domingo, 18 de octubre de 2009

LOS MISERABLES



La historia de José


“José Miseria Espantosa” es miembro y vive desde hace años en un club de campo muy exclusivo. Rodeado de un gran cerco infranqueable, decorado con alambre de púas, garitas de seguridad cada doscientos metros y un ejército de guardias de seguridad que patrullan las tranquilas calles minadas de lomos de burro y señales de “prohibido” de todo tipo.
José circula esas calles a bordo de su impecable y oneroso auto alemán. Vive de una sustanciosa herencia que recibió de su padre, un laburante. Un negocio pujante que él y la economía endeble de su país se encargaron de pulverizar.
Pero José vive cómodo, mantiene su holgado ritmo de vida gracias a rentas que le proporcionan las propiedades que pudo sacarse de las manos, como pan caliente, antes de que la larga lista de acreedores se hiciera un festival con ellas. Ahora tiene un selecto grupete de amigotes y abogados que le hacen el aguante prestándole la firma, el nombre, la mesa del domingo, la niñera, los palos de golf, el canal porno codificado y hasta sus propias mujeres (no se sabe a ciencia cierta si este último préstamo tiene el consentimiento correspondiente).

La vida de José transcurre tranquila, se sienta a comer en el restaurante del Club, con gente que como él no tiene mayores dificultades con la moneda. Justo cuando traen la cuenta, José tiene la vejiga llena. O un gas atravesado que debe ser depositado en el lugar adecuado, de lo contrario puede ser expulsado (él, no el combustible que lleva dentro; salvo que lo expulsen antes de expulsarlo en cuyo caso ambos serían deportados) de tan exquisito lugar. En el supuesto caso de ser capturado desprevenido, por un mozo que fue demasiado veloz a la hora de traer la factura, José se batirá a un duelo de billeteras en cámara lenta haciendo todo tipo de ademanes y contorsiones para desenfundar último (si fuera un western estaría definitivamente muerto y enterrado hace siglos). Como tiene todo fríamente calculado, si alguien le reclamara su parte (porque algunos están cansados de financiarle sus opíparos almuerzos), pelará su mejor cara de compungido apelando a un cuento chino donde su crisis de pareja es la culpable de que se olvide todo en todas partes (como el dinero encima de la mesa de luz…de la puta que pagó anoche porque ninguna mujer lo tocaría en su sano juicio sin un intercambio monetario de por medio). Entonces pronunciará por millonésima vez en su vida “mañana invito yo”. Mañana nunca llega, esperará el tiempo prudencial aprovechándose de la demencia senil de alguno de sus amigos para volver a sentarse en la mesa con idéntica triquiñuela.

José suele desembarcar con toda su familia (y su suegra), un sábado a las diez de la noche, en la casa de algún vecino o amigote. “Pasábamos a saludar nada más” será la frase utilizada esta vez. O “el nene quiso venir a ver a tu hijo” (el nene, azorado, es transportado dos metros para adelante con un certero rodillazo propinado en el riñón izquierdo antes de que profiera una palabra que pudiera contradecir al padre). En la mesa, ocho comensales con el tenedor a medio camino del plato a la boca; son invitados por la dueña de casa a girar cinco lugares alrededor de la misma, en el sentido de las agujas del reloj, para hacerle lugar a los recién llegados (que se niegan rotundamente a sentarse mientras se sientan y se tiran encima de la fuente llevándose el pollo puesto). Luego de la cena José está relajado y satisfecho. Entonces decide fumar. Se palpa el pecho en busca de su atado de cigarrillos. Entonces se palpa los bolsillos del pantalón (parado, para que su desazón sea bien evidente). Si todo esto no tuvo resultado positivo, apelará al siguiente comentario “Uh, me los debo haber dejado en la otra camisa” (ya no dice en el auto, porque una vez le contestaron lisa y llanamente “andá a buscarlos”). Entonces, y sin esperar que alguien le convide uno, José rapiñará el atado más próximo a sus manos con un sutil “¿te saco uno?”. Ese número va subiendo en progresión geométrica con el correr de las horas, del alcohol, las bromas groseras, las risotadas carraspeadas mientras relojea el culo de las mujeres que se levantaron a buscar el postre. El destino de ese atado de cigarrillos es el bolsillo de José, que se lo llevará puesto con encendedor incluido en un rapto de supuesta confusión. Como si esto fuera poco, los chicos piden a gritos que alguien compre helado. Todas las miradas apuntan a José, quien debería hacerse cargo de satisfacer esa demanda. José, en un acto de arrojo saca el celular, pero antepone la primera excusa “no tengo el teléfono de la heladería”. La réplica es “yo si”. La dueña de casa despega el imán de la puerta de la heladera. José se dispone a discar pelando la segunda excusa “Uh, no traje los lentes”. “Yo te lo canto”, le contesta la señora resoplando. “Cuatro, tres, dos, uno, cinco, cuatro” repite José mientras pulsa las teclas de su celular de última generación. “Uh, podés creer que no tengo señal?” (en realidad le sobra señal y le falta crédito). La dueña de casa, un tanto impaciente, le encaja el inalámbrico de la casa frente a la nariz con el número discado y el interlocutor esperando del otro lado de la línea. José no tiene escapatoria, pide un kilito (para quince personas). Media hora después tocan a la puerta. José está atrincherado en el baño, para variar. Mientras sus hijos se devoran los chocolates suizos que la dueña puso en la bandeja del café, José le pide cambio a la esposa. La esposa, salió sin cartera “porque íbamos a dar una vueltita nomás”. Finalmente José mira la billetera y le pide al dueño de casa que se haga cargo de la cuenta porque pagó la cuota social y se quedó sin efectivo “mañana te lo alcanzo”, dirá.

José despliega idénticas maniobras en los comercios de la zona. Paga un cafecito con un billete de cien, cosa que el bar prefiera fiárselo a quedarse sin cambio. Manda a una amiga a retirarle la ropa de la Tintorería (que justo iba para allá), pero se encarga de recibirle el recado en la pileta para no entrar a buscar la billetera porque “María me mata si le mojo el piso recién encerado”.
José se para frente al mostrador y espera a que el dueño de la confitería se de vuelta para manotearle un alfajor o un bombón. Se le lleva el diario y la revista del domingo, jurando con cara de ofendido, que ambos son de su propiedad ya que los recibe todos los días en su domicilio (los recibió el primer mes hasta que le cortaron la cuenta corriente, ahora los recibe en la puerta del vecino al que se los sustrae en punta de pie a las ocho de la mañana en bata y pantuflas).
Los hijos de José toman la merienda en las casas de los amigos. Aparecen todas las tardes en una casa diferente, justo a la hora en que el vaso de chocolatada se desparrama sobre las mesas de los jardines. Donde comen cuatro, comen seis; es la filosofía de José, que tiene un corazón super-generoso. Filosofía, que aplica impecablemente y en forma consistente, todos los días de su vida y con el mismo amor… para con él mismo.


sábado, 3 de octubre de 2009

DE LÁGRIMA FÁCIL



Hoy le toca el turno a los llorones

Existe gente a la que es preciso amputarle una falange para hacerle despuntar un brillito acuoso a sus ojos, y a veces ni siquiera eso. La puede levantar un tornado por los aires y depositarla a 150 kilómetros de los restos de su casa…y nada, con suerte un rictus en la boca y el ceño fruncido. Pero de agua salada, niente, nothing, ni una pizca. No es que no sufran, no es que no se conmuevan; simplemente tienen el lagrimal egoísta y las emociones escondidas en algún oculto recoveco sin acceso directo y una password de 9 dígitos. Son aquellas personas a las que uno considera compuestas, elegantes y que jamás protagonizarán un desborde digno de una película italiana donde termina llorando hasta el perro mientras vuelan platos y copas. No es cuestión de frialdad, sufren igual pero no lo hacen evidente (lo cual en algunas circunstancias es una gran virtud).


Por el contrario, los llorones somos un flancito con poco huevo, que se desmorona aunque haya estado cuatro horas en el horno a baño María. Tenemos las emociones en el Escritorio, con acceso directo a todos los lugares peligrosos de nuestra psiquis. Somos visuales, gozamos de una memoria que a veces nos juega en contra y hasta el sufrimiento de un pescadito animado digitalmente nos puede sumir en la más profunda crisis de llanto. Cursis, pastelones y un tanto inocentes, nos creemos todo lo que vemos en la tele o nos cuenta fulanito en un break de laburo. Es más, hemos adquirido la capacidad de recrearlo en nuestras mentes y muchas veces aderezarlo porque nuestro llanto, en el fondo, es una necesidad de descarga que busca cualquier excusa medianamente válida para abrir las compuertas de la represa.


Si a Ud. le interesa conocer su “status lagrimal”, por favor lea esta encuesta. Si asiente a más de 5 consignas, Ud. puede ganarse unos mangos trabajando de plañidera en sepelios y velatorios:


¿“La familia Ingalls” la hizo llorar durante las nueve temporadas que duró la serie? ¿La ceguera de Mary, la muñeca que Nellie Oleson jamás quiso prestarle a Laura, Charles arando el campo con las costillas fracturadas, Caroline auto amputándose la gangrena de la pierna con la Biblia en la mano; aún hoy le hacen tragar saliva y le provocan un nudo en la garganta?


¿Las publicidades de seguros de vida, seguros de retiro, préstamos hipotecarios y de entidades bancarias en general; donde se muestra a gente de todas las edades prodigándose cariño en cámara lenta con un impecable score de violoncello de fondo mientras una cálida voz en off le pregunta si le preocupa el futuro de sus seres queridos, le arrancan unos lagrimones del tamaño de las arvejas?


¿Cuándo va por la ruta manejando y se cruza con una alfombra de pelo informe que alguna vez supo ser un perro o un gato, prorrumpe en un llanto desconsolado; esperando que se haga la hora de volver a casa para abrazar a sus mascotas?


¿Llora en el colegio de su hijo cuando suenan los acordes del Himno Nacional y aparecen los abanderados (aún cuando su prole jamás desfile con el símbolo patrio en la mano dado su escueto rendimiento académico)?


¿Sale del cine chorreando lágrimas empetroladas de máscara de pestañas que limpia desprolijamente con el puño de su camisa mientras se traga los mocos, aún cuando la protagonista se haya curado de su enfermedad, haya sobrevivido a un terremoto y haya contraído matrimonio con el galán del film?


¿Es de los que se muerden el labio inferior y miran el cielorraso para no dejar escapar el agua del ojo cuando el Presidente de la empresa para la que trabaja se descuelga con un discurso tierno y arengador durante el brindis de fin de año?


¿Mira fotos viejas en el pico más álgido de un brote masoquista o durante el síndrome premenstrual, a sabiendas de que si empieza a llorar no va a parar hasta que los ojos se le salgan de las órbitas?


¿Las películas que tienen a niños como protagonistas, sobretodo si tienen una discapacidad, tocan un instrumento musical, son huérfanos, maltratados por una gobernanta infame o los bardean en el colegio; lo hacen llorar tanto que termina pareciéndose a la brótola que compró para la cena?


¿Llora en los casamientos cuando escucha los tres primeros acordes de la marcha nupcial, aunque los contrayentes sean dos perfectos desconocidos que lo agarraron in fraganti en un lapsus cristiano, de rodillas, pidiendo perdón por alguna patinada?


¿La escena de “Dumbo” en la que la madre acuna con la trompa al hijo a través de las rejas, la escena de “Bambi” donde la madre es asesinada por cazadores, la escena de “El Rey León” en la que Mufasa es arrojado por Skar al precipicio ante la mirada de Simba; lo pueden poner a llorar hasta pasado mañana?


¿Llora cuando pierde la Selección de futbol? ¿Llora cuando un tenista de su país gana algún Grand Slam? ¿Llora cuando la corredora jamaiquina rompe un nuevo récord? ¿Llora con la gimnasta rumana que se cae de las barras paralelas ante el comité olímpico?


¿Los power points con amorosos mensajes, frases célebres de grandes pensadores, fotos de animalitos, bebitos y/o parajes paradisíacos; lo ponen a lagrimear a lo pavote?


¿Llora de risa?


Como diría una famosa vedette argenta “si querés shorar, shorá”.

Si Ud. pertenece a este grupo blandengue y sensiblero, seguramente llorará con este clip. F@cking Disney!

Snif