Cuando no te queda otra que volver al pasado
Vivimos rodeados de objetos y servicios a los que nos acostumbramos tan rápidamente que ya no podemos precisar el momento en que aparecieron en nuestras vidas. Otros, estaban aquí mucho antes de que nosotros fuéramos concebidos. Y algunos, bueno, algunos ni se nos ocurre pensar qué sería de la vida sin ellos. ¿A alguien se le ocurre pensar en un día sin mandar un mensaje de texto por celular? ¿Alguno podría subsistir sin abrir un correo electrónico o mirar los titulares de los diarios desde su PC antes de salir a trabajar? ¿Alguno se imagina haciendo un fueguito en el medio del living para calentar el hogar en lugar de encender el piloto de la estufa?
Nos hemos ido atiborrando, sin darnos cuenta, de toda una maraña intrincada de aparatos que nos hacen la vida facilísima pero que dependen del gas de red, energía eléctrica y agua corriente (bueno, algunos, porque los que vivimos lejos de las grandes ciudades todavía usamos agua de pozo).
Así es como en forma autómata, con los ojos todavía pegados por lagañas y la costura de la almohada impresa en la sien, enchufamos en una sola maniobra la cafetera y la tostadora. Con el dedito índice de la mano le damos vida mágicamente a la televisión y de paso hacia la ducha encendemos la computadora con el dedo gordo del pie en una pirueta de yoga que yo llamo “saludo al ordenador”. Nos duchamos gracias al motor que impulsa agua al tanque, cantando al unísono con el mp3 del celular (previamente cargado durante toda la noche), nos secamos el pelo, nos lo planchamos, nos preparamos un licuado, descongelamos el pollo de la vianda en el microondas y nos planchamos la camisa para el trabajo. Hasta ahí todo muy bonito, la paz y armonía del hogar son impecables. El aparato para ahuyentar a los mosquitos funcionó de maravillas, el café se hizo, el encargado del tránsito del noticiero de la mañana nos dice qué atajo tomar para llegar al trabajo.
¿Pero qué pasa cuando una tormenta atroz derriba ochenta postes de luz? Pasa lo que les pasaba a nuestras abuelas en el año cuarenta. Pasa lo que les pasaba a los Ingalls en el 1800. Pasa lo que hemos visto en infinidad de películas de época…de cualquier época más precisamente, menos de esta. De esta que es la de la tecnología, los celulares, las notebooks, los archivos pdf, los ppt, los correos de voz, el skype, las Webcams, los hornos de microonda, los aires acondicionados, el Messenger, las jarras eléctricas, las bombas hidroeléctricas, los modems inalámbricos, el Wi-fi, la X-box, el I-phone, el Counter Strike, el Facebook, el Google, el GPS, los cybers, las ediciones digitales de los diarios, los implantes dentales, la cirugía translaparoscópica, los satélites, el transbordador espacial y el DVD. Pasa que ya no nos acordamos de cómo hervir agua o desearle feliz cumpleaños a un amigo sin energía eléctrica.
Es por esto que, ante un reciente corte de energía que duró unas dieciocho horitas, elaboré una listita de los problemas que surgen cuando somos enviados de una patada en el culo al siglo pasado.
LOS CUATRO PROBLEMAS MÁS FRECUENTES ANTE LA FALTA DE ENERGÍA ELÉCTRICA
La dinámica familiar se ve completamente distorsionada, cuando no destruida (o reparada), con un súbito corte de luz. Lo primero a tomar en cuenta es que todos los miembros de la familia se aglutinaran en la cocina a mirarse las caras sin pronunciar otra palabra que no sean epítetos de grueso calibre. Una vez saciada la necesidad de insultar, nos miraremos fijo a las caras sin encontrar motivo para pelear por un lugar frente a la computadora o por el dominio del control remoto de la TV. Erradicados esos motivos, no nos quedará opción que reparar en las caras del otro. De repente nos daremos cuenta que el primogénito se ha perforado por enésima vez la oreja (de la cual pende una flecha metálica que vuelve a incrustarse en el lóbulo superior de la misma). El crío, por su parte, se dará cuenta (a la luz de una vela) que su madre es una señora mayor y entrada en carnes que se parece mucho a su abuela (sobretodo cuando tiene cara de ojete). Pasada la etapa de contemplación estética, llegará de a poco la conversación. Nos pondremos al día con las novedades de las criaturas y así nos enteraremos de que el hijo mayor planea poner un puesto de hot-dogs en la playa sin nuestra autorización pero con nuestra financiación, que el del medio está de novio con una mujer tailandesa que le lleva quince años y el menor le peluqueó el flequillo a su compañerita de primer grado en el baño (la madre de la pendeja hace juicio al colegio y a los padres del ignoto coiffeur pigmeo).
La recreación y el entretenimiento se ven sensiblemente afectados. Algunos no lo soportan, hacen una mochila, agarran el auto y toman la autopista con rumbo indefinido atraídos por el primer resplandor luminoso que augure comida chatarra/pelotero/cine y Wi-fi. Pero aquellos que elijan el hogar deberán desempolvar los juegos de mesa: el ajedrez del abuelo, el mazo de cartas españolas, el cubilete y los dados comprados en las últimas vacaciones, el ludo, las damas y el favorito de la abuela (el bingo). Los más chiquitos apelarán a los crayones y las pizarras magnéticas…y si hubo suerte alguno encontrará el Tetris a pilas (lo más cercano a la tecnología sin enchufe). Cuando se agoten los recursos, la imaginación será una gran fuente de entretenimiento. Buscarle formas a las manchas de humedad, los trabalenguas, el “ni si, ni no, ni blanco, ni negro” y el concurso de chistes machistas/negros/verdes serán los grandes salvadores de una velada que se torna de goma. Visto y considerando que la luz no vuelve, cada integrante se buscará linterna o vela para meterse en la cama con algún libro olvidado en una biblioteca que sólo sirve como recuerdo de un pasado inmediato que amenaza con desaparecer del todo. Si hay suerte, la mañana siguiente nos encontrará a todos enchufando los celulares con desesperación mientras nos matamos a codazos por la silla frente al monitor.
La higiene propia y del hogar se ve ostensiblemente dañada. A la mayoría, el agua les dura lo que exista de reserva en el tanque. A otros como yo, la falta de energía nos deja automáticamente sin agua. Y en las ciudades, aunque los encargados de los edificios se maten explicando que hay reservas suficientes como para pasar dos días sin luz y con un buen suministro de agua (usándola razonablemente); lo más probable es que te quedes sin una gota de H2O a la media hora, ya que todos llenarán sus bañeras, tachos y fuentones agotando las reservas de pura desesperación y avaricia. Entonces tendremos que aplicar nuestra astucia y apelar a nuestra memoria para recordar cómo se bañaba la gente en los westerns más conocidos. Dicho esto nos encontraremos parados en un fuentón lavándonos a trapo y jabón, enjuagándonos con agua turbia, reservando un poco para mojar el cepillo de dientes y otro poco para la pava. Limpiar la casa será una utopía. Conclusión: Los Ingalls eran unos roñosos. Y los Highlanders también.
Las comunicaciones desaparecen y con ellas la aldea global, las redes sociales… la vida social en general. Hasta el trabajo queda reducido a tareas de archivo. Ya nadie escribe nada a mano, nadie manda cartas por correo. Todos nos enteramos del nacimiento de los hijos de nuestros amigos a través del Facebook. O el Twitter. Nos invitan al cine y a una fiesta a través de ellos. Arreglamos nuestros planes de fin de semana y hasta contactamos al dentista por una red social porque el muy turro desconectó el celular el fin de semana. Hacemos las compras por Internet, encargamos discos y libros con la computadora, pagamos las cuentas con los home-bankings y pirateamos desde una peli, hasta un libro. Ni cocinar podemos sin bajar una receta o verificar el resultado de un análisis de sangre sin consultar a una Web médica que nos dejará más aterrorizados de lo que estábamos antes de meter la nariz ahí dentro. El resultado de un corte de luz es que básicamente no somos nada sin un cable USB, un CPU, un MODEM y un monitor. Y las consecuencias son gravísimas. He visto gente darse la cabeza contra la mesada de la cocina por puro síndrome de abstinencia a la tecnología (mi sobrino de seis años, sin ir más lejos).
¿Si tengo alguna sugerencia para sobrevivir a estos cortes de energía que amenazan con ser más frecuentes por culpa del cambio climático, las reservas de agua existentes y las fuentes de energía que amenazan con agotarse a corto plazo?.
Si, tengo. Alquílense películas de época. Renacimiento. Edad Media. Pre-historia. Edad Antigua. Revolución industrial…la época que quieran menos la actual. Aprendan a pelar pollos. A cargar agua desde el manantial hasta la casa. A usar la rueca, el telar. A prender fuego con un palito y una piedra. A sentarse frente al fuego a cantar y recitar. A escribir cartas y esperar tres meses por la respuesta. A vender y comprar con el trueque. Y a matar mosquitos a trapazo limpio…
Vivimos rodeados de objetos y servicios a los que nos acostumbramos tan rápidamente que ya no podemos precisar el momento en que aparecieron en nuestras vidas. Otros, estaban aquí mucho antes de que nosotros fuéramos concebidos. Y algunos, bueno, algunos ni se nos ocurre pensar qué sería de la vida sin ellos. ¿A alguien se le ocurre pensar en un día sin mandar un mensaje de texto por celular? ¿Alguno podría subsistir sin abrir un correo electrónico o mirar los titulares de los diarios desde su PC antes de salir a trabajar? ¿Alguno se imagina haciendo un fueguito en el medio del living para calentar el hogar en lugar de encender el piloto de la estufa?
Nos hemos ido atiborrando, sin darnos cuenta, de toda una maraña intrincada de aparatos que nos hacen la vida facilísima pero que dependen del gas de red, energía eléctrica y agua corriente (bueno, algunos, porque los que vivimos lejos de las grandes ciudades todavía usamos agua de pozo).
Así es como en forma autómata, con los ojos todavía pegados por lagañas y la costura de la almohada impresa en la sien, enchufamos en una sola maniobra la cafetera y la tostadora. Con el dedito índice de la mano le damos vida mágicamente a la televisión y de paso hacia la ducha encendemos la computadora con el dedo gordo del pie en una pirueta de yoga que yo llamo “saludo al ordenador”. Nos duchamos gracias al motor que impulsa agua al tanque, cantando al unísono con el mp3 del celular (previamente cargado durante toda la noche), nos secamos el pelo, nos lo planchamos, nos preparamos un licuado, descongelamos el pollo de la vianda en el microondas y nos planchamos la camisa para el trabajo. Hasta ahí todo muy bonito, la paz y armonía del hogar son impecables. El aparato para ahuyentar a los mosquitos funcionó de maravillas, el café se hizo, el encargado del tránsito del noticiero de la mañana nos dice qué atajo tomar para llegar al trabajo.
¿Pero qué pasa cuando una tormenta atroz derriba ochenta postes de luz? Pasa lo que les pasaba a nuestras abuelas en el año cuarenta. Pasa lo que les pasaba a los Ingalls en el 1800. Pasa lo que hemos visto en infinidad de películas de época…de cualquier época más precisamente, menos de esta. De esta que es la de la tecnología, los celulares, las notebooks, los archivos pdf, los ppt, los correos de voz, el skype, las Webcams, los hornos de microonda, los aires acondicionados, el Messenger, las jarras eléctricas, las bombas hidroeléctricas, los modems inalámbricos, el Wi-fi, la X-box, el I-phone, el Counter Strike, el Facebook, el Google, el GPS, los cybers, las ediciones digitales de los diarios, los implantes dentales, la cirugía translaparoscópica, los satélites, el transbordador espacial y el DVD. Pasa que ya no nos acordamos de cómo hervir agua o desearle feliz cumpleaños a un amigo sin energía eléctrica.
Es por esto que, ante un reciente corte de energía que duró unas dieciocho horitas, elaboré una listita de los problemas que surgen cuando somos enviados de una patada en el culo al siglo pasado.
LOS CUATRO PROBLEMAS MÁS FRECUENTES ANTE LA FALTA DE ENERGÍA ELÉCTRICA
La dinámica familiar se ve completamente distorsionada, cuando no destruida (o reparada), con un súbito corte de luz. Lo primero a tomar en cuenta es que todos los miembros de la familia se aglutinaran en la cocina a mirarse las caras sin pronunciar otra palabra que no sean epítetos de grueso calibre. Una vez saciada la necesidad de insultar, nos miraremos fijo a las caras sin encontrar motivo para pelear por un lugar frente a la computadora o por el dominio del control remoto de la TV. Erradicados esos motivos, no nos quedará opción que reparar en las caras del otro. De repente nos daremos cuenta que el primogénito se ha perforado por enésima vez la oreja (de la cual pende una flecha metálica que vuelve a incrustarse en el lóbulo superior de la misma). El crío, por su parte, se dará cuenta (a la luz de una vela) que su madre es una señora mayor y entrada en carnes que se parece mucho a su abuela (sobretodo cuando tiene cara de ojete). Pasada la etapa de contemplación estética, llegará de a poco la conversación. Nos pondremos al día con las novedades de las criaturas y así nos enteraremos de que el hijo mayor planea poner un puesto de hot-dogs en la playa sin nuestra autorización pero con nuestra financiación, que el del medio está de novio con una mujer tailandesa que le lleva quince años y el menor le peluqueó el flequillo a su compañerita de primer grado en el baño (la madre de la pendeja hace juicio al colegio y a los padres del ignoto coiffeur pigmeo).
La recreación y el entretenimiento se ven sensiblemente afectados. Algunos no lo soportan, hacen una mochila, agarran el auto y toman la autopista con rumbo indefinido atraídos por el primer resplandor luminoso que augure comida chatarra/pelotero/cine y Wi-fi. Pero aquellos que elijan el hogar deberán desempolvar los juegos de mesa: el ajedrez del abuelo, el mazo de cartas españolas, el cubilete y los dados comprados en las últimas vacaciones, el ludo, las damas y el favorito de la abuela (el bingo). Los más chiquitos apelarán a los crayones y las pizarras magnéticas…y si hubo suerte alguno encontrará el Tetris a pilas (lo más cercano a la tecnología sin enchufe). Cuando se agoten los recursos, la imaginación será una gran fuente de entretenimiento. Buscarle formas a las manchas de humedad, los trabalenguas, el “ni si, ni no, ni blanco, ni negro” y el concurso de chistes machistas/negros/verdes serán los grandes salvadores de una velada que se torna de goma. Visto y considerando que la luz no vuelve, cada integrante se buscará linterna o vela para meterse en la cama con algún libro olvidado en una biblioteca que sólo sirve como recuerdo de un pasado inmediato que amenaza con desaparecer del todo. Si hay suerte, la mañana siguiente nos encontrará a todos enchufando los celulares con desesperación mientras nos matamos a codazos por la silla frente al monitor.
La higiene propia y del hogar se ve ostensiblemente dañada. A la mayoría, el agua les dura lo que exista de reserva en el tanque. A otros como yo, la falta de energía nos deja automáticamente sin agua. Y en las ciudades, aunque los encargados de los edificios se maten explicando que hay reservas suficientes como para pasar dos días sin luz y con un buen suministro de agua (usándola razonablemente); lo más probable es que te quedes sin una gota de H2O a la media hora, ya que todos llenarán sus bañeras, tachos y fuentones agotando las reservas de pura desesperación y avaricia. Entonces tendremos que aplicar nuestra astucia y apelar a nuestra memoria para recordar cómo se bañaba la gente en los westerns más conocidos. Dicho esto nos encontraremos parados en un fuentón lavándonos a trapo y jabón, enjuagándonos con agua turbia, reservando un poco para mojar el cepillo de dientes y otro poco para la pava. Limpiar la casa será una utopía. Conclusión: Los Ingalls eran unos roñosos. Y los Highlanders también.
Las comunicaciones desaparecen y con ellas la aldea global, las redes sociales… la vida social en general. Hasta el trabajo queda reducido a tareas de archivo. Ya nadie escribe nada a mano, nadie manda cartas por correo. Todos nos enteramos del nacimiento de los hijos de nuestros amigos a través del Facebook. O el Twitter. Nos invitan al cine y a una fiesta a través de ellos. Arreglamos nuestros planes de fin de semana y hasta contactamos al dentista por una red social porque el muy turro desconectó el celular el fin de semana. Hacemos las compras por Internet, encargamos discos y libros con la computadora, pagamos las cuentas con los home-bankings y pirateamos desde una peli, hasta un libro. Ni cocinar podemos sin bajar una receta o verificar el resultado de un análisis de sangre sin consultar a una Web médica que nos dejará más aterrorizados de lo que estábamos antes de meter la nariz ahí dentro. El resultado de un corte de luz es que básicamente no somos nada sin un cable USB, un CPU, un MODEM y un monitor. Y las consecuencias son gravísimas. He visto gente darse la cabeza contra la mesada de la cocina por puro síndrome de abstinencia a la tecnología (mi sobrino de seis años, sin ir más lejos).
¿Si tengo alguna sugerencia para sobrevivir a estos cortes de energía que amenazan con ser más frecuentes por culpa del cambio climático, las reservas de agua existentes y las fuentes de energía que amenazan con agotarse a corto plazo?.
Si, tengo. Alquílense películas de época. Renacimiento. Edad Media. Pre-historia. Edad Antigua. Revolución industrial…la época que quieran menos la actual. Aprendan a pelar pollos. A cargar agua desde el manantial hasta la casa. A usar la rueca, el telar. A prender fuego con un palito y una piedra. A sentarse frente al fuego a cantar y recitar. A escribir cartas y esperar tres meses por la respuesta. A vender y comprar con el trueque. Y a matar mosquitos a trapazo limpio…
2 comentarios:
y a coser a mano.. a prender la estufa con carbón..
y lo que más me digo.. como voy a escribir en un lugar que no sea la pc?
o a mandarle alertas a mis amigos por nextel..
como nos pondremos de acuerdo para ir al cine.. habra cine?
me mate de la risa con tu texto
y luego..cai en la cuenta..de que era más serio que nada..
Si, tenés razón...más que gracioso es un reverendo bajón!
Gracias por tu comentario.
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