miércoles, 10 de agosto de 2016

¿QUÉ COMEMOS?




Esa pregunta odiosa que todo ser humano se hace mirando la heladera


No me gusta generalizar, pero en este caso, la preguntita les cabe más a las mujeres que a los hombres.  Por mandato social, en un ochenta por ciento, es la mujer la encargada de sacar el glaciar del freezer y convertirlo casi mágicamente en una cena.  Más que un mandato social, me atrevo a decir que es una maldición gitana, un sino, un flagelo, un garrote que le pega siempre en la cabeza a una mujer en algún momento del día, todos los días de su vida.  De hecho, mi hijo acaba de pronunciar la consabida preguntita del culo “¿Qué vamos a comer hoy, maaaaaaa?”.

La pregunta en sí no molestaría si no acarreara toda una serie de incógnitas a ser develadas en un muy corto plazo y con mucho ingenio por la capitana de la cocina.  Se pone el sol y las águilas que conviven con una se ponen a revolotear por la cocina…pasados veinte minutos el perímetro se va reduciendo al área de la heladera y el microondas.  Les pica el bagre, hablando en criollo, el hambre comienza a organizar conciertos en los estómagos del clan familiar.  Pero la responsabilidad de combatir este monstruo en franca expansión suele ser una mujer que tiene otras cosas en las que pensar, además de cerrar esas bocas abiertas con algo biodegradable y fácil de hacer.

En general, hay dos tipos de cocineros del día a día (acá no cuentan las comidas que uno disfruta realizar como hobby, la repostería y los platos que se sacan de los posteos de Facebook); están los organizados y los magos.  En el primer segmento encontramos a la persona que tiene anotado el menú semanal pegado con un imán a la heladera, que conlleva un perfecto correlato con el contenido de la misma.  Esos alimentos han sido comprados con una estrategia cuasi militar y combinan perfectamente los unos con los otros, van a aterrizar en la mesa de acuerdo al cronograma prefijado: una maravilla (que solo existe en la revista Para Ti, en el canal Gourmet y en familias numerosas donde la organización es sinónimo de subsistencia).  En el segundo segmento encontramos a la persona que tiene seis platos en la galera con dos variaciones por cada  menú.  Digo seis porque uno le prende una vela a cada santo para zafar de cocinar el séptimo día, si Dios descansó después de hacer el mundo, a nosotros no nos corresponde menos.  Estas personas tienen el menú anotado con balas de paintball en la cabeza y pueden desarrollar los mismos con los ojos cerrados, con uno o dos ingredientes menos, y la suficiente flexibilidad para convertir milanesas en bifes a la criolla o fideos a la bolognesa en un alto guiso si la ocasión así lo requiere. 

Para el primer segmento no existe adrenalina, tal vez el tedio de ejecutar los mismos diez pasos para convertir un cadáver de pollo en un strogonoff con arroz.  Para el segundo segmento, que se olvidó como siempre, de sacar el ave fagocitado por el glaciar Perito Moreno Whirlpool del freezer; la empresa suele ser un toque más zarpada.  Aspirando el aire helado del receptáculo que se niega a entregar el bloque de hielo que contiene al pollo, igual que la ardilla de “La Era de hielo”, pasan por la corteza cerebral una docena de ideas que no serán llevadas a cabo porque a cada una le faltan dos o tres ingredientes fundamentales.  Entonces se empiezan a tachar las opciones y nos quedamos con una facilita, meter el cadáver al horno, con cositas alrededor y encomendarnos a la Vírgen del ágape familiar.  Muy probablemente, si son como yo que no etiqueto nada que inserto en el freezer, se lleven una dolorosa sorpresa al preparar una genial salsa para bondiola de cerdo que acaban de leer en internet (cuya receta ha sido previamente captada mediante un print de pantalla); para descubrir con horror que la cosa que gira y gira dentro del microondas no sólo no está emparentada con un chancho, es una bola de lomo de vaca fileteada para milanesas.  Ahí es cuando aparece el mago que llevamos adentro suplantando manteca por aceite, harina por maicena, pan rallado por avena, lechuga por espinaca; dando lugar a una mescolanza que alimenta a la tropa sin problemas (a lo sumo una leve diarrea).

Pero no hay nada más molesto que preguntar “qué quieren comer” y te contesten “cualquier cosa” con el celular en la mano y la vista perdida.  Es el momento asesino del día, les revolearía una cacerola Essen por la cabeza (que pesa una tonelada).  Porque cuando empezás a ofrecer opciones te contestan “fideos comimos el martes”, “otra vez pollo?” (con cara de asco), “las milanesas pueden ser napolitanas?” (como si la salsa de tomate saliera de las canillas), “tarta no porque estoy a dieta” (dicho por alguien que acaba de clavarse un sándwich con las sobras del día anterior), “la carne de noche cae pesada” (pero les servís una milanesa de soja y  te repudian por terrorismo vegano, “por qué no te amasás unos ñoquis?” (dicho a las 21 hs. total no hay problemas, podemos acostarnos al amanecer durmiendo el día entero como los vampiros), “salchichas con puréeeeee? eso no es una cena!” (el que se clava un Big Mac como si fuera una cena en el Hilton.

Señora, señor…si Ud. se ve inmersa/o en tamañas disyuntivas gastronómicas, cálcese las zapatillas de jogging, tome carrera y no dé vuelta la cabeza hasta haber pasado algún control aduanero.

Yo, la que cocina en casa.




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