Volver a convivir después de los cuarenta y cinco (solo para
reincidentes)
“El que se quema con leche, llora cuando ve la vaca”-
antiguo proverbio cantonés. En
relaciones humanas, más precisamente carnales (hetero y/o homosexuales), juntar
dos historias luego de haberse quemado con leche es un acto de heroísmo digno
de cucardas y fanfarrias.
Uno, que va juntando mañas con los años, no es un ser fácil;
el otro es un espécimen de similares características que también ha atesorado
caprichitos con el correr del tiempo. A
los veintipico, la estupidez del dentífrico o la ropa colgada de la bicicleta
fija no ocuparán dos décimas de segundo en tu parietal izquierdo. Bordeando los cincuenta, puede ser motivo
para atrincherarte en el baño con una pistola calibre 22 y dos katanas.
Por eso es tan difícil volver a convivir. Está claro que uno busca volver a tener lo
que una vez se tuvo, pero mejor; sin darse cuenta que en esa gloriosa epopeya
se vuelven a caer en lugares comunes y el plato vacío de milanesa en la heladera
ameritará una carta documento como antaño.
Es que uno es un ser complejo, el otro es igual o peor y si encima le
agregamos unos cuantos años de independencia, soltería, alpedismo y libertad…el éxito de la nueva convivencia tiene los días contados. Es que hay que ser un kamikaze para volver al
yugo cuando uno ha dormido despatarrado con el control remoto en una mano y un
cuba libre en la otra haciendo zapping desenfrenadamente. Hay que ser muy imbécil para entregar la
soberanía de la luz del dormitorio para leer, prender el teléfono o la notebook
o simplemente ordenar el cajón de la mesita de luz a las dos de la matina.
Sin embargo, muchos volvemos a caer en la trampa. No es que me arrepienta, estoy contenta porque
existen más beneficios que problemas; sin embargo es más divertido hablar de
aquellas cosas que hacen que alucinemos con pulverizar a nuestros
concubinos. He aquí una lista de las
cosas altamente combustibles que deberíamos evitar para no prenderle fuego a
nuestras parejas (nuevas):
Orden/Desorden: Existe una brecha muy grande entre lo que
algunos consideran desorden. Para
algunos, el velador levemente desplazado unos dos centímetros de donde suele
estar es el caos más absoluto. Para
otros, tres bombachas colgando de las canillas y la ventana del baño es
practicidad. La visión que cada uno
tenga del orden dependerá de la memoria fotográfica que tenga el histérico en
cuestión y la del partenaire, que deberá fotografiar mentalmente todo lo que el
otro organiza para poder dejar las cosas milimétricamente en su posición
geográfica original. Por otra parte, los
continuos reproches en cuanto a la cantidad de ropa colgando de la bicicleta
fija, la afeitadora sin la tapita protectora, el dentífrico apretado desde el
medio y el tamaño de la pastilla de jabón en la bañera pueden ser motivo de un
gran incendio matrimonial.
Nivel de arropamiento en la cama: Las mujeres al borde de la
menopausia solemos sufrir de calores insoportables en medio de la noche. Dormidas profundamente gracias al ansiolítico
recetado, lo más probable es que le demos una patada al cubrecama, a la frazada
y a cualquier otra fuente de calor.
Demás está decir que la primera patada la ligó el señor que duerme al
lado, cuya pierna (que pesa unos cuarenta kilos) nos atraviesa el abdomen cual
cepo medieval. Ellos, por otro lado,
siempre tienen frío y se van acercando sigilosamente como polilla a la fuente
de calor como un pulpo infrarrojo que nos devora de a poco.
La luz para dormir: La mitad del mundo no lee, la otra mitad
jode al que lee. Al principio, cuando
todo era color de rosa, la luz del velador estimulaba los sentidos y aseguraba
un polvo previo a la lectura. Quien
otrora se durmiera, parado, sentado, escuchando misa, manejando y hasta en el
cine, ahora tiene serios problemas para conciliar el sueño por culpa de la
tenue lucecita del velador de su acompañante.
Televisor para dormir: Otra fuente inagotable de problemas,
la caja boba se ha cargado a más de un matrimonio y otro tanto de
convivencias/concubinatos etc.. Lo que
otrora uniera para entretener o para hacer una previa antes de un polvo entre
propagandas, ahora es causal de divorcio.
Primero, nunca coinciden los gustos en cuanto a la programación elegida,
además, llegado el caso que el susceptible a los ruidos cayera en los brazos de
Morfeo roncando con el volumen en 20, lo más probable es que se despierte
aparatosamente suplicando con mohines que se apague el mismo o bien se anule el
audio.
El inodoro: “El trono”
para algunos, es motivo de combustión porque NUNCA hay papel y la víctima lo
descubre con horror cuando necesita todo el suplemento inmobiliario del Clarín
para limpiar el caos. Además, nunca
sabremos quién es el hijo de puta al que se le acabó el papel, lograr esa
confesión es más difícil que Messi haga goles para la Selección. Otros roces suelen suceder cuando los
intestinos se encuentran alineados y ambos desean evacuar su contenido a la
misma hora y en el mismo lugar (convengamos que siempre hay más de un baño).
La ducha: La que en otro momento fuera lugar de encuentro
para excitantes y peligrosas maniobras sexuales, ahora tan solo es el
habitáculo para sacarse la roña. Son
especialmente combustibles el tema del jabón chicle (ese que se hace moco
porque en lugar de ponerlo en la jabonera es abandonado a su suerte en un
charco de agua y shampoo). El jaboncito
también puede traer problemas serios porque la pastilla erosionada es confinada
al bidet donde permanecerá viendo culos hasta el fin de sus días. El tema es que no ha sido reemplazado por uno más grande, al que le toca se ve obligado a esparcir un cubito de sopa por una
figurita regordeta de ochenta kilos. Es
claro que no alcanza, y es claro que el damnificado lo va a hacer saber
gritando como un descosido/a.
La ropa: El maniático de la ropa sufrirá al lado de la mujer
que hace medio siglo que revoleó la plancha y se niega a volver al yugo. Dios se apiade de la mujer a la que no le
importa para dónde mira el cuello de la camisa de su peor es nada. Si el loco de las camisas anda suelto en
casa, lo mejor será encerrarse en lugar seguro y esperar que la furia baje unos
cuatro mil hectopascales. Por otro lado,
él no puede entender porque su partenaire se acuesta a dormir la siesta con una
camisa con la que después sale a cenar tapando las arrugas con una pashmina.
La comida: El que vivió mucho tiempo solo se acostumbró a
comer comida de rotisería o cantina. Por
lo tanto considera que comer espinaca cruda, radicheta o rúcula son el
equivalente a comer pasto de la vereda.
Lo de ellos se limita a milanga con papas fritas. Si uno les llegara a ofrecer una sopa de
verduras que lo hiciera correr al baño, podrán llover siete maldiciones gitanas
y es muy probable que se consulte a una curandera para curar el empacho. Ni el café con leche fatto in casa es
bienvenido en estos seres cuyo segundo hogar fue un copetín al paso. No saben lo que es una tostada de pan de
molde, ni un guiso de fideos o una tarta de espinacas. No lo muevas de la pizza y la milanga porque
te denuncia a Unicef.
El auto: La distancia del asiento al volante es como el
trotyl, no le muevas el asiento porque te morfa la cabeza. No comas dentro del auto. No pierdas pelo dentro del auto. No cambies la estación de radio, ni subas o
bajes el aire acondicionado. Ni que
hablar de estacionarlo. Nunca existe un
buen lugar para dejar el maldito auto.
Una puede dejar el auto tirado donde encuentre un agujero de idénticas
dimensiones, él tienen que encontrar el lugar justo y amparado de todo mal
donde ni la gente ni las ramas de los arbustos lo rocen. Caso contrario, pelea para alquilar balcones.
La mesa en restaurantes y confiterías: Para algunos no es
materia de discusión, ni siquiera de preocupación. Depositan el culo en el primer lugar
disponible. Para otros, los Sheldon
Cooper (ver The Big Bang Theory), el lugar tiene que ser el ideal. Esto se traduce a un lugar donde los asientos
sean cómodos, donde se pueda ver para afuera por las ventanas, tiene que estar
a más de veinte pasos de los baños, no tener corrientes de aire, tiene que
contar con la visión ideal para que los mozos se percaten de tu presencia y
alejados de la fuente de frío/calor dependiendo de la estación del año. Lo más insólito de esto es que no suelen
protestar en el momento, luego de consumir y pagar harán una encíclica papal
con los motivos por los que no deberían haberse sentado donde se sentaron en
lugar de pedir un cambio y sentarse donde hubieran deseado sentarse.
Queridos reincidentes, si van a cometer el acto heroico de
la convivencia en más de una oportunidad, intenten prestar atención a estos
puntos. O bien aprenden artes marciales,
tirar con escopeta, se compran el libro de Lorena Bobbit…en fin…están bajo
aviso.
Una reincidente
Una reincidente
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