lunes, 28 de febrero de 2011

MI MOTOSIERRA Y YO (Cuento sangriento)

Advertencia: Este relato no deberá ser leído por personas sensibles, niños en edad escolar, ancianos con cardiopatías severas, hipotensos, tensos, inmuno deprimidos, deprimidos, psicópatas, cocainómanos, bobos y gente con escaso sentido del humor.


Capítulo 1: La génesis del genocidio

Estaba sentada en mi jardín.  Mi jardín se achicó o yo he crecido.  La segunda opción es más probable, aunque la fisonomía de mi parcela verde ha mutado en algo que no logro identificar, convirtiendo en probable la primera hipótesis.  Lo que alguna vez fuera una casa, ahora es un montículo informe de masa verde (con vida). 

-“Soy la dueña de la casa del cuento de las habichuelas mágicas”- yo

-“La verdad es que tenés la flora y fauna autóctona un tanto descontrolada”- él

Creo que lo dijo por las iguanas, arañas, ranas arbóreas, pájaros carpinteros, gatos, perros, teros, búhos, murciélagos, hormigas, grillos, palomas, garzas, mosquitos y escarabajos que habitan en mi pequeño bosque tropical.  Me faltan dos especies y puedo cobrar entrada, el predio es un zoológico.

-“Te molestan mis animales” –yo (rictus “Greenpeace”, beligerante pero con onda…verde)

-“No, no…bah, por ahí las alimañas que caminan en el baño mientras intento un pis accidentado” –él (excusándose por verse forzado a bailar un malambo sobre un escorpión, en el excusado)

-“¿Será que es hora de darle un corte de pelo a la jungla? – yo

-“Tenés un árbol dentro de un farol, un duraznero creciendo en el baño y una enredadera tomando posesión de la cocina, a vos qué te parece?” –él, elocuentemente

-“Me parece caro”- yo, imaginando al jardinero, “calculeadora” en mano

Días después convoqué a licitación para la ejecución a mansalva de todo rastro de vida silvestre “color verde”.  Se presentó un señor con aspecto de erudito en la materia, que daremos en llamar “Jorgelino” (para proteger su verdadera identidad).
Luego de revisar exhaustivamente la tarea a realizar, y alertándome sobre los peligros a los que me veo expuesta si sigo dejando que mi hogar sea devorado por un tsunami de savia, se suscitó el siguiente diálogo:

-“Doña, yo le voy a hacer un buen trabajo” – Jorgelino (rompiendo el silencio luego de media hora de rascarse la nuca y hacer cuentitas en voz baja usando todas sus falanges)

-“No lo dudo” – yo (engullendo un bostezo marca Hipopótamo)

- “Tengo que sacar las ramas, arrastrarlas hasta la entrada.  Voy a necesitar un ayudante. Me va a llevar un tiempo”- Jorgelino (preparando el terreno para largar una molotov que va a doler)

-“¿Cuánto tiempo?”-yo, con pérdida de paciencia creciendo en progresión geométrica

-“Tengo que ver si traigo la motosierra, el serrucho curvo, la carretilla...” -Jorgelino contando billete en la pantalla mental

_”¿Cuánto tiempo, cuánto, cuánto, cuánto dinero, cuánto, cuánto?”- yo, cada vez más tuneada como el Ogro del cuento de las habichuelas

-“Dos días, dos mil pesitos; un trabajito excepcional te voy a hacer”- Jorgelino escupió esta oración dándome la espalda (todavía no sé si por vergüenza o vértigo en la zona genital)

-“Es muy caro” -¿quién sino yo?

-“Y si te rebajo a mil ochocientos” – él, viendo desmoronarse el sueño del ciclomotor propio

_”No puedo, es un poco menos de lo que gano en un mes sin prostituírme ni vender éxtasis en la puerta de Tropitango” –yo, comenzando a disfrutar del té que me iba a tomar cuando Jorgelino ganara la calle (fruto de un bolón en el trasero marca Hush Puppies)

-“Te hago quinientos pesos por desmalezarte la casa y deshacerme de las serpientes, iguanas, ratas y bichos bolita” – Jorgelino jugando al poker con mis temores

-“Rajá Jorgelino, rajá…si valorás tu vida empezá a correr”- yo con hambre


Capítulo 2: Tener una motosierra es tan “Easy”

Visto y considerando que Jorgelino se ofendió al notar con fastidio que había decidido demoler mi bosque con mi serrucho curvo, me increpó acusándome de darle el laburo a otro jardinero (porque no creyó que ese revoltijo de ramas proviniera de mi propia faena).
Le juré y perjuré que había comenzado la labor para darle una manito, así de paso me hacía un descuentito.  Se retiró ofuscado como novia abandonada en el altar.

Como el ahorro es la base de la fortuna, decidí tomar las riendas del proyecto y recurrí al hipermercado ferretero más cercano, en compañía de mi pareja, quien asistió al evento para salvaguardar mi integridad física.  Esto fue corroborado a los tres minutos de entrar al establecimiento, momento en el que me entregó un aparato similar al de “La Masacre de Texas”.  Sentada de culo en el piso, con la sierra en el abdomen, comprobé que la maquinita en cuestión me dominaba a mí (si hubiera estado enchufada, a estas alturas tendría una medio hermana siamesa).   Recorrimos las góndolas probándonos diferentes modelos de amputadores de miembros y/o ramas, hojas y afines.  Y ahí fue…ahí, en el estante dos (posición 13) que nos vimos ella…y yo.  Fue amor a primera vista.  Primero con Black y luego con Decker.  Con su sonrisa dentada, negra y aceitada.  Con su carcasa rojo sangre.  Con su logo orgásmico para cualquier hombre que guste de máquinas, tornillos y percutores.  Y para cualquier mujer que haya perdido el juicio. 
Media hora después con un alargue, un alicate extensible, un paquete de bolsas de consorcio negras y unas varillas aromatizantes con aroma a jazmín (si, en el fondo hay una fémina viviendo en mí); partimos hacia la cuna de la fotosíntesis.

Capítulo 3: Detrás de todo sueño hay un problema sin resolver, detrás de toda persona hay un asesino serial en potencia.

Como hacía un calor agobiante y los pájaros se caían de los árboles, decidimos dormir la siesta antes de estrenar las herramientas.
Duermo, luego despisto.  Recostada cómodamente en los brazos de Morfeo ví con nitidez de tecnología japonesa la siguiente escena (que me tenía como protagonista…obvio, después de todo era MI SUEÑO! …JODER!):

“Voy a inaugurar un cementerio privado en mi jardín”- yo, la entrepreneur, hablando con Mauricio Macri sobre mi mega emprendimiento

“………….” -Mauricio Macri, mudo (creo que no hablaba porque lo último que ví antes de dormirme fue una foto de él en la Revista Caras, tiesito e inmutable)

“Acá tengo la subdivisión de las parcelas” –yo, señalando el terreno con el dedito índice

“Tengo varios clientes”- yo, Mauricio seguía sin emitir sonido

“El tema es que todavía no están muertos”- yo, esto se convertía rápidamente en un monólogo

“A mi cliente, el japonés, lo voy a filetear a lo largo.  Creo que le va a gustar ser exhumado en forma de sushi, una alegoría patriótica…si se quiere”- yo, Mauricio no opinaba porque seguía freezado en la foto de Villa Langostura

“Al pibito que me torturó poniéndome reggaeton en la oreja con su celular, en la fila de Rapipago le voy a hacer una ceremonia rapidita.  Diez cortecitos prolijos de lado a lado, junto los pedazos y los meto en la bolsa de consorcio negra” – yo, habiendo decidido unilateralmente que el enfermito no merecía una parcela en mi exclusivísimo cementerio “Black&Decker”

“Este lugar lo tengo reservado para la cajera del Supermercado, que me plantó el cartel CAJA CERRADA, después de haberle descargado medio carrito en la cinta transportadora.  Me sonrió cálidamente, en cámara lenta mientras a mí se me borraba la mía.  Le voy a rebanar la cabeza a la altura de la cuarta vértebra cervical.  De lápida voy a utilizar la cabeza embalsamada y sonriente.” – yo, habiendo recibido una ovación de parte de mí misma.  Mauricio miraba pero no opinaba.  Se sumó Francisco de Narváez, que me encargó una parcela para Daniel Scioli.

“Acá va Jorgelino” – yo codeando a mi pareja

“¿Qué?- mi pareja o Mauricio.  Juraría que uno de los dos habló.  Francisco y Daniel se hicieron amigos y se besaron en la boca apasionadamente

“Jorgelino queda muy lindo si lo voy desmembrando de a poco.  Si lo congelo, puedo decorar el pino navideño con sus partes.  El rojo sangre siempre me ha gustado para decorar el arbolito” – yo, haciendo planes para Navidad, porque hasta en sueños me devora la ansiedad

BEEP BEEP BEEP BEEP

El despertador me hace saltar de la cama.  Me calzo las zapatillas, la motosierra al hombro y salgo corriendo a rebanar plantas.  Corto por aquí, corto por allá, disfruto el momento. 

“Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaa” – mi hijo pegó su clásico alarido

“¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?”

“No tenemos Internet, ni cable ni teléfono”- mi hijo me pasó el parte de las bajas en combate

“Uh” – yo, comenzando a asociar la máquina que tengo en la mano con el ostracismo tecnológico al que he sometido a mi hijo…y/o al barrio, en le peor de los casos

Prorrumpí en llanto revolcándome en un colchón verde de pasto, ramas y arañas.  Sentí la necesidad de auto infringirme dos cortes prolijos en las muñecas para salvar a la humanidad de mi motosierra.  El arma fue sustraída de mis manos por alguien que prolijamente se puso a empalmar los cables mientras los vecinos se preguntaban unos a otros si tenían o no servicio telefónico.  ¡TRAGAME ENREDADERA!

“¿Qué te parece si la seguís usando cuando estés más calmadita?  Guardá el juguete, mañana jugás otra vez, dale?” él, con gesto preocupado mientras retiraba el objeto de mis manos con cuidado

Nos sentamos  a tomar dos cervezas “Duff” al más puro estilo Homero Simpson.  Brindamos por Jorgelino.  Nos acordamos de él, de su madre y de su abuela…

Hoy me lo crucé cuando entraba al barrio.  ¿Pueden creer que se me hizo el ofendido?

VA FANCULO!!!!!!!!!


lunes, 7 de febrero de 2011

LAS PERIPECIAS DE VACACIONAR EN ARGENTILANDIA


¿Para qué salimos de vacaciones?
La gran mayoría contestará:
Para desenchufarme del trabajo
Para recargar las pilas
Para relajarme y gozar
Para conocer lugares nuevos
Para salir de la ciudad, sus ruidos y su tránsito
Para tirarme en una reposera y ponerme al día con la lectura
Para deshacerme del stress del año

Pues no señores, en Argentilandia uno sale de vacaciones para todo lo contrario.

Planeando las vacaciones

Es muy probable que lo que comienza con una sonrisa soñadora termine a las piñas.  Muy probable.  Porque elegir el destino donde uno posará el culo durante quince días del más puro alpedismo nunca es fácil.  Se empieza en París o Bahamas y se termina en Las Toninas o Gualeguaychú (sin desmerecer, que quede claro).  Una vez que el lugar ha sido elegido hay que convencer a la manada que nos acompañará.  Que suelen ser los hijos caracúlicos que uno se ha sabido granjear en una noche loca de alcohol y desenfreno.  La negociación es clave, hay que sobornar a los sujetos que harán de tu vida un verdadero infierno si no concurren en forma voluntaria y espontánea.  Que lo disfruten, ese es tema para otra columna.  Así que los que en principio eran tres más el perro se convierten en seis menos el perro, más la pelota, la guitarra, una caja de preservativos de cien unidades y el amigo del amigo.  Pero le sacaste el “TA BIEN, VOY”.  Como si te estuviera haciendo un favor!!!!!!!. 
Ahora hay que conseguir el dinero, hacer las reservaciones y diseñar una estrategia que incluya un consenso para el horario y día de partida, y planos manufacturados por un ingeniero que nos explique cómo embutir cuatrocientos kilos de equipaje en un autito diminuto.
Dos días antes de partir, sin entender bien porqué, estarás haciendo una fila de veinticinco autos (y una hora de espera) para intentar llenar el tanque con gasolina.  El tan preciado líquido que impulsa nuestros carromatos ha desaparecido de los surtidores.  Dispuesto a pagar lo que sea y matar a quien se ponga en el camino, con 40º a la sombra, el motor apagado porque te quedan los vapores, verás cómo se aleja tu fantasía playera por culpa de vaya a saber quién mierda.
Tanto rascarle la panza a Buda da sus frutos, llegas al surtidor y todavía tiene alguito para vos.  Le cargás como para impulsar un portaaviones y te chupás los restos de la manguera mientras le revoleás al empleado las tres tarjetas de crédito con las que pagarás la compra.  Las vacaciones están en su apogeo. Yupiiiiiiiiii!

La partida

Como sos un inconsciente, consciente de que no te podés tragar la pastiloca de todas las noches para dormir como una marmota, no pegarás un ojo.  Como dormir sin droga es una odisea, el Facebook será la panacea.  Saldrás a la ruta con dos horas de sueño, pero listo para pasar la prueba de las pupilas dilatadas=0% de clonazepam en las venas.  Excelente diez!.
Cuando llegás al borde del paraíso (léase la entrada a la ruta que te llevará a la playa), caerás en la cuenta de que en el peaje hay dos millones de monos furibundos tocando bocina a lo bestia.  El primero de cinco peajes en cuatrocientos kilómetros.  Si esto no es le paraíso, el paraíso dónde está?.  Si tenés suerte, solamente te comerás unos dos o tres piquetes que te harán perder unas tres horitas nada más.  Gente que no está de acuerdo con el peaje, gente que está de acuerdo con el peaje pero no con el color de las cabinas.  Gente que no quiere la autopista porque se le subió encima del jardín, gente que le quiere cagar las vacaciones a otra gente…en fin, lo de siempre.  Si lográs salir inmune (a nivel psicológico) de esta primera etapa, desearás haber blindado el autito, porque a los dos kilómetros hay media docena de vagos apedreando autos y micros esperando que pares para robarte las vacaciones, el celular, la guitarra y hasta el perro.

El arribo

Diez horas después, cuatrocientos kilómetros al sur, la brújula y el GPS dicen que llegaste a destino.  Eso o el gigantesco tapón de autos que avanza a paso de hombre porque los semáforos no están sincronizados y porque tres promotoras con el culo al aire regalan un folletito pedorro para que visites a la beluga blanca en el oceanario de la ciudad.  Cincuenta minutos después, preso de un ataque de ansiedad te encontrarás haciendo una fila kilométrica para cargar combustible (porque escuchaste en la radio que el problema de la gasolina se agrava en la Costa).  El viajecito ya lleva doce horitas, un poema.  En el fondo del auto, los eructos, los gases y los tres acordes de “Wish you were here” repetidos hasta el hartazgo te hacen acordar que hoy es un buen día para quitarse la vida.  Masticando la enésima galletita de chocolate pedirás un trago de algo.  Ese algo es Coca Cola caliente llena de baba de tres monstruos que han decidido cagarse a trompadas en un espacio similar a un tacho de basura. Ligarás un rodillazo en los riñones, mejor…al menos sabés que estás vivo.
Con la mugre de un ejército de desamparados y la energía de un juguete sin baterías, encontrarás la manera de dirigirte a la playa.  Eso después de descargar el auto solo, porque los tres animalitos se te escapan a la calle a jugar a la pelota.  Ojalá que en la playa vendan vodka en suero endovenoso.
Volcás.  Son las ocho de la noche y vos dormís babeando en la arena, con la lengua colgando como los perros anestesiados.  Te despierta un desubicado que grita “Relojes, pulseras, anillos…quiere verrrrrrrrr?”.  Tragando el corazón que asoma por la garganta en una alborotada taquicardia, lo putearás escupiendo arena.

El día después

Ahora si.  Descansadito y sin apuro te vas a dirigir al cajero para comenzar a despilfarrar tu magro sueldito comprando el diario y un par de revistitas de esas que te llevás al baño.  Caminando despacio con una sonrisa pelotuda te harás una pregunta inocente “¿ y esa gente que está esperando?”.  Una fila de unas ciento veintisiete personas que da vuelta una manzana te hace pensar que hay alguien regalando algo o Maradona firmando autógrafos.  Nada de eso.  Es un cajero automático de un banco.  De tu banco, sin ir más lejos.  Del banco que te dijo que vos eras especial para él.  Que eras un cliente VIP, nunca más una fila, nunca más un trámite con la Super recontra cuenta del orto dorado.  Resulta que no hay billetes.  ¿Nos quedamos sin papel?  ¿Se trabó la impresora de la Casa de la Moneda?  No, Brasil no entrega.  Parece que Brasil nos hace la platita, nosotros le compramos nuestra plata. ¿Con qué le pagamos?  ¿Nos descuentan de la que nos fabrican?  Misterio total.
Los quince días te verán pasar de cajero en cajero suplicándole al aparatito que te escupa unos billetitos para poder comprarte un heladito o tomarte un cafecito mirando el mar.
En un arrebato de inteligencia sin precedentes, los comerciantes de todos los locales de venta o alquiler de cualquier producto útil para los veraneantes, han decidido de común acuerdo no aceptar tarjetas de débito o crédito.  Las vacaciones se acotan al extremo de pensar seriamente en pegar la vuelta silbando bajito.

Cuatro días después

Conseguiste algo de efectivo.  Te permitió tomarte el cafecito con el alfajorcito en la peatonal.  Contento, diario en mano, sorbiendo el líquido parsimoniosamente serás importunado por un ruido ensordecedor.  Resulta que la Municipalidad de la Ciudad en la cual se te ha ocurrido vacacionar, en un alarde de buena voluntad y timing sin precedentes ha decidido reparar las veredas.  Así que media docena de señores enfundados en preciosos overoles color flúo revientan el cemento con taladros neumáticos mientras otra media docena corta baldosas con una sierra que, aparte de ruido, te baña en una densa nube de polvo.  Tos, arcadas, tímpanos inflamados y tu pareja que te hace la seña “rajemos de acá”.

Diez días después

Agotados de tanto trámite, con los pies en llamas de recorrer cajeros, descubrís con alegría que hay un cajero de tu Banco a una cuadra de tu alojamiento.  No te dan las piernas para correr.  Sospechosamente no hay nadie, debe ser un milagro.  O un error de cálculo.  Porque el policía de la puerta te informa que aún no ha sido inaugurado.  Está claro que los comerciantes, en la Costa tienen un problema de timing…o bosta en la cabeza.

Quince días después

Las vacaciones llegan a su fin.  Otra vez en la fila del combustible, cuarenta grados de calor, cuatrocientos kilómetros de ruta por delante, veintiocho kilos de equipaje con más siete cajas de alfajores, cinco kilos más de peso por cada pasajero, tres contracturas cervicales, dos callos nuevos en los pies, siete ampollas en la espalda, veinte kilos de ropa sucia por lavar, ciento cincuenta y ocho fotos por bajar, una angina pultácea, un abultado resumen de tarjeta de crédito por pagar, un stress tamaño baño y la desesperación de saber que tendrás que trabajar todo un año para someterte a la misma pesadilla otra vez.

¿Será muy caro un pasaje a Groenlandia?

NO CULPES A LA PLAYA!