jueves, 19 de mayo de 2022

Y un día llegó Lunita

        Luna llegó a mi vida el 23 de noviembre del 2020.  En plena pandemia, como era de esperarse, no pude conocerla en el sanatorio.  La conocí el día que le dieron el alta, ella iba sentadita en su huevito en el auto de sus padres.  Luna es hija de mi único hijo, Guille, mi primer amor loco (lo confieso) y de su mujer, Caro.  Esta pequeña que hoy tiene año y medio, fue amada por su abuela desde que sus padres pusieron los latidos de su corazón con sus celulares debajo de la mesa (la primer ecografía). Los saltos que pegué podrían haber opacado a cualquier medallista olímpico y los gritos...bueno, espero que no exista grabación de ese momento vergonzante. 

    Cuestión que la pequenísima criatura me tiene completamente emborrachada, enamorada y loca (pero feliz).  transito mi vida esperando los días que faltan para volver a verla y recordando los momentos de la última vez que la vi. Sus padres me confiaron la responsabilidad de su cuidado desde los dos meses, tarea que comparto salomónicamente con Dibe, su otra abuela.   Así que colgué los pantaloncitos negros y la blusita de seda blanca, renuncié a mi trabajo y me arremangué la camiseta para dedicarme por entero a ser la baby sitter de mi propia nieta. 

         Los primeros meses fueron fáciles, Luna era y es una bebé tranquila.  Es raro que llore y si lo hace es porque se pegó un porrazo (o cuando era más chica por hambre).  Dediqué mis días a contemplarla en éxtasis y sacar unas mil fotos por mes.  Si hoy tuviera que pagar el revelado de fotos, estaría viviendo debajo de un puente, cantando por mi subsistencia.  Vivo borrando apps y fotos intrascendentes para hacerle lugar a ella en mi celular.  Por supuesto, tiene su carpeta propia y galerías en redes sociales (protegidas bajo quince claves) porque quiero recordar cada instante de esta loquita que me robó el corazón. Tuve que aprender rapidísmo todo de vuelta, calentar mamaderas, esterilizar, cambiar pañales y cantar canciones de cuna.  Y como soy de tropezar dos veces con la misma piedra, quemé todo un kit de mamaderas en mis cacerolas alemanas nuevas (me sorprendió ver que se derritieron todos los plásticos menos las tetinas de siliconas...que  serían como las cucarachas de un holocausto nuclear).  Y también me he quemado las manos recalentando leche bajo la canilla de agua hirviendo, pero todo se compensa escuchándola eructar en mi oreja a ella, Luna, mi pulga color rosa. 

         Cuando comenzó a comer, empezaron los enchastres industriales. Resulta que ahora hay que dejarlos experimentar con la comida, tuve que agenciarme un impermeable para darle de comer y aprendí a esquivar pelotazos de puré con la maestría del arquero del Bayern Munich.  Al principio todo era un descontrol con un perímetro aceptable. A los pocos meses ya exprimía la fruta entre los dedos para desparramarla exitosamente por toda la mesita, su ropa y la mía. Después la cosa pasó a mayores, ella ya manejaba sus manos y sabía exactamente dónde quería hacer aparecer lo que descartaba. 
       Básicamente, la ceremonia del almuerzo se puede dividir en los siguientes pasos: 
  •  Lo miro (al alimento). Lo rechazo porque lo dice el inciso 2 tomo N del libro 1 del código de la alimentación de los bebés. 
  •  Lo vuelvo a rechazar y estudio a mi abuela con el ojo izquierdo (a ver cómo reacciona esta mujer que no me deja ver Cocomelon en paz). 
  •  Lo rechazo nuevamente porque quema o simplemente porque soy una jodida que todavía no tiene el hambre suficiente. 
  •  Abro la boca y lo como y lo escupo como munición de ametralladora porque no sé si quema, pero por las dudas. 
  •  Abro la boca y lo soplo.  Sale disparado sobre cara y pelo de mi abuela. Me resulta muy gracioso.  Me río.  Me lo como. Como está muy bueno exijo más.
  • Me como unas buenas cucharadas mientras redecoro el comedor con pedacitos de carne y rodajas de tomate. 
  • Me cansé de comer. Escupo con la fuerza de un rifle de aire comprimido. El bocado aterriza en los anteojos de mi abuela. Tengo que volver a hacerlo, es divertidísimo. 
  • Mi abuela me soborna con apagar Netflix.  Hago un esfuerzo.  En cuanto le da play a Cocomelon me lo saco de la boca y se lo encesto en su vaso de Coca (posta). 
  • Hago un esfuerzo y me trago otra cucharada de puré.  Todo sea por JJ Jingleheimer Schmidt (si no saben googleen). 
  • Abuela, de veras que no doy más.  Traeme algo dulce. Qué bueno! Hay durazno! Vas a ver las artesanías que te hago con el durazno! Mejor no, mejor uso el durazno para hacerme una máscara facial antiage. O se la hago a mi abuela, ella parece precisarlo más que yo. 
  •  No, qué va! Salen dos máscaras de durazno finamente apelmazado con restos de puré de papa y zapallo y 250 ml. de agua (que estaban en el vasito y terminan replicando el lago Nahuel Huapi en la mesita de comer).
  • ABAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!! Quiero agua, es tan difícil de entender? O que me traiga un sorbete y lo uso de bomba de achique para sacar el agua de la mesita. 
         Otro tema son los cambios de pañales.  Pañales que mientras fue lactante tenían un contenido manejable y además su cuerpecito quedaba donde una la dejaba, sobre el cambiador.  Era fácil y rápido.  Pasaron los meses y esta cosita que días atrás se quedaba pancha, boca arriba sobre la mesa; ahora es un remolino de piernas que aparecen en el lugar menos pensado.  Si una tomó la precaución de no abrir el glorioso pañal que rebosa unos 300 gramos que huelen como una alcantarilla del Londres del siglo XVII, la cosa está mínimamente contenida (aunque la pasta puede rebalsar el pañal y esparcirse por toda la superficie).  Si te olvidaste la cremita para el culito y te diste vuelta para buscarla en el bolso, con el pañal abierto...Dios te ayude a limpiar y desodorizar la zona (buscate a la gente que limpió Chernobyl, mínimamente). 

Capítulo aparte se merecen Cocomelon y sus entrañables personajes que Luna mira desde que tenía unos pocos meses.  Es una serie musical que tiene unas cancioncitas que se grabaron para siempre en el hemisferio izquierdo de mi cerebro atormentándome como un trépano en el cráneo.  Me levanto a las tres de la mañana para ir al baño y suena en mi cabeza "baby shark" a todo volumen.  El odontólogo me está atornillando un implante y puedo escuchar vívidamente "estrellita dónde estás" (lo que duplica el malestar
en forma exponencial).  Empujo el carro en el supermercado mientras evalúo cuál es la fila más rápida y siento "las ruedas del autobus".  Jj es el mejor amigo de luna, lo lleva a todas partes y duerme con él.  Ese enano pelado y su familia han desplazado a Coldplay y Pink Floyd en mi memoria musical...

                Bueno, pasaba para contar eso, que soy abuela. Que soy feliz y que estoy llena de puré y caca de bebé jajajajaja

Los dejo con un pequeño regalo para los infantes de la familia (USEN TAPONES DE SILICONAS PARA EVITAR LA RESACA MUSICAL)!!!

1 comentario:

Cecilia Nora Scardamaglia dijo...

Me encantó Pauli. No sabía que tenías un blog. Ya voy a leer todo. Te quiero amiga