lunes, 24 de agosto de 2009

LA OPROBIOSA TAREA DE DESASNAR A NUESTRA CRÍA





Los avatares de la Escuela Primaria

No es sencillo. Nadie te lo dice. Y si te lo dicen no lo entendés, como no entenderás nada hasta que no hayas pasado por la misma experiencia. Escuchás mujeres que profieren alaridos desde sus departamentos y casas vecinas, sacando la más fácil de las conclusiones: esa mujer está loca, es una enferma mental, no puede gritar así, pobre criatura tener una madre así bla bla bla.
Unos años después te verás sentada en el comedor de tu casa con un despliegue de cuadernos, hojas, restos de goma de borrar y una parva de lápices de colores intentando que tu adorado retoño comprenda el significado de un tercio. Vas a gritar igual o peor que la señora del 5° “C”, lo vas a zamarrear de la manga de la camisa, le vas a respirar tan cerca de la cara que lo vas a peinar con el aliento. No va a alcanzar la vida para arrepentirte de las barbaridades que le vas a decir: mamerto, bobo, burro, asno, bestia, tonto, bruto y demás insultos a su magra cabecita infante. Pero el arrepentimiento va a venir mezclado con oleadas de bronca, cuando lo único que conseguís es una cara de zombie drogado como respuesta a la pregunta “¿3 X 4?”. Esos ojos vacíos, ese bostezo que deja ver unas amígdalas a punto de estallar fruto de una inminente angina pultácea, esa falta total de interés…te darán ganas de medirles la circunferencia del cuello con tus propias manos.
La tarea fue diseñada, maquiavélicamente, por los maestros que secretamente quieren vengarse de uno (el progenitor del monstruo que les hace la vida imposible en el colegio). Entonces les llenarán el cuaderno de cuentas, investigaciones, trabajos prácticos (como hacer una reproducción casera de “Las Meninas” o un estudio sobre los derivados del petróleo…bien facilitas) y tres o cuatro libritos para leer el fin de semana (como si el pendejo leyera algo más que la palabra “Spiderman” en su tacita del desayuno). ¿Para quién es toda esa tarea? Para nosotras, por supuesto; por eso la madrugada nos sorprenderá sacándole punta a los lápices para colorear al famoso cuadrito de Velázquez puteando en sánscrito al colegio, a los directores, a los maestros, a los celadores y a la portera. Le vas a subrayar todo lo que no subrayó en clase, le vas a bajar de Internet la historia del petróleo (evadiendo Wikipedia porque a la turra de la seño no le gusta que todos lleven la misma información) y hasta llegarás al extremo de corregirle las cuentas imitando la letra temblorosa y desprolija porque no soportarás que tu hijo no sepa sumar en tercer grado.
Muy probablemente, lleguen los trabajitos prácticos facilitos de Ciencias. Esos en los cuales te verás obligado a fabricar un aparato digestivo con botellas, medias, bolsas y arcilla. Juntarás toda clase de bichos para el insectario, armarás la germinación del poroto por enésima vez en la vida, harás acopio de tapitas/lanitas/papel metalizado/bolitas de vidrio/fotos de animales/figuritas de alimentos recortando material de las revistas hasta que los dedos te queden morados. Eso mientras el alumno mira con rigurosidad científica el último capítulo de “Los Simpsons” provocando tu inmediata ira por la indiferencia del pendejo y porque Homero te hace acordar invariablemente al padre de la criatura.
¿Dónde están los padres? Pues trabajando, Dios no permita que se los moleste. Como si una no trabajara, pareciera ser que hay un mandato celestial que indica que es la madre quien debe desasnar al diamante en bruto. Trabajes en tu casa o fuera de ella, la encomiable tarea es toda tuya. Primero porque ellos simplemente no lo hacen (conozco dos docenas de padres y hasta ahora no vi a ninguno haciendo la tarea). Segundo, porque las pocas veces en que se sientan con ellos la vida de los críos corre serio peligro. Entonces una se los saca de entre las manos (cuando el párvulo tiene la cara violeta y los ojos en blanco), ya que la paciencia del padre es inversamente proporcional a la brutalidad del mocoso.
Cuando la casa se convierte en un campo de batalla (el padre vociferando atrocidades contra el colegio ya que considera que paga para que el chico ni siquiera sepa escribir su nombre sin faltas de ortografía, el niño llorando porque le partieron un cd de playstation en la cara por cada cuenta mal hecha, la madre peleada con el padre por su radical metodología de enseñanza, el perro que ladra porque no soporta que el chico llore…hasta las cucarachas se asustan de la tierna escena): es hora de poner paños fríos. ¿Quién es la que sale siempre al rescate del escolar errante? Pues una, sin lugar a dudas. Con una mano revolvemos el estofado y con la otra leemos “El Principito” a los gritos, con la secreta esperanza de que el hijo retenga algo y el padre deje de protestar porque la cuota escolar le parece demasiado cara.
Pasados los tres primeros años la cosa se va complicando. El niño sigue tan bruto como al principio, pero el nivel de complejidad de las cuentas y la geometría modernas nos tiene vagando por las casas de nuestras amigas en busca de la profesional que nos de una mano con el rubro que nos atañe. Para geometría, nuestra buena amiga Arquitecta; para Matemáticas la hermana mayor del vecinito (que estudia Ingeniería); para Sociales nada mejor que la abuela de los chicos de la esquina. Eso o pagar tres maestras particulares porque ya no te acordás cómo se calcula el peso específico del agua salada ni en que año fue la Toma de la Bastilla.

Para el final de la Primaria, tu cara será el fiel reflejo de esos años de revolear cuadernos por el aire y gritar como un barra brava. Con unas cuantas arrugas más y un par de canas detrás de las orejas cantarás el Himno con los ojos vidriosos, aguantando las lágrimas para que no se corra la máscara para pestañas; porque solamente vos sabés el sacrificio que hiciste para ostentar orgullosa el diploma de tu hijo, ese salvaje que lograste domesticar con todo éxito.

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