domingo, 9 de julio de 2017

EPISODIOS ELECTRODOMÉSTICOS


De como George Clooney me encajó una Nespresso en un Hot Sale



Me fumé los comerciales de las cafeteras Nespresso durante años.  Nunca me importó demasiado el aparato, me quedaba medio atontada con los ojos como dos huevos fritos mirando a Clooney y sus trajes impecables color gris en contraste con sus camisas almidonadas color blanco nieve.  Eso, sumado a su tono de piel eternamente bronceada y sus canas perfectamente peluqueadas hicieron que el famoso café pasara desapercibido delante de mis retinas.  Es más, miré esos comerciales intentando recordar qué vendían, sin éxito.
Hace un par de meses una compañera de trabajo estaba tecleando en la computadora "on fire" sacándole chispas al teclado al compás de las ofertas de un infame "hot sale"; me comentó que había adquirido la famosa cafetera a un precio super accesible.  Tentada por la ganga, me embarqué en la misma operación y ambas pasamos las siguientes cuarenta y ocho horas esperando el mail para retirar lo que para mí era la lámpara de Aladino.
Como la ansiedad me gana, y suelo vivir con unas veinticuatro horas de anticipación, apenas recibí el mail salí arando con el auto para juntarme con mi famosa cafetera.  Entré al supermercado para comprar las cápsulas descubriendo con horror, al volver a la oficina, que me había atiborrado de cartuchos de café que no servían para el modelo que había comprado.  Conseguir que el supermercado me hiciera el crédito en la tarjeta es material para otra columna, sólo puedo decir que invertí más de cuatro horas de mi vida para hacerme del dinero y comprar las correctas (previo arrastrarme por el piso y poner cara de vaca camino al matadero).  Y todo porque no pude domesticar mi paciencia como para tomarme el trabajo de leer el manual del usuario o investigar algo sobre este mundo Clooney-Nespresso.
Llegué a casa con el aparato y las cápsulas correctas, como soldado que vuelve a casa después de un mes de vivir en una trinchera esquivando misiles, cansada pero con la adrenalina de la novedad.  Desenvolví la maquinita, estudié el manualcito e hice todo lo que las instrucciones ordenaban.  Ingrata fué mi experiencia, habiendo hecho todo lo correcto, tuve que sentarme frente a la notebook para redactar mi primera carta a Defensa al Consumidor; motivo de la queja: Clooney no me vino en el kit.  
La cafetera hace un café delicioso y utilicé el dispositivo para ahogar mis penas en café "Livanto" o "Capriccio" con suaves notas a cereal, de bouquet equilibrado compuesto de Arábicas de América.  Me probé las diez cápsulas de regalo paseando con el paladar por todos los países de América y la India.  George nunca me acercó una taza, ni me invitó al pasear en lancha por el Lago di Como pero me pasé un mes sin pegar un ojo.  En mis noches de insomnio podría haber soñado de a ratos con las camisas blancas, sus relojes Omega y esos trajes tan bien planchados que parecen tallados en mármol.  Pero no, en mis diminutos lapsos de sueño aparecieron Voldemort, Kim Jong Un, el payaso de IT, Sauron y los Orcos, Ozzy Osbourne y Benjamin Linus.  De sobredosis de café pasé a unas lindas pastillas para inducir el sueño (tipo ladrillazo en la nuca) y cápsulas de descafeinado Nespresso para zombies e insomnes.
Superada la crisis cafetera, la heladera comenzó su quinta glaciación, totalmente mimetizada con la "Era de hielo" la muy guacha se apoderó de frascos, frutas y envolturas de fiambre que había que robarle a fuerza de cuchillazos a un bloque de hielo digno del Perito moreno.  Sólo faltaba la ardilla y la bellota.  La pobre heladera pedía pista o un termostato nuevo, pero además cargaba con el sino de pertenecer a otra década, otro matrimonio y otra historia.  Era tiempo de sacársela de encima.  Para no ser menos, el lavarropas decidió hacerse el bonito y dejar de desagotar.  Mi marido, harto de desarmarlo y arreglarlo lo hizo funcionar a patadas las últimas tres veces hasta que  pasé por un negocio y me emborraché con la resaca del hot sale.  
Es increíble ver lo mucho que cambian los aparatos en relativamente corto tiempo (y lo poco que duran).  Mi abuela tuvo una heladera eterna, mi primer heladera fué longeva; así que deshabituada al cambio tecnológico de este tipo de aparatos, cuando llegaron a casa pensé que estaban descargando el transbordador espacial y a R2D2.  Después de dos horas de estudiar programas de lavado y el tiempo prudente para enchufar la heladera nos decidimos a hacer el primer lavado-secado de nuestra historia matrimonial. 
Terminamos ese sábado sentados en el piso mirando el display digital del lavarropas (más parecido al control de la Soyuz que al timer de una lavadora) y escuchando el sonido a turbina de avión del proceso de centrifugado, anonadados con los calores del secado...brindando con dos ristrettos Nespresso.

Ya no sueño con monstruos ni con George, ahora sueño con cuotas, intereses, tarjetas, vencimientos y mucha ropa limpia!!!


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