lunes, 27 de agosto de 2012

PADRES MODERNOS




Niños insoportables

Cuando uno llega a la mitad de la vida ha pasado por experiencias de todo tipo. Ya cambiamos pañales, limpiamos mocos, nebulizamos toses y toleramos aullidos de 1000 decibeles.  Cuando uno es joven la paciencia viene implícita con la edad, y uno es capaz de comer en cuotas la comida fría mientras un pendejo berrea como un energúmeno mientras con el dedito índice se le da sin tregua al botón del volumen de la tele.
Pero con la edad vienen las mañas, el oído se pone sensible y la paciencia tiene un límite cortísimo.  Los niños que antes te caían en gracia ahora te caen como una patada en el medio del culo y la simple aparición de uno de estos engendros en un restaurante a medianoche te puede hacer brotar una alergia cutánea, una diarrea, una dispepsia y/o un ataque de pánico severo.

El tema es que estos infantes suelen aparecer acompañados de sus padres modernos.  Criados por niñeras y empleadas que ayudan a las madres a desaparecer durante el día para huir de sus hogares (y las comprendo) para asistir a laburos donde cambian el dinero o, las más acomodadas; a sus clases de pilates, pintura, telar, golf, automaquillaje, service de uñas de acrílico y alisados definitivos; estos críos desarrollan a edad muy temprana la habilidad de romper los huevos en forma industrializada.
Dotados de la garganta de Pavarotti (debe ser algo con lo que se los alimenta, algún cereal Power con veinticinco vitaminas, enriquecidos con todos los elementos de la tabla periódica) estos pequeños diablitos suelen tener una inteligencia para la manipulación que solo puede provenir de su educación frente a la tele y la pc.  Porque estos chicos suelen manejar con una destreza alucinante todos los gadgets de la casa a la tierna edad de cuatro años.  Crecen con el control remoto de la tv Smart en la mano y usan el Smartphone del padre como sonajero en cualquier lugar público donde se intente que la criatura deje de gritar como un monstruo enajenado.  La pc es un artículo tan familiar para ellos como para nosotros la calesita o el patito de hule en la bañadera.  A la tierna edad de seis años son pequeños demonios listos para arruinar la vida de todo aquel que no pertenezca a su propia familia…bah a sus familias también pero la diferencia radica en que a ellos no les queda otra que aguantarlos…a nosotros nos dan ganas de deportarlos a Islandia.

Pero lo más exasperante de todo es la total falta de interés que los padres muestran por el prójimo (vecino, comensal de restaurante, paciente de una sala de espera, etc.) y lo que es peor…por su propia descendencia.  Pareciera que son inmunes a los alaridos, a los juguetes revoleados por el aire, a los caprichos, los mocos y los quejidos. 
Es muy común estar sentado en un restaurante, a la luz de las velas un viernes a las once de la noche tomando un delicioso Malbec enfrascado en una charla relajada con tu pareja cuando de pronto se abre la puerta del lugar y baja una pareja con cuatro niños en una franja de edades que oscila entre los dos y los ocho años.  Todos vestidos con el uniforme escolar hecho un acordeón, con la mugre del milenio en las chombas blancas estampadas con el escudo del colegio inglés al que asisten.  Dos vienen dormidos en brazos de sus padres.  Los otros dos bajan con las marcas del tapizado del auto impresas sobre las mejillas, tirándose piñas y patadas mientras avanzan como un huracán sobre Miami en pleno verano.  Y uno se pregunta ¿hay necesidad de desembarcar en un restaurante un día viernes después de un día agotador de escuela y trabajo con los cuatro críos fregados?  Seguramente sí porque la madre no quiere cocinar para un batallón y la entiendo.  ¿Había necesidad de embarazarse cuatro veces en menos de ocho años?  Seguramente si, esas cuatro noches llovía torrencialmente y no quedaba un puto forro en la casa.  Pero, ¿había necesidad de cagarle la noche a una docena de parejas con hijos criados o durmiendo en las casas de sus abuelos? ¿Qué culpa tengo yo de tu calentura, tu falta de forros y tus pocas mañas a la hora de hacer una comida para un ejército de enanos que proviene de tus propias gametas?  Ninguna.  Pero no hay abogado que te zafe de esta, la vas a pasar mal y lo sabés.  Porque lo viviste.  Tuviste que huir de restaurantes y salas de espera, de negocios de ropa y oficinas porque tu amado hijito se convertía en una bestia peluda en cualquier lugar público.  Pero te ibas.  No te sentabas. 

Pero volviendo a los Von Trapp desensillando en restaurante el viernes a la noche, les llevará unos veinte minutos encontrar la paz sentados.  Los críos más grandes se van a cagar a trompadas por la silla del otro mientras sus padres juntarán cuatro sillas para acostar a los dos menores, fuera de combate. Olvidate de la salud de tus tímpanos, van a arrastrar las sillas produciendo un ruido ensordecedor que no te va a permitir escuchar ni tu propia voz interior. En el instante preciso en que terminan de acomodarlos y arroparlos con sus camperas los mocosos se van a erguir como indios salvajes frente al embate de las tropas españolas en franca actitud de guerra.  Pasando del sueño profundo a la incomodidad de la vigilia en un lugar público sobre una incómoda silla de cuerina de un restaurante después de una agotadora jornada escolar, los dos más chicos se van a enfrascar de inmediato en una carrera desde su mesa a la puerta del lugar haciendo tambalear a los mozos y dejando la puerta de acceso sistemáticamente abierta congelando a los comensales de las mesas linderas.  Los “padres modernos” harán el pedido sin inmutarse y meterán sus narices en sus celulares, uno arreglando negocios de última hora y ella chequeando las novedades del Facebook mientras los pibes más grandes visitaron el baño unas catorce veces dejando canillas abiertas y rollos enteros de papel flotando en la pileta.  Los más chicos, que decidieron volver con sus padres, se van a tirar con el contenido entero de la panera rompiendo un par de copas en el trayecto de los misiles aire tierra. 

Entablar una conversación a estas alturas es una pretensión estúpida, solo queda tragar, pagar y salir como rata por tirante.  Pero la comida va a demorarse porque el destino se ha empeñado en joderte la velada.  Los chicos no van a probar bocado, se van a hamacar en sus sillas hasta que una se te venga encima.  La criatura se va a dar la cabeza con el suelo, cayendo casi sobre tus zapatos, amarrado a su mantel que catapulta sus canelones de verdura sobre tu abrigo y la pared.  Inmutables, los padres levantarán al crío caído en combate y pedirán hielo para bajar el terrible moretón multicolor en la frente.  Berreando como un lechón en un matadero, la gran amenaza blanca abrirá la boca como una boa pitón dejando caer litros de baba y verdura con salsa.  Como si esto fuera poco, va a vomitar lo poco que había ingerido con los tres litros de coca cola que se chupó esperando la comida.  Luego de una limpieza superficial de la ropa y la cara del monstruo, como si nada hubiera pasado, papi y mami seguirán engullendo la cena cada uno en su mundo sin intercambiar una mísera oración que no sea “pásame la sal”. 

La jornada termina con el local vacío, botellas de vino a medio terminar, vidrio molido en el piso, manchas de tuco en los manteles y un ejército de comensales que ha decidido construir un refugio antisísmico para tener una cena en paz.  Porque mientras existan estos padres light que mastican rúcula posteando frases filosóficas desde sus Blackberries en sus muros, ignorando cada consejo del gurú de moda en materia de educación cuyo videíto han diseminado por toda red; nosotros, los que nos hemos cagado de frío en la calle cuando nuestros chicos molestaban en un restaurante, no vamos a poder gozar de una velada agradable en un lugar público.

Cuando yo era chica, si llegaba a hacer ese quilombo mi vieja me pellizcaba finito en el antebrazo hasta que yo me quedaba quietita con un lagrimón corriendo por la mejilla.  Mi viejo era más didáctico todavía, una buena patada en el culo por año y una mirada asesina diaria que me hacía temblar las rodillas, con eso bastaba.  No será muy moderno, pero era muy efectivo.   Padres modernos, por favor, fúmense a sus propios engendros en casa.  Nosotros ya lo hicimos.

Una pequeña muestra del potencial de estos infantes...


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