de Morfeo roncando con el volumen en 20, lo más probable es que se despierte aparatosamente suplicando con mohines que se apague el mismo o bien se anule el audio.

El inodoro:  “El trono” para algunos, es motivo de combustión porque NUNCA hay papel y la víctima lo descubre con horror cuando necesita todo el suplemento inmobiliario del Clarín para limpiar el caos.  Además, nunca sabremos quién es el hijo de puta al que se le acabó el papel, lograr esa confesión es más difícil que Messi haga goles para la Selección.  Otros roces suelen suceder cuando los intestinos se encuentran alineados y ambos desean evacuar su contenido a la misma hora y en el mismo lugar (convengamos que siempre hay más de un baño).

La ducha: La que en otro momento fuera lugar de encuentro para excitantes y peligrosas maniobras sexuales, ahora tan solo es el habitáculo para sacarse la roña.  Son especialmente combustibles el tema del jabón chicle (ese que se hace moco porque en lugar de ponerlo en la jabonera es abandonado a su suerte en un charco de agua y shampoo).  El jaboncito también puede traer problemas serios porque la pastilla erosionada es confinada al bidet donde permanecerá viendo culos hasta el fin de sus días.  El tema es que no ha sido reemplazado por uno más grande, al que le toca se ve obligado a esparcir un cubito de sopa por una figurita regordeta de ochenta kilos.  Es claro que no alcanza, y es claro que el damnificado lo va a hacer saber gritando como un descosido/a.

La ropa: El maniático de la ropa sufrirá al lado de la mujer que hace medio siglo que revoleó la plancha y se niega a volver al yugo.  Dios se apiade de la mujer a la que no le importa para dónde mira el cuello de la camisa de su peor es nada.  Si el loco de las camisas anda suelto en casa, lo mejor será encerrarse en lugar seguro y esperar que la furia baje unos cuatro mil hectopascales.  Por otro lado, él no puede entender porque su partenaire se acuesta a dormir la siesta con una camisa con la que después sale a cenar tapando las arrugas con una pashmina.

La comida: El que vivió mucho tiempo solo se acostumbró a comer comida de rotisería o cantina.  Por lo tanto considera que comer espinaca cruda, radicheta o rúcula son el equivalente a comer pasto de la vereda.  Lo de ellos se limita a milanga con papas fritas.  Si uno les llegara a ofrecer una sopa de verduras que lo hiciera correr al baño, podrán llover siete maldiciones gitanas y es muy probable que se consulte a una curandera para curar el empacho.  Ni el café con leche fatto in casa es bienvenido en estos seres cuyo segundo hogar fue un copetín al paso.  No saben lo que es una tostada de pan de molde, ni un guiso de fideos o una tarta de espinacas.  No lo muevas de la pizza y la milanga porque te denuncia a  Unicef.

El auto: La distancia del asiento al volante es como el trotyl, no le muevas el asiento porque te morfa la cabeza.  No comas dentro del auto.  No pierdas pelo dentro del auto.  No cambies la estación de radio, ni subas o bajes el aire acondicionado.  Ni que hablar de estacionarlo.  Nunca existe un buen lugar para dejar el maldito auto.  Una puede dejar el auto tirado donde encuentre un agujero de idénticas dimensiones, él tienen que encontrar el lugar justo y amparado de todo mal donde ni la gente ni las ramas de los arbustos lo rocen.  Caso contrario, pelea para alquilar balcones.

La mesa en restaurantes y confiterías: Para algunos no es materia de discusión, ni siquiera de preocupación.  Depositan el culo en el primer lugar disponible.  Para otros, los Sheldon Cooper (ver The Big Bang Theory), el lugar tiene que ser el ideal.  Esto se traduce a un lugar donde los asientos sean cómodos, donde se pueda ver para afuera por las ventanas, tiene que estar a más de veinte pasos de los baños, no tener corrientes de aire, tiene que contar con la visión ideal para que los mozos se percaten de tu presencia y alejados de la fuente de frío/calor dependiendo de la estación del año.  Lo más insólito de esto es que no suelen protestar en el momento, luego de consumir y pagar harán una encíclica papal con los motivos por los que no deberían haberse sentado donde se sentaron en lugar de pedir un cambio y sentarse donde hubieran deseado sentarse.


Queridos reincidentes, si van a cometer el acto heroico de la convivencia en más de una oportunidad, intenten prestar atención a estos puntos.  O bien aprenden artes marciales, tirar con escopeta, se compran el libro de Lorena Bobbit…en fin…están bajo aviso.

Una reincidente

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