De cómo asustar a un infante que veinte años después será carne de diván y/o cliente cautivo de un laboratorio que fabrica psicofármacos para trastornos de ansiedad.
Supongo que cuando uno es un bebé no le teme a casi nada que no esté relacionado con succionar un pezón o una tetina, o un rápido cambio de pañales (porque convengamos, estar cagado es un incordio…sobretodo cuando la caca se enfría).
Pero a medida que uno va conociendo el mundo y la gente que lo rodea, la lista de cosas a las que le teme asciende en progresión geómetrica (o sea, el número se multiplica por si mismo convirtiéndose en una gigantesca bola de nieve).
Un poco porque uno va aprendiendo que el fulanito de sala de tres muerde como una pantera, la leche caliente cuando se vuelca quema y si tiro el muñequito en el retrete ya no lo voy a ver jamás. Pero el gran contribuyente de esta personalidad aterrorizada que hemos logrado construir, se la debemos indefectiblemente a nuestros padres (a veces a uno más que al otro).
Si uno fue criado por un padre cinéfilo que lo expuso a “El Exorcista” y a “La Profecía” a la tierna edad de nueve añitos, la primera cosa a la que uno le teme es al diablo. Si a eso le agregamos una abuela híper-religiosa que nos explica con múltiples detalles la cara y los nombres del demonio, así como el maravilloso dato de que ese ángel caído pasa sus días acechándonos para que cometamos todos los pecados tipificados en la Biblia (y que serán castigados a su debido tiempo); pues el combo es sustancialmente letal. Queda claro que la personalidad de ese infante nunca más será libre, ya ha sido vendida a una entidad invisible que la abuela supone, lo mantendrá lejos de mandarse un sinfín de cagadas. O sea, para acercar al pendejo a Dios, hay que exponerlo a la mirada atenta de Belcebú (tipo un guarda cárcel nefasto pero con una onda hippie jamaiquino que chupa, fuma y fornica como los mil demonios).
Mamita le irá agregando condimentos al cóctel explosivo. “Cuidado con el Profesor de música, detrás de todo hombre hay un pedófilo siniestro que quiere enseñarte a tocar la flauta de una manera más innovadora”. “Ojo con nadar sin hacer la digestión porque un calambre te arrastrará al fondo de la pileta y como el agua está turbia terminarás en el fondo con la cabeza dentro del filtro mirando ranas muertas y hojas podridas”. “Abrigate porque vas a agarrarte todas las pestes que riman con neumonía”. “No te agarres de la baranda porque la gente escupe, aunque te patines y te fisures el cráneo, siempre es mejor eso que una bacteria asesina esperándote en el pasamanos de la escalinata del subte”. “No comas eso, querés pesar ciento veinte kilos?”. “Contá el vuelto, la gente siempre te da de menos, ahora…si te da de más que se joda por boludo”. “No vas a lo de Alejandra porque no sé cómo maneja el papá, podrías terminar embutida en una masa informe de hierros retorcidos”. “Cuidado que el mar está peligroso, cuidado que hay aguas vivas (y vos le agregás las imágenes de la peli que te llevaron a ver el primer día de tus vacaciones de verano “Tiburón I”)”.
Con unos años más, las preguntas de tu madre a la azafata del avión irán gestando tu terror a las naves que levantan vuelo (de las que flotan en el mar se encargarán el cine con “Poseidón” y “Titanic”). “¿Señoritaaa, es verdad que el avión está perdiendo combustible?”. “¿Señorita, qué son esas cosas que se le salieron a las alas?”. “¿Señorita, porqué volvieron a encender la señal de los cinturones?”. “Señorita, tráigame otro whisky a ver si bajo las trece pastillas que tomé para dejar de hacer preguntas pelotudas”.
Como alguien que laboriosamente construye un castillo, pieza por pieza, los padres y abuelos van diseñando ese ser humano tenso, ojeroso, preocupado y aterrorizado que duerme con un rosario colgado del cuello, una ristra de ajos en la ventana de la cocina, la estampita de la Vírgen de Lourdes en la puerta de la heladera, dos rottweillers al pie de la escalera, ocho cerrojos, ventanas con rejas, el número de la policía en la memoria 1 del celular, el carnet de vacunación completo y al día, canutos de dinero en los frascos de fideos, el bate de baseball debajo de la almohada y los stickers de los números de emergencias médicas de la prepaga empapelando cuanto electrodoméstico exista en la casa.
Los noticieros contribuirán en gran medida a magnificar todos los viejos temores y se darán el lujo de inaugurar algunos nuevos. Que la pandemia, que el terremoto, que el tsunami, que la deforestación y el calentamiento global, que el huracán y las alertas de granizo, que la crisis de las Bolsas mundiales (como si uno fuera el dueño de General Motors), que el índice de desocupación, que el violador de Núñez, que los piratas del asfalto, los narcotraficantes importados que vinieron a hacerse el western a los shoppings, los diarios accidentes de tránsito, las tragedias aéreas, la gripe porcina (que te provoca taquicardia cada vez que alguien estornuda), el aumento de las tarifas de los servicios, la inflación y los coreanos jugando a los fuegos artificiales con misiles nucleares. Para cuando terminó el noticiero, que coincide exactamente con tu cena, si pudiste digerir algo será por puro milagro; la comida te caerá como un yunque en el estómago, volverá cada cinco minutos como lava volcánica hasta las amígdalas recorriendo el tubo digestivos y te encontrará a las cinco de la mañana chupando pastillas de antiácido mezcladas con un cuartito más del ansiolítico recetado.
Entonces un día, sin comprender porqué, te descubrirás abrazado a un parquímetro, transpirado y tiritando ante la mirada atónita de los transeúntes. O quedarás petrificado en el colectivo lagrimeando como un marrano, a medida que te alejás de tu casa. O simplemente tendrás pesadillas recurrentes donde te entierran vivo o tu casa es succionada por un tornado o el antílope masacrado por leonas en el Discovery tiene la cara de tu hijo. Ese día no podrás entender la causa, ni atribuir la culpa del episodio de pánico a nadie. Porque llevó toda una vida convertirte en esta piltrafa cobarde y temblorosa; como si hubieras hecho un lento recorrido a bordo del vagón del Tren Fantasma, esquivando cadáveres de utilería que amenazaban con darte un manotazo putrefacto en cada curva; la recta final conduce a un grupo de autoayuda o en su defecto al consultorio de un psicólogo.
¿Cómo diferenciar al panicoso aterrorizado del asustado con causa? He aquí una guía para conocer a qué grupo pertenece Ud.:
Ante la explosión de un escape, producto de un carburador sucio, el grupo uno se envuelve la cabeza con los brazos lanzándose de panza al piso. El grupo dos se da vuelta a putear al dueño del auto por dejado y por ocasionar ruidos molestos.
Ante un alerta meteorológico, el grupo 1 sellará puertas y ventanas arrimando los muebles a las mismas, comprará víveres suficientes para subsistir cinco inviernos y buscará madera suficiente para construír una balsa en el garaje. El grupo 2 pondrá el auto a resguardo del granizo y se asegurará de tener los pagos del seguro al día.
Ante una pandemia, el grupo 1 desabastecerá las farmacias en un radio de 10 kms. a la redonda haciendo acopio prematuro de cualquier remedio o vacuna que pudiera (según el noticiero) salvarle la vida. No saldrá de la casa sin barbijos ni guantes descartables, dejará de usar ascensores y transportes públicos y evaluará la posibilidad de mudarse a la Puna de Atacama. El grupo 2 seguirá con su vida y repetirá su mantra hasta el hartazgo “cuando te toca, te toca”.
Ante la noticia de un violador suelto en la ciudad, el grupo 1 hará una cadena de mails distribuyendo el identikit del psicópata que difundió la policía, abrirá un grupo en Facebook para solicitar la castración química de los violadores, se anotará en un taller de artes marciales, se comprará un tubo más de gas pimienta, caminará por las calles con los cantos del culo apretados y la visión periférica en estado de alerta roja (eso si se animó a bajarse del auto). El grupo 2 pensará en la manera más efectiva de propinar un rodillazo en las bolas mientras se come una barrita más de Cadbury.
Ante el derrumbe de las bolsas mundiales y la crisis financiera, el grupo 1 saldrá despedido como un cohete a comprar dólares, someterá a su familia a una economía de guerra donde la Coca Cola será el evento del mes, suspenderá el abono del cable, los cursos, talleres, el delivery de pizza, el video club y cualquier salida que no involucre un problema sanitario o la compra de víveres. El grupo 2 se debatirá en un duelo verbal con capitalistas y comunistas (alcohol de por medio). Cinco horas después todos cantarán abrazados y mamados “Hasta siempre Comandante” en honor al Che Guevara.
Ante la noticia de un asalto a un supermercado con rehenes, el grupo 1 se hará un festival en una armería y tomará clases en un polígono de tiro, se comprará el chaleco de kevlar más caro del mercado para animarse a salir de la casa y hará sus compras por Internet. El grupo 2 decidirá que es más peligroso quedarse sin cerveza un viernes a la noche que un ejército de talibanes suicidas parapetados en la puerta del super.
A Ud. que suda cuando hace fila en el Banco, a Ud. que le transpiran las manos cuando escucha el sonido de una sirena, a Ud. que se baña en desinfectantes y visita al médico toda vez que estornuda, a Ud. que se desmaya cuando pisa un aeropuerto…lo lamento en el alma. Ud. ha sido condenado a la ingesta crónica de ansiolíticos y antidepresivos. Si va a comprar acciones de la Bolsa asegúrese de ponerle muchas fichas al laboratorio que los fabrica…como viene la mano (salvo que viva en la Estepa Rusa), el consumo de estas drogas se irá a las nubes (y con ellas su presupuesto mensual para medicamentos).
Supongo que cuando uno es un bebé no le teme a casi nada que no esté relacionado con succionar un pezón o una tetina, o un rápido cambio de pañales (porque convengamos, estar cagado es un incordio…sobretodo cuando la caca se enfría).
Pero a medida que uno va conociendo el mundo y la gente que lo rodea, la lista de cosas a las que le teme asciende en progresión geómetrica (o sea, el número se multiplica por si mismo convirtiéndose en una gigantesca bola de nieve).
Un poco porque uno va aprendiendo que el fulanito de sala de tres muerde como una pantera, la leche caliente cuando se vuelca quema y si tiro el muñequito en el retrete ya no lo voy a ver jamás. Pero el gran contribuyente de esta personalidad aterrorizada que hemos logrado construir, se la debemos indefectiblemente a nuestros padres (a veces a uno más que al otro).
Si uno fue criado por un padre cinéfilo que lo expuso a “El Exorcista” y a “La Profecía” a la tierna edad de nueve añitos, la primera cosa a la que uno le teme es al diablo. Si a eso le agregamos una abuela híper-religiosa que nos explica con múltiples detalles la cara y los nombres del demonio, así como el maravilloso dato de que ese ángel caído pasa sus días acechándonos para que cometamos todos los pecados tipificados en la Biblia (y que serán castigados a su debido tiempo); pues el combo es sustancialmente letal. Queda claro que la personalidad de ese infante nunca más será libre, ya ha sido vendida a una entidad invisible que la abuela supone, lo mantendrá lejos de mandarse un sinfín de cagadas. O sea, para acercar al pendejo a Dios, hay que exponerlo a la mirada atenta de Belcebú (tipo un guarda cárcel nefasto pero con una onda hippie jamaiquino que chupa, fuma y fornica como los mil demonios).
Mamita le irá agregando condimentos al cóctel explosivo. “Cuidado con el Profesor de música, detrás de todo hombre hay un pedófilo siniestro que quiere enseñarte a tocar la flauta de una manera más innovadora”. “Ojo con nadar sin hacer la digestión porque un calambre te arrastrará al fondo de la pileta y como el agua está turbia terminarás en el fondo con la cabeza dentro del filtro mirando ranas muertas y hojas podridas”. “Abrigate porque vas a agarrarte todas las pestes que riman con neumonía”. “No te agarres de la baranda porque la gente escupe, aunque te patines y te fisures el cráneo, siempre es mejor eso que una bacteria asesina esperándote en el pasamanos de la escalinata del subte”. “No comas eso, querés pesar ciento veinte kilos?”. “Contá el vuelto, la gente siempre te da de menos, ahora…si te da de más que se joda por boludo”. “No vas a lo de Alejandra porque no sé cómo maneja el papá, podrías terminar embutida en una masa informe de hierros retorcidos”. “Cuidado que el mar está peligroso, cuidado que hay aguas vivas (y vos le agregás las imágenes de la peli que te llevaron a ver el primer día de tus vacaciones de verano “Tiburón I”)”.
Con unos años más, las preguntas de tu madre a la azafata del avión irán gestando tu terror a las naves que levantan vuelo (de las que flotan en el mar se encargarán el cine con “Poseidón” y “Titanic”). “¿Señoritaaa, es verdad que el avión está perdiendo combustible?”. “¿Señorita, qué son esas cosas que se le salieron a las alas?”. “¿Señorita, porqué volvieron a encender la señal de los cinturones?”. “Señorita, tráigame otro whisky a ver si bajo las trece pastillas que tomé para dejar de hacer preguntas pelotudas”.
Como alguien que laboriosamente construye un castillo, pieza por pieza, los padres y abuelos van diseñando ese ser humano tenso, ojeroso, preocupado y aterrorizado que duerme con un rosario colgado del cuello, una ristra de ajos en la ventana de la cocina, la estampita de la Vírgen de Lourdes en la puerta de la heladera, dos rottweillers al pie de la escalera, ocho cerrojos, ventanas con rejas, el número de la policía en la memoria 1 del celular, el carnet de vacunación completo y al día, canutos de dinero en los frascos de fideos, el bate de baseball debajo de la almohada y los stickers de los números de emergencias médicas de la prepaga empapelando cuanto electrodoméstico exista en la casa.
Los noticieros contribuirán en gran medida a magnificar todos los viejos temores y se darán el lujo de inaugurar algunos nuevos. Que la pandemia, que el terremoto, que el tsunami, que la deforestación y el calentamiento global, que el huracán y las alertas de granizo, que la crisis de las Bolsas mundiales (como si uno fuera el dueño de General Motors), que el índice de desocupación, que el violador de Núñez, que los piratas del asfalto, los narcotraficantes importados que vinieron a hacerse el western a los shoppings, los diarios accidentes de tránsito, las tragedias aéreas, la gripe porcina (que te provoca taquicardia cada vez que alguien estornuda), el aumento de las tarifas de los servicios, la inflación y los coreanos jugando a los fuegos artificiales con misiles nucleares. Para cuando terminó el noticiero, que coincide exactamente con tu cena, si pudiste digerir algo será por puro milagro; la comida te caerá como un yunque en el estómago, volverá cada cinco minutos como lava volcánica hasta las amígdalas recorriendo el tubo digestivos y te encontrará a las cinco de la mañana chupando pastillas de antiácido mezcladas con un cuartito más del ansiolítico recetado.
Entonces un día, sin comprender porqué, te descubrirás abrazado a un parquímetro, transpirado y tiritando ante la mirada atónita de los transeúntes. O quedarás petrificado en el colectivo lagrimeando como un marrano, a medida que te alejás de tu casa. O simplemente tendrás pesadillas recurrentes donde te entierran vivo o tu casa es succionada por un tornado o el antílope masacrado por leonas en el Discovery tiene la cara de tu hijo. Ese día no podrás entender la causa, ni atribuir la culpa del episodio de pánico a nadie. Porque llevó toda una vida convertirte en esta piltrafa cobarde y temblorosa; como si hubieras hecho un lento recorrido a bordo del vagón del Tren Fantasma, esquivando cadáveres de utilería que amenazaban con darte un manotazo putrefacto en cada curva; la recta final conduce a un grupo de autoayuda o en su defecto al consultorio de un psicólogo.
¿Cómo diferenciar al panicoso aterrorizado del asustado con causa? He aquí una guía para conocer a qué grupo pertenece Ud.:
Ante la explosión de un escape, producto de un carburador sucio, el grupo uno se envuelve la cabeza con los brazos lanzándose de panza al piso. El grupo dos se da vuelta a putear al dueño del auto por dejado y por ocasionar ruidos molestos.
Ante un alerta meteorológico, el grupo 1 sellará puertas y ventanas arrimando los muebles a las mismas, comprará víveres suficientes para subsistir cinco inviernos y buscará madera suficiente para construír una balsa en el garaje. El grupo 2 pondrá el auto a resguardo del granizo y se asegurará de tener los pagos del seguro al día.
Ante una pandemia, el grupo 1 desabastecerá las farmacias en un radio de 10 kms. a la redonda haciendo acopio prematuro de cualquier remedio o vacuna que pudiera (según el noticiero) salvarle la vida. No saldrá de la casa sin barbijos ni guantes descartables, dejará de usar ascensores y transportes públicos y evaluará la posibilidad de mudarse a la Puna de Atacama. El grupo 2 seguirá con su vida y repetirá su mantra hasta el hartazgo “cuando te toca, te toca”.
Ante la noticia de un violador suelto en la ciudad, el grupo 1 hará una cadena de mails distribuyendo el identikit del psicópata que difundió la policía, abrirá un grupo en Facebook para solicitar la castración química de los violadores, se anotará en un taller de artes marciales, se comprará un tubo más de gas pimienta, caminará por las calles con los cantos del culo apretados y la visión periférica en estado de alerta roja (eso si se animó a bajarse del auto). El grupo 2 pensará en la manera más efectiva de propinar un rodillazo en las bolas mientras se come una barrita más de Cadbury.
Ante el derrumbe de las bolsas mundiales y la crisis financiera, el grupo 1 saldrá despedido como un cohete a comprar dólares, someterá a su familia a una economía de guerra donde la Coca Cola será el evento del mes, suspenderá el abono del cable, los cursos, talleres, el delivery de pizza, el video club y cualquier salida que no involucre un problema sanitario o la compra de víveres. El grupo 2 se debatirá en un duelo verbal con capitalistas y comunistas (alcohol de por medio). Cinco horas después todos cantarán abrazados y mamados “Hasta siempre Comandante” en honor al Che Guevara.
Ante la noticia de un asalto a un supermercado con rehenes, el grupo 1 se hará un festival en una armería y tomará clases en un polígono de tiro, se comprará el chaleco de kevlar más caro del mercado para animarse a salir de la casa y hará sus compras por Internet. El grupo 2 decidirá que es más peligroso quedarse sin cerveza un viernes a la noche que un ejército de talibanes suicidas parapetados en la puerta del super.
A Ud. que suda cuando hace fila en el Banco, a Ud. que le transpiran las manos cuando escucha el sonido de una sirena, a Ud. que se baña en desinfectantes y visita al médico toda vez que estornuda, a Ud. que se desmaya cuando pisa un aeropuerto…lo lamento en el alma. Ud. ha sido condenado a la ingesta crónica de ansiolíticos y antidepresivos. Si va a comprar acciones de la Bolsa asegúrese de ponerle muchas fichas al laboratorio que los fabrica…como viene la mano (salvo que viva en la Estepa Rusa), el consumo de estas drogas se irá a las nubes (y con ellas su presupuesto mensual para medicamentos).
Gracias Ma!
4 comentarios:
Pau no sé que decir ..eres tan buena en ésto.!!
Est blog me ha dado la clave de por qué a medida que me he ido haciendo mayor mis miedos han ido en aumento .Muchas veces me he encontrado preguntándome por qué era capaz de hacer tal o cual cosa cuando era un adolescente y ahora me aterroriza sólo la idea de hacerlo .....gracias porque ahora ya se la causa.No es muy consolador pero ahora sé por donde viene los tiros y eso al menos te da la oportunidad de esquivarlos.
Por cierto ,gracias también por tu descripción de Belcebú : "tipo un guarda cárcel nefasto pero con una onda hippie jamaiquino que chupa, fuma y fornica como los mil demonios ".....Ahora no sé si temerle o adorarle .Casi me puedo imaginar compartiendo unas birras bien frias ( a ser posible Heineken o Coronita ) ,tatuaje "Make love not war " tarareando viejas canciones de lo Beatles ....
Eres un crack !!!
Ari
Buenos días desde la piel del toro (España, ja, ja, ja…) Tienes un blog muy original y entretenido, solo no estoy de acuerdo contigo en una cosita que entenderás mejor cuando leas esto:
http://loquemetocaloscojones.blogspot.com/2007/11/woody-allen-o-estamos-locos-o-que.html
Por lo demás, felicidades y un beso.
Suerte en el concurso.
Yo soy del grupo 2!!! SISI SEÑORES! Y despues me pasa que cuando mi madre me pone mala cara y me hecha su maldicion: "no tendrias que andar saliendo, no es momento, hay que tener cuidado con la gripe porcina", me termino reventando la rodilla en pleno cachengue. Pero me rehuso a ser aterrorizada por la OMS! CARAJO!
Concuerdo con Ari, esa descripcion medio que hasta me hizo mirarlo con cariño. Y eso que a lo que mas le tengo miedo en el mundo, es al Diablo!!!!
Es verdad. Vivimos , si a eso se le puede llamar vivir, presos de nuestros miedos :los enseñados y los adquiridos ...
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