Niños
insoportables
Cuando uno
llega a la mitad de la vida ha pasado por experiencias de todo tipo. Ya
cambiamos pañales, limpiamos mocos, nebulizamos toses y toleramos aullidos de
1000 decibeles. Cuando uno es joven la
paciencia viene implícita con la edad, y uno es capaz de comer en cuotas la comida
fría mientras un pendejo berrea como un energúmeno mientras con el dedito
índice se le da sin tregua al botón del volumen de la tele.
Pero con la
edad vienen las mañas, el oído se pone sensible y la paciencia tiene un límite
cortísimo. Los niños que antes te caían
en gracia ahora te caen como una patada en el medio del culo y la simple
aparición de uno de estos engendros en un restaurante a medianoche te puede
hacer brotar una alergia cutánea, una diarrea, una dispepsia y/o un ataque de
pánico severo.
El tema es
que estos infantes suelen aparecer acompañados de sus padres modernos. Criados por niñeras y empleadas que ayudan a
las madres a desaparecer durante el día para huir de sus hogares (y las
comprendo) para asistir a laburos donde cambian el dinero o, las más acomodadas;
a sus clases de pilates, pintura, telar, golf, automaquillaje, service de uñas
de acrílico y alisados definitivos; estos críos desarrollan a edad muy temprana
la habilidad de romper los huevos en forma industrializada.
Dotados de
la garganta de Pavarotti (debe ser algo con lo que se los alimenta, algún cereal
Power con veinticinco vitaminas, enriquecidos con todos los elementos de la
tabla periódica) estos pequeños diablitos suelen tener una inteligencia para la
manipulación que solo puede provenir de su educación frente a la tele y la
pc. Porque estos chicos suelen manejar
con una destreza alucinante todos los gadgets de la casa a la tierna edad de
cuatro años. Crecen con el control
remoto de la tv Smart en la mano y usan el Smartphone del padre como sonajero
en cualquier lugar público donde se intente que la criatura deje de gritar como
un monstruo enajenado. La pc es un
artículo tan familiar para ellos como para nosotros la calesita o el patito de
hule en la bañadera. A la tierna edad de
seis años son pequeños demonios listos para arruinar la vida de todo aquel que
no pertenezca a su propia familia…bah a sus familias también pero la diferencia
radica en que a ellos no les queda otra que aguantarlos…a nosotros nos dan
ganas de deportarlos a Islandia.
Pero lo más
exasperante de todo es la total falta de interés que los padres muestran por el
prójimo (vecino, comensal de restaurante, paciente de una sala de espera, etc.)
y lo que es peor…por su propia descendencia.
Pareciera que son inmunes a los alaridos, a los juguetes revoleados por
el aire, a los caprichos, los mocos y los quejidos.
Es muy
común estar sentado en un restaurante, a la luz de las velas un viernes a las
once de la noche tomando un delicioso Malbec enfrascado en una charla relajada
con tu pareja cuando de pronto se abre la puerta del lugar y baja una pareja
con cuatro niños en una franja de edades que oscila entre los dos y los ocho
años. Todos vestidos con el uniforme
escolar hecho un acordeón, con la mugre del milenio en las chombas blancas
estampadas con el escudo del colegio inglés al que asisten. Dos vienen dormidos en brazos de sus
padres. Los otros dos bajan con las
marcas del tapizado del auto impresas sobre las mejillas, tirándose piñas y
patadas mientras avanzan como un huracán sobre Miami en pleno verano. Y uno se pregunta ¿hay necesidad de
desembarcar en un restaurante un día viernes después de un día agotador de
escuela y trabajo con los cuatro críos fregados? Seguramente sí porque la madre no quiere
cocinar para un batallón y la entiendo.
¿Había necesidad de embarazarse cuatro veces en menos de ocho años? Seguramente si, esas cuatro noches llovía
torrencialmente y no quedaba un puto forro en la casa. Pero, ¿había necesidad de cagarle la noche a
una docena de parejas con hijos criados o durmiendo en las casas de sus abuelos?
¿Qué culpa tengo yo de tu calentura, tu falta de forros y tus pocas mañas a la
hora de hacer una comida para un ejército de enanos que proviene de tus propias
gametas? Ninguna. Pero no hay abogado que te zafe de esta, la
vas a pasar mal y lo sabés. Porque lo
viviste. Tuviste que huir de
restaurantes y salas de espera, de negocios de ropa y oficinas porque tu amado
hijito se convertía en una bestia peluda en cualquier lugar público. Pero te ibas.
No te sentabas.
Pero
volviendo a los Von Trapp desensillando en restaurante el viernes a la noche,
les llevará unos veinte minutos encontrar la paz sentados. Los críos más grandes se van a cagar a
trompadas por la silla del otro mientras sus padres juntarán cuatro sillas para
acostar a los dos menores, fuera de combate. Olvidate de la salud de tus
tímpanos, van a arrastrar las sillas produciendo un ruido ensordecedor que no
te va a permitir escuchar ni tu propia voz interior. En el instante preciso en
que terminan de acomodarlos y arroparlos con sus camperas los mocosos se van a
erguir como indios salvajes frente al embate de las tropas españolas en franca
actitud de guerra. Pasando del sueño
profundo a la incomodidad de la vigilia en un lugar público sobre una incómoda
silla de cuerina de un restaurante después de una agotadora jornada escolar,
los dos más chicos se van a enfrascar de inmediato en una carrera desde su mesa
a la puerta del lugar haciendo tambalear a los mozos y dejando la puerta de
acceso sistemáticamente abierta congelando a los comensales de las mesas
linderas. Los “padres modernos” harán el
pedido sin inmutarse y meterán sus narices en sus celulares, uno arreglando
negocios de última hora y ella chequeando las novedades del Facebook mientras
los pibes más grandes visitaron el baño unas catorce veces dejando canillas
abiertas y rollos enteros de papel flotando en la pileta. Los más chicos, que decidieron volver con sus
padres, se van a tirar con el contenido entero de la panera rompiendo un par de
copas en el trayecto de los misiles aire tierra.
Entablar
una conversación a estas alturas es una pretensión estúpida, solo queda tragar,
pagar y salir como rata por tirante.
Pero la comida va a demorarse porque el destino se ha empeñado en
joderte la velada. Los chicos no van a
probar bocado, se van a hamacar en sus sillas hasta que una se te venga
encima. La criatura se va a dar la
cabeza con el suelo, cayendo casi sobre tus zapatos, amarrado a su mantel que
catapulta sus canelones de verdura sobre tu abrigo y la pared. Inmutables, los padres levantarán al crío
caído en combate y pedirán hielo para bajar el terrible moretón multicolor en
la frente. Berreando como un lechón en
un matadero, la gran amenaza blanca abrirá la boca como una boa pitón dejando
caer litros de baba y verdura con salsa.
Como si esto fuera poco, va a vomitar lo poco que había ingerido con los
tres litros de coca cola que se chupó esperando la comida. Luego de una limpieza superficial de la ropa
y la cara del monstruo, como si nada hubiera pasado, papi y mami seguirán engullendo
la cena cada uno en su mundo sin intercambiar una mísera oración que no sea “pásame
la sal”.
La jornada
termina con el local vacío, botellas de vino a medio terminar, vidrio molido en
el piso, manchas de tuco en los manteles y un ejército de comensales que ha
decidido construir un refugio antisísmico para tener una cena en paz. Porque mientras existan estos padres light
que mastican rúcula posteando frases filosóficas desde sus Blackberries en sus
muros, ignorando cada consejo del gurú de moda en materia de educación cuyo
videíto han diseminado por toda red; nosotros, los que nos hemos cagado de frío
en la calle cuando nuestros chicos molestaban en un restaurante, no vamos a
poder gozar de una velada agradable en un lugar público.
Cuando yo
era chica, si llegaba a hacer ese quilombo mi vieja me pellizcaba finito en el
antebrazo hasta que yo me quedaba quietita con un lagrimón corriendo por la
mejilla. Mi viejo era más didáctico
todavía, una buena patada en el culo por año y una mirada asesina diaria que me hacía
temblar las rodillas, con eso bastaba.
No será muy moderno, pero era muy efectivo. Padres
modernos, por favor, fúmense a sus propios engendros en casa. Nosotros ya lo hicimos.
Una pequeña muestra del potencial de estos infantes...
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