
MI ABUELA SE CAGÓ (Y NO PRECISAMENTE DE RISA)
Si alguien hubiera conocido a mi abuela, la réplica femenina del Mariscal Rommel, entender esto le resultaría mucho menos gracioso y un tantito más dramático. Pero como soy una partidaria de encontrarle el lado bueno hasta al “Lado oscuro de la fuerza” (con Darth Vader y su ejército de cyborgs incluidos), voy a centrarme en las partes “cómicas” de una historia que en definitiva no lo es tanto.
Como ya la describiera en otra entrada de este blog, mi abuela se fue perdiendo por el bosque, de la mano del Sr. Alzheimer. Como el conejito de Duracel que a medida que se queda sin pilas va enlenteciendo la marcha; mi abuela fue perdiendo la cordura, la conciencia y la paciencia (bue, esa ya la había perdido a los cuarenta cuando su cerebro todavía estaba afinado como un Stradivarius). La pila se fue gastando y los sistemas se fueron bloqueando al compás de un conejito que cada vez toca los platillos con menos ganas. Como una computadora que tiene el disco rígido fragmentado y lleno al 99%, un ejército de troyanos reproduciéndose en todas las aplicaciones y el antivirus sin actualizar; el cerebro de mi abuela entró en un cortocircuito digno de un juguete cuya pila sulfatada termina siendo un peligro para todos los que la rodean.
Entonces nuestro conejito quedó con la vista perdida y los platillos a medio camino del último “CLANK”.
Lejos quedaron aquellos días (de hace tan solo dos años), donde confundía el valor de los billetes adjudicándole un color al precio de cada producto “Este pollo me costó dos marrones” léase $20. “El farmacéutico me cobró un verde, las aspirinas” léase $5. También quedaron atrás los tiempos en los que nos enojábamos porque confundía los nombres de sus bisnietos o intentaba condimentar la ensalada con detergente aroma limón. Momentos preciosos en los que se tildaba preguntando cien veces por el mismo tema tabú y espinoso que no debía tocarse en la mesa dominical porque todos terminábamos a las patadas mientras ella sonreía, satisfecha, como La Gioconda. Confundía la hora en su reloj, pero tenía claro que era de día según la posición del sol o que era momento de almorzar por el rugido de su estómago teflonado y un apetito voraz. Tratábamos infructuosamente de corregirla con la secreta esperanza de que volviera a aflorar esa mujer insoportable que nos tenía a todos zumbando. Pero el descenso ocurrió indefectiblemente sin nuestra anuencia. Entonces nos enteramos que prolijamente producida con un camisón rosado, una cartera Chanel, medias tres cuartos negras y sandalias beige sin talón; la habían encontrado en la puerta del edificio intentando embocar la llave en la cerradura para tomar un taxi que la llevara al dentista(a las cuatro de la madrugada). Como un personaje salido de una peli de Almodóvar (perdón Maite), esta caricatura grotesca de lo que alguna vez fue mi abuela, se levanta a desayunar cuando el resto de la población se acuesta…haciendo carne la canción de María Elena Walsh “En el Reino del revés”. En ese Reino vive y gobierna esta señora con la vista perdida entre el año 41 y el 68, que destronó a mi abuela y anidó en su cabecita. Cual Comandante de un país sin timón, esta Reina va sembrando el caos y la anarquía a su paso. La llave del gas abierta intoxicando a los vecinos; los remedios para la presión triturados en un frasquito con resabios de aspirinas, dos grageas de laxantes, una docena de cuartitos de tranquilizantes y dos granos de balanceado para gatos que levantó del piso de mi cocina convencida de haber recuperado el somnífero que se le cayó ahí mismo la Navidad del 2004; sus paseos nocturnos por el edificio manteniendo conversaciones con un hermano del Che (al que siempre le recuerda que ella padecía de asma igual que Ernestito); y un sinnúmero más de situaciones nos convencieron de que el barco estaba a la deriva.
Ya no la dejamos más sola. En la semana está acompañada y los fines de semana la traemos a casa. Entonces el problema se nos hace cada vez más evidente. Su brújula desmagnetizada, su norte perdido, su nave sin control. Ya nada es como antes. Deambula sin paz y sin rumbo. Se sienta, se acuesta, se para, se le antoja un té, busca una bombacha en el bolso…todo en un lapso de 7 minutos. Nos descuidamos un segundo y está martillando milanesas…de GATO VIVO. Nos damos vuelta y se está enjabonando la cara con destapacañerías. Se lava las axilas a las dos de la mañana usando crema antiarrugas como desodorante, le pone sal al té, edulcorante a la pomarola, se escapa a tomar baños de luna (siempre con pantalla solar como es su costumbre desde que se hizo su primera cirugía estética hace cuarenta años).
La noche es un guión digno de una zarzuela loca. Desorientada más de lo necesario por el cambio de geografía, y un tanto apurada porque en un descuido se nos atiborró de laxantes, va por la casa chocando con los muebles en busca del baño…lugar que rara vez encuentra, con el resultado que no pienso ponerme a describir.
El desenlace se resume en una palabra: Geriátrico.
Entramos al lugar, mi vieja y yo, tragando saliva y pescando lágrimas con la punta de la lengua. Caminamos como dos intrusas bien por el medio del salón, más por respetar la privacidad de los ancianos que por miedo a quedar encerradas (o acuchilladas por algún abuelo, que en un rapto de ira, nos pudiera confundir con la hija que lo archivó ahí dentro). Aunque el lugar es impecable, y para nosotras no existe alternativa posible se nos dio vuelta el estómago. No es Hogwarts, Harry Potter no va a ser el compañero de nuestra Hermione, no hay clases de magia ni hechicería…y sabemos perfectamente bien adónde conduce el andén 9 y ¾…
Quizás las únicas similitudes con la archifamosa escuela de magia sean un par de anteojos rotos pegados con cinta y que mi abuela, cuando estaba en sus cabales, supo ser una bruja…que aunque bruja muy bruja no se merece este pasaporte a Hogwarts de la mano del Profesor Alzheimer!
Si alguien hubiera conocido a mi abuela, la réplica femenina del Mariscal Rommel, entender esto le resultaría mucho menos gracioso y un tantito más dramático. Pero como soy una partidaria de encontrarle el lado bueno hasta al “Lado oscuro de la fuerza” (con Darth Vader y su ejército de cyborgs incluidos), voy a centrarme en las partes “cómicas” de una historia que en definitiva no lo es tanto.
Como ya la describiera en otra entrada de este blog, mi abuela se fue perdiendo por el bosque, de la mano del Sr. Alzheimer. Como el conejito de Duracel que a medida que se queda sin pilas va enlenteciendo la marcha; mi abuela fue perdiendo la cordura, la conciencia y la paciencia (bue, esa ya la había perdido a los cuarenta cuando su cerebro todavía estaba afinado como un Stradivarius). La pila se fue gastando y los sistemas se fueron bloqueando al compás de un conejito que cada vez toca los platillos con menos ganas. Como una computadora que tiene el disco rígido fragmentado y lleno al 99%, un ejército de troyanos reproduciéndose en todas las aplicaciones y el antivirus sin actualizar; el cerebro de mi abuela entró en un cortocircuito digno de un juguete cuya pila sulfatada termina siendo un peligro para todos los que la rodean.
Entonces nuestro conejito quedó con la vista perdida y los platillos a medio camino del último “CLANK”.
Lejos quedaron aquellos días (de hace tan solo dos años), donde confundía el valor de los billetes adjudicándole un color al precio de cada producto “Este pollo me costó dos marrones” léase $20. “El farmacéutico me cobró un verde, las aspirinas” léase $5. También quedaron atrás los tiempos en los que nos enojábamos porque confundía los nombres de sus bisnietos o intentaba condimentar la ensalada con detergente aroma limón. Momentos preciosos en los que se tildaba preguntando cien veces por el mismo tema tabú y espinoso que no debía tocarse en la mesa dominical porque todos terminábamos a las patadas mientras ella sonreía, satisfecha, como La Gioconda. Confundía la hora en su reloj, pero tenía claro que era de día según la posición del sol o que era momento de almorzar por el rugido de su estómago teflonado y un apetito voraz. Tratábamos infructuosamente de corregirla con la secreta esperanza de que volviera a aflorar esa mujer insoportable que nos tenía a todos zumbando. Pero el descenso ocurrió indefectiblemente sin nuestra anuencia. Entonces nos enteramos que prolijamente producida con un camisón rosado, una cartera Chanel, medias tres cuartos negras y sandalias beige sin talón; la habían encontrado en la puerta del edificio intentando embocar la llave en la cerradura para tomar un taxi que la llevara al dentista(a las cuatro de la madrugada). Como un personaje salido de una peli de Almodóvar (perdón Maite), esta caricatura grotesca de lo que alguna vez fue mi abuela, se levanta a desayunar cuando el resto de la población se acuesta…haciendo carne la canción de María Elena Walsh “En el Reino del revés”. En ese Reino vive y gobierna esta señora con la vista perdida entre el año 41 y el 68, que destronó a mi abuela y anidó en su cabecita. Cual Comandante de un país sin timón, esta Reina va sembrando el caos y la anarquía a su paso. La llave del gas abierta intoxicando a los vecinos; los remedios para la presión triturados en un frasquito con resabios de aspirinas, dos grageas de laxantes, una docena de cuartitos de tranquilizantes y dos granos de balanceado para gatos que levantó del piso de mi cocina convencida de haber recuperado el somnífero que se le cayó ahí mismo la Navidad del 2004; sus paseos nocturnos por el edificio manteniendo conversaciones con un hermano del Che (al que siempre le recuerda que ella padecía de asma igual que Ernestito); y un sinnúmero más de situaciones nos convencieron de que el barco estaba a la deriva.
Ya no la dejamos más sola. En la semana está acompañada y los fines de semana la traemos a casa. Entonces el problema se nos hace cada vez más evidente. Su brújula desmagnetizada, su norte perdido, su nave sin control. Ya nada es como antes. Deambula sin paz y sin rumbo. Se sienta, se acuesta, se para, se le antoja un té, busca una bombacha en el bolso…todo en un lapso de 7 minutos. Nos descuidamos un segundo y está martillando milanesas…de GATO VIVO. Nos damos vuelta y se está enjabonando la cara con destapacañerías. Se lava las axilas a las dos de la mañana usando crema antiarrugas como desodorante, le pone sal al té, edulcorante a la pomarola, se escapa a tomar baños de luna (siempre con pantalla solar como es su costumbre desde que se hizo su primera cirugía estética hace cuarenta años).
La noche es un guión digno de una zarzuela loca. Desorientada más de lo necesario por el cambio de geografía, y un tanto apurada porque en un descuido se nos atiborró de laxantes, va por la casa chocando con los muebles en busca del baño…lugar que rara vez encuentra, con el resultado que no pienso ponerme a describir.
El desenlace se resume en una palabra: Geriátrico.
Entramos al lugar, mi vieja y yo, tragando saliva y pescando lágrimas con la punta de la lengua. Caminamos como dos intrusas bien por el medio del salón, más por respetar la privacidad de los ancianos que por miedo a quedar encerradas (o acuchilladas por algún abuelo, que en un rapto de ira, nos pudiera confundir con la hija que lo archivó ahí dentro). Aunque el lugar es impecable, y para nosotras no existe alternativa posible se nos dio vuelta el estómago. No es Hogwarts, Harry Potter no va a ser el compañero de nuestra Hermione, no hay clases de magia ni hechicería…y sabemos perfectamente bien adónde conduce el andén 9 y ¾…
Quizás las únicas similitudes con la archifamosa escuela de magia sean un par de anteojos rotos pegados con cinta y que mi abuela, cuando estaba en sus cabales, supo ser una bruja…que aunque bruja muy bruja no se merece este pasaporte a Hogwarts de la mano del Profesor Alzheimer!