HOMENAJE A MIRTHA ALICIA TRIANGELI (mi vieja)
Mi vieja era un bicho solitario e independiente. Hasta que el cigarrillo no comenzó a cobrarle
facturas, se manejaba relativamente sola.
Fue el ejemplo vivo del Ave Fénix.
Supo recuperarse y reinventarse para apechugar las palizas que la vida
le había deparado. Caprichosa como pocas
y terca como una mula, mi vieja se salía con la suya y tenía la tenacidad para
sobreponerse a cualquier situación desfavorable que le tocara en suerte. Siempre admiré la capacidad de recuperación a
la adicción al alcohol, vicio difícil de combatir como pocos; ella salió de
Alcohólicos Anónimos no solamente curada, además con novio. Mi viejo la había dejado, enamorado de su empleada
de ese entonces, ahora su esposa y madre mis dos hermanos menores. Mi viejo, un confeso enamoradizo en sus años
de juventud, no le hizo la vida fácil a mi mamá; además de ir tras su hobby (el
automovilismo) que lo alejaba de casa con frecuencia.
Recuerdo la pena que me dio mi mamá cuando me contó que
habían ido a una fiesta y mi viejo no la había sacado a bailar. Son esas cosas que quedan grabadas a fuego en
la cabeza, vaya uno a saber por qué. Pero
de esa se repuso, y luego de varios años de alcoholismo, recuperada y con amor
nuevo se dedicó a disfrutar de su vida con intensidad. Fueron años donde llovieron las invitaciones
a viajes, restaurantes, vacaciones y todo lo que mi madre nos pudiera dar con
el dinero que había heredado de su padre.
Estando de novia del padre de mi hijo, me quedé en casa mientras mi
vieja se fue con mi hermana de gira por Europa.
Demás está decir que trajeron las valijas llenas de ropa, cosméticos y
bijouterie para un regimiento.
El dinero de mi abuelo salía de varias empresas que se
fundieron; cuando quedé embarazada de mi hijo las empresas estaban
tecleando. Mamá viajó a Miami y Nueva
York con mi padrino y su mujer. Recuerdo
que mi hermana estaba embarazada de su segundo hijo, el primero (mi ahijado)
tendría unos dos años y monedas. Pagó
sobrepeso de equipaje porque en cada una de esas cinco valijas había ropa para
vestirlos a los dos más todos los que vinieron después (dos hijos de la cuñada
de mi hermana, mi hijo y varios más).
Juguetes no les faltaron, mi vieja compraba lo mejor de lo mejor;
mientras tuvo dinero no bajó la luna pero casi.
Y cuando se quedó sin nada, jamás entró a nuestras casas con las manos
vacías. Porque las empresas se
fundieron, los socios la jodieron feo, los compradores de las propiedades
dejaron de pagarle y mal aconsejada se asoció con más chorros que le sacaron lo
poco que le quedaba. Igualmente se dio el
lujo de prestarle dinero a mi cuñado para abrir una sucursal de su
confitería. Mientras tuvo dio y perdió,
porque nadie devolvió.
Entonces mi mamá reinventó otra mujer, una laburante a full
que caminó las calles del microcentro y se metió en los lugares más recónditos
del Gran Buenos Aires haciendo gestoría del automotor en forma hiper
profesional. Tal es así que fue contratada
por una gran Compañía de Seguros para realizar las bajas por robo. Cuando me separé la primera vez del padre de
mi hijo, no lo dudó un instante, me llevó a trabajar con ella para ayudarme a
pagar las cuentas. Tenía mucho trabajo y
se deslomaba hasta tarde preparando los trámites del día siguiente. Así y todo, no había fin de semana que no
viniera con un Fiat Duna destartalado a ver a mis sobrinos y mi hijo en cuanto
acontecimiento escolar, familiar o religioso tuvieran. Siempre corriendo, siempre al borde del
desastre porque su auto era un peligro y manejando era Fangio versión
femenina. Pero siempre aparecía. Muchas veces se quedaba a dormir en mi casa y
me hacía compañía cuando mi compañero de ese momento estaba en Marte, de viaje,
encerrado trabajando o durmiendo. Mi
casa era el lugar donde mi mamá se juntaba con sus nietos, que ya en la pre
adolescencia le rogaban que les enseñara a jugar al truco o al póker. Ella tenía su manera de vincularse con ellos
y aunque fuera por un peso, la timba era el aglutinante entre abuela y nietos.
La pareja de mi mamá había fallecido unos años antes y su
vida se resumió en laburo, fines de semana en casa para ver a la familia y no
mucho más que eso. Hasta que me
divorcié, entonces se convirtió en mi compañera inseparable. Para escucharme, para contenerme, para
ayudarme con dinero o darme el auto para que pudiera ponerme a laburar y
sostener a mi hijo. Entonces nos hicimos
amigas con todo lo que eso implica, peleas para alquilar balcones y llamados
telefónicos interminables para contarnos todo.
Salíamos al cine, a cenar, al teatro y a vacacionar juntas. Cabe destacar que en una oportunidad, todavía
casada pero sin posibilidades de salir en verano por la economía familiar, mi
vieja me invitó a uno de los hoteles más caros de Mar del Plata…lo recuerdo especialmente
porque fue la primera y única vez que mi hijo se subió a un avión. Instaladas allí, a los pocos días apareció mi
hermana con su familia, mi mamá pagó el hotel para todos. Lo aclaro porque se ha tildado a mi vieja de
egoísta y de rompe huevos, pero mientras tuvo para dar todos aprovecharon la
volteada. Lamentablemente ese mensaje se
les pasó a sus queridos nietos, a quienes ella amaba y falleció quedándose con
las ganas de verle la cara a su primera bisnieta.
Mi mamá siempre tuvo un lugar en mi mesa dominical, una cama
en mi casa; yo también he sido recibida compartiendo cama matrimonial con ella
toda vez que me reunía con amigas en Capital o simplemente arreglábamos para
almorzar un domingo en su barrio y de paso sacar a pasear a mi abuela. Hasta que conocí a mi actual pareja, siempre
estuvimos juntas a pesar de un par de agarradas de pelos como toda madre e
hija. A mi vieja le encantaban el sol y
la pileta, así que soñaba con ser invitada a la pileta de mi hermana, cosa que
a veces se complicaba ya que mi cuñado decía que mi vieja le rompía las pelotas
y su casa era sagrada. De todas formas,
a veces se le daba y podía nadar en esa pileta, de lo contrario se conformaba
con la mía de lona.
Cuando mamá empieza con problemas económicos y de salud, se
hizo imperioso salvar su departamento de las deudas y comprarle un lugar para
vivir cerca de sus hijas. Hicimos una
doble operación mudando a mi abuela y a mi vieja a un departamento a cinco
minutos de nuestras casas (mi hermana y yo vivimos en casas linderas). Entonces mi vieja dejó de trabajar y el mundo
que conocía hasta ese momento se desvaneció.
De repente se encontró encerrada en un lugar ajeno a todo lo familiar,
con una madre con demencia senil que hacía desastres y sin motivos para salir a
la calle. También se liberó del stress
de la vida laboral cotidiana, pero visto a la distancia, su mundo eran su
laburo, su barrio, sus cafés en la esquina y los tres o cuatro negocios que
frecuentaba en Barrio Norte. Acá, cerca
nuestro comenzó a depender de remises para ir a tomar un café y ver pasar
gente, su deporte favorito. De alguna
manera quedó confinada a un lugar de difícil acceso con una rampa de ladrillos
que cada vez se hizo más jodido subir por su pierna más corta fruto de polio
infantil. Cobrando una pensión no
contributiva, sin el amparo de una obra social adecuada y con una hija (yo) que
laburaba doce horas por día y otra que laburaba cinco la cosa se le hizo cuesta
arriba.
Mi abuela se puso peor, la ingresamos en un Asilo para
ancianos, mi vieja debió sobrevivir con la pensión exclusivamente y la ayuda
que pudiéramos brindarle para sus gastos extras. Así empezó el ocaso de su vida. Perdió el interés en cocinarse, de arreglar
su casa y la vida se redujo al cafecito del pueblo y la televisión (siempre le
gustó en cine). Sin embargo, con mi
pareja la llevábamos a pasear, no hubo un solo fin de semana que no viniera a
casa o nos acompañara a la casa de mi suegra.
Pascuas, Días de la Madre, nuestros y sus cumpleaños, Navidades y Fines
de Año siempre la tuvieron como invitada; gracias a Dios mi pareja viene de una
familia donde la gente mayor es venerada y mi vieja no fue una excepción para
él. Le refaccionó un placard (que ella
amaba) para mudarla a la planta baja de su casa porque sus piernas comenzaron a
fallarle y no podía desplazarse con facilidad, mucho menos trepar una empinadísima
escalera. Además le colocó todos los
artefactos eléctricos, espejos, cuadros, estufas, accesorios de baño y hasta le
arregló el termotanque. Atento como
pocos a las necesidades de una suegra que con la edad se puso quisquillosa y
ñañosa; mi vieja siempre tuvo ayuda nuestra para todos los problemas
cotidianos. Y jamás le faltó el afecto
de mi nueva familia de tres, conformada por mi hijo y mi pareja.
En octubre del 2014 mi hermana y yo la llevamos al médico
porque comenzó a tener serios problemas para desplazarse e incontinencia. Todos nos aconsejaron llevarla a un
Geriátrico. Cabe destacar que mi mamá fue
una fumadora empedernida hasta cuatro años antes de irse de este mundo. El cigarrillo la mató de la manera más cruel
que uno pueda imaginarse. No alcanzaron
esos cuatro años de abstinencia de nicotina, el daño estaba hecho. La irrigación sanguínea a la pierna afectada
por la polio era nula. Era el principio
del fin. Mi hermana solicitó una vacante
en el asilo de Capilla del Señor donde todavía vive mi abuela. El médico admisor debía dar su visto
bueno. La subimos al auto engañada y
descubrimos con horror que tenía una cuchilla de cocina en la cartera por miedo
a que la encerráramos. A mí ese episodio
me hizo ruido en la cabeza, en el momento rabia y luego comprensión y
compasión. Demás está decir que el
médico sentenció un rotundo NO al ingreso en el Asilo por la franca resistencia
de mi vieja a ser internada.
En noviembre del 2014 mamá queda internada por una falla
seria en una de sus piernas, salió de esa internación en silla de ruedas y
pañales. Mi hermana, que suele ahogarse
en un vaso de agua unas cuatro veces por día, me puso a buscar Geriátricos por
toda la zona. El bombardeo por mail, teléfono
y personalmente rayaba con el acoso. Fui
a visitar un lugar recomendado en Campana, sin ir a verlo me dijo que estaba de
acuerdo y la llevamos engañada un domingo lluvioso de fines de noviembre. Nunca me voy a olvidar ese día. Le pregunté a mi hermana “te gusta?”, me
respondió “no, pero otra no hay”. La
ingresamos y mi mamá gritaba suplicando que por favor no la dejáramos ahí, sin
cartera, ni celular ni nada que se le parezca.
Mi hermana agarró su cartera y se fue a los cinco minutos, yo me quedé
una hora intentando convencerla que era simplemente un centro de
rehabilitación. Me hizo acordar a la
adaptación que uno hace con los hijos en el jardín de infantes. La dueña del lugar me hacía señas para que me
fuera, pero no podía dejarla en esas condiciones, hacía contorsiones sobre una
hamaca para intentar desplazarse camino a la puerta.
Cuatro días después la fui a ver. Le llevé su cartera y el celular
cargado. Le dí instrucciones al personal
para que lo mantuvieran cargado. Me la
encontré en un sillón mirando Piñon Fijo a las 9 o 10 de la mañana, tristísimo
si uno se pone a pensar que a mi vieja en ese momento la cabeza le funcionaba
perfectamente bien, miraba noticieros, novelas y tenía una fuerte opinión
política. Miré a mi alrededor, una
señora durmiendo sobre su rodilla flexionada babeando. Un hombre aferrado al pie de una cama
aullando “venime a buscar”, otra mujer durmiendo en un sillón enroscada en una
pesada frazada en un día super caluroso.
Varias mujeres sentadas en sillas de ruedas con la vista perdida y la
vida resumida a un plato de algún menjunje pegajoso servido en un plato frente
a sus narices. Nunca me voy a olvidar de
las lágrimas de mamá corriendo a borbotones por sus mejillas y estallando en el
pantalón negro que le habían puesto. La
alegría de verme fue tan grande que me retorció el corazón. Pedí prestada una silla de ruedas y me la
llevé a tomar un café cargado apenas cortado con espuma, como a ella le
gustaba, en una panadería de Campana. Le
pregunté cómo estaba y me dijo que eso era un loquero. Le hice una promesa, le dije que en cuanto
terminara de pintar y arreglar una habitación en mi casa para ella la iba a
traer a vivir conmigo. Así tiró quince
días, hablando permanentemente por teléfono conmigo y contándome los horrores
que vivía día a día en ese lugar. Le
comuniqué a mi hermana que tenía intenciones de traerla a vivir conmigo y
literalmente se desquició. Todavía me gustaría
saber por qué, nada le pedí, al contrario ya que se ahorraría la diferencia
abismal que existía entre la pensión de mi vieja y los honorarios del
asilo. Una amiga de mi hermana me vino a
ver y ratificó mi percepción, mi mamá no estaba lista para estar en un asilo de
ancianos. Consulté a amigos, familiares
y tuve cien opiniones en contra de traerla conmigo. La más vehemente fue la de mi hermana, quien
adujo que iba a destruir mi pareja y la relación con mi hijo. Pero mi amiga Laura, que ama a sus padres, y
su cuñado Gonzalo, en una mañana de diciembre me dijeron que mi mamá se iba a
morir más rápido en un lugar así y que ellos jamás harían eso con sus
padres. Luego vino la conversación con
mi pareja, que lejos de hacerse las valijas y tomarse el palo, me dijo “hacé lo
que tu corazón te diga y no escuches a nadie más”.
Eso fue lo que hice y jamás me voy a arrepentir de lo que
tuvimos en los últimos cinco meses de su vida.
Mi hermana, quiso persuadirme varias veces en forma de mail, celular y
personalmente hasta que le manifesté la decisión tomada y la fecha: 22 de
diciembre de 2014. Esa mañana, a las
ocho en punto me tocó la puerta y me dijo “listo, acá tenés la tarjeta para
cobrarle la pensión, estas son las facturas de su casa, de ahora en más me
desentiendo”. Dicho esto último, nunca
más la ví hasta marzo. Mi pareja fue a
la pinturería y ese mismo día, a la noche, el cuarto denominado “la habitación
del pánico” por mi hijo y yo (depósito de máquinas de cortar pasto,
herramientas y restos de mudanzas de toda la familia) se convirtió en una
hermosa habitación para recibir a mi mamá.
Cuando mi hermana me preguntó por qué había tomado esa decisión, le dije
que no había tomado ninguna, simplemente no tenía opción. Algo en el medio del pecho me impedía
abandonarla a su suerte en un loquero rodeada de caras extrañas, y más teniendo
la firme convicción de que se avecinaba el fin de su vida. Un EPOC en fase terminal estaba arrasando con su vida, no quería que se fuera de este mundo mirando caras desconocidas.
Y así fue como mi mamá se convirtió en mi hija. Alguien a quien bañar, cambiar los pañales,
encremar, peinar, curar heridas, cargar a upa en el auto y atender como a una
nena de cuatro o cinco años. Lo primero
que hice fue ponerme en campaña para jubilarla y así afiliarla a PAMI (obra
social de jubilados de Argentina).
Lamentablemente reboté en dos oportunidades, con todo el esfuerzo que
implicaba subirla y bajarla del auto para sentarla en una silla de ruedas
alquilada que pesaba mil kilos. Tuve que
hacer treinta kilómetros en dos meses consecutivos, parando el tránsito y
haciéndome ayudar por la policía para poder bajarla del auto en pleno verano y
con un calor insoportable. La segunda
vez me desmayé de la impotencia.
Lloramos abrazadas cuando nos rebotaron la segunda vez pero volvimos a
casa y a una rutina donde fueron frecuentes las charlas, la novela turca, los
panqueques de dulce de leche y hasta breves caminatas con bastón que le
permitieron meterse en enero a la pileta (que mi pareja y yo mandamos hacer por nosotros pero más que nada por ella).
Mi hijo, que opuso resistencia al principio, me ayudó a cargarla, a
subirla a la cama cuando se cayó, a cargar tubos de oxígeno y a atenderla
cuando yo no estaba; me llena de orgullo pensar en esto y poder expresárselo en
estas líneas. Nuestra vida transcurrió
de médico en médico, todos en forma privada, hasta tanto pudiera afiliarla a la
obra social. Su salud se fue deteriorando
de a poco, pero llegó a tener unos buenos cuatro meses de comida casera (le
encantaba lo que yo cocinaba), de risas compartidas con mi pareja que es un
payaso y solía escupirme semillas de uva cuando yo miraba obnubilada a Onur
junto con mi vieja. Hice incontables
esfuerzos para que comiera cuando comenzó a perder el apetito, podía cocinarle
panqueques de dulce de leche a las diez de la noche si manifestaba un antojo
por alguna cosa. La llevé al Psiquiatra
pensando que un pozo depresivo podía ser la causa de su falta de apetito.
En todo momento, mi viejo y su esposa me ofrecieron su
ayuda; lo mismo sucedió con amigas que viven en el exterior y otras que viven
en distintos puntos de la Argentina. Se
tejió una red de solidaridad que me permitió atenderla y ayudarla. Mi viejo me traía los remedios porque su
esposa los conseguía en el consultorio médico donde trabaja. Festejamos Navidad y Año Nuevo en mi casa, sin
contar siquiera con una fugaz visita de mi hermana, que viviendo a escasos
veinte pasos no pudo o no quiso venir a darle un beso a sus padres. Pasamos todo el verano las dos solas, tomando
té, conversando, mirando programas de chimentos y por supuesto la novela turca
que luego, estando internada, le contaba sintetizada en la escasa media hora de
visita de terapia intensiva.
A medida que fue complicándose su salud, requirió mayores
cuidados y dejó de caminar definitivamente.
Mi hermana comenzó a visitarla en mi ausencia, cuando mi mamá quedaba al
cuidado de una asistente y en marzo vino a pedirme disculpas por su
comportamiento. Me trajo un regalo de
cumpleaños tardío (mi cumpleaños es el 4 de diciembre pero ya en ese entonces
había dejado de hablarme porque no estaba de acuerdo con mi decisión de traerla
a vivir conmigo). Mientras mirábamos “Relatos
Salvajes”, película que le había contado en detalle a mi vieja porque tenía
muchas ganas de verla y al fin conseguí en dvd, le pedí que le limara las uñas
mientras yo cocinaba el almuerzo. En ese
entonces mi vieja había comenzado con un eczema cutáneo bastante fuerte que
derivó en una consulta al médico y posterior internación. En esos primeros días de marzo luchó contra
una infección urinaria en el único riñón sano y estuvo dos veces en terapia
intensiva. Más que nunca me comprometí a
cuidarla, no me aparté de su lado jamás, hablé con médicos y enfermeras para
que la atendieran como corresponde y hasta los amigos de mi hijo le entregaron
una carta al Senador provincial de mi pueblo para solicitarle me ayudara con la
jubilación y afiliación a Pami de mamá.
Este hombre me ayudó muchísimo, cuando mamá salió de esa internación
vinieron a tomarle las firmas en mi casa para jubilarla, además de hacerme
contacto con el Director del Hospital San José a quien le voy a estar
eternamente agradecida por la contención y la atención brindadas a mi madre y a
mí.
Mamá salió peor de lo que estaba, casi sin movilidad, había
que alimentarla y darle de beber en la boca.
Además le recetaron oxígeno permanente, gracias a la intervención de la
Jefa de la Sala de Primeros Auxilios, me dieron los tubos en forma gratuita
cada 48 horas (que es lo que duraban, aproximadamente). Ahora el cuidado se hizo mucho más estricto,
no se la podía dejar sola por más de media hora. En ese momento sentí que mi nena se había
convertido en casi un bebé. Recuerdo
haberle pisado el puré para dárselo en la boca, o desgranar una galletita o un
chocolate para ponerle los pedacitos en la boca con la mano. Todas las noches, desde que llegó a casa,
después de medicarla (obligarla a tomar los remedios y contestar todas las
preguntas sobre la indicación de cada uno), la arropaba y nos quedábamos
conversando hasta que le venía el sueño.
Entonces me despedía con un beso en la frente y ella me contestaba “gracias,
gracias, gracias”. Siempre tres veces
gracias. Se vé que se sentía a salvo y
la comprendo. Si hay algo que jugó de
entrada como variable en esta ecuación, fue la empatía por su estado. No hubo momento en el que no me pusiera en su
lugar. ¿Con qué derecho habíamos
usurpado su casa? ¿Con qué derecho habíamos decidido pasar por encima de sus
pertenencias decidiendo qué se regalaba, qué se tiraba y qué se conservaba?
Gracias a Dios, pude rescatar muchas cosas de su departamento, que le traje a
su habitación. Le mostré prenda por
prenda y collar por collar. Su amado
tapado de piel y sus ínfimos corpiñitos con aro y relleno que siempre me
llamaron la atención por lo diminutos porque la única de la familia con dos
tetas grandes fui yo (siempre nos reíamos de eso).
Con una primer bisnieta en camino, en el mes de marzo la
dejé sola dos horitas para ir al baby shower de la novia de mi sobrino. Le traje dulces, torta y chocolates. Le dí de comer en la boca mientras
fantaseábamos con la idea de tener la bebé a upa, mi vieja estaba muy
ilusionada. Con la bigotera de oxígeno
puesta, una escara sacra del tamaño de una papa chica y una pierna complicada
con dos dedos necrosados, su salud iba en franco deterioro. Sin embargo su humor en casa era bueno, era
evidente que prefería estar en aquí.
Cuando salió de la internación de marzo, mi hermana se pidió una semana de licencia en su trabajo para ayudarme a atenderla. Pero
lamentablemente tuve que echarla de mi casa porque sus apoteóticas caras de
culo, que son su marca de agua personal, no solamente no ayudaban, restaban. Ya vivíamos una tragedia, si uno está en un
lugar donde no desea estar, la cosa se complica doblemente. Ese día llegó con el camisón sobre un
pantalón de jean, una cara de furia que haría palidecer el sol y se deslizó por
la pared de la habitación de mi mamá hasta quedar sentada en el piso. Recuerdo haberle dicho que no necesitábamos
esa actitud, acompañándola de un brazo hacia la puerta. Sus primadonismos y actuaciones no eran propicios en una situación tan delicada.
La herida de mi vieja fue de mal en peor, la retención de
líquido la puso difícil de manejar. No
podía cambiarla sin ayuda, contraté a otra persona para que me diera una mano por
las tardes. Esa señora me falló y encima
el médico a domicilio me sugirió rotarla (además de medicarla con una batería
de cosas y artículos de ortopedia carísimos, algunos de los cuales me los
prestaron amigas o el Rotary Club).
Entonces una mañana fui a buscar a mi hermana para que me ayude a
rotarla para higienizarla (fundamental dada las condiciones de su herida). No solamente no me atendió, se encerró en su
habitación. Espié por la ventana de la
cocina, vi su notebook abierta con la cartera junto a la bolsa de chicles y
caramelos light que consume en cantidades industriales desde hace tres
décadas. Entré por atrás. Le dije que me llevaba la computadora y la
cartera a casa, que viniera a retirarlas y de paso me ayudaba con mamá. Estando parada justo en el marco de la
puerta, me arañó el brazo derecho donde colgaba su cartera, y con la otra mano
desde atrás me quitó la notebook de las manos.
Días después me entero que le dijo a su familia que yo le había
pegado y le había destrozado la computadora.
Mi madre termina internada una tercera vez, ella no quería y
me lo dijo “prefiero morirme en tu casa”; pero los cuidados que ahora
necesitaba eran profesionales y no me encontraba en condiciones de
brindárselos. Con la promesa del ingreso
a un asilo para ancianos en el mismo hospital, mi cuñado convenció a mi pareja
de llevarla al hospital nuevamente. Esa
mañana la cambié, le puse el mejor camisón y fui en la ambulancia con ella, de
la mano, asegurándole que era para curar la escara y volveríamos. Ya en el hospital tuvimos que esperar seis
horas para que la pasaran a una habitación que no abandonaría en cincuenta días
consecutivos de internación. No había
lugar en el asilo, pero la escara era grande y necesitaba cirugía; quedaría
internada hasta resolverla. Pasó por
quirófano y lo que antes tenía el tamaño de una papa chica ahora tenía el
tamaño de una naranja grande. Los
dolores eran terribles pero mamá se aferraba a la vida con uñas y dientes. La alegría de encontrarse conmigo todas las
mañanas, los dulces que le llevaba, la sal de ajo que le compré para sustituir
la sal que consumía en cantidades industriales y los mimos que compartimos me
llenan el corazón. No le soltaba las
manos, intentando memorizar la forma y textura de sus dedos, sus uñas, sus
palmas tan hambrientas de afecto y de amor.
Nos hicimos confesiones enormes, nos prodigamos amor a mansalva. Le pedí perdón por las veces que le contesté
mal o la ignoré porque me contaba sus míticas peleas con la compañía de
telefonía celular. Le dije mil veces lo
buena madre que fue con nosotras, su incondicionalidad inclusive durante su
enfermedad, su amor y su generosidad.
Colaboré en el baño y curación de sus heridas con la enfermera de la
mañana y rezongué porque me echaban de la habitación las enfermeras de la tarde
para cambiarle los pañales mientras escuchaba los gritos ensordecedores de mi
vieja gritando “Paulaaaaaa Paulaaaaaa!”.
Durante cincuenta días me pasé doce a catorce horas al lado de ella,
poniéndole trocitos de chocolate en la boca, acariciándole la cara, mirándola a
los ojos, dejándola recorrer mi cara con los suyos…memorizándonos una a la
otra. La besé como nunca la había besado
en mi vida, le dejaba rosarios de besos desparramados desde la frente hasta el mentón. Me pasé horas mirando y fotografiando su cara
y sus manos, pasándole crema a su cuerpo seco, regulando el manómetro del
oxígeno o simplemente nebulizándola. He
llorado por los pasillos silenciosamente, ensuciando los delantales de médicos
y enfermeras con el rímel de mis pestañas cuando decidimos con el Director del
hospital realizar cuidados paliativos.
Ese día, cuando me informaron que no saldría de esa internación recuerdo
haber sentido que el mundo se me venía encima, sola por los pasillos tomando
decisiones unilaterales, siempre sola.
Estuvo un mes sufriendo dolores insoportables a pesar de la
morfina. Aferrada a la baranda de la
cama, mientras le colaban siete u ocho sobres de azúcar sobre la herida (que
ahora tenía el diámetro y profundidad de un plato hondo) gritaba “prefiero
morirme”. Un mes después de comenzar con
la morfina y luego de haber recibido la extremaunción con el párroco de
Capilla, a quien agradezco la gentileza de haberse acercado apenas lo llamé,
los dolores eran insoportables y las alucinaciones de las drogas aún
peores. Ya no disfrutaba de la tele, ni
de la comida, se enojaba conmigo y en momentos de lucidez no solamente me pedía
disculpas, me ha dicho infinidad de veces “te amo”. Tuve la suerte de captar esos momentos con el
celular, mi vieja no fue una mujer toquetona ni cariñosa, el amor lo demostraba
de otras maneras. Pero verla en ese
estado, tan desesperada de cariño, de cuidado y tan dependiente (habiendo sido
todo lo contrario), pudo hacer más y más profundo el vínculo madre e hija que
tuvimos durante nuestras vidas.
Recuerdo cuando era chica, estar en el patio del colegio
preguntándome si mamá habría llegado a verme participar del acto escolar. Cuando escuchaba su tos seca de fumadora
sentía un alivio y una alegría muy difíciles de describir. Paradójicamente, esa tos de tantos cigarrillos
fumados la llevó a ese estado donde el oxígeno no llegaba a curar la herida que
terminaría con su vida. Así fue como el
Director del hospital me encontró llorando por los pasillos, a escondidas de mi
vieja, sola desde el principio de este viaje y me ofreció hacerle una vía
central para darle morfina y algún sedante más fuerte para que no sintiera
dolor. Así lo hicimos una semana antes
de su partida, le hicieron la vía y las enfermeras esperaron un tiempo
prudencial para que mi hermana viniera, temiendo que fuera la última vez que la
viera despierta…nunca sucedió. Una semana
después, todavía alerta y dolorida, seguí el consejo de José Luis y le recé a
la Virgen del Carmen. No me quedó Santo
ni Virgen por invocar, sabía que estaba pidiendo que se la lleven, pero ver
sufrir a una madre es una de las cosas más tristes que te puede tocar en la
vida. Otra vez el Director del hospital
me encuentra llorando por los pasillos y me ofrece llevarla a terapia para
darle una sedación más profunda. Acepté
y le agradecí. Eso fue un viernes. El sábado al mediodía le di de comer en
terapia, quise rezar con ella y no me dejó “me da miedo” dijo. Me pidió que trajera mi auto y la llevara
lejos de ahí porque eso era una cárcel.
Otra vez le hice masajes en las manos edematizadas por el suero y le
llené la cara de besos. Varias veces me
dijo “sos mi cuidadora especial”. Me fui
y volví el día siguiente, domingo 31. Me
advirtieron que estaba dormida porque había manifestado mucho dolor. Dormida aproveché para susurrarle oraciones al
oído y pedirle que fuera en busca de su papá, mi abuelo Guillermo y de su amor
Juan Carlos. Volví a rezarle a la Virgen
del Carmen y le desparramé besos en el mentón y en el pecho. Me fui a las 14 horas. A las 17 me avisaron
que había partido. Volví a verla, quise
verla y volví a besarla pero ya despidiendo a mi querida madre a la que había
soltado tres horas antes para que emprenda su viaje al cielo.
Las únicas flores que tuvo mi vieja en el funeral las compró
mi pareja, las únicas lágrimas derramadas fueron las mías y las de mi
viejo. Mi hermana decidió
arbitrariamente no dejar asistir a nadie ni avisarle a su familia política, así
que únicamente vinieron algunas de mis amigas, la prima de mi viejo y amigos de mi
hijo.
Unos días después fui a retirar las cenizas, que voy a
llevar a su adorada Mar del Plata, ciudad que amaba y donde fue muy feliz. Pasé por el Asilo a ver a mi abuela,
obviamente no le conté nada, simplemente lloré en su hombro. Una compañera me preguntó el motivo y le
contesté, me dijo que mi abuela la había nombrado a Mirtha muy seguido, (previamente quise llevarla a ver
a mamá al hospital pero mi vieja se negó rotundamente).
De todas formas mi abuela no conoce a nadie, ya casi no ve ni escucha. Sin embargo al escuchar mis sollozos sobre su
hombro me acarició la cabeza y me dijo con toda naturalidad “¿Pichi estás
llorando?”. Se quedó un rato pasándome la mano por el pelo, como si hubiera
entendido que algo estaba pasando.
El dolor, aun cuando uno haya deseado la partida por su
bien, es inexplicable. No solamente
porque perder a una madre es una de las cosas más dolorosas que le pueden
suceder a un ser humano. En mi caso
también perdí a una hija, porque mi vieja fue durante esos cinco meses mi
hija. Dependió absolutamente de todo
para mí. Fui su refugio, su amparo, su
rescate, su fiel defensora, su cuidadora especial, su enfermera, su mamá, su
amiga, su confesora…y su hija.
¿Con qué me quedo? Me
quedo con la tranquilidad de haber luchado como una leona por ella. Con haber descubierto la solidaridad y
empatía de amigos, vecinos y perfectos desconocidos. Gente que vagaba por las calles de Capilla y
me tendieron su mano. Las asistentes
sociales del hospital, las enfermeras que cobran un magro sueldo pero no toman
revancha con los pacientes cumpliendo una tarea que raya con la misericordia
más absoluta. Me quedo con la ayuda
recibida por los familiares de las compañeras de habitación de mi vieja:
Teresa, Olga, Rosa, Lidia y la abuela de Laura.
Me quedo con el abrazo de la empleada de Acción Social que me entregó el
certificado de discapacidad de mamá. Con
la ayuda de Verónica que en todo momento me asesoró por whatsapp y me afilió a
mamá en Pami en tiempo record. Me quedo
con la ayuda y el llamado telefónico del Senador Bozzani a quien le estaré
eternamente agradecida. Me quedo con la
ayuda de Emanuel y Mercedes de ANSES, que a pesar de que no pudimos sacar la
jubiliación ni el reintegro por sepelio, se rompieron la cabeza tratando de
ayudarme. Me quedo con las zuziaz, mis
amigas que nunca me dejaron sola, con mis amigas de toda la vida (Gladys, Laura,
Carola, Cristina y Liliana), con las chicas del grupo Forastera (algunas hasta
me llamaron por teléfono!!!), me quedo con mi hijo acariciándome la cabeza el
día del funeral de mi vieja, me quedo con mi viejo y su mujer que vinieron a
ver a mamá al hospital y me dieron de comer todos los domingos que mamá estuvo
internada. Me quedo con Cristina, la
prima de papá que la fue a ver en marzo y estuvo siempre al pie del cañon con
ideas, llamados y sugerencias. Me quedo
con Alba y Silvia, tías de mi hijo, que me ayudaron de todas las formas
posibles. Y también me quedo con la
cantidad de gente que pasó a saludarme y darme sus condolencias.
La vida tiene esas cosas, todo lo que escriba suena a frase
hecha. Se llevó una de las personas más
preciadas de mi vida, sin embargo me premió con esta gran cadena de amistad y
cariño que jamás van a tapar el hueco que dejó mi vieja pero bien valen como
sustituto. Sé que puedo contar con todos
ellos. Ojalá que mi mamá esté en un
lugar mejor, felíz, sin dolor, bien acompañada y disfrutando del paraíso porque
se lo merece. Si tuvo alguna cuenta que
pagar, la pagó acá en la tierra, allá se merece lo mejor; estoy convencida de
que está disfrutando de eso.
Te lo dije en vida, te lo digo ahora dondequiera que estés:
Mamá te amo, fuiste impecable y te deseo lo mejor hasta que volvamos a
encontrarnos.
Algunas fotos y un video que es el tesoro más grande que heredé de ella:
El día que me dijo "Te amo"
El día que la saqué del Asilo a tomar café a principios de diciembre de 2014
El día que la traje a vivir conmigo, 22 de diciembre de 2014
El día que la saqué del Asilo.
Navidad 2014
Navidad 2014
Última semana de diciembre 2014 tomando café en el pueblo.
Tomando café en el pueblo.Atardecer de verano en casa.
Año nuevo 2015 en casa.
Año Nuevo en casa.
Enero 2015.
Enero tomando café en el pueblo.
En la pileta, enero 2015.
Domingo en casa, febrero 2015.
Cumple de su nieto menor, marzo 2015.
Asado marzo 2015 en casa.
Comiendo los dulces del baby shower de su bisnieta, marzo 2015.
En el hospital abril 2015.
Con mi abuela en el Asilo, unos días después del fallecimiento de mamá, el día que fuí a retirar las cenizas (8 de junio 2015).
6 comentarios:
Pauli, sabés que me considero una fana de tus textos. La forma en que podés expresar todo con tanta claridad hace que tu vida suene como música, aunque triste en algunos casos...
Como conocedora de esa dupla explosiva (vos y tu mamá) fue imposible no largar carcajadas cada vez que estaban juntas. Mirtha siempre me cayó bien, desde el comienzo... siempre la percibí una mujer fuerte, resuelta, transgresora y super graciosa. Entonces, ¿que podría esperarse de semejante madre? Una hija "única" con la capacidad de llevar adelante estos últimos días y muchas luchas más...
Hija de Tigresa! Es hermoso leer todo el amor que se dieron!
(gracias por compartirlo)
Gracias Eli! Vos nos conociste en acción, así que pudiste ver un resabio de lo que mamá fué en vida. Aprecio mucho que lo hayas leído y tu cariñoso comentario.
Beso enorme
que decirte Pau! no me salen las palabras. Es increible como pones en el papel lo que muchas pasamos con las perdidas de seres amados! Gracias por compartirlo, beso grande
Gracias Silvina! Es un trance muy difícil, calculo que muchos se van a identificar con estas palabras. Por suerte tengo la tranquilidad de saber que luché por ella con todo, no me quedó nada por decirle ni un beso en la gatera.
Un abrazo enorme
Querida Paula: Solo los que estuvimos al lado tuyo y de Mirtha sabemos lo que han pasado, y a pesar de tener la serotonina baja, ja ja y tu homenaje a tu madre es extenso, lo leí y terminé de comprender algunas cosas. Siempre te decía olvídate, perdoná, etc. etc. Por supuesto te lo sigo diciendo, y espero algún día verte abrazada de tu hermana, como me hubiera gustado el día del responso. No podía creer lo que estaba viendo !! Vos llorando desconsoladamente, acompañada de tu pareja, hijos amigos, y tu hermana sin una lágrima. Fría. Que se yo, yo nunca podría estar más de dos días peleada con mis hermanos.
Es bueno que sigas escribiendo, más desde la verdad y la sinceridad, con un poco de humor, que es lo que te caracteriza, y hace que la pasemos tan bien, "El grupo de los jueves" Hay dos tipos de personas, las que escriben con el corazón, y las que escriben con una careta, que cuentan lo que realmente no es. Esas personas algún día tendrán el perdón de Dios ? Lo dudo. Beso enorme y te quiero mucho
Gracias Gladys por tu comentario. Vos estuviste muy cerca y sabés lo que pasamos mi vieja y yo, las dos solas para las decisiones trascendentales, los cuidados diarios...en fin, el amor que nos unió en los últimos cinco meses de su vida. Mi hermana tiene una manera distinta de ser, no comparto sus formas ni su manera de manejarse fabricando historias que nadie de los que estuvimos cerca sabemos. Ella se perdió todo, y cuando digo todo me refiero a las confesiones, los pedidos de perdón, las declaraciones de amor, y lo vivido en los últimos meses. Lamentablemente sé que le va a doler, tal vez no se dé cuenta ahora pero con el correr de los días va a sentirlo. En mi caso estoy tranquila de haberle dado amor y seguridad para transitar los últimos pasos hasta el cielo que se merece, porque lo que sufrió acá pagó todas sus deudas. La extraño muchísimo, sobretodo ayer, pero mi corazón está tranquilo. Eso es lo importante. Cada cual sabe qué hizo y qué no. Que Dios nos juzque y se apiade de quien no obró como él nos ha enseñado.
Beso enorme y gracias por TODO
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