Un desafío a la paciencia de los argentos
En
Argentilandia ningún trámite que involucre un organismo estatal, provincial o
municipal será tarea fácil. Cualquier
argento que se precie de ello sabrá que sobrevivir en esta bendita tierra es
más complicado que acampar en la luna.
Renovar un documento para acreditar identidad, patentar un auto,
transferir el título de un inmueble o tramitar el pasaporte para salir del país
es un dolor de huevos monumental.
En este
caso en particular voy a referirme exclusivamente a la renovación de la
licencia de conducir, trámite que me ha llevado puesto casi un tanque de nafta,
dinero y unas doce horas de mi vida en dos capítulos. Catarsis en forma de anécdota es lo que voy a
intentar hacer.
Ya sabía
que la licencia vencía en febrero. Saqué
el carnet y conté los días hábiles, no me quedaba mucho margen para el error,
rechazo, rebote y la mar en coche. Es
por esto que busqué los requisitos por internet y le encomendé a mi hijo
averiguar costos y tiempos. Parecía
sencillo…parecía.
Hace un año
renové el DNI y cuando me lo entregaron me percaté que me habían cambiado el
partido (municipio), por lo tanto iba a tener que solicitar la licencia en el
partido nuevo. Hete aquí que ese partido
solicitaba un “certificado de legalidad” expedido por el municipio otorgante de
la licencia vieja. Busqué más de media
hora el teléfono del municipio que debía proveerme el certificado y pude hablar
con una persona muy amable que me enviaba a las 7.30 hs. a la Dirección de tránsito. Un trámite facilísimo de una media horita o
más. A mi hijo le pidieron que fuera
bien temprano a presentar la solicitud de renovación de nuestras licencias.
Puse la
alarma y me levanté en el horario que los gallos cantan y el sol todavía no
asoma, a pesar de estar en pleno verano.
Me maquillé como una puerta para salir dignamente en la foto carnet y
emprendí un viaje del 30 kms. rumbo al municipio que me legalizaría mi vieja
licencia. Munida de la impresión del
google maps con la dirección exacta me perdí o no quise anoticiarme
inconscientemente, de que esa fila de 35 personas estaba esperando antes que yo
entrar al lugar indicado. Estacioné y me
bajé con los pelos de nuca electrizados como boyero para perros. Pregunté y un señor con cara de mustia resignación me explicó que venía a
hacer lo mismo. Faltaban veinte minutos
para que abrieran sus puertas, así que me dediqué a repetir en voz baja un par
de mantras para mantener el monstruo que vive en mí a raya. A la hora señalada abrieron sus puertas y un
señor que nos dirigía como vacas al matadero nos mandó a un lugar
equivocado. Menos mal que se nos dio por
preguntar o todavía estaría ahí echando raíces.
Cuestión que a los veinte minutos, un dibujito animado salido del Cartoon
Network me pide mi licencia y dice que va a atenderme. Feliz como una boludita con dinero suelta en
un shopping, tuve que guardar las muelas dentro de la boca con los dedos, para
dejar de sonreír. La señora (una mujer
de unos 60 años enfundada en ropas apretadas y de colores chillones), estuvo
unos 25 minutos peleando con la pc hasta que otra señora de 55 años acudió en
su rescate. Luego de un breve cónclave,
ví las luces de la impresora y recé un rápido rosario. Parecía que iba a obtener lo que había ido a
buscar y no había corrido sangre, todavía.
Lista para llevarme el papelito, sonriendo agradecida extendí la mano
para agarrar el papelito. La cacatúa
ambulante me dio el papelito junto con otro y me avisó que tenía que volver a
hacerlo firmar previo pago de 20 pesos en el Banco Provincia que abría
exactamente dos horas después de esta conversación. Le expliqué que tenía que ir al otro
Municipio y que había solicitado permiso en el trabajo para realizar el
trámite, que por favor me cobraran ahí.
Sabiendo que la respuesta era un NO rotundo que la señora tenía incrustado
a flor de culo, me retiré puteándola en silencio. Mi hijo me sugirió ir igual al otro municipio
y presentar el papelito sin firma, pagando el arancel con los aranceles de la
renovación. Le hice caso, puse primera y
salí como Batman camino a la otra oficina.
Treinta
kilómetros y media hora después estacionamos y nos dirigimos a la dependencia
correspondiente temblando por el bendito papel. Presentamos ambas licencias y
ahí nomás me solicitaron la legalización sin firma que llevaba en la
cartera. Gracias a Dios ni la miraron
pero nos advirtieron con cara de espanto “no tenemos sistema”. Les pregunté qué podíamos hacer, volviendo a
repetir que debía volver a trabajar y necesitaba realizar el trámite ese
día. Nos sugirieron ir haciendo la
visita al oftalmólogo en el hospital local.
Salí arando al hospital y anduve unos diez minutos deambulando de puerta en
puerta hasta que un plumero platinado con cara de pocos amigos levantó el dedo
índice y me dijo “allá”. Allá había como
unas seis personas delante, un pronóstico alentador teniendo en cuenta que el
número de gente delante de mí era inferior a dos dígitos. Una hora después y dos papeles firmados por
una médica que nos hizo leer letras en una pizarra con un ojo tapado, corrimos
como caballos en un Derby a la oficina de licencias. Allí nos volvieron a aclarar que si nos
quedábamos era bajo nuestra absoluta responsabilidad ya que el sistema no
funcionaba y no tenían idea de cuándo se iba a solucionar el
inconveniente. Lo que en la tele denominan
“pronóstico reservado”. Me senté a contar
baldosas puteando en voz baja, esperé una media hora hasta que me fui resignada
con la certeza de que iba a volver y no iba a ser fácil. Demás está decir que si te agarran manejando
con la licencia vencida te llenan el culo de multas y no sé si te sacan el
auto. Con lo cual uno está encerrado a
merced del “sistema”,
Al día
siguiente volvimos a madrugar y ocho en punto llamamos a la oficina (ya en
viaje hacia allí), para asegurarnos de que íbamos a poder finalizar el
trámite. Según las empleadas de la
oficina, el sistema había mutado de muerto a lento…lentísimo. Vengan, pero no les aseguramos nada. Como inmersa en un deja vu del orto, me bajé del auto
papelito en mano y corrí hacia el templo de la burocracia. Nos recibieron los papelitos y comenzamos a
ver caras con las cuales nos habíamos familiarizado el día anterior. Hablando con gente que estaba esperando nos
enteramos que el sistema había fallado quince días seguidos, con lo cual había
una cantidad importante de gente, o sea conseguir el registro ese día iba
a ser una tarea complicada teniendo en cuenta que la oficina cierra a las 13.00
hs. y había que pagar un arancel en el Banco que abría a las 10.00 hs. Galopando como antílopes a merced de una
manada de leones, acampamos en la fila del banco, a unos 80 metros y 50
personas antes de la puerta de acceso.
Eran las 9 y yo ya tenía la vejiga del tamaño de una pelota de básquet. Sin nada que hacer salvo mirar el reloj cada
cinco minutos puteando al Gobernador provincial y todo su elenco estable de
gusanos malparidos, fantasee con hacer una masacre a lo Tarantino bañando la
pared en la que me apoyaba con sangre de jubilado y pensionado. Porque delante de mí había gente llena de
boletas para pagar y unos 25 jubilados con ganas de hacer sociales con los
cajeros. Haciendo equilibrio de pie en
pie fue pasando la horita larga mientras el sol fue pegando duramente en los
ojos y la cabeza. El líquido que había
acumulado en la vejiga ahora mutaba en forma de transpiración hacia la espalda,
el cuello y las piernas. A las 10
comenzamos a desplazarnos como zombies hacia el interior del Banco formando una
fila caracol plegada sobre sí misma donde el último rozaba al primero y la
armonía se rompía toda vez que una señora con un pibe de once años anclado en
la cadera (para usarlo de escudo humano y pasar antes) o una embarazada o abusardada clamaba su derecho para pasar sin
sufrir. Cuarenta minutos después pude
pagar todas las boletas y volví a galopar las calles hasta el municipio. Entregué los papelitos y me informaron que el
sistema había involucionado de lento a lentísimo. Pude descargar una catarata de pis en el baño
de discapacitados ya que los otros dos baños eran un lago hediondo que no
pensaba pisar (enfundada en pollera larga y zuecos que comenzaban a hacer doler
los pies). Me senté y rebuzné como un
asno de pura bronca. Comencé a hablar
con la gente para sacar una estadística que me permitiera calcular una
probabilidad de éxito. Ocho personas
delante que ya habían venido un par de veces.
Estaba frita como un cornalito en Chichilo. Aburrida y caliente como un pancho, me dediqué
a escribir pelotudeces en el Facebook. Me
leí la revistita municipal con la propaganda proselitista del mes y volví a
contar baldosas a las reputeadas limpias.
Eran las 11 y media. Tenía hambre
y sed, comenzaba a convertirme en un peligro para la sociedad. Me asomé a la ventanilla, el sistema estaba
en terapia intensiva. En la ventanilla
contigua a la oficina de licencias, un señor que había visto el día anterior
pagaba algo. Encuesto al público
presente y para mi insano alborozo me entero de que hay que pagar otra cosa
más. Cuando me paro para pedir el recibo
me sugieren sentarme o me iba a ligar una reprimenda municipal con riesgo de
obtener la licencia el día del arquero.
Me senté bufando y conté hasta veinte respirando a lo yoga. Doce y media se me acerca un personaje que se
escapó de una peli de Tim Burton y me entrego el bendito papelito. Enjugándome las lágrimas de emoción con la
papeleta, hice la fila camino a la tierra prometida. Media hora después había pagado y continuaba
esperando. Llamaron a un señor que yo conocía del día anterior y luego a
otro. Estaba cerca pero todavía sin cantar
victoria. A los veinte minutos pude escuchar
mi apellido, que funcionó como un gatillo que me hizo saltar de la silla. Me hicieron sentar y ahí pude recordar el
acicalamiento del dia anterior para la foto.
Lamentablemente hoy iba a ser retratada con los pelos pegados a la cara
por la transpiración, la cara de ojete correspondiente a la situación y el
rictus de terror propio de pensar en que el sistema pudiera colgarse justo
cuando se iba a producir el orgasmo burocrático. Por suerte me pudieron sacar la foto, las
huellas digitales y el certificado de buena conducta sin problemas. Luego entró mi hijo con idéntica suerte.
Llegué a mi
casa como si hubiera estado cosechando arroz en Vietnam con los americanos
rociando gas naranja sobre mi cabeza. Se
supone que la próxima semana tendré mi licencia nueva…se supone.
Una
reflexión: ¿Porqué una oficina abre a
las 8 si todos los trámites que dependen de esa dependencia se pueden abonar
exclusivamente en una sola entidad que abre dos horas después? ¿Porqué alguien
se adueñó de doce horas de mi vida, el tiempo, lo más valioso que un ser humano
tiene? La respuesta que se me viene a la
mente es que somos todos muy boludos.
Los que esperamos sin hacer nada más que agachar la cabeza para que no
tomen represalias con nosotros (todos sabemos que no existe nada más peligroso
que un empleado municipal prendido fuego) y los que idearon el sistema perverso
y pelotudo que permite que gente en todas partes haga filas interminables
circulando con papelitos en la mano de un lugar a otro resignada como vacas caminando
al matadero. Algo tiene que cambiar,
espero que cambie porque en cinco años no creo tener tanta paciencia.
Y si llego
a salir fea en la foto de la licencia…bue…Dios se apiade de esa empleada…
2 comentarios:
Mi mas sentido pésame Pau. Eso demuestra que no hay que sacar licencias de conducir. Los héroes no usan licencia! Hay que robar un auto, preferentemente de algún empleado municipal que además viene bien para tomar de rehén, y salir arando a escopetazos por la ventana. En última instancia, si la cosa se pone peluda, lo abandonás en un embotellamiento a lo Michael Douglas y salís a reventar supermercados careros, locales de McGarcha, y por que no, alguna maestra maltratadora de niños... -sigo obsesionado con el "monotema", lo sé-
Tenés razón, aparentemente es lo más sano que podría haber hecho jajajaja.
Beso y gracias por comentar!
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